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El lago violeta (Parte 3)

en Control Mental

Después de aquello Natalia se mudó a mi piso. Su compañera trató de convencerla de que yo era un monstruo y de que me tenía que denunciar porque la estaba obligado a hacer cosas que en realidad no quería hacer, pero fue en vano. Como no pudo convencerla, ella misma llamó a la policía, y llegaron incluso a presentarse en mi casa, porque me había acusado de maltrato, pero no vieron más que a una pareja joven y feliz, sin marcas ni denuncias previas, así que se fueron por donde habían venido, para no volver. Le envié a la compañera un mensaje diciéndole que la perdonaba por no haber ayudado a su amiga con la mudanza, y que se pasara a saludar cuando quisiera. La respuesta que recibí no era apta para todos los públicos.

Aunque pueda parecer increíble, no empecé inmediatamente con la hipnosis; estaba muy ocupado gozando de sexo oral a todas horas: Natalia aprendió a controlarse un poco y era capaz (no siempre, lo admito) de tomárselo con calma. Mejoró muchísimo su técnica y tengo que decir que consiguió que no echase de menos el sexo tradicional para nada. No es que no lo practicásemos de vez en cuando, pero ella lo hacía de mala gana, estaba pensando siempre en chupármela. No había mañana que no me despertase con una mamada mañanera, y no podía faltar la felación de buenas noches. Me cuesta admitirlo, pero al final fui yo quien le tuvo que pedir a ella que bajásemos un poco el ritmo porque no podía seguirla. En el resto de aspectos ella se comportaba como siempre: a veces se molestaba conmigo, se reía de mis chistes malos y cada uno cumplía con sus obligaciones. Un día me dijo que era feliz a mí lado. Me parecía estar viviendo un maravilloso sueño.

No fue hasta algún tiempo después cuando decidí retomar el tema. Aunque ya había probado que era capaz de influir en la mente de Natalia, no sabía si había un límite, o si sería capaz de hacerlo sobre otras personas. No me entendáis mal: yo era feliz con Natalia y ya he dicho que ella saciaba todo mi apetito sexual, pero cada vez que veía una mujer atractiva en el trabajo, en la televisión o por la calle no podía evitar fantasear sobre que fuera mía. Sé que todos los hombres, ya sean solteros, comprometidos o casados fantasean con las mujeres que ven. Pero mi fantasía tal vez podía volverse real, y solo había un modo de comprobarlo.

Cuando le dije a Natalia que íbamos a retomar las sesiones de hipnosis, protestó: ¿no éramos felices? ¿No se desvivía ella por complacerme? (durante aquella discusión me la chupó, creo recordar). ¿Y si algo salía mal?

A punto estuve de renunciar y aceptar lo que me pedía, pero al final no fue lo suficientemente persuasiva y no consiguió hacerme cambiar de opinión. No tuvo más remedio que resignarse y aceptar que no tenía influencia sobre mí en este tema (además había perdido el desafío y me debía, como mínimo, una sesión). Supongo que se había hecho ilusiones al ver qué pasaba tanto tiempo desde que retomamos la relación y la hipnosis no aparecía por ninguna parte. No puedo culparla, la verdad, por querer seguir como estábamos.

Había perdido práctica, así que me costó varias horas conseguir que volviese al lago violeta. Tan irritado estaba por la demora que no me sentí capaz de hacer ningún cambio delicado en su mente y la liberé del trance sin cambios. Y, sorprendentemente, ella despertó fresca como una rosa, sin jaquecas. Deduje que las jaquecas se producían cuando se cambian aspectos de la mente. Era la lucha del consciente contra el subconsciente (o algo así) lo que provocaba el fuerte dolor de cabeza. Tomé nota de esto, pues tomaba nota de todo lo relacionado con la hipnosis. Natalia siempre me pedía ver mis notas, pero yo tenía miedo de que si sabía cómo funcionaba dejara de tener efecto en ella, así que no se lo permití. Al día siguiente volví a ponerla en trance, y me costó un poco menos. En ese momento decidí que sería más seguro en primer lugar ser capaz de lograr un trance lo más rápido posible: si alguno de los cambios provocaba una reacción violenta, peligrosa o simplemente indeseada, tenía que poder cambiarlo lo más prontamente posible, y tardar casi dos horas en conseguir el trance, más lo que me costara cambiar el pensamiento, simplemente no era viable; además quería que poco a poco Natalia se acostumbrase a que hipnotizarla ya formaba parte de nuestra rutina: si no le dolía al principio, sería más fácil. Así que dediqué una semana entera únicamente a mejorar mi trance. Eso no significa que posteriormente a eso no mejorara mi técnica, pero además también probé otras cosas. Durante esta primera semana de práctica descubrí muchas cosas, como que era mejor que la persona estuviese tumbada que sentada, que el tono suave siempre era mejor que el autoritario (un error que cometí en mi primera sesión), que realizar un masaje ligero en los hombros, el cuello o las sienes también resultaba beneficioso; que los movimientos y ruidos bruscos podían cancelar el trance, que no se podía hipnotizar a una persona que tuviese hipo (lo observé en la primera semana y lo comprobé en otra ocasión más adelante), o que mencionar el nombre propio de la persona era negativo. También aprendí a leer muy bien las expresiones de ella, y conseguía así saber exactamente que decir para conducirla lentamente a la puerta blanca y de ella al lago violeta. Comprobé gratamente que se podía “jugar” con el cuerpo del hipnotizado una vez éste está en el lago violeta, siempre que no se le haga daño: cuando pinché a Natalia durante el trance con un alfiler, ella se despertó sobresaltada, aunque por suerte no hubo mayores consecuencias.

Una vez pasada la primera semana, ya fui capaz de provocar el trance en apenas treinta minutos, que aunque no se podía considerar instantáneo, era un avance importante. Decidí que ya estaba preparado para alterar la mente de ella. Para evitar problemas, no se lo dije a Natalia: ella estaba acostumbrada a que la hiciese entrar en trance casi a diario, y aunque iba a saber que había tocado algo porque le iba a doler la cabeza al finalizar, no quería inquietarla antes de tiempo sin necesidad, eso solo provocaría que el proceso se ralentizara.

-¿Ves la puerta blanca?- le dije ese día, cuando estaba a punto de completar el trance.

Ella asintió.

-¿La abro?- me preguntó.

-Sí, atraviésala- le indiqué

La expresión de su cara me reveló que así lo había hecho.

-¿Qué ves?- le pregunté.

Ella sonrió ampliamente. Siempre sonreía al volver.

-Veo mi lago violeta- dijo emocionada.

Era siempre un reencuentro especial. Casi merecía la pena hacer el trance solo para que ella tuviese esos segundos.

-¿Sientes la lluvia caer sobre el lago?- inquirí.

-Sí, la siento- respondió- es muy agradable.

Tenía un plan. Llevaba elaborándolo toda la semana, y estaba bastante seguro de que podía funcionar.

-Fíjate bien- le dije- cada gota que cae contiene una letra.

Ella aguzó la vista.

-Fíjate- repetí.

De pronto, ella abrió la boca, sorprendida.

-Es cierto- murmuró- cada gota contiene una letra.

-Quiero que recojas gotas para formar la palabra “alto”. ¿Serás capaz?

Ella asintió y se puso a ello.

-Me llevará un rato- me dijo.

Al principio a Natalia le costaba mucho expresarse o desplazarse dentro del trance, pero había ido cogiendo soltura y casi parecía que simplemente mantenía los ojos cerrados.

-No te preocupes- le dije con malicia- encontraré como pasar el rato.

Ya había comprobado que no había ningún peligro de romper el trance a no ser que le hiciese daño, así que, con cuidado, le saqué la blusa que llevaba, le desbroché el sujetador, le quité los zapatos, los pantalones y las bragas. Como ya hacíamos las sesiones de hipnosis en la cama, simplemente me tumbé a su lado. Levanté una de las piernas y la recosté sobre mi hombro, dejando su coño entreabierto para mí. Me llevé dos dedos a los labios y me los lamí, luego empecé a acariciarle el clítoris. La reacción no se hizo esperar y ella empezó a humedecerse: puede que su mente estuviera en otra parte, pero su cuerpo seguía funcionando como un reloj. Cuando consideré que estaba lo bastante húmeda, la penetré despacio (no sabía si podía cancelar el trance si era demasiado brusco) y empecé a follármela. De forma instintiva ella se acompasó conmigo y empezó a gemir entrecortadamente.

-Ya tengo “alt”- me informó entre jadeos. Resultaba cómico.

-No tengas prisa- resoplé- tu concéntrate en hacerlo bien.

Por desgracia no me hizo caso, y no pasó mucho tiempo hasta que me dijo que ya había reunido “alto”. Refunfuñé, saqué mi pene (no quería arriesgarme a embarazarla) y me corrí sobre su cuerpo desnudo. Respiré hondo, satisfecho.

-Buen trabajo- le dije.

-¿Qué hago con esto?- quiso saber.

Sonreí pensando que se refería a su cuerpo bañado en mi semen, pero no dije nada.

-Quiero que unas las gotas para que se forme una única gota con la palabra “alto”.

Ella movió los dedos durante unos segundos, y luego paró.

-Ya.

-Escúchame atentamente- le pedí- lo que tienes en tus manos es la palabra “alto”. No son solo letras, es la palabra.

-Sí, es la palabra- corroboró ella.

-Este “alto” significa parar, detenerse. ¿Sabes a que me refiero?

Ella asintió.

-Vale- dije- ahora quiero que pruebes una cosa. Quiero que busques en tu enorme lago esa sensación de quedarse en blanco. Como cuando vas a la nevera a buscar algo, llegas y no sabes que buscabas. O cuando estás intentando explicar algo y hay una palabra que se te escapa. Quiero que busques esa sensación.

Ella asintió, obediente, y se puso a ello. No tenía ganas de follármela otra vez, así que me senté en la cama a esperar. Para pasar el rato, me dediqué a limpiarle el semen con sus bragas, mientras reflexionaba. ¿Sería posible acelerar esta parte del proceso? Si ella aprendiera a que sus ideas y pensamientos fueran a ella en vez de al revés, todo sería más fácil. Tendría que probar si eso funcionaba… pero no ahora. Ahora tenía entre manos algo importante y no podía arriesgarse con experimentos secundarios.

-Vale, ya lo tengo- dijo al cabo de unos minutos.

-Muy bien- la felicité- ¿tienes también la palabra “alto”?

Ella asintió.

-Con mucho cuidado, quiero que introduzcas la palabra dentro de esa sensación. Quiero que se junten, que se fundan, que sean una sola cosa. ¿Crees que serás capaz?

Ella dijo que sí, y se puso a ello. La verdad es que no le costó mucho.

-Ya- informó.

-Vale- dije satisfecho- ahora la palabra “alto” estará completamente ligada a la sensación de mente en blanco. ¿Lo entiendes?

Ella asintió.

-¿A quién pertenece la lluvia?- le pregunté.

-A ti- respondió.

-Y, por tanto, ¿de quién es la palabra “alto”?- continué.

Estaba seguro de que era la forma correcta de operar. Tenía que hacerla llegar por si misma a las conclusiones: en su cabeza las relaciones de ideas y conexiones debían quedar completamente claras. Me sentía seguro de estar haciendo bien las cosas de esta manera.

-Tuya-respondió.

-Entonces –proseguí- ¿están todas las palabras “alto” relacionadas con la mente en blanco o solo las mías?

-Solo las tuyas- confirmó.

-¿Y qué pasará cuando yo, y solo yo, diga la palabra “alto”?- le pregunté.

-Que aparecerá con ella la sensación de mente en blanco- contestó.

-Correcto- respondí satisfecho- cada vez que yo diga la palabra “alto”, te quedarás con la sensación de mente en blanco, ¿no es así?

Ella asintió.

-Ya puedes soltar el concepto- le dije.

Ella lo hizo.

-¿Puedes llegar a la zona luminosa sin mi ayuda?- inquirí.

Ella asintió. Cuando hizo el movimiento con la mano supe que había atravesado la puerta, y cuando dejó de forzar los ojos supe que la había cerrado dejando todo atrás.

-Y ahora te despertarás- sentencié.

Natalia dio un respingo, se incorporó (por poco me da un cabezazo) y se llevó las manos a la cabeza.

-Ay ay ay ay ay ay- gimoteó.

Yo la besé en la frente y le acaricié el pelo mientras ella se recuperaba.

-¿Me has cambiado algo?- preguntó, inquieta.

-Sí- respondí.

Ella me miró con ojos asustados.

-¿Qué has cambiado?- insistió.

-Ya lo verás- dije mientras le guiñaba un ojo.

Ella no parecía muy convencida, y tampoco le hizo mucha gracia que me la hubiese follado mientras ella estaba en el trance, ni que sus bragas estuviesen húmedas de semen (le presté una camiseta amplia que tenía porque le daba pereza volver a vestirse, y fue lo único que se puso), por lo que estuvo con el ceño fruncido un rato, hasta que le permití chupármela y se le pasó un poco el disgusto. Era realmente sencillo complacerla.

Llevábamos un rato en el sofá viendo la televisión cuando consideré que ya podía poner a prueba la palabra. Por supuesto, el objetivo del experimento era comprobar si podía asociar palabras a sensaciones o actitudes. Las famosas “palabras clave” o “palabras desencadenantes”. Estaba bastante nervioso. Si funcionaba, tal vez podía emplear palabras para inducir un trance instantáneo.

-¿Te importa traerme un vaso de agua, por favor?- le pedí.

Ella refunfuñó que estábamos igual de lejos y que si quería agua que fuese yo.

-Otra mamada a cambio- negocié.

Ella suspiró y se levantó del sofá.

-¡Alto!- grité cuando estaba a punto de entrar en la cocina.

Ella se paró en seco. Lo normal hubiese sido girarse para ver por qué la paraba, pero ella se quedó allí plantada como diez segundos antes de volverse hacia mí.

-Me he quedado en blanco- confesó avergonzada- ¿qué querías?

-Un vaso de agua- repetí, eufórico.

Ella asintió y abrió la nevera.

-¡Alto!- grité de nuevo. Una sensación de triunfo electrizante recorría todo mi cuerpo. La sensación de haber hecho algo completamente increíble. La sensación de haber cambiado el color de un lago a violeta.

Volvió a aparecer en el salón con gesto de frustración.

-No sé qué me pasa, he ido a la cocina y no sé para qué- murmuró.

-Te había pedido un vaso de agua y me lo ibas a traer- le recordé.

Se dirigió de nuevo hacia la cocina, pero no le dejé tiempo: volví a gritar “¡Alto!” y quedó de nuevo petrificada. Vino con pasitos cortos y se acurrucó a mi lado, estaba asustada.

-No sé qué me pasa- gimoteó- yo…

Le rodeé con uno de mis brazos y le dije que no pasaba nada, que no tenía de que preocuparse.

-Tengo un nudo en el estómago- dijo, casi sollozando.

-Todos tenemos días así a veces- la consolé- quédate aquí, ya voy yo a buscar el agua.

Tuve que alejarme de allí para que ella no se diese cuenta de mi amplia sonrisa y mi excitación. Me sentía culpable porque le estaba haciendo pasar un mal rato y ella no se lo merecía, pero de pensar en todo lo que podía conseguir me ponía histérico. Respiré hondo y creo que me bebí como litro y medio de agua. Me serené lentamente y volví al sofá con ella. Estaba acurrucada tal como la había dejado. Me hice hueco junto a ella como pude y continué acariciándole la cabeza.

-¿Puedes hacerme un favor?- le pedí con voz dulce al cabo de un buen rato, cuando ya se había calmado.

Ella asintió, aún algo decaída.

-¿Puedes contar del uno al cien?

Ella me miró extrañada.

-¿Por?- quiso saber.

No se me ocurrió nada que decirle, ahora fui yo quien se quedó en blanco.

-¿Es por algo de la hipnosis?- aventuró.

 Asentí, no tenía sentido negarlo. Me parecía increíble que se diese cuenta de aquello pero que no hubiese sido capaz de relacionar sus pérdidas súbitas de memoria con la hipnosis, ¿sería eso normal?  De pronto empezó a contar a razón de un  número por segundo y tuve que dejar mi reflexión a medias. Cuando iba por el ochenta, dije “alto” y se quedo en blanco.

-Sigue- le pedí al cabo del rato, pues permanecía callada.

Ella me miró, confundida.

-¿Qué siga el que?- quiso saber.

-¿No estabas contando del uno al cien?- pregunté.

Ella me miró inquisitivamente, tratando de descubrir si me estaba mofando de ella.

-¿Qué es lo último que recuerdas?- insistí- ¿te acuerdas de que te he consolado porque te ha pasado algo en la cocina?

Ella asintió con cautela.

-¿Y no te acuerdas de haber contado hasta cien?- insistí de nuevo.

-No- dijo con voz fría.

-Ibas por el ochenta cuando de pronto te has parado- continué.

-No he hecho tal cosa- afirmó.

-¿De verdad que no te acuerdas?- insistí.

-Que no, joder- respondió, molesta.

Aquello era un descubrimiento. Al parecer, al quedarse en blanco había borrado todo la conversación que formaba parte del momento en que se había quedado colgada. Decidí arriesgarme a probar algo.

-Sé cuál es la causa de tus pérdidas de memoria- le dije.

Ella me miró con incredulidad.

-¿Sí?¿Cual?- quiso saber.

-Yo- admití.

-¿Qué?- dijo Natalia, confundida.

Sonreí y ella enarcó una ceja.

-Te vas a quedar colgada en cuanto diga la palabra, y no recordarás nada de esto- continué.

-No entiendo lo que quieres dec-

-¡Alto!- la interrumpí.

Ella se calló y miró a su derecha, desorientada.

-¿Eh?-fue lo único capaz de decir, mirando no sé a dónde.

-Natalia- la llamé.

Ella me miró.

-Dime- dijo tratando de recobrar la compostura.

 -¿Qué es lo último que te he dicho?- inquirí.

Ella se rascó la nuca, sorprendida de no recordarlo.

-Me has preguntado lo de que si no me acordaba de haber contado hasta cien- recordó.

-¿Y no lo recuerdas?- bromeé.

-¡Para ya!- dijo mientras me daba un puñetazo amistoso en el hombro.

-¿Estás segura?- continué.

Me lanzó un segundo puñetazo, pero la atrapé de la muñeca. Forcejeamos un poco, pero lentamente conduje su mano hasta mi entrepierna. Me desabroché el cinturón con la otra mano e introduje su mano dentro de mi pantalón. La obligué a cerrar los dedos alrededor de mi pene y acompañé su mano de arriba a abajo lentamente. Ella me miraba a los ojos, ya excitada.

-¿No prefieres que te la chu…?- empezó a decir.

Yo levanté la mano en signo de que no hablara y se calló. Empezó a respirar entrecortadamente. Sus ojos me miraban lastimeros, suplicándome que la dejase bajar, pero me mostré estricto.

-Me prometiste que me harías disfrutar- se quejó.

-Ya me la has chupado tres veces hoy, y aún ni siquiera es hora de merendar- le increpé- creo que estoy cumpliendo, ¿no te parece?

Ella desvió la mirada, avergonzada.

-Lo dices como si tu no lo disfrutaras- murmuró.

Sonreí. Hacía rato que había apartado mi mano, pero ella no había dejado de masturbarme, a pesar de sus quejas.

-También disfruto con esto- repliqué- te recuerdo que me perteneces.

Ella paró y me miró con intensidad. Reconozco que la fuerza que vi en aquel momento en sus ojos hizo que me amedrentase un poco.

-Yo no dije que te perteneciera- aseguró- dije que podías usarme en tus experimentos sí tú... bueno, ya sabes.

-No es así como yo lo recuerdo- respondí con calma, aunque estaba nervioso- ¿No dijiste exactamente: “Seré tuya para que hagas conmigo lo que quieras?”

Ella frunció el ceño, no estaba segura.

-Bueno, sería un arrebato del momento- dijo- pero no me refería a que eres mi amo ni nada.

-¿Y a qué te referías?- quise saber, confundido.

Ella me miró con cara de “ya te lo he dicho”.

-Pues me refería a que volvía contigo y a que ya no quería que me deshipnotizaras- explicó- Y a que estaba dispuesta a aceptar que probaras más hipnosis conmigo, si no había más remedio, siempre que eso no me causara dolor.

-Entonces ni soy tu amo ni me debes obediencia- resumí- ¿eso dices?

Ella frunció el ceño y sacó la mano de mis pantalones.

-¿Me has hipnotizado sobre esto?- inquirió.

Me incorporé un poco y puse la cara más sincera que pude.

-No, Natalia- le aseguré- no te he hipnotizado sobre esto.

-¿Y sobre que me has hipnotizado?- quiso saber- no me gusta nada que no me cuentes lo que me haces.

-Es mejor que no te lo diga- le aseguré- no sabemos qué efectos puede tener.

-Dímelo- me dijo con tono autoritario.

-No- respondí con rotundidad.

-¿Por qué no?- me increpó.

-Porque no me da la gana- mascullé de malos modos.

-Claro, estamos en un país libre- reconoció- así que si a mí no me da la gana masturbarte, pues no lo hago.

Y dicho esto, se levantó del sofá, visiblemente enfadada.

- Ni siquiera te la quiero chupar ahora mismo- masculló.

Me quedé bastante impresionado. Es cierto que hasta ahora no la había tratado como si “me perteneciera”, pero daba por sentado que así era.

-¡Alto!- dije cuando no había dado ni dos pasos.

Ella se paró en seco. Traté de organizar mis ideas: que ella no quisiese admitir que era mía no significaba que no lo fuera. Era dueño y señor de sus pensamientos. No había ningún motivo para preocuparse.

-Natalia, ¿a dónde vas?- le pregunté, tratando de recuperar mi posición dominante.

Ella se volvió hacia mí, desconcertada.

-No… no lo sé- confesó.

-Aquí te has dejado un trabajito a medias- le dije señalando mi sexo, que ahora estaba al descubierto.

Ella dudó unos segundos, pero finalmente desistió y sonrió. Me miró salvajemente y se arrodilló ante mi pene para chuparlo. Yo la aparté con un brazo.

-No, ven, túmbate a mi lado- ordené suavemente.

-Pero desde ahí no te la puedo comer- se quejó. Volví a ver una chispa de esa fuerza en su mirada. Si seguía presionándola, volvería a enfadarse.

Suspiré, irritado: me estaba minando la moral. No había más remedio que admitir que me había equivocado al suponer que tenía un control total sobre ella. Había pensado que sencillamente haría todo lo que yo le pidiera sin rechistar, pero estaba claro que no era así. Cuando estaba excitada se convertía en una persona diferente, era mucho más apasionada y se dejaba llevar, por lo que era fácil que se sometiera, pero parecía que la hipnosis la ponía nerviosa y a la defensiva. Tal vez fuera el dolor de cabeza, o tal era que, a pesar de que me había dado permiso, la asustaba pensar que sería lo próximo que le haría.

Después de pensarlo un poco, le dije que se pusiera como quisiera ella, y empezó a chupármela. Alguno podrá pensar que eso debilitaba mi autoridad sobre ella, porque le estaba permitiendo no cumplir una orden… Bueno, puede que fuera cierto, pero no me importaba. También yo me sentiría asustado e inquieto si supiera que alguien podía hurgar a su antojo en mi cabeza. Y yo no quería hacerla desdichada, no había necesidad: tenía todo el tiempo del mundo para ir cambiando esto y aquello, muy poco a poco, sin necesidad de presionarla. Tal vez incluso podía conseguir que no sintiese las jaquecas si la dejaba dentro del lago para que se aclimatara después de cambiar algo. O tal vez…

La sensación de mi pene escurriéndose por su garganta me expulsó de golpe de mis pensamientos. Ella ya nunca tenía arcadas, podía introducírselo hasta el fondo, hasta que mis testículos rozaban sus labios. Daba igual que fuera lento, rápido, forzado o sin avisar: su garganta se adaptaba perfectamente y deslizaba sin dificultad. Era una sensación espectacular.

-Reconozco que eres increíble- le dije.

Ambos nos miramos. Debió notar algo en mis ojos, porque se detuvo, aunque no se sacó mi pene de la boca. Tragué saliva. Ahora o nunca.

-Te quiero- confesé.

Ella sonrió. Lo pude ver en como entornaba los ojos y en cómo se alzaban levemente sus mejillas. Ella hizo un corazón en el aire y me señaló.

-¿Eso es que tú a mí también?- pregunté.

Asintió. Le devolví la sonrisa.

-¿Me quieres más a mí o a mi polla?- bromeé.

A modo de respuesta se la introdujo hasta el fondo de golpe, y luego se la sacó muy lentamente.

-No tengo ninguna posibilidad, ¿eh?- comenté.

Ella negó con la cabeza y me hizo un gesto con la mano para que me tumbase y dejase de molestarla. Me tumbé, cerré los ojos y simplemente me dejé llevar. Empezó muy lentamente, pero se aceleraba poco a poco. Me pregunté si era porque no podía controlarse o lo hacía a posta.

-Ves despacio, no te apresures- le pedí- no hay ninguna prisa.

A modo de respuesta bajó el ritmo. Me coloqué una almohada bajo la cabeza para estar más cómodo y dejé la mente en blanco. Estuve aún un rato atento a ver si ella se aceleraba, pero mantuvo el ritmo perfectamente. Debía estar costándole mucho esfuerzo controlarse. Entonces dejé de preocuparme y dejé de intentar tener todo controlado. Sentía el suave contacto de sus labios, la humedad de su lengua, la parte interna de su boca, su garganta. Dejé la mente en blanco, relajé todos los músculos  y respiré hondo. Si la sensación de ser hipnotizado era la mitad de buena que esta, no me extrañaba que ella se dejase llevar. Y me deje llevar.

No sé cuanto rato estuve así, medio ido. La verdad, creo que bastante. Solo sé que, de pronto, sentí un ligero dolor en mi pene y me incorporé, sobresaltado. Había oscurecido.

-¡Te habías dormido!- me increpó Natalia- yo aquí conteniéndome para ir despacio y vas y te duermes.

¡ME HABÍA MORDIDO LA POLLA! No había sido fuerte, claro, pero me la había mordido. Ella enarcó una ceja, airada. Entonces, como si me viniese de golpe, sentí lo cargado que tenía el pene. Debía llevar HORAS lamiéndomelo, estimulándome poco a poco. Sentía los testículos hinchados y preparados. La tenía tan dura que podía ver como sobresalían las venas. No podía aguantar ni un segundo más.

Me incorporé, la cogí de las axilas y empecé a arrastrarla. Perdió el equilibrio y acabó avanzando con las rodillas. La coloqué contra la pared, y le inmovilicé las manos con mis piernas. Le sujeté la cabeza con mis manos y la obligué a mirar directamente mi pene.

-¿No te puedes aguantar, eh?- dije con voz salvaje- está claro que necesitas que te enseñe modales.

Ella iba a responder algo, pero no le di opción: en cuanto abrió un poco la boca le introduje el pene a la fuerza, y empecé a embestirla con todas mis fuerzas. Con mis manos mantenía su cabeza firmemente pegada a la pared para evitar que se diera cabezazos, pero esa fue la única delicadeza que tuve. A pesar de lo ansioso que estaba por correrme y todo el semen que tenía acumulado (o quizás precisamente por eso), no había manera de que saliera. Embestía una y otra vez con todas mis fuerzas y todo lo rápido que la posición me lo permitía. Sentí como tosía y se atragantaba, nunca la había tratado con tanta brutalidad, y me di cuenta que podía estar haciéndole daño. La saqué y ella aspiró con fuerza, abriendo mucho los ojos, y luego escupió un montón de saliva y pre-semen.

-No pares- me rogó- por favor, no te pares.

La miré asombrado. Ella abrió mucho la boca y trató de acercarse a mi polla. Yo retuve su cabeza pegada a la pared.

-Suplica- le ordené.

-Por favor, por favor, por favor- dijo al instante- me portaré bien, no te desobedeceré nunca más. Seré tu esclava. Haré todo lo que me pidas. Cualquier cosa.

Sonreí. Ya estaba otra vez prometiéndome su sumisión, entregándome su libertad. Esta vez ya no me lo tomé en serio. Aún así, le introduje el pene bruscamente en la garganta y seguí embistiendo. Ahora que sabía que no se resistiría, le liberé los brazos y coloqué las piernas en una posición más cómoda que me permitía embestir con más fuerza y más rápido. Ella apoyó las manos en la pared para tratar de compensar mis embestidas. De su boca no dejaba de caer saliva con semen, que le goteaba por todo el cuerpo, pero a ella no parecía importarle. Gemía y se convulsionaba sin parar. Sentí como llegaba ella al orgasmo, pero no me detuve, seguí embistiendo. De pronto sentí que iba a estallar, y esta vez la atraje a ella contra mi polla, y no al revés, hundiendo mi pene profundamente en su garganta. Y llegué al clímax. Empecé a correrme sin parar en su boca. Ella se arqueó violentamente, y yo le solté la cabeza, alarmado. Escupió un montón de semen. Jamás había visto tanto. Ella se quedó de rodillas, inclinada hacia adelante con las manos apoyadas en el suelo, jadeando con fuerza. Yo me tuve que apoyar en la pared. Me dolía la polla. Me la miré y estaba enrojecida, supongo que de la fricción tan brutal con la garganta de ella. Me pregunte como había sido capaz de resistirlo.

 -Eso es lo que te gusta, ¿verdad?- le pregunté. Sabía que ahora no se rebelaría. Tenía que aprovechar estos momentos de sumisión total.

Ella no respondió, se quedó en el mismo sitio, jadeando.

-Contéstame cuando te hablo- le ordené.

Ella levantó la cabeza y asintió.

-Dilo- le dije.

-Esto es lo que me gusta- dijo, obediente.

Un poco más recuperado, me aparté de la pared y me acerqué a ella. La cogí de la barbilla y la obligué a mirar el charco que semen que había a sus pies.

-¿Ves que sucio lo has dejado todo?- le pregunté con dureza.

-Sí- respondió.

-Es tu culpa por haberlo escupido- continué- deberías habértelo tragado.

-Había demasiado- se quejó débilmente.

-No quiero excusas- la corté, inflexible- quiero que lo recojas todo. Con la boca.

Ella me miró con ojos lastimeros, pero la miré con toda la dureza que fui capaz de fingir.

-No lo repetiré- amenacé.

¡Y se puso a lamer el semen del suelo!

-No harás otra cosa hasta que quede completamente limpio- le aseguré- me voy a quedar justo aquí para asegurarme.

Ella asintió y siguió recogiendo el semen con la lengua, metiéndoselo en la boca y tragándoselo.

Aunque por fuera mi expresión estaba calmada, por dentro mi cabeza bullía febrilmente. De normal era indómita y muy rebelde y jamás aceptaba que nadie la dominase ni la humillase. Pero, por algún motivo, justo después  de llegar al orgasmo, si había sido lo bastante intenso y salvaje, se quedaba como sin energías, sin voluntad. Y se convertía, durante un corto lapso de tiempo, en lo que era ahora, una criaturita débil, blanda y obediente. El cambio de comportamiento era radical.

-¿Ya?- preguntó ella con un hilo de voz.

Examiné el suelo con detenimiento: ni rastro de semen. Sonreí con dulzura y la besé en la frente. Ella cerró los ojos y aceptó mi beso, agradecida.

-Te quiero- me susurró.

-Y yo a ti- respondí.

La agarré por los hombros y la llevé hasta el baño. No se resistió en absoluto. Le quité la camisa, completamente manchada de semen, y la tiré al suelo. La metí en la ducha, me desnudé y me metí con ella. Nos enjaboné a ambos metódica y concienzudamente. Luego la aclaré a ella, le di una toalla y la hice salir. Me aclaré yo, cogí otra toalla y salí. Ella se había quedado donde la había dejado, de pie, mirándome. La sequé completamente y luego me sequé yo. La conduje hasta la habitación, la ayudé a ponerse el pijama y me lo puse yo también. Le pregunté si quería cenar y me dijo que no. Se le cerraban los ojos de sueño, así que le dije que se metiese en la cama, y en menos de un minuto ya estaba dormida.

Yo encendí mi ordenador y escribí todo lo que había pasado. Me llevó un rato, pero creo que no me dejé ningún detalle. Vosotros juzgaréis.

Me volví y la vi dormir plácidamente. Aquella actitud sumisa estaba dentro de su mente, en algún rincón perdido del vasto lago violeta… y la hipnosis me permitiría encontrarla. Eso seguro.