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El lago violeta (Parte 2)

en Control Mental

Después de aquello, Natalia se fue a su piso. Le envié un mensaje al día siguiente para quedar, pero me dijo que estaba muy ocupada y que ya me llamaría. Evidentemente, algo iba mal. Al día siguiente volvió a excusarse, y al otro, lo mismo que al siguiente. A la semana, me dijo que lo mejor sería que no nos viéramos en un tiempo, que ya me avisaría ella: era evidente que la sesión de hipnosis la había asustado, o enfadado, o las dos cosas y no quería saber nada de mí. Fue un golpe muy duro y me deprimí bastante, no solo porque ya no podría hipnotizarla nunca más, sino porque realmente la apreciaba y la había perdido, puede que para siempre.

No me sentía capaz de contarle a nadie lo que había pasado, así que lo escribí todo en mi ordenador, para no olvidar ni el más insignificante detalle. Y me dediqué casi por completo, siempre que mis obligaciones me lo permitían, a aprender más sobre la hipnosis. Era difícil, porque no sabía qué cosas eran ciertas y cuáles eran falsas. Era evidente que no existían talismanes mágicos para controlar la mente de las personas, y por la experiencia que había tenido, parecía que no podía hacer cambiar radicalmente de opinión a alguien: a no ser que existiera una pequeña duda en la mente de la persona, la hipnosis no funcionaba. ¡Pero faltaba tanto por averiguar! ¿Qué pasaba si se daban dos pensamientos contrarios? ¿Cómo de rápido se puede caer en el trance? ¿Funcionan las “palabras clave”? ¿Existían personas especialmente susceptibles a la hipnosis? Estaba claro que la persona hipnotizada tenía que tener una mezcla de credulidad, mente abierta y confianza en ti… Por desgracia, nadie encajaba en esa descripción mejor que Natalia. Ella era, simplemente, perfecta. No iba a ser fácil encontrar sustituta, porque desde luego no podía buscar a una chica desconocida por la calle, hipnotizarla allí mismo y conseguir follármela. No funcionaba así, el proceso era mucho más lento y delicado, y eso me frustraba.

Pasé dos semanas recluido en mi casa todo el tiempo que me fue posible, devorando textos y vídeos sobre hipnosis, pero nunca conseguía lo que quería, por mucho que me lo aseguraran una y otra vez “prestigiosos hipnotistas” no había métodos milagrosos. Por si fuera poco, sentía un deseo irrefrenable de hipnotizar. Es una sensación que no se puede comparar a nada que hubiese experimentado antes: un control absoluto, saberse capaz de provocar cualquier cosa. Casi como si tú mismo hubieses creado al hipnotizado. Me sentí, que nadie se ofenda, como si yo mismo fuese una especie de Dios particular de una única mente. Dueño y señor de la cabeza de Ella.

Y algo más de tres semanas después de mi primera y única sesión hipnótica, cuando ya me había resignado a que la única forma de mejorar en la hipnosis era hipnotizando, alguien tocó el timbre. Lo ignoré (siempre lo ignoraba), pero empezó a insistir una y otra vez, y no pude seguir fingiendo que no lo oía. Abrí la puerta, y allí estaba Natalia. Estaba bastante desmejorada, y parecía que había estado llorando. Se quedó en el marco de la puerta, mirándome, encogida a pesar de que no hacía frío. No dijo nada, ni hizo nada.

-Hola- murmuré, confuso.

Ella siguió igual, mirándome a los ojos, sin moverse. Tenía unas ojeras profundas, seguramente no dormía bien.

-¿Quieres pasar?- ofrecí mientras me hacía a un lado.

Ella entró con paso indeciso y se quedó plantada en medio del salón.

-¿Quieres un vaso de agua, o algo?- pregunté.

Ella asintió levemente con la cabeza (o eso me pareció a mí), así que fui a la cocina y se lo traje. Al cogerlo, pude ver que la mano le temblaba violentamente.

-¿Qué te pasa, Natalia?- le dije preocupado- ¿te encuentras mal?

Ella me miró con ojos como platos y estrelló el vaso contra el suelo.

-¡¿Qué qué me pasa?!- chilló- ¡Dímelo tú!

Retrocedí, amedrentado. Ella se llevó las manos a la cabeza y empezó a dar vueltas por toda la habitación.

-El día que me hipnotizaste sentí miedo- me explicó con voz rota- le habías hecho algo a mi mente, algo que yo no te había dado permiso para hacer.

-Me diste permiso para hipn-

-¡No sabía lo que iba a pasar!- me interrumpió chillando.

Me callé y me limité a observarla. Empezaba a hacerme una idea de que estaba pasando.

-Cuando llegué a mi piso, le pregunté a mi compañera cual era mi tercer color favorito, y era el azul claro. Me asusté mucho. Si habías cambiado eso, ¿qué más me podías haber hecho?

Me miró a los ojos con fuerza, buscando la verdad en ellos. Yo no tenía nada que ocultar, y ella lo vio.

-Cambiaste algo más, ¿verdad?- me preguntó sin tapujos.

-Sí, cambié otra cosa- me sinceré- hice que te encantara chupármela.

-¡Lo sabía!- dijo ella, sin parar quieta- desde ese día, no puedo parar de pensar en chuparte la polla a todas horas. He probado a chupársela a otros hombres, pero no me hacen sentir nada, no me sacian. Solo puedo pensar en la tuya. Siempre la tuya…

Me miró fijamente la entrepierna. Yo sonreí. Había sido un estúpido al suponer que la había perdido para siempre: era más mía que nunca.

-Pensaste que con el tiempo se pasaría- aventuré.

Ella asintió, sin dejar de mirar el bulto que mi pene marcaba en el pantalón. También yo me había planteado si eso pasaría. Parecía evidente que el efecto hipnótico no “caducaba”, aunque tres semanas no era tiempo suficiente para estar seguros.

-Pero no ha funcionado, cada vez tienes más y más ganas- proseguí.

Ella se quedó quieta finalmente y tras unos segundos asintió, derrotada. Iba a decir algo, pero me adelanté:

-Y vienes con la esperanza de que me apiade de ti y te deshipnotice- concluí.

De pronto se dejó caer de rodillas al suelo y empezó a sollozar.

-Por favor, libérame- suplicó- no puedo vivir así.

No, claro que no podía vivir así. No había sido mi intención que esto pasara, porque no había supuesto que ella podría dejarme por trastear en su mente, pero al final había resultado un acierto tremendo hacerlo. Me acerqué a ella y traté de acariciar su cabello, pero ella se apartó bruscamente.

-¡No me toques, cabrón!- me gritó, pero sin poder dejar de mirar mi entrepierna. Se arrastró lejos de mí, pero sin quitarme el ojo de encima y gimotear. No sé porque verla así de desvalida me agradaba, tal vez por el daño (justificado o no) que ella me había hecho al dejarme sin decirme nada.

Me acuclillé sin desplazarme de donde estaba (no quería asustarla), y me puse a su altura.

-Te propongo un reto- dije serenamente.

Ella, con evidente esfuerzo, consiguió dejar de mirar mi entrepierna para mirarme a los ojos. Estaba desesperada.

-Es algo realmente sencillo- continué, mientras esbozaba una sonrisa y me incorporaba.

Ella se mordió el labio superior, como hacía siempre que no sabía qué hacer.

-Te voy a mostrar mi el pene- dije- si consigues estar un minuto, solo un minuto, no pido más, mirándolo y no venir arrastrándote a chupármelo, te deshipnotizaré.

Ella tragó saliva.

-Pero si fallas… debes dejar que te hipnotice de nuevo- le dije.

Ella abrió la boca para negarse, pero dudó. No tenía más opciones.

-No cumplirás tu parte si gano- se quejó ella amargamente- me hipnotizarás igual.

Me puse la mano sobre el corazón, como hacía siempre que hacía un juramento. Eso era algo que ambos sabíamos, y creí que para ella ese gesto aún significaba algo, a pesar de la situación en que nos encontrábamos.

-Te prometo que si resistes un minuto, te liberaré de la hipnosis- juré.

Ella sacudió la cabeza, indecisa. No había mucho que pensar, no tenía más remedio que confiar en lo que decía o aprender a vivir con la imagen de mi polla en su mente para siempre.

-¿Qué me harás si pierdo?- quiso saber.

-Te prometo que no haré nada que pueda provocarte daño- le dije- yo jamás te haría daño, ni dejaría que te lo hicieran.

Ella me miró de nuevo a los ojos. Quería creerme, lo veía en su interior.

-¿Lo prometes?- preguntó sin convicción.

Asentí con la cabeza y me llevé las manos al bolsillo. Saqué mi móvil y lo programé para que sonara en un minuto desde que yo pulsara el botón de inicio.

-Puedes retroceder, avanzar, dar vueltas, gritar o lo que quieras- le dije- lo único que no puedes hacer es chuparlo o dejar de mirarlo.

No hubo respuesta.

-¿Preparada?- pregunté.

Ella dijo que sí y se sentó con las piernas cruzadas, echada un poco hacia atrás.

Me desabroché el pantalón, y lo dejé caer junto con los calzoncillos justo al mismo tiempo que pulsaba el botón de inicio. Al ver mi pene erecto, ella gimió lastimeramente y adelantó su cuerpo un poco. Abría y cerraba la boca lentamente. Aunque no le hubiese dicho que mirase mi pene, no podría haber apartado la mirada, era evidente.

-Cinco segundos- dije.

Empezó a gemir, frustrada, mientras se arrodillaba. Se puso a cuatro patas y empezó a gatear lentamente hacia mí. Pude ver como se resistía a unos instintos que yo mismo había introducido en su subconsciente.

-Diez segundos- informé.

Siguió avanzando poco a poco, apenas nos separaba medio metro. Vi como luchaba consigo misma. No pude evitar pensar que ella era mi obra maestra.

-Quince.

Superó la última distancia y se quedó a escasos centímetros de mi pene.

-Veinte.

De pronto apretó la mandíbula con fuerza y se quedó allí, apenas a medio palmo de mi pene. Debía poder ver como latía, su fuerte olor y como crecía… como la llamaba.

-Veinticinco.

Ella abrió la boca y adelantó la lengua, pero no llegó a tocarlo, se quedó a apenas nada. Estaba tan cerca que simplemente con un movimiento podía hacérselo chupar, pero sabía que no necesitaba hacerlo.

-Puedes lamerlo, eso no cuenta.- la informé con picardía- Treinta.

Me miró con desesperación. Vi la derrota en sus ojos. Justo en ese momento, con la punta de la lengua rozó la punta y lamió una gota de mi semen. Y ya no pudo más. Cuando llevábamos apenas treintaidos segundos, se lanzó sobre mi pene y empezó a lamerlo y a chuparlo salvajemente. Lo hacía frenéticamente, oí como tuvo una arcada de lo profundo que se lo introducía, pero ni en ese momento paró. Me contagió su frenesí: la agarré de la cabeza y empecé a forzarla a que se la metiera más y más hondo a cada embestida. Empezó a chillar de gusto, mientras yo apretaba los dientes para aguantar un poco más. Cuando ya no pude resistirlo, la presioné con fuerza contra mi polla y se la introduje hasta el fondo. Empecé a correrme en su garganta y a pesar de que empezó a toser, no se apartó. Cuando por fin la solté, se desplomó en el suelo, respirando trabajosamente y escupiendo el semen al suelo. Yo también jadeaba.

-Aún… quiero… más- consiguió decir mientras se volvía a incorporar torpemente, porque le temblaban los brazos. Esta vez sí que le ofrecí mi pene semierecto y empezó a chuparlo de nuevo. Lo hizo con calma, esperando a que se me recuperara la erección. No le costó mucho, le ponía un entusiasmo increíble.

-Me vuelve loca tu polla- dijo cuando empezaba a levantárseme de nuevo.

Lo dijo con tal sinceridad que no puede evitar reírme y ella volvió a empezar. Esta vez dejé que trabajara solo ella, la arrastré como pude (no conseguí que se despegara de mi pene) y me tumbé en el sofá, mientras ella se colocaba entre mis piernas para tener la postura adecuada. Después de un rato de observarla, se me ocurrió una cosa. Me incorporé violentamente y la agarré de la cabeza, obligándola a separarse un palmo de mi pene. Ella se retorció frenéticamente para volver a él, pero yo era más fuerte y la sujeté.

-Por favor- suplicó ella- déjame seguir. Lo necesito.

-¿Te dejarás hipnotizar luego?- inquirí.

-Sí, todo lo que tú quieras- cedió sin poder apartar la vista de mi pene y sin dejar de retorcerse para liberarse- pero déjame seguir.

-¿Me das permiso entonces para jugar como quiera con tu mente?- quise confirmar rápidamente, pues se me estaba escapando.

-¡Todo lo que tú quieras, pero déjame ya!- gritó.

Justo cuando estaba a punto de zafarse la solté, y retomó la felación con evidente placer. Cuando sentí que estaba cerca de llegar, la pelvis de ella empezó a convulsionarse y supe que iba a correrse también. La agarré con fuerza con fuerza de la nuca con ambas manos y aceleré el ritmo al máximo que pude. Gimió tan fuerte que me dio miedo que lo escuchara todo el edificio y momentos después saqué mi pene de su boca para correrme en su cara. Ella se quedó mirando unos segundos mi polla con la cara de quien ha alcanzado el éxtasis. Entonces se dejó caer para atrás y se quedó allí, tumbada en el suelo. Yo me incorporé en el sofá y me la quedé mirando. Jadeaba con fuerza y le goteaba semen de la cara, pero no recuerdo haber visto a una persona más satisfecha en toda mi vida.

-¿Cómo te sientes?- le pregunté.

Ella no respondió, siguió allí, mirando el techo, sin que pareciera importarle nada a su alrededor.

-Me voy a dar una ducha- informé mientras me levantaba- luego hablamos.

Me metí en el baño y me duché rápidamente. Pensé en que sensación debía alterar para que aceptara volver una vez y otra vez a mi piso. Qué combinación de ideas debía retorcer. ¿Debía obligarla a que me amara? ¿O tal vez que se sintiese desdichada si yo no estaba con ella? ¿O tal vez que debía aceptar mi voluntad sin más? No lo tenía claro, pero terminé de ducharme  y salí del baño con únicamente una toalla alrededor de la cintura. Ella seguía en la misma posición, pero ya no jadeaba. Parecía pensativa.

-¿Te quieres dar una ducha?- pregunté.

Ella no me contestó, pero se me quedó mirando.

-Me equivoqué, ¿sabes?- me dijo.

-¿Qué?- pregunté yo.

Volvió a mirar al techo y se quedó muda. Tras un par de segundos, y cuando yo estaba a punto de irme a por el recogedor y la escoba para recoger los cristales rotos, volvió a hablar.

-Me equivoqué cuando dije que lo que quería era que me deshipnotizaras- explicó.

Yo me quedé callado, esperando a que continuara. Estaba confundido, lo reconozco.

-Había venido dispuesta a pelear y a no irme de aquí hasta que te rindieras- se sinceró- estaba segura que jamás accederías por las buenas, así que incluso estaba dispuesta a hacerte daño.

Señaló su bolso, que había caído al suelo junto con el vaso. Lo abrí: dentro había un cuchillo. Sentí un escalofrío. Me volví hacia ella y nos miramos a los ojos. Parecía cansada.

-Pero ya no puedo vivir sin esto- confesó- sin esta sensación de saber cuáles son las instrucciones que DEBO seguir para sentirme tan feliz y tan satisfecha. Nunca me he sentido mejor que ahora. Si lo pierdo, me sentiría vacía.

Se dio la vuelta y gateó hasta mis pies.

-Seré tu sujeto de pruebas, tu rata de laboratorio, para siempre- me dijo.

Me quedé francamente sorprendido. Aquello sí que no me lo esperaba.

-Con una condición- matizó.

Entrecerré los ojos: podría haberle dicho que no tenía nada que ofrecerme, que ella ya era mía hasta que yo quisiera, pero me callé. Tenía curiosidad por saber su condición.

-Hazme gozar tanto como hoy muchas otras veces- me pidió- y seré tuya. Podrás hacer conmigo lo que quieras.

Yo sonreí y dejé caer la toalla. Estaba recuperando mi erección.

-Trato hecho.

CONTINUARÁ