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Cazadora de brujas 3

en Sadomaso

Neila llevaba ya un buen rato por aquellos parajes, como delataba su saco. Deidra estaría contenta con ella. Había salido temprano de su cabaña, a las afueras del pueblo, casi en el mismo bosque, para recoger las hierbas que su maestra le había encargado. Y el trabajo de la mañana había dado sus frutos.

 

Aunque llevaba allí muchos años, aún no se acostumbraba a ver aquel como su pueblo. Había quedado huérfana a una edad muy temprana, en una de aquellas epidemias que se daban en las zonas de montaña, y tuvo suerte de que Deidra la encontrase y la recogiese. Desde entonces había sido su aprendiz.

 

No tenía demasiados amigos en el pueblo. Vivía alejada de él, en una cabaña que aunque lo negasen, a todos les producía algo de miedo. Además, su maestra era una persona especial. Todos, sobre todo las mujeres, le tenían un reverencial respeto, y Neila creía que también algo más. Sanaba a los animales y también a las personas, y sabía de astros y hierbas para tales fines. Aún así, todos procuraban evitarlas, y no solían aparecer demasiado en público, ni siquiera en las fiestas. Estas circunstancias nunca le molestaron demasiado, y aunque ella hablaba con todo el mundo y conocía a los parroquianos y sus familias, echaba algo de menos tener amistades de su edad. Sin embargo, la cosa había ido variando paulatinamente desde hacía un tiempo. Aquel era uno de esos años en que el tiempo no se comportaba de la forma habitual, lo que había repercutido no sólo en las cosechas, sino también en la salud de los animales y las personas.

 

Pensando en las nubes que pasaban sobre ella, no demasiado comunes en aquellas fechas, se encontró en un recodo cerca del camino que bajaba de las montañas. Allí casi se dio de bruces con Domio. El hijo del molinero no era especialmente corpulento ni fuerte, como otros muchachos de su edad, pero era alto y Neila no podía negar que bien parecido. Él pareció sorprenderse tanto como ella con el encuentro, pero rompió a reír con nerviosismo.

 

- Hace días que no te veo por el pueblo.- Dijo con timidez.

 

- Sí- Respondió Neila.- Deidra dice que no es prudente ir más de lo necesario.

 

- ¿Es por lo que dijo la mujer del alcalde? No ocurre nada. Todo el mundo sabe que estaba enfadada, y que por eso se puso algo chillona.

 

- Pero no es lo único.- Dijo ella algo apesadumbrada.- Las cosas no están bien desde hace algún tiempo. Deidra tiene razón. Es mejor que dejemos pasar una temporada, a que todos se tranquilicen, antes de dejarnos ver.

 

- Vale…- Fue lo único que añadió el muchacho, aunque se notaba que quería decir mucho más.

 

Al cabo de un incómodo instante, que necesitó para reunir valor volvió a hablar.

 

- Pero yo te he echado de menos. Y...

 

Neila no se resistió cuando el joven, torpemente, se le echó encima para besarla. Sabía que debía tener cuidado, pero se sintió halagada con aquella demostración de afecto. Tras una inicial reticencia, pasó sus brazos sobre sus hombros y devolvió aquel tan poco hábil beso.

 

Se prolongó un rato, durante el que Neila sintió su corazón golpeando como el tambor de un loco. Él la abrazaba con fuerza y con una evidente ausencia de delicadeza. Con la misma torpeza, sus manos comenzaron a recorrer el cuerpo de la muchacha. Encontraron los bordes de la camisola y se la desabrocharon, no sin cierto esfuerzo.

 

Bajo la ropa, unas manos cubrieron un pecho de Neila. Ella dio un respingo pero permitió que aquel muchacho torpe y ruborizado le acariciase la piel aún de manera tan poco experta.

 

Ambos cayeron hacia atrás sobre el musgo. Neila atrapada bajo el peso de su acompañante, pero sin hacer nada por librarse de él, sino abrazarlo y responder a sus besos. El muchacho recorriendo el cuerpo de ella con sus manos. La situación se prolongó hasta que esas manos subieron la falda hasta arriba, e inmediatamente desabrocharon el calzón bajo el que se veía un evidente bulto.

 

Fue en ese momento cuando la joven le dio un empujón y se alejó unos pasos, permaneciendo sentada, pero volviendo a cubrir sus piernas con la falda.

 

- N… No… - Dijo azorada.- Esto no debemos hacerlo… Es… Es…

 

- Lo siento.- Se disculpó Domio.- Yo… Yo…

 

- No ocurre nada. Es que… No es buena idea…

 

Durante un instante, ninguno dijo nada. Ambos, avergonzados, trataban de no mirarse, esperando que otro hablase algo. Al fin Neila se acercó de nuevo al muchacho, se sentó a su lado, y descubrió que el bulto seguía allí, en sus calzones. Deidra le había contado lo suficiente. Así que se armó de valor y decidió arriesgarse.

 

- Soy virgen, Domio.- Dijo.- Y creo que debiera seguir así. Y no creo que tu familia quiera un hijo de alguien como yo.

 

- Yo… Me da igual… Ellos… Los convenceré…

 

- Pero mientras lo haces, no es prudente.- Lo atajó ella.- Aunque no quiero que te vayas así. No te lo mereces.

 

Con suavidad, la joven posó su mano en el bulto que asomaba en la entrepierna de él, y empezó a acariciarlo. Al cabo de un instante, la mano se introdujo dentro de los calzones, y Neila palpó lo que sólo podía ser el miembro erecto del muchacho. Estaba extremadamente duro. Lo agarró con cuidado y notó la cálida humedad que envolvía su extremo. Lo acarició como había hecho antes, y un pequeño quejido de placer escapó de la garganta de Domio.

 

Estuvo un rato acariciando tiernamente aquel palpitante falo, hasta que decidió cerrar sus dedos sobre él. Lo agarró con firmeza pero sin apretar excesivamente, y empezó a subir y bajar su mano, prestando especial atención a la suave y húmeda punta. Al principio su movimiento fue lento, siguiendo el ritmo que a ella le pareció apropiado. El muchacho alargó sus manos y con delicadeza le sujetó a Neila la nuca, para poder atraerla hacia si y besarla. La otra la posó en la pierna, y comenzó un afanoso trabajo para poder meterla bajo la falda, cosa que consiguió al cabo de un rato.

 

Cuando la mano masculina se introdujo entre los muslos de la muchacha, ésta dió un respingo, y de forma inconsciente, cuando unos dedos torpes comenzaron a acariciar el exterior de su vagina, el movimiento rítmico de la mano que atacaba el falo, aumentó de cadencia. Neila pudo ver en el rostro de su acompañante lo que estaba a punto de suceder. Él dejó escapar un quejido de placer y el pene convulsionó con fuerza entre los dedos de la muchacha, que enseguida recibió en su mano unos fuertes chorros de algo cálido.

 

Sacó la mano de los calzones del muchacho y miró lo que había en ella. Un líquido blancuzco y viscoso, del que emanaba un fuerte olor. Por supuesto, sabía lo que era, pero era la primera vez que un hombre eyaculaba gracias a ella.

 

Los torpes intentos de Domio habían conseguido excitarla, pero Neila dudó de que fuera capaz de llegar a nada más, de modo que lo besó con dulzura y se levantó, buscando la forma de limpiarse la mano. Luego comenzó a arreglarse la ropa. Èl la imitó. Se notaba que quería decir algo, pero o no se atrevía, o no encontraba las palabras. Y cuando por fin pareció dispuesto a hablar, no dijo lo que ninguno de los dos esperaba.

 

- ¿Qué haces aquí?

 

Neila volvió la vista sorprendida, y vio a otro joven que aparecía tras unas rocas. La sorpresa del recién llegado duró sólo un instante, tras el cual llamó en voz alta.

 

- ¡Eh! ¡Venid! ¡Mirad a quién he encontrado!

 

Un grupo de muchachos del pueblo siguió al primero. El que parecía dirigirlos, el hijo del herrero, se acercó a Domio.

 

- Te hemos estado buscando, y parece que estabas ocupado con esta putilla. Y aquí escondido para no tener que compartirla con tus amigos.

 

Domio reaccionó con rapidez tras estas palabras, pero el recién llegado era patentemente más fuerte, y comenzó un confuso forcejeo. Antes de que Nelia se diera cuenta de qué había ocurrido, Domio estaba en el suelo inmovilizado por dos jóvenes. Uno de ellos, con la habilidad de quien suele hacerlo con los corderos a sacrificar, le ató las manos a la espalda con un cordel. Luego se quitó el cinto de cuero y lo pasó alrededor del cuello de Domio, consiguiendo inmovilizarlo, so amenaza de estrangularlo.

 

Nelia se dio cuenta en ese momento del peligro que corría, y se dispuso a correr. Olvidando el saco de hierbas, se dio la vuelta y chocó con otro de los recién llegados, rebotando igual que si se hubiera estrellado contra una pared. Cayó al suelo y aprovecharon para abalanzarse sobre ella. Tendida de espaldas, uno de los muchachos le agarró las manos y las sujetó por encima de su cabeza. Sintió como la agarraban también de las piernas, para inmovilizarla y que no siguiera lanzando patadas.

 

El líder se sentó a horcajadas sobre ella y la estudió un instante, solazándose en sus inútiles forcejeos. Luego miró a Domio, inmóvil y atado, con otro atacante sobre él, y le dijo:

 

- Parece que la has hecho gozar mucho, porque no quiere probar otras pollas.

 

La agarró por el cuello de la blusa y de un fuerte tirón se la desgarró completamente, dejando los pechos al aire. Todos los muchachos alargaron sus cuellos para mirar, sin disimular su lujuria.

 

-¡No!- Gritó Domio, pero su voz quedó ahogada inmediatamente por un fuerte tirón de la correa alrededor de su cuello.

 

Neila no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas y gritó con todas sus fuerzas, exigiendo que se marcharan y la dejaran en paz. Aquello sólo consiguió aumentar la diversión de los atacantes.

 

El muchacho agarró con rudeza los pechos de la chica. Eran tan grandes como esperaba, pero más suaves y cálidos de lo que había imaginado. Ella lanzó quejidos de dolor ante esa arremetida, pero no sirvieron para evitar nada. Sus pechos fueron estrujados y retorcidos sin el más mínimo atisbo de que les importase su dolor, mientras el resto animaba y daba ideas. Tras un rato de sobar el cuerpo expuesto de la muchacha, el hijo del herrero decidió pasar a otras diversiones. Levantó las faldas de Neila y lanzó su mano hacia su sexo. Allí, con igual violencia, jugueteó con sus dedos.

 

- Parece que el bueno de Domio consiguió excitar a la zorra. Está muy mojada.- Y tras las risotadas de sus amigos, añadió.- No te preocupes, niña. Cuando te follemos todos, quedarás satisfecha.

 

- ¡No! ¡No! ¡Dejadme! ¡Por favor!- Era lo único que conseguía articular Neila entre sollozos.

 

El  muchacho se desabrochó los calzones y sacó de ellos su ya excitado miembro. Era algo más grande que el de Domio, y sin el más mínimo atisbo de vergüenza comenzó a masturbarse sobre ella. Sus amigos, que rodeaban y sujetaban a la joven, lo imitaron.

 

Enseguida, el líder del grupo puso su verga sobre uno de los pechos de la inmovilizada muchacha, y comenzó a frotarlo sobre él. No duró demasiado. Enseguida agarró ambos pechos con las manos y con fuerza los apretó sobre la enhiesta verga. Y de esa forma empezó a mover las caderas, como su fornicara con los senos.

 

En frente, otros dos muchachos colocaron sus miembros sobre la cara de Neila. Acariciaron su rostro con las puntas húmedas, dejando en su piel hilillos de un líquido viscoso. Uno se atrevió a frotarlo con los labios, y comenzó a apretar para introducir la punta en la boca. En ese momento, la aterrada y aturdida joven lanzó un mordisco y atrapó la verga del infortunado, del que escapó un alarido de dolor. El muchacho se retiró gritando y llorando, después de haber dejado un sabor a sangre en la boca de la muchacha.

 

Todos quedaron un instante sorprendidos. Hasta que el líder de los atacantes dio a la muchacha un fuerte bofetón en la  cara, que casi hizo que perdiese la consciencia.

 

- ¿Así nos pagas que te tratemos bien?- Le espetó.- Tú lo has querido. Ahora te vas a enterar.

 

El joven se levantó para ponerse de rodillas de nuevo enfrente de ella, entre sus piernas. Acarició la cara interna de los muslos de la muchacha, inmóviles porque otros sujetaban con firmeza las piernas. Y se inclinó sobre el cuerpo de Neila, apoyando las manos en el suelo a ambos lados de su cara.

 

- Te la voy a clavar, zorra. Cuando acabe contigo creerás que te ha arrollado un toro, pero me pedirás a gritos más.

 

- ¡No! ¡Por favor! ¡Déjame! ¡No lo hagas!

 

- ¡No!- Grito Domio.- ¡Malditos cobardes!

 

El líder de los atacantes se agarró el miembro y lo frotó con la piel de la muchacha. Primero con los muslos, y fue subiendo paulatinamente, hasta tocar la entrada del sexo de la joven. Jugueteó con la punta en los labios húmedos y cálidos.

 

- Si sigo esperando voy a correrme, y quiero soltar toda mi leche dentro de tu cuerpo.- Dijo casi al oído de ella.- Espero que seas virgen.

 

La punta del pene presionó con la entrada de la vagina, buscando torpemente y a ciegas el lugar donde introducirse. Pero en ese momento, los muchachos se levantaron alterados luego de que uno de ellos llegara gritando.

 

- ¡Soldados! ¡Llegan soldados por el camino!

 

En efecto, una columna de polvo se veía ascender desde detrás de las rocas. Como sabía cualquiera que viviese en esas tierras, no resultaba prudente permanecer cerca de hombres armados, especialmente cuando no se los conocía. Visiblemente contrariado, el hijo del herrero aún dudó un instante, con todo su cuerpo instándole a concluir la violación. Pero el miedo pudo más y se levantó a toda prisa. Abrochándose de nuevo la ropa, desapareció entre las rocas tras sus amigos, que ya le llevaban cierta ventaja.

 

Neila se acurrucó sollozando, tratando de cubrirse con la ropa. Quería quedarse allí y no moverse nunca más. Que nadie la mirase ni le hablase. Pero Domio se le acercó y le urgió a levantarse. Ya oía los cascos de los caballos acercándose por el camino. Se incorporó y vio que el muchacho aún seguía atado. Aún temblando, obligó a su cuerpo a reaccionar. Ambos se arrastraron como pudieron y se escondieron tras una roca cubierta de maleza. Allí, la joven se dispuso a desatar las manos del muchacho.

 

Y entre las ramas pudo ver cómo llegaban los desconocidos por el camino. Montados a caballo, un grupo de hombres fuertemente armados y una carreta. Pero lo que llamó su atención fue que quien parecía mandarlos no era un hombre, sino una mujer, vestida como ellos y portando las mismas armas.

 

Desde el camino, Andra ya podía ver las volutas de humo de las chimeneas del pueblo. Ya estaban llegando. Tras el duro viaje a través de las montañas, sería bueno dormir bajo un techo, aunque decidió que no quería pasar en aquel lugar apestoso más tiempo del imprescindible. Haría su trabajo lo más rápido posible y se largaría sin demora.

 

Estaba pensando aquello cuando vio escabullirse dos figuras a un lado del camino. Los lugareños ya sabían que llegaban. Eso estaba bien.