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Olivier, el pene perverso de Marsella.

en Sexo con maduros

Olivier, el pene perverso de Marsella y Myrta, la pequeña ladrona.

(Presentando a Olivier, el pene perverso de Marsella)

Tu as été une petite voleur des commerces, mais j'ai volé tout le plaisir de votre corps, ma chérie. (Tu eras una pequeña ladrona de comercios, pero yo he robado todo el placer de tu cuerpo, querida)

Por mi trabajo, tengo la costumbre de fijarme muy bien en todo lo que me rodea. Supongo que es deformación profesional. Me llamo Olivier, tengo cincuenta años, nací en el Congo que ha sido francés, y el color de mi piel es moreno, bien mezclado el negro y el blanco, herencia de la tribu de mi mamá, una guapa auxiliar de enfermera africana y de mi papá, un atlético y fuerte médico peruano que trabajaba en África para la ONU. Mi vida ha sido y es bastante agitada, en realidad he sido veinte años sargento mayor de la legendaria legión paracaidista francesa, aunque ahora continuo con unos negocios que me llevan por diferentes lugares del mundo, pero de ese tema nunca os podré explicar nada, la realidad en esto es como en las películas y os voy a explicar algunas de mis aventuras eróticas, no las profesionales. Dejemos el tema en que estoy retirado como legionario y trabajo libre en temas de seguridad privada.

Había ido yo a comprar algunas cosas al supermercado más cercano a mi vivienda en el barrio antiguo del Puerto Viejo de Marsella, cuando me llamó la atención la extraña conducta de una joven, casi todavía una adolescente, con la que me crucé varias veces por los pasillos, y que apartaba la mirada cuando yo la observaba fijamente. Vestía una camiseta y una chaqueta deportiva polar de aquellas con capucha, unos pantalones tejanos muy amplios, unas zapatillas de deporte bastante usadas. Su piel muy blanca era todo lo contrario de la mía, su bella cara y sus ojos claros delataban sin lugar a dudas que su origen era algún país del este de Europa.

Al final la fui siguiendo, y vi cómo dudaba entre varios productos, pero al final, cuando ella pensó que nadie la estaba viendo, agarró una bandeja con bistecs de carne de ternera, otra con jamón español del más caro y después otra con queso, y se las guardó con un movimiento rápido dentro de la ropa. Me picó la curiosidad, la seguí con la mirada y vi que hizo lo mismo con una bandeja de salmón del norte de Europa y una lata de una conocida bebida energética. Después se hizo con una pequeña botellita de agua mineral, que marcaba sólo treinta céntimos de euro, y se dirigió a la caja para salir del local. Sentí una cierta ternura malévola por tanta inocencia, y, como sabía lo que iba a pasar, me apresuré a colocarme detrás de ella en la pequeña cola de la caja del supermercado. Ella me miró y volvió a apartar los ojos, se había fijado en mí cuando nos cruzábamos por los pasillos, y ahora veía que yo estaba detrás de ella. Cuando nuestro turno de pagar estaba a punto de llegar, me acerqué hasta casi tocarla y le dije, en voz muy baja y tranquila:

-Lo que llevas escondido tiene alarmas electrónicas y la máquina empezará a pitar. Te van a detener.

La adolescente me miró sobresaltada, llena de pánico al ver que yo la había visto. Estremecida, balbuceó unas palabras angustiadas:

-Pero…Yo… -se dio cuenta de que no podía negarlo- Eres… ¿Eres un poli? ¿Un "flic"?... ¿Me vas a detener?...

Sonreí para tranquilizarla.

-No, no te voy a detener. No soy un poli, soy algo muy diferente, yo no me dedico a esas cosas, más bien a veces lo contrario a niveles muy diferentes al tuyo, claro… Y no me gustaría ver que una patrulla de "flics" se lleve a una jovencita tan guapa como tu…

-Voy a dejarlo donde estaba… Perdón y gracias... –dijo ella mirándome aún con expresión aterrorizada.

-Nada de eso. Te lo vas a llevar, tranquila, Dámelo disimuladamente, que no se note que lo sacas de dentro de la ropa, déjalo en mi carrito… Va que ya nos toca…

La jovencita hizo lo que yo decía, pero tan torpemente que la cajera, que me conoce hace tiempo, se dio cuenta de lo que pasaba y se me quedó mirando burlonamente. Yo le hice un disimulado gesto con los dedos en la boca de que callase, y ella se encogió de hombros y cobró todo lo que había en mi carrito, sin dejar de mirarme con expresión irónica. Me conoce perfectamente, hace tiempo que tuvimos un pequeño asunto sin que se enterase su marido, e imaginaba por donde iba a ir yo. No se equivocaba, de hecho el futuro fue tal como la cajera intuyó.

Salimos del supermercado. Le entregué una bolsa a la muchacha con todo lo que había robado en el supermercado. . Y añadí un par de mis cervezas. La joven se me quedó mirando, muy insegura y con ojos de agradecimiento.

-Gracias por no decir nada, señor… Cuando pueda se lo pagaré, hoy no tengo…

-No me digas "señor". Me llamo Olivier. Yo muchas veces también he estado en lugares en los que he sobrevivido como he podido. ¿Cómo te llamas?

-Myrta, señor… -le hice un gesto con la cara- Bueno, Olivier… Me llamo Myrta…

-Y, ¿de dónde eres?. –la miré fijamente-, Por el acento cuando hablas, yo diría que eres de Transilvania o muy cerca.

La jovencita puso cara de sorpresa. No sabía que una de las necesidades de mi oficio es adivinar el origen de las personas cuanto antes mejor. Su cara que ya era de una espléndida mujer de típica belleza eslava y su acento no me habían engañado.

-Sí… -dijo sorprendida-, Lo ha adivinado, soy del país de Drácula, señor… Perdón, Olivier… Si quiere le explico, bueno, te explico, por qué yo, antes, en el supermercado…

Improvisé sobre la marcha sin pensármelo mucho:

-Bueno, sí, Myrta, claro, pero no hace falta que me lo expliques, ya he visto a muchas chicas y chicos como tú llevándose lo que pueden de las tiendas y, además, aquí ahora empieza ya a hacer frío. ¿Has comido ya? –yo me imaginaba la respuesta, claro.

-No, Olivier, aún no…

-Bueno, pues hablamos ahora en el bar, yo tampoco he comido todavía y ya son las tres de la tarde.

Entramos en uno de mis lugares habituales, Chez Salem, un bar de un antiguo legionario de origen argelino que tuve a mis órdenes en el Chad, que abrió un pequeño bar restaurante en el barrio del Puerto Viejo cuando se casó y abandonó las aventuras militares por el embarazo de su amante –ahora su esposa- francesa, Madeleine. Nos saludamos rutinariamente – él siempre me dice el antiguo "a tus órdenes, mi sargento"-, y miró con curiosidad a la adolescente que me acompañaba. Él sabe que soy soltero, y aunque tengo una amante estable y conocida aquí en el barrio viejo, mis aventuras con mujeres y chicas de todas las razas, nacionalidades y edades son constantes, ya desde la época de nuestros viajes con el uniforme legionario. Por eso, aparte la curiosidad, no le extrañó verme acompañado por aquella muchacha.

Y enseguida nos llegó el primer plato a la mesa. Una excelente sopa de pescado, típica del barrio pescador de Marsella, una buena bullabesa, que tomamos acompañada de un vino blanco de mesa de la zona, el Ródano. Me di cuenta de que a Myrta le hizo reacción la sopa, su cara pálida tomó color y sus mejillas adquirieron un espectacular tono sonrosado. Me ocupé de ir rellenando su vaso con el buen vino, que pasaba como agua acompañando la bullabesa. Después hice que le trajeran una buena chuleta de carne con patatas al horno y de postre unos pastelillos al estilo de Lyon. La cara de Myrta había cambiado radicalmente. Estaba contenta, risueña, me miraba, reía y sus ojos brillaban sin el mortecino color de pánico de antes. Yo me había quitado la chaqueta y me había quedado en mangas de camisa. La jovencita sintió curiosidad por los tatuajes de mis brazos, y se atrevió a pasar sus dedos para ver el que quedaba semioculto en la zona del bíceps. Era un pecho de mujer, con una rosa y una lágrima.

-¡Qué bonito! – dijo- ¿Qué significa?

-¡Uy! –le contesté- Es un recuerdo de antiguos amores, ya sabes, secretos de hombres.

-¿Tú tienes secretos? – añadió en tono algo burlón

Y aproveché para ir directo al tema:

-Es posible… ¿Quieres conocerlos? –dije con una sonrisa en los labios mientras pasaba mi mano por su cara alisándole los cabellos hacia la frente. Ella me miró sin dejar de sonreír, acarició el tatuaje de mi bíceps y se encogió de hombros en una especie de gesto afirmativo.

-Bien vamos, -le dije suave al oído-, vivo aquí al lado, descansarás y hablaremos, te explicaré los secretos…

Myrta me miró, puso los labios en forma de morritos como simulando enfado y me sorprendió diciendo:

-Lo que quieres es follarme, como todos ¿no?

-¿Cómo todos? –le contesté, atacando de nuevo…- ¿Han sido ya muchos?

-¡No, imbécil! –me dijo riendo y dándome una pequeña bofetada en la cara, evidentemente la comida y, sobretodo, el vino, le habían aniquilado la timidez y el respeto con los que me trataba antes-, ¿Qué te has creído? Soy una ladrona, no una puta. No he follado con nadie, todavía.

Ahora el que la agarró del brazo riendo fui yo:

-¡Anda ya, nena!. No me lo puedo creer.

-Pues no te lo creas, pero es verdad.

Me la quedé mirando fijamente, mientras ella sonreía burlona con sus bellos ojos muy abiertos y una gotas de sudor en la frente. La comida y la bebida continuaban haciéndole reacción, y se sujetó la cabeza con las manos. Sentí una especie de vértigo excitante –yo también había bebido- al pensar que tal vez no mentía.

-¿Estás bien?. –le dije-, Estás sudando…

-No sé, sí, bueno, no… Estoy algo mareada, la cabeza me da vueltas…

-Va, vamos, -sentí que mi pene estaba ya muy vivo ante las perspectivas que se confirmaban- Te acuestas y duermes un rato, y te sentirás bien.

-Y tu dormirás conmigo, ¿no? No soy tonta. –insistió mirándome fijamente.

Me puse de pie, sin contestarle, fui a la barra y pagué. Salem me miró con ojos de complicidad y me hizo disimuladamente un gesto obsceno con los dedos.

-Allez la Legion! – "adelante la Legión", me dijo, recordando uno de nuestros viejos gritos de guerra.

-Allez toujours! – "adelante siempre", le contesté ritualmente.

Me di cuenta de que la muchacha se había levantado de la mesa y se había puesto a mi lado, pero debía estar bastante mareada porque tropezó y se agarró a mi cintura para no caerse. La sujeté bien, y salimos del bar hacia el viejo edificio de tres plantas en el que tengo mi apartamento. Tuve que estar atento, porque casi se cae un par de veces, pero por fortuna era muy cerca, y pronto estábamos subiendo las estrechas escaleras hacia la puerta de mi vivienda.

Saqué la llave, abrí, y entramos. La luz entraba por la persiana de la ventana que daba a la calle, Yo estaba ya en aquel furor incontenible que me invade cuando se que estoy a punto de darle satisfacción a mi perverso y vicioso pene. Sólo faltó que Myrta, que, naturalmente, estaba bastante borracha, para qué negarlo, se puso a cantar:

-Me vas a follar, Olivier, ahora me vas a follar, me vas a follar….

Sorprendido al oírla, miré a la muchacha, que cada vez me parecía más atractiva a pesar de las ropas amplias que apenas revelaban las formas de su cuerpo. La acerqué a mi, le quité la chaqueta polar, ¡guau!, sus pechos se marcaron grandes bajo la camiseta, la abracé y la besé, primer placer de dioses de los muchos que me esperaban aquella tarde. Ella pasó sus brazos por mi cuello y me dejó hacer, mientras yo introducía mi lengua en su boca acariciando la suya. Y la adolescente continuaba cantando como si recitase una extraña letanía con el ritmo de una conocida melodía tradicional francesa, Frere Jacques:

-Me vas a follar, me vas a follar, ding, dang, dong, me vas a follar, yo no quiero pero me vas a follar, ding, dang, dong, pobrecita Myrta, pobrecita Myrta, ding, dang, dong…

-Pues me parece que sí, nena, ding, dang, dong, pobrecita Myrta, tienes razón, ding, dang, dong… -canté ahora yo siguiendo su ritmo

Me la imaginé desnuda encima de la cama mientras yo me liberaba de mi ropa... Ya no podía esperar más… Me quité la camisa y me bajé los pantalones, mi cuerpo, aún fuerte y creo que atractivo, quedó cubierto solo por el cómodo calzón del tipo slip que llevo habitualmente. Myrta me miró sin dejar de sonreír agarrándose a una silla para no perder el equilibrio y caer al suelo.

-Qué fuerte eres, Olivier, qué guapo… Y ahora me vas a follar, ¿verdad? –me dijo, murmurando las palabras entre risas.

-Claro, claro, nena, ya sabes, ding, dang, dong… - le pasé la mano por la cara y lamí el sudor de sus mejillas.

La sujeté por la cintura y la llevé tranquilamente al dormitorio. Estaba en penumbra, pero la luz que entraba por las cortinas permitía ver perfectamente la cama que nos estaba esperando. La jovencita me seguía mirando con una mezcla de alegre curiosidad y cansancio que yo bien conocía en las muchachas que habían probado las delicias de una buena comida regada con un vino excelente, el mejor afrodisiaco y excitante que conozco para que se se vuelquen en hacer locuras contigo en la cama.

Uní su cuerpo al mío, vientre contra vientre. Pasé mis brazos por sus hombros. Mi piel morena de mulato, fruto, como ya expliqué, de la herencia de mis padres, contrastaba con la inmensa blancura sonrosada de la muchachita. Sus ojos eran de color azul claro, le solté sus largos cabellos oscuros, su piel sabía a las gotas de sal del sudor de su cara, era una delicia pasar mi lengua por su cuello… Le abrí el cinturón y le bajé la cremallera de los amplios tejanos que llevaba, dejándolos caer al suelo y revelando la morbidez de sus muslos, muy blancos y bien formados y la braguita de color negro que tapaba su sexo. Mi pene reventaba ya dentro de la prisión del slip, mientras ella seguía cantando de nuevo su Ding, dang, dong y me miraba entre riendo y llorando.

Lentamente, poco a poco, para no alarmarla ni romper su aparente alegría, con gran delicadeza, la coloqué en la cama besándole el cuello dándole pequeños mordisquitos, y me desnudé por completo, vi que sus ojos se desorbitaban de golpe mientras seguía riendo al ver emerger mi pene en gran erección hacia arriba dominando mi vientre por encima de mis testículos. Yo llevo el pubis afeitado, siguiendo la moda francesa para hacer resaltar más el tamaño del pene en estado guerrero. Me senté en la cama, me estiré junto a ella, puse mi mano en la suya deslizándola hacia su cuerpo, acaricié su muslo y me giré de costado hacia la chica. Le quité suavemente a Myrta la camiseta, y por fin admiré sus espléndidos pechos desnudos, bien desarrollados tal cómo había adivinado antes, acaricié sus tetas, pellizqué sus pezones, los chupé como si fuera mi mamacita y yo su bebé, mientras que ella me miraba, apretaba los labios, entornaba los ojos y gemía riendo o reía gimiendo, tanto da. Me incliné más hacia la jovencita, Apreté mis labios en los suyos, e introduje profundamente mi lengua en su boca para jugar con la suya… Noté aún un regusto a comida al tocar la jugosa lengua de la adolescente. Era como estar tocando y poseyendo una joya de museo.

Después de unos momentos enervantes besando , lamiendo y acariciando la boca, la cara, el cuello, los pechos, y los brazos de la jovencita, fui poco a poco bajándole la braguita por sus muslos, las rodillas, los tobillos, hasta dejarla por fin completamente desnuda. Pasé mi mano por su sexo, y noté como ella volvía a gemir y se estremecía. Lo acaricié suavemente, introduciendo un poquito mis dedos hasta localizar y apretar primero con delicadeza y después con fuerza su clítoris... La respiración de Myrta se agitó aún más... Empecé a lamer su sexo, frotando mi lengua contra su pequeño y sonrosado clítoris y pasándola luego por la parte interior de su sexo… La jovencita gemía y su cuerpo ardía mientras temblaba y apretaba mi cabeza contra su vientre… Mojé mis dedos en mi saliva y los introduje suavemente en el sexo de la chica, humedeciendo su interior para poder penetrar en ella con más facilidad, pero me di cuenta de que no hacía falta, el interior de su sexo ya estaba muy húmedo.

Los gemidos fueron un poco más fuertes, y me miró con los labios abiertos esperando los míos. Separé sus enloquecedores muslos poco a poco, suavemente, y con naturalidad me coloqué en medio, y fui descendiendo hacia su cuerpo mientras la besaba y acariciaba. Myrta ardía, me abrazaba y correspondía a mis caricias. Con la mano orienté la punta de mi pene y la coloqué en la entrada de la vagina de la adolescente. Myrta cruzó sus muslos abrazando mi cadera y mis piernas. Pensé en mis antepasados, tanto los africanos como los andinos y en honor suyo, empujé hacia adelante y empecé a introducir mi pene, mi largo, ancho y perverso pene, en el cuerpo de la muchacha...

Mi verga se deslizó suavemente dentro de su vientre, Sin gran resistencia, noté que cedía un leve obstáculo, rompiendo aquella pequeña barrera que obstruía mi penetración... Sentí que el cuerpo de la jovencita se estremecía, se tensaba y dejó ir un grito seguido de unos gemidos al sentir el desgarro que mi pene acababa de provocar en su sexo… ¡Pues era verdad! ¡Mi pequeña ladrona era todavía virgen, no me había mentido! Ahorita ya no lo era, ya no tenía ningún himen que romper, lo acababa de hacer yo... ¡Ay, carajo, la muñeca estaba buenísima! ¡Qué gusto me dio sentir su grito al desvirgarla! Sí, Myrta es una chica deliciosa, su piel suave, cálida, huele a pasión, a deseo, a sexo tierno y joven... Volvió a gemir y quejarse cuando la penetré hasta el fondo, tal vez al ser la primera vez, tal vez por ser algo estrecha, su vagina protestó al adaptarse al tamaño de mi pene… Sus labios jugosos que yo aplastaba con los míos, su lengua mojada de la saliva de los dos... Mis manos moviendo su culo, apretándole con rabia los pechos, pellizcándole los pezones, encajando mi pene hasta lo más hondo de su vientre...

Mi cadera moviéndose adelante y atrás, haciendo retroceder mi pene y volviendo a clavarlo cada vez más profundamente... Follándola a fondo con la máxima intensidad… Ella gemía de ansiedad, de gozo, de excitación, me abrazaba, apretaba sus muslos contra mi cuerpo... ¡Qué locura de placer, que agonía de posesión y disfrute de su sexo, su piel, sus muslos, sus pechos, su boca,...! Y llegué al final, tal como me temía no pude esperar mucho, llegué a la culminación, no pude contenerme ni esperarme.

Me estremecí, y moviéndome como un joven potro salvaje sentí los mil placeres de los dioses, gocé como si yo tuviese todavía veinte años, al tiempo que notaba como borbotones de semen brotaban de mi pene para inundar el interior del sexo de la muchacha. Y, supongo que por la violencia de mis movimientos, mis gritos, y al darse cuenta de que ya estaba eyaculando dentro de ella, Myrta pegó también de nuevo un grito, intentó revolverse y separarse, y enseguida mezcló los gritos con unos gemidos diferentes, muy intensos y audibles, mientras una serie de convulsiones y espasmos de su cuerpo me revelaron que la adolescente también había llegado a un supongo que, por lo que parecía, tremendo orgasmo.

Poco a poco me fui agotando y me fui quedando exhausto encima de la muchacha, hasta que me di cuenta de que le faltaba la respiración a causa de mi peso, la estaba aplastando y asfixiando, y me retiré de lado mientras mi pene salía de su vientre… Me quedé de lado junto a ella abrazándola y besándola, mientras su pecho subía y bajaba intentando tomar aire y recuperarse jadeando… Su cuerpo – y el mío también, claro-, estaba bañado de sudor… Bajé mi mano a su sexo y noté la consistencia viscosa de mi semen que se le escapaba de la vagina camino de la sábana, tal vez mezclado con algo de sangre de su desfloramiento… Pero no encendí la luz para mirar, no quería romper la magia de la penumbra que nos envolvía a los dos.

Unos minutos después seguíamos los dos juntos en la cama, ahora abrazados de costado. Descansábamos, nos tocábamos, mientras nos dábamos besos y nos lamíamos la cara mutuamente…

-Eres una gran mujer, ha sido muy bueno para mi, nena… ¿Te ha gustado, te he hecho daño? –le dije, finalmente, cuando vi que estaba recuperada después de una media hora de consolarla y mimarla.

Myrta me miró abriendo los ojos. Por primera vez vi una especie de destello de tristeza o duda en sus maravillosos ojos eslavos. Miró hacia mí, se encogió de hombros, y musitó con voz muy floja y un tono de picardía.

-Ya me has follado, Olivier… Es lo que querías, ¿no?... Pero no soy una puta, sólo una ladrona.

-Ya lo sé –le contesté- las putas no son vírgenes como tu, nena…

En todo esto, mi pene se había erguido de nuevo pidiendo guerra, . La coloqué encima de mí, le abrí los muslos y froté mi verga en su sexo, sus muslos y su estómago... Ella sabía que lo íbamos a hacer otra vez y suspiró. Le musité al oído, mordiéndole la oreja:

-Volvamos a follar, mi pequeña ladrona...

Y deslicé de nuevo mi pene en el interior de su cuerpo y ella correspondió enseguida a mis caricias apretando con fuerza su vientre contra mi sexo, enseguida de nuevo se puso a respirar con dificultad, igual que yo, y gimió de placer y deseo entregándose a lo que yo quisiera hacer con ella...

CHANSON D’OLIVIER ET MYRTA

-Chérie, ne m'attends pas un "Je t'aime", mais si tu tombes, Myrta, je tombe. Si tu pleures quand tu tombes, je ris! Tu es mon délire, mon petite bijou!

-Voulez-vous toujours de toucher ma peau, ma bouche, mes seins, mes cuisses, mon corps? Je suis la fille que vous avez tué pour le plaisir, mon ami Olivier ... Joue avec moi toujours, ne me quitte pas ...

-J’ai tous les plaisirs avec toi, Myrta, vous êtes ma vérité, je sais le reconnaître! Tu es belle, charmante, tu me fais rêver au Paradis!

Ding, dang, dong… Ding, dang, dong…

CANCIÓN DE OLIVIER Y MYRTA

-Cariño, no esperes de mi un "Te quiero", pero si tu caes, Myrta, me caigo. Si tu lloras cuando te caes, me río! Eres mi delirio, mi pequeña joya!

-¿Aún quieres tocar mi piel, mi boca, mis pechos, mis muslos, mi cuerpo? Yo soy la chica que tu has matado de placer, mi amigo Olivier ... Juega siempre conmigo, no me abandones...

-Contigo tengo todos los placeres Myrta, tu eres mi verdad, yo lo sé reconocer! Eres hermosa, encantadora, me haces soñar con el Paraíso!

Ding, dang, dong… Ding, dang, dong…

Le Vieux Port, Marsella, Francia, 31 Octubre 2010