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El lago violeta (Parte 1)

en Control Mental

-¿Hipnosis?- repitió ella a modo de pregunta.

-Hipnosis- confirmé yo.

Natalia sonrió con ironía: hacía unos pocos meses que habíamos empezado a quedar y nuestra relación se podía definir con un “es complicado”. Yo no le había pedido llevar aquello al siguiente paso y ella tampoco lo había sugerido, así que como estábamos bien así, así seguíamos.

-Pensaba que no creías en esas cosas- comentó.

Me rasqué la nuca, sabía que esta parte era inevitable. Natalia tenía la mente muy abierto, demasiado para mi gusto, y se creía cantidad de barbaridades: homeopatía, energías, acupuntura y cosas así. Yo intentaba llevarla por el buen camino, pero apenas había acabado de convencerla de que los puntos del chakra eran una memez cuando me salía con alguna propiedad milagrosa de una planta tropical o un experto que había inventado el movimiento perpetuo: simplemente no daba abasto. Y una tarde en la que leía tranquilamente la biografía de Richard Feynman, encontré algo realmente interesante: él, firme detractor de la superchería y misticismo, había caído en trance hipnótico. No lo definía como un control total de la voluntad, él seguía consciente, era capaz de entender las órdenes que recibía y, simplemente, hacía lo que le ordenaban. Me quedé anonadado: autosugestión. Eso era la hipnosis. No puedes hipnotizar a alguien que no cree en ello, pero alguien con la mente abierta, alguien predispuesto a aceptar que dicho control es real… Tal vez sobre alguien así la hipnosis podría funcionar. Y, evidentemente, la primera persona en la que pensé fue Natalia.

-No creo en la magia ni en artilugios milagrosos que simplemente no siguen la lógica- me defendí- pero esto es distinto, créeme. Esto funciona.

Ella frunció el ceño y me escudriñó atentamente, intentando adivinar si le tomaba o no el pelo.

-No estoy bromeando- le aseguré, mientras me ponía la mano sobre el corazón- y puedo demostrártelo.

Natalia se mordió el labio superior; siempre hacía eso cuando no sabía qué hacer. Le sonreí con confianza.

-Déjame hipnotizarte y te lo demostraré- le pedí.

Ella suspiró, parecía indecisa.

-¿No te mueres de curiosidad?- la piqué.

-¡Claro que sí!- estalló ella- pero me da la impresión que lo que quieres es reírte de mí.

Yo me acerqué a ella y la besé en la frente. Luego la cogí suavemente de las mejillas y la miré a los ojos.

-Te juro que esto va en serio- afirmé con rotundidad- déjame demostrártelo.

Ella me miró con una mezcla de ternura y miedo. Parecía un animalito asustado.

-Como luego sea broma, verás- dijo con un hilo de voz.

Me levanté del suelo y fui a por mi cartera. Saqué de ella todo el dinero que tenía (que era bastante) y lo puse entre ambos.

-Si no consigo hipnotizarte, te daré todo ese dinero- le prometí.

Ella me miró, asombrada.

-¿Lo dices en serio?

-Natalia, joder, confía en mí- le rogué- la hipnosis funciona.

Y eso fue todo lo que hizo falta. Fue como un “click” en su mente, se quedó boquiabierta mirándome.

-¿Empezamos?- pregunté.

Ella asintió.

Me volví a levantar y traje papeles y un lápiz.

-Quiero que escribas aquí tus tres colores favoritos ordenados de más a menos- le pedí- no quiero que los digas en voz alta, solo que los escribas.

Ella obedeció y escribió los colores: rojo, amarillo y azul claro. Al darse cuenta ella que los miraba, trató de ocultarlos.

-¡No hagas trampa!- se quejó.

-Esto no es un truco de magia- objeté- no hay problema con que los vea.

Ella se encogió de hombros y me pasó la hoja. Yo la doblé por la mitad y me la guardé. Entonces me acerqué mucho a ella y apoyé las palmas de mis manos en sus mejillas, haciendo que mis dedos meñiques estuviesen muy cerca de sus ojos.

-Ahora quiero que me escuches atentamente- le ordené. Ella sonrió, emocionada, y me miró fijamente.

-Sí- respondió.

-No hables- murmuré- simplemente respira profunda y pausadamente y escúchame. En vez de asentir, quiero que subas y bajes lentamente los párpados para hacerme ver que entiendes lo que te digo, pero nunca cierres del todo los ojos.

Ella lo hizo exactamente como le había dicho. Su respiración se había hecho lenta y profunda y noté que apoyaba parte de su peso en mis manos en vez de en su propio cuerpo; sonreí con confianza.

-Quiero que trates de desenfocar la vista- le pedí- y imagines que miras hacia dentro de tu cabeza. Hazlo muy lentamente.

Ella entrecerró los ojos y se apoyó un poco más en mí, su respiración seguía siendo pesada y rítmica. Seguí un par de minutos repitiéndole que se imaginara dentro de su cabeza, que estaba muy relajada, que si sentía los ojos pesado podía cerrarlos, que podía apoyar el peso de su cabeza en mí, que no había de que preocuparse… En una de sus respiraciones profundas, al exhalar el aire, su boca quedó entreabierta. Lo cierto es que había visto muchos videos de hipnotismo, pero no estaba siguiendo ningún manual en concreto: estaba improvisando.

-Muy bien- susurré- ya estás dentro de tu cabeza, ¿verdad?

Ella asintió con la cabeza. Me molestó porque no había seguido lo de asentir con los párpados, pero hacía ya rato que tenía los ojos cerrados. Lo interpreté como una buena señal.

-¿Ves el lago?- le sugerí.

Ella volvió a asentir.

-El agua de ese lago es cálida y a la vez refrescante- le describí con voz dulce- cuando te sumerges en él, sientes como si todo tu cuerpo se desperezara, es realmente agradable.

Mientras le describía el lago, ella se desperezó moviendo los hombros y arqueando la espalda. Me quedé unos segundos atónito, con la boca abierta de par en par. Por suerte, ella no se dio cuenta.

-Sientes como el agua te rodea- continué cuando me repuse- te cubre los oídos, pero eso es incluso más agradable. Ahora tu mente ya no es escucha más que el movimiento de las aguas, y es un sonido dulce y relajante, como el del interior de una caracola.

Ella sonrió y asintió con la cabeza.

Entonces, de forma brusca, cambié el tono de mi voz. Ahora era autoritario y muy firme.

-Ahora escúchame bien, Natalia- ordené- ahora que tu mente racional está sumergida, es tu subconsciente, tu parte más animal y pura, quien por fin aflora. Ahora te has librado de todos los prejuicios, de todos tus miedos e inseguridades. Ahora eres completamente receptiva a mis palabras,  ya nada te bloquea. ¿Lo entiendes?

Ella volvió a asentir mecánicamente, con una sonrisa en los labios. Dudé. ¿Me estaría tomando ella el pelo a mí?

-Muy bien- dije de nuevo con tono suave- Quiero que imagines únicamente el color azul claro. Quiero que tu subconsciente se llene de él. Deja que lo llene todo lentamente, a cada una de tus inspiraciones, todo es más azul.

Ella aspiró profundamente y expiró relajada.

Seguí describiéndole como todo se volvía azul, como su mente era azul, y todo era azul. Cuando consideré que era suficiente, pensé en otro color que fuese parecido y pegué mis labios a su frente.

-Quiero que veas como el azul, por efecto de los rayos del sol, va cambiando. Lentamente, ves como el azul se vuelve violeta. Muy despacio, es apenas perceptible. Son colores tan parecidos que es difícil darse cuenta. Si no estuvieses completamente receptiva y libre, no serías capaz de verlo. El azul se vuelve violeta. Cada vez más violeta. El violeta lo llena todo. Violeta.

Ella tragó saliva y se tensó un poco. Yo la besé en la frente y le dije que confiase en mí, que no había nada que temer, que estaba a salvo. Yo la protegería de todo mal. Tenía que confiar en mí. Dejarse llevar. Olvidarse de todo lo que no fuese mi voz… y el color violeta. Volvió a relajarse lentamente y de nuevo apoyó el peso de su cabeza en mis manos. A mi ya se me empezaban a agarrotar, pero no estaba dispuesto a ceder.

-El lago ahora es violeta. Es el lago violeta- continué- repite conmigo.

-El lago violeta- murmuró ella con voz pastosa.

-Muy bien- susurré- el lago es violeta, ya no es azul.

-No es azul.

-Ahora quiero que veas la puerta- dije- es una puerta blanca con pomo dorado, que está dentro del lago.

Ella asintió.

-¿ves la puerta?

Volvió a asentir.

-Ábrela.

Ella dudó.

-No te preocupes- murmuré- el lago violeta es tu mente, y tu mente no se puede derramar. El agua violeta no puede atravesar la puerta, solo tú puedes hacerlo.

Ella asintió.

-Cuando cruces la puerta, al otro lado solo verás luz - murmuré.

Ella cerró los ojos con fuerza, como si una luz fuerte le apuntase directa a los ojos.

-Sientes como todo lo que has vivido dentro del lago, lo que has experimentado dentro de tu subconsciente, ha quedado dentro del lago.

Ella permaneció quieta, con los ojos cerrados con fuerza

-La luz te molesta porque  te niegas a dejar lo que has experimentado en el lago, que es donde debe estar- le expliqué- déjalo atrás y la luz se volverá agradable.

Se mordió el labio superior y a punto estuve de reírme.

-No perderás todo estas sensaciones- insistí- estarán guardadas en el lago violeta, y siempre que vuelvas a él las recuperaras.

Besé su frente una vez más.

-Estate tranquila, nadie puede quitarte nada. Tu mente es solo tuya.

Ella sonrió y sus ojos se relajaron.

-Tus recuerdos y tus emociones han quedado en el lago violeta- murmuré- no recordarás nada del otro lado, pero si la puerta blanca. La puerta blanca es la puerta a tu subconsciente. Si entras dentro de ella, podrás volver allí.

Ella asintió.

-Y ahora que estás en la más profunda blancura… te despertarás.

Ella dio un respingo y abrió los ojos de golpe. Ambos  nos quedamos mirando fijamente y poco a poco ella dejó de apoyarse en mis manos. Entonces las retiré y ella sacudió la cabeza, aturdida.

-Me siento rara- murmuró.

-¿Te acuerdas de algo?- inquirí.

Ella frunció el ceño.

-Me da un poco de vueltas la cabeza- se quejó- pero me acuerdo de lo de entrar en mi cabeza y lo de la puerta blanca.

Asentí.

-Tienes una voz super relajante- me dijo- ahora estoy un poco mareada, pero al principio me sentía genial.

-Bueno, ¿entonces ya te crees que te puedo hipnotizar?- le pregunté.

-¿Me has hecho creer que era una gallina o algo así?

Yo negué con la cabeza y le pasé el lápiz y otra hoja.

-Quiero que escribas tus tres colores favoritos, ordenados de más a menos.

-¿Otra vez?- refunfuñó ella.

-Otra vez- confirmé yo.

Se encogió de hombros, cogió el lápiz y escribió “rojo”. Tragué saliva. “Amarillo”. Luego se detuvo y se mordió el labio superior. Se dio unos golpecitos con el lápiz en la sien, como tratando de recordar.

-El tercero no lo tengo muy claro… - comentó.

Tragué saliva. Esperaba que de un momento a otro gritara: “¡Has picado!” y se echara a reir, pero no lo hizo. Al final se encogió de hombros murmurando que el tercer color tampoco era una importante y escribió con letra firme su tercer color favorito en la hoja.

El violeta.

Casi me atraganto, y me puse a toser frenéticamente. Me lloraban los ojos.

-¿Estás bien?- me preguntó.

Me serené y la cogí de las manos.

-Por favor, Natalia, se sincera conmigo- supliqué- ¿estás fingiendo todo esto para gastarme una broma?

Ella puso cara de no entender nada. Yo cogí la hoja antigua y se la entregué.

-Mira cual era el tercer color que elegiste antes de la hipnosis- le dije.

Ella abrió la hoja y arqueó una ceja.

-¿Esto lo he escrito yo?- se sorprendió.

Asentí. Ella me miró con escepticismo.

-No, yo antes también había puesto violeta- contestó- me acuerdo perfectamente.

Abrí la boca para decir algo, pero no se me ocurrió nada. Estaba en blanco.

-Ahora te lo pregunto yo- me dijo ella- ¿haces esto para reírte de mí? Porque no me hace gracia. Yo no he puesto azul claro. He puesto violeta.

Yo tragué saliva. Me temblaban las manos. No sabía exactamente qué había pasado, pero había funcionado.

-¿Hola?- me dijo Natalia- ¿estás bien?

Yo me recompuse todo lo bien que pude y la miré con intensidad. Aquello era un sueño. No podía ser real.

-Natalia, necesito hipnotizarte otra vez- le rogué.

Ella se cruzó de brazos.

-Estás muy raro- comentó.

Entonces se me ocurrió.

-¿Cuánto rato crees que ha pasado desde que hemos empezado con esto?- le pregunté.

Ella se rascó una ceja, pensativa.

-No sé… ¿Quince minutos?- aventuró.

Le enseñé mi reloj. Había pasado más de hora y media. Miró el reloj, boquiabierta. Sacó su teléfono móvil y comprobó que yo no había modificado la hora de mi reloj para engañarla.

-No es posible- dijo- no ha pasado tanto tiempo.

Aquella cara de sorpresa no se podía fingir. Ya no había duda, realmente la había hipnotizado.

-Te he hipnotizado- le dije con firmeza- has estado en trance más de una hora. Por eso estás aturdida.

Ella tragó saliva y me miró sin poder creerlo.

-Pero…

-Tu tercer color favorito era el azul claro- le dije mientras recogía la primera hoja.

Ella negó débilmente con la cabeza.

-Mediante hipnosis, ha cambiado- continué enseñándole la segunda hoja.

Ya no preguntó si le estaba tomando el pelo. Había tanta determinación en mis ojos y tan grandes eran sus deseos de aceptarlo que simplemente asintió. Yo la abracé con fuerza.

-Lo que acabamos de conseguir es totalmente increíble- le susurré- ha sido el momento más mágico de mi vida y te lo debo todo a ti.

Ella me devolvió el abrazo y sonrió.

-De nada, supongo- respondió- aunque no me acuerdo de nada.

Entonces la agarré de los hombros y la miré directamente a los ojos.

-Hay que hacerlo otra vez- anuncié- es la única forma de asegurarse.

Ella dudó.

-Solo una vez más- supliqué- solo una.

Natalia me miró con indulgencia y murmuró un “bueno”. La sujeté suavemente de las mejillas le dije que respirara hondo. Al principio estaba tensa y a pesar de lo increíblemente ansioso que estaba, me lo tomé con calma. Recité una y otra vez las frases para calmarla y para que se dejase llevar. Poco a poco, los dos volvimos a introducirnos de lleno en la hipnosis. Ella volvió a cerrar los ojos y a entreabrir la boca y yo no dejaba de hablar, las palabras brotaban automáticamente de mi boca. Aunque ahora tenía mucho más aplomo, ella estaba más nerviosa, así que me llevó un buen rato que se relajara por completo.

-Estás en tu mente, ¿verdad?- anuncié.

Ella asintió mecánicamente.

-¿Ves la puerta blanca?

Volvió a asentir. El corazón se me salía del pecho por los nervios.

-Entra.

No hubo respuesta.

-Dime el color que ves- le ordené.

-Violeta- respondió al instante.

Me costó un esfuerzo increíble no perder la compostura.

-Al otro lado de la puerta ha quedado tu yo racional- le dije- mírala.

Ella movió los ojos por debajo de sus párpados cerrados.

-Ella es tu lado racional y consciente- le expliqué- y no puede entrar aquí. El lago violeta es tu santuario. Nunca debes dejar que entre. Repítelo.

-Nunca debo dejar que entre- repitió.

-Jamás- insistí.

-Jamás- confirmó.

-Ahora escúchame bien- dije con voz firme mientras la presionaba un poco con mis manos- en este lago flotan todas tus ideas y pensamientos más profundos. Tus recuerdos, tus anhelos, tus instintos. También tus miedos y tus inseguridades. Está todo aquí mezclado, porque todo este lago es tuyo.

Sonreí y relajé la presión en sus sienes y mi voz:

-Fíjate en lo profundo y ancho que es. Eso es porque eres una persona profunda y complicada. Eso me gusta de ti, es imposible conocerte por completo y siempre me sorprendes.

Ella sonrió, alagada. La besé de nuevo en la frente.

-Quiero que imagines mi voz como lluvia que cae sobre tu lago- le pedí- ¿sientes la lluvia?

Ella asintió.

-Esas pequeñas gotas no amenazan el lago que es tu mente- le aseguré- lo complementan, le dan más vida y más color. No debes temer a esa pequeña y agradable lluvia.

Ella asintió.

-¿Temes la lluvia que cae sobre tu lago?

Ella sonrió.

-¿Por qué iba a temerla?- preguntó- hace más grande mi lago.

-Bien dicho- la felicité.

Seguí describiendo la lluvia, lo agradable que era, como hacía crecer el lago y la reconfortaba. Ella asentía a cada frase y al poco ya defendía sus bondades incluso más que yo.

-Nada malo puede venir de la lluvia- aseguró ella- si no hay lluvia, no hay lago.

Me sorprendió, porque aquello no lo había dicho yo, lo había añadido ella. Tal vez ese era el secreto, dejar que las ideas germinaran en su mente, que fuera ella misma la que les diera fuerza. Ideas inocuas que crecerían libremente en su subconsciente.

-Ahora contéstame- le ordené- ¿qué opinas de la hipnosis?

Ella parecía confundida, nunca le había hecho una pregunta y no sabía responder. Me alarmé un poco, pero improvisé rápidamente.

-Busca en el lago tus pensamientos de la hipnosis- le dije con voz suave- búscalos.

Ella volvió a relajarse y empezó a mover los ojos en todos direcciones. Estuvo así un par de minutos, hasta que sus ojos se detuvieron.

-¿Los has encontrado?- inquirí.

-Sí

Sonreí.

-Buena chica- la felicité- ¿y qué te dicen esos pensamientos?

-Son confusos- se quejó ella- no sé si creerlo o no.

-¿Los tienes entre tus manos?- pregunté.

Ella asintió.

-Son pensamientos confusos- confirmé- tienes que dejar que la lluvia los aclare.

Ella estuvo de acuerdo.

-¿Ya están bajo la lluvia?

Ella negó.

-Espera un momento, estoy subiendo.

Esperé con calma. Sentí envidia por ella, ¿realmente era capaz de ver el lago y sus propios pensamientos? Debía ser una experiencia incomparable. La curiosidad me quemaba.

-Ya- confirmó ella.

-Escucha a la lluvia, entonces- le ordené- deja que aclaren tus pensamientos.

Entonces, muy despacio, me acerqué a su oído.

-La hipnosis es buena. La hipnosis es real. La hipnosis es agradable. La hipnosis te hace sentir llena de energía. Sin la hipnosis,  no podrías nadar por el lago violeta, ni esta agradable lluvia caería sobre ti.

Volví a mi posición inicial y esperé un par de minutos.

-Ahora ya puedes volver a introducir tus pensamientos en el lago- le dije.

Ella asintió.

-Vuelve a escucharlos- le pedí- ¿Siguen siendo confusos?

Ella escuchó atentamente y negó con la cabeza.

-Ahora están claros- afirmó- la hipnosis es real y es buena.

Asentí, complacido.

-Deja marchar ese pensamiento- le pedí- deja que vuelva a su lugar, que se mezcle con todo lo demás. Que vuelva a formar parte del todo.

Ella así lo hizo. No asintió, pero por el cambio de sus facciones era evidente: estaba aprendiendo a leer su rostro. Y entonces dudé. ¿Debía salir ya de su mente? Por un lado quería confirmar el cambio, pero por otro, la tentación de cambiar algo más era tan grande…

-Necesito que busques una sensación más-le pedí.

Ella asintió, sumisa a la voz que venía de la lluvia. Tragué saliva.

-Quiero que me busques a mí- le ordené.

-Ya- dijo casi al instante- tengo tu pensamiento.

-¿Es un pensamiento grande o pequeño?- quise saber.

Ella sonrió y contestó que grande. Me sentí alagado.

-¿Puedes bucear dentro de ese pensamiento? ¿Ver sus partes?- pregunté.

Al principio ella dudó, pero de pronto pareció entender cómo funcionaba y asintió satisfecha.

-Puedo.

Tragué saliva una vez más. Llegaba el momento crítico.

-Localiza dentro de este pensamiento… chupármela- dije con un hilo de voz.

Ella no reaccionó de ninguna forma extraña. No abrió los ojos indignada, ni se sonrojó ni puso una sonrisa pícara. Estuvo un rato buscando.

-Aquí está- dijo al fin.

-¿Qué te dice?- le pregunté, ansioso- ¿éste está claro?

-Está bastante claro- confirmó- dice que no me importa hacerlo porque sé que te gusta, aunque tampoco me entusiasma. Lo hago por ti.

Sonreí.

-¿Estás seguro que está completamente claro?- inquirí- ¿no hay ni una pequeña zona confusa?

Ella examinó con atención algo que estaba fuera de mi alcance.

-Bueno- dijo muy convencida- podría estar más claro.

-¿Crees que deberías llevarlo bajo la lluvia para aclararlo del todo?- sugerí.

Ella se encogió de hombros.

-Claro- aceptó.

-Llévalo- susurré.

Ella empezó a balancearse de lado a lado. Cada vez estaba más inmersa en la hipnosis, su cuerpo empezaba a reaccionar ante lo que su mente percibía. De pronto, se paró.

-Has llegado a la superficie- anuncié.

Ella asintió, no estaba sorprendida de que yo lo supiera.

-Pon el pensamiento bajo la lluvia- ordené- deja que lo aclare del todo.

Sus brazos se elevaron un poco y quedaron suspendidos en el aire. Me adelanté de nuevo. Esto llevaría más tiempo, ya que estaba más claro. Cuando estaba junto a su oído, empecé a susurrar.

-Tenemos un vínculo. Es un vínculo que nos une y nos hace compartirlo todo. No es algo que se pueda ver, pero sabemos que está ahí. Es un vínculo que se va reforzando cada vez un poco más. Cada vez más.

Mi mente trabajaba frenéticamente, buscando las palabras adecuadas.

-¿No te da la impresión que ese vínculo es más fuerte cuando demostramos nuestros sentimientos el uno por el otro?

Ella asintió.

-¿No es el sexo una forma de demostrar esos sentimientos?- sugerí- ¿no es una de las muchas formas de demostrar esos sentimientos?

Volvió a asentir.

-Y los vínculos son especialmente fuertes cuando demostramos esos sentimientos. Tan fuertes, que incluso eres capaz de sentir lo que siente el otro, ¿no te parece?

Asintió por tercera vez.

-Así que mientras me la chupas, me estás demostrando esos sentimientos con muchísima fuerza. Es una demostración completa de lo que sientes. Lo sabes.

-Lo sé- confirmó ella.

Y durante ese momento, nuestro vínculo es más fuerte que nunca- proseguí- no hay ninguna otra situación que provoque una conexión tan profunda. Es una conexión completa. Sabes que es así.

Ella asintió.

-Cuanto más placer me das, más fuerte es el vínculo, y cuanto más fuerte es el vínculo, más comparto mis sentimientos y sensaciones contigo, y cuanto más comparto mi placer, más placer sientes tú. ¿No es cierto?

Ella asintió.

-Cuanto más placer me das, más placer sientes tú. ¿No es eso?

Asintió.

-Repítelo- le ordené.

-Cuanto más placer te doy, más placer siento- repitió.

-Y sabes cuanto placer me da que me la chupes, ¿verdad?

Ella asintió.

-Un placer muy intenso y además una conexión que casi se desborda- proseguí- un placer que tú también eres capaz de sentir. ¿No es cierto? ¿No es cuando me la chupas que sientes el placer más intenso?

Ella suspiró profundamente y asintió. Parecía excitada.

-¿No tienes unas ganas de sentir ese placer?

-Sí

-¿No sientes por todo tu cuerpo la necesidad de chupármela?

-Sí- respondió ella mientras respiraba entrecortadamente.

-Ahora ya puedes volver a dejar el pensamiento en su sitio- le dije- no la dejes donde sea, déjala en su sitio.

Ella asintió mientras su pecho bajaba y subía rápidamente.

-Ya está en su sitio- me informó.

-Ves a la puerta blanca y atraviésala- ordené. Estaba excitadísimo. Y ella era evidente que también. Me relamía solo de pensar en lo que iba a pasar.

Ella movió la mano como si girara un picaporte  y entonces entrecerró los ojos, como si una luz potente la molestara.

-Recuerda que debes dejarlo todo atrás- le recordé.

Ella suspiró con consternación. Y justo cuando sus ojos se relajaron también lo hizo su respiración. Lo pensé un segundo, y tenía sentido. Volvía ahora a ser su yo consciente, lo había dejado todo atrás. Ella no era un animal, tenía autocontrol sobre si misma. Me obligué a mi mismo a relajarme y la mantuve en la blancura un par de minutos mientras recuperaba mi respiración normal. Mi pene latía con fuerza en mis pantalones, pero no iba a permitir que se me notara.

-Y ahora que la puerta está cerrada y estás en la profunda blancura… te despertarás- murmuré.

Ella abrió los ojos de golpe, justo como antes y carraspeó. Se llevó las manos a las sienes y se las masajeó.

-Joder, que dolor de cabeza- se quejó con los ojos cerrados con fuerza

No dije nada y esperé a que se serenara. Entonces me miró.

-Bueno, ¿ya estás contento?- me increpó, algo molesta.

-¿Qué opinas ahora del hipnotismo?- pregunté.

Ella puso cara de paciencia.

-Bueno, pues lo mismo de antes, está claro que es real- sentenció ella- y me parece que puede ser muy beneficioso… pero tienes que arreglar lo del dolor de cabeza, ¿eh?

La miré triunfante. Lo había vuelto a conseguir. Ya no recordaba lo que opinaba antes. Me dio un escalofrío, aquello era, simplemente, asombroso. El poder de sugestión que había demostrado tener el subconsciente me dejaba pasmado.

-Basta de hipnosis, ¿vale?- me pidió ella- me va a estallar la cabeza.

Asentí. Por ahora, no había necesidad de más. Se levantó y fue al baño, se lavó la cara. Luego fue a la cocina y bebió un poco de agua.

-Mucho mejor- dijo con una sonrisa cuando volvió a entrar en la habitación.

-Bueno, ¿y qué te apetece hacer?- le pregunté.

Ella se sentó delante de mí y acercó las manos al dinero con picardía, pero yo lo cogí rápidamente y lo volví a guardar en mi cartera. Ella se rió, juguetona.

-No sé, lo que quieras- me dijo.

La miré a los ojos. La última prueba.

-Me la podrías chupar- sugerí.

Ella soltó una carcajada incrédula.

-Capullo- me dijo.

Y nos quedamos mirándonos. Yo le sonreí con confianza. Ella puso la misma cara que ponía cuando le ofrecían un postre y estaba a dieta. Su mirada descendió lentamente hasta mi entrepierna. Se mordió el labio. Me dio miedo haberme excedido en mi sugestión y que tuviera una especie de crisis, pero al final resopló y sonrió.

-Vale va- aceptó.

No podía creerlo. ¿Qué probabilidades había de que respondiera a eso positivamente de forma natural? Yo la conocía, y sabía que prácticamente ninguna. Me incorporé y me bajé los pantalones. Ella se arrodilló frente a mí, agarró mi pene y empezó a masturbarme.

-Eres un consentido, ¿lo sabías?- me dijo con una sonrisa pícara.

-Lo sé- respondí devolviéndole la sonrisa.

Y empezó a chupármela. Pero no era igual que las otras veces, había algo distinto. Normalmente solo se oían mis graves gemidos, pero esta vez, eran sus gemidos, en parte bloqueados por mi pene, los que se escuchaban. Hacía con toda su pelvis movimientos de vaivén, como si la estuviese penetrando. Parecía que estaba disfrutando incluso más que yo. Se empecé a acelerar mucho, cada vez más. No pude soportarlo y me corrí en su boca. Ella chilló de gusto y se dejó caer para atrás, con la boca llena de mi semen.

-Joder, ha sido increíble- jadeó.

Se incorporó y empezó a lamer mi pene, que ya empezaba a ponerse flácido.

-No no no no no- gimoteó ella- necesito más.

Me agaché y la besé en la frente.

-Tendrás que hacértelo tu solita- le dije- yo estoy satisfecho.

Ella abrió mucho los ojos, incrédula.

-¿Pero de qué vas?- me increpó.

-Si no te parece bien, no me la chupes más veces.

Aquello sí que la descolocó. Me miró con desafío, pero poco a poco bajó la vista.

-Vale, me acabo yo- accedió.

-Buena chica- dije mientras le acariciaba la cabeza- ya te diré cuando me la puedes chupar otra vez.

Vi el brillo de indignación en sus ojos, pero arqueé una ceja y se dio cuenta que ella ya no tenía ningún poder.

-Vale- dijo con un hilo de voz.

-Así me gusta- la felicité- mientras me levantaba. Así me gusta.

 CONTINUARÁ