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El lago violeta (Parte 8) [FINAL]

en Control Mental

//Bueno, después de mucho tiempo, me he animado a acabar la serie. El finl estaba pensado desde hace mucho tiempo, pero me faltaba la voluntad de escribirlo. Para los que no me hayan leído antes, advertir de que hay poco sexo//

Tras una abundante comida, decidí que no había motivo para retrasar mi encuentro con Natalia. La situación en la que había dejado a Julia no era muy normal, y ella podía concluir acertadamente que yo le había hecho algo. Si se lo contaba a Natalia antes de que yo hablase con ella, la reconciliación sería más complicada, si eso era posible.

El nuevo piso de mi ex estaba en la otra punta de la ciudad, cosa que no me sorprendió. Cogí un autobús y traté de organizar mis ideas mientras me conducían a mi destino. La hipnosis de Natalia era muy distinta a la de Julia, no podía forzarla a entrar en trance. Si quería recuperarla  tenía que hablar con ella y aclarar las cosas, no había otra opción.

La megafonía me informó de que la próxima parada era la mía, así que me levanté y respiré hondo, nervioso ante lo que se presentaba como mi última oportunidad de recuperar a mi chica. Las puertas se abrieron y me sumergí de nuevo en las bulliciosas calles de mi ciudad, aunque aquella zona me era desconocida.

Con la ayuda de una aplicación de mapas de mi teléfono móvil e indicaciones de los transeúntes, no tardé en dar con el portal de Natalia. Desde allí, todo se complicaba: ¿cómo iba a verla cara a cara? Si llamaba a su timbre, seguramente no me abriría, pero no se me ocurría que más hacer.

Al final opté por quedarme acechando a un lado del portal con las llaves de mi casa en la mano y, justo cuando un chico más joven que yo se disponía a salir, me aproximé a la puerta. Fingí que iba a introducir la llave en la cerradura, pero él abrió desde dentro antes y me permitió pasar.

-Buenas –lo saludé.

El joven me dedicó una parca sonrisa y se esfumó entre la multitud. Me colé en el interior del edificio y utilicé las escaleras para ascender hasta el 4B, donde Natalia se alojaba. Apoyé mi oreja contra la puerta, esperando escuchar algún sonido que me indicara si ella estaba en casa, pero no oí nada. Subí medio tramo de escaleras más y me senté a esperar. Si ella salía o entraba, podría abordarla sin problemas y no me vería llegar.

Pero pasó un buen rato y nadie salió ni entró. Perdí la paciencia, descendí hasta su puerta y toqué al timbre. Percibí movimiento en el interior y la inconfundible voz de Natalia me llegó.

-¡Voy! –gritó.

Me planteé que hacer. Podía esconderme y confiar en que ella abriese al no ver a nadie. Si abría la puerta, podía forzar mi entrada… ¿Pero luego qué? No, tenía que ir de frente, era mi única baza. El brillo de la mirilla desapareció, relevando que al otro lado estaba ella.

-¿Qué haces aquí? –preguntó con voz quebrada- ¿Cómo me has encontrado?

Decidí ignorar su segunda pregunta, pues no se me ocurría ninguna explicación convincente.

-Tengo que hablar contigo –respondí-. Ábreme, por favor.

Se produjo un incómodo silencio, aunque yo tenía la certeza de que ella seguía observándome por la mirilla.

-No –contestó al fin-. Vete.

Sacudí la cabeza. No había llegado hasta allí para rendirme sin pelear.

-¿Pero qué es lo que pasa? –pregunté, afligido- Todo iba genial y, de pronto, cortas conmigo por teléfono sin motivo, dejas de responder a mis llamadas y te cambias de piso. Creo que merezco una explicación.

De nuevo, silencio.

-Por favor –insistí-. Déjame entender que está pasando.

Esperé unos segundos más y de nuevo, nada.

-No sé qué te ha dicho Julia, pero-

-Julia no me ha dicho nada –me cortó al instante-. Ha sido decisión mía.

Yo ya sabía todo eso, pero no podía hacérselo ver a ella sin revelar que había hablado con su amiga.

-¿Pero por qué? –quise sabe.

Esta vez, si hubo respuesta.

-Por la hipnosis –contestó-. Me dan miedo las cosas que me hiciste.

-No lo haré más, te lo prometo –aseguré, sin tener claro si estaba siendo sincero o no.

-No –respondió ella, tajante-. No lo harás más.

Apreté los puños, frustrado. Si seguía así, no iba a conseguir recuperarla.

-Nunca te obligué a nada –me defendí, sombrío-. Y lo sabes.

Escuché como ella suspiraba.

-No me forzaste físicamente, pero manipulaste mi mente para que aceptase todo lo que tú me decías –respondió.

-No –contesté.

-Sí –aseguró ella-. Me cuesta recordar cómo me sentía, pero sé muy bien las cosas que hice y que dejé que me hicieras. La única explicación es que me condicionaste de algún modo.

Vacilé. Parecía haberle dado muchas vueltas y no estaba tan confusa como yo había supuesto.

-¿Te ha dicho eso Julia? –pregunté, molesto.

-Déjala en paz –la defendió-. Esto no tiene que ver con ella: empezó antes de que ella hiciese nada, así que no la metas.

Me rasqué la cabeza, indeciso. Todo aquello no pintaba bien.

-Natalia, te juro que no sabía que temías tanto a la hipnosis –le dije-. Dame otra oportunidad, te prometo que no volveré a hacer nada de eso.

Por el tiempo en que tardó en responder, supuse que lo estaba considerando.

-No te creo –respondió finalmente.

Yo golpeé la puerta, frustrado.

-No quiero perderte –murmuré, afligido-. Estoy dispuesto a renunciar a todo por conservarte. Te quiero.

-Yo también te quiero, pero… ¿cuánto podrás mantener esa resolución? –objetó ella-. Tarde o temprano volverás a intentarlo.

Era cierto. No sería capaz de renunciar a la hipnosis para siempre, me sentía incapaz. Mis promesas estaban vacías.

-Si supieses lo que se siente… -suspiré-. Es una sensación increíble.

-Me da igual lo que se sienta –espetó ella-. Vete, por favor.

Entonces se me ocurrió una idea.

-Natalia… ¿Y si te enseño a hipnotizar? –sugerí-. Así entenderías lo que siento.

Otra pausa.

-No te voy a abrir, da igual lo que digas –respondió, obtusa.

No me estaba tomando en serio.

-Lo digo de verdad –aseguré-. Déjame enseñarte.

Oí como ella se alejaba de la puerta y al cabo de unos segundos volvía.

-Si no te vas ahora mismo, llamaré a la policía –me amenazó.

Puede que en otra situación eso me hubiese dejado un poco indiferente, pero tenía el último encuentro con la autoridad demasiado reciente y decidí no arriesgarme.

-Me voy –accedí-. Pero piénsatelo, te lo digo en serio.

Bajé a paso ligero, con la cabeza embotada. No lo había conseguido. Ella no estaba envuelta en un mar de dudas, como yo había supuesto. No iba a conseguir atraerla de nuevo a mi lado con un par de gestos amables. Su decisión parecía muy firme y no se me ocurría que más hacer.

Todo se había ido a la mierda. Recordé con un sabor amargo en la boca las maravillosa semanas que Natalia y yo habíamos compartido antes de que Julia apareciese. Dios, habían sido los mejores días de toda su vida… Y los había perdido.

La añoranza dio lugar a la ira, una ira caliente y explosiva que me obligó a darle una patada a una papelera, que se abolló y vibró, airada.

Todo era culpa de Julia, esa puta. La haría pagar, me las pagaría por haberme robado mi felicidad. Volví a mi piso, pero ella ya no estaba allí. Tampoco estaban las cosas de Natalia. Sin esperar un segundo, me dirigí a su piso. Usando el mismo truco, conseguí colarme en el portal.

Cuando llegué a su puerta, mi primer impulso fue aporrearla y ponerme a gritar, pero conseguí contenerme y llamé al timbre. Las otras veces que había ido nadie me había contestado, pero confiaba en que esta vez las cosas fuesen distintas.

Y lo fueron.

-¿Sí? –escuché que decían al otro lado de la puerta.

-Julia, soy yo –respondí-. Ábreme.

Oí como pasaba la cadena de seguridad y, al  momento, entreabría la puerta. Me miró con frialdad.

-Me acaba de llamar Natalia –me informó-. ¿Cómo coño has averiguado donde vive?

Me encogí de hombros, irritado por el tono que estaba empleando. Quería alargar el brazo y agarrarla, pero sabía que podía golpearme con la pesada puerta y que no saldría bien parado.

-Tengo mis métodos –respondí secamente.

Ella me observó detenidamente un instante. Puede que en otra situación hubiese insistido, pero había otros temas que le rondaban la cabeza.

-¿Y qué es lo que ha pasado en tu piso? –inquirió.

Debía tener unas lagunas bastante sospechosas… Tenía que tratar ese tema con delicadeza, porque la muy zorra podía llegar a atar cabos.

-Dímelo tú –contesté, tratando de mantener el mismo tono, pero con mi mente trabajando al máximo de su capacidad-. Llegas y te pones a gritarme. De pronto, te mareas y te tienes que tumbar. Te quedas traspuesta y llega la policía por tus berridos. Se van y me mandas a la mierda. Luego ni idea, no tenía ganas de estar cerca de ti, así que me fui a dar un paseo.

-Hasta casa de Natalia –puntualizó ella-. Qué casualidad que fuese justo después de hablar conmigo…

No respondí, porque no se me ocurría como defenderme.

-Me espiaste el móvil cuando me desmayé, ¿verdad? –me acusó-. Por eso sabías donde estaba Natalia y por eso aceptaste irte a dar una vuelta.

Ni yo mismo podía haberlo encajado todo tan bien. Me contuve para no sonreír y puse un gesto hosco, como si me jodiese que me hubiesen descubierto.

-Tenía derecho a hablar con ella –me defendí-. Tú no podías impedírmelo.

Ella me miró con expresión de profundo asco.

-No te detienes ante nada, ¿eh? –gruñó-. Pensaba que no podías caer más bajo, pero ya veo que me equivocaba.

No respondí, me quedé mirándola.

-Cuando recobré el conocimiento, estaba en el baño, semidesnuda –comentó. Su tono era acusador.

-Pues muy bien –respondí, como si aquello no fuese conmigo.

-¿Qué más me hiciste, además de robarme el móvil? –me acusó.

-Nada –aseguré-. Me dijiste que te querías duchar porque te encontrabas mareada y te dije que hicieses lo que te diera la gana. Si te resbalabas por ir medio zombi y te partías la cabeza, no era mi problema.

No parecía muy convencida y así me lo hizo saber.

-Mientes.

Puse la mano contra la puerta para evitar que cerrase.

-Estoy hasta los huevos de ti y de tus gilipolleces –le dije-. Ábreme.

Ella empujó con fuerza, tratando de cerrar, pero no fue capaz. Con un movimiento rápido, metí el pie en la abertura. Ella miró al suelo, alerta. Yo aproveché ese instante en el que había dejado de mirarme para agarrarla de la blusa y tirar de ella hacia mí. La arrastré contra la puerta y la coloqué a un palmo de mi cara. Ella me miró con terror y lo que siguió fue algo que ya prácticamente había entrado en la normalidad.

La hipnoticé, la sometí. Se desplomó en el suelo, aunque yo aún la tenía sujeta. Ambos respirábamos entrecortadamente.

-Oh, qué hijo de puta –fue lo primero que dijo, ahora que volvía a tener acceso a todos sus recuerdos-. Eres mucho peor de lo que pensaba. Eres el ser más repugnante que…

-Cállate –la corté-. Vas a obedecer todo lo que te diga, ¿entendido?

-No –contestó-. Jódete.

Con bastante esfuerzo conseguí tantear sus bolsillos, pero no llevaba nada: ni llaves, ni móvil. Chasqueé la lengua, frustrado.

-¿Cuál es tu magnífico plan desde aquí? –me espetó- ¿Meterme mano a través de la puerta?

Vacilé. Tenía razón, no sabía qué hacer.

-Acepta mis órdenes y te dejaré salir –traté de negociar.

Ella bufó.

-No necesito tu permiso para salir –me aseguró-. Dejaré atrás mis recuerdos, me da igual. Ya he conseguido que Natalia haga lo correcto y te deje, no necesito más pruebas de que eres un monstruo.

La perspectiva me horrorizó. ¿Podía ella salir sin más? El Guardián solo la detendría si se negaba a dejar atrás los recuerdos de lo vivido allí dentro. De nuevo, tenía que pensar rápido.

-Guardián, no la dejes salir haga lo que haga –ordené, desesperado.

No sabía si iba a funcionar, pero era lo único que se me ocurría. Pasaron unos segundos y Julia no abrió los ojos. No me permití relajarme.

-Te odio –dijo al fin-. Ojalá estuvieses muerto.

Suspiré, aliviado. Había ganado algo de tiempo, pero la situación no era sostenible. En cualquier momento podía bajar un vecino por las escaleras y nos descubriría. Como medida cautelar, empujé a Julia hacia dentro de la casa y cerré la puerta. Podía oírla perfectamente a través del material, y de todos modos Julia no podía verme, así que tanto daba.

-Bueno, ¿ahora qué? –preguntó-. ¿Me dejarás morir de hambre?

No contesté. Estaba completamente agotado y no me apetecía pensar. Ya no me quedaba adrenalina que segregar, demasiadas emociones concentradas en muy poco tiempo.

-Si no respondo a las llamadas de Natalia, acabará por aparecer –me advirtió-. Y si lo hace, le contaré todo. Irás a la cárcel.

Me planteé rendirme. Podía liberar a Julia tal como ella pretendía, y olvidar todo aquel asunto. Nadie había descubierto todo lo que yo había hecho, aún podía irme sin más y eludir así la prisión, a la que con total seguridad iría si se destapaba todo aquel asunto. Todos mis errores hasta el momento habían sido fruto de mi incapacidad de renunciar a nada… Pero aún estaba a tiempo.

¿Pero cómo iba a renunciar a todo aquello? La perspectiva de una vida  sin la hipnosis, ahora que la había saboreado, se me antojaba sin sentido. Tenía que arriesgarme, pues el premio en caso de triunfar era demasiado tentador.

Organicé mis ideas. Por algún motivo, el Guardián me obedecía. No sabía hasta qué punto, pero no perdía nada por intentar explotarlo.

-Guardián, quiero que vayas a la Biblioteca y lo reescribas todo –le ordené-. Quiero que Julia sea sumisa y me idolatre. Que cumpla todas mis peticiones sin protestar, que disfrute con ello.

Pasaron unos segundos en los que no hubo reacción.

-Si haces eso, me mataré –aseguró Julia al fin-. Te juro por Dios que me suicido ahora mismo. Dile que pare.

No era un farol, lo supe al instante. Pero también significaba que mi plan funcionaba y eso era una excelente noticia.

-Guardián, detente –ordené.

Medité que hacer a continuación. La clave estaba en no presionarla en exceso, pues parecía resuelta a acabar con su vida. Sé que no tienes una buena opinión de mí, lector, pues mientras escribo esto soy consciente de las vilezas que cometí, pero no soy un asesino. Esa es una frontera que nunca he cruzado y nunca cruzaré.

Se me ocurrió una idea. El tiempo decidiría si era bueno o no.

-Existe otra habitación en el castillo, parecida a la del ojo tallado –expliqué con voz suave-. El grabado que lo distingue es un corazón. El Guardián custodia también esta puerta, y sin su permiso no puedes acceder a ella. También es él quien decide cuando sales.

Me quedé callado un instante, esperando su reacción.

-¿Y qué tiene de especial esa sala? –preguntó Julia, cauta.

-Si estás ahí dentro, recuperarás el control de tu cuerpo –continué-. Además conservarás todos tus recuerdos, pues seguirás en el castillo…

Tragué saliva, consciente de que era un movimiento arriesgado.

-Pero tendrás un hambre de placer insaciable –agregué-. Te sentirás locamente atraída por mí, con una intensidad insoportable. Tu cuerpo te pedirá a gritos que te folle.

Ya estaba preparado el escenario. Ahora solo restaba esperar.

-No sé qué coño pretendes –me espetó ella.

-Es una apuesta, me juego el todo por el todo –le expliqué-. Puedes recuperar el control de tu cuerpo, ir hasta el teléfono y contarle todo a Natalia o a la policía. Ella me odiará para siempre y arruinarás mi vida del todo.

Un escalofrío recorrió mi espalda solo de pensarlo.

-Pero solo conseguirás eso si tu parte racional triunfa sobre tu parte animal –maticé-. Si no eres más que una perra en celo, abrirás la puerta y te haré todo lo que me apetezca.

-No tengo por qué arriesgarme –respondió ella-. Puedo esperar a que venga Natalia y lo descubra todo…

-No hace falta que me des ninguna excusa, lo entiendo perfectamente –la azucé-. Tienes miedo de ser una perra.

Sabía que era una estrategia muy burda, pero no había mucho más que pudiese hacer.

-Si te crees que vas a engañarme con ese truco tan penoso, estás muy equivocado –aseguró ella.

Mierda. Bueno, ya era tarde para echarse atrás.

-Es cierto, lo confieso –admití, nervioso-. Si sencillamente esperas, probablemente se destape todo en un día o dos. Habrás ganado.

Las palabras fluían sin problema. Lo que decía era realmente lo que pensaba y, después de mentir tanto, fue un alivio poder hablar sin contenerme.

-Pero sé que quieres aplastarme –seguí-. No todas las victorias son iguales y tendrás que vivir toda tu vida sabiendo que te acobardaste. Si tú ganas, yo ya no tendré nada. Si yo gano, me daré un homenaje, pero no recuperaré a Natalia. Pero si no aceptas el reto, ambos sabremos que no pudiste conmigo.

-¿Nunca te rindes? –preguntó ella.

-Me rendiré si me ganas –aseguré. Y era sincero.

No dije nada más. Me sentía extrañamente en paz, como si la verdad hubiese purgado la angustia que me acosaba.

 -Si gano y llamo a la policía… ¿huirás? –quiso saber ella.

-No –prometí. Tampoco sabría a donde ir.

Julia se quedó meditando un rato.

-Vale –aceptó, seria-. Déjame entrar.

Me invadió una alegría tremenda. Podía ser que funcionase, podía ser que no. Pero iba a descubrir de una vez si Julia era distinta a mí. Yo ya sabía que la parte oscura de mi interior me dominaba y me hacía cometer actos egoístas y terribles. Ella siempre me había mirado por encima del hombro por eso, pero yo estaba convencido que era parte de la condición humana. Le di la orden al Guardián de que dejase pasar a Julia y me dispuse a salir de dudas.

Al segundo, escuché como algo se movía al otro lado de la puerta. No podía ver nada, pero era ella, levantándose. Oí como suspiraba. Su voz sonaba encendida, salvaje.

-Ufff… -gimió.

No desperdicié la oportunidad.

-Solo tienes que abrir la puerta –comenté-. Y te daré lo que deseas.

-Cállate… cerdo –murmuró entre jadeos.

Escuché como daba un paso alejándose de la puerta y se me encogió el estómago. ¿Cómo era posible? Tal vez al no poder verme, el efecto no era tan fuerte como había previsto.

-Julia –la llamé-. Ábreme.

-No –respondió. Estaba más cerca de lo que había supuesto, apenas se había alejado un paso.

Necesitaba un incentivo.

-¿Recuerdas la bomba, Julia? –la piqué-. ¿No gozaste entonces?

No respondió, pero por su respiración entrecortada supe que había dejado de alejarse.

-Abre y te mostraré que más se hacer –insistí-. Es tan fácil como girar el pomo…

La escuché acercase y apoyarse en la puerta.

-Venga, un poco más y tendrás lo que deseas –susurré-. Piensa en lo que vas a disfrutar…

Entonces escuché como descorría el cerrojo y abría la puerta. Sin darme tiempo a reaccionar, Julia salió de la casa y se abalanzó sobre mí. Conseguí mantener el equilibrio a duras penas mientras ella me comía la boca desesperada.

-Fóllame –me suplicó, mientras restregada su cuerpo contra el mío.

Entonces fui yo quien la arrolló. La metí dentro de la casa, cerré la puerta y la arrojé sobre la cama. Empecé a desnudarme, frenético, pero ella fue incluso más rápida. No hubo preliminares: se tumbó boca arriba con las piernas abiertas, y la penetré sin dificultad, pues su coño chorreaba. La embestí con brío unas pocas veces, pero me paré en seco.

-Venga, gilipollas –rogó ella, mientras movía su pelvis con evidente impaciencia.

Aquello me daba gusto, así que la dejé hacer un tiempo, ignorando los interminables insultos con los que me deleitaba. Cuando me cansé, la embestí con fuerzas una docena de veces más y volví a detenerme. Disfruté de mi venganza sin prisa, repitiendo el proceso una y otra vez. Ella parecía completamente incapaz de resistirse, y caía una y otra vez, chillando como una loca cada vez que la penetraba, y gruñendo frustrada cada vez que paraba. Cualquier otra mujer me habría apartado, frustrada y con la libido por los suelos, pero la de ella no podía bajar, así que me aproveché y la torturé un buen rato.

Pero mi resistencia no era eterna, y pronto sentí que no iba a aguantar más. No quería acabar dentro de ella, así que la saqué bruscamente, mientras le cogía de un tobillo y la obligaba a girarse.

-Ponte a cuatro patas –gruñí.

Ella no opuso resistencia y se preparó para recibir mi polla nuevamente… Pero yo tenía otros planes. Sin avisar, la coloqué en la entrada de su culo. Ella tuvo un movimiento reflejo y se apartó, pero yo la volví a atraer hacia mí, y empecé a presionar. Todo su cuerpo se tensó, pero mi miembro estaba completamente lubricado y sentí como, lentamente, se iba abriendo camino. Cuando consideré que no había posibilidad de que se saliese, embestí con todas mis fuerzas y la penetré hasta el fondo. Ella se arqueó y soltó un grito de dolor, pero no le dio tiempo a más. Con un par de sacudidas eyaculé, bañando su recto con mi semen. La atraje hacia mí para que no se apartase y no la solté hasta que hubo salido la última gota de mi semilla.

Solté un gruñido, satisfecho, y la saqué con cuidado de su culo. Me eché a un lado y ella se llevó una mano a su ano, que palpó, dolorida.

-Eres un hijo de puta –me insultó-. Podrías haber avisado.

Yo sonreí.

-La próxima vez, estate preparada –comenté-. Aún no he acabado contigo.

Ella no se había corrido y estaba desatada, pero yo me tomé mi tiempo antes de volver a ponerme en marcha. Fui al baño y me lavé el miembro a conciencia. Bebí un poco de agua y exploré el piso. Ella me seguía de cerca, desnuda, gimiendo y tratando de apretar su cuerpo contra el mío. Aun no la tenía dura, pero me tumbé en la cama y dejé que me la chupara con esmero, tratando de volver a hacerla crecer. Hizo un trabajo excelente, porque en un tiempo record volvía a tenerla dispuesta. Le levanté las piernas y me las coloqué sobre los hombros. En esa postura, la penetración era muy profunda, y la embestí con brío. Ella gimió audiblemente y ya no tuvo fuerzas para seguir insultándome. La habitación se convirtió en una serie de jadeos y gruñidos. Yo había vencido: la parte animal de Julia se había impuesto y rebajarla a ella me hacía sentir mejor. Esta vez ella sí que se corrió, pero a mí aún no me había llegado el momento. Cambié unas cuantas veces de postura conforme me iba cansando de cada una de ellas. Finalmente, exhausto, me eché a un lado.

-No puedo más–la informé, entre jadeos.

Ella no dudó un instante en ponerse a horcajadas sobre mí y empezó a llevar el ritmo. No estaba acostumbrado a no tener el control, pero ella demostró ser una auténtica experta y no me arrepentí de haberle entregado el mando. Mi excitación fue aumentando con cada uno de sus subidas y bajadas, hasta que ya no pude aguantar más. Con un movimiento brusco, volví a ponerme encima. Saqué mi polla una vez más, pero esta vez avancé hasta colocar mis piernas a la altura de sus hombros. Le cogí la cabeza y ella abrió la boca, dispuesta. Le introduje mi pene y me follé su boca como tantas veces lo había hecho con la de Natalia. No fue tan placentero, pues se notaba que Julia no tenía tanta experiencia, pero aun así me corrí al poco, llenándola una vez más de semen.  

Ya no me quedaba ni una gota de deseo, así que me aparté de la cama, con todo el cansancio sobreviniéndome nuevamente.

-Guardián, sácala de la sala –ordené.

Ella me miró confundida, pero al momento se desplomó sobre el colchón. No tenía ganas de hablar con ella, pero no hubo más remedio.

-Me doy asco ahora mismo –comentó secamente.

-No te tortures –la consolé-. En el fondo, no somos más que animales, aunque no lo queramos admitir.

-No, no lo somos –replicó ella-. Los animales no son malvados y los humanos sí que lo somos.

Me senté en la cama, algo abatido. A veces me pasa después de correrme, me siento como vacío.

-Los gatos matan animales por diversión –le expliqué con tono cansado-. Hay veces que torturan a otros seres más pequeños durante horas, antes de decidir matarlos y abandonar el cuerpo allí mismo. Los delfines acosan a las focas y las hieren, incluso las matan, pero no parece haber motivo para ello, no es más que un juego. Hay especies de monos que asesinan a los descendientes de sus rivales cuando apenas son bebés, a sangre fría, para que no supongan una amenaza futura para ellos.

Julia no respondió, y supuse que no iba a volver a hacerlo.

-No te compadezcas de nuestra raza –dije, mientras me levantaba-. Somos lo que estamos destinados a ser. Cerdos que han aprendido a andar a dos patas, que se piensan que estar erguidos han dejado de ser animales. En media hora el Guardián te dejará salir, dejando atrás tus recuerdos. Adios, Julia.

A punto estaba de abandonar la habitación, cuando la voz de ella me lanzó una pregunta.

-¿Te crees que eso que has dicho justifica todo lo que has hecho? –murmuró.

-No sé –respondí-. Solo sé que no tiene sentido pelear batallas que no puedes ganar.

-Te equivocas –respondió ella.

Bufé, cansado.

-Eres demasiado obstinada –la reprendí-. No podías vencer a tu propia naturaleza, pero te empeñaste y por eso has perdido. Si no te hubieses negado a aceptar que eres un animal, no te habría reventado el culo.

-Me las vas a pagar –prometió ella.

Me encogí de hombros.

-Lo que tú digas –mascullé.

Antes de salir rebusqué entre las cosas de la casa y encontré unas llaves de repuesto. Me las guardé en un bolsillo, pues podían serme útiles en el futuro.

Volví a mi piso a paso tranquilo, reflexionando sobre qué hacer a continuación. Lo primero que hice, por no perder la tradición, fue escribir todo esto, tomar notas y pasarlo a limpio. Había sido un día largo y había mucho que escribir, así que encargué comida para llevar y, cuando tuve todo inmortalizado, me acosté, aunque era temprano.

A la mañana siguiente me desperté descansado y decidí dejar pasar un par de días antes de volver a hablar con Natalia, pues era evidente que presionarla no ayudaría a mis propósitos. Fui a trabajar y me esforcé todo lo que pude, pero lleva mucho trabajo atrasado y todos me miraban con rencor. Supe que me despedirían irremediablemente, pero no dejé por ello de dar lo mejor de mí, pues mi cuerpo me pedía a gritos algo que hacer.

Pasaron unos cuantos días tranquilos, en los que no dejaban de acosarme imágenes de Natalia y Julia cuando dejaba descansar el cerebro un segundo. Me había autoimpuesto una semana sin contacto con ninguna de ellas, pero algo pasó. Era fin de semana y aún no se había cumplido el plazo cuando mi móvil sonó. El estómago me dio un vuelco al ver que se trataba de Julia. ¿Qué podía querer ella de mí? Me asaltaron un mar de dudas, pero descolgué.

-Ven a mi casa –me pidió-. Ya.

Y colgó.

Su tono había sido neutro y no me había revelado nada, así que no sabía si eran buenas o malas noticias. Algo intranquilo y con la llave de su piso a buen recaudo en el bolsillo del pantalón, me dirigí a su encuentro. Toqué al timbre del portal y ella me abrió. Subí en el ascensor y llegué hasta su puerta. De nuevo, toqué el timbre, pero esta vez no me abrió.

-¿Julia? –la llamé.

La respuesta no fue inmediata. No oí sus pasos, así que debía estar junto a la puerta desde mi llegada.

-Un cerdo a dos patas sigue siendo un animal –murmuró.

Al principio no entendí a qué se refería… pero cuando lo hice, se me heló la sangre. Era algo que yo le había dicho mientras ella estaba bajo hipnosis.

-¿Cómo…? –pregunté, atónito.

-Lo recuerdo todo –aseguró ella-. No debiste haberme dejado sola.

-Pero es imposible –apunté-. ¿Cómo te dejó salir el Guardián con tus recuerdos?

Ella resopló, altiva.

-Te olvidas de que era mi castillo –explicó-. Llamé a mis caballeros y lo mataron.

Fruncí el ceño, extrañado.

-¿Qué caballeros? –pregunté.

-Los que me inventé –respondió, como si aquello no tuviese la más mínima importancia-. No eres el único que podía crear cosas en mi mente.

El corazón me latía frenéticamente. Había cometido un terrible error.

-Yo gano –sentenció.

Desesperado, golpeé la puerta.

-Julia, voy a hipnotizarte –aseguré-. Vas a caer una vez más bajo mi control, como tantas veces antes. No puedes resistirte, porque sabes que soy más fuerte qu-

Una risa seca y estruendosa me interrumpió.

-No te molestes –me aconsejó Julia-. Tenía total libertad, así que fui a la Biblioteca y reescribí un par de cosas. Ya no me afectan tus trucos.

Vaya… Me quedé en blanco. ¿Qué más podía hacer? Si tuviese acceso a ella, quizás…

Entonces me acordé de la llave. Aún podía someterla físicamente, tal vez con ese apoyo conseguiría que entrase en trance. La saqué de mi bolsillo y la introduje en la cerradura. Bueno, lo intenté, porque la llave no encajó.

Ella debió oírlo, porque soltó otra carcajada.

-Supuse que tendrías una copia –comentó.

Dejé caer la llave al suelo, impotente.

-¿Qué quieres de mí? –le pregunté.

La respuesta fue inmediata.

-Que pagues por lo que has hecho –sentenció.

Escuché como manipulaba su teléfono y tragué saliva. Tenía miedo, y con razón.

-Te voy a dar a elegir –me dijo-. ¿A quién quieres que llame, a Natalia o a la policía?

Las piernas me fallaron y caí de rodillas al suelo. El corazón me latía con fuerza y sentía que las venas de las sienes me iban a estallar.

-Si no eliges, llamaré a los dos –me amenazó-. Tienes cinco segundos.

Pensé rápido. Intenté hacerlo. Pero…

-A Natalia –respondí cuando estaba a punto de vencer el corto plazo.

-Eres un cobarde –me recriminó ella. Se notaba que estaba disfrutando.

El teléfono dio tono y pronto quien fue mi pareja contestó.

-Hola, Natalia –dijo Julia-. Te pongo con el manos libres.

Escuché el sonido de la estática producida por el teléfono.

-¿Qué pasa, Julia? –preguntó la voz ligeramente distorsionada de Natalia.

-Tengo al otro lado de la puerta a tu ex novio –la informó-. Saluda, cerdo.

Supongo que debí permanecer callado, tal vez eso me hubiese dado una oportunidad. Pero me hallaba trastornado.

-Cuelga, por favor –le rogué-. Apaga el teléfono.

Natalia calló unos instantes.

-¿Qué pasa, Julia? –repitió, con un tono más frío.

-Ha llegado el momento de que sepas un par de cosas –respondió ella-. Lleva hipnotizándome desde el día en que cenamos juntos. Me obligaba a olvidarlo, pero eso ya se acabó.

El mundo se me vino abajo. Estaba allí, arrodillado frente a la puerta de Julia, viendo como hacía añicos mis últimas esperanzas.

-¿Es eso cierto? –me preguntó.

No me atreví a responder. Supongo que debí negarlo todo, pero todo pasó muy deprisa.

-¿Y te ha…? –insinuó Natalia, al ver que no respondía.

-Sí, ha abusado de mí –se apresuró a decir Julia-. Varias veces.

De nuevo, se hizo el silencio. Escuché como Natalia lloraba a través del altavoz. No paraba y Julia no la cortaba. Un oscuro sentimiento me fue atenazando el pecho y llegó un momento en el que no pude soportarlo.

-Lo siento, Natalia –le dije-. Lo siento mucho.

-¡Cállate! –me chilló.

Tragué saliva, bloqueado.

-Me voy a follar al del gimnasio –resolvió de golpe-. Ahora mismo le llamo.

Y colgó. Julia soltó una carcajada de sorpresa. Una fuerte sensación de pérdida se removía en mi interior. Se iba a acostar con otro hombre. Y el que lo hiciera para hacerme daño no facilitaba las cosas.

-No quiero que te vuelvas a acercar a Natalia ni a mí –me dijo Julia-. La próxima vez que te vea, te denunciaré.

En ese momento no me podía importar menos lo que aquella mujer tuviese que decir. Me levanté trabajosamente, bajé las escaleras, paré un taxi y me fui. Pero no volví a mi piso, fui directo al de Natalia. Todo estaba perdido, pero no podía dejar de intentarlo una vez más.

Llegué a su portal en pocos minutos y esta vez no me molesté en colarme: llamé directamente a su puerta. La voz de Natalia sonó quebrada a través del interfono.

-Vete –me pidió.

-Natalia, por favor –rogué-. He cometido muchos errores, pero quiero arreglarlo. Haría cualquier cosa por recuperarte.

La respuesta no fue inmediata, aunque escuchaba la respiración pesada de la que fue mi novia a través del altavoz, por lo que sabía que seguía allí.

-¿Cualquier cosa? –repitió ella- ¿Estás seguro?

Sabía que ella me estaba viendo, así que asentí enérgicamente.

-Entonces déjate hipnotizar –respondió, cortante-. Olvidarás todo lo que ha pasado y te moldearé a mi antojo, como tú hiciste conmigo.

La perspectiva me espantó. Mi vacilación fue suficiente respuesta para ella.

-Lo suponía –murmuró-. Vete.

-Natalia, yo… -intenté decir.

Pero ella colgó. Y eso sí que fue el fin de todo. Julia ya me había dado el golpe de gracia, así que aquello me afectó menos de lo que esperaba. Vi llegar a un hombre grande y bastante apuesto. Llamó al telefonillo y le contestó Natalia. Entró en el portal y subió por las escaleras, dispuesto a follarse a la que fue mi novia. No le detuve, ni le increpé ni nada… ¿De qué hubiese servido? 

Y temo decir que éste es el fin de mi historia. Volví a mi piso y me enfrasqué en escribir todo esto, pues no tenía nada más a lo que aferrarme.

Las siguientes semanas fueron terribles. Julia se dedicó a enviarme mensajes contándome las noticias sobre Natalia: que tenía nuevo novio, que parece muy feliz, que ni me nombra… Todo ese acoso me deprimió bastante y dejé de ir a trabajar. Me despidieron, pues me lo había buscado. Al final, me cambié de número de teléfono y de ciudad, porque necesitaba cerrar mis heridas.

Confieso que durante todo el tiempo que duró esta experiencia, estaba convencido de que todo iba a salir bien para mí. Estaba seguro.

Pero, en algún punto, las cosas se torcieron, como si toda esta historia tuviese moraleja, como si yo hubiese sido castigado por mis actos…

Pero no fue mi vileza lo que me condenó. Fue mi humanidad.