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Una princesa traicionada. 1. El crimen.

en Sadomaso

El cadáver del rey yacía en su cama rodeado de la corte. Nada se había podido hacer para salvarlo. A su lado, su única hija lloraba desconsolada.

Los presentes se hicieron a un lado para dejar pasar al hermano del rey. Éste se acercó a la cama, acompañado de unos guardias, tras echar un vistazo al cuerpo del fallecido, hizo un gesto con la cabeza a sus hombres.

- ¡Tío Hildebrando! ¿Qué ocurre?- Pudo exclamar la princesa antes de que los soldados la agarrasen y se la llevasen a rastras de allí.

La joven no entendía nada de lo que estaba sucediendo. Esa misma mañana había amanecido un día normal, y se temía que aburrido. Se preparaba para tomar sus lecciones y pasear por los jardines. Y si tenía suerte, quizás algún joven noble se atreviese a acercarse a cortejarla, galanteos que ella aceptaba tímidamente. Sin embargo, un revuelo en palacio la asustó, y tras los gritos y la confusión, alguien le anunció que su padre, el rey, había fallecido de repente mientras tomaba un refrigerio a la vuelta de una salida de palacio.

Y ahora era llevada en volandas por dos guerreros que la sujetaban tan fuertemente de los brazos que temía que se los fueran a arrancar. Cuando salía de la habitación, escuchó a su tío decir en voz alta a la concurrencia:

- Existen pruebas de un complot para asesinar al rey, y la princesa Arabela está implicada.

La joven estaba tan conmocionada que casi no pudo protestar. Fue inútil, sin embargo. La condujeron por una larga escalera haca un sótano que ella ni siquiera sabía que existiese en el palacio. Allí la arrojaron a un frío y húmedo suelo de piedra y cuando sus captores salieron y cerraron la puerta tras ellos. La dejaron en una total oscuridad.

Arabela lloró hasta casi quedar dormida, a pesar de la pena por la muerte de su padre y del terror que sentía. Estaba acostumbrada a ser tratada con respeto y dulzura. Aquello era lo peor que podía imaginar que pudiese ocurrirle a nadie.

No supo cuanto tiempo transcurrió acurrucada en el suelo de la mazmorra. Alguien abrió la puerta y entró con una antorcha, que colgó de la pared. Cuando sus ojos se habituaron de nuevo a la luz, vio que su celda era bastante amplia y que a lo largo de las paredes y colgando del techo había cadenas, grilletes, poleas y cosas que jamás había visto y que no tenía idea de para qué servían.

Su tío y los dos guardias habían entrado y permanecían en pie mirándola.

- Tío. Querido tío. ¿Qué está pasando?

- Preparadla.- Fue lo único que dijo él.

Los guardias levantaron bruscamente a la chica del suelo, y con habilidad ciñeron sus muñecas con grilletes de los que colgaban unas cadenas bastas y oxidadas. Giraron una manivela y las cadenas se elevaron, haciendo que Arabela alzase sus brazos.

- Más.- Ordenó su tío.- hasta arriba.

Los guardias obedecieron y los grilletes siguieron subiendo y alzando los brazos de la princesa, hasta que apenas pudo apoyar en el suelo la punta de sus pies. Acto seguido, los dos secuaces abandonaron la celda, dejándolos a los dos solos.

- ¿Por qué me haces esto?- sollozó la princesa.

- Porque eres una traidora que has asesinado al rey, mi pequeña.

- ¡No! ¡Eso no es cierto! ¿Cómo puedes creer eso?

- No importa lo que yo crea, mi pequeña. Lo que importa es que lo crean los demás.

El hombre agarró el vestido de la princesa por el escote y dio un fuerte tirón de él, desgarrándolo. Los bellos pechos de la joven quedaron expuestos. Con firmeza, los agarró con ambas manos y los estrujó.

- ¿Qué haces?- Exclamó ella tras un grito de sorpresa y dolor.- ¡No me toques!

Pero él terminó de desgarrar el vestido y dejó a la joven completamente desnuda. Incluso se tomó su tempo para quitarle los zapatos. Luego dio un paso atrás para observarla un instante y disfrutar del espectáculo. La princesa era muy hermosa, con una larga cabellera rubia y un cuerpo firme y suave. Y en ese momento todo el cuerpo quedaba expuesto, a su merced, colgada de las muñecas en una mazmorra de su propio palacio.

- Eres una preciosidad, mi pequeña. Si las cosas fueran de otra manera, te habría guardado para mí.

- ¡Aléjate de mí!- Suplicó la joven mientras su tío volvía a aproximarse y la acariciaba con sus manos encallecidas por el uso de las armas.

Recorrió todo su cuerpo, prestando especial atención a los firmes y hermosos pechos. La joven sollozaba y comenzó a sentirse desesperadamente indefensa y humillada. Sus exigencias comenzaron a perder firmeza, hasta convertirse en súplicas.

Su tío sonreía con placer mientras sobaba su delicada piel. Una de sus manos se deslizo hacia abajo, entre las piernas, y unos dedos hábiles se pusieron a jugar con su sexo.

La princesa comenzó a llorar de miedo y sobre todo de vergüenza. No comprendía cómo era posible que aquello le estuviese sucediendo a ella. Ni siquiera se había planteado que le pudiese ocurrir a alguien. Y para su mayor confusión, al cabo de un rato, sus partes más íntimas, quizás respondiendo a las atenciones de su captor, comenzaron a sentirse húmedas y calientes.

En un momento dado, cuando la chica pensaba que iba a morirse de la humillación, su tío cesó sus caricias y dio un paso atrás, pero para terror de la joven, sólo fue para desabrocharse los calzones. El hombre dejó ver su enhiesto órgano y Arabela contuvo un grito.

- ¡No! ¡Por favor!- Suplicó de nuevo. – Aún soy doncella.

- No te preocupes, mi pequeña. Eso ya a nadie le va a importar.

Se acercó y la agarró firmemente por las caderas. Ella se retorció con violencia, a pesar de sus ataduras, pero su tío estaba acostumbrado a violar a mujeres más experimentadas. Su verga entró en el sexo de la joven con un fuerte empujón, con brutalidad y desgarrándolo todo a su paso. Arabela gritó como nunca antes lo había hecho. El dolor que sintió fue terrible, pero nada comparado a la humillación.

A parte del dolor, el primer pensamiento que pasó por la cabeza de la princesa fue que ya no era virgen. Y ya no lo volvería a ser jamás. Ya no podría entregar su flor al hombre que amase. Estaba deshonrada y había sido su propio tío quien lo había hecho. Le había robado lo que le habían enseñado que era más importante. Se lo había arrebatado con violencia y desprecio.

Su tío la folló con fuerza y sin la más mínima consideración, mientras ella gritaba y lloraba. A cada acometida aumentaba su dolor y sus fuerzas la abandonaban. Al cabo de un buen rato, los movimientos de él cesaron y la princesa sintió derramarse en su interior algo cálido. Cuando su violador se retiró, Arabela sintió el cosquilleo de la sangre y quizás alguna otra sustancia resbalando por la cara interna de sus muslos.

- Tal y como pensaba, un coñito estrecho y adorable. Una lástima.

- ¿Por qué? ¿Por qué me haces esto?

-Mi pobre niña.- la agarró de los cabellos para poder mirarla directamente a la cara.- Alguien tiene que pagar por el asesinato del rey y mejor su hija que yo. La plebe es envidiosa. Siempre están dispuestos a pensar lo peor de quien tiene más suerte que ellos. Y tú eres de alta cuna, con poder, y además hermosa. Estarán encantados cuando sepan que en realidad eres una despreciable asesina. Y su nuevo rey les dará lo que piden.

- ¡Fuiste tú! ¡Tú mataste a mi padre!

- No, mi pequeña. Fuiste tú. Y si quieres un consejo, será mucho mejor para ti que confieses cuanto antes. No merece la pena sufrir cuando el final será el mismo.

- No puede ser… No me puedes hacer esto…

- Eres una preciosidad. Como ya te he dicho, en otras circunstancias te hubiera reservado como mi pequeño juguete, pero está claro que el pueblo debe estar seguro de que no queda nadie con opción legítima a la corona. Créeme que lo siento.

Se dio la vuelta y se dirigió hacia la salida de la celda.

- P… Por favor… no me dejes sola…. – La súplica de la joven fue un susurro apenas audible.

- No te preocupes. No estarás sola mucho tiempo.- Contestó su tío antes de cerrar la puerta y dejarla en completa oscuridad de nuevo.