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¡Oh my god!

en MicroRelatos

                                                        

¡OH MY GOD!

 

Esta mañana, pese a la ligera llovizna que caía sobre mi ciudad, decidí salir a dar un paseo por un parque cercano a mi vivienda.

Al llegar al parque, éste estaba casi desierto por lo temprano de la hora (alrededor de las 10.00), el día (sábado) y la fina lluvia. Sólo algún que otro deportista corriendo y varios turistas le daban algo de vida al recinto.

Tras caminar varios minutos por el interior del parque por la zona asfaltada, opté por desviarme por uno de los muchos senderos de tierra que hay flanqueados por árboles.

De repente, a unos 15 metros por delante de mí, vi a dos mujeres, una madura de unos 45 años, la otra más joven, de unos 20. Su aspecto dejaba claro que se trataba de dos turistas, tal vez madre e hija. La más joven llevaba puesto un impermeable de color azul para protegerse de la lluvia, una minifalda negra, unos pantys del mismo color, finos, dejando ver unas bonitas piernas y unas botas también negras que le llegaban hasta algo más arriba de los tobillos.

 

La de mayor edad se resguardaba de la ligera lluvia bajo un paraguas y vestía una chaqueta beige, unas mallas negras tan ceñidas a su cuerpo que marcaban un precioso y redondo trasero y unas manoletinas negras.

 

- Calzado poco apropiado para un día lluvioso- pensé.

 

Unos instantes más tarde contemplé cómo ambas mujeres se metían por otro sendero bastante más estrecho que aquel por el que caminábamos y terminaban perdiéndose entre árboles. Me pareció extraño que cogieran ese desvío en el sendero, pues me conozco bien el parque y sé que esa zona termina sin salida, cortada por arbustos y más árboles.

Seguí avanzando y acercándome al desvío que ambas habían tomado y, cuando llegué a él, me detuve y miré a la izquierda, por donde se habían perdido las dos mujeres.

 

Y entonces comprendí el motivo de haber elegido ese camino: a escasos 10 metros de donde yo estaba se encontraban las dos turistas. La madura había dejado el paraguas sobre la tierra y se encontraba en cuclillas, con las mallas bajadas hasta las rodillas y soltando un buen chorro de orín que salía con fuerza de su vagina.

La chica joven estaba aún de pie, se habíha bajado la minifalda y estaba a punto de hacer lo mismo con sus pantys y con las braguitas blancas que llevaba debajo. Ninguna se había percatado aún de mi presencia. Sin pensarlo más me acerqué todo lo que pude a ellas, haciéndome el despistado, como que pasaba por allí por casualidad.

 

Mientras la madura seguía orinando despreocupada, la chica se bajó los pantys y las bragas y dejó a la vista por unos segundos su joven coño completamente depilado, antes de agacharse y comenzar a orinar. En cuanto el chorrito de pipí empezó a salir de su rosada vagina, la chica alzó la vista y me vio a apenas varios metros de ella. La cara que se le quedó era todo un poema. Yo, parado ante ella, la miraba con descaro.

 

- ¡Oh my god!- exclamó la joven al verse sorprendida por un extraño.

 

Ese grito hizo que la madura, que hasta ese momento meaba con la cabeza agachada, levantara el rostro y me viese también. Comenzó a hacerme gestos con la mano para que me fuera, pero yo no estaba dispuesto a irme de allí sin ver cómo terminaban de orinar. Eran ellas las que estaban en una actitud poco decorosa, meando en un sitio público y al aire libre.

 

Finalmente la madura se dio por vencida y siguió orinando ante mi presencia, con la cara de nuevo agachada, supongo que por la vergüenza, mientras yo le veía su coño velludo echando todavía chorritos de pipí.

 

Por su parte la joven me gritaba furiosa cosas en inglés que yo no entendía bien y creo que, por el susto que se había llevado al verse sorprendida, se le había cortado hasta la meada, pues terminó antes que la madura. Se subió las bragas, los pantys y se recolocó la minifalda antes de salir del lugar sin esperar siquiera a la otra mujer. Ésta no tardó mucho más en acabar, se limpió el coño húmedo con un kleenex que tenía en la mano, lo dejó caer a la tierra, se subió las mallas (la muy putita no llevaba bragas), cogió el paraguas y me lanzó una mirada fulminante de reproche por mi actitud de haberme quedado viéndolas.

 

Cuando las dos ya se habían marchado, olí el kleenex usado y a continuación me bajé la cremallera del pantalón: tras apartarme el bóxer comencé a masturbarme, pensando en los dos coños que acababa de ver, en la situación vivida y en el profundo olor que se había quedado impregnado en ese kleenex. Cuando quise darme cuenta, varios chorros de semen salieron disparados de mi glande cayendo sobre el charquito de orín que la madura había dejado sobre la tierra del sendero.