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Cazadora de brujas 4

en Sadomaso

Andra salió de la casa del alcalde con decisión. Sabía que era el centro de atención de todos los lugareños allí reunidos, y debía actuar con autoridad. Notaba que le tenían miedo, y eso era bueno. No sólo representaba el poder del duque e iba acompañada por una tropa armada. A todas luces profesionales curtidos, y no milicias como las de la zona. Además, su fama de cazadora de brujas la precedía. Todo ello hacía que el hecho de ser una mujer, no pesara en su contra.

 

Y era el mismo miedo que había tratado de ocultarle el alcalde, fracasando completamente en ello. Andra lo había saludado con cortesía pero con distancia, le había explicado su misión de forma breve y concisa, y le había hecho saber que el duque esperaba la colaboración de las autoridades locales. El pobre hombre, poco acostumbrado a que nadie le hablase con autoridad, se había sentido a la vez halagado porque el duque hubiera enviado ayuda para su pueblo, e intimidado por el tipo de individuos que habían llegado.

 

- Nuestro señor el duque nos ha enviado para poner fin a las tribulaciones que las fuerzas del mal han desencadenado sobre estas montañas.- Dijo a la plebe allí reunida. En aquella pequeña plaza, los villanos guardaron un expectante silencio.- Nos pondremos inmediatamente a investigar quiénes son los responsables del mal que os aflige. A algunos os haré unas preguntas, que espero que sean respondidas con sinceridad. Y empezaré por ti.

 

La anciana señalada estuvo a punto de desmayarse del susto, pero sintiéndose observada por el resto de sus vecinos, avanzó obediente y entró en la casa del alcalde.

 

A cierta distancia de allí, en una cabaña en el bosque, iluminada por el fuego del hogar, que las calentaba, Deidra curaba unos finos y poco profundos cortes en la piel del muslo de Neila. La joven se mantenía en silencio, con los ojos fijos en las llamas, mientras su mentora le aplicaba los cuidados.

 

- Son sólo arañazos. Nada grave.- Dijo Deidra.

 

- Lo sé.

 

- Pero podría haber sido peor. Te advertí que tuvieras cuidado.

 

La joven bajó los ojos. Sus mejillas se ruborizaron al recordar lo sucedido, y su maestra no quiso insistir en ello, al ver su turbación. Alzó su mano y acarició la mejilla de su aprendiza, que reaccionó con agrado al tacto de su cálida mano.

 

Por un momento, Deidra dudó, pero pensó que no le haría mal relajarse un poco, y ella misma sintió un impulso al notar que la joven aceptaba sus caricias. Descendió con la mano por la suave piel de la garganta de su pupila hasta llegar al hombro, donde con delicadeza, deslizó el blusón que cubría el cuerpo de la chica. sus tiernos pero generosos senos temblaron apenas al ser recorridos por la mano de la curandera.

 

 

Neila se aproximó más y se fundió en un abrazo con su maestra. No era la primera vez que hacían aquello, y aunque sabía que había quien no lo veía bien, era agradable y placentero. Allí en el bosque, en su apartada cabaña, no había ojos extraños que pudieran recriminarles nada.

 

Ayudó a Deidra a despojarse de su ropa al tiempo que dejaba resbalar hasta el suelo su propio blusón, y ambas desnudas, piel con piel, se entrelazaron, brazos y piernas, mientras se dejaban caer en la cama. Neila conocía las historias sobre brujas ancianas y horribles, que se contaban en los valles. Sin embargo, su mentora era una mujer hermosa, con un cuerpo aún firme y proporcionado. Nunca le había dicho su edad, pero sospechaba que no tendría la suficiente para ser su madre. Quizás una hermana mayor.

 

Dejó que su maestra besase su cuello mientras ella misma recorría su cuerpo con sus manos. Llegado el momento, las caricias hicieron que sus mentes olvidaran todo lo que no fuera la piel de su compañera, mientras un muslo acariciaba casi sin querer, los labios que se iban abriendo entre las piernas. Unos labios que poco a poco iban ganando en humedad.

 

Deidra guió con suavidad el cuerpo de la muchacha hasta dejarla boca arriba, se colocó encima y se volvió, de modo que quedó con sus propias piernas a los lados de la cabeza de la chica. En esa posición, hundió su rostro entre las piernas de la joven al tiempo que con cuidado, dejaba caer su pubis sobre la cara de ella.

 

Con suavidad, usó dos dedos para separar un poco los labios de la vagina de Neila, que exhaló un suspiro, y comenzó a lamer su clítoris con un movimiento perfectamente estudiado. La muchacha gimió de placer y su cuerpo se retorció apenas, pero sin querer abandonar esta posición que sabía que, en unos instantes, le proporcionaría un gozo exagerado.

 

Ella misma buscó con sus labios el sexo de su maestra, y comenzó a imitarla para tratar de devolverle todo el placer posible. No supo cuánto tiempo estuvieron así. Oleadas de placer recorría todo su cuerpo, nublando su mente, mientras su mentora trabajaba en su sexo, al tiempo que gemía de placer también.

 

Hasta que el cuerpo de Neila comenzó a convulsionar sin control. El placer fue mayor de lo que recordaba en otras ocasiones. Tanto que temió perder el sentido y desmayarse allí mismo. Sin embargo se obligó a continuar lamiendo el clítoris de Deidra mientra introducía sus dedos en la vagina. Ésta también comenzó a gemir sin control, hastaque se desplomó sobre la cama. Inmóvil excepto por un temblor casi inapreciable.

 

En unos instantes, ambas mujeres se abrazaron de nuevo, y se acurrucaron sintiendo aún las últimas olas de placer que se resistía a abandonar sus cuerpos.

 

- ¿sabes?- Dijo al fin Neila.- Hoy ha sido un día muy extraño.

 

- Cuéntame, si quieres.- Contestó Deidra.

 

- No sé si… Bueno, hoy...

 

En ese momento, la puerta se abrió con violencia. Las dos mujeres dieron un respingo y se mantuvieron abrazadas mientras varios hombres armados entraban rápidamente. Tras ellos, una extraña figura apareció.

 

Una mujer ataviada con una armadura y con una espada en la mano. Y lo más extraño era que los soldados parecían obedecerla. Neila reconoció a la figura a caballo que había visto esa mañana.

 

- ¡Vaya!- Dijo la recién llegada.- Creo que hemos sido muy inoportunos. Os presento mis disculpas.

 

Los soldados estallaron en carjajadas, que cesaron bruscamente cuando la mujer les hizo una seña con la cabeza. Obedientes, los hombre se lanzaron sobre Neila y Deidra, las arrastraron fuera de la cabaña y las encerraron en una extraña jaula de madera, sobre una carreta. Todo fue tan rápido y violento que ni siquiera pudieron reaccionar. Ambas mujeres se acurrucaron, tratando de protegerse mutuamente en un abrazo, al tiempo que los asaltantes revolvían su hogar.

 

- ¿Quiénes sóis? ¿Qué queréis?- Exclamó por fin Deidra.

 

- A vosotras.- Contestó la mujer, dedicándoles una mirada fría y desapasionada.

 

 Continuará...