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Cazadora de brujas 2

en Sadomaso

Andra, la cazadora de brujas, salió de los aposentos del duque con sentimientos encontrados. Estaba asqueada, cosa que la sorprendía, pero también aliviada de seguir contando con la confianza de su señor.

Estaba a punto de llegar a la puerta del palacio cuando una doncella le salió al paso indicándole que la duquesa quería hablar con ella. Era suficientemente prudente para no contrariar a la esposa del duque, de modo que se dirigió al jardín, donde la señora, junto con algunas damas de compañía, la esperaban. Las acompañantes se retiraron discretamente para dejarlas hablar, cosa que no gustó demasiado a Andra.

 

- Sé que mi esposo te ha enviado a una misión. Dijo la duquesa sin mayores preámbulos.- Ha sido idea mía. Esas tierras son levantiscas y en disputa, y hay que tener contenta a la chusma.

 

- Os lo agradezco, señora. No os decepcionaré.

 

- Eres una mujer muy guapa. Y además lo sabes. Pero eres inteligente. Has sabido mantenerte lejos de la cama de mi esposo y eso lo respeto. Además, supongo que eres consciente de que es lo que te ha mantenido con vida. Y ganando mucho dinero.

 

Andra asintió con la cabeza. No le gustaban ese tipo de conversaciones, del mismo modo que no le gustaban los duques, pero pagaban bien, y la vida era así.

 

- Por desgracia, no todas son tan listas como tú. Algunas doncellas no saben mantener las faldas puestas. Y deben conocer las consecuencias de sus errores. Y para eso te quiero a ti.

 

- Soy una cazadora de brujas, mi señora. No sé en qué podría ayudar…

 

- Eres una cazadora. Y quiero que caces para mi. La presa estará aquí en un momento, así que no te resultará muy difícil.

 

Por supuesto que no, pensó. No quería involucrarse en nada que esa mujer estuviera tramando, pero por encima de todo, no era prudente contrariar a la única persona que tenía influencia, y mucha, sobre el duque.

 

Durante un buen rato, nadie dijo nada. Andra permaneció en pie sin hablar, y la duquesa fingió leer un pequeño libro. Al cabo de un tiempo, dos doncellas trajeron a otra ante ellas, visiblemente reluctante ante la perspectiva de acudir ante su señora. Andra la reconoció enseguida, porque acababa de verla en otro lugar del mismo palacio.

 

- Esta pequeña zorra, que aún huele al semen de mi esposo, cree que puede hacer lo que quiera impunemente en mi casa.- Dijo la duquesa.

 

La muchacha, asustada, trató de replicar, pero su señora la hizo callar con un gesto y continuó hablando.

 

- No me importa que el duque fornique de vez en cuando con alguna sirvienta. Lo que no aguanto es la desfachatez de querer convertirse en mi sustituta. De buscarlo para repetir un día tras otro.

 

- ¡Señora! ¡Por piedad!- Sollozó la muchacha.- Yo no he hecho nada de eso. Es el duque quien me ha buscado para tomarme. Yo no quería, pero él me obliga cuando le apetece...

 

- Cállate, pequeña puta,- le espetó la duquesa.- No sé si eres muy tonta o muy lista. De todas formas, aunque ahora fueras inocente, en poco tiempo te darás cuenta de tu situación y serás un incordio. Cazadora de brujas: haz tu trabajo.

 

Andra sólo dudó un instante. La vida era así. Mala suerte para la desgraciada, pero mejor la doncella que ella. La muchacha trató de huir, pero no era rival para los reflejos y la habilidad de una experta. La agarró por los pelos, la hizo arrodillarse y desenvainó un puñal.

 

- ¡No!- Ordenó la duquesa.- Que no sea rápido.

 

La cazadora de brujas soltó un bufido. Envainó de nuevo el arma y arrancó una cinta del pelo de la doncella. Con un rápido movimiento, desde su posición de control, detrás y en pie, envolvió el cuello de la pobre chica con ella y la sujetó de ambos extremos, colocándole además una rodilla en la espalda.

 

- Lo siento.- Le susurró al oído antes de empezar a apretar.

La muchacha trató de meter los dedos entre el lazo y su piel. Desesperada al no conseguirlo, le agarró por las manos y las muñecas. Se retorcía. Pataleaba. De su boca abierta surgían patéticos gemidos y gorgogeos a medida que el lazo apretaba y le cerraba la garganta, impidiéndole tomar aire.

El bello rostro de la joven, una máscara de terror, tomaba un fuerte color rojo. Andra no pudo evitar recordarlo mientras su señor la forzaba rudamente sobre aquella mesa. Sus grandes pechos bamboleándose sobre la madera. Las lágrimas, que ahora también fluían. Se preguntó si en alguna ocasión, la pobre infortunada sintió placer con aquellos encuentros.

Sus ojos estaban tan abiertos que parecían querer salirse de sus órbitas. Al igual que su boca, por la que asomaba la lengua. La doncella se retorcía y luchaba frenéticamente, aunque era inútil. Sus fútiles esfuerzos llegaron a un límite tras el cual, muy rápidamente, quedó lánguida e inmóvil. La cazadora no cesó en su estrangulación. Sabía que a pesar de que la joven había perdido el sentido, aún restaba vida en ella.

Al cabo de unos instantes, el cuerpo exangüe de la doncella se retorció de nuevo en unas convulsiones que la hicieron lanzar patadas al aire. Andra continuó impasible apretando el lazo alrededor del suave cuello.

Unos instantes más y la muchacha quedó de nuevo inmóvil, esta vez para siempre.

La cazadora de brujas soltó el lazo, permitiendo que el cadáver de la que había sido una hermosa joven, se desplomase en el suelo.

- No te entretendré más de tus obligaciones.- Dijo sin más la duquesa.- Puedes retirarte.

- Sí, mi señora.- Respondió Andra, aunque no era lo que deseaba decir.

Salió del jardín y caminó sin rumbo fijo por las dependencias del palacio. Salió a la zona de la guardia sin saber dónde acudir. Estaba furiosa. Habría podido matar a alguien.

Cerca de los establos, presa de la rabia, se encontró con el soldado que había ido a buscarla por orden de su señor. La estaba mirando, y no podía reprochárselo. No todos los días se veía una mujer armada como ella, caminando por allí como si fuese un mesnadero más. Sin saber por qué, aquello la enardeció más, y se dejó llevar.

Se acercó al soldado y le colocó una mano entre las piernas.

- ¿Qué ocurre?- Le espetó.- ¿Eres afeminado o no sabes manejar ésto?

Él la agarró por los hombros y se metieron en uno de los cobertizos donde almacenaban paja para los caballos. Le soltó la capa , el cinturón y el tahalí, y comenzó a quitarle la camisa. Mientras, ella le desabrochaba los pantalones y lo besaba salvajemente, sin querer pararse a pensar lo que estaba haciendo. Libre de la blusa, Andra sólo perdió un instante en quitarse los calzones. Su cuerpo esbelto y bien formado quedó expuesto al soldado quien, con los pantalones desabrochados, exhibía una fuerte erección.

La cazadora de brujas se arrodilló y sin decir una palabra introdujo el pene en su boca. Se puso a chuparlo como si su vida dependiera de ello. Una urgente necesidad apareció entre sus propias piernas, y allí llevó una mano. Con los dedos, comenzó a frotar rítmicamente su súbitamente suplicante clítoris.

El soldado, con la espalda contra el muro, la sujetaba por la cabeza, más por no saber qué hacer con las manos que por necesitar que la guiasen en su cometido. Andra se masturbaba desesperadamente mientras chupaba la verga del hombre. Y al cabo de un instante, del miembro salieron fuertes chorros de semen, que inundaron la boca y estuvieron a punto de hacer que la mujer se atragantase.

Sin embargo, no permitió la verga saliera de su boca. A pesar de que continuaba aplicando sus dedos a su propio clítoris con fuerza, suavizó las chupadas, de modo que aunque por un instante pareció que la erección comenzaba a desvanecerse, ésta regresó de nuevo lentamente. No dejó de chupar hasta estar segura de que el sexo del hombre volvía a estar convenientemente duro.

En ese momento, se puso de nuevo en pie e hizo que el soldado se tumbase entre la paja. Se echó sobre él y se dispuso a cabalgarlo. Ayudó con las manos a introducirse el pene en su propio sexo, ya muy húmedo y abierto. Hacía bastante tiempo que no tenía un hombre dentro, pero a pesar de ello, entró con bastante facilidad.

El hombre agarró sus hermosos pechos entre las manos y ella galopó salvajemente. hizo que el falo entrase y saliese con fuerza de su vagina, al tiempo que procuraba que su clítoris frotase los vellos púbicos del hombre. No pasó mucho tiempo antes de que su ya previamente excitado sexo, comenzase a sentir el orgasmo.

Andra se retorció entre oleadas de placer, sin dejar de cabalgar el pene del soldado. cuando el clímax llegó al límite, se desplomó temblando sobre él. Jadeaba y gemía, sin poder controlar las corrientes de placer que la atenazaban.

Empezaba a relajarse cuando el hombre se irguió, le dio la vuelta, tumbándola boca arriba sobre la paja, y se puso encima. le separó las piernas y la penetró de nuevo. Andra gimió de placer, deseando que la tomase con violencia.

El soldado la poseyó rudamente, clavándole con ansia y fuerza su pene en el interior del cuerpo de la cazadora, que no cesaba de gemir. Andra sentía su orgasmo negándose a desaparecer del todo mientras se generaba otro nuevo. Al cabo de un rato, él la agarró con ambas manos de las nalgas, y enterró su rostro entre sus cabellos, al tiempo que aceleraba sus acometidas.

La mujer se convulsionó en otro orgasmo. Gritó y estuvo a punto de desmayarse. En un instante, el hombre sacó su miembro de ella y eyaculó sobre el cuerpo desnudo de la cazadora de brujas. El semen se desparramó en chorros sobre su abdomen.

Durante un instante nadie dijo una palabra, ambos tumbados sobre la paja del suelo del cobertizo. La mujer aún sentía las oleadas de placer. Al cabo de un instante, trató de recobrarse, se incorporó, aún temblando, y comenzó a vestirse. El hombre la imitó.

Andra salió del cobertizo sin decir nada, y se apresuró a abandonar el palacio.