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Topless en la playa - La experiencia de Pablo (3)

en Hetero: Infidelidad

- Si estamos todos de acuerdo, vamos al picadero, que voy a vaciar los huevos dentro de esta putilla. - Dijo levantándose.

 

Silvia se levantó y yo la imité. Cuando se inclinó para coger el sujetador del bikini él se lo quitó de las manos y se limpió los dedos que aun brillaban mojados por el flujo de su coño, luego lo tiró sobre la toalla y le dijo con tono firme.

-       Me apetece que vayas en tetas por la calle. En cuanto a la braguita, déjatela así. Me gustan los tangas.

Silvia abrió mucho los ojos y nos miró alternativamente a uno y otro.

-       Pero… ¿cómo voy a ir así? no puedo…

-       Si puedes, ya verás cómo puedes, no serás la primera zorrita que se pasea en tetas por el paseo marítimo, nadie se va a asustar por eso – se volvió dirigiéndose a mí - ¿vivís muy lejos?

-       No, – respondí inmediatamente – en aquel bloque – señalé hacia el edificio de apartamentos donde nos alojábamos, en primera línea de playa.

-       ¡Vaya! Según te has puesto pensé que vivíais en el centro del pueblo – le dijo a Silvia que seguía ruborizada pensando en caminar desnuda por la calle.

Sin decir más, el hombre la cogió por la cintura e inmediatamente después, palpó su trasero y lo fue amasando mientras se ponían en marcha.

Me ignoraban. Como pude recogí a toda prisa las cosas mientras me sentía observado por las personas a mi alrededor que habían presenciado la escena. Intenté alcanzarles pero entre los bultos y la arena no conseguía darles alcance.

No me podía creer que Silvia, mi mujer, la recatada y pudorosa Silvia, fuera a marchar por la calle en tetas y con la braguita convertida en un tanga... les seguía intentando alcanzar y veía como, desde detrás, mi mujer parecía ir desnuda, la braga del bikini hundida en su culo apenas se veía y el hombre no hacía más que acariciarle las nalgas sin que ella hiciera el menor gesto para detenerle. Aunque fuera un pequeño pueblo costero y el apartamento estuviera cerca no iba a pasar desapercibida.

Cuando casi les alcancé, ya en el paseo, él se volvió y con un gesto me dio a entender que me quería ahí, a cierta distancia. Caminaba despacio, para que la gente pudiera verla en pelotas. Muchos ojos se posaron en el cuerpo semidesnudo de mi mujer durante el camino y cada mirada me excitaba y me humillaba un poco más. Vi a Silvia que volvía su rostro hacia él y le decía algo. Él sonrió con satisfacción, le dio un sonoro cachete en el culo y la besó en la mejilla.

Silvia cada vez iba más pegada a él, apoyada la cabeza en su hombro había llevado su brazo hacia atrás para cogerle por la cintura. Algunas personas con las que se cruzaron se volvían para mirarles y en alguna terraza vi como ewl camarero se detenía a mirarla y unos hombres se levantaban de las sillas para verla bien.

Y yo cada vez estaba más excitado.

Llegaron al portal y esperaron a que yo les alcanzara ya que tenía la llave. Nos cruzamos en el portal con unos vecinos con los que habíamos entablado conversación alguna vez y que no pudieron ocultar su sorpresa al ver a Silvia semidesnuda abrazada a un hombre mientras yo caminaba detrás de ellos. La vergüenza fue insoportable, la excitación también.

En el estrecho ascensor apenas cabíamos los tres pero parecía que yo fuera invisible. Silvia se lanzó a su boca y durante los tres pisos se estuvieron besando apasionadamente mientras sus pechos eran acariciados, amasados, apretados. Salimos del ascensor sin que dejasen de besarse y abrí la puerta mientras escuchaba el sonido de sus húmedos besos.

Entraron abrazados, besándose, tropezándose con las paredes. Yo les miraba como un pasmarote sin saber qué hacer, notando como mi verga mojaba una vez más mi bañador.

Silvia estaba desatada. Sin que hiciera falta que nadie se lo ordenase comenzó a quitarse la braga del bikini, pero el hombre la detuvo. Sacó una cámara del bolsillo y la apuntó hacia ella.

- No estés tan impaciente en desnudarte para mí, cielo. – Dijo mientras grababa. - Ahora puedes enseñarme el coñito, guapa, mientras me dices cómo te llamas, pero no te las quites, sólo quiero que me lo enseñes con las bragas puestas.

- Silvia Escribano.- Respondió mientras se bajaba la goma de la braguita según le había ordenado. Hubiera bastado su ombre de pila, ¿por qué tuvo que dar su apellido tambien?

- Y vives en?

Ella recitó nuestra dirección completa ante la cámara sin dudarlo.

Vi como el hombre apuntaba con la cámara directamente a su sexo y tuve que hacer un esfuerzo para evitar correrme. Sin dejar de grabarla siguió interrogándola.

- Cuéntame qué pasó en la playa.

- En la playa me masajeaste las tetas hasta que estaba a punto de llegar al orgasmo. Entonces te prometí que, si seguías tocándome, luego podrías follarme… - Hizo una pausa como si esperase una orden, luego continuó-. Al final terminé suplicándote que me follaras.

Aquello me parecía peligroso, nuestros nombres, nuestra imagen grabada en una película que no sabía dónde podía terminar. Pero ya no estaba en situación de detener aquello. Se me había ido de las manos.

- Y tú, amigo, ¿cómo te llamas?- Dijo a la vez que me apuntaba con la cámara.

- Pablo García.

- ¿Te has empalmado mientras magreaba a tu santa esposa?

- Sí.

- ¿Te has empalmado mientras me comía la boca en el ascensor delante de tus narices?

- Sí.

Entonces el hombre apuntó con la cámara a mi erección y siguió preguntando.

- Y no sólo eso, ¿verdad, cornudo pichafloja? Has accedido a grabar en directo cómo otro tío se beneficia a tu mujercita, ¿no es así?

- Sí.

- Pues toma y graba bien, chaval, que yo tengo que follar.

Cogí la cámara que me ofrecía y les enfoqué justo cuando la tomó de la mano y la  llevó a la habitación. Silvia se dejaba hacer dócilmente. La tendió en la cama y se quitó el bañador. Silvia mudó la expresión de su rostro cuando vio lo que ocultaba en su bañador. Enfoqué hacia el hombre y me encontré con una verga gruesa, oscura y más larga que la mía y eso que no me puedo quejar, pero mis dieciséis centímetros se quedaban cortos al lado de aquella tranca. No era tanto la longitud lo que me sorprendió, era el grosor que tenía y, según estaba, bien enhiesta, no creí que pudiera entrar en el estrecho coño de mi mujer.

Silvia me miró de una manera en la que creí entender que, sin querer, había hecho comparaciones con mi polla y deseaba probar aquel portento.

- Madre mía, ¿es esto real?

La escuché decir aquello y no me pude creer que fuera ella quien se expresaba de ese modo. Cualquier pudor que le quedase había saltado hecho añicos a la vista del poderoso aparato que portaba el hombre. Mi comportamiento hasta ese momento tampoco ayudaba a que se reprimiera.

- Lo es, preciosa. Y ahora mismo, es toda para ti.

- ¿No crees que me romperás por la mitad con ese aparato?

Ni siquiera respondió. Subió a la cama y agarró sus braguitas. Silvia levantó el culo para que pudiera sacarlas con facilidad. Se quedó desnuda completamente debajo de él.

- Pablo, este tío me va a follar. - Me dijo mirándome ... o tal vez solo a la cámara. Su voz me sonó como una advertencia. Él me miró, asintió y calló.. - Por favor, no aguanto más, fóllame.

El hombre la sujetó por las piernas y la arrastró hacia él. Mi dulce Silvia, la mujer que se estrenó conmigo, levantó un poco el culo ansiosa por alcanzar su rabo.

-  Te la meteré bien dentro, cielo, hasta el fondo. - Dijo jugando con su aparato en los labios de su sexo.

- Hazlo ya, por favor, no puedo más.

De nuevo me ignoraban, yo no existía, tan solo me utilizaban para grabar aquella afrenta a mi hombría 

Restregó nuevamente el oscuro glande semienterrado entre sus labios unas cuantas veces y de pronto se la clavó entera, de un golpe, hasta el fondo. Ella cerró los ojos y tomó aire con fuerza. El hombre agarró sus nalgas y comenzó a bombear fuertemente. Veía chocar sus pelotas contra su culo y todo su cuerpo se zarandeaba por la fuerza de sus embestidas. Su verga se enterraba entera en ella, dilatándola al límite, pero Silvia no profirió ni una sola queja.

- Lo necesitabas, ¿verdad? Necesitabas que alguien al fin te follara como mereces. Tu marido nunca podrá follarte así.

Silvia entrelazó sus piernas detrás de su espalda, con los ojos abiertos miraba como aquel monstruo entraba y salía de su coño. Comenzó a gemir de una manera que conozco bien, es cuando le empieza a llegar el orgasmo, cada vez más agudo. Los golpes contra su encharcado chocho producían un sonido delicioso que me excitaba y me dolía y amenazaba con volverme loco.

- Lo necesitas y a partir de hoy no podrás vivir sin mi polla. Ya verás, harás todo lo que yo te diga.

Siguió dándole pollazos y logró que un nuevo orgasmo convulsionara su cuerpo.

- Harás lo que te ordene, como ir en top-less en la playa, como dejar que te meta mano en público.

- Eso te lo prometí - Logró decir entre jadeos y él continuó.

- Como dejar que la polla de un desconocido del que no sabes ni su nombre, se entierre hasta el fondo de tu coño.

- Eso es… si…

- Como prometerle que le dejarás que te la meta siempre que quiera.

Me miró, con ojos de borracha, o quizás de puta. Y sin dejar de mirarme selló aquel pacto.

- …Te lo prometo…  - El redujo el ritmo con el que la follaba.

- Prométeme que, a partir de ahora, harás todo lo que yo te diga.

- Lo haré, te lo prometo, pero sigue follándome, sigue dándome rabo.

Nunca, jamás había empleado esas palabras tan soeces, yo la escuchaba atónito sin dejar de grabar. El accedió y volvió a recuperar el ritmo potente con el que sus caderas enviaban el misil hasta el fondo de su coño.

- No paro, cielo. Y para celebrar que te has convertido en una putita obediente te voy a llenar el coño de leche.

Pensé que era imposible más ritmo, pero, para mi sorpresa, comenzó follarla con más vigor aún que antes. Agarró sus tetas con fuerza y su cuerpo se bamboleó violentamente ante sus embestidas. Ambos comenzaron a gritar como salvajes en un canto tan sincronizado como falto de armonía. De repente se detuvo completamente pegado a ella, los músculos de su espalda se marcaron, sus nalgas se tensaron y sus pelotas comenzaron a encogerse una y otra vez al tiempo que emitía un sonido gutural, una profunda queja que anunciaba su orgasmo. La estaba llenando con su leche, más y más y cuando ya parecía haber acabado, aún más, ¿cuánto iba a durar?. Poco después, exhausto, se tendió sobre ella.

Silvia se quedó quieta con las piernas aún anudadas a su espalda. Sin saber lo que hacía, dejándome llevar de mi propia miseria, acerqué la cámara a su sexo justo cuando el hombre sacó su rabo aún erecto de su interior.

Como si estuviera hipnotizado continué grabando cómo la leche de otro hombre salía a borbotones del coño de mi mujer resbalando por sus nalgas hasta empapar la sábana.

De pronto crucé mis ojos con los de Silvia que me observaba mientras grababa su coño. Su mirada no tenía la dulzura de otras veces, ni siquiera mostraba excitación. Un velo de desprecio cargaba sus ojos y me hizo sentir una mierda, un pelele.

- Graba bien mi leche, amigo, - dijo -, a ver si la he preñado.

- No creo. Silvia toma la píldora.

¿Estaba loco? ¿Qué clase de respuesta era aquella? De nuevo sentí el peso del desprecio de Silvia sobre mí.

La tenía enfocada cuando apareció en plano el rabo del hombre, perdiendo poco a poco su vigor pero que aún conservaba unas buenas dimensiones.

- Límpiame el rabo, puta.

Sin dudarlo ni un segundo Silvia se sentó en la cama, abrió la boca y sacó la lengua para lamer la punta. Pronto la tuvo al completo dentro de su boca aunque por su gesto comprendí que sentía alguna arcada. Sujetaba con delicadeza las pelotas entre los dedos de su mano izquierda mientras con la derecha abarcaba el tronco. El zoom me permitió ver como jugueteaba con la lengua en su glande. De nuevo la llevó lentamente hasta el fondo de su garganta y cerró los ojos con fuerza para sofocar la arcada. Seguí grabado su rostro que se crispaba cada vez que  alcanzaba el fondo hasta que, con la nariz pegada a su pubis la expresión serena en su cara me hizo entender que había logrado aceptar toda esa longitud en su garganta.

-       Muy bien chiquilla, ¿Sabía ya hacerlo tan bien o ha aprendido hoy? – me preguntó mientras veía como toda su polla había desaparecido en su boca.

Hubiera querido decirle que no, que jamás me la había mamado de esa manera, que conmigo se limitaba a chuparme el glande, mordisquearlo y a veces meterse en la boca hasta la mitad, que nunca me dejaba correrme en su boca y que las pocas veces que intenté llegar al fondo le provoqué un acceso de tos y una monumental bronca que daba al traste con nuestra noche de sexo.

Pero no pude articular palabra mientras veía cómo aguantaba sin protestar toda aquella polla enterrada en su garganta escuchando las muestras de placer que profería aquel hombre

Cuando ya llevaban un buen rato y mi mujer había logrado ponérsela otra vez a tope de dura, él  se separó.

- ¿Cómo te llamas? – Preguntó Silvia con una voz sensual.

- Alex, cielo, Alex es el dueño de la polla que te acaba de llenar.

Se acercó a mí y me arrancó la cámara con brusquedad de las manos, yo no esperaba ese gesto y me sobresalté, Alex me miró burlón y dijo:

-       Tranquilo Pablo, si sigues portándote bien no tendré que pegarte, no te asustes nenaza.

Me enfocó con la cámara y dijo:

-       Pablo, ahora te vas a follar a tu mujer. Me apetece ver cómo mojas tu polla en mi leche. Te la follarás sabiendo que me la acabo de tirar y sabrás que con tu ridícula polla ella no está sintiendo ni la mitad de lo que le hice disfrutar yo con mi aparato.

Me quité el bañador, Silvia ya se había tumbado esperándome,  me coloqué encima de ella, pero Álex me corrigió.

- Al revés. Silvia, ponte encima de él. Quiero que le gotee encima mi semen.

Me dejé caer a un lado y Silvia se incorporó hasta ponerse a horcajadas sobre mí, enseguida comenzó a formarse un espeso charco de semen sobre mi vientre, semen espeso que se vertía del coño de mi mujer. Silvia me cogió la polla y se la metió de un golpe. Inmediatamente noté hasta qué punto aquella gruesa herramienta la había dilatado ya que no sentí el apretado abrazo que su coño ejercía en mi polla normalmente. Sin dejar de mirarme con esa mirada fría que no le había visto nunca antes comenzó a cabalgarme. Sin que Alex le tuviera que ordenar nada, Silvia expresó lo que ambos, incluso yo, queríamos escuchar: 

- Llevas razón Alex, después de tu rabo, ahora no siento nada. – me sentí avergonzado y comencé a perder la erección, Silvia lo debió notar pero se debió apiadar de mí y no dijo nada.

El se reía mientras grababa. Cogí sus pechos y comencé a amasarlos intentando provocar en ella algo de excitación que borrara esa frialdad de sus ojos y en mí esa dureza que no conseguía mantener. Pero seguía cabalgándome más pendiente de Alex que de mí. Yo me volví loco de celos y de frustración, me invadió el remordimiento y la vergüenza por lo que había consentido. Cuando me quise dar cuenta tenía mis manos agarrotadas en sus tetas, le debía estar haciendo daño pero ella no se quejaba, tan solo miraba a Alex mientras nos grababa. 

- Pablo, sabes que te estás follando a tu mujer porque yo se lo he ordenado, ¿verdad? Silvia, para de follar ahora mismo.

Se detuvo en seco. Yo intenté rebelarme a esa nueva humillación y comencé a mover las caderas debajo de ella intentando provocarla, pero mi morcillona polla estuvo a punto de escaparse de su coño. Imaginé la escena tan humillante que sería si Alex se daba cuenta de mi impotencia, la ansiedad que sentía no ayudaba a recuperar la erección.

Alex colocó la cámara estratégicamente en la mesilla, se acercó a nosotros y se colocó detrás de Silvia. Me quitó las manos de sus pechos y puso las suyas.

- Ahora, esta puta follará con quien yo quiera y como yo quiera, amigo. Puta, dilo.

Sus dedos apretaban sus pezones con destreza provocando su deseo y contestó convencida de sus palabras.

- Soy la mujer de Pablo, pero sólo follaré con quien tú me ordenes.

- Sigue follando, entonces, guapa. Quiero que tu marido se corra mientras yo te magreo.

Aquellas palabras me hicieron olvidar mi ansiedad y lograron la erección que había perdido. Ella se sometía a Alex, le otorgaba todo el poder sobre su sexualidad.  No pude controlar más mi excitación y, al poco tiempo de volver a cabalgar, viendo cómo Alex sobaba las tetas de mi mujer y dándome cuenta de que estaba más pendiente de él que de mí,  sabiendo que a ella le excitaban más sus manos que mi polla, comencé a gemir y poco después exploté en su interior. La primera vez que me había corrido aquel día, a mediodía, fue hablando con ella de Alex. Esta vez estaba siendo por su orden expresa. Silvia observó atentamente mi orgasmo pero no se corrió aunque estaba tremendamente excitada.

Cerré los ojos sintiendo los últimos latidos de mi polla dentro de mi mujer cuando escuché a Alex:

- Vete a ducharte cielo y límpiate bien el coño que no quiero una gota de la leche de este pichafloja.

Silvia obedeció con rapidez y de un salto desapareció en el baño. Alex se dirigió a mí.

-       Anda vístete y ponme una copa, la zorra de tu mujer me ha dejado seco.

Me levanté de la cama sin protestar, busqué algo con lo que limpiarme el vientre lleno del semen de Alex que había descargado Silvia sobre mí.

-       No te limpies, así recordarás durante toda la tarde quien es el macho de tu esposa.

Vacilé un momento, entonces volvió a asustarme con un movimiento brusco al tiempo que me gritaba:

-       ¡Vamos!

Se rio a carcajadas al ver mi sobresalto y murmuró “¡qué mariconazo!” – mientras comenzaba a vestirse. Yo me puse el bañador y la camiseta que había llevado a la playa y me acerqué al mueble bar para coger la botella de JB que había comprado al inicio de las vacaciones. En la cocina me sentí a salvo mientras preparaba el vaso con el hielo, casi podía escuchar el golpeteo de mi corazón en mi pecho, ¿cómo habíamos llegado tan lejos?¿Cómo podíamos estar tolerando aquello? Me bastó evocar algunas imágenes de todo lo sucedido desde la mañana para comprender que era lo más fuerte que había vivido nunca.

Volví al salón donde Alex se había sentado en el sofá, le serví el whisky y me quedé parado delante de él sin saber qué hacer. Me miró detenidamente como si estuviese tomando una decisión, luego golpeó con su mano en el asiento invitándome a sentarme y dijo

-       Nos vamos a divertir mucho con tu mujercita, es una zorra con mucho talento para follar.

Se quedó mirándome divertido. Yo obedecí y me senté a su lado.

-       ¿Por qué estás tan serio? En tu puta vida habías disfrutado tanto con tu mujer como hoy, a qué si? – me quedé callado, pero él quería oírme declarar mi vergüenza y me insistió.

-       Si – dije con la cabeza baja, pero no era suficiente para él, me empujó el hombro para hacerme hablar y por primera vez surgió de mi un amago de carácter - ¡ya te lo he dicho, ¿qué más quieres que diga?

Su mirada me fulminó y volví a ser el débil y cobarde hombrecillo que había sido siempre. Aparté la mirada y me encogí en el sillón.

-       Nunca me vuelvas a gritar, entendido? … ¡Entendido!

-       Si… perdona.

-       Así está mejor. Ahora quiero que contestes a mis preguntas con detalle, sin cortarte, y no me vuelvas a cabrear. Dime ¿habías disfrutado alguna vez tanto como hoy?

Intenté a toda prisa componer una frase en mi cabeza que pudiera satisfacerle.

-       No, jamás había disfrutado tanto con Silvia – terminé y me quedé mirándole asustado esperando su decisión.

-       No está mal, no está mal – dijo dándome unas palmaditas en la mejilla – Dime otra cosa, ¿Cuánto tiempo llevabas soñando con ver a tu mujer empalada por una buena verga?

-       Mucho, años, casi desde que la conocí, siempre he fantaseado con verla follar con otros hombres.

-       ¿Con otros hombres eh? No te basta con uno por lo que veo. No te preocupes que vamos a hacer realidad tu sueño, ya verás cómo acabas dándome las gracias por follarme a tu mujer y por enseñarle a ser una buena puta, - me miró acercándose a mi rostro – porque eso es lo que quieres, verdad? Que tu Silvita sea convierta en una zorra de categoría, a que si?

-       Si… es lo que siempre he imaginado, que alguna vez se comportara como una puta

-       No Pablito, no, cuando una mujer de raza como es la tuya prueba una buena tranca, o dos, ya no hay vuelta atrás: O se es puta o no se es. Y tu mujercita, te lo digo yo, es toda una puta.

Echó un trago que casi vació el vaso y volvió a la carga.

-       Estoy seguro de que te ha puesto más cachondo ver cómo me la follaba que follártela tú mismo.

-       Es verdad – reconocí ya sin ninguna dignidad – me ha puesto más salido ver cómo te la follabas.

-       Salido, eso es lo que eres, un puto salido. – se quedó mirándome - Eres un cornudo, lo sabes verdad?

-       Si, soy un cornudo – repetí como una letanía

-       Un calzonazos, - aquella palabra me golpeó una vez más, tantas veces la había intuido en las conversaciones en voz baja de nuestros amigos, tantas veces se lo había escuchado a mi padre, ya anciano, cuando veía como Silvia me mandaba… Pero esta vez me produjo una sensación de liberación, ya no tenía que ocultarlo, por fin me reconocía a  mí mismo como calzonazos sin rechazo, sin sentirme mal.

-       Soy un calzonazos, siempre lo he sido.

-       Si Pablito, pero ahora ya lo eres del todo, te acabo de poner los cuernos y aquí estamos, tan amigos, como dos colegas, charlando de lo bien que folla tu mujer.

Me quedé mirándole sin saber qué contestarle.

-       Creo que te gusta que te trate así, Pablo, como el cornudo de mierda que eres.

-       Me gusta, si

-       Te has puesto cachondo cuando le tocaba las tetas a tu mujer mientras te la follabas, he visto como nos mirabas.

-       Me ha puesto a cien, es verdad.

-       Te vi la cara mientras le decía a tu mujer si podía follarte o no, estabas salido.

-       Si Alex,  me pone cachondo.

-       Y cuando ella me ha prometido que follará con quien yo le diga… casi te corres

-       Es cierto.

-       Sabes que lo va a hacer, verdad? Sabes que tu mujercita se va a hartar de probar pollas?

-       Si, lo sé, sé que va a ocurrir.

-       Y lo estás deseando, no lo niegues

-       Si, quiero verlo, si.

Se escuchó abrir la puerta del baño y enseguida apareció Silvia completamente desnuda, con el pelo húmedo

- Silvia, ven aquí. - Ordenó.

Se acercó rápidamente, parecía querer esmerarse en el cumplimiento de cada orden que él le daba. La hizo sentar en sus rodillas y comenzó a acariciarle los pechos. Estaba tan cerca de ellos, me hacían sentir tan violento…

- Ya he hablado con tu marido, cielo. Me lo ha reconocido todo. No sólo lo evidente. Está claro que en su vida había disfrutado tanto como al verme a mí empalándote. Era obvio que ni siquiera follarte después le ha gustado tanto cómo verme someterte. Pero además ha tenido la decencia de reconocer que el hecho de reírme de él en su cara, de obligarle a ver mis manos en tus tetas mientras él te follaba, también le ha vuelto loco.

Hizo una pausa para besarla. Su lengua invadió su boca y ella se pegó a él rodeándole el cuello con su brazo buscando sentirle más, acercándose para sentir más las caricias en sus pechos. Mientras Alex continuaba besándola, Silvia me miró de reojo y luego dirigió sus ojos hacia el bulto que crecía en mi entrepierna. 

- Y tú preciosa... ya me ha dicho tu marido lo sorprendido que está. Lo recatada que eres normalmente... Voy a cambiar eso. Voy a cambiarte.

- ¿A qué te refieres?

Él puso un dedo en sus labios.

- Prometiste hacer todo lo que te ordenara. Y como le dijiste al cornudo hace unas horas, tú siempre cumples lo que prometes.

Volvió a besarla y siguió acariciándola. Silvia le sujetaba la cabeza con su mano para mantenerle pegado a sus labios. Cada vez me hundía más y un temor irracional me embargó cuando  intuí que quizás aquel intruso que se había colado en nuestra pareja iba a hacer que yo empezase a contar menos en su vida.

- Tranquila, disfrutarás con todo lo que te hago. Igual que has disfrutado volviendo al apartamento en pelotas, igual que te has deshecho cuando te he metido mano en la playa. Ya verás, esta noche vas a salir conmigo a cenar medio desnuda, con una minifalda escandalosa, sin bragas ni sujetador y disfrutarás con ello. Seré yo quien elija tu ropa de ahora en adelante, os guste a tu marido y a ti o no. Y a ti te encantará que así sea.

Volvió a besarla y siguió sobándola mientras yo me empalmaba mirándolos. De pronto Silvia se separó de Alex un poco y me miró muy sería, quizás ella también había intuido la gravedad de nuestra situación.

- Pablo es verdad que...?

¿Qué era verdad? ¿Qué quería Silvia escuchar de mis labios? ¿Acaso había marcha atrás? ¿Acaso queríamos renunciar a esta especie de droga que Alex suponía en nuestras vidas?

- Estaba muerto de vergüenza con lo ocurrido hoy. Y Alex estuvo hablando conmigo. En realidad no es culpa mía que me excite eso... tu misma lo dijiste esta mañana, y a ti no parece importarte, de modo que, ¿por qué evitarlo? Cada cosa que Alex ha hecho contigo ha sido mejor, más fuerte. – La miré intentando mostrar una seguridad que no tenía - De modo que he decidido no negarme. Y tú deberías hacer lo mismo porque...

- Pablo, - Nos interrumpió Alex-. ¿Te apetece que me folle de nuevo a tu mujer?

- Yo… -bajé la cabeza y respondí.- En realidad, lo estoy deseando.

Alex sonrió y levantó a Silvia de su regazo. La cogió de la mano y la condujo, desnuda como estaba, a la terraza. Ella intentó al principio resistirse pero Alex la dominaba tan solo con su mirada. Me asomé yo también y vi que en la terraza de enfrente había un hombre de unos cincuenta años fumándose un cigarrillo. Las tardes de Agosto son cortas y ya comenzaba a caer la luz

- Coño, tenemos público. – dijo Alex - Perfecto. Me encanta ver cómo la gente disfruta viendo a los cornudos grabar a sus mujeres siendo folladas por otro. Asómate y saluda, guapa.

Silvia obedeció y, en pelotas, se acercó a la barandilla y saludó con la mano a nuestro vecino, que la miraba fijamente.

- Permanece ahí, preciosa, disfruta dejándole verte las tetas. ¿Te gusta? – Silvia asintió. El hombre sonreía y su barrigón subía y  bajaba al ritmo de las caladas mientras no perdía detalle de sus tetas. Miré a Silvia, ¡estaba sonriendo también!

- Bien. Ahora arrodíllate ante mí.

Obedeció. Se colocó de rodillas frente a él, que se sacó la verga y le dijo.

- Mama polla, puta.

Acercó su boca lentamente y la besó. Miró directamente a la cámara que yo sujetaba Y volvió a besarla varias veces en el glande. Después lamió la punta, abrió la boca y se la introdujo completamente sin ninguna arcada.

- Me gusta, puta, qué bien lo haces!

... Y a mí me gustaba que la llamara puta... Ni me preocupé en preguntarme por qué.

- Los huevos, zorra, lame los huevos.

Obedeció enseguida y rodeó sus huevos con su boca. Alex profirió un gemido de gusto mientras Silvia los mantenía un rato entre los labios hasta que comenzó a lamerlos. Su tranca creció en segundos y Silvia se lanzó como una posesa a por ella. Su lengua pasó de los huevos al tronco, recorriéndolo hasta llegar a la punta,  que lamió, besó y succionó.

- Suficiente. Levanta y mira a tu vecino.

Dirigió la mirada donde le había ordenado.  El hombre se acariciaba la verga mientras nos miraba. Me sentí desfallecer. Un hombre estaba usando a mi mujer para masturbarse, ¿qué sería lo próximo?

 Alex elevó un poco la voz ahora, para asegurarse de que el hombre nos oía.

- Ahora te voy a poner mirando a Cuenca, preciosa. Te vas a poner a cuatro patas y te voy a hundir el pollón en tu coño mientras miras a la cámara. Quiero que tu marido grabe tu cara mientras te corres.

El vecino me miró y yo evité sus ojos.

Alex la colocó frente a mí, en paralelo a la barandilla. Así nuestro vecino podría ver bien la maniobra y yo podía enfocar bien su rostro. Alex se colocó detrás de ella y, sin decir nada, hundió su enorme verga hasta el fondo. Silvia cerró los ojos con un rictus de dolor, se notaba que esta vez le había costado recibir semejante aparato, pero poco a poco noté como se relajaba y se iba acostumbrando, ayudada sin duda por el suave masaje que Alex aplicaba en sus pechos. Su rabo resbalaba en su interior y, poco a poco, su rostro fue mostrando como mi mujer entraba de nuevo en trance. Cuando Alex la creyó a punto, empezó a hablarle cerca del oído.

- ¿Has visto cómo se masturba el cincuentón de enfrente?

Ella volvió el rostro hacia la terraza de enfrente, ya no se acariciaba, sino que estaba masturbándose directamente.

- ¿Te gusta que se la esté machacando mientras te mira? – Asintió con la cabeza - ¿Te gustaría que se corriera viendo cómo te someto?

- Siiii… Me excita que así sea. - Reconoció.

- A partir de ahora, chicos, - continuó Alex,- sólo yo decido cuándo, cómo y con quién folla Silvia. Así que me tendréis que pedir permiso para que follar vosotros dos, ¿entendéis?

Silvia apenas gimió un sí, yo también verbalicé mi sumisión. Oír a Silvia aceptando semejante cosa mientras estaba empalada así era demasiado para mí, llevaba un rato sobándome la polla mientras grababa y comencé a correrme otra vez.

- Tu marido me tendrá que pedir permiso para tocarte y veremos si le dejo que te folle o se tiene que conformar con un paja.- Cada frase acaba irremediablemente con la polla golpeándola hasta dentro. La melena de Silvia se movía en vaivén provocado por los duros golpes que recibía en su coño, estaba otra vez encelada, sometida, entregada a él

- Si, cielo, serás tú quien me lo diga.  Mi marido no me tocará si tú no quieres. Sobre todo si me tienes así, corriéndome diez veces por hora.- Respondió con su voz cargada de tanta lujuria que sonó obscena.

- Eso es, preciosa. Dile al cornudo quién manda.

Ella me miró mientras seguía soportando el duro bombeo.

- Soy tu esposa Pablo, pero Alex es quien manda. – Alex le propinó un  pollazo que casi la  levantó del suelo. Yo la miré implorando no se bien qué, supongo que le rogaba que, a pesar de todo, no dejara de amarme.

- Así me gusta, perrita. Dime, ¿quién es tu Amo?

- Tú-  Sentenció.- Tú eres mi Amo. – Y yo me sentí morir de nuevo.

El efecto de sus palabras fue demoledor. Alex volvió a vaciarse soltando tacos y nuestro vecino lanzó chorros de semen al aire. Silvia no controló los gemidos que salían de su garganta y que se debieron escuchar en todo el edificio. Yo acompañé el éxtasis del que Silvia había aceptado como Amo con mis gemidos en una masturbación seca y sin apenas erección. Segundos después, llegó la calma y el silencio. Y poco después, Alex, salió y de mi esposa que quedó en el suelo y gritó, dirigiéndose al vecino.

- ¿Qué amigo, te ha gustado? - Éste asintió y Alex siguió - ¿Quieres probar? Estamos en el portal 8, 3ºB.

El hombre ni se lo pensó. Se levantó inmediatamente y desapareció.

- ¿Alex estás loco? No voy a dejar que me folle...

Le soltó una bofetada que la hizo tambalearse. Se llevó una mano a la mejilla y le miró sorprendida y asustada. Yo no hice nada, como siempre mi falta de carácter me dejó paralizado. Me di asco.

- ¿Tan poco dura tu palabra? Acabo de decirte que sólo yo decidiré cuándo, cómo y con quién vas a follar y tú has aceptado. Luego me has dicho que yo soy quien manda y ahora... ¿me vienes con éstas?

Silvia me miró pidiendo ayuda y, leyendo mis pensamientos, Alex dijo:

- Tú, cornudo, ¿llevo razón a no?

No sé por qué lo hice, la excitación que me produjo imaginar que mi mujer pudiera follar con otro hombre y, por qué no reconocerlo, la excitación que me produjo ver como abofeteaba a mi esposa, me llevó convertirme en cómplice.

- Está grabado, cielo, si quieres te lo enseño. Tú y yo hemos aceptado cuando ha dicho que follarías con quien él quisiera.

- ¿Y eso es lo que quieres, que me folle cualquiera? – me gritó desesperada

- Sólo si tú quieres...

Sonó el timbre de la puerta. Ambos nos quedamos mirando a Silvia esperando su reacción