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Cazadora de brujas 5

en Sadomaso

Era un pueblecito demasiado pequeño para tener unas mazmorras dignas de ese nombre. En las escasas ocasiones en que era necesario, se usaba el sótano del ayuntamiento. Y allí llevaron a las dos prisioneras.

 

No había gran cosa. A la escasa luz de las antorchas sujetas a la pared, tan solo una tosca mesa de madera llamaba algo la atención. Arrojaron sobre ella a Neila sin contemplaciones. De forma eficiente, ataron sus muñecas y sus tobillos con fuerza y quedó tumbada boca arriba, con los brazos y piernas extendidos y separados. La jovencita temblaba, sin saber si era por el frío o por el miedo.

 

A su lado, ataron las muñecas de su maestra Deidra, de dos cuerdas que habían sujetado a una viga. Quedó allí colgada, con la punta de los pies apenas apoyadas en el húmedo suelo. Los hombres salieron y durante un instante ambas quedaron allí solas, en silencio. Sus cuerpos desnudos a la luz de las tenues llamas.

 

Al fin, la más joven se atrevió apenas a susurrar, con su voz ahogada por un sollozo:

 

- ¿Quienes son? ¿Por qué nos hacen esto?

 

Deidra no respondió. No sabía qué decirle para no aumentar el terror de la muchacha. Y su propio miedo y vergüenza le habrían impedido tener una voz tranquilizadora. Miró un instante a los ojos desconcertados de la chica, que le pedían que la consolara. Pero no sabía cómo. Era consciente de que lo que les ocurriese a partir de entonces, no sería nada bueno.

 

La puerta del sótano se abrió y por ella apareció de nuevo la mujer armada. Tras ella, un par de soldados y otro hombre, portando un atril, que colocó en un lugar iluminado pero algo apartado. Sobre él preparó una pluma y un papel.

 

La cazadora de brujas se acercó a la mujer que colgaba de sus muñecas y estudió su rostro con detenimiento. Deidra no pudo dejar de observar que tras ella, uno de los hombres preparaba una gruesa cinta de cuero, que dobló y mantuvo en su mano sujeta por uno de los extremos. Lentamente fue colocándose a su espalda.

 

- Tengo que admitir que me sorprende.- Dijo la mujer armada, al tiempo que pasaba el dorso de la mano por el rostro de la prisionera de mayor edad.- No esperaba encontrar putas tan guapas en estas montañas.- La caricia se desvió hacia abajo, y llegó hasta un indefenso pecho.- ¿Sabes quién soy?

 

Deidra no respondió. Se limitó a bajar la mirada esperando lo que fuera a suceder.

 

- Mi nombre es Andra. Soy cazadora de brujas y hoy he tenido mucha suerte. Los villanos de la zona os han señalado enseguida. Os he encontrado con mucha facilidad y si todo va bien, podré largarme de este lugar apestoso muy pronto.

 

Dio un paso hacia atrás y lanzó una mirada al hombre que aguardaba tras la prisionera. Este sopesó la cincha de cuero que sujetaba y con un rápido movimiento azotó con ella las nalgas de Deidra. A la mujer se le escapó un quejido y Neila gritó:

 

- ¿Por qué? ¿Qué queréis?

 

El segundo azote alcanzó a la prisionera en la espalda, y su gran mata de cabellos no pudo amortiguarla. El golpe la dejó sin aliento y sintió arder su piel como si la hubieran quemado.

 

- Otra vez.- Ordenó Andra.

 

El tercer latigazo atacó con violencia los pechos, arrancando un grito de Deidra. La cazadora de brujas alzó la mano para detener el castigo y se acercó a la prisionera. Sujetó con firmeza la barbilla obligándola a mirarle a la cara y le habló con suavidad, pero estando segura de que todos en el sótano la podían escuchar.

 

- Eres una mujer lista, es evidente. Has visto mundo y sabes perfectamente lo que va a ocurrir aquí, ¿no es cierto?

 

Deidra la miró a los ojos un instante y trató de apartar la mirada, pero la mujer le sujetó el rostro para que no lo volviera. Era perfectamente consciente de a qué se refería. Había escuchado acerca de lo que le hacían a las brujas en las ciudades y en otros territorios, pero nunca pensó realmente que aquello pudiera llegar a ocurrirle a ella, allí en su pueblecito, donde todos se conocían y se ayudaban.

 

- No hay nada que puedas hacer para evitarlo. Nadie puede impedirlo. Esta noche vais a ser violadas y váis a ser torturadas hasta que confeséis. Y no dudes que confesaréis. Lo sabes perfectamente. Luego seréis condenadas y ajusticiadas.

 

Neila dejó escapar un gemido al escuchar esas palabras. Las lágrimas escaparon de sus ojos y corrieron por sus mejillas.

 

- Lo único que sí está en tu mano es evitarle a esa pobre niña el horror de la tortura. Confiesa ahora y al menos os libraréis de eso.

 

Deidra sostuvo su mirada un instante. Luego volvió el rostro hacia donde Neila la miraba con expresión suplicante y aterrada. En efecto, sabía que todo aquello era verdad. Que las torturarían de las maneras más atroces, hasta que el sufrimiento fuera tal que la muerte apareciese como una liberación. Había escuchado las historias. El corazón le dio un vuelco sólo con pensar en ver arruinado y mutilado aquel cuerpo joven y hermoso de su discípula.

 

- ¿Qué quieres que confiese?

 

- Lo sabes perfectamente.

 

Deidra abrió la boca pero se le quebró la voz. Tuvo que hacer un esfuerzo para que sus palabras fueran audibles. Sintió una oleada de rabia, que pronto se disipó sustituida por el miedo. Porque sabía que sus vidas acababan allí.

 

- Confieso… - Consiguió articular al fin.- Confieso que las dos somos brujas. Yo la maestra y ella la aprendiz. Confieso que somos siervas de los poderes infernales y que nos hemos consagrado a hacer el mal por el mundo. Y… Y…

 

- ¡No!- Exclamó Neila con los ojos anegados en lágrimas.- ¡No! ¿Por qué dices esas cosas? ¡No!

 

- ¿Qué más?

 

- ¿Qué más..? Sí… Hemos… Hemos cometido actos execrables y depravados contra la naturaleza. Practicamos la magia negra, resucitamos cadáveres para someterlos a la esclavitud… Las dos… eh... devoramos niños y… y… sacrificamos doncellas en ceremonias sacrílegas.

 

- ¡No, no!- Sollozaba Neila.- No digas esas cosas… no...

 

- ¿Lo has escuchado todo?- Preguntó Andra al hombre que tras el atril, escribía con rapidez.

 

- Está todo escrito.

 

- Entonces ya hemos hecho nuestro trabajo por esta noche.- Concluyó la cazadora de brujas.

 

Y sin más, abandonó el sótano, dejando allí a las prisioneras aún atadas y a los soldados, que se lanzaron miradas significativas. Al cabo de un instante, otros hombres más, todos de la tropa de Andra, entraron por la puerta.

 

Neila no podía apartar su mirada de su maestra. Sollozaba incontroladamente y trataba de zafarse de sus ataduras, aun sabiendo de la inutilidad de su esfuerzo. Vio al hombre de los latigazos acercarse por la espalda de Deidra. Se pegó a ella y con ambas manos, como garras, aferró los pechos de la mujer. Ella gimió de la sorpresa y por la rudeza del hombre.

 

Observó que con una mano, él se desabrochaba el calzón y manipulaba algo entre su pubis y las nalgas de la mujer. Estaban demasiado cerca y muy oscuro para verlo bien, pero su maestra gimió apenas y apretó los dientes. El tipo agarró con firmeza las caderas de la prisionera y lanzó un fuerte empellón con las suyas.

 

Deidra dejó escapar un grito y sus ojos dejaron escapar un reguero de lágrimas. Neila supo enseguida lo que estaba ocurriendo.

 

El soldado empezó a follar con fuerza a la prisionera. Sun embestidas eran rítmicas y violentas y a cada una de ellas, respondía un gemido de la curandera. Los otros hombres se acercaron, desabrochando sus ropas o directamente despojándose de ellas.

 

Al cabo de un rato, el hombre cesó en sus movimientos y dejó escapar un suspiro. La joven vio el rostro de Deidra tornarse en una mueca de desagrado y aunque nunca lo había sentido por sí misma, supo que el soldado estaba corriéndose en el interior de la mujer.

 

Cuando se dio por satisfecho se retiró y dejó que otro hombre ocupara su lugar. El recién llegado palpó con sus manos entre las nalgas de la prisionera y agarrándose el miembro, lo guió hasta donde deseaba introducirlo.  Deidra devolvió la mirada a su discípula y no supo qué decir.

 

- No temas, mi amor. Ten valor. Todo pasará pronto… ¡Ah!

 

El segundo soldado acababa de penetrarla también y al igual que el anterior, comenzó un movimiento violento y rítmico de sacar y meter su miembro en el sexo de la prisionera indefensa.

 

En ese momento, Neila se dio cuenta de que alguien se había acercado a ella. Un hombre se había quitado los calzones y había trepado a la mesa. de rodillas entre sus piernas atadas, se inclinó hasta estar muy cerca, y comenzó a acariciar sus pechos.

 

- ¡No! ¡No! ¡Por favor..!

 

- Tranquila, niña.- Susurró el soldado.- Vas a disfrutar mucho.

 

El hombre se lamió los dedos y los llevó directamente al sexo de la joven. Lo acarició sin rastro de delicadeza, pero sin hacerle daño, y con el dedo medio, jugueteó con la entrada de la vagina. Neila sollozaba desconsolada. Se sentía impotente, completamente indefensa allí atada a la mesa. Se dio cuenta de que la vergüenza era incluso peor que el miedo.

 

- ¡No! ¡Dejadla a ella! ¡Ya me..! ¡Ahaah!- Trató de protestar Deidra mientras era salvajemente violada, aunque no tenía esperanzas de que nadie le hiciera caso.

 

El hombre sobre Neila se inclinó más y comenzó a lamer los pechos de la chica mientras seguía jugueteando con sus dedos en su clítoris y su vagina. Recorrió con su lengua las areolas y mordió sin fuerza los pezones duros por el frío. Y quizás por algo más. Al notarlos enhiestos, metió uno en su boca y lo chupó.

 

El sonido que escapó de la garganta de la joven no fue un grito de dolor. Tampoco de disgusto, aunque habría deseado que lo fuese. El soldado sonrió, se alzó y tras deleitarse un instante con aquel hermoso cuerpo atado e indefenso, a su merced, escupió sobre la punta de su miembro erecto y lo dirigió hacia el sexo de ella.

 

- No… Por favor… No…

 

El gemido suplicante no conmovió al hombre, que con un movimiento que conocía bien, colocó el pene entre los labios vaginales justo en la entrada del agujero que buscaba.

 

- Tienes aspecto de virgen, niña. ¿Lo eres? Vamos a verlo…

 

De un solo movimiento, el hombre introdujo todo su sexo en la vagina de Neila. La joven lanzó un alarido de dolor al sentir cómo se clavaba en su interior.

 

“Ya no soy virgen”, pensó en cuanto la primera oleada de dolor pareció comenzar a remitir. “Me ha convertido en mujer un odioso forastero al que no conozco. Aquí atada como un animal ¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza!”

 

El objeto duro de su interior comenzó a retirarse, para su alivio, pero fue un instante. enseguida volvió a clavarse dentro y luego otra vez. Y otra y otra. El hombre sacaba y metía su miembro viril con un movimiento rítmico, pero procurando no causar más daño del imprescindible. Un calor inusual subió por el cuerpo de la muchacha.

 

-  Admítelo, te está empezando a gustar.- Susurró a su oído el soldado mientras la violaba.

 

La joven no respondió. Se esforzaba por ser fuerte y no sollozar, pero sin ningún éxito. Las cuerdas quemaban su piel por el forcejeo. Cada embestida la llenaba de dolor y, poco a poco, de una sensación que también trataba de evitar. Hasta que el hombre cesó en sus embates y soltó un gemido. El miembro que maltrataba el interior de la muchacha tuvo unos espasmos y ella sintió el cálido semen derramarse en su interior.

 

Neila tuvo un breve momento de esperanza cuando el tipo se retiró, pero enseguida vio que otro se echaba sobre ella para sustituirlo. Se retorció y giró el cuello para llamar a su mentora, pero descubrió que Deidra no estaba en mejor situación. Colgada de las muñecas, el rostro bañado en lágrimas, mientras uno tras otro la violaban desde atrás, como los animales.

 

Cuando el segundo hombre se tumbó sobre ella y la penetró, sin más miramientos, Neila no pudo fuerzas para luchar contra ello y lloró sin intentar impedirlo. Cerró los ojos para no ver el rostro de quien metía y sacaba su miembro de su interior, sin ninguna delicadeza ni compasión y rezó porque terminase pronto.

 

Pero para su horror, un pensamiento volvía una y otra vez: que la noche iba a ser larga, que esos salvajes iban a follarlas sin descanso y que no deseaba que aquello terminase. Porque cuando las violaciones acabasen, al día siguiente, las dos iban a morir.