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Top less en la playa - la experiencia de Pablo (7)

en Hetero: Infidelidad

Capítulo 7

El viaje a Madrid se me hizo eterno. Abrumado por el frío silencio que se había instalado entre nosotros clavé la mirada en el horizonte y deseé que aquella tortura se acabase cuanto antes. Silvia había reclinado el asiento ligeramente. Mantenía una pierna doblada bajo la otra y permanecía acurrucada mirando por la ventanilla de su puerta.

Un día. Había bastado un solo día para que nuestra tranquila y perfecta vida se desmoronase. ¿Cómo era posible que hubiésemos llegado tan lejos? ¿En qué especie de droga mental nos habíamos sumergido? Miraba de reojo a Silvia y no conseguía entender cómo había sido capaz de hacer las cosas que había hecho en un solo día.

Un día denso, intenso, lleno de acontecimientos que nos habían arrastrado sin dejarnos casi tiempo para pensar. Un día cargado de emociones, de locuras a cual mas fuerte que habían logrado desmontar las normas de conductas, claras y precisas, que regían la vida de Silvia.

Y yo, un pelele, ¿cómo había sido capaz de tolerar la degradación en la que se había sumido mi mujer? Acostumbrado a seguir sus decisiones, amoldado a dejar que ella marque el rumbo de nuestra vida me había limitado a acompañar pasivamente el derrumbe moral de mi esposa.

Sentía miedo. Un miedo feroz, intenso a lo que Alex pudiera hacer con todo el material filmado con el que contaba. Conocía nuestros nombres, sabía donde vivimos, donde trabajamos. Le sería muy fácil hacernos daño.

Me atormentaba además la sospecha de que Aurora y Fernando no hubieran visto algo mas de lo que nos dijeron y, aunque fuera cierto, el aspecto de Silvia aquella noche, sin ropa interior bajo aquel vestido tan ligero, no podía haber pasado desapercibido para nuestros amigos. Eso junto a la presencia de Alex y nuestra violenta huida componían un cuadro en el que la imaginación no necesitaba trabajar demasiado para sacar conclusiones.

Enfrascado en esos temores, agarrotado por el pánico ante un futuro incierto conduje todo el camino en silencio, ese silencio opresivo que me aplastaba como si no tuviera espacio para moverme, conduje dominado por una especie de claustrofobia de la que a veces deseaba escapar gritando.

No tuve valor, sabía que teníamos que hablar pero me convencí de que era mejor dejar pasar algún tiempo, quizás cuando llegásemos a casa, aun nos quedaban unos días de vacaciones.

Como siempre, eludía el problema aplazando el momento de hacerle frente.

A la mañana siguiente Silvia me comunicó su decisión de incorporarse al trabajo de inmediato. Hice un intento de hablar con ella pero lo cortó en seco. El resto de las vacaciones las pasé solo en casa recordando minuto a minuto lo sucedido.

Y matándome a pajas.

A finales de Septiembre la situación entre nosotros se fue suavizando, un día fue una broma durante la cena a la que por primera vez Silvia respondió con una sonrisa, otro día fue un comentario sobre una noticia que merece por su parte algo mas que un lacónico “si”… Poco a poco la vida en casa recuperaba una apariencia de normalidad. Todo aparentaba ser como antes.

No habíamos vuelto a hacer el amor desde nuestro regreso. Yo no me atrevía a insinuarlo y ella parecía no desearlo. Dormíamos sin apenas roce cuando lo habitual era pegarnos a la espalda del otro y dormir como si solo fuéramos un cuerpo.

Se acababa Octubre cuando coincidimos con Aurora y su marido en una reunión de la empresa. Pude constatar en ese momento que la relación entre ellas no era la de antes del verano. Nos saludaron con frialdad y Silvia reaccionó con tensión. Apenas volvimos a cruzar una palabras en toda la noche.

En Noviembre, una noche  especialmente fría, sentí el cuerpo de Silvia acoplarse a mi espalda. Su pecho pegado a mi, sus rodillas en mis corvas, sus piernas siguiendo las mías. Se me cortó la respiración y me paralicé. Ella debió notar la tensión en mi cuerpo porque deslizó su mano por mi pecho, como siempre, como antes.

-       Buenas noches – Por primera vez se rompía el silencio antes de dormir, de nuevo recuperábamos parte de nuestro ritual diario. “buenas noches, te quiero”, era algo que formaba parte de nuestra vida conyugal desde que nos casamos. No había noche que no nos despidiéramos con esas palabras. Al menos hasta este verano.

-       Buenas noches . respondí atragantado por la emoción.

El silencio se extendió de nuevo.

Estaba a punto de dormirme cuando lo escuché.

-       Te quiero.

No lo pude evitar, ni siquiera lo vi venir. Me rompí en un sollozo convulso, incontrolable, un llanto que como si fuera electricidad, atacaba todo mi cuerpo.

Silvia se incorporó y me obligó a girarme hacia ella refugiándome en su regazo.

-       Shhh… shhh… ya pasó, ya pasó…

Tampoco aproveché aquella ocasión para hablar, me dejé arrullar en sus piernas, con la cabeza hundida en su vientre, sintiendo como sus dedos hacían surcos en mi cabello.

Cuando me desperté sentí al instante que ella no estaba en casa. Miré el reloj, las nueve de la mañana. Me levanté precipitadamente y mientras marcaba el teléfono de la empresa localicé una cuartilla escrita a mano sobre la coqueta.

Estabas tan dormido que no he querido despertarte, ya llamo yo a tu jefe para decirle que estás enfermo y que quizás no vayas hoy.

Te quiero,

Silvia

Colgué el teléfono justo cuando escuché la voz de la secretaria al otro lado.

Aquello fue el comienzo del fin de la pesadilla.

…..

Nuestras relaciones regresaron con cautela. Nos buscábamos si, pero lo que antes sucedía entre fantasías compartidas, palabras gruesas y juegos ahora era mucho mas… rígido. Apenas hablábamos durante el sexo y nos limitábamos a decirnos “te quiero” o “te amo”. Había una especie de freno echado en nuestras relaciones que nos impedía actuar con naturalidad, como si estuviésemos pisando un terreno minado.

Aunque intenté controlarlo, desde la primera vez que volvimos a hacer el amor la presencia de Alex en mi mente fue intensa, insoportable, inevitable. Incluso me llegaba a provocar la pérdida de erección. Hasta que decidí no luchar contra el fantasma y comencé a utilizarlo, comencé a dejar que los recuerdos de lo vivido con él y, por qué no, las fantasías entrasen en nuestra cama. No se si fue una buena decisión pero desde ese momento mis erecciones volvieron a ser normales, aunque después de hacerlo una cierta vergüenza me recriminaba por permitirme imaginar a Silvia follando con el gordo, mamándosela a Alex o siendo un puta con el tipo del restaurante.

Lo que también suponía por aquellas fechas es que a Silvia le sucedía algo parecido. Su mirada perdida en el techo mientras follábamos, sus orgasmos sobrevenidos antes de que yo acabara, la fuerza e intensidad de su clímax que parecía querer esconderme… todo ello me llevaba a sospechar que Alex seguía dentro de ella.

En Semana Santa recuperó los días de vacaciones del año anterior y nos fuimos a un balneario. Allí fue donde, por primera vez desde el verano, volvió a hacerme una felación. No hubo ningún desencadenante especial, nada me hizo intuir que eso sucedería esa tarde en el jacuzzi de la habitación. Solo se que nunca me lo había hecho de esa manera, tan intensamente, tan concienzudamente… tan profundamente en su garganta. Tan intenso que no pude evitar correrme en su boca como siempre me advertía. Esta vez se tragó todo el semen sin ninguna protesta. Juraría que en su cabeza no me la había mamado a mi.

Hubiera sido buen momento para hablar, pero tampoco esta vez me atreví.

Se acercaba el verano, era el momento de planificar, de hacer las reservas. Llevaba varios meses pensando en ello: ¿Debíamos romper nuestras costumbres y evitar el sitio al que llevábamos yendo tantos años? Me inclinaba por buscar otro lugar que no nos recordase lo sucedido. Al mismo tiempo, algo indefinido, algo morboso me incitaba a regresar al mismo lugar.

Cuando le insinué a Silvia la idea de cambiar e ir a la Costa Brava, para mi sorpresa se negó en redondo. La firmeza de su negativa parecía provenir de su fuerte carácter poco proclive a dejarse amilanar y menos por los recuerdos.

Llegamos al apartamento a las siete de la tarde del día uno de Agosto tras sufrir una caravana interminable desde la misma salida de Madrid. Agotados, nos dimos una ducha y salimos a tomar algo.

Los recuerdos me asaltaban en cada esquina, en cada lugar por el que habíamos transitado con Alex. Evitamos el puerto sin decirlo y callejeamos hasta llegar a un extremo del paseo marítimo. Allí, acodados en la balaustrada de piedra, dejamos que el sonido de las olas llenase el silencio que no conseguíamos romper mientras ambos luchábamos por alejar las imágenes que invadían nuestra mente. Ninguno de los dos lo mencionó pero ambos temíamos un posible encuentro con Alex.

Al día siguiente bajamos a la playa como era nuestra costumbre, a eso de las doce. Parecía como si quisiéramos conjurar el fantasma de Alex enfrentándonos a los lugares en los que sucedieron las cosas. Extendimos las toallas, monté la sombrilla, nos untamos mutuamente el protector… rutinas, rutinas que pretendían simular una tranquila normalidad.

Eran casi las dos de la tarde y aun no habíamos probado el agua. Silvia, como de costumbre, abusando del sol y yo, bajo la sombrilla, evitando alejarme como si un presentimiento me advirtiese que, si nos separábamos, algo sucedería.

-       ¿No te bañas? – me dijo de pronto Silvia volviendo su rostro hacia el lado en el que estaba. Su mirada me interrogaba como si pudiera leer mis miedos.

-       No se que hacer… - dije evasivamente.

-       Anda, ve. Yo estoy bien.

Eso era mas, mucho mas de lo que habíamos hablado en todo el año. Apenas tres palabras que contenían mas información que todo un libro.

Me levanté y me dirigí a la orilla. Total si en dos horas no había pasado nada…

Diez minutos mas tarde, Silvia se sentó en la toalla y comenzó a hojear una revista. Tras la primera tensión de la noche anterior en el paseo y durante las primera horas en la playa, ahora se sentía tranquila, segura, contenta de haber tomado la decisión correcta. Hubiera sido un error eludir aquella ciudad, aquella playa; Recordó como, pocos días después del accidente del Air Europa en Barajas, le tocó desplazarse a una reunión en la central de Barcelona. En aquel momento estuvo tentada de tomar el Ave pero inmediatamente “cogió el toro por los cuernos” y asumió que, o volaba entonces o le costaría mucho mas volver a hacerlo.

Así es ella. Desde niña le inculcaron que al miedo hay que plantarle cara porque si no siempre sería su esclava. Ahora le tocaba afrontar su pasado mas reciente, los recuerdos que la avergonzaban y la excitaban a su pesar. Quizás volviendo allí y descargando de tensión los lugares podría olvidar de una vez por todas. Quizás esta era la prueba de fuego que le permitiría al fin perdonarse, comenzar de nuevo, descansar.

No iba a ser fácil, el ultimo año había supuesto un tormento para ella y, lo sabía, también para mi. Durante meses le costó acercarse a mí, el solo hecho de volver a tener sexo le asqueaba, no podía imaginarse conmigo sin que se sintiera invadida por destellos fugaces en los que era otro quien le metía el pene en la boca o la follaba brutalmente, sin ninguna delicadeza, usándola como si fuese una puta.

Y así es como se sentía, como una puta. Se había comportado como un autentica prostituta, llevaba un año sintiéndose sucia, no conseguía quitarse esa sensación de su piel por mucho que se enjabonase. Recordaba al detalle cada cosa que había hecho como quien piensa en una pesadilla vivida durante un acceso de fiebre, como si todo hubiese sucedido bajo una intensa niebla que le impedía reconocerse del todo en aquella mujer. Por eso luchaba por olvidar, por enterrar los recuerdos.

No obstante, lo que mas la mortificaba eran esos latigazos de placer que le sobrevenían a veces sin ser consciente del motivo. Solo cuando se detenía a pensar encontraba el rastro huidizo de una imagen, un recuerdo, una sensación que minutos antes habían encendido la mecha de su deseo. Toda su fuerza de voluntad no conseguía borrar de lo mas profundo de su cerebro lo que con tanta intensidad se había grabado.

Levantó la vista hacia la orilla y sus ojos se centraron en mi figura; mirando al horizonte, haciendo un hoyo en la húmeda arena con el pie que las olas se encargaban de rellenar una y otra vez. Si no fuera tan débil, -pensó -, si tuviera más carácter nada de aquello habría sucedido.

Su cuerpo supo que él estaba allí antes de que sus ojos lo percibieran. Un escalofrío recorrió su espalda y atenazó su garganta. Solo entonces lo vio, a su izquierda, bajando la escalerilla del paseo marítimo. Supo que era él,  su forma de moverse, su manera de caminar. Era él, no tenia dudas aunque aun no distinguiera su rostro.

Sintió la tensión extendiéndose a oleadas por todo de su cuerpo. Miró a la orilla, yo continuaba de espaldas, observando el mar. El corazón comenzó a palpitarle fuerte, casi podía escucharlo en sus oídos.

Alex tardó en verla, quizás si no hubiese estado tan tensa, quizás si sus ojos no le hubiesen seguido todo el trayecto… quizás habría pasado desapercibida entre tanta gente.

Sus ojos se cruzaron, Silvia notó como el aire dejaba de entrar en sus pulmones.  Alex redujo el ritmo de sus pasos, casi se detuvo. Por un momento pareció dudar pero reanudó la marcha. No había nadie entre nuestra sombrilla y la orilla, Alex acabaría pasando por delante de ella, con sus ojos clavados en los suyos como lo hacía ahora,  cargados de desprecio, enviando un frio reproche. A medida que se acercaba, Silvia perdía la seguridad en sí misma, apenas podía aguantar la dureza de su expresión. Se sintió cohibida, débil. Intentó varias veces evitar su mirada pero no consiguió dejar de mirarle mucho tiempo. Una sensación familiar, casi olvidada invadió su cuerpo.

…..

Me volví sobresaltado como si intuyera algo. En realidad llevaba así toda la mañana, en tensión extrema, vigilando toda la playa, solo que esta vez mis temores se habían hecho realidad. Allí en la arena Silvia, sentada en la toalla con la espalda recta, miraba a su izquierda. Poco mas allá ví a Alex acercarse lentamente venciendo la resistencia de la blanda arena.

De nuevo el  bloqueo, de nuevo la sensación de no ser dueño de mis piernas que se resistían a ponerse en movimiento. De nuevo la humedad brotando de mi pene que comenzaba a hincharse. De nuevo el vértigo de dejarme arrastrar por lo que mi  envilecida mente me sugería.

Alex se detuvo ante ella y Silvia no pudo sino bajar sus ojos.

-       No creí que tuvieras la poca vergüenza de volver por aquí.

Silvia no fue capaz de articular palabra, tampoco sabía que decir. El miedo a que montara un escándalo en plena playa también la indujo a no responder.

-       ¡Mírame, que te estoy hablando! – dijo con tono enfadado. Silvia levantó la cara.

-       Desde luego hay que tener para volver, sabiendo como sabes que me vas a encontrar.

Al fin reaccioné y comencé a caminar nerviosamente hacia ellos.

-       ¿Estás bien? – le dije al llegar junto ella.

-       Si Pablito, está bien, jodidamente bien, pasa de ti , de mí y de todo el mundo.

Le ignoré, no me sentía con fuerza suficiente para enfrentarme a él, no después de haberme dejado someter y humillar un año antes. Me agaché al lado de Silvia y la rodeé con mi brazo.

-       Vámonos cielo, vámonos de aquí.

Silvia me rechazó con brusquedad, supuse que la idea de huir le resultaba intolerable.

-       Mírate, parece que no has roto un plato, tan decente, con tu bikini… ¡Qué poca palabra tienes! ¿No me prometiste que nunca te volverías a tapar las tetas? ¡Qué falsa, tía, que falsa! Solo quisiste jugar conmigo.

Quería apartarla de  allí, las personas mas cercanas estaban escuchando con claridad la bronca. Miré a Alex con intención de decirle que se callara pero la mirada de desprecio que dirigía a mi mujer me enmudeció. Estaba realmente ofendido.

-       Tuviste tu oportunidad tía, la dejaste escapar, seguro que te has arrepentido cientos de veces durante este año, seguro que te has aburrido mas que nunca con el blandengue de tu marido. Tu verás, ese es el futuro que te has buscado, podías tener otra cosa pero eres una cobarde – Silvia reaccionó mirándole con furia – Lo que oyes, eres una niñata, una cobarde, una mediocre. Me equivoqué contigo.

Alex se dio la vuelta y comenzó a alejarse.

El corazón se me detuvo un instante cuando escuché a Silvia al tiempo que se levantaba de un salto.

-       ¡No!

Alex se detuvo a unos metros de nosotros y se volvió. Silvia se acercó con decisión hasta llegar a su lado.

-       No soy nada de eso que has dicho. – Alex sonrió con una mueca de incredulidad en su rostro.

-       Cobarde, mojigata, una monjita. No me vales – de nuevo giró con la intención de marcharse.

-       Te equivocas conmigo Alex, te estás equivocando – su voz había cambiado de registro, se había vuelto mas aguda, con un leve temblor como si estuviera conteniendo un sollozo.

Alex se detuvo de nuevo al escucharla. Se volvió y se acercó hasta que su rostro quedó casi pegado al de ella.

-       ¿Si? – Silvia afirmó nerviosamente con la cabeza – Quítate el sostén, A ver si es verdad lo que dices.

Silvia se quedó paralizada, fue suficiente para que Alex diera por perdida la prueba, se encogió de hombros y comenzó a caminar.

-       ¡Espera!

Cuando Silvia le tuvo de nuevo frente a ella, se desató el nudo trasero del sujetador y lo sacó por la cabeza tirándolo hacia atrás.

Yo miré a uno y otro lado, casi nadie había seguido la discusión, todo el mundo estaba a lo suyo salvo una pareja de sesentones. Iba a levantarme pero fui consciente de la erección que tenía y me quedé en el suelo, despreciándome por excitarme ante la claudicación de mi mujer y deseando al mismo tiempo volver a caer por el precipicio.

Alex se acercó a ella sin dejar de mirarle las tetas, cuando estuvo a su lado puso una mano en su cadera. La respiración agitada de Silvia elevaba sus pechos.

-       Dime cómo te llamas – preguntó Alex en voz baja, muy cerca de su oído.

-       ¿Qué? – Silvia no entendía la pregunta. Yo si, inmediatamente comprendí lo que esa pregunta exigía y la respuesta que Alex esperaba escuchar.

-       ¿Cómo te llamas? – Insistió Alex mirándola a los ojos.

Silvia estaba desconcertada y Alex se hartó.

-       Es inútil – dijo alejándose de nuevo.

-       ¡Silvana! – casi grité desde la toalla. Me levanté de un salto sin importarme el bulto que se mostraba en mi bragueta – es Silvana – repetí dirigiéndome a ella, como si le diese la solución de un acertijo.

Alex me miró con condescendencia.

-       Ya se, Pablo, ya se lo que quieres. Pero quien lo tiene que querer es ella.

Al fin Silvia cayó en la cuenta de lo que significaba aquel ritual que había iniciado Alex. Yo me acababa de entregar a él, a sus dictados, a sus caprichos y le intentaba entregar a mi mujer. No me di cuenta de que yo ya no tenía esa potestad. Con Alex yo no tenía ningún derecho sobre mi esposa. Tenía que ser ella quien se entregase, quien se reconciliase con Silvana y con él y renunciase a ser Silvia, Alex quería que fuera ella quien se aceptase como Silvana.

Alex la miró a los ojos intensamente, era un ultimátum, no habría mas oportunidades y ambos lo sabíamos.

-       Por ultima vez, dime cómo te llamas.

-       Silvana… soy Silvana, me llamo Silvana. – repitió exhalando el aire de sus pulmones, soltando toda la tensión acumulada en un año.

Alex sonrió satisfecho, la tomó de la cintura nuevamente y la atrajo hacia él.

-       Bésame, zorra

Silvia le echó los brazos al cuello y se fundieron en un beso largo, intenso, inacabable mientras yo sentía como si todos los ojos de la playa estuvieran centrados en mi miseria.

Alex le manoseaba groseramente el culo y la espalda y ella, completamente entregada, se dejaba hacer mientras le besaba apasionadamente. 

Tras aquel beso que sellaba nuestra rendición apenas se separaron, la mantuvo agarrada por la cintura y ella dejó su brazo rodeándole el cuello. Alex dio un par de pasos en mi dirección y ella, mi esposa, mi Silvia, le siguió, pegada  a él, aplastando sus pechos contra su torso.

-       Anda, se buen chico y haznos algo rico para comer, una paella o algo así, ¿sabes, no? – afirmé con la cabeza – Sobre las tres y media estaremos allí. Ah! Llévate todo esto – dijo señalando la sombrilla y las bolsas – Solo necesitas eso – le dijo apuntando con un pie hacia las zapatillas de Silvia. – Nada mas – recalcó.

Se alejaron por  la orilla abrazados como si fueran una pareja de novios. Les seguí con la mirada, vi como Silvia, Silvana, caminaba con la cabeza apoyada en su hombro, vi como se alejaban, como se detenían para besarse sin ningún pudor. Tardé en sentir las miradas a mi alrededor, miradas que sabían cuál era mi papel en la escena que acabábamos de vivir. Entonces recogí las cosas con deprisa, sin acertar a guardarlo todo sin que se me cayeran las cosas de las manos.

Y me fui de la playa con prisa. Aun tenía que comprar algunas cosas para preparar la paella.