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Excitando a las mujeres II: Mi vecina asiática.

en Voyerismo

                                                                EXCITANDO A LAS MUJERES II: MI VECINA ASIÁTICA.

 

Vivo en un pequeño bloque de pisos, donde algunas de las ventanas dan al bloque de enfrente, en concreto las ventanas del lavadero y del cuarto de baño. Mi piso es un 3º y en el 3º del bloque de enfrente suelen vivir personas chinas que lo alquilan por meses. Son personas que regentan algún restaurante chino del barrio o que tienen tiendas de todo a 1 euro. Las ventanas de los dos pisos están separadas por una distancia de unos tres metros y los cordeles para tender la ropa van de un bloque al otro.

El pasado verano el piso de enfrente estuvo alquilado por varias mujeres chinas: dos maduras y dos más jóvenes de unos 25 años. Durante los meses que estuvieron coincidí muchas veces con ellas mientras tendíamos la ropa. Nos saludábamos y poco más. Una de las jóvenes era morena, con el pelo largo, delgada y de estatura mediana. Sus pechos se adivinaban pequeños debajo de su ropa. Esta joven solía lavar parte de su ropa a mano: en más de una ocasión, recién salida de la ducha, con una toalla envuelta en la cabeza para secarse el pelo y vestida simplemente con un camisón, se ponía a lavar su ropa íntima a mano y después la tendía en alguno de sus cordeles. Yo no perdía detalle mientras tendía mi ropa.

Al principio lo veía como algo normal, pero poco a poco me excitaba cada vez más cuando coincidía con ella mientras la mujer lavaba y tendía tan ligera de ropa. Además con el paso de los días fui conociendo casi de memoria toda su colección de ropa interior: braguitas rojas, rosas, negras, la mayoría transparentes y a juego con los sujetadores. Algunas veces, cuando coincidíamos, tenía que esforzarme por no distraerme con mi vecina, pues ya se me habían caído varias prendas por estar más pendiente de ella que de tender la ropa.

Tampoco quería ser muy descarado y que ella se diera cuenta de que la miraba en exceso. Así fueron pasando los días hasta que una noche de agosto, sobre las 22.30 fui a darme una ducha antes de cenar, ver un rato la tele y acostarme.

Cuando entré en el cuarto de baño y encendí la luz, vi a través de la cortina que la joven estaba enfrente lavando la ropa. La ventana del cuarto de baño da justo frente por frente a la del baño del otro piso y justo a la izquierda está la del lavadero. Si te asomas a cualquiera de las ventanas puedes ver lo que todo lo que pasa en el otro piso, más aún si las cortinas están descorridas.

Y eso fue lo que hice precisamente: descorrí la cortina, levanté algo más la persiana y comencé a quitarme la camiseta, con la intención de mostrarle mi cuerpo desnudo a aquella mujer. No sabía cómo reaccionaría ella: igual se sentiría molesta y se retiraría de la ventana. Pero tenía la esperanza de que le gustase aquello y de que permaneciera allí viéndome. Ya sin mi camiseta puesta miré a la joven, que seguía con su tarea de lavar sin haberse dado cuenta de nada. Yo seguí desnudándome y me fui quitando lentamente las bermudas hasta quedarme simplemente con el bóxer puesto: mi verga estaba ya dura y tiesa, contenida a duras penas por mi prenda ceñida. Estaba excitado por saber que en cualquier momento, con cualquier mirada, la vecina me vería semidesnudo. Volví a mirarla de reojo y por fin la pillé contemplándome: había parado de lavar sus braguitas rojas y me miraba desde su ventana. No sabía si lo hacía por placer o por sorpresa, ni si se quedaría allí mucho tiempo, de modo que decidí despojarme de la única prenda que me cubría. Con lentitud fui bajándome el bóxer hasta que cayó al suelo. Mi polla había salido como un resorte al ser liberada de la prenda. Mi corazón me palpitaba porque sabía que la mujer ya me la habría visto y además en estado de erección. Miré a la vecina y la mujer tenía cara de asombro y la boca abierta por la sorpresa de verme a mí, su vecino de enfrente, completamente desnudo a unos tres metros de ella. Tenía su mirada clavada en mi pene y yo sentía cómo éste aumentaba cada vez más de tamaño al saberme ya observado. No quería meterme aún en la ducha, pretendía seguir prolongando aquella situación lo más posible. Así que decidí hacer como el que buscaba una toalla, el gel de baño…

Sin embargo, cuando miré de nuevo hacia el piso de enfrente, la joven ya no estaba en la ventana del lavadero. Me llevé una gran decepción, pues imaginé que no había querido seguir contemplando mi numerito. Pero estaba totalmente equivocado: a los pocos segundos se encendió la luz del cuarto de baño de enfrente, se descorrió la fina cortina blanca y apareció la mujer. Ahora estaba totalmente frente a mí y me miraba sin ningún tipo de pudor. Se metió la mano por dentro de su camisón y comenzó a masajearse los pechos. Yo no me lo podía creer: aquella mujer se estaba tocando por mí.

Decidí complacerla algo más y empecé a masturbarme. Lentamente y con suavidad acariciaba mi polla con mi mano derecha y con la izquierda hacía lo mismo con los testículos. A la joven se le dibujó una sonrisa en la cara y a continuación se quitó el camisón. Por fin pude contemplar sus pechos que tantos día me había imaginado desnudos. Eran pequeñitos y con unos pezones rosados. Ella se los pellizcaba situándolos entre dos de sus dedos.

Yo iba aumentando la velocidad de mi masturbación, pero sin excesos, porque quería aguantar sin correrme lo máximo posible. La vecina dejó por un momento sus senos y fue bajando su mano derecha hasta sus braguitas negras. Se acarició unos segundos su sexo por encima de la prenda hasta que finalmente decidió bajárselas. Me acababa de mostrar todo su coño cubierto por una espesa mata de vello. A continuación se metió uno de sus dedos en la vagina y comenzó a penetrarse. Al poco tiempo se metió un segundo dedo y sus movimientos eran cada vez más rápidos. Cerraba los ojos de placer y escuchaba sus gemidos. Mi glande estaba a punto de reventar y sabía que no aguantaría mucho más, pero tenía que hacerlo hasta que la vecina tuviera los ojos abiertos y viese mi corrida. Aproveché que ella abrió los ojos unos instantes para acelerar mi ritmo y entre una mezcla de dolor y placer mi polla comenzó a soltar varios chorros de semen que salieron disparados contra varios azulejos del baño.

Ella, al ver que me había corrido, abrió el agua de su ducha, se separó los labios vaginales y dejó caer sobre su vagina los chorros de agua a presión que salían de la ducha. Estuvo así un rato hasta que llegó al orgasmo. Después cerró la ducha, se secó y se volvió a poner sus bragas negras y el camisón. Me miró por última vez, me sonrió, echó la cortina y apagó la luz del cuarto de baño.

Yo limpié primero los azulejos manchados de semen y después me di una ducha refrescante, pensando todavía en lo que había vivido.

Desde aquel día y hasta que a principios de otoño la mujer dejó el piso volvimos a repetir aquel juego varias veces. No sé si regresaría a su país o estará todavía por aquí, pero seguro que, como yo, guarda un grato recuerdo de su estancia en aquel piso.

Espero vuestros comentarios o e-mails, en especial los de las mujeres, para que me contéis qué os ha parecido. Gracias por los comentarios y los e-mails recibidos por mis otros relatos.