miprimita.com

Topless en la playa - La experiencia de Pablo (2)

en Hetero: Infidelidad

-          ¡Silvia! ¿Qué haces?

-          Pablo, si te digo la verdad, no lo entiendo. Ha venido este chico y me ha dicho que era una lástima que fuera en bikini.

-          ¿Y por eso te lo has quitado?

-          No sé lo que me ha pasado, en serio. Se puso a hablarme… al principio quise plantarle cara, a los tíos tan frescos los asustas si ven que no te amilanas, luego… te veía a ti, allí, mirando, sin hacer nada… que parecía que estabas de acuerdo…

No sabía qué decir, no era capaz de reaccionar.

-          ¿Estás enfadado? 

-          Si te digo la verdad, ni siquiera se cómo estoy. Lo cierto es que yo siempre he querido que alguna vez te pusieras en top-less, pero no me atrevía a pedírtelo… Tú, tan recatada siempre…Y ahora resulta que va otro, te lo dice y…

-          No te entiendo Pablo, ¿tú quieres que me ponga en tetas, por qué?

¿Qué podía decirle, que me gustaba ver cómo la miraban, que me había empalmado viendo cómo se desnudaba para otro tío?

Silvia pareció adivinar mis pensamientos

-    Curioso... de modo que excita que otros hombres puedan verme las tetas

Yo continuaba mudo, sin decidirme a reconocer el morbo que me producía verla en tetas e público o callarme y echarle la bronca, aunque a estas alturas los papeles parecían haberse cambiado y era yo el que aparentaba estar disculpándome.

-     Pablo, tú no mandas en lo que te excita. Eso no depende de ti... Lo que me apena es que no hayas tenido la suficiente confianza en mí para contármelo.

Silvia se quedó mirándome a los ojos, mirada que yo sin querer eludía como un niño descubierto en plena trastada.

- Entonces…  - Algo había sucedido, Silvia me estaba dando pie a que hablase, a que le dijese mis verdaderos deseos, pero pudo en mi la indecisión, la falta de valor que siempre me ha dominado.

-          ¿Entonces, qué?

-          Nada, déjalo.

 La miré. Estaba a punto de abandonar la conversación, pero yo no quería. Era la ocasión, quizás única, para darle un rumbo a nuestra vida de pareja, a lo mejor podía contarle todas las fantasías que llenaban mi momentos de masturbación y compartirlas con ella.

Pero no, no podía dar el primer paso, me sentía incapaz, seguro de quedar en ridículo si le contaba las cosas  que soñaba para ella. Tenía que ser Silvia quien hablase, eso sí que podía conseguirlo.

-          Nos estamos sincerando, Silvia, no puedes parar ahora.

-        Me pregunto, - dijo mirándome fijamente- si te excita que me haya quitado el bikini, pero no sólo en sí mismo, sino que lo haya hecho porque un hombre al que no conozco me lo ha dicho.

De nuevo una angustiosa indecisión me dominó. Temía quedar como un pelele ante ella si reconocía lo mucho que me había excitado ver cómo se quitaba el sujetador delante de aquel hombre. Podía ser muy humillante si ella se enfadaba conmigo por sentir aquello.

 Pero no podía renunciar a sincerarme con ella, no en esta ocasión en que todo parecía apuntar a que ella misma se había excitado desnudándose en público. Ahogado por la vergüenza acerté a balbucear:

-          Me temo que sí. Me excita que lo hayas hecho.

Fue terminar de decirlo y sentí como mi polla sufría dos poderosos espasmos bajo mi bañador. Levanté los ojos a tiempo de ver su sonrisa naciendo en su rostro, se acercó, me echó los brazos al cuello  y nos besamos largamente mientras sus duros pezones se clavaban en mi pecho. ¿Nos miraban? ¡Qué me importaba!

Al terminar, Silvia no se separó de mí, y con una sonrisa pícara en la cara me dijo en un susurro: 

-          Pues si te excita que vaya en top-less y te excita que lo haya hecho por este tío, lo vas a flipar.

- A ver... Aunque no sé con qué más me puedes sorprender.

- Antes de irse, me ha hecho prometerle que no volvería a usar el bikini en esta playa.

 No lo podía creer, una risa nerviosa se mezcló con mi respuesta

-  ¿Vas a pasarte todas las vacaciones en top-less? .

 Ella asintió con la cabeza

- Ya sabes, siempre cumplo mis promesas.

 Nos quedamos mirándonos durante un buen rato, intentando reconocernos en estos en los que nos habíamos convertido gracias al extraño que le hizo desnudar sus pechos.

O quizás solo faltaba un estímulo en el momento adecuado para que surgiera nuestra verdadera personalidad, esa que al menos yo, siempre había ocultado por temor a ofenderla, por temor a su desaprobación.

Recogimos nuestras cosas y Silvia se puso el short y la camiseta sin colocarse el sujetador. Me miró triunfante y yo le devolví una sonrisa de satisfacción. Sus hermosos y breves pechos apuntaban agudos bajo la fina tela.

Cogidos de la mano fuimos al apartamento. Nada más cerrar la puerta nos lanzamos el uno hacia el otro como dos fieras, como dos hambrientos que luchasen por alcanzar la comida. Tenía urgencia por follarla, me sobraron todos los juegos previos. La penetré con dureza, golpeando su coño como un salvaje, escuchando su gemidos que me enardecieron todavía más y me lanzaban a clavarle con toda mi fuerza mi polla en lo mas profundo de su ser.

Caímos rendidos tras casi una hora de sexo salvaje. Aun con la respiración entrecortada…

- Que brutalidad, no recuerdo haberte follado así jamás

- Es curioso, Pablo. Gracias al hombre de esta mañana, tú y yo estamos disfrutando más que nunca.

- ¿Has pensado en él mientras te follaba?

- No podía quitarmelo de la cabeza, ¿cómo he sido capaz de obedecerle?

 - Quizás porque te excitaba hacerlo, no crees?

-       Si, ha sido como si rompiera una barrera, como cuando de pequeña desobedecía a mi madre y hacía algo que estaba prohibido, esa sensación de ahogo, de vértigo…

-       Y no solo él, te ha visto toda la playa en bolas.

-       Si… ha sido excitante sentir como me miraban

-       Porque, además, se han dado cuenta de que él no era tu pareja

-       ¿Tú crees?

-       Al principio quizás no, pero cuando te has despelotado y han visto que se iba y llegaba yo… seguro que se han dado cuenta.

-       ¿De qué?

No quería decirlo, no me atrevía a decirle cómo me sentía, no podía confesarle la palabra que se me venía a la cabeza. La miré sin responderle.

-       ¿De qué se han dado cuenta, eh?

-       De que tu marido soy yo y de que te has desnudado para otro hombre.

Mi polla volvía a crecer visiblemente, Silvia la miró y siguió intentando sonsacarme

-       ¿Y eso, en qué te convierte?

Me sentía morir de placer, Silvia se había dado cuenta de mi excitación y no pensaba dejarme callar.

-       Dilo, ¿en qué te convierte, eso?

-       En un cornudo – me lancé sobre ella pero me detuvo, me tumbó en la cama y se subió a horcajadas sobre mi

-       Ah si? ¿Eres un cornudo? ¿Te gusta ver como miran a tu mujer? ¿Te hubiera gustado que me tocara?

Si, si, a cada pregunta que me lanzaba mi respuesta fue si, siempre si.

Cogió en su mano mi polla y se la metió de un golpe y mientras me cabalgaba siguió lanzándome sus fantasías en las que se dejaba tocar los pechos por aquel hombre, le dejaba que se los besase y acariciase delante de mí, delante de toda la gente de la playa.

Nos duchamos, comimos cualquier cosa y volvimos a la playa. Silvia eligió un bikini negro que apenas se había puesto alguna vez porque decía que era demasiado pequeño, había sido motivo de un enfado ya que lo había elegido yo en la tienda y accedió a comprarlo por lo pesado que me puse.

Nos situamos en el mismo lugar que habíamos estado por la mañana, apenas quedaba gente, tan solo algunos chavales en la orilla jugando y alguna que otra pareja, dos matrimonios mayores en sus sillas a unos doscientos metros jugaban a las cartas.

Yo estaba ansioso por saber qué haría Silvia. Se despojó del short y de la camiseta, dobló ambas prendas lenta y cuidadosamente hasta ponerme de los nervios y luego, mirándome a los ojos, soltó el sujetador y se lo quitó, lo dobló y lo guardó en la bolsa junto al resto de prendas.

No aparentaba sentirse violenta para ser la segunda vez en su vida que hacia top-less, se quedó de pie al lado de la toalla mirando el mar. Yo inspeccioné los alrededores parapetado tras mis gafas de sol y pude ver como los viejecitos de la partida le echaban algunas insistentes miradas, también una de las parejas cercanas la miraron un momento antes de volver a sus cosas.

Silvia me miró burlona, la erección abultaba mi bañador de una manera exagerada. Me fui a tumbar para ocultarla pero me cogió de la mano.

-       Vamos al agua – dijo tirando de mí.

En nuestro camino hacia la orilla nos cruzamos con paseantes que no pudieron evitar dirigir su mirada a las tetas de mi mujer que parecía estar disfrutando.

El agua fría logró rebajar la tensión que amenazaba con romper mi bañador; jugamos en el agua, nos besamos, toqué sus pechos desnudos, endurecidos por el frío, sin que ella me reprendiese como hubiera hecho en otro momento. Abrazada a mí, rodeando mi cintura con sus piernas, me besaba una y otra vez mientras mis manos viajaban desde su culo a sus pechos sin importarnos que las olas a veces nos dejasen al descubierto. Más de una vez la sorprendí mirando a la orilla como si buscase algo… o a alguien.

-       ¿Salimos? – dijo ella soltándose de mi cintura. En esos momentos mi polla volvía a estar dura como una piedra. Llevé su mano a mi entrepierna y le dije.

-       Yo me quedo un rato, así no puedo salir del agua.

Me dio un beso y salió saltando en el agua, luego echó una pequeña carrera hasta la toalla, sentí haberme perdido el espectáculo de verla de frente con sus pechos cimbreando durante su carrera.

Miré a lo largo de la playa y a los accesos desde el paseo marítimo. Ambos estábamos expectantes ante la posibilidad de que el hombre volviera a aparecer.

Silvia estaba de pie, secándose aún con una toalla cuando le vi bajando el pequeño tramo de escalera que accede a la playa. Se detuvo y se deshizo de las chanclas antes de pisar la arena. El corazón me dio un vuelco cuando Silvia se giró y se quedó paralizada al verle avanzar hacia ella. La toalla colgaba de sus manos a la altura de su cabeza, con el pelo a medio secar. El avanzaba sin dejar de mirarle los pechos, Silvia dejó caer la toalla.

 Cuando estuvo a su lado, se aproximó y le dio un beso en la mejilla.

Comenzaron a hablar, Silvia aparecía tímida ante él, como turbada, observé como apenas le mantenía la mirada, sonreía sin parar y parecía responderle con monosílabos aunque otras veces la veía hablar más tiempo, moviéndose casi como una colegiala vergonzosa, ¿O era lo que me parecía a mí?

Sus ojos se cruzaron con los míos y me temblaron las piernas, intenté aguantarle la mirada pero no pude, yo era el cornudo y él era el macho que estaba ligándose a mi esposa delante de mis narices.

Siguieron hablando uno frente al otro, no dejaba de mirarle las tetas incluso cuando le hablaba y ella… ella parecía estar en la gloria.

De pronto vi cómo le ponía las manos en los hombros y temí, (o deseé), que le fuera a tocar los pechos. Pero no, Silvia se agachó y quedó de rodillas en la toalla, rebuscó en la bolsa hasta dar con el bote naranja de protector solar, lo dejó encima de la bolsa y se tumbó boca abajo. El hombre se quitó la camiseta y se arrodilló a su lado, frente a mí y cogió el bote. Sus gestos eran lentos y claros, posiblemente lo hacía para que yo le pudiese ver. Dejó caer un chorro en la espalda y comenzó a extenderlo con ambas manos. De nuevo sentí como sus ojos burlones se clavaban en mí y esta vez no desvié la mirada, no fingí no saber lo que estaba sucediendo. Con mi mirada, sin ningún gesto más, declaré consentir aquello, confesé ser cómplice de lo que estaba pasando y acepté, aunque aún no lo sabía, lo que pudiera suceder.

El hombre levantó una pierna y se sentó a horcajadas sobre el culo de mi mujer, ella levantó la cabeza sorprendida pero volvió a descansarla en sus brazos a modo de almohada.

Le masajeaba la espalda en algo que era mucho mas que extender un protector solar, a veces recorría sus costados y yo imaginé que le tenía que estar rozando los pechos, pero Silvia permanecía inmutable con la cabeza ladeada sobre sus brazos. En varias ocasiones él se agachó hasta casi rozar su rostro, se notaba que le decía algo al oído.

Se levantó de encima de mi mujer y se volvió a poner a su lado, otra vez frente a mi. Silvia cambió la posición de su cabeza y también quedó mirando al mar aunque mantenía los ojos cerrados. El dejó caer un fino chorro de protector a lo largo de una de sus piernas y comenzó a masajear su pantorrilla. Cuando sus manos pasaron a sus muslos sentí que estaba a punto de correrme: Silvia había levantado ligeramente su culo, algo casi imperceptible pero que, si yo lo había observado, él tenía que haberse dado cuenta sin duda.

Una sonrisa en su rostro me lo confirmó, se agachó otra vez hacia ella y le dijo algo, Silvia murmuró algo riendo y se quedó con una sonrisa en la cara. Entonces observé como la tela que cubría sus nalgas se elevaba atrapada entre los dedos del hombre y quedaba convertida en una tira dejando su culo desnudo. Desde la orilla pude ver con claridad su redonda  nalga marcando su curvo perfil, una blanca redondez resaltando contra el muslo moreno del hombre que la estaba manoseando. Se echó más protector en las manos y se dedicó a sobar su culo mientras le decía cosas a las que ella a veces le respondía.

Tan absorto estaba en ver como la metía mano que no me enteré cuando Silvia había empezado a mirarme. Sus ojos me taladraban, su mirada me transmitía placer, deseo, morbo, lujuria… entrega.

Detuvo el masaje y le dio una palmada en el culo. Silvia se dio la vuelta y puso sus manos bajo su nuca. Su tórax se elevó, su vientre se tensó y sus pechos se perdieron dejando apenas dos suaves elevaciones coronadas por dos puntiagudas colinas de color rosa. Miraba al frente, de perfil a mí, pero me pareció que sonreía

Vi cómo se aplicaba más crema en las manos y, con una mirada de triunfo total en sus ojos, acercó las manos a sus tetas y comenzó a acariciarlas con muchísima suavidad. Silvia echó la cabeza hacia atrás y entreabrió la boca.

Aquello era demasiado, un profundo miedo me atenazó y la urgencia por pararlo me hizo avanzar hacia ellos casi corriendo

-          ¿Eh tío, qué estás haciendo?

Silvia abrió los ojos sobresaltada pero no cambió de postura, el hombre me miró y continuó amasando los pechos de mi mujer. Me observaba con aplomo y seguridad 

-          Creo que es bastante evidente. Estoy metiendo mano a tu mujer.

Me di cuenta de que estaba temblando. El miedo, la excitación y la humillación que me hacía sentir aquel hombre me tenían agarrotado 

-       Quítate de ahí ahora mismo. – dije sin conseguir darle a mi voz el tono de autoridad y firmeza que necesitaba.

–     Vamos a hacer una cosa, amigo. – Me dijo dominando la situación - En primer lugar siéntate, porque estoy seguro de que lo menos quieres ahora es montar un escándalo aquí.

 Silvia seguía mirándome, con las manos en su nuca y su pecho cubierto por las manos del hombre que había ralentizado el masaje. Estaba claro que no tenía intención de renunciar a su presa.

Era cierto, lo último que quería provocar era un escándalo, entre otras cosas porque no estaba nada seguro de cómo manejar una situación de ese tipo. Aun así, hice otro intento de ponerme en mi sitio. 

-          He dicho que te quites, ¿no me has oído?

-          Habrás visto que la primera que no quiere que me quite es tu mujer, ¿verdad?  Mira cómo gime mientras sobo sus tetas. Y no nos engañemos, amigo, tú tampoco quieres que me quite. Sé que tu dignidad te obliga a montar un numerito y todo eso, pero las evidencias son devastadoras. Esta mañana te pusiste todo burro cuando se quitó el bikini para mí, cuando YO la puse en tetas. Ella me lo ha confesado todo. Y ahora llevo un buen rato metiéndole mano. He acariciado sus piernas, he magreado su culo y tú te has limitado a mirarnos más empalmado que si estuvieras viendo una porno. ¿Puedo tocarle el culo y las tetas no? ¿Qué coño de sentido tiene eso? ¿Puedes explicármelo?

Me quedé callado, el argumento era impecable, irrebatible. Silvia me interrogaba con su mirada, él esperaba mi respuesta mientras jugueteaba con los pezones de mi mujer que se mordía el labio inferior desbordada por la excitación que se delataba en sus ojos.

En algún momento, sin darme cuenta, me había sentado en la arena mirando la escena y debatiéndome para encontrar un argumento con el que contestar. Mis ojos se concentraban en ver como aquel hombre pellizcaba los pezones de mi esposa o los golpeaba con la yema del dedo para endurecerlos aún más. Silvia buscó con sus ojos el objeto de mi atención y cuando se dio cuenta de lo que miraba curvó la espalda y escuché un gemido brotar de su garganta. Estaba a punto de correrse. 

-      Preciosa, esta mañana ya logré que me prometieras que estarías siempre en tetas en esta playa. Creo que ahora me he ganado que, delante de tu marido, me prometas que podré tocártelas cuando quiera. – Dijo, deslizando una de sus manos por su vientre hasta detenerla en el borde de la braguita del bikini

Abrió los ojos, turbios por el orgasmo que amenazaba con arrastrarla y le miró sonriendo 

-      Claro que te lo has ganado. Te prometo que te dejaré tocarlas cuando quieras.

-  Eso está bien, aunque ahora, si quieres, puedo quitar mis manos de tus tetas, ¿es eso lo que quieres?

 Negó insistentemente con la cabeza y cerró los ojos de nuevo, él continuó sobándoselas con una mano mientras la otra jugaba con el borde de la braguita.

Miré a mi alrededor, éramos el foco de atención de las parejas que estaban más o menos cerca. Sentí una oleada de vergüenza que hizo arder mis mejillas

-    Ya lo ves, amigo. No es culpa tuya que se las esté tocando. Ella me lo ha prometido... y además no me deja quitarme. De hecho, creo que en menos de un minuto, la tenemos ya corriéndose. Aunque no sé si le pone más que le sobe las tetas, o que estés tú delante mientras lo hago. Sea como sea, voy a tener que aprovecharme de la situación ¿Estás a punto de correrte, verdad?

Apenas un hilo de voz salió de su garganta, un gemido entrecortado que intentó pronunciar un “si”. El hombre se detuvo y separó las manos del cuerpo de mi mujer.

- Pues si tú vas a correrte en mis manos, entenderás que luego voy a tener que follarte yo para compensar, ¿verdad?

 - ¡No pares! – suplicó y se me rompió el alma al mismo tiempo que notaba como mi bañador se empapaba. El sonrió.

- Noooo, si no hay trato no sigo

Silvia se revolvió en la toalla y le miró con furia en los ojos.

- Luego podrás follarme si quieres, pero por favor, no dejes de sobarme.

El hombre se rio y reanudó su charla y sus caricias. Yo me sentí un miserable, un imbécil un pobre hombre, un calzonazos. Pero mi húmeda erección me pedía que aguantara mas, que soportase mas.

- Lo haré cielo. – le dijo con suavidad, luego se dirigió a mí - Ya lo ves, amigo. Tengo carta blanca para cepillármela... quieras o no.

Sucedió lo había estado intentando evitar. Dos fuertes sacudidas en mi polla, como si fuera una descarga eléctrica y sentí salir a borbotones el semen que pronto traspasó la tela de mi bañador tiñéndolo de oscuro.

Escuché gemir a Carmen, con la respiración entrecortada, silbando el aire entre sus dientes apretados, tal y como la he visto mil veces en nuestra cama, en pleno orgasmo. Su vientre se levantaba a espasmos imposibles de controlar, yo sabía bien lo que podía durarle aquello, y aunque lo intentaba evitar, su cuerpo se retorcía como si estuviese atacado por una descarga de cien mil voltios. El la acompaño en aquel viaje al otro mundo acariciándola con suavidad, sin entorpecer el orgasmo, masajeando su vientre, retorciendo sus pezones…

Cuando se calmó un poco llevó sus dedos hasta el borde de la braguita y los metió por dentro. Miré embelesado como la braga se abultaba al paso de sus dedos que se hundieron entre sus muslos, la miro con admiración y le dijo:

- ¡Joder, si que estás empapada!

 Silvia dobló su rodilla izquierda y separó la pierna descansándola en el vientre del hombre, la mano aceptó la invitación y se hundió un poco más, esta vez Silvia no gimió, se escuchó un largo “Aaah!”  de gozo, de plenitud al tiempo que una amplia sonrisa iluminaba su rostro.

Nos contagió. El hombre sonrió a su vez y yo me di cuenta de que también sonreía. En medio de mi humillación yo sonreía ante el espectáculo del placer de mi esposa. 

- No es esto lo que deseas, ¿me equivoco?

Se había agachado y estaba a pocos centímetros de su rostro, sus dedos aún permanecían en su coño. Silvia abrió los ojos y le miró llena de lujuria.

- Es tu polla lo que deseo dentro de mí.

 Sentí que yo estaba allí de más, era como si estuviesen solos.

- Lo sé, cielo, lo sé. – dijo mientras su mano, escondida bajo la fina tela y con los dedos profundamente metidos en su coño,  movía rítmicamente la braga - Sólo que necesito ver qué cara se le queda a tu marido mientras me suplicas que te folle delante de él.

 Le miré atónito, luego miré a Silvia

- Por favor, por favor, llévame al apartamento y fóllame, penétrame con tu polla. Te lo suplico, por favor, lo necesito.

 Su pubis se movía al mismo ritmo que marcaban los dedos de aquel hombre.

- ¿Tu y yo solos?

- ¡Si! – luego pareció entender la intención de la pregunta - ¡No, fóllame delante de mi marido, pero hazlo ya!

- Ya veo que lo necesitas guapa, pero no sé, tienes el coño tan caliente y hambriento que me da miedo meter ahí la polla, no sé si volveré a verla. -Después se dirigió a mí - Bueno amigo, ¿serás capaz de satisfacer sexualmente por una vez a tu mujer? Porque yo sólo me la voy a cepillar si tú nos grabas mientras me la beneficio...

Silvia me miraba con ojos suplicantes, aun no se había repuesto de su orgasmo y estaba comenzando de nuevo a subirle.  Sin dejar de mirarla, asentí varias veces con la cabeza.

- Si estamos todos de acuerdo, vamos al picadero, que voy a vaciar los huevos dentro de esta putilla. - Dijo levantándose.