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Top less en la playa (8)

en Hetero: Infidelidad

Dejé los trastos de la playa en la terraza del apartamento y entré en el baño. Apenas terminé de orinar me masturbé compulsivamente hasta que me doblé sobre la taza mientras el orgasmo me sacudía. De nuevo estábamos allí, como si no hubiese pasado un año, nada había cambiado salvo mi ansiedad por volver a ver a Silvia sometida a Alex.

Me di una ducha rápida y salí hacia el supermercado. Caminaba aturdido, ensimismado en mis pensamientos cuando…

-      ¡Coño! Pablo ¿No saludas a las amigas? ¿Tan vieja estoy?

Levanté la vista. Frente a mí, una pelirroja explosiva, alta, de cuerpo firme y bien torneado me miraba fijamente con cara de interrogación dando por hecho que yo tenía que saber quién era. Una leona intensamente atractiva, devoradora de hombres sin duda, enfundada en una ajustada camiseta que oprimían un imponente par de tetas y que amenazaba con estallar en cualquier momento. Sus piernas parecían no acabar nunca. Y ese acento argentino… ese acento… ¿Dónde lo había escuchado antes?

Perdona pero… ¿Antonia? ¿Eres Tony? ¡Dios, cómo has cambiado!

… …

-      ¡Vas encogida! ¿Te da vergüenza enseñar las tetas?

Silvia enderezó la espalda, llevaban caminando por la orilla un buen rato y desde que se separaron de mi Alex no había dejado de hablar ni un momento, tan pronto hacía planes para los días venideros como le preguntaba cosas de su vida. La llevaba cogida de la mano como si fuese un trofeo.

-      ¡Venga joder, estírate! Echa los hombros para atrás, estira el cuello, ¡saca pecho por Dios, no me seas mojigata!

Obedeció sin rechistar y comprobó como ahora sus pechos apuntaban más alto. Una oleada de pudor mezclada con el arrebato del morbo recorrió su rostro tiñéndolo de un rubor que no pasó desapercibido para Alex.

-      Tienes una tetas preciosas, ni muy grandes ni muy pequeñas, duritas y firmes como a mí me gustan, fíjate como se mueven – añadió sin apartar los ojos de sus pechos – cada vez que clavas el talón en el suelo se ponen a vibrar. ¡Lúcelas coño! ya llegará el día que se te caigan y no puedas presumir de tetas, pero ahora…

Silvia, parapetada tras la gafas de sol, captaba las miradas de los hombres que se cruzaban con ellos. Con cierto disimulo pero sin poder evitarlo los ojos se quedaban enganchados en sus pechos que, como decía Alex, vibraban en el aire con cada paso que daba delatando la firmeza que los sostenía. Poco a poco se fue acostumbrando a dejarse mirar y fue consciente de que ya no necesitaba que Alex le recordase que mantuviera la espalda recta. El ligero temblor de sus pechos al caminar la estaba excitando cada vez más.

Llegaban casi al final de la playa. Ante ellos unas rocas impedían el paso que, cuando la bajamar, conducía a una pequeña cala llena de rocas y que casi nadie visitaba.

-      Mójate, quiero verte bien empitonada, Ah! Y cuando estés en el agua aprovecha para ponerte la braga como a mí me gusta. – Alex no sugería, ordenaba seguro de sí mismo y de que Silvia no le iba a discutir sus caprichos.

Se adentró en el mar hasta que le cubrió por la cintura y dio un par de brazadas. Tras el paseo a pleno sol tenía la piel ardiendo y el contraste con la temperatura del agua surtió el efecto deseado: sus pezones se endurecieron como rocas. Silvia se los tocó bajo el agua, sobresalían como nunca y un disparo de placer provocó una leve contracción en su coño. Recordó lo que Alex le había dicho y estiró la braga del bikini hasta enterrarla entre sus nalgas. Miró hacia la orilla y sintió una ligera decepción cuando vio que Alex hablaba por el móvil sin prestarle atención.

Salió del mar caminando despacio. Espalda erguida y hombros hacia atrás, como le había dicho Alex. Cuando estaba llegando él pareció darse cuenta de su presencia y colgó.

-      Venga tío, luego hablamos.

Recorrió con detenimiento su cuerpo mojado, Silvia percibía sus pezones duros y la inspección  a la que se veía sometida la excitó aún más. Un gesto con la mano la ordenó girar ante él. No le importaba nada, ni siquiera se planteó que la gente de alrededor los estuviera mirando, solo tenía ojos para él, solo tenía un propósito: agradarle.

-      ¡Pero qué buena estás jodía, no me acordaba bien del cuerpazo que tienes!

Silvia le miró con una sonrisa de agradecimiento. Alex la tomó de la mano y la atrajo hacia sí para besarla. Sintió un dedo jugando con su pezón y el conato de vergüenza que apareció se disipó al sentir la humedad que brotaba de su sexo tras una nueva contracción.

-      Vamos a pasar por mi casa, tengo que ponerme otra ropa, además así nos quitamos la arena – dijo guiñándole un ojo.

El vértigo casi olvidado tras un año de ausencia volvió a dominarla. Se imaginó cien escenas posibles y todas la llevaban a entregarse a Alex. Se sentía desprotegida y vulnerable sin su ropa, sin sus cosas, pero sobre todo se sentía plena, viva, intensamente excitada.

Caminaron charlando hasta el Paseo. Era más bien un interrogatorio sobre el año transcurrido a lo que ella se limitaba a contestar si o no. Poco a poco comenzó a estar más relajada, al cruzar la avenida que discurre paralela al mar y adentrarse en las calles se dio cuenta que en lugar de sentirse violenta por su desnudez se encontraba poseída por un placer indescriptible. Cada mirada que se detenía en su cuerpo le provocaba una mezcla de orgullo y placer difícil de explicar. Se dejaba llevar de la mano sumisamente.

Alex se detuvo ante una tienda repleta de flotadores, sombrillas y postales.

-      Vamos a buscarte una camiseta, si nos adentramos en el pueblo contigo en tetas no sé cómo vas a acabar.

Alex rebuscó en unas perchas sin encontrar lo que buscaba mientras ella se limitaba a esperar. Por fin encontró algo que pareció satisfacerle: una camiseta blanca de tirantes con una palmera de colores chillones en el medio.

-      Pruébatela – dijo ofreciéndosela.

-      ¿Aquí? – dudó Silvia.

-      ¡Claro joder! ¿qué problema hay?  Te vas a vestir no a desnudar.

Sin poder ocultarse de las miradas de los que curioseaban en la tienda, Silvia se puso la camiseta y se miró en un espejo que había al fondo de la tienda. El tejido era tan fino que podía ver con claridad como se oscurecía en la zona de los pezones que, a su vez, se dibujaban nítidamente en la tela sin que la prenda opusiera mucha resistencia.

-      Danos una talla menos – le dijo Alex al dependiente que pareció despertar de un trance hipnótico, absorto como estaba en el cuerpo de Silvia.

Fue a protestar pero se calló a tiempo. Aunque la talla que se había probado ya era demasiado justa no iba a provocar un enfado con Alex por eso. Cuando el dependiente trajo la prenda se deshizo de la camiseta  y esta vez sí que se sintió devorada por los tres o cuatro hombres que remoloneaban por la tienda para no perderse el espectáculo. Como se había imaginado apenas le cabía y le oprimía los pechos de modo que al estirarse la tela se transparentaba exageradamente. Le quedaba algo corta y dejaba su vientre al desnudo cosa que entusiasmó a  Alex que revolvía en un cesto lleno de bikinis a cinco euros.

-      ¡Perfecta! Toma, pruébate éste – le dijo ofreciéndole una minúscula braguita tanga de color fucsia.

-      Espere que le ponga un protector – dijo el dependiente colocando un plástico transparente en el interior. Viendo la incertidumbre en los ojos de Silvia, le dijo – Puede pasar ahí, al fondo, a probárselo.

Se refugió en una esquina oculta tras dos o tres percheros donde había otro espejo. El espacio no la protegía totalmente de la vista de los curiosos, pero consiguió ponerse el tanga con rapidez. De nuevo la talla era inferior a la que necesitaba, la tira posterior se hundía en su culo y en el espejo pudo ver como la ausencia de refuerzo en la entrepierna insinuaba con claridad sus labios. El mínimo triángulo delantero apenas le cubría el pubis y se alegró de llevar el vello tan recortado que apenas era una fina franja. Se sobresaltó al notar una presencia a su espalda pero la voz de Alex la calmó.

-      ¡Me gusta tía, cómo me gusta! Te lo llevas puesto, anda, quítale el plástico ese.

Silvia obedeció y, como se temía, la tela se pegó a su sexo dibujando un leve surco. Alex hizo un gesto de aprobación.

- ¡Joder Silvia, cómo me estás poniendo! – llevo los dedos a la fina cinturilla del bikini y la estiró por encima de su caderas, luego deslizó los dedos hacia su espalda e hizo lo mismo desde atrás. La escasa tela que cubría su sexo se estiró, el surco se hundió entre sus labios y se retiró hacia atrás descubriendo el inicio del vello púbico. Él mismo corrigió ese detalle y lo volvió a ocultar. Silvia se sintió protegida ante ese gesto, pensó que se preocupaba por ella.

Esperó tras Alex mientras abonaba la compra. Se sentía desnuda entre aquellos hombres, mucho más desnuda que por el simple hecho de apenas llevar ropa. La desnudez que sentía era más íntima, como si todos aquellos hombres la conociesen de toda la vida y supiesen en lo que se estaba convirtiendo.

Salieron a la calle, su corazón volvió a cabalgar desbocado, como el año pasado, como no lo había vuelto a hacer desde entonces. Alex la llevaba cogida de la mano como si fuese de su propiedad. Ahora las miradas no solo se centraban en sus apretados pechos que parecían querer romper la tela sino que se clavaban sin disimulo en su pubis que, al caminar, debía estar tragándose la tela entre sus labios. Por primera vez pensó en sus nalgas desnudas y se ruborizó como si ese fuera el único detalle impúdico de su atuendo.

Callejearon unos minutos hasta detenerse frente a un edificio de tres plantas mal cuidado y del que salía una mezcla de olores a frito y música de Los Chichos. De un bar que había al lado del portal se asomaron varios hombres a mirar.

-      ¡Joder Alex, cómo te cuidas eh! – oyó decir entre risotadas

-      ¿Necesitas ayuda? – dijo otro al ver que la cerradura del portal se le resistía, lo que provocó una carcajada general que contagió a Alex.

-      No hace falta Sebas, me las apaño bien yo solito.

-      Ya sabes, si necesitas ayuda… - insistió el otro – Además, recuerda que me debes una.

 Alex, con la puerta ya abierta, se detuvo un momento y le miró.

-      A lo mejor quedamos en paz, quien sabe. – dijo, siendo coreado por silbidos y palmadas en los hombros del aludido.

El portal era tan viejo como la fachada hacía presagiar. Subieron por la destartalada escalera, Silvia delante, sabiendo que los ojos de Alex debían estar comiéndose su culo que oscilaba con cada escalón. Al llegar a la segunda planta Alex la llevó con rudeza hasta la pared y comenzó a besarla con furia. En un instante la había despojado de la camiseta y amasaba sus pechos mientras le comía la boca. Una puerta se abrió en la planta superior y las carreras alocadas de unos niños atronaron las escaleras. El griterío que provocaron al encontrarse con la escena fue acallado por Alex con varios tacos y amenazas que hizo huir a los chavales.

-      Vamos dentro – suplicó Silvia que no quería continuar donde podían ser vistos en cualquier momento. Alex sonrió con maldad.

-      ¿Tanta prisa tienes por follar conmigo, o es que te da corte que los vecinos puedan ver lo buena que estás – dijo sin dejar de acariciarle los pechos.

Sin apartarse de ella, arrinconándola contra la esquina, sus manos abandonaron los pechos y se apoderaron de la cinturilla de la braguita.

-      ¡No! – rogó Silvia pero no pudo evitar que Alex le bajara la prenda hasta medio muslo.

-      ¿Qué no qué? – dijo metiendo los dedos entre sus apretados muslos – ábrete – ordenó.  Silvia separó las piernas y sintió un dedo deslizándose por la copiosa humedad que empapaba su sexo. - ¡¿me echabas de menos, eh?

Cerró los ojos y se dejó llevar, sus brazos rodearon los hombros de Alex y exhaló un gemido cuando sintió el primer mordisco en su cuello. Los ruidos de las tres casas de la planta le parecían tan cercanos que a veces creía que alguna puerta se había abierto. Pasos sobre madera que crujía, el sonido de la loza en la cocina, algunas conversaciones casi en la puerta. Enfrentarse al riesgo de que alguien saliese al descansillo y la encontrase desnuda en manos de Alex, lejos de asustarla le provocaba una dosis extra de morbo que desencadenó el primer orgasmo. Atacada por las convulsiones de su cuerpo, sin fuerzas para sostenerse, incapaz de ahogar sus gemidos, se tuvo que sujetar en sus hombros para no caer de rodillas.

-      Joder tía, sí que me echabas de menos.

Apoyada en la pared mientras Alex abría la puerta de su casa se dio cuenta de que ya no se escuchaban voces tras las otras dos puertas. Un chirrido y un cambio en el reflejo que la bombilla del techo provocaba en la mirilla metálica de la puerta de enfrente delataron a quien, tras la puerta, espiaba la desnudez de Silvia. Buscó su camiseta y la encontró hecha un guiñapo junto al felpudo de la casa de Alex. Como un rayo se agachó a cogerla. Alex se volvió extrañado por la brusquedad de los movimientos de Silvia.

-      ¡Hay alguien! – le dijo señalando la puerta a su derecha. Alex miró y luego se volvió divertido a ella.

-      ¿Sí? ¿Hay alguien mirando? Pues déjales que disfruten que  no todos los días pueden tener una alegría como esta – dijo al tiempo que le arrebataba la camiseta. Silvia intentó taparse los pechos con una mano mientras con la otra luchaba por alcanzar la braga enrollada en sus rodillas.

Pero no la dejó. La separó de la pared y se colocó detrás de ella, sujetando sus brazos por detrás con una mano mientras con la otra recorría sus pechos y su vientre.

-      ¿Seguro? ¿Seguro que hay alguien espiándonos? ¿Estas segura que ahí hay alguien mirando cómo te meto mano o es que estás tan cachonda que te lo estás imaginando?

De nuevo sintió como se hundían en su interior dos dedos. Dejó de luchar y cuando Alex lo notó soltó sus manos que cayeron sin fuerza a ambos lados y se dedicó a pellizcar sus pezones.

-      ¿Tú crees que nos está viendo alguien?, ¿si?, ¿tú crees? – Metió un pie entre sus piernas y la forzó a separarlas, ahora metía y sacaba con rapidez sus dedos.

Silvia comenzó a caer de nuevo por una espiral de morbo, miedo y deseo. Se sentía entregada, ofrecida. Sus manos le buscaban pero en la postura en la que se hallaban solo pudo levantarlas y buscar tras de sí la cabeza de Alex comenzando a acariciar su cabellos, sus orejas, sus mejillas.

Estaba desnuda, sí. Alguien la observaba tras el refugio de la mirilla, Alex apretaba sus pezones con fuerza hasta hacerla gemir y ya no le importaba que la oyeran. Los dedos que la follaban cada vez se movían con más rapidez y su vientre inició un movimiento opuesto al de los dedos, buscándolos, ayudando a que la penetraran más hondo. Comenzó a temblar, sabía lo que eso le anunciaba. Su pie derecho se elevó del suelo y su pierna se dobló pegándose a su cuerpo, ofreciéndole un mejor acceso a su coño.

Y explotó, una vez más explotó en un intenso orgasmo luchando por mantenerse en pie mientras cada espasmo se extendía por todo su cuerpo como un relámpago que debilitaba sus músculos hasta hacerla caer a los pies de Alex.

Le escuchó caminar hacia el interior de la casa. Aturdida, mareada, sin apenas fuerzas para levantarse, le oyó decir mientras se alejaba.

-      Cuando te recuperes entra y cierra la puerta.

¡Qué cabrón! – pensó intentando levantarse del suelo, era como si estuviese ebria. Recogió la camiseta y al intentar caminar se sintió atada por la braga que anudaba sus tobillos y perdió el equilibrio. Apoyada en la pared se la subió y entró en la casa.

Escuché el sonido de la puerta, Alex y Silvia llegaban tarde.

-      ¡Coño Pablo, qué bien huele! Lástima que nos hayamos entretenido – dijo al entrar.

Un “Lo siento” mudo en la boca de Silvia me llenó de alegría: pensaba en mí.

En ese momento, Alex se volvió hacia el sillón y detectó la presencia de Tony.

-      ¡Hostias con Pablito! Se ha traído una gachí que está de puta madre. Si se está aprendiendo la lección. Y tú, preciosa ¿cómo te llamas?”