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El rellano

en Autosatisfacción

Hace unos años compartí piso con un par de chicos. Ambos eran gays aunque no había nada entre ellos. Vivíamos en un piso muy antiguo, en uno de esos portales señoriales con dos escaleras, la principal, y la de servicio, que nadie usaba por ser mucho más estrecha, oscura, y porque no tenía ascensor. Así que los vecinos, por acuerdo más oficioso que oficial, se permitían dejar diversos trastos acumulados en rellanos y descansillos, como bicicletas, tiestos y macetas... Cada planta tenía solamente un piso, enorme eso sí, aunque nosotros vivíamos en el último, y el dueño había hecho una reforma enorme, partiendo el piso en dos más pequeños y modernos. Nos alquiló a nosotros el "grande", de tres habitaciones, y él se quedó el estudio resultante para uso propio. Sin embargo no vivía allí, y prefería tener ese piso vacío para "emergencias", o lo que nosotros pensábamos que usaba como "picadero". Así que aprovechamos la coyuntura para usar todo el rellano de la escalera de servicio sabiendo que a él no le estorbaban las dos bicis de mis compañeros. Una tarde volví a casa del cine y mis compañeros estaban revolucionados, casi escandalizados porque dos chicos (en sus palabras) "pre-adolescentes" habían pasado la tarde masturbándose en el rellano de la escalera de servicio. El caso es que en la reforma el dueño había decidido mantener las puertas antiguas pero el marco de la puerta era una especie de ventana de cristal opaco... Opaco desde el exterior, pero perfectamente nítido de dentro hacia afuera. Por lo visto los dos chavalitos habían subido hasta allí buscando intimidad, y por cómo teníamos puestas las bicicletas se sentaron en el rellano protegidos por el murete que hacía de barandilla, pero con la perspectiva perfecta para ser tranquilamente observados desde dentro. Sabiendo que nadie iba a pasar por allí, habían pasado la tarde pajeándose a gusto, complementando la actividad con algunas revistas que escondieron torpemente en la funda de una de las bicis.

 
La tarde siguiente no quería perderme el espectáculo, y como si de una sesión de cine se tratase, mis dos compañeros y yo pretendimos no estar en casa, silenciosos apagamos las luces del pasillo, y nos sentamos frente a la cristalera que daba al rellano. Un poco más tarde que el día anterior, aparecieron dos chicos de unos trece o catorce años, que subieron la escalera sigilosos. Reconocí a uno de ellos como un vecino, aunque no supe especificar el piso en el que vivía, tan solo que no me extrañaba que tuviera que venir a pajearse a nuestra puerta, porque su casa era una especie de "Cuéntame", con padres, varios hermanos y dos abuelas.
 
Mientras uno de ellos se acomodaba en silencio, el otro liberaba sus revistas de la funda de la bicicleta (que habíamos dejado en el mismo sitio después de habernos reído de lo lindo con la ocurrencia). En poco más de un minuto ya estaban pajeándose furiosamente, gesticulando en silencio y pasando las hojas de las revistas. A veces las dejaban para mirarse el uno al otro, vanagloriarse de lo que ellos creían "unas grandes pollas" y finalmente se corrieron casi al unísono. Mis compañeros y yo nos aguantábamos la risa, y cuando se fueron intercambiamos historias de primeras pajas, dedos...
 
Aquellas visitas furtivas al rellano se hicieron muy frecuentes, casi diarias, e incluso subía el vecinito solo a meneársela.
 
Llegó el verano, y mis compañeros, totalmente obsesionados con las sesiones masturbatorias del rellano, dejaron, a modo de "cómplice coincidencia", los enormes cojines de un sillón de mimbre que uno de ellos tenía en su piso anterior pero que había roto en la mudanza. Los cojines estaban intactos, así que los guardó, sin saber el uso peregrino que les iba a dar. El mismo día que decidió "aparcarlos" en una esquina del rellano, el vecinito subió con dos chicas. Nos percatamos por las risas nerviosas de ellas y un traspiés en la escalera seguido de un "sssshhhhh" de él.
 
Uno de mis compañeros tenía que ir a trabajar, así que mi otro compañero y yo nos apostamos en la puerta. El vecinito y sus amigas supieron aprovechar el detalle de los cojines y se acomodaron con ellos en el rellano. Pese a lo prometedor de la situación allí no pasaba nada. Se pasaron hablando un par de horas, y finalmente desistimos. Fuí a ducharme y mi compañero, que había quedado con unos amigos, se fue.
 
Al salir de la ducha me asomé por curiosidad. El trío seguía allí, aunque una de las chicas (una rubita) estaba de pie y sorprendéntemente les enseñaba a su amiga y al vecinito, levantándose la falda, su ropa interior. Reían nerviosamente aunque el show era bastante inocente. La rubia se sentó y ambas parecieron retar al vecino, que sin pensárselo dos veces se sacó la polla y se la enseñó. Por supuesto tenía una erección enorme, latente, que las dejó, por un momento, calladas frente a él. Se la empezó a acariciar para ellas, que no movían un músculo, absortas en el movimiento que él les dedicaba. Al contrario que habitualmente, no era una paja rápida y furiosa, sino una exhibición meditada, armoniosa, hipnótica. Las chicas se miraban y sonreían, y el vecinito, pese a su dedicado espectáculo, se corrió sin remedio en apenas tres minutos. Se limpió como pudo y cinco minutos después desaparecieron.
 
A partir de aquel episodio las visitas al rellano fueron mucho más interesantes...