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En el gimnasio

en Trios

Carlos y Alberto eran amigos desde los ocho años. Ambos habían compartido estudios y juegos. Aunque a primera vista parecían dos personas opuestas, habían desarrollado una complicidad que muchas veces no necesitaban palabras para comunicarse. Siempre con Carlos como líder y Alberto como subordinado.

Carlos era grande (1,86 m.) obsesionado por la imagen y el físico (su imagen de hombre perfecto era Conan el Bárbaro), arrogante, frío, a veces caprichoso, y mujeriego. Alberto era más normal (1,68 m.) delgado, de sonrisa fácil, bastante tímido, estudioso, encantador a los ojos de los adultos, cuya única obsesión conocida era correr una maratón.

El último año de bachillerato fue cuando comenzó esta historia. Era a mediados de octubre, el día había amanecido nublado y no había parado de caer pequeños chaparrones desde primera hora de la mañana. Alberto se sentía decepcionado por no poder salir a entrenar como hacía todos los días. Entonces Carlos le invitó a ir al gimnasio donde iba él y que practicase en la cinta para correr.

Carlos le pago la inscripción e hizo de guía para mostrarle las instalaciones. Era un gimnasio relativamente grande que funcionaba desde las diez y media de la mañana hasta las diez y media de la noche. Le presentó a la dueña (una mujer hipermusculada, vestida con ropas ajustadas, pañuelo pirata, con los pechos como pelotas de baloncesto, y que era algo menor que Alberto) que le examinó con interés de arriba abajo antes de decirle “que le pondría a tono en cuanto pudiera”.

Ese día le mostró toda la oferta del gimnasio y finalmente acabaron frente al aparato para correr. Le enseñó como funcionaba y le dejó que entrenase a su ritmo. Carlos prefería ejercicios de musculación. Esa tarde pasó rápida y cuando acabaron ya era tarde, casi las diez y media. Como era viernes, a esa hora eran ya de los últimos.

En los vestuarios, mientras terminaban de ducharse, la dueña anunció que sólo quedaban ellos y que iba a cerrar la puerta. Entonces, sin mediar palabra o indicación alguna, Carlos se acercó por la espalda a su amigo y le agarró por el cuello con la mano izquierda. Sorprendido e inmovilizado, Alberto se quedó sin voz. Sintió como un dedo de su amigo le penetraba en el culo.

-Gírate y ponte de rodillas sin decir nada.

Muy lentamente, obedeció las órdenes. Su rostro quedó a la altura del miembro de Carlos. No era un pene grande (apenas 12 o 13 cm.) y aunque se mostraba en perfecto ángulo recto respecto al cuerpo, apenas se le insinuaban vena alguna bajo la piel.

- Empieza a chupar.

Por el tono de voz, Alberto supo que no había posibilidad de oponer resistencia. Era por las buenas o por las malas. Prefirió mostrarse sumiso a recibir violencia. Comenzó recorriendo el miembro con la lengua desde la base hasta la punta, acentuando las caricias en el capullo rosáceo que sobresalía.

Carlos cerraba los ojos y contenía exclamaciones guturales haciéndose pasar por insensible. Lástima que su cuerpo no mintiese, porque podía notar como saltaba la polla a cada repaso que su lengua ofrecía. Los músculos de aquel cuerpo se contraían según iba creciendo el miembro. La tensión parecía que les iba a destrozar de un momento a otro, entonces explotó.

Un potente chorro de lefa chocó contra el rostro de Alberto. Justo entre los ojos. La mano de Carlos le inmovilizó y recibió al menos, media docena más antes de que empezara a agotarse. Una vez satisfecho, le cogió por el pelo y le puso en pie. Le colocó de cara a la pared y le abrió las piernas con un toque de la suya. Rápidamente intuyó lo que seguía.

Le mantenía la cabeza echada hacia atrás; el agua, más caliente que templada, le iba limpiando la corrida mientras sentía un dedo tanteando el agujero de su culo. Notó como depositaba jabón líquido justo donde acaba el casto nombre de la espalda, y lo usaba como lubricante para penetrarlo con un dedo.

Luego entró un segundo y entre ambos dilataron lo que Carlos consideró como suficiente. Volvió a echar otro poco de jabón y colocó su miembro a la entrada.

- Silencio. Ni una palabra.

Con suavidad pero con firmeza, fue hundiendo su pene dentro de mi culo. Podía notar como su ano se dilataba y le provocaba una extraña sensación de ser llenado por dentro. Gracias a Dios el miembro no era demasiado grueso y apenas tuvo problemas para entrar. Una vez consiguió alcanzar el tope se detuvo unos segundos para saborear el momento.

- Dios. Joder que estrechito…

Con lentitud al principio, pero acelerando poco a poco, comenzó un movimiento de mete-saca. Muy a su pesar, Alberto tuvo que aceptar que la sensación que le producía aquello, le estaba gustando. Su pene había crecido y mostraba una descarada erección. A cada golpe de Carlos podía sentirle chocar contra su cuerpo, cada vez que se retiraba el de su amigo el suyo también…

Cuando empezaba a disfrutar de la sodomización, con Carlos taladrándole como si fuera una ametralladora, fue cuando llegó el final. Su amigo se detuvo de golpe y pudo sentir como se corría en sus tripas. Fue algo increíble, pero insuficiente para poder correrse él. Se sentía impotente y necesitado de desahogo.

- ¿Ahora te dedicas a sodomizar a los clientes?

Alberto reconoció la voz como la de la dueña del gimnasio. No podía verla porque Carlos le seguía sujetando la cabeza por el pelo.

- Llevaba años esperando este momento.

Confesó retirándose de dentro de su amigo. Libre de su mano, Alberto pudo bajar la cabeza y respirar sin luchar contra el agua. Sentía como el semen de su amigo caía de su culo al plato de la ducha. Su miembro permanecía recto y desafiante, su cuerpo le pedía que no le dejase así, a medias.

De repente se encontró con la mujer delante de él. Estaba totalmente desnuda. Sus inmensos pechos parecían a punto de estallar, sólo contenidos por unos minúsculos pezones. Sonreía con frialdad mientras acercaba su mano al miembro de Alberto. Su otra mano acariciaba con delicadeza alrededor de un sorprendente clítoris, casi tan grande como la punta de su dedo meñique.

- Se te ve necesitado de un polvo. Ponte de pie.

El joven obedeció. De reojo pudo ver como Carlos se sentaba en un banco y observaba lo que ocurría mientras se masturbaba.

La mujer se penetró con un par de dedos de manera tierna y suave, a la vez que le acariciaba el miembro de manera poco delicada pero efectiva. Éste era más largo que el de Carlos (entre 15 o 16 cm.), pero igual o más esbelto

Cuando hubo comprobado que su coño estaba dispuesto, le colocó un condón aparentemente salido de la nada, abrió las piernas y mirando al chico a los ojos, ordenó:

- Venga. Fóllame.

Alberto no se lo pensó. Entró con fuerza sintiéndose maravillado del placer que recibía. Era un calor que entraba por su polla y le llegaba a cada rincón de su cuerpo. Nunca había sentido nada igual.

- Con fuerza. Sin miedo. Me gustan las folladas salvajes.

Aceptó las órdenes y se olvidó de cualquier delicadeza o sutilidad. Dejó salir a su parte animal y comenzó a follarla como si en ello le fuera la vida. Ponía tanto entusiasmo y fuerza que la mujer tuvo que apoyarse contra las paredes del cubículo para no caerse. La levantaba con cada embestida, y ella encelada se abrazaba más fuerte contra él.

Tanta era la excitación contenida que ella fue la primera que alcanzó el orgasmo. Le abrazó de una manera que casi le ahoga, pero su instinto básico le obligaba a no parar… Parecía como si su polla se negase a estallar. Le dolía como si se la estuviesen exprimiendo, pero a la vez gozaba más y más en algo que parecía no tener final.

Cuando a ella le llegó el segundo, se abrazó con brazos y piernas de una manera bárbara. Casi le trituró, pero por fin se derramó. Tuvo que apoyarse contra la pared al sentir como las fuerzas le flaqueaban ante el peso de aquella mujer. Jadeaba agotado, empapado de sudor y agua. Parecía que todos sus músculos se hubieran agotado y no tuvieran energías para moverse. Hasta le costaba respirar, y podía sentir su corazón cabalgando dentro de su pecho.

- Fantástico.

Liberó a Alberto de su abrazo y se retiró de él para dejarse empapar por la ducha. Seguía sonriendo como una fiera hambrienta. Se puso de rodillas y cogiendo el rabo del chico con la mano se tragó todo lo que pudo de él.

Por un momento, el joven se creyó a las puertas del Paraíso. Cuando comenzó a recorrerle el miembro con la lengua, a la vez que la hacía entrar y salir de su boca, sus piernas parecieron derretirse y toda la energía de su cuerpo pareció concentrarse en su miembro. Aquella mujer tenía una técnica de chupar que le convertía en un pelele en sus manos.

- Me voy a correr…

Avisó en un último chispazo de razón. Ella puso más énfasis en la mamada y en segundos el joven se vació. Apenas retuvo un par de disparos cuando se retiró, se puso en pie, y cogiendo la cara del chico entre sus manos le ofreció un beso con lengua compartiendo el semen recogido con él.

Cuando acabó, Alberto se dejó caer al suelo, agotado y confundido ante todo lo ocurrido. Podía ver como su amigo Carlos se terminaba de masturbar introduciéndose un dedo en el culo, y estallaba con pequeños hilos de lefa casi líquida que caían sobre su estómago.

- Chico. Tu inscripción es gratuita. A partir de ahora me pagarás en especie.