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El urinario del placer.

en Hetero: Infidelidad

                                                    EL URINARIO DEL PLACER.

 

Acabo de llegar a casa y me he puesto a escribir lo que me ha sucedido hace apenas media hora.

Son las 20.40 y esta mañana en mi ciudad ha habido una fiesta deportiva en una de sus plazas principales, a escasos 20 minutos a pie de donde vivo.

Esta tarde, sobre las 18.00 decidí salir a dar una vuelta por el parque donde se encuentra dicha plaza y por sus alrededores, hasta llegar a la zona del río.

 Tras llegar al parque y recorrer algunos de sus senderos, lo atravesé y llegué hasta la orilla del río que fluye por mi ciudad. La temperatura era bastante buena, a pesar de la época del año en la que estamos. De hecho parecía más una tarde de finales de agosto que de primeros de octubre. Decidí quedarme sentado en uno de los bancos que hay en el paseo fluvial y aprovechar los postreros rayos de sol del día, mientras escuchaba algo de música.

 Después de llevar allí un rato apacible sentado, emprendí el camino de regreso. Entrando de nuevo en el parque, me entraron ganas de orinar. Al principio no le di mucha importancia, pero poco a poco las ganas aumentaron y supe que no aguantaría hasta llegar a casa. Mientras atravesaba la plaza donde se había celebrado la fiesta deportiva, me puse a buscar algunos matorrales para aliviar mi necesidad de forma discreta. Sin embargo, aprecié que al final de la plaza había un urinario portátil, de esos que tienen forma de caseta. Supongo que lo habrían colocado allí con motivo de la fiesta matinal, pero que aún no lo habían retirado.

Sin pensármelo mucho, aceleré mi paso, llegué hasta el urinario, abrí la puerta y entré en él. Dentro el olor a orín era bastante intenso e insoportable y había charquitos en el suelo así como algunos trozos de papel. Me imagino que todo eso era producto del intenso uso que habría tenido el habitáculo durante la mañana.

 No me importaba lo sucio que estuviera aquello, en ese momento era lo de menos: lo que quería era miccionar de una vez. Así que me abrí la cremallera del pantalón, me bajé un poco el slip, saqué mi verga y, aliviado, comencé a orinar.

Mientras orinaba, escuché un pequeño golpe en la puerta del urinario, me giré y vi cómo la puerta se abría y aparecía una mujer. Con las prisas se me había olvidado cerrar con el seguro y esa mujer había entrado creyendo que no había nadie dentro. Se quedó con la boca abierta cuando me vio allí. Apurada me pidió perdón, sin poder evitar echarle un vistazo a mi miembro, que todavía lanzaba los últimos chorritos de pipí. A continuación cerró la puerta y yo, aún con el sobresalto en el cuerpo, terminé por fin de orinar.

 Abrí la puerta y salí del habitáculo, topándome de frente con la mujer, que había esperado fuera hasta poder entrar.

 

- Perdón, pero no sabía que estaba ocupado- me dijo al verme.

 

- No pasa nada, no tiene importancia- le comenté.

 

La mujer era de estatura mediana, tendría unos 50 años, morena, con el pelo liso y largo y estaba algo rellenita. Llevaba puesta una camiseta rosa conmemorativa de la prueba deportiva celebrada por la mañana, unas mallas piratas negras, zapatillas deportivas y una mochila a la espalda. Tengo que reconocer que me resultó bastante sexy.

Pensé en marcharme sin más de aquel lugar y dejar que la mujer hiciera uso del urinario, pero se me vino a la mente la mirada que ella le había lanzado a mi polla de forma intencionada. Así que cambié de opinión y decidí darle algo de conversación.

 - Por tu camiseta supongo que habrás participado en la fiesta de esta mañana, ¿no?- le pregunté.

 - Sí. He acudido con un par de amigas. Era una sesión de aerobic exclusivamente para mujeres y después ha habido sorteos entre las participantes y actuaciones musicales. Después de la fiesta mis amigas y yo hemos aprovechado para pasar el resto del día en el parque: ellas ya se han marchado y yo, en cuanto haga un pipí, también regresaré a casa. ¿Puedo pedirte un pequeño favor? - dijo ella.

 - ¡Claro!

 - ¿Te importaría tenerme un momento la mochila mientras estoy dentro?

 - Venga, déjamela- le contesté.

 

Tras darme la mochila, entró dentro del urinario y cerró la puerta. Pude escuchar cómo ella sí se acordó de echar el seguro. Tras unos instantes, al otro lado de la puerta se empezaron a oír intentos por abrirla. Esos intentos cada vez eran más enérgicos, pero la puerta no terminaba de abrirse.

 - Creo que el seguro se ha quedado pillado y no logro abrir la puerta- se oyó desde dentro.

 - Espera un momento, que voy a empujar desde fuera- comenté tratando de tranquilizar a la mujer.

 

Al tercer empujón la puerta se abrió y, debido al ímpetu de mi acción, casi choco de cara con la mujer. De hecho fue ella la que tuvo que frenarme consus brazos.

El estar allí dentro casi pegado cuerpo a cuerpo con una mujer que previamente me había visto mi verga hizo aumentar mi arrojo y, disimuladamente, llevé mis manos a las nalgas de la mujer. No sabía cómo reaccionaría ella, pero por suerte acabó de confirmar lo que yo ya había intuido cuando se fijó en mi polla: lejos de enfadarse, me sonrió y puso su mano derecha sobre mi entrepierna. Entonces me susurró al oído:

 - Me llamo Leire, ¿y tú?.

 - David- le contesté, deseoso de que no apartase su mano de donde la tenía.

 Con la mano que tenía libre puso la mochila pegada a la puerta para que se mantuviera cerrada. Dentro el espacio era reducido y la luz era escasa: sólo la que entraba del alumbrado de la plaza a través de unas rejillas de ventilación. Pero era suficiente para ver cómo la mujer se separó un poco de mí y comenzó a quitarse la camiseta. La dejó sobre su mochila, mientras yo contemplaba la hermosa forma de sus pechos, cubiertos ahora sólo por un sujetador deportivo. Después ella se giró hacia mí, se agachó y empezó a bajarme la cremallera del pantalón. Introdujo su mano por abertura creada y comenzó a masajearme mi paquete sobre el slip.

 Yo estaba ansioso por verle sus senos, así que agarré su sujetador y se lo quité mientras sentía cómo mi verga aumentaba de tamaño y grosor. Me quedé con el sujetador en la mano y allí aparecieron ante mi vista los dos pechos de Leire: no eran excesivamente grandes, pero su redondez y firmeza provocaban en mí una enorme excitación. Estaban coronados por unas aureolas y pezones de color marrón oscuro.

Estaba dispuesto a que aquella mujer disfrutara plenamente de mi polla, como yo quería hacer con todo su cuerpo, de modo que lancé el sujetador al suelo, me desabroché el botón del pantalón, dejé que la prenda resbalara por mis muslos hasta los tobillos y me bajé a continuación el slip.

Leire sonrió de satisfacción y de placer al contemplar mi verga y mis testículos peludos, se incorporó un poco y me pidió que le acariciara los senos. Inmediatamente los rodeé con mis manos, los apretaba y aprisionaba y me dediqué a friccionar los pezones que se ponían cada vez más tiesos y duros. Comencé a chuparlos y a succionar de ellos como si fuera un lactante. Logré que Leire lanzara sus primeros gemidos de placer, al mismo tiempo que con una de sus manos agarraba mi miembro y lo movía enérgicamente de un lado a otro como si fuera de goma. De la punta de mi verga comenzó a salir líquido preseminal que mojaba la mano de la mujer. En cuanto notó la humedad en su mano, se la llevó a la boca y lamió mi líquido, saboreándolo placenteramente.

 

Soltó por unos segundos mi verga, los necesarios para llevarse las manos a la cintura, al elástico de las mallas, y comenzó a bajarse la prenda: ante mis ojos apareció de golpe el sexo completamente depilado de la mujer, pues no llevaba braguitas debajo de las mallas. La rajita de la vagina denotaba con su humedad el estado de excitación en el que se encontraba Leire, ya que de sus rosados labios vaginales chorreaba flujo que ella recogía con su mano y lo llevaba a mi boca para que lo lamiera.

Dejó las mallas a medio bajar a la altura de las rodillas y empezó a acariciarse su coño con intensidad , a la vez que con su otra mano volvía a cogerme la verga y me masturbaba.

 

El calor dentro del habitáculo se hacía ya insoportable y el sudor empapaba el cuerpo de Leire y el mío, mojando por completo mi camiseta. El olor a orín y esa sensación de agobio por el calor provocaban un aumento de la atracción sexual entre ambos.

 - ¡Vamos, fóllame primero por detrás, quiero que me partas el culo!- me gritó Leire.

 Ella se apoyó con las manos sobre uno de los laterales del urinario y me puso su culo en pompa. Yo le separé con mis manos los glúteos y poco a poco le introduje toda mi polla dentro, hasta el fondo. Sólo el hecho de sentir mi pene dentro le provocó una gran contracción a la mujer, seguida de gemidos. Mi verga se deslizaba suavemente en el interior de su ano, llegando hasta lo más profundo.

Leire estaba disfrutando con la penetración anal, pero yo no quería correrme dentro de su culo, sino en su coño, así que le dije:

 

- Ahora vas a sentir toda la dureza de mi polla en tu sexo. Te lo voy a llenar de leche bien caliente. ¡Venga, date la vuelta!

 Ella se giró abriendo con sus manos para mí los labios vaginales. Rápidamente mi pene comenzó a hundirse en el interior de la raja, que estaba mojadísima. Como un poseso empecé a dar tremendas embestidas, notando cómo mi polla se perdía dentro del coño de la mujer. Leire tenía ya todo su cabello moreno chorreando de sudor y se masajeaba los senos, mordiéndose los labios. Seguí penetrándola, hasta que sentí que no tardaría mucho en correrme.

 - ¡Voy a descargar, no aguanto más!- le dije.

 - ¡Déjame dentro hasta la última gota!- me replicó ella.

 

Unos segundos más tarde varios chorros de semen salieron despedidos de mi verga, inundando todo el interior de Leire.

 Nos quedamos abrazados y con mi polla dentro durante unos instantes, hasta que la besé en los labios y le saqué mi miembro de su sexo. Algunas gotas de semen cayeron sobre las mallas de la mujer manchándolas un poco.

Me subí el slip y el pantalón algo mojado por los bajos debido a los charquitos del suelo, mientras que Leire, exhausta, se dejaba caer sentándose sobre el suelo sucio y encharcado. No sólo sus glúteos desnudos, sino también sus mallas bajadas ya hasta los tobillos se empaparon del líquido que había en el suelo del habitáculo portátil.

También el resto de su ropa estaba se encontraba igual de mojada.

 - Gracias por haberme hecho disfrutar tanto, no lo voy a olvidar fácilmente- le comenté.

 - Yo también he gozado muchísimo. Menos mal que funcionó mi truco de hacer como si me hubiera quedado encerrada- dijo ella.

 

Supe, por tanto, que desde que entró y me vio orinando se quedó con hambre de sexo y que ideó ese pequeño plan para irse a casa satisfecha y saciada.

 Se puso en pie y lo siguiente que hizo fue sentarse en el inodoro y echar una interminable meada. Se levantó y sin limpiarse se subió las mallas, en las que se apreciaban claramente las manchas de mi semen y los cercos del líquido sucio del suelo. Cogió su sujetador pero, viendo lo empapado que estaba, optó por arrojarlo de nuevo al suelo. Así que se puso simplemente su camiseta rosa, se colocó la mochila a la espalda y, mientras salíamos, me dijo entre risas:

 - ¡A ver quién es el valiente que aguanta a mi lado en el autobús con la peste a sudor y a orín que llevo encima! Cuando entre en casa me iré flechada a la ducha. Espero que mi marido no haya llegado aún: se ha ido a pasar el domingo a casa de sus padres.

 La acompañé hasta la parada y allí nos despedimos con un último beso y abrazo, que aproveché para pellizcarle sus duros glúteos y ella, para manosearme una vez más mi entrepierna.

 

 

Espero como siempre vuestros comentarios y vuestros e-mails. Un saludo y hasta pronto.