miprimita.com

Masturbaciones

en Autosatisfacción

Como cada noche, repaso sus relatos con satisfacción, como pequeñas obras de arte que K hubiera creado solo para mi. Esta noche me centro en el último que he recibido, que por ser novedad me absorbe, me transporta al pequeño mundo de erotismo que K domina. Lo leo un par de veces, tumbada en la cama, y al acabar, aparto el portátil, lo apago y me quedo inmóvil, en la oscuridad, con las sensaciones recientes aun en el paladar. Mi corazón está algo acelerado, siento calor, que se debe en parte a este octubre con rastros de verano y en parte a mi reciente viaje al mundo de fantasía donde puedo ser testigo de toda clase de actos que ni siquiera menciono en voz alta en la vida real. Mi ropa interior es testigo de mi vuelta a la realidad, húmeda aun, como prueba irrefutable de mi pequeño pecado, encerrado ahora en el portátil apagado. En unos minutos ni siquiera recuerdo el tema del relato, pero la excitación que ha provocado sigue latente. Tumbada en la oscuridad, me acaricio levemente por encima del pijama, dispuesta a dedicarme un buen rato a mi misma. En un gesto me despojo del pijama, quedándome en bragas, y con los ojos cerrados entreabro las piernas para que mi mano repase por encima de la tela lo que tantas veces he acariciado. Las bragas de algodón han pasado de estar ligeramente húmedas a estar mojadas, casi empapadas. Mis flujos siempre son excesivos, tibios y densos, facilitando cualquier juego propuesto. A través de la tela puedo notar mi clítoris hinchado, que me exige mediante leves latidos, contacto directo. Aparto un poco la tela de las bragas, para confirmar la hinchazón con un par de dedos de mi mano derecha. Recorro mi coño, jugoso, y doy un respingo cuando mis dedos pasan sobre mi clítoris. Está enorme, híper sensible. Paso los dedos por encima, despacio, sin ninguna prisa, disfrutando de las primeras olas de placer. Cada vez que me masturbo no puedo evitar perderme en mi propia memoria sexual, como si cada caricia que me proporciono trajera cada experiencia vivida conmigo misma. Las primeras, de niña, con un afán de exploración más que de satisfacción, cuando el clítoris daba las primeras sorpresas, el fervor adolescente, que me hacía aprovechar cualquier momento a solas para darme un respiro... Recuerdo con especial excitación cuando, con doce o trece años, dos amigas y yo quedábamos en el trastero de una de ellas, y allí, sobre una alfombra en el suelo, nos desnudábamos y masturbábamos juntas y mutuamente. Al principio era un juego inocente, simple experimentación, exploración del propio cuerpo y del ajeno mediante caricias y besos, pero un par de años después se convirtieron en verdaderas sesiones sexuales a tres, donde la masturbación daba paso a toda clase de prácticas lésbicas. Podíamos pasar tardes enteras proponiendo nuevos juegos,  tocando, lamiendo y chupando. Desafortunadamente la pubertad despertó otros instintos en nosotras, y a medida que íbamos descubriendo otras vertientes de nuestra sexualidad, nuestros juegos infantiles fueron dados de lado por novietes y rolletes propios de la edad. Mientras me froto el clítoris, abstraída y concentrada en mi propio placer, viene a mi mente mi primer rollo de la pre-adolescencia. Él era un chico un año o dos mayor que yo, vecino de mi edificio, que pasaba interminables horas solo en su casa. Quedábamos para ver películas que acababan en besos con lengua con sabor a principiante, magreo inocente... Hasta que un día, sin previo aviso, y dando un salto enorme en la línea evolutiva de nuestro tonteo, se sacó la polla con la intención de que se la acariciase. Al principio, tímida, me dió una especie de ataque de risa, era la primera vez que veía una, pero en un par de películas ya le hacía unas pajas de infarto. Me encantaba tener ese poder, agarrarle la polla, y poder conseguir, en apenas unos frotes, que se corriera. Me recriminaba las prisas, le gustaban las pajas lentas, y yo me esmeraba por darle placer. Se la acariciaba lentamente, observándola como hipnotizada, hasta que notaba como él apretaba el culo y apenas un par de segundos después, aquel líquido viscoso salía como un escupitajo. Él también hacía sus pinitos. Me costaba mucho dejar que me viera, así que mi solución era subir a su casa con falda... pero sin bragas. Así él podía juguetear sin tener que ver nada. Deslizaba su mano por entre la tela, sobaba torpemente, yo abría las piernas y le daba instrucciones... Pero nada, era rematadamente torpe. Aunque él se esforzaba y disfrutaba de las exploraciones, yo ya sabía, gracias a las sesiones del trastero de mi amiga, lo que era un dedo bien hecho, así que cuando un tiempo después me sugirió que se la chupara, opté por dejar de subir a ver películas. Si no sabía hacerme un dedo, no iba a saber hacer lo demás. Ummm la masturbación... Es curioso qué poquito hace falta para encender la mecha... Esta noche ha sido el relato de K el que me ha hecho empezar a frotarme el coño como si tratase de calmar un picor inexistente. La mano, empapada de flujos, se pierde entre los pliegues de mi sexo, colando de vez en cuando un par de dedos dentro del mismo, pero prestando especial atención al clítoris, protagonista absoluto de mis momentos íntimos. La braga me estorba y me la quito, pudiendo por fin abrirme del todo, ofreciéndome mi sexo a mi misma, reclamando caricias en cada centímetro. Mis músculos se tensan, noto como viene, poco a poco, un orgasmo, pero quiero retenerlo. Una vieja gloria se cuela en mis pensamientos... Tenía quince años y lo conocí en una semana blanca que organizaba el instituto. La nieve siempre es un aliciente para cambiar de aires, y para conocer a gente más que interesante en los albergues. En una de esas enormes habitaciones atestadas de literas nos perdimos por alguna de las más altas, allá por el fondo, y el rollete y magreo subieron de tono, tanto, que pensé que me iba a desvirgar. Me estaba chupando las tetas y desabrochando el pantalón cuando, de pronto, al tenerme allí en bragas, me pidió que me masturbara para él. No sabía muy bien como atender la petición, estaba tan convencida de que íbamos a follar que era como si hubiera echado el freno de mano justo cuando pensaba que cruzábamos la meta. Así que me acaricié, me bajé las bragas a medio muslo y me hice un dedo solo para él. Me miraba fascinado, alucinado de que hubiera accedido a su petición, y estaba tan excitado que no se atrevía siquiera a tocarme. Sus ojos en mí hacían que mi excitación aumentara por momentos, y me frotaba teatralmente, exponiéndome, para excitarlo aun más. Cuando me corrí él se sacó la polla orgulloso, se puso de rodillas en la cama junto a mí, y con un triunfal "ahora mira como me pajeo yo", empezó a meneársela, totalmente ausente, tardando solo un par de minutos en descargar su semen sobre mi vientre. No ocurrió nada más. Desde aquella vez siempre he disfrutado mucho masturbándome con espectadores, testigos de mi placer, pero sin permiso para participar de él. Mi dedo va demasiado bien, tanto que las rodillas empiezan a temblar anunciando un orgasmo incontenible. Así que decido pararlo en seco, tumbarme de lado, encoger las piernas y darme un minuto para calmarme. Y así, en esa postura, mi mano izquierda busca mi culo, sabiendo que merece algo de atención. Separo un poco las piernas, me mojo los dedos en mis propios flujos, y uno de ellos se cuela en mi ano, prieto, poco dado a recibir visita pero agradecido de tenerla. Lo meto y lo saco un par de veces, para estimularlo bien, pero lo dejo dentro mientras mi otra mano ha vuelto a frotar el clítoris con mayor intensidad que antes. Y así, sin poder retenerlo más, me corro, intensamente, con un dedo metido en el culo, haciendo más sordos los espasmos vaginales. Me quedo así un rato, sin querer sacarme el dedo del culo ni dejar de acariciarme el clítoris agotado y latente. Pienso en K y en sus relatos, y espero que sepa que su efecto es el deseado...