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Violada en la oficina

en No Consentido

Quiero agradecer las ideas que me habéis dado algunos seguidores para dar forma al relato.

Mi nombre es Carmen y conservo un buen aspecto físico a pesar de tener 42 años y dos hijos Soy rubia, delgada y no muy alta. Tengo un pecho generoso y unas bonitas piernas, lo que me permite llevar faldas cortas a pesar de mi edad. Mi marido es ingeniero, y aceptando una oferta de trabajo, emigramos desde España. Mis hijos Leandro, de 13 años, Carlos de 19 y yo le habíamos acompañado. A través de Rafael, el dueño de la empresa, me ofrecieron un empleo como administrativa en el ministerio del gobierno, teniendo un papel de extrema confianza. Vivíamos los tres en la enorme casa que nos cedía Rafael, un hombre de mi edad, moreno, con el pelo engominado y acostumbrado a obtener todo lo que deseaba, aunque me caía bien, dada su facilidad de palabra y simpatía.

Mi mesa estaba situada fuera del despacho de mi superior, don José, uno de los hombres más poderosos del ministerio. Estaba acristalado hacia fuera y las persianas estaban siempre levantadas a primera hora, lo que permitía ver todo el despacho desde fuera. Cuando entraba él, estas se bajaban, y las colocaba para ver nuestras mesas sin ser visto. Don José era un hombre alto, fuerte y pelo blanquecino. Veíamos frecuentemente a don Alfredo, otro alto cargo de su edad, en torno a los 60 años. Todos los días subían un par de guardias trajeados y mal encarados, Fermín de unos 50 años y Antón de 30 que se reunían con don José y que según me había dicho Iñaki, eran los responsables de las mazmorras situadas en los sótanos del edificio. Trabajábamos sólo por la mañana y viendo las injusticias que se producías empecé a fabricar algunos visados para quienes huían del país. Iñaki era mi compañero, un joven de 24 años, delgado y pelo rizado. Me hizo saber que también estaba en contra del régimen y le ayudé a preparar la salida de un conocido suyo. Esto nos unió y empezamos a juntarnos los fines de semana en casa con mi familia junto a Goyo, un joven moreno y musculoso, compañero universitario y mejor amigo Carlos, Iñaki con su novia Teresa, una chica muy guapa de 21 años, que a pesar de ser pelirroja, físicamente se parecía a mi. En ocasiones se apuntaba Rafael, a quien considerábamos más un amigo que el jefe de mi marido. Después de pasar una agradable velada en nuestro jardín y en la piscina, nos íbamos a bailar por la noche. A Teresa le encantaba que le prestase ropa, alguna falda o camisa, ya que usábamos la misma talla y admiraba mi buen gusto vistiendo. Un día, llegaron Carlos y Goyo con la cara desencajada.

  • Tengo un problema. Creo que me están siguiendo. Necesito irme fuera del país.

Llamé a Iñaki y a primera hora teníamos el documento. Por la tarde lo entregué y a la hora de la cena supe que Goyo estaba a salvo. Al día siguiente fui animada al trabajo. Todo transcurrió con normalidad hasta más o menos la una de la tarde cuando subieron Fermín y Antón, y don José me llamó a su despacho.

  • Carmen. Tengo razones para pensar que se han falsificado visados. Sé sincera, por favor. Tienes algo que ver?

Me asusté aunque me esforcé en negarlo. Don José no se inmutó y sólo dijo que debía detenerme hasta que todo se aclarase. De nada sirvieron mis súplicas. Me llevaron a través de largos pasadizos hasta donde se encontraban las mazmorras. Iba vestida con una falda corta, color naranja, una camisa y camiseta negra debajo de aquella y medias y zapatos de tacón del mismo color. Al pasar por el módulo de los hombres, comenzaron a silbar y a lanzarme comentarios obscenos que me enrojecieron.

Había dejado todas mis pertenencias en la oficina, bolso, chaqueta y mi foulard. Estaba preocupada por mi familia, que no sabía nada de mi detención. Me encerraron en una celda en la que fui tratada con corrección y a última hora de la mañana del día siguiente, don José vino a visitarme.

  • Carmen. Dúchate y come algo. Por la tarde nos reuniremos en mi despacho. Quiero aclarar todo lo sucedido. – Expuso en tono grave.

  • Por favor, no he hecho nada. – Añadí mientras me ignoraba y hablaba con los guardias.

Comí y a media tarde, Antón y Fermín me acompañaron a una habitación para que me duchase.

  • Tenemos órdenes de registrar toda su ropa, incluida la interior. Déjela en este cubo y después se la devolveremos. Tardaremos unos minutos. Aquí tiene su bolso por si desea maquillarse o lo que sea........

Me resultaba humillante el registro. Me desvestí en el baño y envolviéndome con la toalla saqué fuera la ropa. Me duché con tranquilidad, me maquillé, pinté mis labios, volví a ponerme mis pendientes, colgante y anillo de casada que había dejado en el lavabo mientras me duchaba y después me acicalé y perfumé.

  • Le dejamos aquí su ropa. Vístase y salga.

  • Aquí faltan cosas. Mis medias, mi ropa interior, mi camiseta.......... – Grité al ver el contenido de cubo.

  • Póngase lo que le hemos dado, si no sale en cinco minutos pasaremos a buscarla.

Pensé que querían avergonzarme. Me vestí con lo que me dieron, falda, camisa y los zapatos. Metieron el resto de mi ropa en el bolso, pensando que me la devolvería don José, después de hablar y pedirme disculpas por el malentendido. Me esposaron con las manos en la espalda e hicimos el camino inverso al del día anterior, sólo que al llegar al módulo de los hombres, además de los gritos, escuché unas voces que me resultaron familiares. Al girarme vi a mi marido y mis dos hijos sentados y con las manos atadas en la espalda lo que hacía que mis pechos se marcaran. Me permitieron acercarme y cruzar unas palabras.

  • Cielo, estás bien? Te han hecho algo? – Preguntó mi marido, en voz baja y preocupado, sabiendo que no llevaba parte de la ropa y el sujetador.

  • Estoy bien, quería registrar la ropa, ahora subo a ver a don José. – Respondí mintiendo, sin decirle que tampoco llevaba el tanga, y avergonzada por la presencia también de mis dos hijos– Qué hacéis aquí, también os han detenido?

  • Si, vinieron por la tarde a casa y nos trajeron aquí.

  • Venga. Los dos, acompañad a Carmen, y tú, lleva al chico a una celda. – Ordenó Fermín a un soldado.

  • Mamá, papá, Carlos. – Gritó mi hijo pequeño llorando mientras le separaban de nosotros.

  • Tranquilo mi amor. Enseguida iremos a recogerte. – Respondí sollozando y sin estar segura de poder cumplir mi palabra.

No nos dejaron seguir hablando, nos apartaron. y nos forzaron a caminar mientras seguían los improperios al verme pasar. Los murmullos y gritos se fueron disipando a medida que iba subiendo las escaleras hacia mi lugar habitual de trabajo.

Al llegar, los guardias sentaron a mi marido y a Carlos en el banco donde esperaban las visitas. Las persianas estaban subidas por lo que podía ver quienes estaban en el despacho antes de entrar. Les ataron y amordazaron con unos trapos y cinta adhesiva en la boca El más joven se quedó custodiándolos y el otro me acompañó al despacho de don José donde me quitaron las esposas y me sentaron en una mesa baja, pero muy alargada, situada entre los tres sofás en forma de U y que los ocupaban don José, don Alfredo y para mi sorpresa, también Rafael. Todos sostenían un vaso de licor, fumaban unos caros habanos mientras sonaba una cálida música. Me incomodaba ver como me desnudaban con la mirada, Por una parte sabía del cariño que me tenía don José, y aunque no había vivido ningún interrogatorio, me tranquilizó que estuvieran bebiendo en mi presencia, con música de fondo y charlando desenfadadamente. La presencia del jefe de mi marido me hizo imaginar que tal vez nos dejaran libres enseguida.

  • Rafael, por favor. Diles que nos suelten. Sabes que no hemos hecho nada. – Imploré.

  • Yo no sé nada, Carmen. Me ha contado José lo que ha pasado y no me lo esperaba de ti. Yo te recomendé y tenías un trabajo de extrema confianza. – Respondió dejándome perpleja.

  • Su marido y su hijo mayor están fuera y el chico abajo, como usted pidió. .

  • Está bien. Espera fuera. – Le dijo al guardia.

  • Por favor. Devuélvanme la ropa. Creo que está en esa bolsa.

  • Carmen, estás vestida y las bragas son ahora mismo el menor de tus problemas, Créeme¡¡ Sabemos que nos has traicionado. Dijo en tono muy serio. – Por qué lo hiciste?

  • No sé de qué me hablan, no he hecho visados para nadie.. – Mentí para intentar salvar mi situación.– Contestaba desarbolada por toda la batería de preguntas. – Déjenos marchar, por favor¡¡¡

Don José se dirigió al teléfono y se presentaron en el despacho Goyo e Iñaki. Me vine abajo al saber que formaban parte del mismo bando. Estaba hundida y sólo acerté a llorar, tartamudear y justificarme de manera inconexa para apelar a su comprensión.

  • Hola Carmen. Ya he saludado a Cecilio y Carlos – Dijo Goyo.

  • Hola compi. – Comentó Iñaki. - Qué guapa estás¡¡¡

  • Por favor¡¡ Nunca quise perjudicarles Lo siento mucho, no volveré a hacerlo. Dejen que nos vayamos a casa. – Me justifiqué, aceptando ya mi culpa y llorando desconsoladamente.

  • Serviros una copa, chicos. Tengo un ron excelente. También whisky, ginebra..... Gracias a vosotros, sabemos que Carmen nos ha traicionado. Siempre te aprecié, confié en ti y me has decepcionado. Has falsificado muchos visados, entre otros, uno para Goyo.

Miré al amigo de mi hijo que con cara sonriente asentía con la cabeza, igual que Iñaki. En esos momentos me desmoroné mientras los dos jóvenes buscaban unos refrescos para hacerse un combinado. Comencé a temblar al pensar el motivo por el que me había desaparecido la ropa interior.

  • Por Dios. Un ron de 20 años y vosotros le echáis cola? – Espetó indignado don José.

  • Por favor. Perdónenme. No pretendía causarles ningún problema, sólo ayudé a algunas personas a salir del país. Dejen que me vaya con mi familia. – Interrumpí entre lágrimas.

  • Carmen. No nos lo merecíamos. Te pagábamos bien por no hacer casi nada. Por cierto, Iñaki y Goyo son espías infiltrados. Sabes que hemos tomado duras represalias por delitos menos trascendentes que el tuyo?

Sabía que era cierto y que de familias enteras no se había vuelto a saber. Agaché la cabeza y mi pelo cayó hacia adelante hasta taparme los ojos. Don Alfredo lo apartó y me acarició la cara, alabando mi físico ante don José. Veía sus miradas lascivas con ese aire de superioridad que observaba. Goyo se levantó colocándose detrás de mi, me tiró de la coleta, besó mi mejilla y me susurró al oído que soñaba con que pasara una cosa así, Rafael se puso delante, haciendo un sándwich conmigo, pasó sus manos por mis caderas, por encima de la falda, levantándola un poco y las subió hasta el lateral mis pechos, siempre por encima de la ropa. Tenía muchísimo miedo y estaba dispuesta a delatar a quien fuese necesario con tal de salvar a mi familia. Don Alfredo se acercó y me apartó hacia él. Se situó detrás y comenzó a besar mi cuello mientras apretaba fuertemente mi trasero y lo pellizcaba. Después, Rafael acercó sus labios a los míos, pasando su mano por encima de la camisa, mientras Goyo se acercó por detrás y metió su mano por debajo de mi falda hasta hacer que diera un salto y me zafara.

  • Carmen. No nos merecíamos esto, y ahora te vamos a dar dos opciones, Haces todo lo que te digamos y obedeces o el futuro de vuestra familia terminará hoy. – Dijo don Alfredo dándome una fuerte cachetada. Haremos una cosa. Te vas a desnudar muy lentamente empezando por la camisa. Ya sabemos que no llevas bragas ni sujetador Los tenemos aquí, así que vamos a verte las tetas.

  • Por favor....... Soy casada..... Mi marido y mi.......... Están fuera.....

  • Lo has oído perfectamente. Aceptas o pasamos a la otra opción? Ya sabes cual, la que no te gusta. – Dijo interrumpiéndome, sacando el tanga de la bolsa y tirándoselo a Goyo.

  • Estás muy sexy, Carmen. Esa minifalda sin medias, te sienta muy bien. Me la estás poniendo dura. Al tanga le daremos alguna utilidad. luego – Dijo extendiéndolo.

  • Venga, no te demores más. – Señaló Rafael.

  • Por favor.... Supliqué a sabiendas que cumplirían con sus amenazas sin consideraciones.

  • Tu marido y tu hijo están fuera y las persianas levantadas. No harás nada que no vean desde allí. – Expresó en tono autoritario don Alfredo señalándolos.

  • Tú? Cómo puedes entrar en esto? – Pregunté a Rafael indignada, observando como estaban sentados en los tres sofás.

  • Te han dicho que te quites la puta camisa. Despacio. Hazlo ya o.................

Giré la cabeza hacia donde estaban mi marido y Carlos que fijaban su mirada en mi. Me desabroché los botones de las mangas, intentando inútilmente ganar tiempo y seguí con los frontales, empezando desde el cuello. Cuando llevaba dos, me dijeron que me moviese un poco. Obedecí y continué hasta quedar completamente abierta. Don Alfredo se acercó por detrás y me la quitó. Mis pezones estaban tensos por los nervios.

  • No te tapes, coño¡¡¡ Queremos verte las tetas. Por eso no tienes ya camisa.

  • Joder¡¡¡ Qué melones¡¡¡ Habéis visto sus pezones. Los tiene de punta. – Dijo Goyo,

  • Tienes unas tetas cojonudas. – Observó Rafael, entre sus risas y mis lágrimas. – Muévete un poco.

  • Ahora quítate la falda. Carmen. Ya sabes, has de hacer todo, todo lo que te pidamos. – Espetó don Alfredo.

  • No me imaginaba este tanga. Es negro y pequeño. Mi novia usa culotes. – Señaló Iñaki mostrándolo de nuevo.

  • Sabéis que Iñaki hace fotos atrevidas a su novia y luego me las pasa? – Comentó Goyo ante el enrojecimiento de mi compañero, mostrándolas en su móvil al resto. – Tu hijo Carlos también las ha visto. – Dijo dirigiéndose a mi y señalándole.

  • Hemos bromeado en vuestra casa alguna vez si tenías una hija secreta porque sois clavadas Mira, me gusta como va depilada. Una fina línea en el coño y cortito. Como a mi me gusta. Ahora veremos como lo lleva la sufrida madre y esposa. – Dijo Rafael al ver las fotos comprometidas de Teresa.

No podía creer que aquello me estuviera pasando a mi. Tenía las manos cruzadas a la altura del estómago, dejando que vieran mis pechos. No me movía, por eso se levantó Rafael y se acercó a pellizcármelos. Intenté apartar sus manos pero Iñaki se acercó y me subió la falda por detrás, dándome un azote. Al intentar apartar su mano, fue el propio Rafael quien hizo lo mismo por delante, llegando a tocar mi sexo y a mostrarlo a los demás. Los empujé. Notaba como la sangre me subía a la cabeza. Al observar a mi familia vi que sus cabezas se mantenías agachadas, siendo consciente de lo que estaba pasando.

  • Quiero que me des esa falda. – Ordenó don Alfredo

Durante unos instantes negué con la cabeza sin obtener piedad alguna. Denigrada, desabroché el fino cinturón de cuero que la adornaba. Solté los dos corchetes y uno a uno quité los tres botones delanteros hasta que empezó a deslizarse sola, y el rectángulo negro de mi vello púbico quedó a la vista de los cinco hombres. La falda cayo sobre mis zapatos. Rafael me dio la mano mientras Iñaki la apartaba, satisfecho ahora, de haber compartido las fotos de su novia.

  • Es preciosa. Miradle el conejo. No sabía que estaba teñida – Dijo Rafael – Tiene el pelo más claro que Teresa y el coño más oscuro.

  • Rubia de bote, chocho morenote. – Bromeó Iñaki.

  • Esperad un momento. Voy a llamar a Jonás, mi asistente. Es peluquero en sus tiempos libres- Le mandaré subir. – Dijo mientras descolgaba el teléfono y empezaba a hablar. – T tú, sírvenos unas copas, así, en pelotas.

Todos rieron al conocer sus intenciones. Tocó mi cara y sus manos se deslizaron por todo mi cuerpo, centrándose en mis pechos, que mordió efusivamente y en el vello púbico. Don José se mantenía atento a lo que iba pasando, pero sin tocarme ni hacer comentarios. Los jóvenes y Rafael dijeron de hacerse una foto conmigo desnuda y con mis ropas en la mano. En una de ellas, agarró mi mano, mostrando mi anillo de casada, a sabiendas de tomar la propiedad de otro hombre mientras yo sólo acertaba a temblar y llorar. Serví las bebidas de forma torpe echando más hielo y licor en los propios vasos que tenían. Se fueron turnando con las fotos y justo al acabar llegó el asistente con lo que le habían pedido. Al verle intenté taparme.

  • No te tapes, está harto de ver a tías desnudas, además va a depilarte. – Ordenó mientras hacía ademán de abrir el sofá y hacerlo cama, algo que debía conocer bien.

  • Jonás, como ves tiene el coño recortado con una anchura de tres dedos. – Dijo marcándolo. Lo que queremos es que quede una fina línea, como en esta foto. Dime como quieres que se ponga para que la depiles. – Dijo mientras los demás movían la mesa en la que me había desnudado y abrieron la cama. Iñaki recogió mi ropa y la llevó a una silla

Extendieron mi camisa sobre el sofá ya abierto y me hicieron tumbar sobre ella, con varios cojines en la parte alta de la espalda y la cabeza. No lo harían con cera como estaba acostumbrada. El barbero iba con el instrumental para afeitar una barba. Navaja, una pequeña toalla, brocha y jabón en barra. Les pidió que abriese las piernas para no cortarme. Se colocaron detrás de mi Goyo y Rafael, dándome la mano, sin forzarme. Los dos superiores se colocaron junto a mis piernas mientras que permitieron a Iñaki que siguiera con su afición a las fotografías, permitiéndole filmar mi depilación. Empecé a notar como el agua tibia y el jabón en la brocha, cubrían mi vello. Después sentí el filo de la navaja y comencé a temblar. Agarré con fuerza las manos de Goyo y Rafael, que volvió a frotar mi anillo en señal de posesión, mientras que las otras manos acariciaban mispechos. Los dos superiores hacían lo propio con mis muslos. Noté el agua tibia sobre mi vagina, aterrada por un posible corte y humilla. En unos minutos había dejado mi sexo como le habían pedido. Antes de levantarse miró su obra y la comparó con la foto. Don Alfredo le dio las gracias por el servicio prestado con dos palmaditas en la espalda y la promesa de una futura gratificación económica.Me tocaron, centrándose ahora en la parte recién depilada y volvieron a fotografiarme. Rafael colocó mi espalda sobre su pecho e hizo que abriese las piernas mientras Iñaki usaba la cámara de su móvil.

  • No, por favor¡¡¡ Eso no. – Grité al ver que don Alfredo se arrodillaba e introducía el dedo en mi vagina – Pare, por favor. No hagas fotos, Iñaki, te lo suplico.

Después de usar el dedo a su antojo, lo sacó y me penetró. Mi compañero dejó de hacer fotos y aunque seguí suplicando igual sólo se oían los comentarios del viejo.

  • Dios, qué placer. No hay nada como follar a una mujer recién depilada.

Sólo fueron fueron unas embestidas porque enseguida me agarró del pelo hizo que me arrodillase. Me obligó caminar a cuatro patas, recorriendo el despacho ante las risas, pellizcos y azotes de todos los hombres. Otro tirón de pelo me hizo abrir la boca y la llevó hacia su miembro. Lo tenía erecto y se le notaba excitado. El vello que lo rodeaba casi me taponaba la nariz y me costaba respirar. Mantenía sujeta mi cabeza y la movía a su antojo. Se le escapaban hilos de semen a la vez que yo evitaba tragarlo. Escuchaba hablar al resto, pero en la distancia, sin saber qué decían, aunque sabía que era el centro de sus comentarios.

  • Venga puta¡¡¡ Trabájatelo. Estaba deseando que me comieras la polla¡¡¡ Voy a llenarte la boca de leche.

Su tono y su erección me hacían presagiar que no podría hacerse el gallito mucho más tiempo y que su clímax estaba muy cerca. Por mi boca sentí el momento que se produjo la explosión, cuando me sujetó la cara y dejó su verga dentro, rezumando esperma.

  • Vamos. Trágatela, toda, que tienes que alimentarte.

Tuve fuertes arcadas y aunque no quería, no pude evitar tragar gran parte. Caí al suelo y tosí con fuerza mientras eché todo lo que pude. Me entregaron la camisa para limpiarme los labios y la lengua. Rafael me indicó que pasara mi camisa por el suelo y quitase el semen del mandamás. Me limpié e hice lo propio con el suelo.. Esperé con la cabeza agachada, en posición fetal y con las rodillas flexionadas y cerradas. Fue en ese momento cuando Rafael me levantó, cogió mi camisa, limpió las gotas de semen que me habían quedado en la cara y me puso frente a mi jefe.

  • José. Es tu empleada y te ha traicionado. Venga, tócala un poco. Está buena la “jodía”. Además, se me ocurre una idea. Qué os parece si cogemos un rotulador y señalamos donde se ha corrido cada uno?

  • No, por favor. – Imploré a don José mientras nos mirábamos fijamente.

Rafael cogió un rotulador rojo y escribió bajo mi cuello y en mi mi muslo el nombre de Alfredo, con dos fechas apuntando a mi boca y vagina. Después agarró la mano de don José e hizo que la pasara por mi cuerpo. Tocó mis pechos y luego fue bajando hasta llegar a mi vagina. En ese momento Rafael le soltó y fue él quien masajeó mi sexo.

  • Carmen. Túmbate y abre las piernas. Quiero que José pueda tocarte el coño a su antojo. Abre las piernas, y José, moja el puro en su coño.

Me llevaron en volandas al sofá, quejosa y llorosa y me tumbaron. Entre Iñaki y Goyo separaron mis piernas y Rafael invitó a don José a tocar de nuevo mi sexo, abriendo mi vagina completamente. Mi jefe mojó el puro, intentando que se impregnase, y tocó mi clítoris. Me daban escalofríos. No olvidaba que estaba siendo forzada y humillada, pero tampoco podía evitar temblar ante sus tocamientos y noté como me humedecía. Era cuidadoso haciéndolo, como si me tuviera mucho cariño y estuviera obligado a no quedar mal ante sus amigos ya que la iniciativa correspondía a don Alfredo y a Rafael. Alguien echó mis brazos hacia atrás y comenzó a tocarme los pechos y los pezones. Al levantar la cabeza hacia atrás, vi la cara sonriente, de don Alfredo que con sus asquerosas manos tocando mi torso.

  • Creo que se está mojando. – Dijo don José satisfecho con el puro en la boca.

Siguió acariciando mi sexo, pero los demás lo comprobaron, pasando todos sus dedos, para dejar de nuevo que el gerifalte continuase. Su dedo se introducía en mi vagina, primero sólo la yema, pero poco a poco fue hundiéndolo hasta llevarlo hasta el fondo. Dejé de mirar como disfrutaban y giré la cabeza, intentando no ver ni sentir nada, aunque esto último quedaba fuera de mi control.

  • Mírate¡¡¡ – Ordenó Rafael, mientras levantaba mi cabeza para que pudiera ver mi cuerpo desnudo y manoseado.

  • Venga José. No quieres clavársela por el culo? Mira que ano más estrecho tiene. Te hará pasar un buen rato. – Añadió Rafael que entre todos era ayudado para darme la vuelta y colocarme de rodillas, dejando levantado mi trasero para el disfrute de mi jefe

  • Sí. Tienes que probarlo. Tiene un culo cojonudo para ser sodomizado. Carmen. Deberías abrirlo todo lo que puedas, así te dolerá menos. José tiene un pollón.

  • No por favor, por ahí no, nooooo¡¡¡¡

No hablaba, me limitaba a obedecer. Me sentía humillada y avergonzada. Mi marido y mi hijo veían lo que estaba pasando dentro. No sólo las persianas estaban levantadas si no que la puerta estaba abierta. Bruscamente Rafael llevó mis manos a mi trasero mientras mi cara quedaba apoyada en su pierna e hizo que separase los cachetes. No podía parar de llorar y escuchaba el ruido que hacía don José cuando se quitaba el cinturón y bajaba sus pantalones. Noté una mano en la parte baja de mi espalda y tan sólo pude pronunciar unas palabras en voz baja.

  • Noooo, no por favor¡¡¡ No lo haga, don José¡¡¡ No me haga esto¡¡¡¡ Por ahí, no¡¡¡¡

Su miembro se colocó en la entrada de mi ojete y sus manos se pusieron sobre las mías, haciendo que mis cachetes se separasen para facilitar la entrada. La sentí dentro. Me dolía, pero no era insoportable físicamente a pesar del tamaño, era mucho mayor el daño moral y la humillación. Mordía el cojín donde tenía depositada la cabeza y la giraba hacia el lado donde no estaban ninguno de mis captores. Mi jefe seguía disfrutando de mi ano notando la presión que ejercía sobre él. Podía no sólo escuchar los murmullos de los demás, y alguna frase suelta refiriéndose a distintas partes de mi cuerpo, si no también los jadeos del mandamás, que sabía estaba a punto de culminar dentro de mi recto. Cuando me dejó quedé tendida sobre la cama, mirando hacia abajo y mi llanto se hizo más sonoro si cabía mientras clavaba mis uñas en el cuero del sofá. Sentí como alguien tiraba la camisa sobre mi cuerpo. Yo continuaba inerte aunque consciente que aún no había acabado, y lo más preocupante, sin saber si cumplirían su palabra de dejarnos marchar.

  • Vamos Carmen. Límpiate el culo. No seas guarra. – Señaló Rafael.

  • Qué te hemos hecho mi familia y yo para que tengas que humillarnos así? Te hemos tratado como un amigo, has venido a casa muchas veces, has comido en nuestra mesa............. – Espeté entre sollozos y rabiosa.

  • Nada, traicionar a unos amigos y a mi, que te recomendé para el trabajo. Venga chavales, quien va ahora? – Expresó mientras en mi nalga izquierda marcaba el nombre de José y la flecha señalando mi ano.

Al girarme vi a Iñaki, completamente desnudo. Agaché la cabeza y seguí llorando. Rafael me levantó del sofá y dejó el sitio a mi compañero que se tumbó mirando hacia el techo. Comprobé el tamaño de su miembro, que al estar completamente depilado, daba la impresión de ser aún mayor.

  • Ven Carmen. Ponte encima de mi. Quiero follarte.

Un azote en el culo de Rafael hizo que con mis rodillas, subiese a la cama y abriese mis piernas hasta que nuestros sexos se encontraron. Me penetró y ordenó que me moviera. Lo hacía sin ganas, podían pedirme cualquier cosa salvo que estuviera activa sexualmente con mis verdudos. Iñaki tocaba mis pechos y noté como se hundía la cama. Alguien estaba detrás de mi. Era Goyo, el amigo de mi sobrino, que tenía la intención de penetrarme analmente también. Me empujó hacia adelante. Mis pezones rozaban el pecho de mi compañero hasta que sentí que mi recto se dilataba por el pene de Goyo.Estaba hecha un sándwich. Mi cara se pegaba a la de mi compañero, mis pechos al suyo, a sus manos y su boca.. Las manos de Goyo me acariciaban y sentía su mejilla junto a la mía.

  • Carmen. Hueles de puta madre¡¡¡ Me gusta tu perfume. – Exclamó Goyo.

  • Y a mi. Me excita mucho. Desprende un aroma a hembra que me la pone aún más dura. – Respondió Iñaki.

  • Esperad chicos. Tengo una idea. – Dijo Rafael.

Temía sus ocurrencias. Sabía que sólo iban destinadas a humillarme aún más. Pude escuchar como vaciaban el contenido de mi bolso sobre la mesa. A los pocos instantes se presentó con mi pequeño pulverizador. Agarró mi pelo y vertió todo el perfume por mi espalda y cogote , para después hacer lo mismo por delante, cara, garganta y pechos, hasta terminar por completo con el contenido del frasco. A los pocos instantes, toda la estancia se impregnó de mi olor. Lo supe de los comentarios de los que sólo miraban y la de los jóvenes que intercambiaban frases fuertes y mostraban el aumento de su deseo ante mi olor corporal.

Notaba mi vagina completamente abierta por el tamaño del pene de Iñaki. Su respiración me decía que estaría a punto de llegar al orgasmo, y no deseaba que lo hiciera dentro. Hasta no hacía mucho le había tenido un cariño prácticamente fraternal. Las manos de los dos jóvenes se cruzaban pero fue cuando tocaba mis muslos primero y después agarrando mi cabeza y besando mis labios con pasión, cuando supe que iba a eyacular dentro de mi.

  • No por favor¡¡¡¡ No lo hagas, aparta, Goyo. Por diossss, dentro no. – Grité llorando.

No sirvió de nada, incluso Goyo se apretó más hacia mi y el chorro de semen llenó mi vagina. Notaba como rezumaba y caían gotas hacia el cuerpo de Iñaki. Goyo siguió embistiéndome durante un minuto más, pero al ver que su amigo había terminado y se apartó de mi. Me levantaron para liberar a Iñaki, que se incorporó y comenzó a vestirse. Yo fui por la camisa para limpiarme, pero me la denegaron.

  • Joder, Iñaki. Qué pronto te has corrido. Mi intención era hacerlo compartiéndola con alguien.

  • A mi también me apetece que lo haga conmigo y con otro a la vez. Pero tengo una idea. Por qué no invitamos a pasar a su marido y a su hijo? Total, les vamos a perdonar la vida, no? Dentro de unas horas estarán en un avión camino de España. – Explicó Rafael mientras escribía en mi abdomen el nombre de Iñaki con una flecha hacia mi sexo y el de Goyo en mi nalga derecha con la fecha apuntando a mi ano.

  • Que pase sólo su hijo. Tengo un trabajito para él. El marido que lo siga viendo desde fuera.

La última parte me había parecido lo menos malo de la noche. Hablaban de ponernos en libertad, pero que mi hijo tuviera que presenciar como tenían sexo con su madre era humillante. Sabía como se sentiría Carlos. A mi marido le gustaba presumir de mujer, pero era muy posesivo y había podido ver todo a través de la cristalera. No obstante, sabía que debíamos obedecer. Rafael se dirigió fuera y ordenó a los guardias que entrase mi hijo. Le sentaron en una silla. Me entregaron la camisa, cuyos chorretones blancos invadían el negro original.. Al verme, vi que el semen de Iñaki caía entre mis piernas. Nunca olvidaré la miradas de mi hijo.

  • Mira Carlos. Como habrás podido ver desde fuera, nos hemos follado a tu madre, que como no la verás como mujer te diré que es muy apetecible sexualmente. Mira los nombres y el lugar. Boca, culo y coño. – Señaló don Alfredo a la vez que señalaba cada una de las partes de mi cuerpo. ¡Ahora vas a contemplar como se lo hace con Goyo y conmigo. Goyo le ha dado por el culo, pero no ha llegado a correrse. Tienes una madre cojonuda – Terminó mostrando el anillo de casada en mi dedo. Te vamos a desatar y vas a grabar todo esto con el teléfono. Antes de nada, ponte la faldita y te la subes. Que se te siga viendo el coño. Y ahora vas a agarrar las dos pollas, la de Goyo y la mía, vas a empezar a chuparla por turnos, por propia iniciativa hasta que nos corramos.

Carlos sollozaba y me miró. Asentí dándole el consentimiento para que hiciera el vídeo que le habían pedido. No había elección. Me colocaron frente a mi hijo, mientras que ellos se situaron a los lados.. Ya me daba todo igual. Me hicieron ponerme de rodillas y mi boca se dirigió al sexo de cada uno de los hombres. Comencé a succionarlos, iba de un miembro a otro mientras llevaban mis manos a sus testículos como me indicaban. Alguien se situó detrás de mi. Separó mis piernas y por su reloj supe que era Iñaki. Comenzó a tocar mi sexo desde abajo,subiendo el bajo de la falda hasta casi el ombligo y metiendo su dedo dentro. Tanto Goyo como Rafael estaban muy calientes. Aún así, me iban moviendo la cabeza y llevaban mi boca a su antojo, intentando a veces a enfriar la situación y poder aguantar un poco más sin terminar.

  • Estás a punto de salvarlos a todos .Piensa en tus hijos, que dependen de ti. Vamos a hacerte un sandwich como antes. Goyo, quieres coño o culo?. – Dijo Rafael muy excitado.

  • Venga Rafael, te dejo el culo a ti, yo me pondré debajo, como hizo Iñaki – Respondió Goyo. – Pero que siga con la falda puesta, me pone mucho. Vamos al sofá.

Miré a Carlos de manera borrosa por las lágrimas que seguía con el móvil en la mano y a Cecilio, al otro lado de la cristalera mientras me llevaban de nuevo al sofá. Quien se iba a poner abajo, en este caso Goyo, se tumbó primero. Después me coloqué encima mientras que él sujetaba su pene y lo apuntaba a mi vagina. Agarró mis caderas y me sentí de nuevo penetrada. Sus manos de dirigieron después a mi cabeza para mantenerla erguida mientras comenzaba a morder mis pechos que se balanceaban sobre su boca. Volví a sentir como se acercaban por detrás sin tener dudas que era Rafael y una vez más un miembro masculino atravesó mi ano.

  • Carmen. Jamás pensé en que te follaría. Jamás imaginé que participaríamos en una orgía juntos. No voy a volverte más, pero no te olvidaré. Creo que ninguno olvidaremos esto.

Rafael se excitaba mirando como el amigo de mi hijo me penetraba y jugaba con mis pechos y movía mi cabeza y mi cuerpo para que pudiera disfrutarlos mejor. Yo intentaba esquivarle lo que provocaba que me moviese aún más para el placer de ambos.

  • Cuánto te queda, Rafa? Estoy a punto de correrme. Me va a pasar lo que a Iñaki. Esta tía me pone a mil.

  • Estoy a punto, un minuto y lo hacemos a la vez.

Si fue un minuto, éste me pareció eterno. Gritaban el ritmo que llevaban sobre mi cuerpo mientras me insultaban e insultaban a mi marido en hijo. Los dos aumentaron el ritmo y noté su excitación. Goyo no aguantó más y llevó mi boca hacia la suya, metiendo la lengua hasta mi garganta. A la vez, noté como el semen de ambos se vertía dentro de mi cuerpo, quedando Rafael extasiado y encima de mi y yo apretando mis pechos contra el torso de Goyo y mis lágrimas cayendo sobre su hombro.

  • Bien Carmen. Has cumplido con tu parte y nosotros cumpliremos con la nuestra. Recogeréis a vuestro hijo pequeño a la salida. Subiréis a un avión y volaréis a España. Espero que no se os ocurra volver, ni contar lo que ha pasado aquí. Las fotos que tenemos originarían muchas dudas sobre lo sucedido Tengo que deciros que dos cámaras han filmado todo, además de la última grabación de tu hijo, sobre lo que ha pasado aquí esta noche, y de las películas se pueden sacar fotos, ya me entiendes. No ha habido violencia, te has entregado a nosotros voluntariamente, además, has entrado sin bragas y sujetador con la intención de seducirnos– Dijo don Alfredo mirándome con aire de superioridad – Queréis o deseáis algo más de ella? – Preguntó a los demás.

  • Unas últimas fotos estarían bien, no? – Contestó Goyo. – No la volveremos a ver.

  • Bien, que cada uno elija como quiere esa foto, Empezaré yo. Quiero una con ella, los dos de pie, que se le vea todo. Que no se quite la falda, pero que se la levante. Carlos, tú hazlas con el teléfono de Goyo y que Iñaki las haga con el suyo. Espero que tanto el vídeo anterior como las fotos de ahora sean de calidad o pagaréis todos las consecuencias.

Cuando me levantaron me temblaban las piernas, apenas podía sostenerme en pie y me sentía mareada. Iñaki fue el encargado de hacer las fotos usando su móvil. Don Alfredo se situó a mi lado y me hizo varias en las que en algunas me pellizcaba o mordía los pechos a la vez que situaba su mano en mi vagina. Después hizo lo propio don José, que se tomó una foto similar, haciendo que sujetase mi falda subida y que se viera mi sexo mientras besaba mi mejilla

  • Yo quiero una foto en la que aparezca con la camisa, pero completamente abierta. Sin falda ahora – Dijo Rafael mientras me daba la camisa con cuidado de no tocar ninguna parte manchada. – Ahora sin nada.... Ahora ella delante y yo detrás mientras le toco las tetas y el coño.

  • Me toca a mi. – Interrumpió Goyo. – La quiero con el tanga, pero desplazado para que se le vea el coño. Con falda y sin falda.

Me la hice con la falda subida, sujetándola y después me la quité para compacerle. Por último sacó mi tanga y y lo dejó colgando sobre mi pezón derecho. Iñaki le pasó el teléfono a Goyo. Su foto sería con mi tanga en su mano y como no, con la minifalda que tanto le gustaba pero sentados en el suelo y con las piernas abiertas. Otra de pie, desnuda, y otra situada delante de ellos. Por fin habían dado por finalizado el espectáculo. Fui a coger la ropa que se habían quedado durante el registro.

  • Espera – Interrumpió Rafael. – Vamos a hacernos unas fotos todos juntos contigo.

Cada uno tomó una prenda y la mostró en su mano. Goyo con mi falda, Iñaki el tanga, Rafael con mi camisa, don Alfredo con la camiseta y mi jefe directo con mi sujetador. Con las otras manos aprovechaban a tocarme por todos lados. Carlos devolvió el teléfono a Goyo y todos comprobaron que las hacía hecho tal y como deseaban.

  • Ahora si hemos terminado. Sólo una cosa más. Creo que a Goyo le gusta tu faldita y a Iñaki tu tanga y respecto al resto de ropa, dala por perdida. Toma el foulard, la camisa y los zapatos. Con eso y con la cazadora no irás desnuda.

  • Pero... Cabrones. Queréis que vaya desnuda? Tengo que subirme a un avión de pasajeros.

  • Os dejarán en el aeropuerto. Tal vez allí le des pena y te den algo de ropa. Respondió don Alfredo guiñando un ojo como si supiera lo que podía pasar allí.

Me puse el foulard a modo de falda, la camisa manchada y salimos todos del despacho. Soltaron a mi marido también. Los dos guardias nos acompañaron. En el patio había dos coches y otros dos guardias más. Subieron a Carlos y a Cecilio en uno. En el otro esperaba mi hijo pequeño en el asiento delantero y subí atrás con los dos guardias. Los dos coches se pusieron en marcha.

  • Leandro, quiero que mires hacia adelante y no gires la cabeza. Queda claro? – Dijo el mayor de los guardias en voz alta, mientras que mi hijo asentía. – Ahora te vas a desabrochar la cazadora y nos vas a hacer una paja si no quieres que haya daños, ya me entiendes. – Susurró.

Quería terminar con aquello lo antes posible. Me desabrocharon la camisa y levantaron el foulard para tocarme. El conductor movió el espejo para mirarme. Las manos recorrían mi cuerpo.

  • Nos has puesto muy cachondos en el despacho de don José, pero ya sabes. Ellos sólo nos ceden las migajas pero con una paja nos conformaremos. – Volvió a susurrarme al oído.

Agarré sus miembros. Los dos a la vez, viniendo a mi mente lo que había hecho a Goyo e Iñaki. Estaban muy excitados aunque tardaron en tener sus orgasmos, a pesar que me tocaban continuamente. Ya se veían las luces del aeropuerto cuando terminaron. Me dieron unas toallitas de papel y pocos minutos después llegamos. Nos llevaron por varios pasillos en los que los cuatro agentes se identificaban y se abrían las puertas hasta llegar a dos policías que custodiaban aquella entrada no transitada, supongo que sólo personalidades importantes y asuntos oscuros como el nuestro.

Pasaron uno a uno el control de objetos metálicos hasta llegar a mi. Empezó a pitar mientras que se llevaban al resto de mi familia a pesar de las protestas de mi marido y mi hijos. Vi como Fermín guiñaba el ojo a uno de los vigilantes del aeropuerto mientras volvía a sonar el pitido.

  • Señora. Tenemos que registrarla. – Dijo en tono sonriente

Supe lo que pretendían. Me llevaron a un cuarto. Me hicieron levantar las manos y empezaron a tocarme. Uno de ellos abrió mi foulard quedando mi sexo al descubierto, mientras que el otro desabrochaba los botones de mi camisa. Me dejaron de nuevo desnuda. Pasaron sus manos por mi cuerpo, durante unos instantes. Los dos policías se desnudaron de cintura para abajo. Me hicieron poner a cuatro patas y mientras uno me penetró vaginalmente por detrás el otro me obligó a realizarle una felación. Los dos llenaron mi cuerpo de semen. Me dieron un rollo de papel para limpiarme.

  • Estos cabrones se han vuelto a quedar con la ropa de la mujer. Mira a ver si hay algo para ella en el cuarto de las maletas extraviadas. – Dijo uno de los policías a su compañero, entre risas y condescendencia.

A los pocos instantes vino con un vestido que me quedaba un poco holgado, pero era mejor eso que ir con el foulard. Me recompuse como pude, me entregaron la cazadora y me dirigí a una sala donde un policía custodiaba a mi familia. Una hora después estábamos volando a España.