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Lo que soy para Clarisa I

en Transexuales

Sentado en la sala de espera de la consulta veía pasar al personal del hospital uniformado de aquí para allá y no podía más que asimilar que la gran mayoría eran mujeres. Y los pocos hombres que se veían eran en su gran mayoría de mantenimiento o celadores. “El mundo está a punto de caer en manos de las mujeres. El futuro es suyo”. Una vos femenina estridente pronunció mi nombre completo conminándome a pasar a la consulta número 5.Hastiado de tanta espera, me levante sumergido en una nube de semiconsciencia y llamé a la puerta de la consulta y entrar tras escuchar el permiso de una mujer.

Sentada tras una mesa estaba una preciosa joven doctora de cabello rubio y severa expresión vestida con bata blanca y chaleco de cuello a la caja. A su lado pero de pie en la esquina de la mesa, una enfermera entrada en años y casa afable que invitó a sentarme en la silla.

—Buenos días.­­— dije mientras me sentaba dirigiéndome a ambas.

—Buenos días. – Respondió la enfermera en tono jovial. — ¿Me da la documentación que le ha dado su médico de cabecera?

Yo se la di y ella se la pasó a la doctora tras echarle un vistazo. Intercambiaron entre ellas algunas palabras a la que yo no le eche mucha cuenta.

—Acompáñeme — dijo la enfermera señalando la camilla situada tras unas cortinas. —Bájese los pantalones, apoye los codos en la amilla y deje sus nalgas expuestas —término de decir.

En ese mismo momento salí de mi estado de ensimismamiento y recordé porque estaba allí. A mi padre le había detectado un tumor en el colon y, como podía ser genético, nos habían recomendado que nos hiciéramos un reconocimiento para descartar tener pólipos y en esas estaba yo.

La enfermera me pasó una toalla húmeda entre las nalgas para asear la zona y me pidió que permaneciera así un momento que la doctora procediera. Escuché a la doctora espetar a la enfermera una frase para que saliera a por algo que llamó por su siglas supuse y, tras escuchar el ruido de la puerta al cerrase un paso de tacones se dirigió hacia mí hasta ponerse a mi espalda. No medió palabra cuando sentí el frio del gel derramarse y chorrear por mis nalgas.

—Apoye el pecho sobre la camilla y abrase las nalgas con las manos si es usted tan amable—Escuche decir a la doctora tras de mí. Y así procedí.

—Lo que voy a hacer ahora es introducir un dedo en el recto para detecta la presencia de abultamientos anormales. Trate de relajarse. —Concluyó

Masajeó mi ano unos segundos y con determinación introdujo su dedo. Empezó a moverlo en círculos lentamente y de dentro hacia afuera. La sensación que esperaba fuera desagradable, fue bastante placentera y en pocos segundos me había relajado.

—Esta zona es que le toco ahora está pegada a la próstata. Usted debería hacer esto mismo para reconocerla y, de vez en cuando, repetir esta misma operación para ver si aumenta su tamaño. —Decía a la vez que concentraba la presión en la zona y repetía los movimientos circulares.

—Cómo puede sentir es una zona muy sensible —Dijo mientras introducía un segundo dedo y aumentaba el ritmo del masaje —y a la mayoría de los hombres que lo prueban les encanta.

Y justo cuando concluyó la frase retiró ambos dedos de mi ano. Cuando tomé consciencia de como estaba, me encontraba con la cara apoyada de lado en la camilla y la boca abierta sobre un cirulo húmedo de babas. Las manos abriendo mis nalgas todo lo que podía, mi polla erecta y una sensación de orfandad en mi culo producida por la retirada inesperada de los dedos de la doctora.

Me vi en esa postura y con esa sensación y me vestí como un rayo y me apresuré en sentarme nuevamente frente a la doctora.

—No he detectado nada anómalo—Me dijo y, dándome una tarjeta concluyó —No es muy correcto pero, si quiere que termine su diagnóstico con mayor profundidad y un trato más personal, concierte una cita llamando al número que aparece en la tarjeta. La dirección está ahí también reflejada.

Con las mismas salió por la puerta que había tras la mesa y entró la enfermera que me dijo que ya podía marcharme.

Estuve unos días dándole vueltas a la cabeza pensando en ello que había sucedido. Quería contárselo a alguien pero me daba vergüenza. El diagnostico había sido claro ¿O no? Pero lo peor de todo era la calentura con la que me había dejado. ¿Querría de verdad que me hicieran un reconocimiento más a fondo? Y sobre todo ¿Iba en busca de placer o en busca de un mejor diagnóstico? ¿Qué me había propuesto en realidad? La duda me consumía y decidí llamar a la consulta de la que me había facilitado número de teléfono y dirección.

Cogí el teléfono móvil y llame. Saltó un contestador anunciando la consulta de la doctora Escolari  y, tras  seguir marcando una serie de opciones hasta llegar a concertar una cita, me pidió que dejara mis datos y que me llamarían para confirmar esta. A las horas recibí un mensaje de texto que confirmaba mi cita a las 18:00 de la tarde del viernes.

Entré a las 17:45 en la consulta que se situaba en el ático de un bloque de edificios de una zona de las más lujosas de la ciudad. Me senté en una butaca a solas. Tomé una revista de una mesa central y esperé por más de media hora. De una puerta salió una mujer bien vestida acompañada de una jovencita muy alta y morena que llevaba una bata blanca y, tras acompañarla a la puerta y echar el cerrojo, me pidió que la acompañara. Anduve por un pasillo y la chica me pidió que me desnudara, me aseara y me pusiera un pijama y unas zapatillas que había en la estantería de una habitación y que, cuando hubiera terminado, fuera hasta el despacho  final del pasillo donde me esperaba la doctora. Me desnudé y me aseé en un bidé. En la estantería había un pijama de hospital y comencé a ponérmelo. Los puños, la cintura y los tobillos de este no tenían gomas en su lugar había unas tiras del velcro.

Entré vestido de esa guisa y me encontré a la doctora sentada tras la mesa y a su ayudante de pié  a su lado. Me invitó a sentarme y está vez, al contrario que en el centro de salud, era ella la que me daba instrucciones. Me puso por delante un documento a firmar con varias hojas y me explicó que era un documento estándar en el que daba mi consentimiento de lo que me iban a hacer, que me había informado de los riesgos y para la protección de datos. También era para que lo cubriera mi seguro. Firmé en cada hoja y la chica se lo llevó. Al rato de estar en silencio volvió la chica.

—Procedamos—Dijo la doctora levantándose.

Se quitó la bata y la colgó en un pechero. Llevaba unas botas de tacón altas, medias negras, falda de tubo hasta las rodillas, y camisa blanca escotada, Se soltó el pelo que llevaba recogido en una cola y se lo acomodó sobre los hombros.

La enfermera fijó bien los velcros de mi cinturón, mis muñecas, mis tobillos y uno que no me había percatado tenía en el cuello. Una vez hecho esto empezó a rasgas la tela del pijama por las perneras del pantalón dejándome desnudo de cintura para abajo. Me pidió lo mismo que la enfermera del centro de salud y ahí estaba yo otra vez con el culo expuesto y lubricado por un gel fresco.

—Activa el protocolo de seguridad—Le ordenó a la chica.

Esta cogió un mando y tras pulsar unos botones escuché ruidos de persianas y vi cómo se cerraban las persianas de la amplia habitación y se iluminaba con luz artificial.

—Esta vez— comenzó a decir delante de mí mientras se desabotonaba el escote de su camisa y dejando a la luz sus enormes pechos esféricos y perfectos—Voy a usar para el reconocimiento otro utensilio que deberá procurar usted que esté limpio.

A esto la chica empezó a rasgar la tela del pijama dejándome completamente desnudo salvo por las tiras de velcro, con el miembro erecto y cara de mameluco.

Se acercó flotando sobre sus tacones a un sillón. Se paró justo delante y su ayudante, después de arrodillarse a sus pies, metió sus manos por debajo de la falda de tubo y le quitó con sumo cuidado la ropa interior blanca, deslizándola a lo largo de sus piernas y sacándosela por los pies uno a uno.

—Venga, arrodíllese junto a Clarisa y verifique el instrumental.

Me acerque a ella que ya se había sentado en el sillón con las piernas entre abiertas. Me quedé parado, relamiéndome, expectante ante la visión de su sexo y la  más que probable de follarme a la doctora delante de su ayudante.

—Espera—Me ordenó. —A partir de ahora deberás hacer todo lo que te pida como un perrito faldero y, de lo contrario, sentirás un dolor profundo producido por las correas que llecas adheridas al cuerpo. No trates de quitártela porque todas, excepto la de los tobillos, se activan por proximidad. También se puede activar a distancia

Justo después de decir esto y como ella había previsto, mi primera reacción fue quitarme la tira de velcro que llevaba en la cintura. Zas!!! Un pinchazo seco me recorrió la cintura y la muñeca que me hicieron caer de rodillas sobre el regazo de la doctora.

—Súbeme con cuidado la falda y devórame.

No entendía tanta parafernalia para obligarme hacer una cosa que iba a hacer, hasta que alumbró su sexo cuando su vestimenta remangué en su cintura. Un enorme falo hiniesto se apareció ante mis ojos a escasos centímetros de mi boca. Antes de que pudiera reaccionar y empezando a ver la utilidad del sistema de pulseras que llevaba puesto, ella lo agarró por el tallo y mi lo acercó.

—Lámelo sólo con la lengua—Me susurró Clarisa al oído.

Mi cabeza era incapaz de combinar correctamente tantos estímulos, Sentía palpitar mi corazón en las ligaduras, el rastro de dolor por la descarga, los susurros de Clarisa, los aromas de los perfumes de ambas mujeres mezclados con los de sus propios cuerpos y sobre todo el de la polla de macho que, ya lamida por mi lengua que sentía y apreciaba su sabor…

—Saca la lengua y métetela poco a poco en la boca hasta la garganta—Más susurro de Clarisa en mi oído a los que yo obedecía como hipnotizado por su voz, —Muy bien, así, así y ahora sácala dejando su cabeza y vuelta a empezar… No pares… así, muy bien. Siente como engorda en tu boca y relámete de gusto… así, así, que siena ella como te gusta…

Lamía y relamía una parte de esa enorme polla que me obligaba, ya dura como el acero, a mantener la boca completamente abierta. Clarisa me acariciaba la cabeza como se acaricia a un gato de angora. A la voz de “un poco más” me empujaba la cabeza para que me introdujera un poco más adentro. Me daban arcadas cuando la introducía en la garganta y me obligaba ir un poco más allá de lo soportable. Justo en ese momento de angustia me liberaba la cabeza para me recompusiese y, teniendo el glande sobre la lengua, distinguía el sabor de su liquido preseminal viscoso diluirse con mi saliva.

—Vamos con el último achuchón—me dijo. Pero yo estaba exhausto por la falta de aire y la irritación en la  garganta y me intenté retirar.

Cuando hice el amago de retirarme, ella se reclinó sobre mi cabeza, agarrándome por el pelo y dejó caer todo su peso con lo que engullí toda la polla que me hervía en la garganta. Mi nariz se apretó contra el abdomen de la doctora que empezó a convulsionar. Yo intentaba zafarme sin mucho éxito mientras Clarisa zarandeaba de lado a lado mi cabeza asida por los pelos pero la polla pétrea de la doctoras me tenía fijado domo un barco a su ancla. Las exclamaciones de placer a gritos por el goce que le estaba provocando alcanzaron mis oídos y alentaron en mí la esperanza de que en breve terminaría ese castigo y, momentos más tarde sentía los chorros de leche tibia derramarse por mi garganta. Después de unas cuantas convulsiones sentí como Clarisa liberaba mi cabeza y poco a poco hasta volver a dejarme con el glande cálido y ya no tan grande nuevamente sobre m lengua.

—Lame y relame, Trágate todos sus jugos hasta dejarla completamente limpia— Me ordenó al oído nuevamente la ayudante con su voz cálida y sosegada.

La obedecí. Lamí y relamí su polla, sus huevo, su pelvis, sus ingles, hasta dejarla bien limpia.

Me dejé caer sentado hacia atrás con tan mala suerte de que, al colocar la mano derecha cerca de la cintura, una descarga de doler me volvió a recorrer el cuerpo y opté por tirarme sobre el suelo brazos en cruz para que no se volviera a repetir tan desagradable experiencia.

No es que estuviera despierto ni que me hubiera dormido, pero estaba intentando asimilar lo que había sucedido.

Clarisa me pidió que me levantara con cuidado y así lo hice. Me miró a la cara y comenzó a decirme

—Por hoy ha sido suficiente. En breve recibirás un mensaje con nuestra próxima cita a la que deberás acudir sin falta. Desde hoy y hasta el cumplimiento íntegro de tu contrato serás mío y me obedecerás en todo.

—¿Qué contrato? —Pregunté

—Lo que firmaste antes fue un contrato que me cede tu sexualidad hasta que cumplas alguna de las cláusulas que te liberen de él.

Cuando fui a hacerle otra pregunta me dio ordeno callar y prosiguió.

—Básicamente lo que dice el contrato es que me perteneces. La próxima vez que nos veamos te entregaré copia. Y ahora vete por donde has venido que ya me pondré en contacto contigo.

Me dí la vuelta y antes de salir le pregunté

—¿Y las correas?

—Cuando salgas y cierres las puertas del despacho se desactivarán.

Continuará