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El lago violeta (Parte 4)

en Control Mental

[Una consideración antes de empezar: Como podéis ver por el tiempo estimado de lectura, es un capítulo largo: me gustaría haber podido partirlo, pero no había ningún buen punto para hacerlo. Si lo que buscáis es únicamente la parte erótica, váis a quedar defraudados, porque hay que avanzar mucho para llegar a ella. De todos modos, os marco en negrita más o menos el comienzo de la parte sexual (está casi al final). Para los que estén siguiendo la serie también por la trama (espero que sea la mayoría), espero que disfrutéis de este capítulo].

Amanecería siendo sábado, así que no me puse el despertador. No tenía ningún plan especial para el día, más que explorar la mente de Natalia en busca de lo que había visto el día anterior y tratar de hacerlo aflorar.

Lo primero que me sorprendió nada más abrir los ojos fue no tener a Natalia entre las piernas con su muy particular “buenos días”. Después de la sorpresa inicial, decidí no darle mayor importancia: había días que me despertaba yo antes, o justo coincidía que había ido al aseo: podían ser mil cosas. Me desperecé ruidosamente y me levanté. Fui descalzo al baño, pero ella tampoco estaba allí. Oriné y me limpié la cara. Fui a la cocina y me preparé un café. Ni rastro de ella.

-¿Natalia?- la llamé. Pero no hubo respuesta.

Miré a ver si me había dejado una nota, pero no encontré nada. Cuando me acabé el café, cogí mi teléfono móvil y la llamé. No sé porque esperaba que no me contestara, pero lo hizo.

-¿Diga?- respondió.

-Hola- la saludé- ¿has salido?

-Sí, he quedado con una amiga- comentó-. Vamos a comer juntas, así que no me esperes; pero para cenar sí. ¡No cenes sin mí!

 Oí un “¿Es él?” de fondo. Reconocí la voz: era Julia.

Tengo que aclarar algo sobre estos relatos. Los suelo escribir justo cuando acaba el día en que me ha ocurrido todo, y aunque alguno lo revisé después para añadir algún detalle, en general los suelo dejar tal y como están, para que se aprecie como pensaba en ese momento. Por eso hasta ahora no había dado el nombre de la antigua compañera de piso de Natalia, porque estaba convencido de que su intervención en nuestras vidas se había acabado y no merecía la pena el esfuerzo, pero me equivoqué. Para enmendarme, la presentaré oficialmente.

Natalia y Julia llevaban siendo compañeras de piso desde la universidad. Lo normal habría sido que, una vez finalizados sus estudios, cada una hubiese seguido por su camino, pero tenían una convivencia inexplicablemente agradable teniendo en cuenta lo cabezotas que eran las dos y habían decidido permanecer juntas. Eran de la misma edad y, hasta donde yo sabía, se lo contaban todo. También se protegían mutuamente, y solían ser muy críticas con los novios de la otra. Yo no había tenido problemas con ella (por lo menos hasta que empezó el tema de la hipnosis), pero se ve que alguna pareja anterior de Natalia había tenido que vérselas con Julia y al parecer no era nada agradable: era una chica muy decidida, de convicciones férreas, extremadamente sincera y bastante brusca. Ni sus relaciones de pareja ni sus amistades duraban demasiado porque no tenía paciencia ni era comprensiva, pero, por algún motivo, con Natalia era diferente: la apreciaba y la quería muchísimo y aunque discutían de vez en cuando, siempre acababan reconciliándose, porque las dos siempre ponían mucho de su parte para arreglarlo. Tenían una de esas amistades personales, no de grupo, que perduran aún a pesar de la distancia. Yo no tenía ningún amigo tan íntimo y reconozco que las envidiaba.

Y, al parecer, ahora yo era su enemigo número uno. Últimamente ella tampoco me caía simpática, la verdad.

-¿Estás con Julia?- pregunté, buscando confirmación.

-Sí, estoy con ella- me respondió.

Oí un poco de ruido de fondo, un “no, suelta” y de pronto un golpe brusco.

-Hola, capullo- me saludó Julia: le había quitado el móvil a Natalia.

-¿Qué quieres?- respondí fríamente.

-Quiero que la dejes en paz- contestó- ¿no puede ni salir medio puto día con su mejor amiga, a la que hace siglos que no ve porque su “novio” la tiene prisionera?

-Yo no he dicho que no pudiese salir- me defendí.

-Pues entonces deja de portarte como un niñato celoso y entretente tú solo un ratito, ¿quieres?- replicó.

-Pásame a Natalia- le pedí, irritado.

-Que te jodan- respondió- ¡Y no llames más!

La conversación se cortó y me quedé blanco de rabia. Volví a llamar, pero me saltó el buzón de voz: había apagado el teléfono. A punto estuve de estrellar el móvil contra la pared, pero conseguí calmarme a duras penas. La casa se me echaba encima, así que me vestí y salí a dar una vuelta. Llamé a un par de amigos míos a los que reconozco que tenía bastante abandonados y quedamos para tomar algo en un bar. Me disculpé por no haber dado señales de vida en tanto tiempo, y les dijes que había estado tremendamente ocupado.

-¿En qué?- me preguntó uno, sin malicia.

Sonreí y le prometí que algún día se lo contaría, pero no hoy.

-¿Y cómo vas de chicas?- quiso saber- ¿te tiras a alguna?

La verdad es que me hinché de orgullo mientras les contaba mis más que satisfactorias experiencias sexuales, omitiendo todo lo referente a la hipnosis.

-Joder, que suerte tienes- refunfuñó uno- ya nos contarás tu secreto.

Empecé a reírme y se acabaron contagiando. Cuando la conversación decayó, nos despedimos y les prometí que no tardaría tanto en volver a dar señales de vida. Cogí comida para llevar en un sitio de hamburguesas, alquilé un par de películas y eché la tarde tranquilamente tumbado en el sofá. No era lo mismo sin Natalia acurrucada a mi lado, pero fue una tarde tranquila y agradable.

Cuando ya empezaba a oscurecer, llamaron al timbre. Supuse que sería Natalia, aunque me extrañó que llamara: le había dado un juego de llaves. Me levanté con torpeza y abrí la puerta. Me quedé helado. Era ella, pero no venía sola.

-Hola- me saludó Natalia, expectante- la he invitado a cenar, espero que no te importe.

Julia me miraba con intensidad, y mis ojos pasaban de una a otra sin saber cómo reaccionar. ¿Por qué la había traído? Era imposible que no supiese lo tensa que era mi relación con ella, tenía que haber oído que me insultaba por teléfono.

-Claro- murmuré mecánicamente.

Natalia puso cara de alivio y me sonrió. Julia le dio un codazo.

-Ya te dije que él mismo me había invitado a venir y que no tenías de que preocuparte- le dijo a Natalia.

¿Pero qué coño estaba diciendo? ¿Yo la había invitado?

-Me envió un mensaje de texto muy educado invitándome a pasarme cuando quisiese- continuó Julia, dirigiéndose luego a mí - eres un hijo de puta muy considerado.

Era cierto, en el mensaje que le envié cuando Natalia se mudó a mi piso le decía que se pasase cuando quisiera. No pensaba que algo que escribí para burlarme de ella me podía acabar estallando en la cara.

-Julia, me habías prometido que te ibas a comportar- le reprendió Natalia.

-¿Te he ofendido?- me preguntó falsamente sorprendida- perdóname, lo siento mucho.

Pero había que estar completamente ciego para no ver que no lo sentía en absoluto. No sabía que pretendía irrumpiendo así en mi casa, pero yo no tenía ganas de bromas. Nos quedamos mirándonos fijamente, sin decir nada.

-¿Y si pedimos comida china?- se apresuró a sugerir Natalia para quitar un poco de tensión a la situación.

-Por mi perfecto- contestó Julia, de pronto con una gran sonrisa. Y, sin esperar a que la invitara a pasar, entró en la casa.

-Voy al baño- anunció-, no tardo nada.

Me giré a mirar a Natalia con reproche.

-Lo siento- dijo en voz baja, para que su amiga no la oyera- me dijo que nos quedásemos a cenar por ahí, pero le dije que ya tenía planes contigo. No sabía si a ti te importaría que ella viniese también a cenar, pero ella me enseñó un mensaje que tú le habías enviado diciendo que estaba invitada a pasarse cuando quisiera, así que la he traido.

Apreté los dientes.

-¿Te enseñó lo que me respondió?- le pregunté.

-No- respondió ella- ¿por?

Me planteé enseñarle el mensaje, pero entonces Natalia se lo diría a Julia, y ella a su vez le diría que mi mensaje era malintencionado y de burla. No estaba seguro de salir ganando con el intercambio, así que le quité importancia al asunto.

Cuando Julia salió del baño, pedimos comida china por teléfono y mientras esperábamos le conté a Natalia que había salido por la mañana con unos amigos, y que por la tarde había estado en casa. Ella me contó que Julia le había enviado un mensaje de que quería quedar para hablar con ella y ponerse al día, que como yo estaba dormido no me lo había avisado y que habían estado todo el día hablando. Como aún no llegaba la comida, me contó que a Julia la habían despedido hacía unas semanas de su trabajo por un problema que tuvo con su jefe, pero que ya había encontrado otra cosa.

-¿Qué te pasó en el otro trabajo?- le pregunté.

Ella me sonrió forzadamente y no dijo nada. Supuse que le incomodaba que yo me enterase de todo eso, pero Natalia no parecía darse cuenta.

-Su exjefe quería que trabajase horas extras sin cobrar, ella le dijo que no lo iba a hacer y que le demandaría si lo hacía- explicó Natalia.

-Lo estás contando mal- se quejó Julia- Le dije que no lo iba a hacer y amenazó con despedirme. Entonces fue cuando le dije que si me despedía porque me negaba a trabajar gratis le demandaría.

-¿Y te despidió?- le pregunté.

-Sí, el muy mamón me despidió- admitió Julia-. Y sí, le demandé por extorsión, pero solo conseguí que dijeran que mi despido había sido improcedente, así que me tendrán que indemnizar.

Natalia la miró con admiración. Era una mujer fuerte, eso era innegable.

-Algo es algo- comentó- aunque me jode que haya personas que abusen del poder que tienen sobre los demás en su propio beneficio, sin tener en cuenta el daño que hacen.

Y me miró directamente a los ojos.

-¿A ti no te hace hervir la sangre la gente así de malnacida?- me preguntó.

Natalia asintió, totalmente de acuerdo, sin darse cuenta de que Julia se estaba refiriendo a mí. El mensaje estaba claro: yo estaba empleando la hipnosis para aprovecharme de Natalia, sin tener en cuenta que eso la dañaba. Y ella no iba a permitirlo.

-Completamente de acuerdo- dije- hay gente que no se da cuenta (o no quiere hacerlo) que los demás también son personas y que no pueden inmiscuirse en sus asuntos a base de intimidación y amenazas. Tienes razón, son unos malnacidos.

Julia entrecerró los ojos. Yo sonreí, consciente de que mi intención le había llegado.

-Sí, no está bien usar la fuerza o el chantaje para obligar a los demás a hacer lo que tú quieras- dijo Natalia.

-¿Pero y si es por una buena causa?- preguntó Julia- ¿Y si, por ejemplo, unos tipos secuestran a tu hermana? ¿No usarías lo que fuera, incluso la fuerza, para rescatarla?

-Supongo que sí- admitió Natalia.

-¿No está para eso la policía, precisamente?- sugerí- ¿Para evitar que cada cual se tome la justicia por su mano?

-La policía no actúa contra todo lo que está mal- contestó Julia- hay muchas injusticias que quedan sin castigo.

-Pero estamos hablando de un secuestro, ¿no?- preguntó Natalia- ¿O me he perdido algo?

Julia y yo nos miramos. Nuestra conversación entre líneas estaba confundiendo a Natalia.

-Bueno, puede que en el caso de secuestro no- se escudó Julia- Pero hay muchas otras situaciones en las que la policía no puede resolver el problema, y si no eres tú quien se mueve, se cometerá una gran injusticia. Muchos de los problemas que hay hoy en día son porque la gente no lucha contra las pequeñas injusticias. Esperan que alguien lo haga en su lugar, y al final nada se resuelve.

-Hablas como si la ley fuese una chapuza y cantidad de cosas se escapasen a ella- le increpé.

-La ley no es perfecta, ahí lleva razón Julia- intervino Natalia- hay mucha desigualdad y eso nadie lo corrige.

-La ley solo se encarga de que nadie se porte mal- argumenté- ser solidario, o generoso, o educado, o lo que sea no se puede forzar. Tiene que nacer de cada uno.

-Sí, no está bien forzar a la gente a hacer cosas que no le nazcan hacer, aunque no sea delito- comentó Julia, otra vez refiriéndose a mí.

-Pues aplícate el cuento, joder- exploté- y déjanos vivir en paz.

-¿Qué coño te pasa?- me increpó Natalia- ¿Por qué te enfadas tanto? Es solo un debate con diferentes puntos de vista, no hay que tomárselo como algo personal.

Mientras Natalia me reprendía, Julia se cruzó de brazos y se apoyó sobre las patas traseras de la silla, satisfecha. Me hizo un gesto insultante con la mano, pero lo retiró antes de que Natalia pudiese verlo. Me hervía la sangre.

-Me alteran un poco estos temas- me excusé- mejor hablemos de otra cosa.

Justo entonces tocaron al timbre: era la cena. Yo me mantuve sombrío y callado mientras comíamos, pero Natalia y Julia bromeaban y reían sin parar. Me hice prometer a mi mismo que no volvería a caer en una de sus provocaciones: me mantendría amable y educado, haría caso omiso a sus ataques y, tarde o temprano, tendría que irse a su casa. Entonces podría estar tranquilamente a solas con Natalia y se me pasaría el mal humor. Si cumplía esa promesa a rajatabla, no tenía de que preocuparme.

Me dediqué a saborear la cena y a fantasear con lo que pasaría cuando Julia se fuera: en todo el día Natalia y yo no habíamos hecho nada. Yo la verdad es que tenía muchas ganas de sexo, así que Natalia debía estar incluso peor que yo. Solo tenía que esperar a que Julia se fuese…

-Bueno, contadme como va vuestra relación- soltó de pronto Julia- la verdad es que Natalia se ha negado a contarme gran cosa sobre ese tema en todo el día. A lo mejor ahora que estás tú delante se suelta un poco más.

Yo miré de reojo a Natalia, y la vi inquieta. ¿Qué le había contado y que no? Pero enseguida dejé de mirarla: Julia requería toda mi atención.

-¿Para qué más cosas la has hipnotizado?- me preguntó directamente- ¿para qué te llame “amo”? ¿Para tenerla siempre bien húmeda y lista?

-Julia, por favor, para- le dijo Natalia.

-¿He acertado, verdad?- me dijo- ¡Qué previsible!

-Natalia te ha dicho que te calles- le dije con tono tranquilo- ¿no la oyes?

-¿No me vas a responder?- insistió- ¿tanta vergüenza te da admitir que abusas de ella?

-Que te calles- siseé.

Natalia nos cogió a los dos por el hombro y puso una sonrisa conciliadora.

-No discutáis- nos pidió- vamos a intentar llevarnos bien, ¿de acuerdo?

-Es ella la que está saltándome al cuello todo el rato- me quejé- si tuviese una pistola ahora mismo, seguro que me pegaba un tiro.

-Sí- admitió ella sin reparos- si que te lo pegaría, pero en los huevos.

Natalia se rió, tensa. Nosotros dos no nos reíamos, nos mirábamos fijamente. Ya no íbamos a andarnos con rodeos.

-Y veríamos entonces cuanto te quiere y cuanto tiempo quiere pasar contigo, cuando no se te pueda follar a todas horas- dijo, casi escupiendo las palabras.

Vi por el rabillo del ojo que Natalia me miraba, supongo que atenta a mi reacción y mi respuesta.

-Porque es para lo único que te quiere, Natalia- continuó acusándome sin quitarme los ojos de encima- para que seas su agujero húmedo y calentito donde poder meterla siempre que quiera. Solo te está utilizando.

-Eso no es verdad- me quejé- no solo busco sexo en ella.

-Pues dime que habéis hecho juntos en los últimos días- me retó.

Natalia ya me miraba directamente, muy atenta. Yo no me atrevía a mirarla a ella. Hasta ahora no se había posicionado de parte de nadie, pero porque la conversación había sido mucho más críptica. Tenía que andarme con ojo para no ponerla en mi contra.

-Pues hemos…- empecé a decir.

-¿Follado como locos?- sugirió, interrumpiéndome- ¿practicado la hipnosis para convencerla de follar incluso más?

Joder, que hija de puta. Pero reconozco que había acertado de pleno.

-Hemos visto la televisión- murmuré apresuradamente, a sabiendas de que era una respuesta muy insuficiente.

Julia se rió de forma hiriente y escandalosa. Me sentí humillado e intuí que Natalia me miraba cada vez con más dureza. No la había hipnotizado para que me apoyase incondicionalmente, y aunque me había dicho que me quería, eso era algo realmente endeble sobre lo que apoyarme. Tenía que conseguir derrotar a Julia para que Natalia no empezase a dudar de si estaba bien lo que estábamos haciendo. En vista de que me había quedado mudo, Julia se dirigió ahora a Natalia directamente.

-Solo disfrutas de esta “relación” porque él te ha ordenado hacerlo- le explicó- no es tu culpa, no puedes defenderte contra lo que él te haga.

-Ya está bien- sentencié, airado- quiero que te vayas.

Poco me había durado mi determinación de no entrar a discutir con ella. Pero no podía evitarlo, ella me encendía.

-No soy tu puta esclava- siseó- me iré cuando Natalia ya no quiera que siga aquí. Estoy aquí por ella, no por ti.

Julia y yo nos miramos con evidente antipatía. No recordaba haber sentido tanto rencor por nadie en toda mi vida.

-Quiero que se quede- decidió Natalia, contundente, sin dejar de mirarme. Desde luego lo esperaba, pero no me hacía gracia.

-Está enfadado porque todo lo que he dicho es exactamente lo que pasa, Natalia- aseguró.

Joder, era buena. La muy zorra (no me gusta usar esa palabra, pero ella lo era) era realmente hábil y me estaba dejando por los suelos. ¿Cómo podía tener respuesta para todo?

-¿Traías ese discurso preparado de casa, verdad?- le recriminé.

-Sí- reconoció- ¿algún problema con eso?

-Ninguno- mentí- te deberían dar un Óscar por él.

-Me conformo con conseguir sacarla de esta antro repugnante- me desafió- sería como ganar el Nobel de la Paz por mi incansable lucha contra los hijos de puta.

-Cuida tu lengua- le increpé.

-¡Y me lo dice el César!- exclamó con una risotada seca- tú sí que tendrías que tener tu puta lengua bajo llave y dejar de meterle mierda a ella en la cabeza.

-Yo no le meto mierda en la cabeza- respondí, aunque no argumenté nada, estaba ofuscado.

-¿Ah, no?- inquirió. Se volvió hacia Natalia. Un escalofrío me recorrió la espalda. Todo podía acabar en un instante. Debería haber dicho algo, pero estaba muy alterado y un poco desorientado.

-Natalia, ¿crees que te mete mierda en la cabeza? –le preguntó- ¿crees que con la hipnosis te implanta cosas buenas para ti… o para él?

Me quedé blanco como el papel. Natalia me miró fijamente. Yo no pude ocultar mi culpa y bajé la mirada, incapaz de mantener la suya, abochornado.

-No creo que sean excluyentes- dijo con bastante convicción, tras unos segundos.

Levanté la vista, asombrado. Nuestros ojos se encontraron: llevaba tanto rato mirando solo a Julia y centrándome en lo mucho que quería que desapareciese que no había mirado a Natalia detenidamente en toda la noche, a pesar de que ella me miraba a mí casi todo el tiempo. Llevaba todo el rato creyendo que sus miradas estaban siendo duras y frías, que me estaba evaluando a cada instante, y que, al mínimo error que cometiese, iba a abandonarme. Pero me miraba como siempre, tal vez un poco más seria porque la situación no era agradable, pero vi afecto en sus ojos. Ella me sonrió tímidamente. Fue increíblemente reconfortante y me dio fuerzas renovadas.

-¿¡Qué no son excluyentes!?- exclamó Julia, incrédula- ¿Cómo puedes decir eso?

 -No te enfades- le pidió a su amiga- solo digo que me siento bien estando aquí, a pesar de lo que puedas pensar.

Entonces Julia cogió a Natalia de las manos.

-No intervengas en esto, quiero que responda ella- me amenazó.

Yo no respondí nada, aún estaba aturdido y si hubiese dicho algo solo habría conseguido empeorarlo. Decidí confiar en ella.

-Quiero que imagines que tienes una hermana a la que quieres mucho mucho mucho- le dijo- ¿puedes hacerlo?

Natalia asintió y yo sonreí para mis adentros. La imaginación y el mundo interior de Natalia superaban con creces al de Julia y al mío juntos, de eso no había duda.

-Ahora quiero que imagines que por un trágico azar del destino, tu querida hermana acaba enganchada a las drogas- continuó- ¿me sigues?

Natalia me echó una rápida ojeada. Yo me hacía una idea de por donde quería ir Julia, pero había dicho que no iba a intervenir: había decidido confiar en ella y eso iba a hacer.

-Te sigo- respondió al fin.

-La droga que ella toma es muy mala para su cuerpo, y le está arruinando la vida- describió Julia- ¿no le aconsejarías a tu hermana que dejase de tomarlas inmediatamente?

-Sí- respondió Natalia al instante- por supuesto.

-Pues ahora imagina que tu hermana, que a pesar de que te desvives por ayudarla y aconsejarla, y que suele tomar malas decisiones, te dice que no va a dejar de tomar drogas porque la hacen sentir bien. ¿Qué le dirías?

-Le diría que no fuese estúpida- respondió Natalia- que aunque se sienta bien ahora, las drogas acabarán destrozando su vida.

Ambas se miraron a los ojos.

-¿Entiendes lo que te quiero hacer ver?- preguntó Julia con cara de preocupación.

-Sí- admitió Natalia- dices que aunque esto me haga sentir bien ahora, en realidad es algo malo y cuanto antes lo corte, mejor.

Julia asintió, satisfecha. Realmente era algo parecido a la hipnosis lo que acababa de hacer. Pero yo también sabía jugar a ese juego, y seguramente mucho mejor que ella.

-¿Puedo decir una cosa?- pregunté.

-No- dijo Julia.

-Sí- la contradijo Natalia.

Ambas se miraron un segundo, pero finalmente Julia cedió.

-Imagina que sigues dentro del mismo caso- le pedí a Natalia- has descubierto que tu hermana toma drogas y evidentemente estás preocupada, ¿cierto?

Ella asintió. Aquella forma de dirigir una historia me recordaba cada vez más a cuando yo le hablaba a ella durante las sesiones de hipnotismo.

-Como estás preocupada y ella no te hace caso, decides ir a hablar con la persona que le está dando las drogas a tu hermana, porque sabes que si esa persona no se las suministra, ella dejará de tomarlas.

Julia me miró con desconfianza: no parecía saber qué es lo que yo trataba de hacer.

-Esa persona te confiesa que está profundamente enamorada de tu hermana, y te asegura que la droga que ella toma no es perjudicial. Es más, tomarla la hace sentir bien. Esa persona te asegura que jamás permitirá que a tu hermana se exceda, porque se encargará de velar por ella. Y tu hermana es feliz. Tú lo has podido comprobar cuando la viste. Puede que sin las drogas también fuera feliz, pero lo que no se puede negar es que, tal y como está, es feliz.

La miré muy detenidamente.

-¿Entiendes lo que te quiero hacer ver?- le pregunté, imitando las palabras de Julia.

-Sí- me dijo con una tímida sonrisa- dices que me quieres y que por eso no tengo nada que temer.

Yo asentí, contento de que hubiese llegado a la conclusión que le quería transmitir.

-No te quiere realmente, Natalia- intervino Julia- solo te está utilizando.

-¿Tú que sabes?- le increpé- Claro que nos queremos.

Julia me miró con fiereza.

-No dudo de que ella te quiera, no habrás escatimado en esfuerzos para conseguirlo… ¿pero la quieres tú a ella?

-Más que a nada- aseguré.

Natalia me sonrió con ternura.

-Si eso es verdad, deshipnotízala- me retó- deja que pase unos días lejos de ti, en mi piso: si luego quiere volver, pero no por la hipnosis, sino porque realmente te echa de menos, entonces no me opondré a que lo haga.

Por fin, vi todo el plan que había orquestado. Toda la conversación confluía irremediablemente en ese desafío. Y ahora no iba a poder confiar en que Natalia se pusiera de mi parte. Evidentemente la inquietaba que la hipnotizase, y si se planteaba que tal vez lo que sentía por mí no era real sino que se lo había implantado yo, querría poder comprobarlo.

-No creo que sea buena idea- me apresuré a decir, aunque sin convencimiento- Natalia me dijo que no quería que la deshipnotizase, que si lo hacía se sentiría vacía y…

Me detuve cuando vi como me miraba Natalia. Estaba empezando a dudar de mí, lo vi claramente en sus ojos.

-Natalia, créeme, yo te quiero- le supliqué.

Ella se mordió el labio superior, como siempre que estaba indecisa.

-Pues demuéstraselo, joder- insistió Julia- si tanto os queréis, no hay nada que temer, ¿no? ¿Qué opinas, Natalia?

-Ella lleva razón- murmuró después de un rato.

Yo la miré, completamente aterrorizado.

-¿No me quieres?- le pregunté con voz quebrada.

A ella se le descompuso el rostro.

-Claro que sí- dijo con voz lastimera- pero como ha dicho ella, no sé si es por alguna hipnosis que me has hecho. Nunca me cuentas lo que me haces, así que puede que lo que sienta no sea real.

-Escúchame- le dije con toda la convicción que me quedaba- jamás te obligaría a quererme. Jamás.

-¡Pues deshipnotízala y demuéstralo, coño!- me gritó Julia- deja de intentar camelártela, no te lo voy a permitir.

Aquella mujer me estaba poniendo de los nervios, pero llevaba razón: no podría convencerla mientras siguiese allí berreando. Necesitaba un plan, pero no se me ocurría ninguno. Tenía que ganar tiempo.

-Está bien- acepté, pues estaba acorralado- si es lo que Natalia quiere, la deshipnotizaré.

Julia sonrió, triunfante. Natalia parecía confusa.

-Pero quiero que lo diga ella- pedí- quiero que diga que quiere que retire todas las hipnosis, la hagan o no feliz y que quiere irse de este piso, puede que para siempre.

Julia fue a decir algo.

-Quiero que lo diga ella- la detuve- si no me lo dice ella, no lo haré.

Ambos miramos a Natalia. Ella tragó saliva y me miró con ojos vidriosos.

-Será solo temporal- se excusó- si lo que siento es real, en seguida volv-

-Pídeme que haga todo eso y lo haré- la corté secamente- no necesito explicaciones.

-No te enfades- gimoteó.

-No puedo evitarlo- gruñí- estás dudando no solo de si te quiero, sino de si me quieres tú a mí. Es algo bastante duro, ¿no crees?

A Natalia le temblaba la barbilla. Empezó a crecer en mí la esperanza de que simplemente no tuviese fuerzas para pedirme que la liberara. Y entonces Julia se iría con las manos vacías. Yo sabía que no la había hipnotizado directamente para quererme, pero no estaba seguro de si ella realmente deseaba estar conmigo o era consecuencia de alguno de los cambios que había hecho. Y no quería arriesgarme a perderla por nada del mundo.

-Te está intentando comer la cabeza- le advirtió Julia con voz suave- si todo lo que dice es cierto, estarás de vuelta antes de que te des cuenta. Que busques confirmar lo que sientes no es malo, demuestra que realmente te importa, no te sientas mal por ello.

Natalia agachó y permaneció inmóvil. Me dispuse a añadir algo, pero Julia me miró y me quedé petrificado. No me miraba con odio ni desprecio, como hasta ahora. Había súplica en sus ojos. “Dale un respiro, por favor” decían sus ojos. Y entonces vi que Natalia estaba llorando y temblando. Se me hizo un nudo en el estómago. Estábamos tan ocupados en nuestro tira y afloja por Natalia que no nos habíamos dado cuenta que la estábamos quebrando; al menos yo no había sido consciente hasta ese momento. Apreté los labios y levanté las palmas de las manos, en gesto de “ya no sigo más”. Ella asintió, conforme.

Julia le acarició el pelo a Natalia y le levantó la barbilla para que la mirase.

-No vamos a presionarte más- le aseguró- ya has oído lo que hemos dicho ambos.

Me miró, esperando que yo siguiera.

-No me enfadaré si decides que te deshipnotice- prometí a regañadientes- respetaré lo que decidas.

-Y aunque me salga una hernia del esfuerzo por aguantarme, te juro que si decides quedarte, no diré nada- prometió Julia con tono alegre.

Natalia se rió un poco, con lágrimas aún en los ojos.

-Se hará lo que tú decidas, pequeña- añadió Julia- y nadie se enfadará, independientemente de tu decisión.

Me miró, como pidiéndome permiso. Yo me encogí de hombros, sin más.

-Deshipnotízame- me pidió.     

Me desplomé sobre la silla, derrotado.

-De acuerdo- me resigné.

-Gracias- murmuró.

Recogimos la cena y limpiamos la mesa. Yo iba cabizbajo y Natalia también estaba muy callada. Julia le empezó a contar a Natalia lo bien que se lo iban a pasar las dos juntas: tenían que cogerse unos días de vacaciones las dos para poder irse a algún lugar no demasiado lejos donde hubiese algo interesante que ver o hacer. Estaba entusiasmada.

Cuando acabamos de recoger, Natalia se me acercó y me dijo que estaba lista. La conduje a la habitación y ella me siguió.

-Tú quédate fuera- le dije a Julia- no sé cuanto tardaré, nunca le he quitado una hipnosis.

-No, yo estaré presente- objetó ella.

-Puede ser peligroso para ella- le expliqué.

-Más peligroso será que estés tú solo- respondió- puedes hacerle creer que le has librado de la hipnosis y en realidad podrías haberla reforzado, incluso.

Yo suspiré, derrotado. No me quedaban ánimos para seguir discutiendo con ella ni un instante más. Ya me daba igual.

-Si no dice nada, no pasará nada, ¿verdad?- preguntó Natalia.

-Supongo- admití.

Entramos los tres en la habitación. Ella se tumbó en la cama, como hacía siempre y yo me arrodillé a su lado y le puse las manos en las mejillas.

-Es importante que no me interrumpas- le expliqué a Julia- si se cancela el trance cuando aún no está del todo consolidado no pasa nada… Pero no sé que podría pasar si se cancelase cuando estoy tocando algo importante, o si escucha varias voces y se confunde.

Julia asintió y no puso ninguna pega: la verdad es que desde que yo había aceptado hipnotizarla, estaba mucho más calmada y ya no me miraba con tanta intensidad, aunque tampoco se podía considerar una mirada amistosa. Me miraba con cautela, aún sin saber si podía confiar en que cumpliera mi palabra.

-Vamos a empezar- le susurré. Traté de olvidar que tenía a aquella mujer a mi espalda, vigilante: debía ser capaz de relajar a Natalia, y no lo conseguiría si yo seguía tenso.

-De acuerdo- dijo ella.

-No hables- dije con voz suave- ya no necesitas hablar. Ahora quiero que respires profundamente. Quiero que cojas todo el aire que puedas por la nariz, muy despacio. Quiero que se vayan llenando tus pulmones, que sientas como todo tu cuerpo se expande perezosamente, se desentumece y se vuelve pesado. Quiero que aguantes el aire en tus pulmones mientras sientes como todo el cansancio del día empieza a aparecer. Suelta ahora el aire, muy despacio, por la boca. Así, muy bien. Repítelo una y otra vez, muy lentamente. Con cada inspiración sientes tu cuerpo un poco más cansado, y con cada expiración, irás desenfocando un poco más la vista. Ya no hay nada que ver, desenfoca lentamente la vista. Cuanto menos ves de aquí fuera, más ves de lo realmente importante: más ves lo que hay en tu mente. Mira dentro de tu cabeza. Olvídate de tu cuerpo. ¿Para qué quieres ahora los brazos, las piernas, las manos…? Son una carga, ahora lo único que importa es que respires. Que respires muy despacio. Ahora que tienes los ojos totalmente cerrados, notas una sensación realmente reconfortante en tus párpados; no te habías dado cuenta de lo cansados que los tenías, y te agradecen el descanso. La sensación es tan agradable que aún sin hacer esfuerzo, se te mantienen completamente cerrados. Tu respiración seguirá haciéndose más y más pesada y sentirás la mente ligera, como si se hubiese separado de tu cuerpo…

No sé cuánto tiempo estuve susurrándole al oído todas aquellas cosas, pero desde luego fue más de media hora. Creo que bastante más. ¿Acaso ella se quería resistir a que la deshipnotizase? ¿O era la presencia de Julia la que la ponía nerviosa? ¿O tal vez fuese yo, que lo estaba haciendo sin el entusiasmo habitual? Con estos pensamientos estaba cuando  entreabrió la boca. Ya faltaba poco.

-Poco a poco tu mente se desplaza, y se hunde más y más en tu cabeza. Al principio solo ves oscuridad… pero de pronto…

-La sala luminosa y la puerta blanca- me cortó ella- las veo.

Sonreí, satisfecho.

-¿Qué significa eso?- preguntó Julia.

-La puerta blanca es la entrada a mi mente- contestó Natalia.

Me quedé atónito, sin saber que decir.

-¿En serio está hipnotizada?- preguntó Julia.

La miré con reproche, puso los ojos en blanco y se calló.

-Entra por la puerta blanca- le pedí a Natalia.

Ella así lo hizo.

-¿Qué ves?- le pregunté, como le preguntaba siempre.

El torrente de recuerdos le llegó justo en ese momento. Soltó un grito ahogado y sonrió ampliamente.

-Es mi lago violeta- respondió.

Yo sonreí con ella. Sentí que algo se movía a mi espalda, era Julia, que se había colocado justo a mi lado.

-¿Siempre se pone así?- me preguntó con un susurro muy bajo, para que Natalia no la escuchara.

-Siempre- respondí también en un susurro- el lago violeta es como ella y yo llamamos a su mente. Ahora está en un lugar al que nadie más puede acceder. En ese lugar, ella es completamente feliz.

Pude ver en los ojos de Julia una curiosidad desbordada. Miraba con una intensidad que iba más allá de simplemente evitar que yo tratara de engañarla. No podía creerlo: estaba realmente interesada. Tal vez no estuviese todo perdido.

-Natalia, ¿quieres estar un rato tranquilamente en el lago?- le sugerí.

-¿Puedo hacer lo que quiera?- preguntó, vacilante.

-Chapotea a gusto- le dije.

Ella soltó un gritito de emoción y se puso a hacer algo con lo que los que seguíamos en la realidad no podíamos más que fantasear. Entonces me volví y miré a Julia seriamente.

-¿Quieres hacerlo tú?- le sugerí.

Ella me miró con ojos como platos.

-¿Yo?- preguntó, incrédula.

Asentí.

-Sé que no te fías de mí.- le dije- Así que si prefieres hacer esta parte tú misma, no creo que haya problema.

Dudó. Yo notaba que se moría de ganas por probarlo. Solo había que azuzarla un poco más.

-La parte más complicada ya está acabada- le expliqué- Está en un trance muy profundo, porque estamos los dos acostumbrados y ya no reviste dificultad. La parte que queda es muy intuitiva y te puedo ayudar si tienes dudas.

 Ella se rascó la nuca. Seguía sin estar segura.

-Voy a estar aquí- le dije- si en algún momento te parece que la situación se te escapa o no sabes que hacer, dímelo y seguiré yo. Si lo que te pasa es que te da miedo hacerle daño, no te preocupes. Te pararé si haces algo mal.

Vi el brillo de emoción en sus ojos.

-Vale, lo haré yo- aceptó- ¿cómo lo tengo que hacer?

-Es muy sencillo- le dije- su mente es todo el lago violeta. El lago está lleno de todas sus ideas, anhelos, deseos, miedos y pensamientos. Solo tienes que pedirle que busque algo en concreto y ella lo hará. La voz que la guía (tú) es la lluvia que cae sobre el lago. Si quieres cambiar algo, simplemente hazla dudar de si la idea está completamente clara. Si te dice que está completamente clara, no podrás actuar. Yo por lo menos nunca me he atrevido. Si dice que no está clara, le dices que la lleve bajo la lluvia para aclararla. Cuando te diga que tiene la idea bajo la lluvia, tienes que empezar a susurrarle al oído una serie de relaciones de ideas sencillas que ella pueda seguir, hasta que alcances la conclusión que tú quieras. Yo siempre me aseguro que ella lo entiende todo pidiéndole que repita conceptos, o le hago preguntas y veo si es capaz de responder.

Julia asintió. Estaba completamente atenta, absorta en mis palabras, parecía haber olvidado quien era yo y lo mucho que me despreciaba. Sin esa mueca de profundo asco, era bonita.

-Y no tengas prisa- le sugerí- deja que vaya a su ritmo. Ya te avisará cuando haya acabado la tarea que le hayas pedido. Ah, y no digas su nombre, eso debilita el trance. No creo que se llegue a despertar por más veces que lo digas, pero mejor no arriesgarse.

-¿Y ya está?- me preguntó- ¿no puedes implantarle palabras mágicas para que haga lo que tú quieras?

Asentí: no sabía si era algo que Natalia le había dicho o era una pregunta fruto de la curiosidad.

-Pero no te hará falta para deshipnotizarla- le dije.

-De todos modos quiero saberlo- insistió.

Fingí suspirar con consternación, pero por dentro estaba eufórico de ver como ella se interesaba más de lo estrictamente necesario por la hipnosis. Además, sentía un hormigueo muy agradable al ser capaz, por fin, de compartir todo aquello con alguien, aunque fuera con Julia.

-Para el resto de aspectos de la hipnosis no influye, pero la lluvia está hecha de letras- le expliqué- si le dices que recoja letras y forme una palabra, ella lo hará. Luego le dices que una esa palabra al concepto que quieres desencadenar diciendo. Tendrás que ser bastante persuasiva para unir una palabra a un concepto, a mi me costó bastante.

-¿Qué le uniste, la excitación sexual a algo?- me preguntó.

Negué con la cabeza.

-Solo lo he hecho una vez, y fue solo como curiosidad- le expliqué- si le digo la palabra “alto”, ella se queda en blanco, da igual lo que esté haciendo.

-¿Y para que usas eso?- me preguntó con curiosidad.

-Ya te he dicho que lo hice por curiosidad, no buscaba ningún fin- me quejé- no cambio cosas en su mente para todo, ¿sabes? Apenas la he tocado, en realidad.

-¿Y te tengo que creer?- inquirió.

-Lo comprobarás tú misma cuando le quites las hipnosis- le dije.

Ella se quedó callada.

-¿Y ya está?- preguntó- ¿no sabes hacer nada más?

Yo negué con la cabeza.

-Empezamos con las sesiones hace algo más de una semana, no he tenido tiempo de experimentar demasiado- me defendí.

-¿Y cómo has conseguido retenerla todo este tiempo si no la hipnotizabas?- quiso saber, escéptica.

-¿Tan difícil es de creer que nos queremos?- me quejé- Es cierto que tenemos mucho sexo, pero no veo porque eso desmerece lo que sentimos el uno por el otro.

-Mira, me da igual- dijo ella- voy a quitarle las hipnosis y poco importará entonces todo lo demás.

La verdad, estuve de acuerdo: por eso no podía arriesgarme a permitirlo.

-Ah, se me olvidaba- comenté- cuando le digas que coja algún recuerdo o lo que sea, en vez de modificarlo… puedes simplemente hacer que ella te lo describa.

Había preparado el anzuelo. Ahora había que ver si picaba.

-No lo entiendo- admitió ella.

-No puede mentir- le expliqué- si le dices que coja el recuerdo de su padre y le dices que te diga  que ve en él, te revelará como lo ve. A su padre, o a su jefe, o a mí… o a ti.

Julia permaneció callada. No se había escandalizado cuando lo sugerí, y eso era una baza muy importante a mi favor.

-¿No sientes curiosidad?- la animé.

-¿Por qué me cuentas esto?- preguntó, recelosa.

-Yo no le diré a Natalia nada de lo que tú hagas si no le cuentas nada de lo que yo le hice- le propuse como excusa.

Ella me sonrió con desprecio.

-Ya sabía yo que algo pretendías- me recriminó.

En realidad, mi objetivo era bien distinto. Yo sabía perfectamente la adicción que producía bucear en la mente de alguien. Si empezaba inocentemente a mirar un pequeño recuerdo… luego tal vez mirara otro, y luego otro. Y tal vez, solo tal vez, yo acabara pudiendo darle la vuelta a la situación de algún modo.

-Lo primero que yo hice al entrar en su mente fue ver que es lo que ella opinaba de mí- mentí- Pensé que a pesar de que sabía que era abierta y siempre me decía las cosas a la cara, tal vez hubiese algo que se estuviese guardando por vergüenza o por el motivo que fuese. Tal vez fuese un dato que, en caso de conocer, me ayudara a mejorar mi relación con ella.

Julia me miró fijamente mientras deliberaba.

-¿Y te ocultaba algo?- me preguntó.

-Sí, me ocultaba unas cuantas cosas- le dije- como que odiaba que no me pusiese calcetines para dormir porque le pasaba el frío por la noche. No me decía nada porque ella tampoco se quería poner calcetines y le parecía injusto que me los pusiese yo por un capricho suyo.

-Que estupidez- comentó ella.

-Pues no me lo había dicho- continué con la mentira- y al parecer, había noches que dormía mal por culpa de eso y al día siguiente me guardaba rencor. Lo descubrí gracias a la hipnosis y desde entonces siempre duermo con calcetines. Desde ese día, tuvo mejor humor en general.

Aquello pareció convencerla.

-Te recomiendo que lo hagas antes de empezar a cambiar cosas- le sugerí- es mejor hacer actividades de dificultad progresivamente mayor para que se vaya acostumbrando poco a poco.

Finalmente asintió, ya estaba convencida. Había mordido el anzuelo.

-Déjame hablar a mi primero- le pedí- te introduciré.

Julia volvió a asentir y no dijo nada. Me coloqué de nuevo junto a Natalia.

-¿Estás tranquila y relajada?- le pregunté.

-Sí- respondió Natalia- esto es genial.

-Ahora necesito que me escuches- le pedí- quiero que te fijes en las nubes que provocan la lluvia. No te preocupes por las gotas, no te molestarán en los ojos.

Natalia asintió y sus pupilas se movieron bajo sus ojos para mirar arriba.

-¿Las estás mirando?- le pregunté.

-Sí, las estoy mirando- respondió.

-Hay más de una nube, ¿no es cierto?- sugerí.

-Sí, hay varias- afirmó.

-¿Pero no eres capaz de diferenciar las gotas que caen de una nube de las de otra, verdad?- continué.

-No- reconoció- son todas iguales.

-Eso es porque da igual que nube produzca la lluvia, siempre es la misma lluvia- concluí- ¿no estás de acuerdo?

-Sí- respondió- tiene sentido.

Julia me miraba, sorprendida. Me sentí alagado: debía parecerle un autentico experto, aunque en realidad no había hecho ni media docena de cambios en su mente.

-Pues, del mismo modo, no importa la voz que te guíe, mientras confíes en ella- razoné- la lluvia seguirá siendo igual de agradable y te ayudará del mismo modo a aclarar lo que no esté claro.

Ella asintió, conforme.

-¿Qué pasara si otra voz que no sea la mía te habla?- le pregunté.

-Si es una voz en la que confío, del mismo modo hará llover y eso ampliará mi lago violeta- razonó.

Yo le di la razón y me hice a un lado.

-Trata de imitar el tono relajado que yo uso, no seas brusca y no la llames por su nombre- le recordé- si duda en algo, no sigas adelante hasta que esté perfectamente claro. Y no le hagas preguntas directas a no ser que ya le hayas dado la respuesta de forma sutil con anterioridad, o la confundirás.

Julia asintió, tragó saliva y se colocó junto al cabecero de la cama, donde estaba antes yo.

-Hola, Nat-

Yo la zarandeé del brazo y negué con la cabeza. Ella se tapó la boca al recordar que no debía decir su nombre.

-Hola, soy… la otra nube- dijo con voz suave.

-Hola- respondió Natalia.

Julia titubeó y me miró. Yo resoplé y le hice gestos para que empezara.

-¿Puedes hacer una cosa por mí?- le preguntó.

-Claro- respondió Natalia.

-Quiero que busques a Julia- le pidió- Bueno, lo que piensas de ella y lo que sientes.

Natalia asintió y se puso a ello. Julia me miró en busca de consejo y le hice un gesto para que esperase, que tuviese paciencia.

-Vale, ya lo tengo- dijo Natalia al fin.

Julia volvió a mirarme. Le volví a hacer el gesto de que siguiese: estaba resultando ser muy insegura. Tal vez no tuviese madera de hipnotizadora.

-¿Qué… qué te dice ese pensamiento?- preguntó.

-Dice que Julia es mi mejor amiga y que se preocupa mucho por mí- respondió- y que es muy cabezota.

De nuevo, me miró. Le hice el gesto como de tirarse a la piscina: debía hundirse más.

-¿No dice nada más?- preguntó.

-Es que dice muchas cosas- se quejó.

Julia se me acercó, estaba sudando.

-No sé cómo se hace, mejor hazlo tú- me pidió.

Insistí en que continuara, pero se negó en redondo. Tenía miedo que Natalia se confudiese si no le daba instrucciones en algún tiempo, así que no discutí.

-Esto es lo que vamos a hacer- le dije- vas a ver como lo hago, como buceo por su mente. Cuando te sientas preparada, me avisas y lo vuelves a intentar.

Julia me miró, no demasiado convencida. Eché una rápida ojeada a Natalia: no parecía ocurrirle nada raro.

-O, si no, simplemente dime que es lo que quieres saber y yo mismo seré quien extraiga esa información- sugerí.

Aquello pareció convencerla un poco más.

-¿Quieres saber que piensa ella de ti, no?- quise confirmar.

Ella asintió. Nos volvimos a cambiar el sitio.

-Vuelvo a ser yo- le susurré a Natalia.

-Hola- dijo.

-¿No has soltado el pensamiento sobre Julia, verdad?- le pregunté.

-No, lo tengo justo aquí- respondió.

-Muy bien- proseguí- quiero que  bucees en el tal como buceaste en mi pensamiento. Quiero que te hagas muy pequeña y te metas dentro de ese pensamiento, para poder desgranarlo con precisión.

Ella asintió y lo hizo rápidamente.

-Ya- anunció.

Yo miré a Julia.

-¿Ves alguna parte especialmente brumosa?- quise saber- ¿Algún punto oscuro, que desentona un poco con la excelente opinión que  tienes de ella?

-Espera- me pidió.

Julia me miró con ansiedad: en el resto de temas se comportaba con mucha fuerza y era implacable, pero con Natalia no era capaz. Estaba claro que era su punto débil. Y entonces me di cuenta que deseaba hipnotizarla. Estaba claro que era imposible que consiguiese que cayese en el trance debido a su voluntad férrea y al hecho que no confiase nada en mí. Pero eso solo hacía que lo desease aún más. Cuando tuviese algo de tranquilidad, ya le daría vueltas a aquello.

-He encontrado algo un poco brumoso- proclamó Natalia, al fin.

La ansiedad de Julia iba en aumento, tenía los puños apretados sobre las rodillas y sudaba, a pesar de que no hacía calor.

-¿Y qué dice ese pensamiento?- le pregunté- ¿sobre qué trata?

-Es sobre su relación conmigo.- explicó- No sé por qué conmigo es capaz de mantener una amistad tan duradera, pero no puede con nadie más. Me pregunto qué es lo que hace nuestra amistad tan especial y si se trata solo de que somos muy compatibles.

Julia frunció el ceño, sorprendida. Aquello prometía.

-Profundiza un poco más- le pedí- ¿Qué más dice ese pensamiento? ¿Explica o tiene alguna sospecha de por qué vuestra amistad es tan especial?

-Sí, hay una teoría, pero es muy brumosa- me dijo- Creo que Julia es lesbiana y está enamorada de mí.

Julia no pudo reprimir un grito de indignación y yo al miré con reprobación.

-¡Serás ingrata!- le chilló- Con todo lo que hemos pasado juntas y tú crees que es porque quiero llevarte a la cama.

Yo la agarré de los brazos y la miré con fiereza.

-Esto no es un juego- murmuré con tono autoritario- si no eres capaz de calmarte, sal de aquí. No permitiré que la pongas en peligro.

Ella me miró sorprendida de que le hablase así, pero yo no me acobardé lo más mínimo, porque aquello no era un farol, iba totalmente en serio.

-Pero es que no podría estar más equivocada- se defendió Julia entre dientes.

Me encogí de hombros.

-Eso no te da derecho a gritarle mientras está en trance- me reafirmé.

-No me lo puedo creer- siguió refunfuñando Julia- ¿Yo, lesbiana? ¿Qué pasa, que si una chica se muestra algo decidida y no se deja controlar por los hombres automáticamente es lesbiana?

-Sus motivos tendrá para pensar eso- comenté.

-¡No!- susurró con rabia- Solo son prejuicios.

La verdad es que a mí no me parecía que fuese lesbiana, pero tampoco la conocía, así que no podía juzgar. Pero vi en aquello mucho potencial.

-Ella no lo tiene claro- le recordé- es el pensamiento más brumoso que tiene sobre ti.

-Aún así, me hace hervir la sangre- masculló.

-Podemos cambiarlo- sugerí.

-¿Qué?- se exaltó- ¡No!

-Tú misma has dicho que es un pensamiento completamente equivocado, y al parecer ese prejuicio hace que vuestra relación no se pueda estrechar más- insistí- y puede que vea todo esto que estás haciendo como una muestra de celos por tu parte: el querer apartarla de mi lado para estar vosotras dos solas. Quiero decir, hasta que no se fue a mudar, no te opusiste a nuestra relación.

-Pero eso fue porque se mudó cuando empezaste a hipnotizarla, y lo sabes- me acusó.

-Sí, así es como lo veo yo- admití- pero tal vez ella no.

-Ella no cree eso- me aseguró.

Me encogí de hombros.

-Podemos preguntárselo ahora mismo- sugerí.

Ella apretó los dientes, pero finalmente aceptó.

Me volví a colocar junto a Natalia.

-Quiero ahora que busques un aspecto muy concreto de ese pensamiento- le dije a Natalia- Quiero que busques si existe alguna relación de pensamientos entre que creas que Julia está enamorada de ti y sus intentos de alejarte de mi lado.

Julia me agarró del brazo, clavándome las uñas.

-La estás influenciando- me acusó.

Yo puse los ojos en blanco.

-Mejor que eso, busca simplemente todo el asunto de la pelea entre Julia y yo por ver si debías permanecer o no en el piso conmigo.

Ella asintió y se puso a ello sin rechistar.

-Lo tengo- dijo casi al instante

No había tardado nada, debía ser realmente importante.

-¿Cuál es mi posición dentro de todo eso?- quise saber.

-Tú quieres que me quede- contestó.

-¿Y por qué quiero eso?- insistí.

-No está claro- respondió.

-¿Tienes varias teorías, verdad?- sugerí- dímelas.

-Puede que sea porque me quieres y quieres estar conmigo y te da miedo que Julia me convenza de no volver.- respondió- O puede que sea porque si me deshipnotizas me daré cuenta de que me estabas utilizando y te quedes sin tu juguete. O ambas cosas.

-Muy bien- respondí. No iba muy desencaminada de la verdad- ¿Y cuál crees que es la posición de Julia en este asunto?

-Quiere que me aleje de ti a toda costa- me dijo- Y sabe que si no me deshipnotizas no lo haré.

-¿Y por qué crees que quiere alejarte de mí?- continué.

-Cree que no debo estar contigo- explicó- Cree que eres algo negativo en mi vida.

-¿Y por qué crees que opina eso?- insistí.

-Es porque está preocupada y no quiere que me pase nada malo- siguió.

-¿Y por qué motivo crees que está preocupada?

Natalia no respondió al instante. Parecía dudar.

-No está claro, es confuso.

Pude ver como Julia se ponía tensa de nuevo.

-Tal vez es porque me quiere mucho y no quiere que me pase nada malo. O a lo mejor está celosa de nuestra relación. O ambas cosas- explicó.

Miré a Julia, triunfante. Ella temblaba de frustración.

-¿Crees que hace todo esto porque está enamorada de ti?- sugerí.

-Es posible- admitió ella- Pero no estoy segura.

-Si estuvieses completamente segura que está enamorada de ti, ¿Confiarías igual en lo que ella te aconsejara en este tema?

Ella negó.

-Entonces dudaría de si lo que pretende es ayudarme porque me aprecia como amiga y solo quiere lo mejor para mí; o por el contrario lo que pasa es que tiene celos y quiere que esté con ella- reconoció.

Julia me dio un tirón en el brazo y me miró con ojos desorbitados.

-Basta- dijo entre diente- No la influencies.

Yo sonreí: ella estaba aterrada.

-¿Y no te parece que es extraño que empezase a luchar contra mí justo cuando te mudaste?- le sugerí a Natalia.

-No lo sé- respondió- Lo he pensado, pero como coincidió justo con el inicio de la hipnosis…

Julia me agarró del cuello y me tumbó en el suelo de un empujón. Quedé momentáneamente aturdido.

-Basta- me ordenó, desesperada- no le hagas nada.

-No la he llevado bajo la lluvia para que cambie nada, no tienes de que preocuparte- afirmé con determinación, aunque algo mareado, sabiendo que tenía la situación bajo control.

-Voy a llevar éste pensamiento bajo la lluvia.- decidió Natalia- Quiero aclararlo cuanto antes.

Julia perdió todo el color de la cara y yo también me sorprendí bastante. Nunca había demostrado tanta iniciativa dentro del lago violeta, aunque también es cierto que le dejaba mucho más tiempo entre orden y orden por culpa de las constantes interrupciones de Julia.

-Impídelo- me pidió, casi me rogó.

-Está convencida- le expliqué- Ahora hay que aclarar ese pensamiento.

Parecía a punto de echarse a llorar.

-No permitiré que le hagas desconfiar de mí- me aseguró- Jamás lo permitiré.

Yo seguía en el suelo, y ella seguía encima de mí; y aún así, sentía que yo tenía las riendas de la situación.

-Ya está bajo la lluvia- indicó Natalia.

A Julia le estaba entrando un ataque de pánico.

-Si soy yo quien se lo aclara, eso será lo que le haré creer.- le aseguré- Si quieres darle otra interpretación, tendrás que hacerlo tú misma.

Oí como rechinaba los dientes y se le empañaban los ojos.

-Mantenlo bajo la lluvia, deja que la bañe lentamente- le dije a Natalia desde mi posición, para ganar tiempo- no tengas prisa, es un asunto muy serio y llevará un tiempo.

Natalia asintió y se quedó quieta. Entonces miré a Julia de nuevo.

-Te estoy dando la oportunidad de reforzar su confianza en ti.- le hice ver- Esto te beneficia.

-Pero será mediante engaños y manipulación.- me contestó- No está bien.

-¿Por qué no?- le pregunté- ¿Acaso este no sería un mundo mucho mejor si todos los que tienen ideas destructivas o profundamente equivocadas se dejasen convencer de actuar de modo más sensato? ¿No deseaste hacerle ver a tu antiguo jefe que no estaba bien aprovecharse de la desesperación de sus trabajadores en beneficio propio? ¿No convencerías a los defraudadores que no defraudasen, a los políticos que no se dejasen corromper, a los homofóbicos que los homosexuales merecen el mismo respeto que el resto de las personas? Mírame a los ojos y júrame que no harías nada de eso.

Ella permaneció callada, en un silencioso debate interno.

-Por más rabia que me dé admitirlo, ese pensamiento puede que le esté influyendo a mi favor –dije – Y personalmente no creo que nadie pensase mal de ti porque quisieras hacerle entrar en razón. Al fin y al cabo, es por su bien.

 Ella entrecerró los ojos.

-¿Qué pretendes?- siseó.

-Ya te lo he dicho- le dije- Yo no diré nada de lo que tu alteres si tu no le dices que cambié yo. El no saberlo no la influirá: si realmente no quiere estar conmigo, no volverá.

La miré seriamente. Mi cerebro no paraba de ordenarle a ella que aceptase.

-No pienso hacerlo- aseguró.

-Creo que no está funcionando- comentó Natalia, angustiada- ¿Qué ocurre?

Julia me miró, confusa.

-La lluvia tiene que funcionar, o estaremos en problemas.- le dije- No sé qué pasará si deja de confiar en la voz y la lluvia. Tal vez deje de escucharme y no consiga que salga nunca del trance.

-Por favor, hazlo tú- me suplicó.

-Si lo hago, ya sabes lo que le diré- le recordé.

Ella me miró, muy pálida. Finalmente se apartó de encima de mí y se colocó junto al cabecero de la cama.

-La lluvia empieza a aclararte las cosas- le dijo atropelladamente.

Natalia puso cara de duda, no estaba convencida.

-No siento nada- dijo.

Julia me miró con desesperación.

-Susúrrale a oído- murmuré.

Ella tragó saliva y se acercó mucho a Natalia.

-Julia solo te quiere como amiga, no quiere nada más que eso- empezó a decir- No es lesbiana, lo que pasa es que es decidida. Solo quiere lo mejor para ti porque te aprecia mucho y siempre habéis estado juntas, apoyándoos.

Yo sabía que estaba yendo demasiado apresuradamente, tenía que dejarle tiempo a Natalia para que fuese entendiendo todo, muy poco a poco.

-Las nubes son iguales, pero la lluvia es diferente- afirmó- esta lluvia no está aclarando nada.

Julia se volvió hacia mí. Yo me encogí de hombros y ella empezó a sollozar. Se apartó de Natalia y se arrodilló delante de mí.

-Por favor, no le digas que la amo- me suplicó- No la pongas en mi contra. Es la única amiga de verdad que tengo.

Natalia empezaba a respirar entrecortadamente y me alarmé. Miré a Julia, dudando, y finalmente asentí.

-Está bien- le dije, preocupado- Yo me encargo.

Ella se tapó la cara con las manos y siguió llorando. Estaba convencido de que jamás lloraba, porque podía enfrentarse a todo… excepto a perder a Natalia. Tal vez fuese su único punto de apoyo, si lo perdía, se derrumbaría.

-Te has equivocado de nube- le susurré a Natalia- esa nube no sirve para aclarar los pensamientos.

Ella frunció el ceño.

-Todas las nubes son iguales- se quejó.

-Sí, claro que son iguales- le susurré mientras le acariciaba el pelo- pero sus lluvias sirven para distintas cosas.

-Me habías dicho que todas las lluvias eran igual, también- dudó.

Aquello iba mal. Oí a Julia sollozar a mi espalda.

-Claro que son iguales, todas las lluvia son lluvia- le dije- pero cosas iguales pueden tener propósitos y funciones diferentes, ¿no te parece?

Ella dudó.

-No sé.

-Piensa en las hormigas, por ejemplo- le sugerí- ¿no son todas iguales?

Ella asintió.

-Pero dentro del hormiguero, cada cual tiene su función- continué- Unas van a por alimento, otras cavan, otras protegen la colonia, otras cuidan de los huevos… Todas son iguales, pero cada una tiene una función, ¿no te parece?

Dudó un poco, pero asintió.

-Ahora es mi lluvia- le dije- Ahora sí que podrá aclarar tu pensamiento.

Ella volvió a asentir, de nuevo más relajada.

-Exponlo a la lluvia- le pedí- deja que lo bañe y que se lleve con ella todas las dudas. Deja que lo purifique.

Ella extendió los brazos, como si levantase algo por encima de su cabeza. Julia soltó una exclamación ahogada: había conseguido calmarse al ver que recuperaba el control y ahora observaba muy atenta. Me acerqué con cuidado al oído de Natalia.

-Conoces a Julia desde hace muchos años, ¿no es cierto?- le pregunté.

Ella asintió.

-Os lo contáis todo, tenéis una relación muy especial- continué.

Me detuve y ella volvió a asentir.

-Os habéis confesado grandes verdades, cosas que nadie más sabe- aventuré.

Natalia asintió por tercera vez.

-¿Cómo sabes tú eso…?- murmuró Julia.

Yo me giré y la miré con suficiencia. Simplemente estaba haciendo conjeturas, pero eso ella no tenía por qué saberlo.

-¿Crees que Julia es una persona decidida que no tiene miedo a decir las cosas, o por el contrario piensas que es una persona miedosa e insegura que nunca contradice a nadie?

-Es decidida- aseguró- Es muy decidida.

-Y si tuviese algo importante que decirte, evidentemente te lo diría- sugerí- ¿Por qué iba a tener miedo de decirte algo, siendo ella como es? Eso no tendría sentido, ¿no te parece?

-No tendría sentido- terció.

-¿Te ha dicho alguna vez que está enamorada de ti?- le pregunté.

-No, no lo ha hecho- admitió.

-La conoces, sabes que no tiene miedo de nada- afirmé- Si estuviese enamorada de ti, te lo habría dicho ya, lo sabes. Es evidente. ¿No te parece?

Ella dudó. Me sorprendí y me asusté un poco.

-¿Alguna vez has visto a Julia asustada por la reacción que otra persona pudiese tener ante lo que ella creyese?- pregunté- ¿verdaderamente asustada, tanto como para no decirlo?

-No –respondió ella.

-¿Y sabes por qué?- le dije- Porque no tiene miedo de ser sincera con todo el mundo. Es su forma de ser. Nunca esconde nada de lo que piensa. ¿No crees?

Ella asintió.

-¿Alguna vez, desde que os conocéis, te ha mentido?- le pregunté- ¿verdad que no?

Dudó otra vez. Mi corazón latía desbocado. ¿Estaba perdiendo mi poder sobre ella?

-No digo que nunca se haya equivocado al decirte algo, algo que al final resultase ser falso.- le aclaré- Digo que te mintiese deliberadamente. Que tratase de engañarte para su propio beneficio.

-No, nunca lo ha hecho- dijo Natalia- Ella no es así.

-Exacto, no es así- confirmé, algo más tranquilo ahora que ella parecía seguir el curso de ideas en vez de resistirse a él- ¿Crees que ella consideraría que ocultarte algo tan importante como su amor por ti sería mentir? ¿Crees que fingir día a día que no te ama es algo que ella pudiese hacer, conociéndola como la conoces?

-No, no creo que pudiese hacerlo- admitió- Eso sería mentir. Y ella jamás me miente, aunque a veces se equivoque.

-¿Y crees que se puede equivocar con respecto a lo que siente?- le pregunté- ¿Crees que pueda amarte por equivocación? ¿Crees que eso tiene algún sentido? ¿Verdad que no?

Ella reconoció que no tenía ningún sentido.

-Eso es porque no te ama.- sentencié- Si no te ha dicho que te ama es porque no lo hace.

-Si me amara me lo diría- reconoció- No podría guardar en secreto algo así, eso sería mentir. Y ella nunca me mentiría.

Le acaricié el pelo.

-Lo has entendido muy bien- la felicité- Ahora, suelta el pensamiento, deja que vuelva a su lugar libremente.

Ella lo hizo.

-Quiero descansar en el lago- comentó- Estoy muy bien aquí.

Fruncí el ceño. Eso no me lo esperaba.

-Necesito que busques ahora… -empecé a decir.

-No- me cortó Natalia- Quiero descansar.

Me quedé helado al oírlo.

-Hay que sacarla ya- le dije a Julia en un susurro- Se está rebelando.

Ella asintió al instante.

-Natalia, ¿me puedes hacer un pequeñísimo favor antes de dejarte descansar?- le rogué.

Ella suspiró, molesta.

-Más vale que sea un favor realmente pequeño- amenazó.

-¿Puedes cruzar la puerta blanca solo un instante?- le pedí.

Ella se puso tensa.

-¿Para qué?- me dijo con cautela

Yo le acaricié el cabello.

-Es un lugar muy especial- argumenté- tienes que ir.

-Me gusta más el lago- refunfuñó ella.

Tragué saliva. Si le decía que había algo muy especial en la zona luminosa, seguramente iría por curiosidad, pero la próxima vez que volviera al lago recordaría que la había engañado y ya no confiaría en mí. El subconsciente de Natalia se estaba revelando contra mi autoridad. Estaba perdiendo el control de la situación. Tomé una decisión: todo o nada.

-¿No quieres escucharme?- le pregunté.

-Quiero que me dejes en paz- dijo con determinación- El lago es mi mente, así que aquí mando yo.

-¿Sabes lo que pasa cuando ignoras mi voz, cuando mis ruegos no son atendidos?- le pregunté- ¿Alguna vez te lo has preguntado?

-No me importa- respondió.

-Pues debería- susurré muy serio- cuando dejas de escuchar y ayudar a mi voz, cesa la lluvia. Y ahora no me estás escuchando.

Ella se quedó callada, sin saber que decir.

-Escucha atentamente- le pedí- ¿No te parece extraño no oír el reconfortante repiqueteo de la lluvia sobre la superficie de tu lago?

De pronto, palideció.

-Ya no llueve- murmuró, inquieta.

-Tal vez pienses que  puedes seguir en el lago sin lluvia- observé- Pero sin ella, el lago se irá secando. No solo cada vez tendrás menos sitio por el que nadar con tranquilidad, sino que tus recuerdos, anhelos y pensamientos se irán evaporando y los perderás para siempre.

Su respiración empecé a hacerse más rápido y entrecortada. Tenía pánico.

-¿Deseas que vuelva a llover?- pregunté.

-Sí- me pidió- haz que llueva, por favor.

-Yo solo quiero lo mejor para ti- le dije- Si te pido que hagas algo, es por tu bien. Sé que disfrutas mucho en el lago, pero no debes tomarte mis encargos a la ligera, ¿de acuerdo?

Ella asintió.

-Está bien- dije- La lluvia vuelve a caer sobre tu lago violeta. Te invade una sensación placentera, signo de que el lago ha dejado de secarse. Ya puedes estar tranquila.

Ella apretó los dientes. No parecía estar disfrutando, y lo entendía: la había amenazado y ella lo sabía.

-Ahora necesito que atravieses la puerta blanca- le dije- Tienes que ir al otro lado.

Ella asintió y fue muy despacio. Sé que fue despacio porque tardó mucho más de lo habitual. Era su forma de demostrarme su disconformidad.

-Ya la he atravesado- dijo, tras hacer el gesto de abrir la puerta. Cerró con fuerza los ojos, el brillo la deslumbraba.

-Tienes que dejar todo atrás- le dije- sino no podrás acostumbrarte a la luz.

Ella no relajó los ojos. Seguía queriendo rebelarse.

-El lago violeta es muy delicado- le dije- ¿Por qué crees que tu propia mente crea esta luz tan potente que te molesta? Es para advertirte. Llevarte tus recuerdos del lago violeta fuera de él es peligroso. Si no lo dejas atrás, no podrás cerrar la puerta, y si dejas la puerta abierta, el lago podría derramarse.

-Me dijiste que el lago jamás se derramaría- me increpó.             

Tragué saliva: era cierto, se lo había dicho. Tendría que revisar mis notas y listar todas las cosas que le había dicho sobre el lago violeta para evitar contradecirme, o mi autoridad sobre ella podría desaparecer.

-No mientras la puerta esté cerrada, o tú y yo lo contengamos- le dije- Del mismo modo que tu mascota no se escapará de casa si, a pesar de estar la puerta abierta, tu permaneces frente a ella vigilando. Pero si te descuidas, cualquier cosa puede pasar.

Natalia se mordió el labio.

-Deja que los recuerdos vuelvan a su lugar- le pedí- No los vas a perder. Cuando vuelvas, los conservarás todo, y lo sabes.

Natalia no contestó, pero relajó los ojos. Sonreí: ya no recordaba nada, el peligro había pasado.

 -Ahora quiero que me escuches atentamente- le pedí- la luz te engullirá… y despertarás.

Apenas acabé de decir esa frase, Natalia abrió los ojos de golpe, arqueó la espalda y chilló con todas sus fuerzas. Se me heló la sangre al ver como se sostenía solo por la cabeza y la punta de los pies. Los ojos se le llenaron de lágrimas y empezó a temblar violentamente.

-¿¡Qué le pasa!?- chilló Julia.

-Nunca se había puesto así- le respondí, mientras trataba de mantener a Natalia quieta, pegada a la cama, para que no se lastimase.

-Me arde la cabeza- gimió Natalia, pasados unos angustiosos minutos. Estaba sudada y muy pálida- No puedo pensar.

-Relájate- le susurré- ya pasó.

Julia le trajo agua y permanecimos ambos a su lado mientras se recuperaba. No sé cuanto rato estuvimos así, la verdad.

-Eliminar hipnosis es mucho peor que ponerlas- se quejó Natalia al fin.

Julia y yo nos miramos. Ella desvió la mirada, poco quedaba de la fuerza que había demostrado durante la cena.

-No hemos podido eliminar las hipnosis- le confesé- He perdido el control de la situación, tu mente se negaba a renunciar a lo que te había implantado.

Julia abrió la boca, incrédula. Yo la miré a los ojos, con seguridad. ¿Qué podía hacer ella? ¿Decir que era mentira, que lo que había pasado era que cuando había tratado de cambiar ella misma la mente de Natalia ella se había sublevado?

Natalia buscó la mirada de Julia, buscando confirmación. Ambas estaban pálidas y temblorosas.

-Ella también lo ha pasado muy mal- le conté a Natalia- durante un instante, pensábamos que te íbamos a perder para siempre.

Natalia le sonrió a Julia. Ella permaneció callada, petrificada. Yo sabía que aquello se la comería por dentro, que no podría librarse de la culpa hasta que se lo confesara. Pero cada segundo que pasaba en el que no había dicho nada, convertía esa confesión en algo más y más difícil. Puede que yo hubiese convencido a Natalia de que Julia jamás le mentiría, pero sabía que eso no era cierto. Puede que en el resto de aspectos de su vida Julia fuese siempre sincera, porque no tenía miedo. Pero cuando se trataba de Natalia, cambiaba completamente, era mucho más vulnerable y estaba dispuesta a hacer cosas que normalmente ni se plantearía, porque no podía soportar perderla. Confiaba en que ese miedo fuese suficiente para mantenerla en silencio, por lo menos por ahora.

-¿Entonces no me puedes  deshipnotizar?- preguntó Natalia, cada vez más recuperada.

-No he dicho eso- respondí- Pero necesitaré algo más de tiempo. Y claro está, volver a entrar en tu mente.

Natalia asintió.

-¿Quieres que lo hagamos ahora?- le pregunté, a sabiendas de que se negaría.

Natalia gimió lastimeramente y me rogó que no la volviese a hipnotizar.

-La verdad es que a mí tampoco me parece prudente- dije- Hemos estresado mucho tu mente, lo mejor será que te dejemos estabilizarte. Creo que hasta mañana como pronto no deberíamos volver a probar.

Natalia asintió y ambos miramos a Julia. Ella me miraba con mucha intensidad. Vi la duda en sus ojos: ¿Lo había orquestado todo para evitar que ella se fuera? ¿O realmente había perdido el control de la situación y no había tenido más remedio que dejarlo a medias? La duda y la culpa la estaban devorando.

-¿Qué opinas, lo dejamos estar hasta mañana?- sugerí. Y no pude evitar sonreír.

Ella me miró duramente. Estaba convencida de que algo tramaba, eso estaba claro, pero había visto lo pálido y nervioso que me había puesto cuando Natalia se negó a obedecerme y había disipado las dudas que tenía Natalia sobre sus intenciones en todo este asunto a pesar de que ella estaba completamente a mi merced en ese momento y podría haber acabado con ella de un plumazo. Estoy bastante convencido de que no eran imaginaciones mías y veía una pequeña chispa de respeto en sus ojos.

-Bueno- cedió al fin- Supongo que sabrás lo que es mejor para ella.

Yo asentí y Natalia le dio las gracias. Entonces Julia se levantó del suelo y se sacudió los pantalones.

-Creo que ya es hora de que nos vayamos- sentenció, algo más recuperada.

Natalia la miró, extrañada.

-¿A dónde?- preguntó.

-Al piso, claro- respondió.

Iba a protestar, pero Natalia se me adelantó.

-Me quiero quedar- afirmó con energía.

Julia se quedó petrificada y no fue capaz de responder.

-Vivo aquí- prosiguió Natalia- Me iré solo cuando ya no esté bajo los efectos de la hipnosis y únicamente para comprobar si mis sentimientos son reales o no.

Yo asentí, dándole la razón.

-No hay motivo para que se vaya- reconocí- No le serviría para demostrar nada. Además, si permanece aquí puedo tenerla vigilada por si le pasa algo.

Aquello fue como una inyección de adrenalina para Julia. De pronto, volvió todo su espíritu combativo.

-Tenemos que irnos- repitió- Mañana por la mañana volvemos.

-Que no, Julia- respondió Natalia- Vete tú, yo me quedo hasta mañana.

Ella apretó los puños y yo me permití sonreírle abiertamente. Por fin me quedaría a solas con ella. Aún no sabía exactamente que iba a decirle, pero ya me las ingeniaría para convencerla de que no había motivo para que se fuera. Le diría que era demasiado arriesgado tratar de borrar cosas y que no merecía la pena arriesgarse. Que si ella sentía que me quería, ¿qué más daba lo demás? Me sentí eufórico, al final sí que estaba consiguiendo darle la vuelta a la situación.

-Pues si ella se queda, yo me quedo también- proclamó al final Julia.

Aquello fue como un jarro de agua fría. ¿Aquella mujer nunca se rendía?

-Y una mierda- exclamé yo.

-¿Y cómo puedo estar segura de que no la hipnotizarás para ponerla en mi contra mientras yo no estoy?- me increpó.

-Ya te he dicho que está muy debilitada, no pienso hipnotizarla- le espeté.

Ella me miró desconfiada y se preparó para responder algo, pero Natalia le un hizo un gesto.

-Si se quiere quedar, se queda- dijo finalmente.

Julia me sonrió, triunfante. Estaba recuperando todo su aplomo.

-¿Y qué vas a hacer, dormir en la cama con nosotros?- le dije, irónico.

-No pienso quitarte la vista de encima ni un instante- aseguró- no tengo intención de dormir ni un segundo.

Natalia sonrió, pero a mí no me hizo ninguna gracia: aquella mujer era un puto torbellino incontrolable, y se negaba a abandonar mi casa.

-Natalia que duerma en la habitación- sugirió- y tú duerme en el sofá, donde te pueda tener controladito.

-Y una mierda- dije obstinadamente. ¿No me iba a dejar ni un momento a solas?

-Si tu quieres dormir en la cama, ya duermo yo en el sofá- dijo Natalia. De nuevo Julia me sonrió ampliamente: se había acabado la tregua, reanudábamos la lucha abierta.

-Duerme tú en la cama- dije- tampoco tengo intención de dormir con ella rondando por aquí.

-Como quieras- dijo Natalia, encogiéndose de hombros.

Estaba muy irritado y no sabía cómo borrar aquella horrible sonrisa de satisfacción de la cara de Julia.

-Pues así lo haremos- sentenció, triunfante.

Apreté los dientes. Me estaba haciendo polvo. Había ganado tiempo, sí. Pero, ¿me serviría de algo?

-Pero una cosa, Julia- añadió Natalia.

Ambos la miramos.

-Aunque te quedes… se la voy a chupar- reconoció- no puedo aguantarme.

Ello se quedó congelada, con una mezcla de incredulidad e indignación. Yo, la verdad, tampoco me lo esperaba para nada.

-¿Lo dices en serio?- inquirió.

Ella asintió sin tapujos. Julia puso una mueca de desagrado y yo sonreí.

-Lo que le has hecho no tiene nombre- dijo mientras me fulminaba con la mirada.

-¿Te fías de que no la hipnotice mientas me la follo?- le pregunté, ignorando su comentario, sabiendo que volvía a dominar temporalmente la situación- ¿no sería mejor que estuvieses presente y bien atenta?

-¡Que te jodan!- me gritó.

La ignoré de nuevo y me dirigí a Natalia.

-¿Te importa que dejemos la puerta abierta?- le pregunté- Así Julia no tendrá motivos para preocuparse.

-No me importa- contestó ella, algo avergonzada-, pero solo si Julia cree que es necesario.

Entonces se dirigió a su amiga.

-¿Es necesario?- le preguntó.

Por primera vez, se quedó callada, con la boca abierta y mirando a Natalia de hito en hito, como tratando de aceptar que lo que estaba diciendo iba en serio. A pesar de lo que había visto, no sabía cómo funcionaba la hipnosis, ni cuánto tiempo me llevaba: ¿Cómo podía estar segura de que yo no había tardado mucho deliberadamente para que ella se confiase? ¿Y cómo podía estar segura de que yo requería el consentimiento de Natalia para penetrar en su mente? Sabía que existían palabras clave, y tal vez yo le había mentido y tenía algún as bajo la manga esperando a ser usado en cuanto nos dejara solos. Sabía que, después de todo lo que había pasado, no estaba dispuesta a arriesgarse, aunque la probabilidad de que algo pasase fuese mínima.

-Dejadla abierta- respondió por fin, no muy convencida.

Nuestras miradas se cruzaron. Ahora era yo el que sonreía ampliamente. Natalia se bajó de la cama y se arrodilló frente a mí. Julia arqueó una ceja sin comprender que estaba pasando, hasta que vio como bajaba mi bragueta y comprendió que lo íbamos a hacer en ese preciso instante, estuviese ella o no delante. Desvió la mirada, abochornada y salió de la habitación, entornando la puerta tras de sí. Pasados unos segundos, empujé la puerta con el pie, y quedó completamente abierta. Julia se había sentado en una silla del comedor y tenía una visión perfecta de la escena. Cuando se dio cuenta de que había abierto la puerta de par en par, desvió la mirada y no pude hacer otra cosa que sonreír.

Empezamos poco a poco, pero esta vez no la contuve. Quería que chillara y gimiera con fuerza: aunque Julia no quisiese mirar, lo escucharía todo. Mi intención era que viera cuanto “sufría” Natalia a mi lado, que viera a lo que la hacía renunciar. Natalia llevaba un ritmo muy lento, supongo que porque la última vez le había pedido que fuese despacio, pero esta vez quien tenía que gozar era ella. La agarré de la cabeza y empecé a forzarla bruscamente y ella respondió con un gemido de satisfacción: disfrutaba especialmente cuando era yo quien tomaba las riendas y lo sabía.

-No te contengas- le susurré- quédate a gusto.

Yo apretaba los dientes y me esforzaba en no soltar ni un resoplido: lo único que escucharía Julia serían los ahogados gritos de placer de ella; solo a su amiga del alma gozando sin parar.

Al cabo del rato me volví un poco para mirar a Julia y tuve el tiempo justo para verla girar la cara rápidamente, pero ya era tarde: la había pillado mirando y ella lo sabía. Se la veía avergonzada.

Volvió a mirar por el rabillo del ojo y nuestras miradas se encontraron. No apartó sus ojos de los míos, ya la había pillado, ¿qué más daba, entonces? De pronto Natalia soltó aquel gemido agudo de que estaba cerca de llegar y apreté incluso más el ritmo, forzándola a que se la metiese más y más profundo cada vez más y más rápidamente. No dejé de mirar a Julia ni por un segundo.

Ambos nos corrimos mientras su amiga y yo nos mirábamos.

-Soy tuya, no me quiero ir de aquí nunca- empezó a decir Natalia atropelladamente con la boca aún llena de mi semen cuando le solté la cabeza- quiere que me uses, lo deseo.

Yo le acaricié la cabeza, pero dejé que siguiese gimiendo y prometiéndome obediencia y amor eterno.

-Vete a dormir, ha sido un día muy duro- le dije al fin- mañana hablaremos.

-Pero yo…- empezó ella.

La hice callar y la ayudé a que se metiera en la cama.

Me miró con devoción y articuló un “te quiero” mudo. Yo sonreí y le guiñé un ojo con complicidad.

Salí de la habitación y cerré la puerta con suavidad tras de mí.

-¿Quieres café?- le ofrecí a Julia. Estaba sudoroso y debía apestar a sexo.

-Vale- murmuró.

No os engaño, simplemente murmuró un “sí”. No me chilló, ni me encaró, ni me insultó, ni dijo que había sido repugnante. Me sorprendió que no reaccionase teniendo en cuenta que acababa de ver cómo me follaba brutalmente la garganta de su amiga hipnotizada, según ella contrariamente a su voluntad.

-Vale, te traeré una taza- dije con suficiencia- Aún queda mucha noche.