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De buen samaritano a ...

en Transexuales

Salí dela oficina un poco más temprano de lo habitual. Tenía que recoger el coche del taller y me quedaba por delante una larga travesía en el transporte público  y lo “mejor” de todo es que había comenzado a llover. A la carrera llegué a la parada y esperé. Hacía ya años que no me movía en autobús por la ciudad y tuve que mirar en internet la combinación de líneas que tenía que coger. La hora y media de  travesía la pasé absorto en mis cosas, mirando sin ver nada y sumergido en un murmullo de sonidos inconexos que  abotargaban mi razón. Solo recuerdo estar consciente durante las carreras que tuve que darme al hacer un transbordo y de la última parada hacia el taller. Tenía que haber ido en taxi.

Al llegar allí, me atendió un viejo mecánico ataviado con un raído mono azul, que me explicó lo que le habían tenido que hacer al coche, utilizando términos que había escuchado en otras ocasiones pero que, todos ellos juntos, no formaban frases que me hicieran comprender la entidad de la reparación que habían hecho. Y la verdad es que me la traía al pairo, ya que lo cubría el seguro que tenía contratado y no iba a tener que desembolsar un céntimo.

Conduje unos minutos tratando de salir de esa zona de polígonos industriales. La mayoría de las naves industriales estaban cerradas, unas por lo tarde de la hora y otras tantas por el hundimiento de los negocios que otrora albergaran. Conseguí salir por una carretera secundaria que intuí me pudiera llevar a la ronda de circunvalación. Arreciaba la lluvia y disminuyó mi visibilidad. Al poco tiempo de trayecto, pude distinguir  a no mucha distancia delante de mí, un coche aparcado en la cuneta y como de este salía una mujer a la carrera, haciendo señas con una mano y con la otra tratando de cubrirse de la lluvia el cuerpo, con un pequeño bolso de mano. Reduje la marcha hasta parame  junto a ella y, bajando la ventanilla del acompañante, preocuparme por su situación.

—     ¿Qué le ocurre? ¿Está usted bien?—pregunté alzando un poco la voz para competir con el ruido de las gotas de lluvia que percutían contra el techo de mi coche.

—     No sé. Se ha parado y no acierto a arrancarlo. —contestó la mujer señalando el coche

—     Suba, suba. Que se está empapando. — y proseguí diciendo mientras se subía al coche —Si quiere la acerco a un taller mecánico en el que acabo de estar.

Á mi lado se sentó una espectacular mujer de pelo rubio ondulado recogido en una coleta, vistiendo una camisa roja en la que parecía que los dos primeros botones blancos de esta, habían perdido la batalla que aún mantenía los dos siguiente, tratando de mantener sujetos unos perfectos pechos. Zapatos de tacón, medias, una falda de tubo recta, algo arrugada por la posición en la que estaba… todo empapado por la lluvia.

—     Le decía que si quiere que la acerque a… — No termine la frase cuando ella ya me interpelaba.

—     Muchas gracias por parar. La hora que es y en este camino, había perdido la esperanza de que alguien pasara. — Dijo mientras se rehacía la coleta. —

—     Le decía…

—     Si gracias, sí. Pero, ¿Le importaría acercarme mejor a una parada de taxis que hay junto al centro comercial?

—     Si claro. Con mucho gusto. —Contesté educadamente.

Ella comenzó a contarme la mala suerte que tenía con los coches y lo malo que le había salido ese varado en la cuneta. Yo trataba de seguir la conversación pero, entre que no sabía muy bien por donde iba y que mis ojos estaban más pendientes de grabar alguna imagen más de aquel bellezón que de la carretera, no me enteraba del contenido de sus palabras, a parte de alguna indicación que me hacía que nos condujera a la parada de taxis.

A los pocos minutos llegamos a un centro comercial que estaba ya cerrado por la horas que eran y me ofrecí a esperar con ella un rato. Pasó más de media hora y por allí no pasaba un alma. La conversación era amena y ambos nos fuimos relajando. Su presencia ya no me turbaba tanto y supongo que ella pudo confiar más en mí. Como seguía sin pasar nadie le pregunté donde vivía y me ofrecí a llevarla. Ella dudó un poco y aceptó la proposición. Seguimos conversando camino de su casa. No sé qué tiempo nos llevó pero se me hizo cortísimo cuando me dijo:

—     Pues aquí es. — parando el coche continuó— Muchas gracias por todo. No creí que quedaran en el mundo hombres como tú.

—     No me creo especial, la verdad.

—     Espero volver a verte algún día —Me dijo mientras salía del coche.

—     Yo también. —Contesté dedicándole una de mis mejores sonrisas.

Me quedé mirando su hermoso culo unos segundos, embragué, metí primera y a la que iba a salir, me percaté que se había dejado el bolso en  el suelo del coche. Paré el coche y salí tan rápido como pude con el bolso en la mano, levantándolo y llamándola para atraer su atención. Ella se dio la vuelta y, con una sonrisa en la boca y una expresión de “que cabeza la mía” comenzó a a acercarse hacía mí.

—     Que cabeza la mía. — me dijo mientras le ofrecía al bolso que ella recogió — Gracia nuevamente.

—     De nada. —Contesté y me giré camino del coche.

—     ¡Perdona! — Dijo alzando la voz tras de mí.

—     ¿Si?

—     No me has dicho tu nombre

—     Ernesto. Ni tu a mí el tuyo.

—     Mónica. —Contestó.

Mientras me giraba nuevamente al coche prosiguió diciendo

—     No soy persona de hacer estas cosas pero. ¿Te puedo invitar a algo para agradecerte el detalle que has tenido conmigo?

—     Normalmente no acepto este tipo de proposiciones pero… —y volví a sonreír mientras me aproximaba hacia ella.

Cogió del bolso las llaves de la cancela de entrada y nos dirigimos hacia el ascensor. Yo la seguía y el ambiente se tensó un poco. Ella sacó otra llave y la utilizó para activarlo y que nos llevara a la planta ático. No habíamos llegado al tercer piso cuando, tras cruzar una mirada, nos abalanzamos el uno hacia el otro, fundiéndonos en un beso abrazándonos y manoseándonos.

El timbre del ascensor nos anunció que habíamos llegado a nuestro destino y, al abrirse la puerta continuamos con el baile de besos y caricias.

—     Espera un segundo. Ahora vengo. —Dijo mientras se giraba y desaparecía por una puerta.

Me dirigí hacia el sofá contemplando las maravillosas vistas que tenía ese salón. Se podía ver toda la ciudad. Me senté y eché una mirada a mí alrededor. Estaba en un salón de con doble altura, con una decoración escasa pero exquisita y un aroma a incienso de flores.

Apareció por donde había venido pero esta vez sin el ruido que provocaban sus tacones,, se acercó a una al botellero del bar que había en la sala y, después de descorchar una botella y trastear un poco tras la barra, se acercó trayendo un par de copas de champán.

—     Me encanta hacerlo con champán —dijo mientras me ofrecía la copa y se bebía la suya de una vez.

Hice lo mismo que ella y depositamos los recipientes sobre el suelo de la doble altura que había en el salón.

Se echó sobre mí y comenzamos a besarnos mis manos buscaban su espalda sus culo mientras ella me cogía la cara y seguía besándome. Me pareció estas hiperventilando porque no creí que el efecto del champán me hubiese afectado pero fui entrando en un estado de embriaguez en el que era plenamente consciente de lo que pasaba, pero el mundo iba a cámara lenta. Ella se separó de mí y se quitó la camisa dejando sus dos hermosos pechos sujetos por un sostén de encaje negro. Se lo bajé con cuidado liberando sus pechos y comencé a comerme esos manjares. No lograba entender porque la voracidad se me había pasado y me apetecía comérselos con dulzura.

Se levantó y, cogiéndome la mano, me condujo a su habitación. Pulsó un interruptor y se cerró una cortina tras un gran ventanal que cubría una pared entera, transformándolo en un gigantesco espejo.

Comenzó a desnudarme a los pies de la cama y solo podía dejarme llevar disfrutando de sus caricias y besos. Puso sus dos manos en mi pecho y haciendo una leve presión, me sentó en la cama.

De pié ante mí, comenzó a quitarse la ropa. Apoyó un pié sobre mi rodilla y se quitó una media, acto seguido la otra. Dio dos pasos hacia atrás y girándose se bajó la falda y se quitó el sostén dejando a la vista esas turgentes nalgas y su delicada espalda. Qué maravilla de mujer tenía ante mí. Estaba muy excitado pero sin embargo, debido al efecto del champán, solo tenía una erección mediana. Se volvió a girar mostrándome sus preciosos pechos. Se reclino mirándome con picardía y no podía quitar la mirada de esos pechos colgando. Se echó las manos a la tanga, se la bajó hasta los tobillos liberando primero un pie y luego el otro. Se irguió nuevamente y de lo que ahora no podía quitar la vista era de una enorme polla que le era imposible levantarse más por su tamaño.

Mi cerebro se sorprendió con la visión pero mi cuerpo seguía como un autómata en ese estado de semi-embriaguez. Seguía ávido de sexo con unas ganas irreprimibles y sin embargo jamás pude imaginarme en esta situación. Se acercó y volvimos a besarnos con la misma intensidad. Acercó sus labios a mi oído y me susurró

—     En una media hora larga se te pasará el efecto. Mientras, déjame disfrutar de ti

Terminó de decir esto cuando se irguió apoyando un píe junto a mi cadera en la cama y, agarrando su polla y mi pelo, acercó su enorme glande que introdujo suavemente en mi boca entre abierta. Para sorpresa mía comencé a lamerla y a chuparla buscando placer en ello. Solo aquellos que han tenido una en la boca sabrán que se siente cuando ese sabor ácido se va endulzando  a medida que la saliva lubrica la boca. Miraba hacia arriba y veía eso enormes pechos moverse al compás del movimiento de las caderas y me encantaba verlo. Había estado otras muchas veces así pero esta, en vez de tener un chochito en la boca, se abría paso hacia mi garganta un glande del tamaño de una ciruela. Ella seguía empujando cada vez más adentro y a mí se me venían arcadas a cada centímetro que ganaba. Cuando creía que me ahogaba la sacaba entre gemidos de placer para volver a meterla cuando ya casi recuperaba el aliento. Con las dos manos agarrando mi cabeza apretaba su pelvis contra mi nariz inundando toda mi garganta haciendo llorara mis ojos. De pronto paro y restregó el glande contra mi lengua a la vez que vertía varias gotas de líquido pre-seminal sobre mi lengua y me pedía que lo degustara.

—     Échate boca abajo sobre la cama ­— Me solicitó dulcemente

Accedí sin rechista y tras colocar un cojín bajo mi pelvis, y sacar algo de la cajonera junto a la cama, se colocó entre mis piernas estiradas. Sentí como abría mis glúteos y sentí como pulverizaba mi ano con un spray. La relación de relax que tenía era increíble. Había untado mi ano con un gel y jugaba con sus dedos insertándolos dentro de mí nunca había sentido algo tan placentero en mi ano, y la verdad es que me estaba encantando.

Se echó sobre mí apoyando sus pechos contra mi espalda colocando la punta de esa enorme verga a las puertas de mi culo. Pensé que me dolería mucho y, aunque lo lógico hubiera sido ponerse tenso, seguía relajado por completo y con la sensación de tener algo adormecido el ano. Con los primeros centímetros que su verga se introdujo abriendo mi esfínter, sentí solo una sensación de quemazón y, a medida que iba insertándola más, esa quemazón se convirtió en un punzante dolor. Ahondó hasta que la tuve completamente dentro y aunque la entrada estaba adormecida, el interior de mi recto trataba de acomodarse a la dilatación provocada por ese enorme falo. Se mantuvo quieta un rato y luego comenzó a moverse poco a poco de afuera hacia adentro. La sensación de quemazón se extendió por todo el interior.

El sonido de un doble bip que provenía de un reloj que había sobre la cajonera hizo que sacara suavemente su miembro de mi ano y se incorporase. Giré la cabeza buscándola con la mirada y ella me combinó a darme la vuelta. Me eché boca arriba sobre la cama y me acomodó el cojín bajo mi zona lumbar y, elevando mis piernas asiéndolas por los tobillos, se arrodilló entre estas para volver a penetrarme. Antes de volver a metérmela, la untó con el gel y vertió un parte de este sobre mi miembro.

—     En breve se te pasará el efecto de mi champán especial — decía mientras sentía como su polla volvía a hacer estragos en mi ano y prosiguió diciendo—Recuerda todas estas sensaciones placenteras y trata no pensar en prejuicios y tabúes. Sigue disfrutando de esto como yo.

Podía ver a esa preciosa mujer encima de mí, como se movían sus pechos mientras me follaba y el dolor de mi ano se había convertido en una sensación placentera.

A los pocos instantes la sensación de abotargamiento se fue pasando y empecé a recuperar mis sentidos. Miré hacia el ventanal y me vía con las piernas en alto y una mujer envistiendo mi culo. Y os preguntareis que qué fue lo que hice. Agarré mis piernas por las corvas y me liberé. Ella sonreía a la par que gemía y con sus manos liberadas se echó sobre mí y empezó a morderme los pezones a la vez que comenzaba a pajearme. Mi polla se irguió como no lo hacía desde la pubertad y ella se irguió nuevamente para pajearme fuertemente con una mano y a pellizcarme los pezones y lamerme los pies. Un dolor punzante, parecido al que había sentido cuando me la metió por primera vez, se apoderó de mis testículos y, acto seguido, me corrí como nunca lo había hecho, llegando a alcanzar mi cara los primeros chorros de esperma que brotaban de mi polla.

Entre gemidos de placer y envestidas, Mónica sacó su miembro de mi ano y al grito de me corro, me corro, me rogó que se la chupara una vez más. Me incorporé medio tambaleándome y abrí la boca. Ella me agarro del pelo y con una violenta embestida estrelló su polla contra mi garganta y tras retirarla un par de centímetros, me inundo la boca con su cremosa y agria leche, que se salía por la comisura de mis labios, en una interminable corrida. Se desplomó exhausta sobre mí y nos fundimos en un beso en el que compartimos todos nuestros fluidos.

Unos instantes más tarde me sumía en un profundo sueño….