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Noche especial con mi sobrino

en Amor filial

Años atrás, Andrés, mi marido y yo decidimos construir un hotel con encanto en un lugar precioso, en un entorno natural. Decoramos las habitaciones con todo lujo de detalles y destinadas a que las parejas pudieran pasar un fin de semana inolvidable rodeado de zonas verdes y naturaleza.

 

Situado en la montaña, no estaba cerca de ninguna estación de esquí, así que en invierno cerrábamos y hacíamos las labores de mantenimiento necesarias para el resto de la temporada, además de tomarnos nuestras vacaciones. Las frecuentes nevadas hacían que el acceso desde el pueblo quedase cortado a menudo, y en ocasiones nos quedábamos aislados varios días.

 

En el hotel trabajábamos de manera continua, mi marido, el responsable de mantenimiento que se llamaba Gervás y yo. El aspecto de Gervás era muy característico, ya que su cara era dominaba por un enorme mostacho, que sobrepasaba ampliamente sus labios por ambos lados. Mi sobrino Gabi, que acababa de terminar un módulo de electricidad, nos pidió formar parte de la plantilla, ya que le gustaba tanto los trabajos de reparación, como vivir en un lugar idílico en medio de la naturaleza. Durante la temporada teníamos contratados personal para el restaurante, bar, recepción y limpieza de habitaciones.

 

Mi marido estuvo encantado con la idea de la incorporación de mi sobrino, ya que su ayudante, Gervás, estaba a punto de jubilarse y necesitaría alguien de confianza para el mantenimiento. Además, se llevaba muy bien con Gabi, a quien, casi como yo, consideraba como el hijo que no habíamos tenido. Desgraciadamente a mi marido le detectaron una enfermedad repentina y en poco más de dos meses nos dejó para siempre. Así fue como me quedé viuda, hace dos años, con tan sólo 43 años.

 

Gabi era hijo de mi único hermano. Un chico alto, de veintidós años, fibroso y atractivo. De hecho, observaba a veces como alguna huésped, a pesar de ir acompañada, solicitaba que fuera él quien fuera a revisar cualquier tontería de la habitación. Nosotros no habíamos tenido hijos, por lo que me sentí muy sola e incluso tuve que tratarme de la depresión que me produjo su muerte. A los pocos meses, Gervás me comunicó que se jubilaría una vez terminada la temporada, y aunque le intenté convencer para que permaneciese un año más trabajando para mi, y dejar a mi sobrino completamente preparado para desarrollar su puesto, no fui capaz de rebatir sus deseos de irse a vivir a la ciudad, donde se encontraban sus hijos y nietos. Dudé en continuar con el hotel. Pensé en venderlo y crear otro negocio que no implicara tanto movimiento de personal y tanta responsabilidad en la gestión. Así, los dos últimos meses, mi sobrino fue el encargado de mantenimiento, con resultados más que satisfactorios.

 

El primer invierno después de enviudar, decidí irme de vacaciones con mi amiga Sole a una playa caribeña, más que nada, por hacer caso a todos los que me recomendaban salir. Habitualmente, me iba con Andrés a Canarias en la época invernal, pero hacerlo e ir sin él, en otro plan, no fue la experiencia que necesitaba, ya que mi amiga, divorciada años atrás, sólo pensaba en conocer hombres y divertirse, algo para lo que yo, aún no estaba preparada.

 

La temporada siguiente fue un éxito, y la labor de Gabi excelente. A nivel laboral, hizo olvidar enseguida a Gervás. Cuando llegó a su fin, hablamos que haríamos el mantenimiento, pasaríamos las fiestas y tendríamos unas merecidas vacaciones. Esto último, era lo que menos me apetecía y tener cerrado el hotel, me suponía demasiado tiempo libre aunque siempre tuviéramos cosas que hacer. Gabi me pasó una relación de reparaciones que debíamos realizar. Algunas eran complicadas, por lo que le dije que contratase a quien hiciera falta y que tomara la iniciativa en el mantenimiento. Me sentía cómoda con mi sobrino. Desde que Gervás se había marchado todo había seguido igual, incluso mejor, ya que las reparaciones se realizaban con mayor celeridad. Todo marchaba perfectamente.

 

Vivíamos en una casa a unos cien metros del hotel existente cuando compramos el terreno. Era la antigua granja de los dueños y que reformamos. Añadimos también otra casa más modesta, con varias habitaciones en lo que habían sido los establos, donde habitaban Gabi, Gervás en su momento, y algún empleado a quien prestábamos alguna habitación cuando era necesario. No obstante, cuando el hotel estaba cerrado, nos alojábamos en él, así nos evitábamos el frío de salir y entrar.

 

Siempre había elegido en esas fechas la mejor suite, que tenía una pequeña estancia con salón y cocina americana, así como un precioso spa. El año anterior decidí irme a una habitación más modesta, pero este año me sentía más animada, y aunque me recordara momentos inolvidables que había pasado con Andrés, seguía siendo mi habitación preferida. Mi sobrino se quedó con la habitación contigua, de tal manera, que si había algún problema estaríamos cerca.

 

Salvo los primeros días en que pintamos y limpiamos, y a pesar de contratar a personal que nos ayudó, que trabajamos mucho. Una vez terminado nos relajamos, y prácticamente nos pasábamos el día hablando y contándonos cosas. Aquello hizo que tomásemos mucha confianza, y frecuentemente nos reíamos contándonos alguna anécdota que habían sucedido con clientes del hotel a lo largo de los años.

 

La broma preferida de Gabi, era imitar a su antecesor, Gervás, y aprovechaba cualquier utensilio que tuviera a mano, como una servilleta, papel o un lápiz para imitar su gran bigote, lo que siempre me me arrancaba una sonrisa.

 

Decidimos que estaríamos un par de días más en el hotel, y después nos marcharíamos a pasar las navidades con la familia y nos tomaríamos unas vacaciones. Yo, aún no había decidido donde ir, y aunque estaba abierta a sugerencias, ninguna de las opciones que barajaba, me convencían.

 

Hablé con Gabi. Había pensado hacer una buena cena. Teníamos aún platos exquisitos en el congelador, y nos podíamos dar un pequeño festín. Le pareció estupendo, y decidí celebrarla el día siguiente en mi suite, donde teníamos todas las comodidades.

 

Por la mañana me levanté con frío y supe que la calefacción no funcionaba. Llamé a mi sobrino y ambos nos dirigimos a la sala de calderas. Hacía mucho calor y enseguida dio con la avería. La caldera funcionaba, pero debía cambiar una válvula que se había quedado atascada. Teníamos piezas y comenzó a arreglarla. Con el calor y el esfuerzo, comenzó a sudar. Se quitó la parte de arriba de la ropa. Su cuerpo era perfecto, se le notaban los esfuerzos que hacía en el gimnasio. El resultado es que me sentí muy turbada al ver su musculoso cuerpo, brillante por el calor.

 

Preparé la cena en la cocina del hotel, puse el horno, para que más o menos, todo estuviese listo para la hora que habíamos decidido. Estaba nerviosa, no sabía el motivo, o quizá no quería saberlo. El caso, es que dudé en qué ropa ponerme, eso podía ser más o menos normal en mi, pero no que me probase varios conjuntos de ropa interior.

 

  • Por dios¡¡¡ – Pensé. – Estoy loca. Voy a cenar con mi sobrino, no es una cita.

 

Todo me lo decía a mi misma, pero en cuando mi mente se relajaba volvía a pensar en estar lo más guapa posible para mi cita. Al final, decidí ponerme un sujetador negro, con bastante escote, con entalles y semitransparente y una braga brasileña, con poca anchura en la cadera, casi más parecido a un tanga, que hacía juego con el sostén. Me decidí por una camisa blanca con rayas verticales, y

una falda, no excesivamente corta, hasta la rodilla, estampada en blanco y negro.

 

Iba a llegar la hora. Dudé hasta el último momento en si ponerme o no, medias. En realidad no hacía frío, ya que tenía la calefacción de la habitación muy alta. Preparé los entrantes, y me encargué que hubiera suficiente bebida para toda la velada, varias botellas de vino y licores.

 

Gabi llamó a la puerta de mi habitación a la hora que habíamos decidido. Serví dos copas de vino para entrar en calor y hacer un poco de tiempo.

 

  • Estás muy guapa, Sandra.

  • Tía Sandra. – Respondí riendo

 

Mi sobrino solía llamarme de varias formas. Tía, tita o Sandra. En realidad me sentía tan cohibida que necesitaba hacer bromas sobre cualquier cosa, y sobre todo, que el vino hiciera efecto lo antes posible.

 

  • Te has afeitado¡¡¡ – Dije señalando a su cara.

  • Sí, “tía Sandra”. Lo he hecho. Tenía una cita esta noche. – Respondió insinuándose.

 

 

Gabi era fibroso, delgado, ojos verdes, algo que había sacado de nuestra familia y solía llevar barba de varios días, pero esa noche iba perfectamente maqueado. Le invité a sentarse y comenzamos a dar buena cuenta de los entrantes, siempre regados por el vino que acompañaba a cada bocado.

 

Cuando nos dimos por satisfechos, puse el plato fuerte sobre la mesa. Un asado que se había ido haciendo lentamente durante la tarde en el horno de la cocina. Pedí a Gabi que abriese otra botella de vino, era el mejor que teníamos en nuestra bodega y que tenía gran éxito entre nuestros clientes.

 

Notaba como me iba animando. Sin duda me iba desinhibiendo gracias al alcohol. Tenía más confianza en mi misma y notaba como ahora las palabras fluían solas. Así, casi sin darme cuenta, fuimos dando buena cuenta de la cena. Recogí los platos y saqué una tarta de queso, que sabía que era la preferida de Gabi.

 

  • Esto si es una sorpresa. Has hecho mi tarta preferida. Qué pena que seas mi tía y que tengas 20 años más que yo. Si no, me casaría contigo. – Dijo bromeando.

  • No digas tonterías, Gabi. – Espeté ruborizada e intentando desviar la conversación, aunque en realidad me sentía enormemente halagada.

 

Decidí abrir la nevera y sacar una botella de orujo. Serví el contenido en dos vasos largos con hielo. Después de beberlo, volví a rellenarlos. En esos momentos me sentía contenta, totalmente libre y con ganas de hacer alguna locura.

 

Había iluminado el jacuzzi, para ambientar la habitación mientras cenábamos. Además, la alta temperatura del agua producía una sensación cálida de humedad que relajaba el ambiente. Gabi se levantó con su vaso, lo miró y tocó el agua.

 

  • Está calentita. Sabes? Nunca me he bañando en un jacuzzi¡¡¡

  • Nunca te has metido en un jacuzzi? Me lo estás diciendo en serio? – Pregunté extrañada y sonriente.

  • Jamás. A veces, cuando se ha quedado algún día libre la suite, lo he pensado, pero nunca lo hice.

 

No recuerdo como me sentía en esos momentos, ni tampoco como se me ocurrió proponer aquello. Sólo que me sentía desinhibida, y quería disfrutar del momento. Por eso dije lo que dije, y di un paso más, consciente de atravesar una línea prohibida.

 

  • Démonos un baño¡¡¡ Quieres?

  • Pero Sandra......... – Contestó pensativo. – Vale. Voy a mi habitación y me pongo el bañador.

  • Gabi, estamos solos, no llevas slip? Con los calzoncillos estarás igual de bien. Yo me bañaré en bragas y sujetador si te parece.

 

Vi como la cara de mi sobrino enrojeció ligeramente. No le di importancia, saqué dos toallas y le entregué una. Se desnudó enseguida, sin embargo yo me entretuve, haciéndolo lentamente, como si de un streptease se tratase y tratando que viese como lo hacía. Me quité la camisa primero. Sentía vergüenza, pero intentaba disimularla lo mejor que podía, incluso, de vez en cuando me giraba para que Gabi pudiera verme. Después bajé mi falda. Era elástica y lo hice sin ningún esfuerzo. Me puse frente a él, sonreí y bajé las escaleras para entrar dentro del agua caliente. La sensación fue agradable, aunque con el calor, noté que me subía un poco más el alcohol, por lo que me apoyé a una de las paredes y miré fijamente a mi sobrino, que seguía de pie, pero sin entrar al jacuzzi, hasta que le animé.

 

Por fin entró y se colocó justo enfrente de mi. El jacuzzi era bastante grande. Era cuadrado, de casi tres metros por cada lado y lo ofrecíamos como la estrella del hotel, para clientes exclusivos. Por eso, desde siempre, cuando lo cerrábamos al público, Andrés y yo nos instalábamos allí.

 

Notaba como me miraba. Tal vez había pasado antes, pero fue en aquel momento cuando vi que me contemplaba como mujer, no como a su tía. Aquello me hizo sentir atractiva, saber que atraía sexualmente a un joven y me hizo envalentonarme. El alcohol y la atracción que sentía por mi sobrino actuaban en el mismo sentido.

 

En el agua, mis pechos se movían libremente. Flotaban por el sujetador, que no estaba preparado para ser usado como biquini. Gabi los miraba fijamente. Sabía que se transparentaba, y más con el agua, aún así fui un poco más lejos.

 

  • Qué estás mirando? – Pregunté en tono burlón, con la única intención de provocarle. – Estás mirando mis tetas?

  • La verdad es que en el agua parecen más grandes. – Contestó sin titubeos a pesar de su timidez.

  • Cómo que en el agua son más grandes? Será lo contrario, no? Cuando voy vestida parecerán más pequeñas. – Respondí enfadada.

  • Bueno, eso quería decir. Que parecían más pequeños antes. – Se excusó apesadumbrado y temeroso de haberme podido ofender.

  • Gabi. Estoy bromeando. Dime una cosa, te gustan?

  • Lo que se ve, me encanta. Pero estarías mejor sin él. – Respondió descaradamente.

 

Aquella pregunta tan directa me desarmó por completo. Hablar de mis pechos sin tapujos, estando tan sólo con un sujetador que se transparentaba por completo, me turbaba. Sin embargo, no perdí la compostura. Supe que estaba ligando conmigo, y a me gustaba ser cortejada. Se produjo un largo silencio, en el que no paraba de mirarme aunque tampoco se acercaba.

 

  • Me voy a quitar el sujetador. Pero tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie, sobre todo a tus padres. Tu madre no me aprecia mucho, como para que además piense que voy seduciendo a su hijo.

  • Y lo haces? Seduces a su hijo? – Preguntó riendo.

 

Tuvo una sonrisa por respuesta. Yo misma quedé sorprendida con mi reacción pero no podía dejar pasar la oportunidad. Sabía que estaba traspasando todas las líneas rojas. En realidad era lo que quería. Me miró con sorpresa, supongo que hasta yo estaba sorprendida. Me quité el sujetador con prisas, como si yo misma me viese incapaz de hacerlo lentamente como cuando me quité la ropa para entrar en el jacuzzi y temiendo que pudiera arrepentirme.

 

Quedaron mis pechos al descubierto. Los tapé instintivamente durante unos segundos, pero enseguida me relajé, quedando mirándole fijamente.

 

Gabi se acercó. Sentí un escalofrío cuando me agarró primero una mano y después las dos. Jugó en el agua con ellas y nuestros ojos quedaron clavados. Lentamente, nuestras bocas se juntaron. Primeros unos picos pequeños y después muy apasionados. Tocó mis pechos y yo fui hacia su bóxer acariciando primero por fuera y después por dentro, su miembro, que se encontraba totalmente erecto. Las soltó y llevó sus manos a los pezones. Noté como me excitaba y se ponían erectos. Me gustaba sentirme así después de tanto tiempo.

 

  • Salimos del agua y nos vamos a la cama? – Propuse.

  • Vamos.....

 

Al salir, nos secamos muy por encima. A pesar del calor de la habitación me sentí helada al cambio de temperatura y por la falta de ropa. Me puse la toalla y me tumbé. Gabi tan sólo se secó y directamente se quitó su bóxer, completamente mojado y lo tiró al suelo.

 

  • Estoy helada.

  • Yo te calentaré.

 

Se colocó encima de mi y empezó a besarme. Estaba temblorosa, no podría decir si era por el frío, por los nervios y excitación, o por una mezcla de ambas.

 

Nos besábamos apasionadamente. Acariciaba y mordía. mis pechos mientras yo sentía su miembro completamente erecto a través de mi tanga mojado.

 

  • Voy a quitarte el tanga. Lo tienes empapado.

 

Estaba segura de lo que hacía, a pesar de saber que no era lo correcto. Levanté mi trasero y flexioné las rodillas para que procediera a dejarme completamente desnuda. Miró mi sexo.

 

  • Tienes el coño negro. Pensé que eras rubia natural.

  • Llevo siendo rubia desde que tenías dos años. Era rubia de pequeña, pero luego se oscureció mi pelo y hace muchos años, decidí volver a ser rubia. Tu padre también lo era de peq.......

 

No siguió la conversación y siguió besándome. Su boca se desplazó desde la mía, mis pechos, hasta llegar a mi vagina. Separé las piernas y dejé que su lengua se perdiera en mi sexo.

 

Recordé aquellas sensaciones olvidadas, cuando mi marido me hacía un cunilingus y como lo disfrutábamos. Si a mi me gustaba recibirlo, a él le encantaba hacérmelo. Sexualmente éramos la pareja perfecta.

 

Fui relajándome mentalmente y sólo quería disfrutar de una noche de sexo, aunque el hombre con quien estaba fuese mi sobrino. Empecé a sentir mucho placer, a agitar mi respiración hasta el punto de hablarle como un perra.

 

  • Sigue cariño, sigue así. No pares.

 

Agarraba las sábanas con fuerza sin cerrar mis piernas. Notaba como mi humedad se mezclaba con la saliva de Gabi. Iba a estallar, no podía aguantar más, hasta que agarré su cabeza y la pegué en mi vagina. Me había masturbado alguna vez, pocas, desde que falleció mi marido, pero nunca había sido un orgasmo tan fuerte.

 

  • Sabes una cosa? Eres el primer hombre con quien estoy desde que murió Andrés.

  • Yo pensaba que el año pasado, cuando te fuiste con tu amiga a Canarias. Hablabais mucho de los hombres y lo que ligasteis allí.

  • Ella si tuvo un par de noches locas. Yo pude estar con algún hombre, pero no me apetecía. Aún tenía muy reciente lo de Andrés.

     

Estuvimos hablando durante unos minutos de cosas intrascendentes hasta que de nuevo llevó sus labios a los mío. Él aún no había tenido su ración por lo que le dije que se quedase como estaba, tumbado, y acerqué mi boca a su miembro.

 

Apenas pasé la lengua por su glande volvió su excitación. Estaba como se dice vulgarmente “palote”. Lo introduje en mi boca. Lo llevaba hasta dentro. Era ligeramente mayor que la de mi marido pero sobre todo, de mayor diámetro. Lo succionaba, lo masajeaba, lo acariciaba y sobre todo, notaba como le gustaba cuando cerraba mis labios con fuerza y lo masturbaba con ellos.

 

Estaba de rodillas, situada entre sus piernas. Podía verle la cara si levantaba mis ojos, aunque me centraba ahora en darle placer y en volver a excitarme yo. Noté como se movía, como agitaba su respiración y mi duda fue si debería permitirle hacerlo dentro de mi boca. A mi marido le gustaba y pensé en hacerlo.

 

  • Sandra, voy a correrme.

 

Hice caso omiso a su advertencia, no articulé palabra y seguí igual, incluso cerré mis labios todo lo que pude hasta que su semen se vertió en mi boca. Era mucho, más de lo que había estado acostumbrada durante tantos años y permití que las últimas sapilcaduras terminaran en mi cara.

 

Le miré sonriendo y me levanté para irme al baño a limpiarme. Me lavé la cara y enjuagué la boca. No tardé mucho y al cabo de dos minutos volví a la cama y abracé a mi amante. Me acurruqué sobre su pecho y nos volvimos a besar.

 

  • Qué tal lo he hecho? – Pregunté.

  • Eres magnífica¡¡¡¡

 

Volvimos a hablar de cosas intrascendentes y fue cuando se me ocurrió una idea y se la conté sin pensar más.

 

  • Gabi. Qué te parecería que nos fuésemos juntos de vacaciones?

 

Su cara palideció de entrada y temí un rechazo. Procuré suavizar la situación y le expliqué mi idea.

 

  • Sería irnos a Canarias. No te preocupes por el tema económico. Yo te invito. La temporada fue bien y qué menos que tener un detalle contigo. Podemos coger dos habitaciones......... – Me besó, pero hizo caso omiso a mi propuesta y no me ofreció ninguna respuesta. Intenté no darle ninguna importancia y me dejé llevar.

 

Volví a acariciar su miembro. Él hizo lo propio conmigo. Nos tocamos mutuamente y volvió a colocarse sobre mi. Era evidente la edad y su potencia sexual, ya que volvía a estar dispuesto para tener sexo.

 

Seguimos besándonos. Mordía mis pechos y nuestras bocas y lenguas se mezclaban. Yo continuaba muy mojada y él muy excitado de nuevo, por eso, al llevar su miembro cerca de mi vagina se volvió a insertar sin ninguna dificultad.

 

Le agarré con fuerza y subí mis piernas llegando a cruzarlas por su espalda. Estábamos entregados el uno al otro. Volvía a estar muy excitada pero Gabi se paró.

 

  • Date la vuelta tita.

 

Lo hice, y su dedo llegó a mi ano. Su lengua también. Me acarició y llevó su dedo hacia dentro de mi ano. Aunque nunca me gustó el sexo anal, aquella situación me pareció agradable.

 

  • Voy a penetrarte.

  • Por detrás no. – Le dije con voz autoritaria

  • No. No lo haré anal. Pero quiero que te pongas a cuatro patas. Te gusta así?

  • Me gusta de todas las formas. – Respondí con voz melosa.

 

Me situé como me había dicho y él se colocó detrás de mi. Noté como su miembro pasaba por mi trasero hasta llevarlo a la entrada de mi vagina.ñ Separé las piernas ligeramente para permitir su penetración. De nuevo volví a sentirla dentro. Me tenía sujeta por las caderas y comenzó a moverme al ritmo que deseaba. Me atraía y separaba, a tenor de sus deseos. Volvía a excitarme. Parecía que me había espiado y conocer lo que me gustaba y como. Era suave pero intenso, como un buen café.

 

Mis manos se apoyaban en las sábanas, pero el placer que me producía hizo que se vencieran y cayera sobre ella, apoyando los pechos sobre las sábanas. Sólo sabía gemir. Mi cuerpo se estremecía. Gabi cayó sobre mi, y acercó su cara a la mía. Empezó a besarme en las mejillas, en las orejas.

 

  • Te gusta? – Preguntó.

  • Me encanta.

 

Escuchaba mis gemidos que se mezclaba con su respiración. Sabía que llegaría enseguida. Su mano se introdujo por debajo de mis pechos y volvió a pellizcarlos. Al sentir sus dedos en mis pezones me humedecí más aún, y con un pequeño grito, culminé mi orgasmo.

 

Él aguantó un poco más. Volvió a situarme de rodillas, aunque no tenía fuerza para levantar mis manos. Estaba exhausta. Sólo me dejaba hacer. Noté como su glande aumentaba y supe que su climax también estaba próximo.

 

  • Dentro no, Gabi. Hazlo fuera.

  • Tranquila, tita.

 

Escuché su respiración entrecortada y noté como sacaba su miembro y el semen caía sobre mi rabadilla y unas gotas seguían su camino natural y llegaban a la entrada de mi ano. Habíamos culminados una noche perfecta de sexo. Nos dimos la vuelta y me coloqué sobre la cama, apoyando mi cabeza sobre su pecho.

 

  • Gracias, Gabi. Me hacía mucha falta.

  • Por qué me das las gracias? Ha sido estupendo. – Expresó para quedar callado durante unos instantes. – Acepto tu invitación para irnos de vacaciones a Canarias con una condición.

  • Cual? – Pregunté sorprendida por su cambio de actitud.

  • Que compartamos habitación y que durmamos en la misma cama.

 

Me giré hacia él y le di un beso muy tierno en los labios. Estaba ansiosa por irnos. Dormiríamos juntos esa noche y al día siguietne cogería los billetes de avión y reservaría el hotel, eso si, ahora tocaban las fiestas y estar con la familia.