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Chris y Familia 03

en Grandes Series

Su madre parecía encantada de que por fin tuviera un amigo que se atreviera a acompañarla a casa al menos dos días seguidos. Para Christina eso era genial y su mano no se apartó de mi espalda desde que entramos hasta que cerró la puerta de su habitación.

- Estate al tanto a ver a que  hora viene tu hermana. Yo salgo a comprar.- Dijo su madre antes de marcharse.

- Vale. Estaré atenta. – Contestó de mala gana escuchando con interés a que la puerta de la calle se cerrara.

Cuando el coche salió a la calle y ella lo vio desde la ventana, se me quedó mirando de una manera que me hizo estremecerme casi de miedo. Se acercó con movimientos sensuales hasta quedarse totalmente pegada a mí, cara a cara.

- Ayer por la noche dejé acabado el trabajo. Luego te llevas una copia.

- ¿Luego? – La miré con verdadero pánico al sentirla que me rodeaba con los brazos.

- Sí. Luego. Ahora vamos a jugar un poquito. ¿Te parece?

- ¿Jugar?

- Sí. Venga, desnudémonos.

No fue una sugerencia. Ella comenzó con presteza y para cuando ella había terminado yo todavía me faltaba el pantalón y el calzoncillo pero ella casi me los arrancó de lo impaciente que se sentía.

- Con un poco de suerte tenemos algo más de una hora. Ven.

A empujones y tirando de mi brazo acabamos en el baño. Allí revolvió un pequeño armario y sacó varias cosas. Entre ellas una cuchilla de afeitar.

- ¿Cada cuanto te afeitas? – pregunta sin dejar de sacar y meter botes.

- Un par de veces a la semana más o menos.

- Y cuántos años llevas afeitándote...

- Tres, tres y medio... Más o menos.

- Con eléctrica o con cuchilla...

- Al principio con eléctrica pero de un año para acá con maquinilla.

Entonces se giró y mirándome directamente a los ojos, sonrió y pronunció su deseo.

- Quiero que me afeites el coño.

- ¿Qué?

- Que me afeites el coño. Yo puedo con lo que veo pero lo de aquí  (señalando sus labios vaginales) no lo veo bien y quiero que me afeites tú.

Sabiendo de la imposibilidad de quitarla una idea de la cabeza me puse manos a la obra. Con una tijera corté lo más grueso que tenía y luego extendía la crema de afeitar que debía de ser de su padre por todo el coño hasta cerca de su  agujero oscuro. Luego, con mucho cuidado y bajo la atenta mirada de ella fui deslizando la maquinilla hasta ir dejando limpio y suave como la piel de un bebé toda la piel que quedaba al descubierto.

Cuando acabé, me incorporé y pude contemplar desde un punto de vista más alejado todo lo que me mostraba Christina. Ella disfrutaba deslizando sus dedos por la nueva superficie al descubierto.

- Nunca he visto mear a un hombre...

Eso me sonó como la caída en picado de un avión. La miré con ojos suplicantes pero descubrí que ella no estaba dispuesta a cambiar su guión.

- Quiero que me mees aquí. – señalando el recién afeitado coñito.

- ¿Seguro?

A mí me parecía un tanto guarro, pero la chica estaba ilusionada. Por lo tanto no iba a negarme por lo menos para no tener líos. Así pues, comencé a orinar con la mejor puntería que tenía sobre lo que acababa de afeitar. Ella, sentada en la taza, se acariciaba con su derecha allá y acá frotando bien toda la superficie con mi orina y cuando se cansó fueron los pechos los que mojó. Casi reía en éxtasis al extenderse mi orina por su piel. Parecía verdaderamente una loca muy loca.

- Es genial. Es genial... – de repente se para y se me queda mirando fijamente.- Ven aquí.

- Yo no pienso ser regado. – Avisé temeroso de encontrarme con los papeles cambiados.

- No quiero eso. Ven aquí y date la vuelta.

Pude verla de reojo como cogía un poco de jabón líquido y luego un cepillo de dientes. Pude sentir como extendía el jabón por el agujero de mi culo preparando el camino. Yo procuré relajarlo. Era mejor dejarse hacer que ofrecer resistencia ante aquella que sabía que me derrotaría de todas formas. Cuando ella estuvo conforme introdujo un cepillo de dientes. Luego otro y todavía consiguió introducir un tercero. Satisfecha me besó en la boca deslizando la lengua y buscando la mía con una ansiedad desbocada.

- Me encanta jugar contigo. – Me susurró al oído.

- Yo no lo sé. – Me confesé. Aturdido aun por la última humillación.

- Ahora yo te voy afeitar a ti.

Entonces si me vi en peligro, pero no sé porqué no logré reaccionar. Me quedé quieto viendo como primero me cortaba con las tijeras, luego me embadurnaba de jabón y después pasaba la cuchilla dejando limpio de pelo todos los alrededores de la polla y huevos. Cuando por fin hubo acabado su obra maestra (palabras textuales suyas) se quedó mirándome sin decir nada.

- Pégame. – pronunció a media voz.

- ¿Qué?

- Quiero que me pegues un bofetón en la cara. – Su voz sonó más autoritaria.

- ¿En serio?

- Pégame de una vez. – A punto estuvo de gritar.

Me encogí de hombros y cumplí su deseo. Pero no fue sólo uno. Fueron dos. Uno de ida y otro del revés.

- Ahora azótame como el otro día.

Me senté en el borde de la bañera y colocándomela sobre las piernas comencé a azotarla con todas mis fuerzas haciendo hincapié en las zonas más sensibles junto a su coñito. Ella lloraba mientras luchaba por alcanzar su ardiente raja para masturbarse, pero yo no la dejaba así que  acabó por cogerme de la polla e intentar hacerme una paja.

Cuando empecé a notar que me iba cansando y que ella tenía el culo colorado, rematé el castigo penetrándola con el dedo corazón en el culo hasta la base sin previo aviso. Ella se tensó como la cuerda de un piano, su boca se abrió pero no fue capaz de articulas palabra. Con el pulgar la penetré el coñito y jugando con los dos dedos comencé a realizarlo alternativamente. Al principio se quejó pero luego acabó utilizando sus manos para abrir al máximo los carrillos de su culo.

Una vez se corrió la dejé en la bañera, me quité los cepillos del culo y después de comprobar que no me quedaba jabón ni nada en el cuerpo me salí con destino al dormitorio, a la ropa.

Aunque fue rápida, pude ver una silueta escondiéndose en el otro cuarto que estaba al lado del baño. Mientras Christina se aseaba (que iba para rato) yo me dirigí lo más silenciosamente que pude hacia el cuarto sin importarme la desnudez.

Me asomé y pude ver a su hermana Sara sentada en una mesa y con la luz de una lámpara sobre los papeles. Como si estuviese estudiando.

- ¿Te ha gustado lo que has visto? – pregunté con solemnidad.

Ella asintió tímidamente con la cabeza pero sin apartar la mirada de los cuadernos que tenía sobre la mesa.

- ¿Acaso quieres probarlo?

Aquí movió sus hombros en una contestación mostrando claramente su timidez. No la importaría pero no se atrevía a decirlo de manera pública. Me acerqué a ella hasta quedar casi piel con piel. Pero ella continuó evitando mi mirada.

- Aquí me tienes. Puedes tocar lo que quieras.

Pareció que no iba a reaccionar pero al final, con movimientos lentos y medrosos, fue acercando su izquierda hasta el borde de la mesa y acabar tocando la punta de la verga. Con delicadeza la cogí la mano y la guié hasta la base, donde comienzan los huevos y está la parte más musculosa del cipote. Ella rodeó con gran escrúpulo los cojones  y luego subió hacia arriba para llegar al mismo lugar donde había comenzado.

El ruido del agua del baño se cortó. Christina estaría empezando a secarse. Ya no me quedaba tiempo.

- Dale un beso de despedida. – Le sugerí sin pensarlo.

Alzó los ojos y los clavó en los míos. Eran unos ojos repletos de curiosidad pero a la vez cargados de azoramiento. Entonces se acercó y depositó un beso en la punta del capullo con una solemnidad propia de una ceremonia real. Soltó la verga y yo me retiré con una media sonrisa.

- Cuando quieras más, búscame. – Y la guiñe el ojo como despedida.

Salí del cuarto  y corriendo con silencio entré en el cuarto de Christina donde al poco rato entró ella terminando de secarse las puntas de su cabello que se habían mojado. Continuaba desnuda y yo la esperaba tumbado en la cama. Al verme se lanzó sobre mí cruzando su cuerpo sobre el mío como si fuéramos los palos del símbolo de la suma. Con cariño deslizaba sus labios por la verga medio erecta mientras sin pensarlo yo acariciaba su culo.

- Ves como podemos disfrutar los dos juntos. Si no hubiera sido por este trabajo nunca se me hubiera ocurrido decirte lo que te pedí...

Autor: Alfredo B. Mundo   alfredobmundo@yahoo.es