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Más Que Amigos

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Más que amigos

 ¿Hasta donde llegarías cuando un amigo te revela sus secretos más íntimos?

Mi nombre es Oscar y quiero contar mi primera experiencia con el sexo. Fue con mi mejor amigo, Andrés. Los dos nos conocíamos desde que teníamos seis años y comenzamos a coincidir en la misma clase desde entonces. Como además habíamos nacido con tres semanas de diferencia eso nos unió aun más.

Él era muy delgado y esbelto (alcanzaba el metro setenta y tres), con el pelo largo y liso que le llegaba casi hasta la cintura y que enmarcaba un rostro ovalado algo aniñado. Sus ojos castaños eran grandes, de mirada poderosa, sus labios eran alargados y esbeltos y al sonreír encandilaba a  todos. Siempre había sido bastante lampiño y generalmente mostraba un mohín pícaro, como si conociera algo divertido que los demás desconocíamos. Y lo principal: Siempre le encontrarías rodeado de chicas que tonteaban con él.

Por el contrario yo era de constitución robusta (anchas espaldas y fuertes extremidades de trabajar en la construcción ayudando a mi padre), unos centímetros más alto que él, de pelo en pecho y algo menos en brazos y piernas, mejor estudiante que él y sin suerte para las chicas (si mi padre me prohibía salir los viernes y sábados por la noche poco podía ligar).

Después de tantos años de amistad, nos entendíamos casi sin palabras. Todo el mundo se asombraba de la conexión que había entre los dos. Aunque en los últimos meses había visto algo inquieto a mi amigo, lo había achacado a sus recurrentes problemas con los estudios.

Era el final del trimestre, por delante teníamos las vacaciones de Navidad y había que celebrarlo. Era el día del cumpleaños de mi amigo Andrés, ya tenía dieciséis años y había que festejarlo. Además había roto con su última novia (una rubia tetuda anoréxica creída e insoportable) y ambos coincidíamos en que también había que celebrar también eso.

Aquella tarde de diciembre el tiempo era nefasto. Soplaba un viento fuerte que tan pronto traía finas gotas de agua como nieve helada. A esa hora, las cuatro y media de la tarde, no había nada interesante. En el cine no ponían nada que nos fascinase, el resto de los conocidos habían preferido el calor de sus casas a la diversión. En resumen, que después de conseguir convencer a mi padre para que me diera la tarde libre para estar con Andrés (la excusa de los estudios siempre funcionaba) nos encontrábamos los dos solos y sin plan.

Después de mucho dar vueltas, decidimos ir a su casa (un chalet casi en las afueras de la ciudad con jardín y piscina) y pasar el rato mirando Internet o jugando con la Playstation.

Ese tarde no había nadie en su casa. Sus padres se habían ido de compras a Madrid, y su hermana se había marchado con sus amigas Dios sabe donde y hasta cuando. A fin de cuentas ya era mayorcita (tenía veintiún años).

Pusimos algo de música y nos paseamos un poco por Internet pero sin muchas ganas. Así pasamos casi una hora. Aburridos y sin ganas. Yo le notaba inquieto y nervioso. Intuía que algo le pasaba y que quería decírmelo pero no sabía como. Suponía que era algún oscuro secreto sobre algo que había descubierto y que no se atrevía a contármelo por miedo.

- Venga, Andrés. Suelta eso que llevas dándole vueltas toda la tarde.

- Te lo diré si me juras por tu vida que nunca se lo dirás a nadie.

- Lo juro. Sabes que soy una tumba para los secretos.

- No. En serio. Quiero un juramento en serio. Esto es muy serio.

- De acuerdo. Juro que nunca se lo diré a nadie.

- De acuerdo. Espérame aquí que ahora vuelvo.

Le vi marcharse muy nervioso y eso me intrigaba mucho. ¿Cuál era ese secreto tan importante como para insistirme en mi silencio? El caso es que intentaba imaginármelo pero no lograba descubrir nada que pudiera hacerle volverse tan suspicaz.

Después de casi quince minutos apareció por la puerta, con unos calcetines blancos, vestido con un albornoz y con el pelo cubriéndole la cara.

- Me lo has jurado. – Insistió de nuevo.

- Te lo he jurado.

Con un movimiento de la cabeza echó hacia atrás la melena dejando ver su rostro maquillado. Una leve nube rosa en las mejillas, los labios de un rosa intenso, una sombra violeta en los ojos, las cejas definidas… Y al abrir el albornoz, dejó al descubierto un conjunto de braguita y sujetador en encaje entre picante e inocente.  

- Este es mi secreto.

No supe que decir. Por primera vez desde que le conocía, no sabía que responderle.

- Llevo vistiéndome así desde hace tiempo. Por una parte sé que está mal, pero no puedo evitarlo…

- Bueno. Cada uno siente cosas diferentes, pero…

- Ya sé. Te extraña que sea esto cuando he tenido tantas novias…

Asentí algo sorprendido. Eso era lo que iba preguntar.

- No eran nada para mí. Una especie de diversión… No me siento atraídas por ellas. Sólo las estudio… Porque siento que quiero ser como ellas.

Entre los dos se quedó un silencio incómodo. Ambos nos sentíamos extraños para el otro y nos costaba reaccionar.

- No me importa que sientas eso. Somos amigos desde hace muchos años y no creo que haya que romperla por esto.

- Eso no es todo. 

Me interrumpió bruscamente casi llorando. Se sentó frente a mí temblando por los nervios.

- ¿Qué más te sucede y que tanto te preocupa?

- Sucede que me gustas tú.

De nuevo me volví a quedar mudo. ¡¿Yo le gustaba a mi amigo?! No sabía si aquello era bueno o malo pero desde luego era desconcertante.

- Lo siento. Pero me gusta tu cuerpo, tu forma de moverte, como te comportas… Me excitas…

- ¿En serio?

Y yo que me creía que tenía menos atractivo que un famélico perro sarnoso. Andrés me cogió de las manos con ternura. Su voz sonaba entrecortada.

- Por las noches, cuando me visto así y me masturbo… Pienso en ti. Te recuerdo de la piscina, te imagino desnudo, fantaseo con que eres mi amante…

Aquel secreto era cada vez más grande e íntimo. Por momentos me sentía tentado de salir corriendo y dejarle allí plantado… Pero por otra me podía la fidelidad de tantos años como amigos…

- Todo esto… Es algo difícil de asimilar así de pronto. – Resoplé intentando encontrar las palabras adecuadas.- Pero te aseguro que intentaré seguir siendo tu mejor amigo y que si necesitas algo que yo te pueda dar…

- Verás…- me interrumpió de nuevo.- Sólo hay una cosa que deseo desde hace tiempo… Quiero que me folles como si fuera una mujer.

Las lágrimas comenzaron a caer estropeando el maquillaje.

- Quiero poder besarte, acariciar tu cuerpo, chupártela, que me abraces, sentir tu polla dentro de mí… Pero eso es imposible.

- Chisss… Venga. No llores más. – Intenté consolarle abrazando sus hombros con delicadeza.-  Dime. ¿Por qué es imposible?

- Por… Por… Porque tú… Porque a ti sólo te gustan las chicas.

Sin querer, de manera inconsciente comencé a reírme. Aquello desconcertó a  Andrés que paró de llorar. Necesité medio minuto para poder parar y así aclarar lo que me pasaba.

- Andrés. Claro que me gustan las chicas… Pero eso no significa que odie a los chicos. Ten en cuenta que todavía soy virgen. No he probado a ninguno de los dos.

Me miraba con los ojos abiertos como platos sin saber como reaccionar.

- Si eso es lo que quieres como regalo de cumpleaños, intentaré dártelo…

- ¡¿Qué…?! ¿Lo dices en serio?

- En serio. Pero antes de nada. No te aseguro que funcione… Esta será mi primera vez.

Saltó como movido por un muelle y me abrazó con todas sus fuerzas, a la vez comenzaba a llorar de felicidad.

- Venga. Venga. Tampoco es para tanto. Para eso están los amigos.

En realidad me sentía confuso. ¿Por qué había aceptado seguirle el capricho? ¿Por amistad o por curiosidad? Hoy en día creo que fue más cosa de la curiosidad. Era virgen y como todo adolescente, en esa edad estaba en un celo permanente obsesionado por todo lo que era sexo. Supongo que el inconsciente decidió algo así como: “Si no puedes con las chicas, prueba a ver con los chicos. Es sólo sexo”.

Se separó de mí con trabajo, secándose las lágrimas con la manga del albornoz. Luego juntó las manos frente a su pecho como si fuera a ofrecerle el mejor regalo que hubiera en el Universo. Empezaba a descubrir que lo que le había ofrecido era algo mucho más grande de lo que yo había creído.  Pero ya no había vuelta a tras. Lo prometido era deuda…

Primero me descalcé, luego me despojé del jersey y de la camisa…

- Espera…

Se acercó muy despacio. Deslizó su derecha por el pecho hasta quedar sólo separados por ella. Entonces me besó… Fue un beso torpe por ambas partes. En mi lado por falta de práctica y en el suyo por miedo. Poco a poco ambos fuimos cogiendo confianza. Entonces, mientras el empezaba a disfrutar y yo comenzaba a sentirme cómodo, sus manos bajaron hasta mi cintura… desabrocharon el pantalón y de un tirón empujaron hacia abajo la ropa que me quedaba.

Resultaba extraño el estar desnudo pegado junto al que hasta hace unos minutos era tu mejor amigo. Con él vestido con ropa interior femenina, besándonos como si fuéramos novios… Y a la vez resultaba excitante. Así al menos parecía mostrarse mi verga. Con una media erección, crecida pero aun no lo suficiente dura y rígida.

Pegó su cuerpo más contra el mío y rodeo mis piernas con su izquierda mientras transformaba el beso tímido en algo salvaje, penetrándome con la lengua, abrazándome con pasión, clavándome las uñas en el culo… Como si quisiera fusionarme conmigo. Con torpeza reaccioné acariciando su espalda, deslizando mi derecha por su nuca entre los sedosos cabellos.

Cuando por fin nos separamos, jadeábamos faltos de aire. El mostraba una media sonrisa algo ambigua, pero sus ojos le delataban. Brillaba la alegría desbocada de la lujuria. Con aire recatado dejó caer el albornoz al suelo; luego se soltó el sujetador y lo deslizó por sus brazos para dejarlo sobre la anterior prenda. Mostraba un pecho plano coronado por dos pequeños pezones oscuros como el chocolate, sin apenas aureola. Un vientre liso y sin mácula con un ombligo pícaro.

Deslizó las yemas de los dedos por sus pezones y cerrando de los ojos mostró como disfrutaba de aquella caricia.

Me acerqué a él y le rodee por la espalda. Mientras con una mano aprendía como acariciaba sus pezones, con la otra la deslicé por encima de la tela de la braguita. Intuí un pene carnoso y  crecido. Mis labios se deslizaban por su cuello y mordisqueaba las orejas. Podía notar como se retorcía impaciente. Como apretaba su culo contra mi miembro. Como murmura entre dientes lo que deseaba.

De golpe se giró, me sonrió y se puso de rodillas frente a mí. Cogió la verga ya endurecida y firme como un madero, acarició el glande con los labios antes de usar la lengua para besar la pequeña boca que le coronaba. Luego dejó que la saliva le cubriese y empezó a repartirla por todo el miembro, incluso intentó tragarse toda la verga… Hasta el fondo de la garganta, pero descubrió que no estaba preparado y era demasiado para él. Aun así no le importó llenarse los carrillos con aquel pedazo de carne…

- Joder… Me voy a correr… - Avisé sintiendo lo que se avecinaba.

Andrés se tragó de nuevo todo lo que pudo del miembro y lo chupó con más fiereza y ansia que antes, hasta que logró que explotase dentro de su boca.

Por un momento creyó que no podía con todo, un pequeño hilo se escapó entre los labios pero no le dejó llegar más allá. Se tragó todo con un ansia impresionante pero que logró excitarme aun más. Para cuando acabó, me dejó un miembro limpio, reluciente, húmedo, duro y lubricado.

Acabada esta primera experiencia se sentó en la cama y con picardía deslizó sus dedos entre la tela acariciando su miembro del que sólo mostraba  una encarnada cabeza. Poco a poco fue mostrando más hasta que alzando las piernas, con un golpe de caderas, se quitó la última prenda y la dejó caer al suelo.

Su miembro era más bien pequeño (no más de doce centímetros), estaba rodeado por una pequeña pelusa oscura recortada y arreglada. Sus testículos habían sido depilados al igual que las axilas y el resto del cuerpo. Del cajón de la mesilla que había junto a la cama sacó dos cosas: Un pequeño cuadrado azul y un tubo como el de los dentífricos. El primero me lo tiró a mis manos… Era un preservativo. Lo segundo lo abrió y sacó una especie de gel que deslizó entre los dedos, luego llevó estos hasta su culo y comenzó a acariciarlo. Era vaselina.

Sólo el contemplar como iba extendiendo el gel, como deslizaba los dedos dentro de aquel agujero dilatándolo, me estaba poniendo a mil. No sé ni como pude colocarme el preservativo si no hacía más que mirar a su mano…

- Ven. Fóllame como si fuera una mujer.

Pidió de nuevo con voz temblorosa.

Me coloqué frente a él. Coloqué la verga frente a su culo y fui presionando poco  a poco… La vaselina y el trabajo de sus dedos permitieron que entrase sin grandes dificultades. Lo hice con suavidad, dejándome caer a la vez que me hundía dentro de él hasta que ya no pude más. Nuestros rostros estaban a escasos centímetros, le besé de una forma irracional, apasionada y él me abrazó suspirando feliz.

Comencé a bombear con las caderas. Al principio lento pero poco a poco fui acelerando. Podía sentir sus manos en mi espalda, presionando en mi culo para tenerme más dentro de él. Oía sus gemidos de placer, el roce de su miembro contra mi vientre me enloquecía, luchaba para no transformarme en una simple bestia que se apareaba de manera salvaje…

- Sí… Más dentro. Más… Así.

En plena cabalgada noté como se corría, como su semen lubricaba el roce de nuestros cuerpos y eso ayudó a que terminara de correrme.

Caí sobre él. Ambos estábamos cubiertos de sudor, jadeábamos agotados. Con mimo acariciaba mi pecho y besuqueaba mis pezones. Yo jugaba con sus largos cabellos. Nos besábamos de tanto en cuando.

- Gracias…

Dijo con total sinceridad, sonriéndome como hacía tiempo que no le había visto.

- Para eso están los amigos.

Nos besamos de nuevo. Sin prisa y con mimo. Nada de lengua. Sólo el contacto de los labios.

- Deberíamos ducharnos antes de que venga alguien…

Sugirió deslizando su lengua por mi vientre.

- ¿Juntos o separados?

- ¿Podemos juntos?

- Pues claro. A mí no me importa.  

Autor: Jorge R. Quinto