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El Novio de mi Hija

en Gays

No sé cual fue la chispa que origino lo que voy a contar pero no me arrepiento de nada de lo que pasó y de lo que siguió a aquel primer encuentro. Fue una novedad que me ha devuelto el ansia adolescente por el sexo a mis 43 años.

Todo comenzó dos semanas después de que mi hija María cumpliera los 18 años. Ese día vino acompañada de un chaval de clase que nos presentó como su novio, con el que llevaba saliendo desde mediados del curso anterior.

Jaime, que así se llamaba, era once meses mayor y estaba en el mismo curso que mi hija. Era un chico algo pálido, con las mejillas rosadas, de mirada triste, con el pelo de un rojo muy oscuro y bastante tímido. Vestía de manera sencilla pero muy limpia y con la ropa muy cuidada. Cada vez que hablaba con él cuando venía a buscar a mi hija, se sonrojaba y casi tartamudeaba.

Mi mujer y las hermanas de mi hija estaban muy interesadas en él, y no tardaron en rodearlo y someterlo a un intenso interrogatorio que le aterrorizaba. Yo había estado en el gimnasio y había terminado de ducharme, cuando entró para vomitar por culpa de la tensión. Me pilló secándome, desprevenido y desnudo.

Entró a la carrera, me miró de arriba abajo y colocó la cabeza en la taza de bidet para comenzar a vomitar lo poco que tenía en el estómago. Me até la toalla a la cintura y le ayudé a incorporarse cuando acabó. Estaba pálido y asustado, apenas podía hablar, su mirada parecía perdida y las piernas no le sostenían muy firme.

Puede parecer una reacción exagerada, pero un chico tímido y asustadizo como Jaime sometido a examen por mi esposa y mis otras tres hijas, a cuál más cotilla de las cuatro, comprendo que le entrase el pánico.

Conseguí convencer a esta tropa de mujeres para que fueran a comprar unas pizzas para cenar mientras él se recuperaba. Incluso María insistió en sacarlas a todas y me le confió.

- Cuídale y no me pongas en ridículo.

Insistió muy seria antes de salir por la puerta.

Calculé que dispondríamos de algo menos de media hora de tranquilidad antes de que retornasen. Volví al baño donde aun estaba sentado en el taburete, cabizbajo, pálido y con los ojos húmedos. Me senté en la taza para que quedásemos a la misma altura.

- ¿Te sientes mejor?

- Lo siento. No quería…

- Chisss. No pasa nada. Te entiendo perfectamente. Mis chicas son capaces de espantar al mismísimo Rambo si se las deja sueltas.

Esbozó una sonrisa forzada y se me quedó mirando muy fijamente.

- Tengo que decirle una cosa muy importante que tiene que ver con su hija.

- Adelante.

Me pilló de sorpresa aquel tono tan serio y la mirada cargada de terror.

- En realidad… Yo no salgo con ella porque me guste…

Resopló y apretó los puños bajando los ojos. Estaba temblando.

- Ella dice que sale conmigo porque le gusto, pero yo creo que lo hace para dar celos a otros chicos.

Me resultó curioso como lo que ocurre en las series de televisión, también ocurre en la realidad. Tomó aire y clavó sus ojos en los míos.

- Yo salgo con ella… Porque… Verá…

- No tengas miedo. Dilo. No te voy a hacer nada.

- Verá. Yo salgo con ella porque me gusta usted…

- ¡¿Yo?!

Su cara irradiaba pánico igual que un delincuente que sabe que le han pillado y no tiene salida. Su respiración era agitada y sus manos se movían sin parar.

- Sí. Ella no lo sabe. Cree me gusta. Pero yo…

- ¿Yo te gusto?

Ni era ni soy precisamente un súper macho. Mido metro setenta, peso setenta y dos kilos, y sólo hago deporte tres días a la semana cuando salgo en bicicleta de montaña, unas veces sólo otras con un grupo de amigos. Incluso ya entonces empezaba a notarse el paso del tiempo en la barriga. Además soy bastante velludo en pecho, brazos y piernas.

- Sí. Verá, no es que no me gusten las chicas pero usted…

- No tienes porqué justificarte. Me halaga tu elección.

Aquello le sorprendió tanto que se le veía completamente incrédulo.

- No todos los días un joven de tu edad le dice a un cuarentón como yo que soy guapo.

- No. Bueno sí… Yo…

- Tranquilo. Ya has visto que no pasa nada. Has dicho lo que tenías que decir y no se ha caído el cielo. ¿Verdad?

Asintió con timidez, aun sorprendido por mi reacción.

- Pues continúa sin miedo.

- Yo… No sé como decirlo… Verá… Cuando he entrado le he visto así…

- Sí. Estaba secándome. Estaba desnudo. No pasa nada. Es normal.

- Ya. Sí. Entiendo… Pero yo… Yo… Bueno. Yo he soñado muchas veces con verle a usted… Desnudo.

La última palabra la dijo tan bajo que me la repitió al ver mi confusión.

- No hay problema.

Me puse en pie y me quité la toalla. Sus ojos me recorrieron de arriba a abajo varias veces mientras su boca colgaba como abobada. Mi pene estaba bastante crecido, pero no demasiado, y colgaba hinchado a palmo y medio de su cara.

- ¿Satisfecho?

- Sssí. Creo que sí.

- ¿Eso es todo?

Alzó la mano con timidez y se me quedó mirando.

- ¿Puedo tocársela?

Aquello ya empezaba a ser más serio. La cosa estaba empezando a subir la temperatura y mi pene no era inmune. Seguía creciendo y comenzaba a luchar contra la gravedad, elevándose lentamente.

- Adelante.

El chico deslizó los dedos alrededor del tronco como si estuviera tocando una reliquia o una joya. Casi se le caía la baba por la boca abierta.

- ¿De veras has soñado conmigo?

- Sí.

Dijo sin dejar de acariciar el miembro. Parecía abstraído contemplando como crecía delante de sus narices.

- ¿Qué sueñas?

Su ojos buscaron los míos mostrando miedo. Pero su mano no abandonó la carne.

- Yo…

- ¿Sueñas acaso que me acaricias la polla…?

- No… Bueno, sí. Pero… Yo…

- Prueba a decirlo de lo más suave a lo más fuerte… Yo te diré basta cuando creo que es demasiado.

Asintió de nuevo con la cabeza. Cerró los ojos y con sus dedos intenta rodear el pene, pero es demasiado grueso como para lograrlo. Luego los deslizó hasta la base donde se detuvo en memorizar mis testículos. Parecía abstraído, como en otro mundo.

- Muchas noches sueño con usted desnudo… Y yo de rodillas, también desnudo… Luego me ofrece su… Polla… y me ordena que la chupe.

-¿Es un sueño? ¿Lo quieres probar?

- ¿Puedo?

- Adelante.

Con su rostro transfigurado por la ilusión, se acerca al pene ya rígido y en pleno esplendor. Saca la lengua y besa la boca del cipote con una delicadeza digna de un artista. Luego recorre hacia abajo todo el capullo e intenta tragar lo que puede… Pero al igual que con sus dedos, es demasiado grueso. Comienza a descender besando todo el tronco cubriéndolo de saliva. Al llegar a la base, con la lengua recorre hacia arriba todo el trayecto recogiendo las babas.

El chico, que luego supe que era su primera vez, demostraba una intuición a la hora de poner caliente a un hombre. Mientras su boca se encargaba del pene, sus dedos acariciaban los testículos y se deslizaban por detrás de ellos, poniéndome como una moto. Apenas lograba contenerme y no gruñir de gusto.

- Y ¿Qué más sueñas?

- Sueño…- Lametón- Usted ordena…- Beso en el glande- Me manda… - testículo entre sus labios- A cuatro patas…

Me mira con un brillo especial en los ojos. Casi puede verse una mueca de gozo en su boca. Su piel brilla con una leve patina de sudor, sonrosada en las mejillas, pálida entre las manos.

- Sigue…

- Me la mete… - Lengüetazo de abajo a arriba- Me la clava de golpe…- Chupetón aquí y allí- Pero… En los sueños… No es tan gorda.

La contempla extasiado mientras yo lucho para no correrme en ese mismo momento. El reloj del salón da la hora. Han pasado casi diez minutos y al oírle mi instinto animal me exige que le realice el sueño, mi razón me pide que vaya más despacio.

- ¿Es eso lo que quieres? ¿Qué te la meta? ¿Que te encule?

- ¿Podría?

Hasta un ciego podría ver el ansia que tenía el chico. Sólo de oírlo casi había saltado de alegría. Aquello merecía la pena explotarlo.

- Podría. Pero ahora no.

La ilusión se apaga igual que ha brotado.

- Puedes terminar de chupármela, y luego ya quedaremos para hacer realidad tus sueños. Ten cuidado que estoy a punto de correrme.

El chico retomó la tarea como si hubiera sido poseído por un demonio. Su lengua y sus labios parecían recorrer la polla en toda su extensión además de cuidar de los testículos que estaban a punto de explotar.

- Cuidado. Allá va.

Y sin pensarlo, colocó su boca en la punta del pene y recogió una tras otra, todas las descargas. Había sido la mejor mamada que había disfrutado en muchos años.

Cuando acabé, el se retiró para mostrarme todo lo que había recogido en su boca y como se lo tragaba con una sonrisa de felicidad completa. Parecía otra persona diferente al que había entrado apenas diez minutos antes.

- Muy bien. ¿Dónde quieres que te desvirgue el culo?

- Cualquier sitio me parece bien.

- En el carril bici del Campo Norte, a la altura del kilómetro tres, sale un camino a la derecha que baja a un apeadero abandonado. ¿Te parece bien allí, el sábado por la mañana? ¿A las diez, diez y media?

- De acuerdo. El sábado, a las diez y media en el apeadero por debajo del carril bici.

Asintió como si le hubiera tocado la lotería. Se puso en pie con energía y después de comprobar el estado de su ropa, salió en dirección al salón.

Por un momento pensé en lo que había hecho y en lo que había quedado en hacer. Yo, un padre de familia casado desde hace dieciocho años, teniendo una aventura con el presunto novio de mi hija. A escondidas… de manera furtiva… Y el pene parecía negarse a perder su erección, incluso se agita nervioso al sentir mis pensamientos. Sin lugar a dudas era un padre muy depravado.

La cena fue un éxito. Las chicas se habían calmado. El chico parecía otro distinto. Mi hija lucía orgullosa ante sus hermanas que le miraban celosas. Mi mujer disfrutaba de todo lo que ocurría como si estuviera asistiendo a una comedia en el teatro. Al final todos contentos y felices.

Aquella noche mi esposa y yo tuvimos una sesión de seco improvisada que le sorprendió primero, la puso tierna después y acabó convertida en una loba posesa conteniendo los gritos para no despertar  las niñas.

Llegó el sábado, y como acostumbro a hacer siempre que puedo, cogí la bicicleta y me despedí de mis chicas con la mente ya puesta en el encuentro que iba a tener.

A las diez y poco llegué a la vieja estación abandonada. Sentado a la puerta, junto a su bicicleta, estaba Jaime. Nada más verme se puso en pie y su rostro se iluminó por la ilusión. Apenas podía contener los nervios y la impaciencia que se agitaban dentro de él.

- Pasemos para dentro con las bicicletas. Así no llamaremos la atención si alguien pasa por aquí.

Aparté la puerta medio caída y pasamos los dos con estrecheces (sobre todo yo pues era más corpulento que el chico) para encontrarnos con la sala de espera. Un amplio espacio iluminado por pequeños rayos de sol que pasaban entre las maderas que tapiaban las ventanas.

- Subamos arriba. Allí estaremos más tranquilos.

Parecía mentira que sólo llevara cerrada cinco años. Todo estaba vacío de muebles. Sólo las paredes desnudas llenas de pintadas y algún que otro resto de alguna fiesta. En el piso de arriba, donde estaba la vivienda del jefe de estación, todo parecía igual pero distinto.

La sensación era más de soledad que de desidia. En algunas habitaciones había algún armario u otro mueble abandonado a su suerte. Tuvimos suerte y en una de ellas había una vieja cama de hierro ya oxidada y un colchón cubierto de polvo. Le dimos la vuelta y quedamos uno frente al otro.

- ¿Cómo quieres hacerlo? – le pregunté sin saber como comenzar.

- No sé. Es mi primera vez.

- ¿Lo quieres hacer en la cama, en el suelo o de pie?

-No sé. Podemos probar de todas las maneras.- Parecía estar soñando despierto.

- Ya quisiera yo tener aguante para lo que pides.

Me sonrió, se acercó y busco un beso en mi boca. Como era un poco más alto que yo no tuvo problemas para alcanzarme. Al principio me mostré algo frío pero me dije: ¡¡Bah, una vez es una vez!!  Y abriendo los labios, le metí la lengua en la boca para su sorpresa.

El chico no sólo se dejo comer la boca. Se retorcía intentando rozar la mayor superficie de mi cuerpo contra el suyo. No sabía como mover las manos. Una la lleve a mi culo y la otra al paquete que se apretaba contra el pantalón de ciclista.

- ¿Qué te parece si nos desnudamos?

Bastaron esas palabras para que en menos de un minuto se quedara tal como vino al mundo delante de mí. Tenía un cuerpo esbelto, de piel pálida y rosada como corresponde a un pelirrojo. Sus labios estaban levemente hinchados, su respiración era más agitada, su miembro se alzaba en perfecta horizontalidad apuntando hacia mí. Podía medir unos quince centímetros, un poco más pequeño que el mío.

Se había depilado el pecho y recortado el vello que cubría su sexo. Apenas podía contener su ansia por tener mi pene entre sus manos o su boca. Se le veía como luchaba para no babear mientras yo me desnudaba.

- ¿Te has traído condón?

Metió la mano en un bolsillo y mostró orgullo la goma dentro de su envoltorio.

- Entonces adelante. Ponme un poco caliente. Chúpame la polla.

Jaime casi se lanzó como un poseso por mi hincho miembro. Si la primera vez se mostró delicado y tímido, esta vez optó por un papel más salvaje. No tenía miedo de contenerse. Su boca recorría toda la carne a tal velocidad que parecía cubrirla por completo. Le encantaba acariciarme detrás de los testículos, a medio camino del ano. Sabía que eso me ponía a mil.

Cuando quedó muy claro que si no parábamos terminaría por correrme, le quité el condón y me lo coloqué con cuidado.

- ¿Te has traído algo para lubricarte el culo?

- No. Pero no tengas miedo. Le tengo acostumbrado a tener cosas dentro…

Algo debió notar en mi expresión porque sonrió divertido.

- Me masturbo a la vez que me meto pepinos o tubos de crema…

Un toque de vergüenza en su confesión me hizo arder aun más la sangre. Puede que fuera su primera vez, pero había estado practicando con lo que tenía a mano.

- Bueno. Ponte cómodo. Utilizaré la saliva para prepararte.

Se colocó a cuatro patas sobre la vieja cama, apoyando su cabeza contra el colchón mientras con sus manos abría su culo en espera de ser penetrado. Dejé caer un poco de saliva y lo deslicé por aquel pequeño agujero que parecía boquear exigiendo empezar ya.

Le coloqué la punta y comencé a presionar con cuidado. Aunque al principio parecía que iba a ser fácil y rápido, pronto quedó claro que el grosor de mi pene era superior a lo que él había probado.

- Sí…Despacio… ¡OH, Dios!... Así… Joder…

Pude verle con los ojos cerrados, apretando los dientes, con un frío sudor sobre su frente, la respiración entrecortada… Al alcanzar más o menos la mitad de la longitud de mi pene, le di la opción de parar.

- No… Sigue. La quiero toda dentro de mí…

Así pues, continué hasta que topé con su cuerpo. Jaime jadeaba. Tenía los dedos clavados en el colchón, y podía sentir las contracciones de su interior contra mi polla. Aquello era lo más fantástico que había probado. Despacio comencé a bombear. Un suave mete y saca que engrasaba con nuevas aportaciones de saliva.

Los gemidos que empezaba a oírle, me trasmitían sobre como lo estaba sintiendo. Incluso dejó todo el peso del cuerpo sobre su cabeza para poder masturbarse al mismo ritmo que mi penetración.

Fui acelerando más y más, mientras el gruía, gemía, jadeaba, rumiaba palabras sin sentido y sobre todo, no paraba de exigir: “Más…Más deprisa… Hasta el fondo”

Se corrió una vez antes de que yo acabara y otra apenas un minuto después. Había manchado el colchón con su corrida, pero no pareció importarle. Se dejó caer exhausto y sofocado. Una sonrisa en su cara le daba un aire de santo transfigurado. Su cuerpo parecía un maniquí a la espera de que alguien le diera vida.

Se sentó ansioso por continuar. Me quitó el condón, le hizo un nudo y lo arrojó a una esquina. De nuevo volvió a cubrirme de caricias con su lengua y labios manteniendo el vigor de la erección y devolviéndole la fuerza que parecía haber perdido. Me sorprendió tanto su habilidad, como mi sorprendente recuperación.

- Quiero que me veas mientras me follas.

Dijo tumbándose de nuevo en la cama y abriéndose de piernas.

- ¿Tienes otro condón?

- Quiero que lo hagas sin condón. Quiero sentir como te corres dentro de mí.

- Eso será otro día. Por ahora no tengo tanta confianza. ¿Lo tienes o no lo tienes?

- Sí. Lo tengo pero yo quiero…

Le cogí por la cintura, le apreté contra mí y comencé a azotarle con la mano.

- Eres un irresponsable. Lo vas a hacer con condón…

-Pero yo quiero…

- Con condón… - Le azotaba más fuerte en cada lado de su culo.

Pude verle como se empezaba a masturbar con todo el descaro mientras le azotaba. Entonces le cogí la mano y apreté con fuerza. Un medio grito, medio gruñido se le escapó, y pude sentir algo húmedo deslizarse entre mis dedos.

- ¿Te has corrido y a mí nada? ¿Dónde está el condón o te aseguro que te meto el puño por el culo y te lo saco por la boca? – dije muy enfadado por lo que sentía como un afrenta a mi persona.

- En el bolso de la chaqueta…

Dijo con voz pastosa disfrutando aun del gozo del último orgasmo.

No me costó nada descubrir el bolsillo donde guardaba al menos media docena de condones. Me coloqué uno en mi polla que parecía a punto de estallar y me acerqué al joven medio dormido. Le abrí de piernas, le elevé un poco y deslicé sin delicadeza el rabo dentro de su culo.

Gimió al sentir la brusca penetración  pero me rodeó con las piernas al sentir el movimiento. Todavía airado, le cogí por el pelo con una mano, y le rodeé los riñones por otra para apretarlo contra mí. Me puse de pie y apoyándolo contra una pared le penetré con toda la brutalidad que el cuerpo me pedía.

El chico intentaba no chillar, pero la pared rozaba contra su espalda y yo no era demasiado delicado. Me rodeó el cuello y apretaba su cara contra mi pecho intentando contener sus gritos. Gruñía y gemía mientras sentía el roce de su polla contra mi tripa, incluso le sentí correrse de nuevo bastante antes de que yo pudiera darle la réplica. Cuando llegó el momento, le tiré sobre la cama, me quité el condón y le cubrí el cuerpo y la cara con mi segunda corrida.

Me sonreía extasiado, respirando de manera agitada, cubierto de sudor y sin fuerzas.

- No sabes cuanto tiempo llevaba esperando que ocurriera esto…

- ¿Satisfecho?

- No. Quería sentir como me llenabas por dentro.

- Ya te he dicho que aun no tengo tanta confianza…

- ¿Por qué?

- Porque no.

- Pero yo quiero sentir como me llenas…

En ese momento me vino a la cabeza una imagen que había visto mientras explorábamos el piso de arriba. Era la cocina. Había visto el fregadero, cuyo grifo tenía una pequeña goma como de palmo y medio de larga.

- Un momento.

Fui hasta la cocina y comprobé que aun salía agua del grifo. Sonreí satisfecho ante una nueva perversa idea. Llamé a Jaime, que vino caminando con torpeza, con las piernas arqueadas. Le propuse una prueba: le taparía los ojos y le ataría las manos a la espalda con su chaqueta. Luego le coloqué sentado sobre el borde del fregadero. Podía sentir su impaciencia y nerviosismo. Tenía todos los sentidos abiertos en pleno.

Con cuidado le introduje un par de dedos de goma en su culo y abrí el grifo lentamente. El chico primero se estremeció, luego comenzó a gemir, después a contorsionarse, y según iba entrando más y más agua comenzó a sentir como sus tripas se iban llenando de agua. No tardaron en llegar los primeros ruegos, seguidos de los “por favores”, luego llegaron las súplicas con voz entrecortada que acabaron en llantos. Su tripa se iba hinchando lentamente y sentía una poderosa erección, como si mi polla fuera a estallar de un momento a otro.

Le saqué la goma y un chorro de agua con mierda brotó de su culo. Su piel me trasmitió su vergüenza, apretó los labios y lloró mientras todo lo que había entrado salía con fuerza, a la vez que le llegaba un alivio infinito. Cuando hubo acabado, le limpié lo poco que se había manchado con la goma, le dejé en el suelo, le abrí un poco las piernas y sin aviso alguno le volví a penetrar pero esta vez sin condón.

- ¡¡DIOS!!

Exclamo al sentir el ardiente pedazo de carne en su aterido culo. Pude notar como su cuerpo se estremecía de los pies a la cabeza. Le agarré del pelo y le incliné un poco para poder hundirme mejor dentro de él.

Jaime gemía pidiendo más, saboreando el fuego que le inyectaba en el culo y por increíble que parezca, esta vez no tarde apenas en correrme. Se que fue poco, apenas un par de disparos sin fuerza y casi líquidos, pero para mí fue el momento más salvaje y placentero de toda la mañana.

Le solté el pelo, y el chico cayó de rodillas al suelo. No se movía. El agujero de su culo boqueaba como si pidiese chupar un poco más de mi sexo.

- ¿Cómo te encuentras?

Le pregunté al verlo que no se movía…

- Estoy en el paraíso…

Dijo con un hilo de voz.

- ¿Podrás volver a casa?

- No te preocupes… Volveré… Pero quiero más veces como ésta.

Sonreí sintiéndome rejuvenecido. Hacía muchos años que no lograba la hazaña de correrme tres veces en apenas hora y media.

Allí le dejé aquella mañana, embobado por una sobredosis de sexo. Yo me sentía más joven, y aunque agotado, estaba seguro de que repetiría más veces. Ese chico me había sacado la bestia que llevaba dentro.

Esa fue la primera de otras muchas veces. Poco a poco él me arrastró por un camino más perverso que me llevaría a cosas que nunca pensé que sería capaz de hacer, pero eso es otra historia que tal vez os llegue a contar otro día.