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Limusina blanca, polvo negro.

en Interracial

                                                                

LIMUSINA BLANCA, POLVO NEGRO.

 

Lucía es una buena amiga a la que conozco desde hace más de 10 años. Nos conocimos cuando entré a trabajar en la agencia inmobiliaria en la que ella ya llevaba varios años como empleada.

Durante todo el tiempo que estuvimos trabajando juntos nos fuimos conociendo poco a poco hasta pasar de ser meros compañeros de trabajo a buenos amigos. Todas las semanas solíamos (y solemos aún) salir como mínimo un día a tomar algo en algún bar o pub de nuestra localidad del sur de España. Cuando se divorció de su marido, atravesó una pequeña depresión y yo me convertí en un apoyo moral para ella. Pese a nuestra diferencia de edad (en la actualidad yo tengo 38 años y ella 50) siempre nos hemos entendido muy bien. Al divorciarse, le correspondió la casa en la que vivía, además de parte del dinero que su marido, un importante hombre de negocios, había ganado durante los años que duró el matrimonio.

Mi amiga es una mujer a la que siempre le ha gustado vestir de forma arreglada, con prendas y complementos de las primeras marcas. Después del divorcio siguió con esa costumbre, pero empezó a usar ropa algo más juvenil, a vestir más ceñida, con faldas más cortas que enseñaban sus hermosas piernas, según ella porque quería aprovechar al máximo la vida y no convertirse en una apática madura y divorciada.

 

Conseguía siempre sacar partido a ese cuerpo aún espléndido pese a la edad y tenía una gran destreza a la hora de combinar prendas que resaltaran los puntos fuertes de su físico. Es una mujer de estatura mediana, con el cabello liso y teñido de negro, que le llega hasta los hombros. En su cuerpo destacan sus grandes ojos marrones color miel, sus piernas tonificadas y los grandes senos que todavía son capaces de atraer las miradas de hombres, no sólo maduros, sino también jóvenes.

 

Pero debido a la dichosa crisis la agencia inmobiliaria en la que trabajábamos cerró y los dos nos vimos en el paro. Ella tenía una situación más desahogada gracias al dinero que le correspondió del divorcio y a la indemnización de la empresa. Mi indemnización fue bastante menor que la de ella, pues había trabajado allí menos años.

Lucía se decidió a montar un negocio de restauración, que tras unos inicios difíciles, hoy goza de buena salud. A mí me costó medio año volver a encontrar otro trabajo, que sigo conservando en la actualidad.

Pese a que ya no trabajamos juntos, seguimos viéndonos con frecuencia y aprovechamos para hablar de nuestras cosas. En una de esas citas, una noche en un bar de copas, se nos hizo más tarde de lo normal y bebimos algo más de la cuenta. La conversación fue derivando al terreno sexual y Lucía me confesó que tenía una fantasía por cumplir: tener sexo con un hombre negro, dentro de una limusina blanca, con champán a disposición y mientras el chófer mira por el espejo.

 

Aquella confesión de mi amiga se me quedó grabada en la mente y empecé a darle vueltas a la cabeza para encontrar la forma de ayudarle a cumplirla.

Hace unas semanas, a finales de noviembre, recibí una llamada en mi móvil:

- David, el sábado es mi cumpleaños. Me caen los 50. Voy a organizar una pequeña fiesta en casa con algunos amigos y me gustaría que vinieses. Os estoy citando para las 22.00 horas. ¿Vendrás?- me preguntó Lucía.

- Por supuesto. Allí estaré. No me perderé tu fiesta. No todos los días se cumplen 50 años- respondí.

 

Era martes, así que tenía varios días para pensar en un regalo para Lucía. Quería sorprenderla, hacerle un regalo original. Y se me vino a la mente la fantasía que me había confesado. Estuve pensando un rato si sería factible o no y cómo podría organizar todo.

 

Un amigo mío era dueño de un concesionario de coches y estaba casi convencido de que a través de él podría conseguir la limusina. El champán era lo de menos, con eso no había problemas. Y en cuanto al chico negro, conocía a Joseph, un joven senegalés de unos 25 años que se ganaba la vida desde hacía unos años vendiendo kleenex y otros artículos en el semáforo más cercano a mi casa. Todos los días cuando cruzaba por allí nos saludábamos y en alguna ocasión incluso habíamos conversado brevemente, demostrando ya cierta soltura al hablar en castellano. Yo tenía la esperanza de que, si le proponía que mantuviese sexo con mi amiga, él aceptara. Era la posibilidad más segura que tenía, si no tendría que recurrir a algún hombre negro que ofreciese sus servicios en anuncios.

No perdí más tiempo y llamé a Javier, mi amigo dueño del concesionario. Le comenté lo que necesitaba, aunque le mentí en el para qué: sólo le dije que era para impresionar a una chica.

 

- ¡Joder, David, vaya favorazo que me estás pidiendo!- exclamó.

 

- Pero, ¿podrás ayudarme?- le pregunté con voz casi suplicante.

 

- ¿Cuándo te he fallado yo desde que nos conocemos? Conozco a un tipo, un joyero muy adinerado, que es un coleccionista de coches. Es un buen cliente del concesionario y, cuando se le antoja un nuevo vehículo, me pide que se lo consiga y que le resuelva todo el papeleo. Yo me encargo de hacer las gestiones oportunas y en poco tiempo tiene a su disposición el vehículo. Sé que, además de varios deportivos y algún que otro coche de corte clásico, tiene una limusina blanca. Me debe un montón de favores, así que le haré una llamadita y a ver qué pasa.

 

- Javier, te lo agradezco un montón, de verdad- le dije.

 

- Si te consigo la limusina, me debes una buena cena. Y yo elijo el sitio, ¿de acuerdo?- afirmó.

 

- Por supuesto- le respondí.

 

No tardó ni una hora en volverme a llamar:

 

- Para el viernes a las 22.00 horas tienes la limusina blanca. Eso sí, cuídala o su dueño es capaz de matarme. Me la ha cedido hasta las 8.00 de la mañana del día siguiente. Así que tienes tiempo de sobra para hacer uso de ella.

 

- Muchas gracias. Ve pensando dónde será la cena. Te la has ganado- le comenté.

 

Tras explicarme dónde y de manos de quién podría recoger la limusina, terminamos la conversación.

 

El vehículo me lo entregaría el chófer del propietario y en la dirección que me dio Javier. Yo tendría que devolverla en ese mismo lugar.

 

A la mañana siguiente, al llegar al semáforo donde solía ponerse Joseph a vender, me armé de valor y le hice la siguiente propuesta, después de saludarle:

- No sé cómo decirte esto. Espero no ofenderte. Te necesito para una fantasía sexual de una amiga, una mujer madura que va a cumplir 50 años. Quiere tener sexo con un hombre de color en una limusina blanca.

Joseph no pareció tan sorprendido como yo esperaba. Se quedó callado unos segundos, pensativo, hasta que me preguntó:

- ¿Y qué gano yo con todo esto?

- ¿Te parece poco follar con una mujer y en una limusina?- le repliqué.

 

Se quedó callado y como vi que no terminaba de decidirse, le ofrecí lo siguiente:

 

- Está bien. Estoy dispuesto a darte 50 euros, si aceptas.

 

- Trato hecho, amigo- respondió el senegalés de forma inmediata en esta ocasión, mientras me estrechaba la mano para sellar el acuerdo.

 

- Muy bien. Pues te recogeré aquí mismo el viernes, sobre las 22.00 horas. No me falles- le indiqué.

 

- Tranquilo, esos 50 euros me vendrán bien- me comentó.

 

El segundo objetivo ya estaba cumplido. Sólo me quedaba el champán.

Ese mismo día, al salir del trabajo, me dirigí a un centro comercial y compré varias botellas de champán francés, además de dos cajas de bombones y un bote de nata en spray (estas dos últimas cosas fueron ideas mías).

Al llegar a casa, llamé a Lucía y le dije que si podíamos vernos el viernes por la noche para tomar algo. Ella se mostró algo sorprendida, pues habíamos quedado para el día siguiente, para su fiesta de cumpleaños, pero al final aceptó mi propuesta. Quedé en recogerla alrededor de las 23.00 horas. Todo estaba atado para poner en marcha la fantasía de Lucía.

 

Llegó el viernes y algo antes de las 22.00 horas estaba ya en el lugar que mi amigo Javier me había indicado y donde podría recoger la limusina. Se trataba de un garaje privado y allí, en la puerta se encontraba un hombre bien trajeado, de unos 40 años.

 

- Hola, buenas noches. Soy Alberto, el chófer del señor Ramírez. Usted debe de ser David, ¿verdad? Y viene a recoger la limusina- me saludó y me preguntó.

 

- Sí, así es. Soy David. Mi amigo Javier hizo las gestiones con el señor Ramírez para lo de la limusina- le respondí.

 

- Bien, pues vamos allá. Le voy a explicar un poco las prestaciones del vehículo. Si tiene alguna duda, me la pregunta- me comentó.

 

Abrió la puerta del garaje y apareció ante mis ojos una reluciente limusina blanca. Salvo en películas nunca antes había visto un vehículo de ese tipo.

Los cristales laterales y traseros eran tintados de forma que desde fuera no se podía ver ni quién viajaba dentro ni qué sucedía en el interior.

 

Durante unos minutos estuvo explicándome el funcionamiento de la limusina y la finalidad de la mayoría de los botones que estaban al alcance del conductor. Tras finalizar la explicación, me entregó las llaves del vehículo y el pequeño mando a distancia para abrir y cerrar la puerta del garaje.

Me subí al vehículo lo puse en marcha y, tras salir del garaje, cerré la puerta y me dirigí a recoger a Joseph. No tardé mucho en hacerme con el dominio perfecto de la limusina.

 

Yo me había arreglado bastante para la ocasión, mucho más de lo que era normal en mí: traje de chaqueta azul, camisa blanca, corbata roja y zapatos negros. Tenía que hacer el papel de chófer en la fantasía de Lucía.

Minutos más tarde de arrancar el vehículo llegué al lugar donde ya me esperaba Joseph.

 

El chico era alto, corpulento, y tenía el pelo con ratas. En esta ocasión vestía una chaqueta deportiva negra, una camiseta blanca, unos jeans azules y zapatillas deportivas negras.

Tras saludarnos, le pagué los 50 euros acordados, mientras el senegalés no dejaba de admirar la espectacularidad de la limusina. Cuando se subió a la parte trasera del vehículo, me comentó:

 

- Creía que esto era una broma y que no iba a ser real.

 

- Pues ya ves que es tal y como te comenté el otro día- le repliqué.

 

Yo había pulsado el botón que abría la mampara de cristal que separaba la parte delantera de la parte trasera del vehículo, para poder comunicarme tanto con el joven africano como después con Lucía.

 

- Ahí hay champán, bombones y nata, pero por favor no toques nada hasta que no se suba Lucía, la mujer a la que tenemos que recoger- le advertí.

 

A través de la luna delantera veía cómo los peatones y algunos conductores se quedaban extrañados y sorprendidos al ver pasar la limusina. Tardamos unos diez minutos en llegar a la casa de mi amiga y, aunque faltaba un poco para que fueran las 23.00, me bajé del vehículo, me encaminé hacia la puerta de la vivienda y llamé al timbre.

La puerta se abrió y apareció Lucía.

 

- ¿Pero qué haces tan trajeado?- fue lo primero que dijo al verme.

 

No le respondí. Me aparté del marco de la puerta y le señalé con la mano hacia la limusina. La cara de Lucía se llenó de sorpresa cuando contempló el vehículo blanco. Tras unos instantes reaccionó y me preguntó:

 

- ¿No será lo que me estoy imaginando, no?

 

- Sí, sí que lo es. Es mi regalo de cumpleaños. Hoy vas a cumplir por fin tu ansiada fantasía sexual- respondí.

 

Lucía cogió su bolso y un abrigo gris y cerró la puerta. Lentamente nos encaminamos hacia la limusina, la mujer por delante de mí. Iba vestida con una blusa roja entallada, minifalda negra hasta algo más arriba de la mitad de los muslos, medias negras transparentes y zapatos con tacón negros.

 

- ¡Qué suerte va a tener el cabrón de Joseph! Se va a follar a este mujerón y encima cobrando- pensé.

 

Al llegar al vehículo, le abrí una de las puertas traseras a Lucía y la invité a subir. Se quedó inmóvil unos instantes mirando con atención el interior de la limusina: vio a Joseph, las botellas de champán, la nata y las cajas de bombones, además de la pantalla de televisión con DVD incorporado y los amplios asientos del vehículo. Entonces la mujer me miró, me sonrió y dijo:

 

- Gracias por hacer realidad todo esto. No sé cómo lo has logrado, pero muchas gracias.

 

Entró en la limusina y se sentó junto al joven senegalés. Acto seguido cerré la puerta y me puse al volante para arrancar la limusina. Coloqué el espejo de forma estratégica para no perder detalle de lo que ocurría detrás y emprendimos la marcha. Mi intención era dar una larga vuelta con la limusina por la ciudad y las afueras. Lucía, ya con el vehículo en marcha, rompió el fuego y le preguntó al africano:

 

- ¿Cómo te llamas?

 

- Joseph- respondió el joven.

 

- Yo soy Lucía. Supongo que David te habrá explicado para qué estamos aquí, ¿no?- quiso saber.

 

- Sí. Pero no me había dicho que estabas tan buena- soltó de golpe Joseph.

 

- ¡Hombre! Gracias por el cumplido. Tú no estás nada, pero que nada mal- replicó a su vez Lucía.

 

- ¿Te apetece una copa de champán?- le ofreció la mujer.

 

- Sí, gracias. Un poco por la tensión, pero tengo la boca seca- dijo el chico.

 

Mi amiga abrió primero una de las cajas de bombones, acercó uno a la boca del senegalés y éste lo saboreó con ganas. A continuación le sirvió una copa de champán al joven y otra para ella. Brindaron y le dieron un par de sorbos a la bebida. Joseph hizo una pequeña pausa y apuró después toda la copa. También Lucía terminó de beberse pronto su primera copa.

 

Yo, a través del espejo, seguía sin perder detalle de lo que ocurría en la parte trasera. Lucía, que en un primer momento se había sentado con las piernas cruzadas, guardando un poco las formas, ahora se encontraba ya con las piernas relativamente separadas, lo cual me permitió ver por primera vez en la noche el color blanco de sus de sus braguitas.

Mi amiga cogió y probó varios bombones de la caja. Uno de ellos se lo puso entre sus labios y acercó su rostro a la cara de Joseph. Él correspondió y, juntando sus labios con los de Lucía, mordió parte del bombón, que quedó en su boca. Esta vez fue Joseph quien sirvió una segunda copa de champán a Lucía y después a él. Antes de dar un primer trago, Lucía estampó sus labios con los del africano: durante unos segundos interminables los dos se fundieron en un beso salvaje, apasionado, lleno de lujuria y de deseo. Mientras se seguían besando, Lucía le fue quitando al joven la cazadora deportiva. Faltos ya de respiración tuvieron que interrumpir el beso, momento que aprovechó Joseph para desprenderse de sus zapatillas deportivas y de los calcetines. Lucía siguió desnudando atropelladamente al senegalés y le quitó la camiseta. El torso desnudo del joven quedó a la vista: un torso fibroso y bien definido, aunque sin estar musculazo. La mujer acarició entonces los pectorales del chico y jugueteó unos segundos con los pequeños pezones negros que sobresalían de ellos.

 

Joseph pasó entonces al ataque y uno a uno fue desabrochándole los botones de la camisa a Lucía. La prenda comenzó a abrirse y a mostrar poco a poco el sujetador blanco, a juego con las bragas, de la madura. Al ver ante sí parte de esta prenda íntima, el senegalés perdió la paciencia y de un fuerte tirón terminó de abrir la blusa, provocando que los demás botones saltaran arrancados. Despojó finalmente a Lucía de la prenda y tiró la blusa al suelo.

 

Lucía volvió a tocar con la palma de sus manos todo el pecho del senegalés, fue bajando muy despacio hasta el ombligo, después hasta la cintura y ahí se detuvo: le sacó el cinturón al pantalón, desabrochó el botón y comenzó a bajar la cremallera. Joseph se levantó ligeramente del asiento, lo suficiente como para permitirle a la mujer tirar del pantalón. La madura empezó a bajárselo hasta sacárselo por los pies. Las piernas desnudas del africano quedaron a merced de Lucía, que ya sólo tenía el bóxer blanco que llevaba el joven como único obstáculo para llegar a la meta del sexo del senegalés. Bajo la ceñida prenda, la polla y los testículos del joven dibujaban un enorme bulto.

 

Estábamos a punto de salir de los barrios más céntricos de la ciudad y de llegar a las afueras. Yo quería circular por allí un rato mientras la pareja consumaba todo lo que quisieran consumar. Cuando volví a mirar por el espejo vi a Lucía quitándose los zapatos. Mientras la mujer terminaba de hacerlo, Joseph le dijo:

 

- Quiero ver esas tetazas que tienes, no me hagas esperar mucho más.

 

- Tranquilo, todo a su tiempo- replicó la madura.

 

Ésta se incorporó un poco del asiento, llevó sus manos a la cintura de la minifalda y comenzó a bajársela. Joseph no perdía ojo de lo que hacía la mujer y observaba cómo la prenda se iba deslizando por los muslos de Lucía, dejando al descubierto las braguitas color blanco marfil. La mujer acabó de deshacerse de la falda, que quedó en el suelo junto con las otras prendas. Lucía ya sólo llevaba puestos el conjunto de ropa íntima blanca y las medias negras transparentes sujetadas en los muslos por sus respectivas bandas.

 

El paquete del senegalés había crecido ante el espectáculo en forma de mujer que tenía delante y todavía lo hizo más cuando Lucía se agachó sobre la entrepierna del joven y comenzó a chuparle todo el bulto por encima del bóxer. Mientras recibía gustoso las chupadas, Joseph llevó sus manos a la espalda de Lucía y le desabrochó el sujetador, que cayó de forma fulminante al suelo. Las dos enormes tetas de la mujer quedaron a la vista, coronadas por sendas aureolas oscuras, de color marrón café. Los pezones, ya tiesos, denotaban el grado de excitación de Lucía. El senegalés tenía ya la polla tan empalmada, que la punta amenazaba con salirse de un momento a otro del bóxer.

 

Lucía ya no quiso esperar más: con las manos le fue bajando el bóxer al africano, cuyo pene erguido y duro salió de la prenda como un resorte.

Aquella verga debía de medir unos 20 cm o quizá algo más y era de un grosor considerable. Una espesa mata de vello púbico cubría la zona genital del senegalés, que permitió que Lucía le retirase hacia atrás ligeramente la piel de su polla para dejar el glande al descubierto.

 

La mujer se levantó del asiento, cogió el bote de nata que estaba sobre la mesita central de la limusina. Yo sentía mi pene a punto de reventar por todo lo que estaba viendo y eso que aún no había llegado lo gordo. Notaba mi slip mojado, húmedo de líquido preseminal que salía de mi polla.

 

Lucía se sentó de nuevo, acercó el bote de spray de nata al pene de Joseph, destapó el bote, pulsó el botón y roció con una generosa capa de nata la dura verga del africano. Éste se afanaba ahora en masajear las tetas de Lucía y lo hacía con ganas, como si nunca hubiese visto los pechos de una mujer: los amasaba con las manos, friccionaba los pezones y tiraba suavemente de ellos como si quisiera alargarlos más de lo que ya lo estaban. Estuvo así unos minutos hasta que pasó a acariciarle los muslos, seguro que sintiendo en sus manos la suavidad del tejido de las medias.

Lucía inclinó su cabeza sobre la entrepierna de del africano y con la lengua, cual gata en celo, empezó a lamer toda la nata que cubría la zona genital del joven y su verga. Paulatinamente la nata fue desapareciendo de los testículos y de la polla del senegalés.

 

- ¡Vamos, fóllame la boca!- exclamó entonces mi amiga.

 

Joseph le metió hasta el fondo su miembro e inició un lento y suave mete y saca, que fue aumentando conforme pasaban los segundos.

 

Fuera, en la calle, había comenzado a llover ligeramente y seguíamos circulando por la periferia de la ciudad. Volví a mirar por el espejo y observé que el senegalés había roto a sudar por el esfuerzo y seguí incrementando el ritmo de penetración de la boca de Lucía. La verga del joven era rozada por los labios pintados de carmín de la madura, que esperaba impaciente la corrida del chico. Joseph tenía los ojos cerrados y apretaba los dientes mientras deslizaba su miembro. De repente soltó varios gemidos muy sonoros y gritó:

 

- ¡Ahhhh….., no aguanto más. Me voy a correr, me corrooooo……!

 

Paró por completo sus movimientos y con la polla dentro de la boca de Lucía empezó a descargar toda su leche. La mujer hacía verdaderos esfuerzos por tragar todo el semen hasta que, entre arcadas, tuvo que abrir la boca: los últimos goterones de esperma blanco cayeron sobre los pechos de la mujer.

Joseph besó la boca de Lucía, aún con restos de la corrida, y después ambos se dejaron caer sobre el respaldo de los asientos, aliviados y tratando de recuperar fuerzas.

 

- Me ha encantado el sabor de tu leche. Me has dejado la boca bien servida. Ahora espero que dejes mi coño igual de satisfecho- dijo Lucía.

 

Mientras descansaban, los dos siguieron consumiendo champán y los efectos del alcohol comenzaban a hacerse evidentes en el senegalés pero, sobre todo, en Lucía, a la que cada vez le costaba más articular correctamente.

Después de unos minutos de cierta calma, mi amiga me hizo una petición:

 

- David, cuando puedas para el vehículo: necesito orinar.

 

En ese momento estábamos atravesando una zona de polígonos industriales, que por las noches, en especial los fines de semana, se había convertido en uno de los principales focos de prostitución de la ciudad. Mientras buscaba un sitio oportuno para estacionar la limusina, Lucía se volvió a dirigir a mí:

 

- ¡Joder, David, para de una vez donde sea. Me voy a mear!

 

Detuve el coche inmediatamente, cerca de una de las naves del polígono. A escasos 15 metros había una prostituta esperando la llegada de algún posible cliente. Ésta, en cuanto vio que el vehículo se detenía, se acercó presurosa, creyendo que era alguien que pretendía sus servicios. La prostituta era una chica mulata, de unos 25 años, de estatura mediana y esbelta que, pese al frío, llevaba puestas únicamente una camiseta amarilla de mangas largas con un generoso escote, unas mallas negras muy ceñidas y unas botas bajas de color blanco. Antes de que la joven llegara a la altura del vehículo, Lucía abrió una de las puertas y se bajó. Ataviada sólo con las braguitas y con las medias, dio un par de pasos hacia delante, se puso en cuclillas, se bajó las bragas hasta las rodillas, separó las piernas y empezó a soltar un interminable chorro de pipí amarillento.

Joseph, totalmente desnudo, también se apeó del vehículo, dispuesto a terminar la tarea que tenía encomendada. La prostituta estaba ya junto a la limusina y contemplaba la situación sin sorprenderse demasiado, seguro que curtida en mil batallas.

Opté por bajar yo también y entonces la puta me preguntó:

 

- ¿Quién de los dos es cliente?

 

- Ella- respondí con brevedad.

 

- Me lo imaginaba: tiene pinta de señora, pero esas al final resultan ser más viciosas que las demás.

 

Me fijé mejor en la chica y vi que tenía el cabello rizado y negro, bastante largo, unos labios carnosos y unas tetas medianas, más pequeñas que las de Lucía. Los pezones se le marcaban perfectamente en la camiseta y las mallas le quedaban tan ajustadas que se le dibujaba en la entrepierna la rajita del coño y los labios vaginales.

 

- ¿Y tú, cielo, no quieres a una mujer como yo que te alivie?- me preguntó.

 

No le respondí a la primera, por lo que, mientras la prostituta contemplaba cómo Joseph se magreaba su polla para ponerla a tono, me propuso lo siguiente:

 

- Mira, vida mía, te propongo una cosa: como nunca había visto una limusina y como me haría mucha ilusión montarme en ella y que me dieras una vuelta, te hago una mamada gratis a cambio de que me des ese paseo.

 

No me lo pensé mucho y acepté el trato. Tenía mi polla muy dura y con ganas de aliviarme. De hecho había pensado en masturbarme mientras contemplaba a Lucía y a Joseph follando.

La prostituta se acercó un poco más a mí, se agachó y me bajó la cremallera del pantalón.

Lucía ya había terminado de mear, dejando sobre el asfalto un enorme charco de orín. Se reincorporó, pero ya no se subió las bragas: dejó que se deslizaran hasta sus tobillos, sacó de ellas primero el pie izquierdo y agitó después su pie derecho lanzando la prenda a un par de metros de distancia. Las braguitas blancas quedaron tiradas en medio del asfalto.

 

El coño de la mujer, cubierto de una espesa mata de vello negro, quedó al fin al descubierto. Joseph se acercó entonces a la madura y le pidió que se inclinase sobre el maletero de la limusina. Cuando la mujer colocó sus antebrazos y su torso sobre esa parte del vehículo, el senegalés agarró y levantó las piernas de la mujer y las separó quedando así en la postura de la carretilla: iba a follar el coño de mi amiga desde atrás.

La prostituta me hizo una señal con la mano para que nos acercáramos más a la pareja y tener una mejor perspectiva de lo que iban a hacer. Nos pusimos en paralelo a ellos, yo al lado del africano y la puta se arrodilló delante de mí, quedando situada junto a Lucía.

 

Joseph, desde atrás, había encajado ya su verga negra en la vagina de la madura, mientras la prostituta me apartaba el slip y sacaba mi polla con la punta mojada de líquido preseminal. La chica jugueteó con esa humedad pasando la yema de sus dedos por la cúspide de mi verga. Acto seguido se llevó los dedos a la boca y se los chupó, probando el fuerte sabor de mis flujos. A la par que Joseph comenzaba con su mete y saca en la vagina de Lucía, la joven prostituta engulló en su boca todo mi pene ya completamente erecto y empezó a practicarme la felación prometida. Una y otra vez pasaba sus labios por todo el tronco de mi polla y con la punta de su lengua rozaba mi glande. Me estaba mamando la verga sin prisas, sabiendo cómo darme el máximo placer. Aunque no estaba seguro si lo que yo iba a hacer entraba dentro del trato o no, me atreví a subirle un poco la camiseta amarilla. Ella no se opuso, así que continué alzándole la prenda hasta dejar al descubierto sus dos medianas pero hermosas tetas, desnudas, sin sujetador y le dejé la camiseta reliada por encima de los pechos. Las tetas se veían muy firmes, duras y lo que más me excitó en ellas fue el gran tamaño de las rosadas aureolas adornadas por los pezones.

 

Mientras la joven seguía mamándome la polla a un ritmo ya mayor, Joseph había conseguido arrancarle a mi amiga los primeros gemidos de placer. El miembro viril del africano entraba y salía del cuerpo de Lucía a un ritmo cada vez mayor.

 

- ¡Uffff…..Ay, Dios, qué bien lo haces…..Sigue así, así, no paressssss.…..Ahhhhh, ahhhhhhh, ahhhhhhhhh……..- exclamaba la mujer.

 

Yo estaba en ese momento magreándole las tetas a la prostituta, mientras ella había soltado mi verga de su boca y me pajeaba ahora con la mano. Lo hacía a un ritmo tan vertiginoso que comencé a sentir cómo mis testículos se ponían duros como piedras y pronto aparecieron los primeros espasmos y punzadas en mi abdomen y en mi zona genital, anunciando una inminente eyaculación.

 

- ¡Ay, ay……Me corro, me corroooooo.….!- grité justo antes de que varios chorros de leche salieran disparados de mi pene impactando contra la cara y los pelos de la mulata. El semen resbalaba por sus ojos, su boca, sus labios y goteaba sobre las mallas negras de la chica Cuando terminé de eyacular, la joven le dio una buena pasada a mi verga y me limpió los restos de semen que quedaban. Con sus manos retiró el esperma que había en su cara y lo chupó para saborearlo.

 

Joseph proseguía con sus embestidas, perforando el coño de Lucía, que ya no podía contener sus continuos y sonoros gemidos. Debido a la violencia de los movimientos, la media de la pierna derecha de la mujer estaba ya a la altura de la rodilla, mientras que la de la pierna izquierda seguí en su sitio pero con varias carreras. El senegalés le dio un último acelerón a sus embestidas:

 

- Ayyyyy……Ayyyyyy…..Sííííííí……Sííííííí…….Me estoy corriendo, estoy chorrendoooooo…..- gritó Lucía.

 

El africano hizo varios movimientos de penetración más, muy secos, hasta que exclamó.

 

- ¡Ohhhhhh…….No aguantó más…..No puedo más…….!

 

Detuvo sus embestidas con la polla enterrada en la vagina de la mujer y en medio de fuertes gemidos eyaculó dentro del cuerpo de Lucía. Los cuerpos de ambos quedaron fundidos en uno durante unos instantes, hasta que al fin Joseph se retiró de la madura sacando su pene que había perdido ya algo de su dureza. Soltó las piernas de Lucía y ésta trató de incorporarse. A duras penas se puso derecha y se tambaleaba algo, afectada por el alcohol consumido y por “guerra” que le acababa de dar el senegalés.

 

Tanto la prostituta como yo nos habíamos recolocado nuestra ropa. Entonces ella me dijo:

 

- Ha llegado la hora de mi recompensa. Creo que me la he merecido.

 

Amablemente le abrí una de las puertas traseras de la limusina y la chica se quedó sorprendida al ver el interior.

 

-¡Vaya lujo. Cómo os lo habéis montado: champán, bombones, nata…..Espera, espera!- exclamó al tiempo que sacaba del interior de su bolso su teléfono móvil y me pidió que la fotografiase junto a la limusina. Disparé varias fotos y me pidió a continuación:

 

- ¿Puedes hacerme un par de fotos más sentada dentro?

 

- ¡Claro!- le respondí.

 

La joven se subió al vehículo, se sentó en uno de los cómodos asientos y posó para las fotografías. Antes de sacarle las instantáneas se montaron en la limusina Lucía, que obligó a la mulata a cederle el asiento junto a la ventanilla, y Joseph, que entró por la puerta contraria y se sentó en la otra ventanilla, quedando la prostituta sentada entre ambos.

Le hice a la chica las fotos que me pidió y, antes de entregarle el móvil, comprobé cómo habían salido: la chica aparecía con restos y manchas de semen semiseco en su caballo, en su camiseta y en sus mallas, sentada entre los cuerpos desnudos de Lucía y de Joseph.

 

Me monté en la limusina y arranqué para emprender el camino de vuelta.

 

- ¿Puedo tomar una copa de champán?- pregunto la prostituta.

 

- Tómate las que quieras- respondió Lucía con voz débil y tenue.

 

Mi amiga, agotada y bajo los efectos del alcohol, no tardó en quedarse dormida. Joseph empezó a vestirse, mientras la chica se deleitaba saboreando la bebida. Minutos más tarde, ya con el senegalés completamente vestido y con Lucía aún durmiendo, llegamos al semáforo en el que había recogido a Joseph. Detuve brevemente la limusina y el africano se bajó, no sin antes agradecerme lo bien que lo había pasado y el dinero ganado.

 

 

Volví a poner en marcha el vehículo y le pregunté a la joven mulata:

 

- ¿Quieres que te deje en algún sitio en concreto?

 

- Si no te importa me gustaría que me llevaras a casa en la limusina.

 

Me dio la dirección y la llevé hasta allí.

 

- Bueno, creo que yo también he cumplido mi parte del trato- le comenté.

 

- Ha sido un placer. Por cierto me llamo Mónica. Y ya sabes dónde puedes encontrarme para cualquier servicio que te apetezca- dijo despidiéndose de mí y al tiempo que se bajaba las mallas por la parte delantera lo suficiente como para mostrarme una breve vista de su coño completamente depilado.

 

 

Reemprendí la marcha y me dirigí entonces a casa de Lucía. Al llegar, tuve que despertarla para que saliera del coche. A duras penas se puso sólo el abrigo gris largo para ocultar su desnudez mientras llegaba a la puerta de su casa. Tuve que ser yo quien recogiera del suelo del vehículo el resto de su ropa y la dejase posteriormente en su habitación. Lucía se quitó el abrigo, pero no perdió el tiempo en desprenderse de las medias sucias y rotas: con ellas puestas se tumbó en su cama sin querer saber nada más.

Alí de su casa y dediqué un buen rato en limpiar el interior de la limusina y hacer desaparecer cualquier vestigio de lo que allí había sucedido.

 

Antes incluso de la hora fijada el vehículo estaba de nuevo en su garaje y yo, ya en casa y tumbado en mi cama, revivía mentalmente todo lo vivido mientras empezaba a acariciarme mi polla.

 

 

 

 

Gracias por el tiempo que habéis dedicado a la lectura del relato. Gracias también a todas aquellas lectoras que contestaron a mis encuestas. Este relato ha salido precisamente de una de esas respuestas.

Para cualquier opinión, crítica, sugerencia o lo que queráis, podéis dejar vuestro comentario en la página o enviarme un correo a mi dirección. Procuraré contestar.

Besos y hasta la próxima.