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Liberándote III, Tú destruyes tus ataduras

en Trios

         

                                                                                 Nota previa

            Dedico esta trilogía a Xio (ID: 1426486), una escritora de TodoRelatos por quien siento especial afecto. Aclaro que ella no es lesbiana, aquí la bisexual soy yo, pero he querido fantasear un poco con el tema y esto es lo que resultó. Espero que les guste.

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           Me estremecí al ver la mirada de tía Xio. En sus ojos ardía el fuego del deseo más carnal. Saúl acababa de sodomizarla; en vez de verse relajada o distendida, se la notaba vigorizada.

            La mujer se sentó a mi lado e inclinó su rostro para besarme apasionadamente. Me sentí atrapada por el ramalazo pasional; su cabello húmedo abarcaba todo mi campo de visión. Su aroma, de piel fresca y recién bañada, encendió mis sentidos lésbicos.

            En nuestra relación, yo siempre había llevado la batuta sobre nuestras acciones. Ocasionalmente ella tomaba la iniciativa, pero sólo por breves momentos y nunca  hasta entonces había mostrado tanta seguridad en sí misma. Sentí que se invertían los papeles y la idea me gustó.

            —No sólo los hombres pueden ser máquinas sexuales, “Mi Amor” —declaró.

            Xio me tomó por la cintura e hizo que me pusiera de costado. Sentí que escurría semen y flujo vaginal desde mi sexo. Sin preámbulos, mi tía levantó mi pierna izquierda y se acomodó para montar sobre mi muslo derecho. Nuestras vaginas se encontraron en un beso de “X”. la “tijera” se concretó cuando la mujer adelantó la pelvis para estrechar el contacto.

            Embistió con fuerza, frotando violentamente su sexo sobre el mío. Grité apasionada; mi clítoris reaccionó dándome un tirón de placer. Moví mi vientre en una danza copulatoria que buscaba coordinarse con sus movimientos. Ambas jadeamos, la humedad de mi vagina empapó el espacio entre nuestros muslos.

            Xio empujaba y retrocedía con mucha fuerza. Su expresión me recordó mis propios gestos cuando he hecho el amor ante un espejo. La fricción resultaba exquisita y pronto me escuché jadear mientras ella no paraba de moverse.

            —¿Esto querías de mí, Edith? —preguntó—. ¡Me llevaste a ese hotel y me enseñaste que no necesito a ningún hombre para gozar! ¡Después trajiste a casa a tu semental y lo compartiste conmigo! ¡Me penetró! ¡Me hizo correr! ¡Le pedí que desvirgara mi ano y me lo concedió!

            Yo sólo asentía con la cabeza. El placer que me daba la nueva faceta de mi tía era exquisito. Saúl volvió con nosotras, recién bañado y desnudo. Su erección permanecía en estado de alerta máxima.

            —¡Mira en lo que me has convertido! —jadeó Xio al borde del paroxismo—. Destruiste mis ataduras! ¡Él destruyó mis ataduras!

            Gemíamos, jadeábamos, nos agitábamos como fieras en celo. Éramos dos hembras de la misma manada, cuyos puestos como Alfa y Beta se habían intercambiado.

            —¡Yo destruyo mis ataduras! —gritó Xio cuando el orgasmo recorrió todo su cuerpo.

            La vibración sexual me alcanzó también y la acompañé en el clímax. Aullé en un grito liberador. Me invadió la energía del clímax, pero también la dicha de saber que mi amada “Tía Buena” acababa de aceptarse, definirse y expresarse por sí misma. Estaba empoderada, crecida, fuerte y guerrera. Algunas lágrimas de emoción escaparon de mis ojos.

            —Hay mucha belleza en el morbo, o mucho amor en la belleza, o mucho morbo en el amor —filosofó Saúl acercándose a nosotras.

            El profesor se sentó en la cama. Xio se levantó para mirarlo a los ojos.

            —No me malinterpretes —dijo—. Me pondré de rodillas para estar más cómoda, no porque necesite rendirle pleitesía a ningún hombre.

            Saúl me miró como solicitando información, pero ambos entendimos las palabras de mi tía cuando esta se arrodilló entre las piernas de él, tomó su miembro con una mano y se introdujo el glande en la boca.

            Succionó lascivamente. Subía y bajaba la cabeza en enérgicos movimientos. No quedaba nada de la timidez o las barreras interiores de aquella mujer. Saúl sonreía extasiado, acariciaba su cabello con verdadero afecto y me miraba con ojos entornados. Sentí ternura y amor verdadero por mis compañeros de lecho. Con ella y él a mi lado estaba complementada, entera y fuerte.

            Xio volvió a levantarse para subir a los muslos de Saúl. Se acomodó a horcajadas y ella misma dirigió la potente virilidad a su entrada vaginal.

            —¡Hasta el fondo, semental, pero no te corras porque quiero que sodomices a mi sobrina!

            Los amantes se besaron en la boca. Él sujetó las caderas de ella y le ofreció su apoyo en el descenso. Repté para quedar al lado de la pareja.

            —¡Saúl, me tocas el fondo! —gritó Xio con la boca pegada a los labios de él.

            —Eres hermosa, eres deliciosa y me alegra que estrenes una nueva faceta de mujer poderosa —respondió él—. ¡Me alegra ser parte de tu despertar.

            Concretaron el acoplamiento. Me situé de rodillas en la alfombra, detrás de Xio. Tenía ante mí un primer plano de las nalgas de ella, los muslos y testículos de él y los genitales de ambos en el contacto más íntimo.

            Mi “Tía Buena” inició un frenético galope sobre nuestro semental. La virilidad de Saúl se incrustaba completa en el sexo de ella para resurgir entre chapoteos de flujo vaginal. Los dedos oscuros del profesor contrastaban con la piel blanca de la mujer. Me excitaba ver cómo se contraían las nalgas de Xio al ascender, para luego separarse impúdicamente cuando descendía. Ella dejaba escapar exclamaciones de placer a cada inmersión de la herramienta masculina.

            —¡Saúl, me corro! —gritó ella—. ¡Me corro, pero tú no te vengas todavía! ¡Tienes que sodomizar a Edith!

            El hombre y yo nos miramos y sonreímos. Ambos sabíamos que, en aquellas circunstancias, él podía resistir mucho tiempo sin eyacular. Además, en caso de correrse, tenía bastantes “municiones” para volver a la batalla.

            Xio gritó en medio del éxtasis. Arqueó la espalda hacia atrás en un espasmo de placer; Saúl la sostuvo por la espalda mientras su vagina le empapaba los testículos en una descarga pasional.

            Mi “Tía Buena” apoyó su cabeza en el torso del profesor. Él besó su frente y sus cabellos con verdadera ternura.

            —¡Esto es un hombre, no la basura con la que me casé! —exclamó entre jadeos—. ¡Este es verdadero sexo! ¡Esta es verdadera pasión, no la “coprofilia” que tuve que soportar con Javi!

            Me acerqué a ellos por el costado y ambos se apoderaron de mis senos para acariciarlos.

            —“Mi Amor”, te tenemos muy abandonada —señaló Xio—. Es tu turno de gozar, de eso nos encargamos Saúl y yo.

            Me tendieron sobre la cama. Saúl repasó sus manos sobre mi busto y sopesó mis pechos en sus palmas. Xio separó mis muslos para lamerlos y besarlos. Me sentí transportada a un universo de caricias y placeres ilimitados.

            El hombre friccionaba mis senos desde el nacimiento en mis costados, oprimiendo y palpando toda su redondez. Xio llegó a mi vagina y lamió ansiosa desde la entrada hasta el clítoris. Mi lubricación femenina se combinaba con el semen que rato antes eyaculara Saúl dentro de mí.

            Hice señas a Saúl para que me acercara su miembro al rostro. Lo sostuve entre mis manos y lo llevé a mi boca para lamer los restos de flujo vaginal de mi amada tía. Entre tanto, ella chupaba mi clítoris con fervor casi religioso mientras hurgaba con dos o tres dedos en mi entrada vaginal. Hice descansar la virilidad de él a lo largo de mi cara para lamer sus testículos. Gemía en respuesta a las manipulaciones de mi tía.

            Cuando volví a atender el pene, mi tía levantó mis piernas hasta juntarme las rodillas con los senos; de este modo consiguió libre acceso a mis dos orificios.

            Succioné el glande y me introduje en la boca más de la mitad de la hombría. Xio lamió mi orificio anal e introdujo dos dedos en mi vagina para pulsar mi “Punto G”. grité de placer.

            La lengua de Xio dibujó filigranas en torno a las rugosidades de mi ano mientras sus dedos en mi cueva femenina causaban nuevos estragos. Inició una secuencia de penetraciones linguales unidas a profundas succiones con sus labios. Yo gemía y sollozaba de placer mientras Saúl metía y sacaba su miembro de mi boca en movimientos bien estudiados.

            Xio me masturbaba suavemente mientras hurgaba con su boca en mi ano. Esa noche había liberado a la Diosa Sexual que estuvo prisionera en su alma. Pegué un bote cuando penetró mi orificio posterior con uno de sus dedos. Avanzó por mi segunda entrada sin dejar de estimular mi vagina.

            —¡Tía, me vas a hacer correr! —anuncié sacando la hombría de Saúl de mi boca.

            Un segundo dedo se incrustó en mi ano. Mi “Tía Buena” jugó con mi esfínter en movimientos de penetración profunda, dilatación y amagos de salida con los dedos haciendo la “V” de la victoria dentro de mí.

            Cortó mi escalada de placer para desalojar mis orificios y estirar mis piernas. Saúl se aproximó a Xio y ella sujetó su virilidad para menearla unos momentos.

            La mujer se acomodó a horcajadas sobre mi pubis, dándome la espalda. Tuve ante mí la vista que tendría un hombre que la penetrara en esa posición. Ambas separamos las piernas al filo de la cama.

            —¡Danos duro y sin compasión! —exigió mi tía—. ¡Saúl, fornica con las dos al mismo tiempo!

            Nuestras vaginas estaban en contacto, una sobre la otra, pero con los respectivos clítoris en ubicaciones contrarias. Saúl se acomodó entre nuestras piernas y dirigió su mástil al canal que formaban nuestros labios femeninos unidos.

            Embistió con furia aprovechando la lubricación. Alguna vez me confesó que, a causa de las dimensiones e su herramienta, a veces temía llegar a lastimar a las mujeres en caso de penetrarlas de golpe. Xio y yo gemimos de placer al notar el avance del poderoso misil de carne en nuestras intimidades.

            El glande recorría desde mi entrada vaginal, friccionaba los labios, frotaba mi clítoris y surgía de en medio de las nalgas de Xio. Al regresar, Saúl ejecutaba un movimiento pélvico que, aprovechando la curvatura del ariete, nos estimulaba aún más las intimidades. Aferré la cintura de mi tía y acompasé mis movimientos con las incursiones del pene de nuestro hombre. Xio y Saúl se besaron apasionadamente mientras yo sentía la recuperación de mi escalada de placer.

            Las energías se acumularon en mi sistema nervioso para llevarme a un nuevo orgasmo; Xio volvió a correrse acompañando mi clímax.

            —¡Llegó la hora, semental, quiero que sodomices a mi sobrina! —declaró mi “Tía Buena” al caer derrengada junto a mí.

            Saúl me acomodó encima de Xio. Nuestros senos se unieron y nuestros sexos volvieron a besarse. El hombre se acomodó entre nuestras piernas y penetró mi vagina desde atrás, con un prolongado movimiento que no cesó hasta que sus testículos chocaron con el sexo de Xio.

            Grité impresionada. No había sido brusco y mis paredes interiores lo alojaban bien. El glande llegaba hasta mi útero y vibré de gusto cuando empezó a bombear. Sus manos, aferradas a mis caderas, movían mi cuerpo de adelante hacia atrás, haciendo que mis senos y los de Xio chocaran y se entrecruzaran en un remolino de carne. Nuestras vaginas se friccionaban una sobre otra. Ambas gritábamos cuando Saúl empujaba, pues nos sacudíamos juntas al compás de sus ansias.

            Xio yo nos estremecíamos de placer. Nos besábamos de forma febril cuando las circunstancias lo permitían. El profesor pistoneaba con brío y nosotras respondíamos mientras nuestros cuerpos vibraban. Saúl penetró con más ahínco en el momento en que mi tía y yo alcanzábamos el orgasmo.

            No me dejaron descansar. Aún me estremecía de gozo cuando me colocaron en cuatro puntos sobre el colchón. Saúl se acomodó de rodillas detrás de mí y penetró mi vagina nuevamente. Lo sentí profundo. Xio se arrodilló a nuestro lado y separó mis nalgas para manipular mi orificio anal. Grité al sentir uno de sus dedos que invadía mi orificio posterior.

            Saúl acomodó otro dedo y entre los dos jugaron con la resistencia de mi esfínter. Yo movía mis caderas instintivamente, percibiendo la presencia de la virilidad del hombre en mi sexo y buscando el placer que me proporcionaban digitalmente.

            —¡Dámelo por detrás! —exigí—. ¡Ya no me torturen, quiero que me sodomices ahora mismo!

            Xio me dio una nalgada y Saúl desalojó mi sexo para apuntalar su glande en la entrada de mi ano. Empujó despacio, con un cuidado infinito, pero sin detenerse.

            Su ariete fue abriéndose paso por mi cavidad anal. Yo contraía y distendía los músculos para sentirlo y darle placer desde el principio. La lubricación se componía de la saliva de Xio, el semen de mi vagina y mis propios jugos amatorios.

            —¡Te ves hermosa! —exclamó mi tía acariciándome la espalda.

            —¡Esto es en tu honor, “Tía Buena”! —respondí—. ¡Para que siempre recuerdes cuánto te amo, para que tengas en cuenta lo poderosa que puedes ser y para que compruebes que, juntas, somos invencibles!

            Los testículos de Saúl llegaron a mi empapada vagina. Sentí las manos del hombre acariciando mi espalda baja y mi cintura.

            —¡Eres deliciosa, Edith! —reconoció Saúl—. ¡Hacerte esto es un placer que no tiene precio!

            Yo misma inicié el vaivén pélvico. Él entendió mis deseos e inició un rítmico bombeo para sincronizar nuestros cuerpos. Cuando su hombría profundizaba, yo oprimía y relajaba el camino. Al retirarse procuraba siempre presionar, como queriendo retener la carne que momentáneamente abandonaba mi ano.

            El abdomen del hombre se estrellaba contra mis nalgas produciendo ruidos de palmadas que eran coreados por el chasquido de la carne lubricada deslizándose dentro de la carne.

            El primer orgasmo anal me electrizó cuando el profesor aceleró sus movimientos. Su glande avanzaba y retrocedía, mis rodillas se separaban de la colcha cuando llegaba al fondo, yo gritaba incoherencias mientras el placer animal me invadía, explotaba e imploraba.

            Grité, me sacudí, lloré y me destrocé en esa cadena orgásmica que parecía interminable. Cuando por fin creí que descendería, Xio coló su mano bajo mi vientre y jugó con dos dedos sobre mi clítoris. Me estimuló con violencia mientras Saúl bramaba tras de mí. Remonté las cotas del placer para caer derrumbada sobre mis codos y sentir que la vida se me escapaba en el enésimo orgasmo de la noche.

            Entonces Saúl clavó toda su hombría en mi ano y eyaculó con un rugido salvaje. Juntos llegamos al clímax.

            El semen irrigó mis entrañas mientras las ráfagas orgásmicas me recorrían entera. Xio acunó mi cabeza entre sus muslos, no para ofrecerme su vagina, sino para acariciarme, retirar los cabellos de mi rostro y besar mi frente mientras cerraba los ojos. Tal como alguna vez hiciera cuando yo era niña.

            Sentí que algo muy especial, muy profundo y bello se había encendido en su interior. O quizá esa nueva actitud de Diosa Sexual se debiera a que mi “Tía Buena” había destruido sus ataduras.