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El lago violeta (Parte 5)

en Control Mental

Una lucecita se encendió, indicándome que el café estaba listo. Agarré la jarra por el asa y la extraje. Serví dos tazas y dejé el resto en la cocina. Cogí dos sobres de azúcar con los dientes, las tazas como buenamente pude y fui al comedor, donde Julia esperaba. Le puse uno de los cafés delante y le ofrecí uno de los sobres de azúcar. Abrí el mío de un tirón, lo volqué íntegramente sobre la infusión y empecé a agitarlo tranquilamente. Julia permaneció quieta, mirando el café, absorta.

-Se te va a enfriar- le advertí.

-¿Le has echado algo? –preguntó.

Yo asentí.

-Veneno- bromeé-. Le da un toque inesperado.

A ella no le hizo gracia la broma. No me sorprendió, la verdad.

-Julia, te aseguro que no soy un monstruo- le dije muy seriamente, sin dejar de remover mi café- no sé a qué cosas horribles crees que me dedico, pero yo NUNCA he hipnotizado a Natalia sin su consentimiento, ni siquiera creo que sea posible; ni la he forzado a permanecer aquí contra su voluntad y desde luego nunca la he drogado para abusar de ella o controlarla. 

Ella permaneció callada, mirándome. Suspiré con exasperación, le arrebaté su café y le di un largo trago; no pude evitar poner una mueca, porque al no llevar azúcar estaba muy amargo. Esperé unos treinta segundos, y como seguía vivo, se lo ofrecí de nuevo a ella, con gesto ofendido. Ella lo aceptó y le dio un sorbito.

-No te entiendo- murmuró.

-No es muy difícil –aseguré-. Los hombres no somos difíciles de entender.

Ella se acercó el café a la nariz y dejó que los vapores la rodearan.

-Eso creéis vosotros –dijo al cabo de un rato-. Os creéis que las mujeres os deberían entender fácilmente y os autocalificáis como simples, brutos, directos, animales; y os sentís orgullosos de ello, de pensar que sois previsibles y se os ve venir de lejos. Pero os equivocáis, no es así. Conozco una palabra que define vuestro comportamiento bastante mejor.

-Ilústrame –le pedí con ironía, algo incómodo.

-Sociópatas –respondió simplemente, con la mirada perdida-  putos sociópatas.

Fui a decirle que se equivocaba, que eso era generalizar y que no eran más que prejuicios. Estuve a punto de hacerlo. Pero no lo hice.

-Reconozco que los motivos que os mueven suelen ser casi siempre los mismos- continuó-, pero los métodos que empleáis para conseguir esos objetivos… Os ciega la polla, y de pronto sois incapaces de diferenciar entre lo que está bien o mal. Lo que es permisible y lo que no lo es. Cosas como el respeto, jugar limpio o las normas, simplemente dejan de formar parte de vuestras decisiones. Perdéis por completo la empatía.

Me miró y en sus ojos solo había hielo. No sabía si prefería el fuego de antes o aquello, la verdad.

-Así que no me digas que no eres un monstruo- me pidió con calma- Porque sé que tienes esa parte oscura por dentro, que la has permitido aflorar muchas, muchas veces. Y que lo volverás a hacer sin dudarlo en cuanto la situación lo permita.

Yo bebí otro trago de mi café, incómodo. Me miraba con tanta fuerza que parecía que iba a atravesarme. Y por primera vez me planteé seriamente si estaba bien lo que estaba haciendo. Al fin y al cabo, ¿qué derecho tenía yo para remover la mente de ella? Se suponía que los pensamientos eran las cosas más sagrada y personales de cada uno, algo que no te podían quitar, tu fortaleza inquebrantable. Pero yo había roto esa norma.

-Creo que estás dramatizando- murmuré.

-No –aseguró ella- Estoy convencida de que cuando piensas en ella la ves taladrando su garganta como has hecho hace poco, y que como ella parece disfrutar (eso lo admito) consideras que el camino que ha conducido a esa situación es perfectamente justificable.

-Nunca le he hecho daño- aseguré- Jamás le haría daño.

-Es gracioso que digas eso –comentó, gélida- Porque no hace tanto que ha soltado el alarido más espantoso que yo haya escuchado en toda mi vida. Y ha sido por hurgar en su mente.

La imagen de Natalia arqueada, pálida, con el cuello tenso por la fuerza con la que estaba gritando me vino con fuerza.

-Si tú no te hubieses puesto tan nerviosa y hubieses seguido mis instrucciones, no habría pasado nada- me defendí, cada vez más tenso.

-Yo no quería cambiar nada- dijo sin perder la calma- Tú forzaste la situación para que yo me viese obligada, poniéndola en riesgo. Y puestos a buscar culpables, eso no se habría producido si tú no la hubieses hipnotizado en primer lugar.

Me quedé helado, porque llevaba razón. Ahora que no estaba Natalia delante era capaz de controlar su ira. Si durante la cena había demostrado tener una habilidad para el debate formidable, su nueva actitud la mejoraba incluso más.

-Y no solo eso –prosiguió- ¿No te ha contado como estuvo el tiempo que decidió alejarse de ti?

Negué con la cabeza: ella no me había querido contar nada, así que lo único que sabía era lo que me había dicho aquella primera vez.

-Lloraba casi todas las noches porque no podía dormir, ni tan siquiera descansar –me contó- Apenas comía, y no tenía ganas de nada: si no hubiese estado yo a su lado para obligarla a alimentarse y a moverse, no sé que hubiese pasado. La vi consumirse lentamente, lo mismo que una drogadicta, y solo podía observar, impotente. Ella parece que se ha olvidado del infierno que vivió (no sé si es cosa tuya) pero yo no puedo olvidarlo. Así que si vuelves a decir que nunca le has hecho daño, no respondo de mis actos. Sé que perderé a Natalia para siempre si lo hago, pero no consentiré que la persona más buena y maravillosa que conozco se pudra y se marchite por culpa de un malnacido que ni siquiera es  capaz de ver el daño que causa. Si te obstinas en seguir haciendo esto, quiero que lleves encima el peso de la culpa no solo por la vida que le estás robando, sino por el dolor que le infliges quieras o no, y que no sentiría si la dejases marchar.

Empecé a sentir un dolor agudo bajo los pulmones, como si algo se revolviera con saña dentro de mí. Ella no dejó de hablar, pero yo ya no oía nada. Me entró una arcada tremenda, me levanté de la silla a toda prisa, fui al baño y vomité. No dejaba de temblar y el dolor no desaparecía. Me dejé caer de rodillas frente al váter y se me empañaron los ojos. La cabeza me daba vueltas y me caí al suelo. Y no, el café no estaba envenenado: era la culpa. Quien piense que un dolor mental no puede afectar con tal fuerza al cuerpo, que la mente no tiene tanto control sobre el cuerpo, debería replantearse como cree que funciona la hipnosis. En cierto modo, ella me había hipnotizado, aunque eso no me hacía sentir menos culpable.

Oí unos pasos que se acercaban. Era Julia, que me miraba con lástima.

-¿Te has dado cuenta del daño que le has hecho y que le estás haciendo, verdad? –preguntó.

Yo desvié la mirada, pero no podía ocultarle lo que sentía: en aquel momento podía leerme como un libro abierto.

-Ya no puedes borrar lo que ha pasado, pero aún puedes evitarle mucho sufrimiento a Natalia –siguió.

Quería ir a la habitación y rogarle a Natalia que me perdonase, tal vez aún seguía despierta. Pero no me restaban fuerzas para moverme.

-Deshipnotízala y déjala elegir –insistió- Y si aún así decide volver, no la vuelvas a hipnotizar. Entonces te prometo que respetaré su decisión. No seremos amigos, porque no puedo perdonarte que la estés haciendo pasar por esto, pero no saldrá de mi boca una crítica.

La miré a los ojos. Y ella hizo algo que yo no esperaba: me dejó ver lo que sentía, no trató de enmascarar sus emociones. Me quedé sin aliento, estaba completamente desesperada. Y comprendí de pronto que ella lo había pasado incluso peor que Natalia con todo aquello. Primero, viendo como de la noche a la mañana Natalia se convertía en una chica taciturna y apática por culpa de algo que yo, que se suponía que me tenía que preocupar por velarla, no solo había permitido, sino que había provocado. Luego su sombría batalla para evitar que Natalia se autodestruyera mientras peleaba contra la hipnosis, solo para comprobar que al fin había sido todo en vano cuando ella se rindió y se arrastró a mi encuentro. Sin darle un segundo de tregua, luego la mudanza. Contemplar con impotencia como ella se llevaba todas sus cosas, todos sus recuerdos, para no volver jamás, saber que íbamos a estar tanto tiempo juntos, solos, bajo el mismo techo y que no habría nadie para protegerla. Y, sin duda, la peor parte fue la última. Semanas y semanas de incertidumbre. Conversaciones cortas y crípticas con ella, siempre por mensaje. ¿Era realmente ella quien hablaba? ¿Estaba bien? ¿Qué más había implantado en su mente? Eran preguntas que la inquietaban. Tener que intentar seguir con su vida mientras su mente no dejaba de asediarla con imágenes escalofriantes de lo que podría estar pasando. Me asombraba el autocontrol que había demostrado: era una mujer tremendamente fuerte. Era la persona más fuerte que conocía. Desde luego, mucho más fuerte que yo.

Y tomé la única decisión que me pareció humana: aceptar lo que ella me pedía y darle, por fin, un poco de paz a aquella mujer.

-Tú ganas –murmuré- La liberaré.

-No gano yo –me corrigió- Gana Natalia. Y, aunque no te lo creas, ganas tú.

Yo traté de sonreír, pero no fui capaz.

-Lo más importante que tienes que quitarle es la orden que la obliga a amarte incondicionalmente –continuó- Esa es la que está haciendo todo este daño.

-No la he hipnotizado para que me ame –susurré sin fuerzas.

-¿Y entonces por qué quiere seguir aquí, por qué se niega a irse? –inquirió- Lo he visto en sus ojos, la hipnosis le da miedo, no tiene sentido que permanezca aquí sino es por eso.

Fruncí las cejas. La única condición que yo le había puesto era que sintiese el deseo de chupármela y que gozase con ello. Esa era toda mi ilusión, todo el poder que ejercía sobre ella. Y, a pesar de eso, y ya bajo el influjo hipnótico, ella se había ido tres semanas y había vuelto dispuesta a apuñalarme. Ese día debía estar en su punto de mayor influencia, por la fuerza acumulada fruto de no cumplir con la orden, y me insultó, me gritó, me amenazó y poco faltó para que la cosa llegase a peores. Todo cambió después, empezamos a vivir un sueño… pero las hipnosis eran las mismas. Cuando había salido por última vez del trance, el dolor tenía que haber sido tan espantoso que era imposible que durante las tres semanas de incomunicación lo hubiese pasado peor. Y Natalia sabía que era por culpa de la hipnosis… Sin embargo, aún había querido quedarse a mi lado. Y me había dicho que me quería no mucho después de eso, a pesar de saber que el dolor era por mi culpa. La presión de mi pecho remitió y me inundó una sensación tan cálida que se me saltaron las lágrimas.

-Porque realmente me quiere –descubrí- Porque no la hago desdichada, a pesar del dolor que pueda causarle.

-No hace falta que sigas fingiendo todo eso –me dijo- a mí no me tienes que convencer de nada.

-No finjo nada, es evidente –le contesté, mientras sentía como recuperaba mi aplomo- Sé que no la he obligado a amarme, y sin embargo lo hace.

-No te ama de verdad–siseó entre dientes.

Me incorporé pesadamente.

-Escúchame- le ordené- No niego el daño que le he hecho, y tampoco el que te he hecho a ti. Eso me apena profundamente, lo creas o no. Pero ahora sé que lo que ella siente es real, y sé que una semana, dos o las que sean lejos de mí y sin la hipnosis no cambiarán nada. Lo sé porque tampoco cambiarán lo que yo siento por ella. ¿No me crees? Me es indiferente, el tiempo me dará la razón.

Julia apretó los labios, aturdida al ver el poco tiempo en el que había recuperado mi fuerza.

-Soy consciente de cuanto la quieres –continué- Y precisamente por eso no tienes nada que temer. No voy a arrebatártela, ni voy a impedir vuestra amistad. Ni siquiera voy a impedir que ella te escuche si quieres hablarle mal de mí. Porque básicamente nada de eso hará que deje de quererla, ni que ella deje de quererme a mí.

Ella tragó saliva.

-Me gustaría poder creerte, de verdad –murmuró-. Pero he visto como te metes en su mente. He visto como retuerces las palabras y como la conduces a donde tú quieres sin que ella se dé cuenta. Sencillamente no me puedo permitir confiar en ti, no voy a bajar la guardia ni un segundo.

Yo avancé para salir del baño. Ella estaba en la puerta, y abrió mucho los ojos, asustada. Retrocedió sin dejar de mirarme hasta chocar contra la pared. La miré extrañado y pasé de largo. Oí como respiraba entrecortadamente… ¿Qué había pensado que le iba a hacer? Fui hasta mi ordenador y lo encendí. Esperé hasta que estuvo encendido y accedí a la carpeta donde guardaba toda la información que había ido reuniendo sobre la hipnosis, entre ellos este diario. Me giré para decirle algo, pero no estaba. Me acerqué al baño, y ella seguía apoyada contra pared. Tenía la vista perdida.

-¿Estás bien? –le pregunté.

Se sobresaltó al oírme, estaba muy rara.

-Quiero que veas una cosa –le dije.

Ella dudó, pero me siguió. La hice sentarse frente al ordenador y le di el ratón.

-Aquí está absolutamente todo lo que he hecho estas semanas –le expliqué.

Ella me miró, sorprendida. Yo permanecí impasible.

-Te traeré más café.

No sé cuanto rato estuvo leyendo. Pensaba que lo pasaría un poco por encima, pero devoró cada una de las palabras. No solo se centró en mis documentos más “científicos” y objetivos, digámoslo así, sino que también leyó el diario hasta el punto que tenía escrito (que sería hasta el capítulo 3), el que como vosotros sabéis contiene descripciones bastante gráficas de nuestras relaciones sexuales. Y lo leyó sin dejarse nada. Cuando tenía alguna duda, consultaba alguno de los otros documentos, por lo que se le fueron acumulando en la pantalla. Yo, con mi taza en la mano, me fijaba en que estaba leyendo y en su reacción. Tenía tanta práctica en leer el rostro de Natalia que no me costó mucho habituarme a leer el de Julia: me costaba más porque sus gestos eran mucho más sutiles, supongo que porque se esforzaba más por parecer impasible. Pero aún así, vi vergüenza, ira, angustia… Pero, por encima de todo, curiosidad. No dejaba de confirmar lo que había notado durante la sesión anterior: La hipnosis, igual que a mí, la fascinaba. Lo que no entendía entonces era por qué se había mostrado tan reticente a manipular a Natalia. Era algo que se me escapaba. ¿Cómo podía estar tan interesada por saber cómo funcionaba y a la vez tan poco en hacerlo ella misma?

Por fin, acabó de devorar todo lo que yo había escrito. Se lamió los labios, resecos por culpa de los restos de café que se le habían quedado pegados y me miró.

-¿Eso es todo? –quiso saber, inquieta.

Yo asentí.

-No puede ser –murmuró- No lo puedo creer.

-Te lo juro, Julia –aseguré- No he hecho más que esto.

-Pero ha sido tan poco… y la ha afectado tanto…

Tenía la mirada perdida, igual que antes y parecía agotada. A ambos nos faltaban horas de sueño, la verdad.

-No puedo aceptarlo… -se quejó amargamente- No quiero aceptarlo.

Y, súbitamente, lo entendí. Fue algo tan repentino que ella se dio cuenta y me miró, alarmada. Yo le devolví la mirada con más intensidad que nunca. ¿Por qué sentía curiosidad por la hipnosis si no quería practicarla? ¿Por qué insistía tanto no solo en que liberase a Natalia, sino en que me sintiese culpable y decidiese dejarlo? ¿Por qué se había asustado tanto cuando pensaba que me dirigía directamente hacia ella? ¿Por qué le daba miedo confiar en mí?

La respuesta era obvia: tenía miedo de que yo la hipnotizase. Natalia y ella eran muy parecidas, pero ahora ella estaba rendida a mis pies y era incapaz de alejarse de mí, me necesitaba y estaba dispuesta a renunciar a su libertad. Todo porque yo la hacía sentirse bien. Hacía que no tuviese que preocuparse por pensar, solo tenía que obedecer. Solo tenía que rendirse para poder disfrutar de que yo la usara.

Y tenía miedo de que la hipnotizase… porque eso la atraía. ¿Qué clase de persona se interesaba por la hipnosis pero no deseaba ejercerla sobre otros? Alguien que desea que la ejerzan sobre sí mismo. Alguien que tiene que ser fuerte en todos y cada uno de los aspectos de su vida y que por eso nunca baja la guardia, aunque quiera. Alguien cansado de controlarlo todo, de no delegar nunca en los demás, de no poder confiar, de no poder abrirse a nadie. Alguien que, sencillamente, no puede cargar con todo pero no sabe parar.

-Necesitas descansar –le susurré con tono dulce- Ya has hecho bastante.

Ella se alarmó y se levantó de la silla, dejándola caer al suelo.

-Necesitas confiar en mí –continué- ya no puedes negarte.

Yo di un paso hacia ella, pero retrocedió.

-Para –me pidió, con voz quebrada.

Pero yo no lo hice, seguí avanzando lentamente, y ella retrocedía al mismo ritmo. Yo no dejaba de susurrarle que se relajara y que confiase en mí. Que se dejase llevar. Que yo me encargaba. Tanto retrocedió que chocó contra la pared del salón, pero yo no detuve mi avance. Trató de escabullirse por un lado, pero avancé lateralmente a la vez que ella y la arrinconé en la esquina de la sala.

Ella se quedó quieta y yo mantuve las distancias y me la quedé mirando. Estaba pálida. Estuvimos así, sin decir nada, un par de minutos.

-¿Me hipnotizarías si pudieras, verdad?- preguntó con un hilo de voz, rompiendo el silencio.

-Claro- respondí al instante.

Ella se estremeció y se apretó todo lo que pudo contra la esquina.

-¿Y qué me obligarías a hacer…?- susurró.

En vez de responder, me acerqué un poco más. Ella trató de empujarme, pero yo era más grande y me mantuve en el sitio, presionando para seguir avanzando. Sentí como sus brazos temblaban por el esfuerzo de mantenerme a raya. Apretó los dientes y aguantó con desesperación, aunque ambos sabíamos que era cuestión de tiempo que se quedase sin fuerzas.

-Relájate –insistí.

-Por favor, no me hagas nada –suplicó, aún sin ceder, pero con cada vez menos fuerzas.

-¿No quieres saber que te haría hacer si te hipnotizase? –pregunté.

Di una fuerte sacudida y sus brazos cedieron finalmente, mientras ella soltaba un quejido ahogado. Nuestros cuerpos se pegaron: sentí sus pechos apretados contra mi torso y el aliento que salía con cada uno de sus jadeos. Sus manos seguían entre nuestros cuerpos, atrapadas. Ella me miró: estaba paralizada por el miedo. Yo levanté mis brazos y acaricié su pelo. Dejé que mis manos se movieran suavemente, hasta que las coloqué sobre sus mejillas. Ella sabía que así empezaba la hipnosis, lo vi en sus ojos. Me quedé así, muy quieto, sin dejar de mirarla. Ella siguió pegada a mí, respirando entrecortadamente y con ojos asustados. Podía hipnotizarla, estaba seguro de ello. Sabía que no confiaba en mí en el sentido tradicional del término, pero no necesitaba que lo hiciese: ella estaba tan convencida de que yo podía hipnotizarla si me lo proponía que todo lo demás dejaba de ser relevante. La hipnosis no deja de ser autosugestión: si crees firmemente que te pueden hipnotizar y pueden doblegar tu voluntad, pueden hacerlo. Y si no lo crees, no pueden. Esa es la magia de la hipnosis.

-¿No quieres que te hipnotice? –le pregunté- Sabes que puedo hacerlo.

 Ella no respondió, siguió mirándome, asustada. Decidí aprovechar su mutismo.

-Solo tienes que decirme que no quieres y me apartaré –le prometí- Pero dímelo.

-Yo… -murmuró ella.

-¿Te da miedo que cambie algo, verdad? –inquirí.

Ella siguió muda, pero lo pude ver en sus ojos.

-Te prometo que no tocaré nada –le prometí- Simplemente dejarte llevar, llegar al trance, ver el interior de tu mente y salir. Sabes que te dolerá la cabeza si cambio algo, no tienes que tener miedo.

Ella tragó saliva.

-Si lo rechazas ahora, nunca más te lo volveré a ofrecer –le aseguré- Olvidaremos este momento y seguiremos odiándonos como si tal cosa.

Ella intentó girar la cabeza, pero como la tenía sujeta de las mejillas no se lo permití.

-Yo amo a Natalia –le aseguré- Y no tengo intención de engañarla. Ya bastante daño le he hecho. No voy a aprovecharme de ti mientras estás en trance, ni voy a implantarte nada. Ni tan siquiera voy a mirar tus recuerdos. Lo único que quiero es que confíes en mí y ver como te dejas llevar, Julia. Admiro la fuerza que tienes, la verdad es que me abruma. Por eso necesito ver que eres humana, que también eres capaz de dejarte llevar. Y creo que tú también quieres hacerlo. Quieres comprobar que se siente al dejarse arrastrar por la corriente por una vez, en lugar de luchar contra ella.

-Por favor… -sollozó ella.

-Dime que no lo deseas –la reté- Y te juro que me apartaré. Podrás contárselo incluso a Natalia, si quieres.

Ella abrió la boca para decir algo, pero se le atragantaron las palabras. Yo lo único en lo que podía pensar era en ver como cerraba los ojos y en llegar hasta lo más profundo de su ser. Aquella idea me quemaba las entrañas y me hacía temblar. Era la parte oscura de mi interior, de la que había hablando Julia, gritándome, azuzándome. Ella tenía razón, no podía controlarlo.

-Voy a empezar a hablar muy despacio –le dije- En el momento que quieras que pare, no tienes más que decírmelo y lo haré.

Ella trató de moverse, pero no se lo permití.

-Hace mucho que no descansas –susurré con voz dulce- Y no me refiero solo a esta noche, en la que no has podido dormir, a pesar de que no te restan fuerzas. Es algo que ya llevas arrastrando de hace tiempo. No me refiero a un cansancio físico, tú lo sabes. Me refiero a ese embotamiento en tu mente, que te impide dejarte de llevar, incluso con los ojos cerrados. Nadie debería sentirse así de cansado jamás, independientemente de las circunstancias. Mereces descansar. Mereces poder confiar en que alguien velará tu sueño. Mereces poder cerrar los ojos y que las preocupaciones desaparezcan durante un tiempo, para poder tener un respiro.

Ella me miraba con ojos vidriosos, pero sin detenerme.

-Esto no es parte de la hipnosis, solo te digo lo que pienso –mentí- ¿No opinas tú lo mismo? ¿No crees que mereces poder descansar?

 Se le llenaron los ojos de lágrimas y asintió muy despacio. Yo la besé en la frente y ella no se resistió.

-Claro que lo mereces –confirmé- Da igual cuantos enemigos haya fuera. Dentro jamás podrá entrar ninguno. Dentro, en tu mente. ¿No quieres ir allí… estar en un lugar completamente plácido, tranquilo y seguro? ¿No darías lo que fuera por estar allí, aunque fuese solo un día, una hora, un instante? ¿Es lo que quieres, verdad?

Ella volvió a asentir sin apartar sus ojos de los míos. Mi mente trabajaba a mil por hora. Tenía que conseguir que siguiese asintiendo a todo lo que le dijese. Sí, sí, sí; siempre sí. Tenía que conseguirlo. Ya no había vuelta atrás.

-Es muy fácil conseguirlo –le susurré- Lo sabes perfectamente. Solo tienes que hacer lo que te pido. Y no te estoy pidiendo nada complicado, al contrario. Lo único que te pido es que te relajes. Que respires hondo. Que confíes en mí. Son cosas sencillas, ¿verdad?

Ella volvió a asentir. Sentí como se relajaba un poco y quitaba las manos de entre nuestros cuerpos. No quise apretarme más contra ella, porque la verdad es que me estaba excitando y no quería aplastar mi polla contra ella: podría incomodarla y a la larga sería contraproducente, así que me retiré un poco, para dejarle espacio.

-Es algo tan sencillo, tan tentador –susurré- simplemente respira hondo, llena tus pulmones y luego suelta el aire lentamente por la boca.

Ella obedeció y una pequeña corriente de aire caliente me dio en la cara. Olía a comida china y a café. Sentí como empezaba a apoyar un poco su peso en mí. No quise hacerme ilusiones, podía ser porque estaba de pie y se estaba cansando.

-Nada puede hacerte daño ahora porque yo no lo permitiré –le aseguré- Apóyate en mi sin miedo. Yo te sostendré. Estás muy cansada, las emociones del día y la noche en vela te están venciendo poco a poco. Apóyate. Déjate llevar.

Ella apretó los dientes y retiró el poco peso que había dejado sobre mí. Me sentí sorprendido y  frustrado, pensaba que ya la tenía.

-Estás agotada –le aseguré- Ha sido un día muy duro, pero ha valido la pena. Has conseguido todo lo que tenías planeado, has hecho justicia. Ahora el mundo es un lugar mejor y es todo gracias a ti y solo a ti. Sabes que es cierto. ¿No te sientes satisfecha?

Ella sonrió levemente, pero no asintió. ¿No estaba funcionando? ¿Por qué al principio si parecía funcionar y ahora ya no? ¿Qué había cambiado…?

Siguió respirando hondo. Ni tan siquiera había conseguido que cerrase los ojos. Y me miraba con cada vez más aplomo. Y me di cuenta de que no lo iba a conseguir. Por algún motivo, el guión que seguía con Natalia estaba provocando un efecto contrario en Julia. Tratar de que se relajase y de que se sintiese bien solo conseguía que perdiese mi control sobre ella. Volvió a subir las manos y las volvió a poner entre nosotros, haciendo algo de presión para separarnos. Pensé frenéticamente: no faltaba mucho para que ella me dijera que me apartase, estaba claro. Una frase equivocada más, y se acabaría todo. Sus ojos ya brillaban con fuerza. Ya volvía a sentirse fuerte, más fuerte que yo… Mucho más fuerte que yo… ¿Cómo podía someterla si ella era tan fuerte? No puedes controlar a alguien más poderoso que tú.

Solté una carcajada por lo patético que estaba resultando todo, y ella se amedrentó un poco. Y, justo en ese momento, la fuerza que hacía para apartarme se debilitó mucho. La miré, sin comprender. Ella se puso tensa y se revolvió con incluso más fuerza. Perdí un poco el equilibrio y tuve que retroceder un paso atrás. Ella me miraba, cautelosa. ¿Por qué estaba fallando? ¿No quería ella dejarse llevar? ¿Olvidarse de todo? ¿Perder el control? Entonces, ¿por qué se resistía a que yo la hipn-?

Joder –pensé- ya está claro.

Volví a avanzar hacia ella con determinación y esta vez me pegué completamente, presionándola deliberadamente con mi polla y aplastándola contra la pared. Ella se resistió, pero yo la sujeté de las muñecas y la obligué a levantar los brazos por encima de su cabeza.

-No quieres ceder el control, ni dejarte llevar –le descubrí.

Ella abrió mucho los ojos y tragó saliva.

-Ni siquiera puedes planteártelo –continué- Estás tan intoxicada por esa forma de pensar que ya no puedes librarte de ella. Lo que tú realmente quieres… es que alguien más fuerte y con más poder que tú te lo arrebate. No quieres ceder el control, quieres que te lo quiten. Así no te sentirás culpable.

Aún forcejeó un poco, pero me mostré implacable.

-Sabes que es inútil resistirse –le dije.

Pasados unos segundos dejó de resistirse, volvía tener aquella expresión de animal atrapado.

-Y sabes que yo puedo quitarte el control –razoné- Sabes que no tengo más que hurgar en tu mente y quitártelo. Y voy a hacerlo. No me andaré con tonterías ahora que lo sé. Ahora ya no podrás defenderte.

Sonreí con brutalidad y ella sollozó. La agarré con más fuerza de las muñecas y le puse los brazos verticales, para que no pudiese girar la cara.

-Vas a permanecer con los ojos abiertos y no vas a dejar de mirarme hasta que yo te lo diga –le ordené. Ella desvió la mirada y yo la sacudí un poco.

-¿No me escuchas? –le increpé, enfadado- Mírame a los ojos.

Ella lentamente los volvió hacia mí.

-Ahora escúchame atentamente –le dije- Vas a sentir tu cuerpo muy cansado, como si te estuviese drenando la energía. Sientes como cada parte de tu cuerpo que está en contacto con el mío va perdiendo sus fuerzas. Te las estoy arrebatando. ¿No sientes el frío intenso que te provoca?

Ella se puso pálida y empezó a temblar.

-No puedes negarlo –continué- Sabes que solo está en tu mente, pero sientes como tu cuerpo se vacía de su fuerza. Sé que lo sientes, lo noto en tus músculos. Lo percibo en tu mirada, en tu aliento. Ya no tiene sentido que te resistas, lo sabes.

Ella empezó a resoplar fuertemente. Yo me pegué más a ella.

-Además, apenas te dejo sitio para respirar –continué- sientes que no le llega suficiente aire a tus pulmones y que por mucha sangre que bombees, tu cuerpo no tiene suficiente oxígeno.

Ella arqueó el cuello y trató de respirar hondo, pero yo la apreté incluso más.

-Te vas a ahogar –le aseguré- Vas a morir contra esta pared.

Todo su cuerpo empezó a temblar violentamente y sus ojos se abstrajeron. Estaban abiertos, pero no estaban mirando nada.

-¿Y sabes por qué vas a morir? –le susurré.

Ella trató de boquear, angustiada. Me empecé a preocupar: tenía espacio de sobra para respirar aunque yo la presionara, pero realmente se estaba quedando sin aire. Tenía que darme prisa.

-Vas a morir simplemente porque yo quiero –le dije- Porque no tienes poder para impedírmelo. Porque, te resistas o no, no hay diferencia.

Ella boqueó con desesperación, con los ojos desorbitados. Me aparté bruscamente de ella, pero sin soltarle de las muñecas. Ella inspiró con violencia y empezó a toser. Se quedó colgando de los brazos, con la cabeza gacha.

-Piensas que te has librado, ¿verdad? –le susurré.

Ella intentó levantar la cabeza para mirarme. Yo la miré desde arriba, con dureza.

-No es así –le aseguré- Eres una personita débil y no necesito usar mi superioridad física para someterte.

La solté de los brazos y cayó pesadamente al suelo. Intentó rodar a un lado torpemente, pero solo consiguió quedarse boca arriba, jadeando. Me agaché con agilidad y la agarré con el pulgar y el índice de la barbilla, obligándola a seguir mirándome.

-Estás tan debilitada que simplemente por estar boca arriba se te aplasta el tórax –le describí- Tus pulmones no tienen fuerza para hincharse y llenarse de aire.

Ella volvió a poner cara de angustia y a boquear desesperadamente.

-Esta vez no te voy a liberar –le dije- te vas a ahogar.

Se le llenaron los ojos de lágrimas, que empezaron a correrle por las mejillas. Al contrario de cuando hipnotizaba a Natalia, no estaba disfrutando con esto. No dejaba de oír las palabras de Julia, resonando sin parar en mi cabeza. “Sé que tienes esa parte oscura dentro”. Ella se llevó las manos al cuello.

-Solo tienes una salida –murmuré, pálido- evádete. Huye a tu mente.

Ella me miró con la cara roja del esfuerzo.

-Huye –continué-, deslígate de tu cuerpo. Cierra los ojos y, simplemente, ríndete.

Ella se tensó bruscamente.

-Cuando tu mente deje de controlar tu cuerpo, respirarás automáticamente –le dije, aterrorizado, al ver que no conseguía que entrase en el trance- ¡EVÁDETE, JULIA!

De pronto su cuerpo, antes contraído y rígido, se desplomó de golpe y quedó inerte. Yo temblaba. Su pecho no se movía. Sus ojos se habían quedado abiertos, mirando el vacío.

Estaba muerta.

 Me dejé caer a su lado, completamente en shock.

La había matado. Había matado a una persona.

Me miré las manos, que empezaron a temblarme violentamente. La parte oscura de mi interior. Era un monstruo. Le cerré los párpados, la cogí por debajo de la espalda y de las rodillas y la levanté. Tal vez aún podía salvarla si la llevaba al hospital. Si le ponían uno de esos chismes que daban descargas eléctricas, conseguirían que el corazón le volviese a latir. Estaba enajenado, lo admito, y empecé a caminar, tambaleándome, hacia la puerta.

De pronto, Julia hizo un ruido. Me quedé inmóvil, esperando para ver si se repetía, o había sido mi imaginación. No escuché nada. La tumbé en el sofá y le apreté el cuello con fuerza con mi mano derecha. Tenía pulso. ¡Tenía pulso! Me derrumbé en el suelo y le di gracias a Dios de que Julia siguiese viva. Me pasé la mano con la cara, estaba empapado en un sudor frío y pegajoso. Fui al baño, encendí la ducha, me arrodillé y dejé que el agua me empapase la cabeza. Estaba helada, pero no me importó. Estuve así, sin moverme, hasta que me empezaron a castañetear los dientes. Entonces corté el agua y me sequé la cabeza con una toalla, pero le frío no se me iba. Busqué el secador de Natalia, lo conecté a la corriente y lo puse a máxima potencia. Al cabo de un par de minutos, se me pasó el frío y me sentí mucho mejor. Me tambaleé hasta el comedor: Julia seguía tumbada en el sofá, con los ojos cerrados y ahora respirando con normalidad. Tal vez estaba inconsciente, o en coma… o en trance. Me humedecí los labios, indeciso.

-¿Julia? –la llamé- ¿Me escuchas?

No me importaba que decir su nombre debilitase el trance. Necesitaba saber si me oía. Pero no hubo respuesta.

-Julia, contéstame –le pedí.

Pero nada, sus labios permanecieron cerrados.

-Julia, estás atrapada dentro de tu propia mente –le dije- no podrás salir hasta que yo te lo diga. Así que si no contestas, te quedarás ahí para siempre.

De nuevo, solo silencio. Agaché la cabeza, desesperado. Tragué saliva y reuní las fuerzas que me quedaban para un último intento.

-¿Sabes que voy a hacer ahora que no puedes defender a Natalia? –me arriesgué- Voy a arrebatarle su voluntad. Ya nada puede impedírmelo. Ahora será mi marioneta para siempre.

-No la toques –susurró apenas imperceptiblemente.

-¿Eso es todo? –dije, eufórico, al ver que me respondía- No parece que te importe mucho.

-¡No la toques! –gritó.

Sonreí y me arrodillé frente a ella.

-No voy a hacerle nada, Julia –aclaré- Necesitaba llamar tu atención.

-Sácame de aquí –me ordenó- Me has prometido que no cambiarías nada.

Sonreí, era cierto que se lo había dicho, pero también le había asegurado que iba a robarle el control y a dominarla.

-Sí, claro –me evadí- Cumpliré lo que dije.

Todo era tan diferente de lo que pasaba con Natalia… Me sentía desorientado, no sabía como actuar. Necesitaba tiempo.

-¿Ves el lago? –le pregunté.

-No estoy en mi mente –me dijo ella- No sé donde estoy, pero no estoy allí. Esto no es un lago.

-¿No? –pregunté, sorprendido- ¿Y qué es?

-Es una especie de fortaleza, rodeaba de un prado que llega hasta donde me alcanza la vista –describió.

Yo asentí, en silencio. ¿Era posible que la representación de la mente de Julia fuese distinta a la de la mente de Natalia? Era innegable que estaba en trance, aunque llegar a él no podía haber sido más distinto. Mientras que para hacer entrar en trance a Natalia había tenido que hacer que se sintiese tan relajada, tan cansada y con tanta confianza en mí que aceptase “desconectarse”, a Julia había tenido que provocarle tanta angustia que se había visto obligada a “desconectarse”, también. Pero no convenía empezar a hacer conjeturas tan pronto. Cogí una libreta y un lápiz y empecé a escribir, en líneas generales, lo que estaba pasando y lo que había pasado, no quería olvidarme.

-¿Puedes moverte por el castillo? –le pregunté a Julia, sin dejar de escribir.

-Claro –respondió- Pero no puedo salir fuera de él. Ni tampoco puedo despertarme, aunque sé que es algo que solo está dentro de mi mente.

-¿Has buscado la puerta blanca? –sugerí.

-Sí, la he buscado –asintió- pero no he encontrado nada.

Si su mente tenía una representación diferente, la salida de ella también podía tenerla. Y la forma que adoptaban sus pensamientos ahí dentro también sería distinta. Incluso la forma que debía adoptar yo sería diferente.

-Descríbeme un poco el sitio –le pedí.

-Pues no sé –respondió- Es un castillo enorme, lleno de habitaciones con cosas muy distintas.

-¿Hay más gente en el castillo? –pregunté- ¿Puedes ver a alguien?

-No –respondió ella- Estoy sola.

-¿El castillo es tuyo? –le pregunté.

-Evidentemente –contestó.

Estaba prácticamente convencido de que era su mente. Ahora era yo quien debía definir las cosas y darles forma.

-Quiero que vayas a la sala de trono –le pedí- ¿Sabes dónde está?

-Sí –respondió- ¿Para qué quieres que vaya?

-En el trono encontrarás una campanilla –le dije- Quiero que la hagas sonar.

-¿Así podré salir? –preguntó.

-No –respondí- así llamarás a un criado.

No parecía muy convencida, pero aceptó. Acabé de escribir todo lo que había pasado, pero decidí que seguiría apuntando lo que pasase.

-Ya he tocado la campanilla, pero no viene nadie –me dijo al cabo del rato.

-Ten paciencia –le respondí- el criado que aparecerá será tu mayordomo personal, que siempre acudirá cuando lo llames con la campanilla. ¿No oyes sus pasos acercándose, retumbando por toda la cavernosa habitación?

-Me estás influenciando –se quejó.

-Por eso sabes que el mayordomo aparecerá –le aseguré- Sabes que el poder que tengo sobre ti es grande.

Ella arqueó las cejas, sorprendida.

-Ya ha llegado –murmuró- Es increíble.

Yo sonreí, recuperando un poco de mi ánimo. Ahora tenía que pensar; tenía que reimaginarlo todo. Mejorarlo, incluso.

-Pídele que te lleve a la biblioteca –le dije- Allí empezaremos a buscar respuestas.

Julia asintió.

-La biblioteca que vas a encontrar es inmensa –le dije- Será tan grande que simplemente será inasumible para ti.

-¿Y cómo voy a encontrar algo ahí, entonces? –preguntó Julia- El mayordomo me ha dicho que él tampoco sabe encontrar nada en la biblioteca.

Aquello me dio ánimos. Había interactuado con un producto de su mente, y no me había hablado como si estuviese hablando conmigo, fuera de su fantasía, sino como con una voz omnisciente, y no había sido consciente que mi descripción de la biblioteca la había influenciado. Era buena señal. Era una señal realmente buena.

-El mayordomo debe estar extrañado ante esa pregunta, ¿no te parece? –sugerí.

Ella frunció el ceño.

-Sí, parece sorprendido –admitió.

-¿Por qué iba a querer la reina buscar ella misma algo en la biblioteca? –seguí- Para eso está el bibliotecario que trabaja allí siempre… ¿No?

Ella puso cara de entendimiento.

-Claro –respondió- No había caído.

Pasó casi un minuto en el que Julia permaneció callada. Su pecho subía y bajaba rítmicamente. Sería tan fácil meter las manos por debajo de su camiseta y sobarla…

-Vaya, sí que es grande la biblioteca –comentó, sacándome de mis pensamientos.

Fruncí el ceño: no me estaba diciendo cuando llegaba a los sitios. Tendría que remediarlo de algún modo. Pero mejor más adelante, ahora había cosas más importantes que hacer.

-Pídele al bibliotecario el libro que contiene tus recuerdos de esta noche –le pedí- La única copia que existe de él.

Ella asintió. No estaba seguro de que había entendido ella sobre como la había hecho caer en el trance, y yo necesitaba saberlo. Sé que le había prometido no mirar nada, pero a la mierda eso. No iba a transformarla en mi esclava y estaba seguro de que podía hacerlo. Tampoco iba a convencerla de que nos dejase a Natalia y a mí en paz. Estaba seguro de que era más de lo que ella me daría si estuviese en mi lugar, así que pensaba sacar algo bueno de aquella pesadilla que habíamos vivido.

-Aquí tengo el libro –me dijo- Si pudiese enseñárselo a Natalia, vería como eres en realidad.

-Te dije que si querías que parara no tenías más que decirlo –me defendí.

-No podía respirar, mucho menos hablar –me acusó- ¿Cómo iba a querer morir asfixiada?

Vale, confirmado: lo recordaba todo.

-Quiero que busques la página en la que está el momento en el que te  has levantado de la silla de golpe y se ha caído al suelo –le pedí.

Iba a intentar algo que no había probado antes, por lo menos no directamente. No sabía si iba a funcionar, pero confiaba en que lo hiciese.

-Aquí tengo la página –me dijo- Pero no veo como esto me va a ayudar a salir de aquí.

-Quiero que arranques todas las páginas posteriores a ese momento –le dije.

Ella se revolvió bastante y frunció el ceño.

-¿Qué pasará cuando lo haga? –me preguntó.

Yo torcí el gesto. Tenía que decirle que era lo que romper las páginas debía provocar, porque si no la sugestionaba para ello, simplemente no provocaría nada. Pero estaba demasiado lúcida.

-Mientras conserves las páginas no pasará nada, aunque estén separadas del libro –le dije.

-¿Y qué pasa si las pierdo? –insistió.

-Si las pierdes, o se destruyen… -susurré- Esos recuerdos se irán también.

Ella apretó los dientes.

-Quieres que no recuerde que me has hipnotizado –me acusó- Así no se lo podré contar a Natalia.

Chasqueé la lengua, molesto. ¿Cómo iba a convencerla de que se borrase los recuerdos? Su trance, aunque igual de profundo que el de Natalia, le dejaba mucho más control. Mi chica se mostraba mucho más colaboradora (bueno, menos la última vez), pero Julia seguía muy atenta y en guardia.

-Arranca esas página o no te dejaré salir –la amenacé.

-Pues veremos qué pasa cuando Natalia se despierte por la mañana y me vea en trance –contraatacó ella- Se sentirá traicionada y lo sabes. Se replanteará si realmente la quieres. La perderás.

Yo me rasqué la barbilla, frustrado y preocupado a partes iguales. No sabía si pasaría exactamente eso, pero desde luego que Natalia descubriese que había hipnotizado a su amiga no sería una buena noticia. Pero lo descubriría tanto si la liberaba y se lo decía ella misma al día siguiente como si me pillaba in fraganti. Tenía que forzarla a aceptarlo, pero no sabía cómo. Me daba miedo intentar otra vez presionarla con la asfixia, porque ahora sí que no tendría ningún lugar al que escapar y no tenía mucho control sobre eso: si se me iba de las manos, Julia moriría y matar a una persona era algo que yo jamás haría. Tenía que presionarla, pero de una forma no violenta, tenía que ser algo que ella estuviese tan desesperada por evitar o detener que estuviese dispuesta a perder sus recuerdos por ello. Soltó un gemido y mis ojos resbalaron por su cuerpo. Era realmente preciosa.

-No tienes prisa por salir, ¿eh? –murmuré- No te importa estar encerrada ahí dentro toda la noche, ¿eso dices?

-Saldré en cuanto me expliques como se hace –respondió- Es cosa tuya, no mía.

Puse mi mano sobre su muslo y la acaricié.

-Te diré como se sale en cuanto arranques las páginas del libro –respondí.

-No pienso hacerlo –dijo, obstinada- No voy a renunciar a estos recuerdos. Casi consigues que confíe en ti, pero ahí me has revelado que no eres más que un cerdo.

-¿Soy un cerdo, eh? –repetí, mientras subía lentamente mi mano por su muslo.

Ella no respondió.

-¿Qué estás haciendo? –susurró.

-¿De verdad lo quieres saber? –respondí. Mi mano llegó a su pelvis. Llevaba unos vaqueros azules muy ajustados.

-Hijo de puta, ¿no estarás…? –siseó.

Le desabroché los botones del pantalón lentamente.

-No muy lejos de donde estás hay una puerta con un ojo tallado en ella –le expliqué- Esa habitación es como una ventana a la realidad. Si entras ahí, recuperarás todos tus sentidos, pero seguirás sin poder controlar tu cuerpo. Podrás ver lo que te hago, sentir lo que te hago, saborearlo…

Por el leve movimiento de sus piernas supe que corría. Ya le había desabrochado todos los botones y empecé a tirar suavemente del pantalón, que se deslizó poco a poco, revelando unas braguitas grises bastante asépticas. No esperaba que nadie se las viese hoy. Le quité los pantalones completamente, aunque tuve que quitarle los zapatos primero.

-Cabrón –murmuró.

La miré a los ojos: los tenía abiertos. La saludé efusivamente y la senté para que tuviese buena vista de la escena.

-Si me tocas un pelo, gritaré –susurró- Y veremos que opina Natalia de todo esto.

Era cierto, no había pensado en eso. No tenía más que gritar y todo se iría al traste. Me alegré que no se le hubiese ocurrido hacerlo durante el trance, pues tampoco se lo impedía nada. Ella vio la inquietud en mis ojos y sonrió, triunfante.

-Libérame ahora mismo –me amenazó- O esto acabará muy mal para ti.

Estuve tentado de hacerle caso… pero la visión de sus piernas desnudas y su pecho bajando y subiendo lentamente me convencieron de lo contrario. “¡Qué coño!” me dije. Le tapé la boca con una de mis manos. Ella no podía mover ni un músculo y sospecho que no podía hacer fuerza con la mandíbula más que para hablar, así que simplemente me miró con ira.

-Así estás mucho mejor –me burlé.

Ella entrecerró los ojos, no parecía desesperada. Parecía que estaba esperando a que yo quitase la mano, sabía que tarde o temprano tenía que hacerlo. Pensé rápido: con la otra mano le quité las braguitas lo mejor que pude, las hice una pelota y las escurrí bajo mi mano. Se las metí en la boca y la obligué a cerrarla de nuevo. El odio de su mirada creció, aunque se la veía un poco asustada.

-No vas a poder escupirlas –le aseguré- No puedes hacer fuerza con los pulmones, ni con la cabeza y me parece que tampoco con la mandíbula si no es para hablar.

Decidí hacer la prueba: retiré mi mano, fingiendo seguridad. Ella soltó un ruido ahogado, apenas audible. Sonreí, aliviado.

-Muy bien, ahora ya podemos jugar –le dije.

Vi que sus piernas temblaron un poco, como si intentase cerrarlas, pero no consiguió hacerlo. Yo la agarré por las rodillas y se las abrí de par en par. Me recreé con la vista y la respiración de ella se agitó.

-El de Natalia es más bonito –comenté- Aunque el tuyo no está mal.

La volví a mirar a la cara: estaba encendida de ira y de vergüenza.

-Solo hago esto como último recurso –le dije, sonriente- Si por mi fuera, tu coñito seguiría bien protegido bajo tus bragas, pero no quieres hacerme caso.

La presencia de las bragas estaba haciendo que Julia salivase mucho, y un poco de baba empezó a resbalarle por la comisura del labio, cayendo en su camiseta.

-Te estás poniendo perdida –dije con tono socarrón- Será mejor que te quites eso.

Le levanté los brazos y le saqué en un segundo la camiseta. Llevaba un sujetador gris convencional, que no realzaba nada su pecho.

-Será mejor que te quite también el sujetador –comenté- Como medida preventiva, ya sabes.

Se lo desabroché de la espalda, liberando sus tetas. Me paseé a su alrededor. Me gustaba ponerme a su espalda, porque ella no podía volverse y se ponía nerviosa. Cuando volvía a aparecer ante ella, veía un puntito de alivio.

-¿A qué quieres jugar primero? –le pregunté- Tenemos mucho tiempo, así que no te preocupes, habrá tiempo para todo.

Le enseñé mi reloj, faltaban aún muchas horas para que Natalia se levantase.

-Hay un pequeño juego al que me gusta mucho jugar con Natalia, aunque ella siempre se cansa muy rápido –comenté- Aunque seguro que tú aguantas un montón. Yo lo llamo “La bomba”.

La levanté un poco y me colé a su espalda, colocándomela entre las piernas. Hice pasar las suyas por encima de las mías, dejándola totalmente a mi disposición. Sentí que su respiración se aceleraba.

-Las reglas son muy sencillas –le dije- Tú eres la bomba. Yo tengo que conseguir que estés el máximo tiempo posible sin explotar, pero sin que te desactives del todo. ¿No te parece divertido?

La incliné un poco a un lado y le giré la cabeza para mirarla a los ojos. Seguía enfurecida, pero estaba más inquieta que antes. Decidí que quería ver su reacción, así que la dejé en esa posición. Nos moví un poco para que el brazo del sofá aguantase el peso de su cuerpo y bajé mi mano hasta su entrepierna, aunque sin tocarla.

-Va a ser un poco difícil que me digas cuando te vas a rendir teniendo en cuenta que no puedes hablar –razoné- En otras circunstancias eso me habría parecido incluso algo positivo, pero no hago esto para divertirme, aunque te aseguro que me voy a divertir. Cuando decidas que has tenido bastante, cierra el ojo derecho y solo el derecho. Romperás las hojas del libro que te he dicho y te liberaré.

Aunque no hizo gesto alguno para hacerme ver que lo había entendido, sabía que lo había hecho.

-Última oportunidad antes de que tenga que tocar tu coño –le advertí- Preferiría no hacer esto por respeto a Natalia. No voy a penetrarte ni a correrme contigo, pero de todos modos sé que esto no es algo que ella aprobase. La compensaré, te lo prometo. Piensa detenidamente si merece la pena.

Ella no respondió, siguió mirándome fijamente con una intensidad enfermiza. Suspiré y mi dedo rozó su vagina. Ella soltó un respingo, pero no pudo hacer nada más. Bajé un poco mi dedo y empecé a seguir el trazo que hacía su raja, arriba, abajo, arriba, abajo. Cuando empezó a humedecerse, pasé a usar dos dedos, pero sin introducírselos dentro. Noté como se acaloraba uno poco, pero siguió mirándome desafiante. Al cabo de un rato, consideré que estaba lo bastante mojada y humedecí toda mi mano con sus fluidos. Subí un poco y rocé con cuidado su clítoris.

-Empieza el juego –le dije.

Empecé a masturbarla con calma, sin prisa. Noté como jadeaba detrás de la braga y como sus ojos trataban de resistirse, pero el resto de su cuerpo estaba entregado. Mi polla estaba dura como una piedra, pero ya había “jugado” a esto muchas veces, y sabía que la clave era la paciencia. Si me aceleraba mucho, con las prisas podía “pasarme” y hacer que se corriera. Y entonces, el juego acabaría. Así que seguí masturbándola con calma, poco a poco, sin variar el ritmo ni un ápice. Otra ventaja de ese ritmo tan pausado es que no me cansaba apenas, por lo que podía mantenerlo sin interrupción prácticamente todo el tiempo que quisiera.

No sé cuánto tiempo me costó, pero su pelvis empezó a acompasarse con mi movimiento. Chorreaba lo que no está escrito, tanto por la boca como por su chochito. Sus ojos se entrecerraban a veces, intentando resistirse, pero estaba claro que estaba gozando. De golpe sentí como su cuerpo se tensaba y noté una pequeña convulsión en su pelvis. Al instante me detuve y volví a humedecerme los dedos en el río de fluido que resbalaba desde su interior hasta mí  sofá. Pasé los dedos muy lentamente por su coño, mientras notaba como sus piernas volvían a relajarse.

-Casi explotas –comenté- Ha ido de un pelo.

Ella me miró con impaciencia y frustración.

-Así es el juego –me excusé ante su dura mirada- Vamos a ver cuantos más de esos podemos conseguir antes de que se me vaya la mano.

Volví a empezar a masturbarla, con mi ritmo lento pero firme.

-Normalmente a los cuatro o cinco, como mucho, Natalia ya no puede más y se me echa encima desesperada –le conté- Alguna vez se me escapa, claro, pero casi siempre paramos por eso. Pero a ti no te lo voy a dejar tan fácil.

No tardó ni un minuto en volver a arquearse y convulsionarse, y de nuevo paré. Nos miramos y yo sonreí.

-Van dos –proclamé alegremente.

Vi súplica en sus ojos, aunque mezclada con rencor y frustración.

-No me mires así –le dije- Yo paro en cuanto tú me lo digas.

Y volví a la carga. La verdad es que me costaba ir lento porque estaba excitadísimo, mi polla latía con fuerza bajo mis pantalones, pegada al culo de ella. Sacudí la cabeza, no podía hacer el tonto, tenía trabajo que hacer. Un gemido audible a través de las bragas me sacó de mi pensamiento y vi que estaba a punto. Me paré en seco y oí como soltaba un quejido ahogado.

-Gracias por avisarme –le agradecí- Haberte dejado a la tercera habría sido un descuido de novato. Pero es que no puedo pensar bien.

De nuevo, empecé a masturbarla, pero no podía dejar de pensar en follármela de una puta vez. Apenas tardó en arquearse y convulsionarse. Me detuve, pero estaba preocupado: tarde o temprano se escaparía, y no sabía cuanta resistencia ofrecería Julia.

-Vale, tengo que desfogarme –admití.

La eché a un lado, me coloqué sobre ella y comencé a masturbarme. Estaba tan dura que me corrí enseguida. Mi semen la salpicó por todo el cuerpo y ella puso cara de asco.

-No te pienso limpiar hasta que cedas –le aseguré- Tendrás que sentirlo resbalando por tu cuerpo.

Ni me molesté en ver qué cara ponía, estaba relajado y listo para cuantos asaltos quisiese luchar ella. Y si volvía a excitarme, no tenía más que volver a desfogarme sobre ella, cosa que tampoco parecía gustarle. Hice un nuevo asalto, me permití incluso apurar un poco. Julia estuvo temblando y moviendo la pelvis como treinta segundos después de que dejase de hacerle algo. La miré, pero seguía sin ceder.

-Vamos a cambiar un poco el chip –decidí- Te daré la oportunidad de rendirte después de dos asaltos. Luego después de tres. Luego de cuatro. Y así sucesivamente. Antes de rendirte, piensa bien en si aguantarás todos lo que te vendrán luego.

La verdad es que tenía que ir cada vez con más cuidado. Pasaron dos asaltos y no se rindió. Pasaron tres y más de lo mismo. Luego cuatro. Luego cinco. Luego dejé de contar y la interrogaba con la mirada cuando necesitaba descansar un poco la mano. Cada vez era más complicado, porque llegó un punto en que sus convulsiones eran ininterrumpidas, su respiración ya no podía acelerarse más y gemía al más mínimo contacto. Era complicado descubrir cuando estaba cerca (especialmente cerca quiero decir, porque cerca llevaba ya un buen rato), y tenía que seguir mi intuición, por lo que me detenía tal vez antes de lo necesario.

Llevaba más de media hora acosándola sin preguntarle (y había estado otra media hora antes de eso) y tras volver a alcanzar el límite, decidí mirar cómo iba. Tenía los ojos idos y salivaba mucho. Me fijé en que tenía todo el pecho y el vientre lleno de saliva, además de semen (tanto seco como reciente, ya me había tenido que correr varias veces). El sofá ya estaba tan mojado que parecía que alguien se hubiese orinado. Me di cuenta que la zona húmeda ya se había extendido hasta donde tenía yo las piernas. La verdad, me quedé impresionado. Chasqueé los dedos delante de ella y volvió en sí. Sin dejarle tregua, volví a empezar. Ella me miró, desesperada. Ya no veía resistencia en sus ojos, solo un deseo incontrolable de llegar al orgasmo de una vez.

-No te preocupes, aún nos quedan horas para divertirnos –le aseguré, aunque se me empezaba a entumecer el brazo- A no ser que quieras que todo esto acabe… Pero seguro que te lo estás pasando demasiado bien.

Ella me miró con ojos animales y la tentación fue irresistible. Le retiré las bragas completamente empapadas de la boca.

-Fóllame, hijo de puta –empezó a gruñir, frenética- Fóllame de una puta vez, maricón de mierda.

Decidí que ya me importaba una mierda que nos pillase Natalia. Pero iba a conseguir que aquella puta suplicase, que ya no pudiese aguantar ni una gotita de placer más y cediese.

-Ahora no voy a parar hasta que supliques –le aseguré- Hasta que estés tan desesperada que aceptes lo que sea con tal de que te deje estallar.

-No tienes lo que hay que tener para follarte a una mujer, por eso haces esta puta mierda de “jueguecito” –me picó- Eres un hijo de puta y un malnacido.

Volví a masturbarla y dejó de poder decir frases coherentes. Entre jadeos, intercalaba algún “cabrón”, un “hijo de puta” o un “fóllame”. No sé cuantas horas llevaba ya con eso. Si me lo hubiesen hecho a mí, os aseguro que me hubiese reventado la polla en la cuarta parte del tiempo, aunque dudo mucho que hubiese aguantado tanto si hubiese podido rendirme tan solo guiñando un ojo. Julia estaba resultando tan difícil de doblegar que merecía que su puta foto apareciese en la página de wikipedia sobre… joder, yo que sé… en todas.

Tampoco sé cuánto tiempo estuvimos así. Solo sé que empezó a amanecer y aún no había conseguido que se rindiese. Ya solo jadeaba. Ni gemía, ni insultaba, ni suplicaba. Solo jadeaba. Yo había dejado de masturbarme porque no quería perder tiempo y también estaba calentito. Y, por fin, llegó el momento: me harté. Sentí como se tensaba como TANTAS otras veces y paré mecánicamente. Ella gruñó (en serio, gruñó) y empezó a decir incoherencias. Decidí que no iba a conseguirlo y que me la follaba y ya está. Lo que pasase al cabo de algunas horas, poco importaba.

-Sigue, joder –suplicó al ver que no retomaba mi tortura al instante.

-No –respondí.

-Por favor, sigue –continuó.

-Ya sabes lo que quiero a cambio –dijo, aturdido.

De pronto, cerró los ojos y sentí como movía un poco las piernas.

-¿A dónde vas? –le pregunté.

-A romper las putas hojas –me dijo, jadeante.

Decidí que aquello merecía una celebración y seguí masturbándola, aunque al estar ella fuera de la habitación del ojo no lo sentiría. Cuando volvió a abrir los ojos, soltó un gemido desesperado.

-Ya está – gimió- Ahora déjame acabar de una vez.

Aceleré el ritmo, pero me detuve con precisión.

-¡Venga! –exclamó entre dientes.

-Pídemelo bien –le requerí.

-Por favor, te lo suplico, acábame –gimió.

Sonreí. Hacía rato que había superado su límite, pero estaba tan colgada que no reaccionaba. Solo al provocar yo un cambio ella había reaccionado por fin. No quería ni imaginar como se debería sentir, pero estoy seguro que estaría dispuesta a restregarse contra un cactus si fuera la única forma de aliviarse a su alcance. Aceleré el ritmo todo lo que mi maltrecho brazo me permitió, y creo que no tardé ni tres segundos en conseguir que se corriese. Se convulsionó con tanta fuerza y tanta rabia que me dio miedo que se hiciese daño y la inmovilicé lo mejor que supe. Cuando se calmó por fin, me levanté y me masturbé de nuevo sobre ella.

-Hijo de puta –masculló.

La ignoré, fui al baño y me aseé lo mejor que pude. Volví del baño con una toalla y le limpié el semen, el sudor, la saliva y sus fluidos. Luego la quité del sofá y le coloqué el sujetador y la camiseta. Llevé los cojines del sofá y las bragas al baño y las sequé lo mejor que pude con el secador. Cuando estaban razonablemente secas, volví con todo, coloqué los cojines y le puse las bragas y los pantalones. Julia no me quitó la vista de encima mientras hacía todo esto. La arrastré hasta al lado de la silla del ordenador.

-¿Qué pretendes? –me preguntó.

-Vuelve al castillo –dije- Vas a salir.

Ella me miró con desconfianza, pero cerró los ojos.

-Ahora quiero que bajes a la planta baja –le pedí- ves a la puerta principal de salida del castillo.

-Está cerrada –me recordó.

-Tú ves –insistí.

Y fue.

-La puerta está cerrada, igual que antes –aseguró- ¿Ahora qué?

-¿Está el mayordomo contigo? –le pregunté.

Ella asintió.

-Dile que llame al Guardián –le pedí.

Ella asintió.

-El Guardián es un hombre muy especial –le expliqué- Vive en tu castillo, pero no sigue tus órdenes. No puedes someterlo, créeme.

Ella tragó saliva.

-Es el único que puede abrir la puerta, nadie más que él puede –le aseguré.

-¿Y cómo consigo que abra la puerta? –inquirió.

Sonreí. Aquello iba sobre ruedas.

-Tendrás que dejarle a él tus recuerdos de dentro del castillo –le expliqué- Del mismo modo que Natalia no puede sacar sus recuerdos del lago violeta, tu tampoco puedes hacerlo. Y es el Guardián, no yo, quien se encargará de que lo cumplas.

Julia apretó los labios.

-Eres un hijo de puta –me insultó- No recordaré lo que me has hecho.

-Esos recuerdos no se van a borrar –le aseguré- permanecerán aquí, guardados. Los recuperarás siempre que vuelvas.

-No pienso volver –me cortó- Nunca podrás volver a hipnotizarme.

“Ya veremos” pensé, pero no dije nada.

-Joder, es enorme –comentó- ¿Es un ser humano?

Le contesté que no lo sabía y esperé.

-En cuanto pases la puerta, sentirás como el suelo bajo tus pies cede… y te despertarás.

Ella tragó saliva.

-Pagarás por esto –me prometió- No dejaré que Natalia siga contigo.

Yo permanecí callado, me arrodillé frente a ella y esperé. De golpe abrió los ojos y se incorporó de golpe.

-Por fin despiertas –exclamé con aflicción.

Me miró, aturdida.

-¿Qué…?

-Te has caído de la silla y te has dado un buen golpe –le recordé.

Ella frunció el ceño, confundida.

 -¿Me he caído? –preguntó.

Yo asentí, con cara de seguridad.

-Te he dicho que parecías cansada y, vamos, como si te hubieses dicho que te quería matar- le dije- has pegado un bote, has tratado de levantarte, has tropezado y te has dado un golpe importante. ¿No te duele la cabeza?

Ella puso cara de malestar y asintió.

-Estoy hecha polvo –comentó- ¿Cuánto rato he estado inconsciente?

Me encogí de hombros.

-Bastante –le aseguré- Durante un momento he pensado que te habías quedado vegetal o algo.

Ella se apretó la sien.

-Siento como si me hubiesen violado el cerebro –se quejó.

Tuve que hacer acopio de toda mi voluntad para no reírme como un descosido cuando dijo eso.

-La verdad es que cuando pensaba que no te ibas a despertar lo he pasado bastante mal –le conté- He pensado en cuanto apoyas a Natalia y en cuanto te necesita ella. Sé que tenemos nuestras diferencias, pero creo que podemos resolverlas civilizadamente.

Ella asintió, sin dejar de fruncir el ceño por el malestar general que sentía. Debía dolerle todo de las convulsiones, y debía sentir su clítoris en carne viva. Tal vez lo confundiese con ganas de orinar, no lo sé, no tengo de eso.

-Me he dado cuenta que es una tontería seguir aquí despierto solo por hacerte la puñeta –le confesé- Me voy a dormir, me caigo de sueño.

Cogí una manta y me tumbé en el sofá. Aún lo notaba un poco húmedo, pero eso solo consiguió que sonriera. Sentí un contacto en el brazo por encima de la manta y me giré.

-¿Has estado despierto toda la noche para cuidarme? –inquirió.

Yo me encogí de hombros.

-Siento no haber llamado al hospital, pero es que me entró un ataque de pánico –le dije- Lo único que he hecho ha sido vigilarte para que no te tragases la lengua y que no te movieses mucho.

Ella puso una cara muy seria y pensé que me había descubierto.

-Gracias –dijo de pronto- Pensé que eras un hijo de puta sin corazón que-

-Ya estamos –refunfuñé.

-Déjame acabar –me pidió- Pensaba eso… hasta ahora.

Me sonrió un poco. Creo.

-Esto no significa que no desapruebe todo lo que has hecho, pero me doy cuenta que no eres un desalmado total –se sinceró.

Yo sonreí, agradecido.

-Vaya, mucha gracias –le dije- Pero ya te digo que no ha sido para tanto.

Nos quedamos mirándonos unos segundos. Parecía muerta de sueño.

-Si quieres dormir… -sugerí.

-No pienso dormir contigo ni dejar que duermas con ella- aseguró.

Le miré con cara ofendida.

-No me dejas terminar –resoplé- te iba a decir que te fueses tú a dormir con ella.

Ella me miró, sorprendida.

-No voy a creer que eres lesbiana por eso –bromeé.

Ella se sonrojó un poco, pero aceptó.

-Me estoy fiando de ti –me dijo.

Yo le sonreí abiertamente.

-Lo sé, agradezco el gesto –le dije- Te juro que no intentaré nada. Ya te he dicho que estoy seguro de que ella me quiere.

Ella hizo un ademán con la mano de que no se creía nada y se metió en la habitación, cerrando tras de ella.

No tardé nada en sumirme en un dulce y plácido sueño... sobre un castillo y un lago.