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Liberándote I, Yo destruyo tus ataduras

en Lésbicos

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            Dedico la trilogía que comienza con este relato a Xio (ID: 1426486), una escritora de esta misma Web por quien siento especial afecto. Aclaro que ella no es lesbiana, aquí la bisexual soy yo, pero he querido fantasear un poco con el tema y esto es lo que resultó. Espero que les guste.

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            Aquella mañana de sábado desperté temprano. Desde que se marchó de casa mi antigua pareja lésbica, los fines de semana me resultaban insípidos. Viví con Amanda durante seis meses, pero tuvimos nuestras diferencias y decidió partir; le fue imposible comprender que soy bisexual y, respetando el libre ejercicio de mi orientación, no puedo evitar el sentirme atraída por la parte masculina del género humano. Entre lágrimas reconoció que, en un principio, había albergado la esperanza de que me decantara por una relación exclusivamente femenina.

            Medio año de abstinencia lésbica pesaba en mi cuerpo, pero no estaba dispuesta a prometer una exclusividad, ni a Amanda ni a ninguna otra. Quien me quiera deberá aceptarme tal y como soy.

Afortunadamente no me faltaba el factor hetero. Saúl, mi antiguo profesor de Antropología, era el amante masculino perfecto. Como amigos nos llevábamos bien, como compañeros de lecho nos complementábamos de maravilla y, como cómplices, vivíamos una relación libre de ataduras. Yo sabía que él tenía otras amigas con derechos y él intuía que, en ocasiones, yo buscaba otros hombres para pasarlo bien. No obstante, siempre nos apoyábamos mutuamente.

            Y, en mañanas como aquella, me encontraba sola. Trabajaba como columnista en cierta revista de contenido social, con un horario laboral que me tenía ocupada de lunes a viernes. Sábado y domingo representaban la tortura de encontrar los ecos solitarios de mi apartamento. Mi única actividad pendiente era sentarme ante la barra de la cocina con un café medio tibio, el diario de dos días antes y un paquete de Benson & Hedges.

            Eran las once de la mañana cuando sonó el timbre. Fui a la puerta, vestida sólo con un tanga y una playera del concierto de Silvio Rodríguez en Puebla. Lo que vi por la mirilla cambió el rumbo de mi día, de mi soledad y de mi cordura.

—¡Tía Xio! —exclamé al abrir—. ¡Mi “Tía Buena”!

—¡Edith, “Mi Amor”! —respondió la recién llegada ofreciéndome sus brazos abiertos.

Nos abrazamos y besamos efusivamente. Al entrar noté que la hermana de mi madre venía con una maleta.

            —Nena, acudo a ti porque necesito de tu ayuda —declaró entristecida—. ¡Tu tío Javi me corrió de la casa! ¡Me ha cambiado por su secretaria, una chiquilla de tu edad!

            —¿Así, “sin anestesia”?

            Ella asintió, tras lo cual se sentó encogida en el sofá.

            Observé a Xio y meneé la cabeza sin entender. Era una mujer de cuarenta y un años, de cabello rubio rojizo y ojos verdes. Gozaba del mismo estilo de facciones aristocráticas que caracterizaba a todas las mujeres de nuestra familia. Su cuerpo, de formas generosas y bien proporcionadas, no mostraba el paso del tiempo. Éramos muy parecidas, salvo por el detalle de que yo soy rubia platino, con ojos color cobalto. Que un hombre despreciara a una mujer como ella significaba que podía existir el varón que me despreciara a mí también.

            Corrí a la cocina y recargué la cafetera. Minutos después volví con los expresos y me senté a su lado. Pasé un brazo sobre sus hombros en gesto protector, ella se acurrucó a junto a mí y recostó su cabeza sobre mi pecho izquierdo. Entonces fui consciente de mi semidesnudez, su cercanía y la abstinencia de sexo lésbico que venía arrastrando; sentí el estertor de la excitación y aspiré el aroma de su cabello.

            Entre lágrimas, hipos y muchas pausas, tía Xio me explicó parte del dolor emocional que había vivido.

            Se casó muy joven con tío Javi. Estaba enamorada y esa fue su perdición. No notó las señales del carácter misógino, posesivo y dominante de su marido. Desde mi perspectiva los había considerado un matrimonio modelo, con él como el triunfador que sacaba la casta por el bienestar de su familia y con ella como la esposa abnegada, atenta y dócil, siempre al cuidado del hogar y las necesidades de sus dos hijos. Internamente me reproché el no haberme dado cuenta de que los comentarios de tío Javi en reuniones familiares sobre “la inocencia”, la “inexperiencia”, la “falta de conocimientos o puntos de referencia” de su esposa eran en realidad insultos y humillaciones velados.

            En resumen, él gozaba menospreciándola en público, exigiéndole imposibles, rebajando sus capacidades, talentos y deseos. Ella había renunciado a sus sueños profesionales por dar forma a una familia. Había sacrificado sus ambiciones personales a cambio del bienestar de unos hijos que, para el momento en que tío Javi la corrió de su casa, ya vampirizaban su vida con desprecios y exigencias idénticos a los de su padre.

            Tía Xio era la esposa perfecta, excelente cocinera e irreprochable ama de casa. Siempre tuvo la solución a los problemas domésticos, el hogar impecable, las atenciones del marido y los hijos que llegaban cansados de beber y divertirse en la calle. Ahora había sido desterrada y sustituida. Es cierto que tío Javi jamás osó golpearla, pero las palabras hirientes y el afán por restar méritos a una mujer duelen tanto o más que los golpes físicos.

            Para nosotras, el dolor de sentirnos dominadas es directamente proporcional al amor que hayamos sentido por nuestro consorte. Duele la humillación, duele el desapego, duele la decepción de ver en qué clase de hombre se ha convertido el que parecía un “esposo perfecto”, se tiene la sensación de haber sido estafada con un compañero que “se vendía” como el ideal y resultó ser un patán. A este martirio hay que sumar la tragedia de saber que los propios hijos se han convertido ya en hombres que calcan las malas aptitudes paternas.

            Me odié por no haberme dado cuenta de que la celeridad con que tía Xio corría a atendernos a todos en reuniones familiares era realmente el reflejo de la tensión contenida y el temor a los reproches de su esposo. Recordé una vez, a mis siete años, cuando me caí de un columpio. Tía Xio me abrazó, me tranquilizó, me curó una rodilla raspada y besó sobre la herida “para que sanara más rápido”. Decidí devolverle el buen gesto y tratar de que sus males cicatrizaran a la mayor brevedad.

            —Cuentas conmigo para todo lo que necesites, sin importar de lo que se trate —declaré firmemente tomando su cabeza entre mis manos para mirarla a los ojos.

            Tras esto, la instalé en el cuarto de invitados y me metía a mi habitación para hacer algunas llamadas.

            Expliqué la situación a una amiga abogada, quien prometió pasar ese mismo día a la Delegación para tramitar un amparo que protegiera a tía Xio de una demanda por abandono de hogar; el lunes siguiente, a primera hora, estaríamos en el juzgado para promover la demanda de divorcio. Entre el cincuenta por ciento de los bienes, la indemnización por daño moral al haber sido maltratada psicológicamente durante años y la demanda por el agravio de haber sido echada de casa, dejaríamos a su marido con una mano adelante y la otra atrás.

            El fin de semana transcurrió entre charlas, anécdotas familiares que no implicaran malos recuerdos, pizza, películas y mucho descanso. El lunes pedí permiso de faltar al trabajo. Acudimos al Juzgado y “amarramos” los aspectos legales. A medio día nos metimos en un spa.

            Mi climatología sexual presagiaba tormenta. Por una parte, había estado preocupada por los problemas de mi tía; por otro lado, estaba inquieta. Me excitaba su presencia, al punto de que tuve que masturbarme en el baño la noche del sábado y la tarde del domingo. Al igual que toda la familia, mi tía ignoraba mi verdad más íntima. Es una leyenda urbana el que una lesbiana deba volverse masculina; siempre he conservado mi femineidad y la orientación bisexual que me enorgullece no tiene porqué interferir en ello.

            En el spa solicitamos un servicio bastante completo para tía Xio. Un buen corte moderno, baño nutritivo capilar, pedicure, manicure, depilación corporal y masaje. Giré instrucciones para que ella fuera tratada a cuerpo de reina. La encargada miró atentamente la pulsera que suelo llevar en el tobillo derecho, pero no hizo comentario alguno ((Amig@s de TR, se los dejo de tarea)).

            Corrí a “dar tarjetazo” en el Liverpool de Polanco, dejando a tía Xio en manos profesionales. Elegí de todo para ella, desde unos conjuntos formales hasta minúsculos tangas de los que suelo llevar; al ser de proporciones parecidas no tuve problemas con las tallas. En cuanto al aspecto, con su porte sería imposible que algo se le viera mal. Estaba decidida a compensarla por los agravios sufridos, pero también me pesaba en la consciencia el deseo sexual que me inspiraba. En su inocencia, ella no había dado motivos para despertar mis ansias, y, sin saberlo, había escapado del lobo para entrar en la cueva de la leona.

            Volví al spa con la cajuela llena de paquetes. Seleccioné para tía Xio un conjunto de falda y torera en pana gris, zapatos de plataforma, top negro sin sujetador, medias de liguero en tono “ala de mosca” y un minúsculo tanga. Pedí a la encargada que desechara las ropas que mi tía hubiera llevado y que le alcanzaran las prendas nuevas.

            Salí al jardín del spa para fumar un cigarrillo mientras esperaba. Me pareció sentir las miradas y los cuchicheos de las empleadas tras de mí. Me pregunté, como muchas veces lo he hecho, si se notaba mucho mi orientación bisexual. En realidad no importaba. “Y lo que opinen los demás, está de más. ¡Quién detiene palomas al vuelo, volando al ras del suelo, mujer contra mujer?”

            Me preocupaba mi abstinencia de sexo lésbico. De seguir con esa excitación, quizá tendría que buscar a Amanda para darme con ella una encerrona de amigas, sin comprometerme de nuevo.

            —¡“Mi Amor”, mira cómo me han dejado! —exclamó tía Xio desde la puerta sacándome de mis reflexiones.

            —“Tía Buena” —respondí gratamente sorprendida.

            Corrí a sus brazos y nuestros cuerpos se unieron con verdadero afecto. Las empleadas debieron darse un banquete de material para chismorreo. No importaba.

            Fui consciente de su cuerpo entre mis brazos, de la frescura de su piel recién bañada, de su belleza resurgida de entre las cenizas de la decepción. Mi sexo lubricó mientras mis pezones se erectaban para hacerse notar bajo la tela de mi top. Xio me llamaba “Mi Amor” y yo me refería a ella como “Tía Buena”. Estas definiciones eran naturales dentro del contexto familiar que habíamos compartido toda la vida, pero para criterios externos debíamos parecer lo que subconscientemente yo estaba deseando.

            Fue en ese abrazo donde cayó sobre mí todo el peso de mis ansias. Deseaba a la mujer que, confiada a mi cariño de sobrina, compartía conmigo un afecto limpio. Me sentía malvada y excitada al mismo tiempo. No sabía hacia dónde nos llevaría esto, pero decidí seguir por ese camino; mi sexo respaldó el veredicto humedeciéndose más aún.

            Pagamos y salimos del local seguidas por las miradas de las empleadas. Tía Xio, ajena a los chismorreos que se dirían a nuestra costa, me acompañó al coche caminando incómoda. La miré con atención antes de abrir la portezuela del copiloto.

            —¿Sucede algo? —pregunté preocupada.

            —Nada, amor, es sólo que no estoy acostumbrada.

            —No entiendo —mentí—. Espero que te hayan tratado bien.

            —Es eso. No sé cómo decirlo —titubeó—. Me atendieron de lujo. Me cortaron el pelo, me acicalaron, me masajearon y me consintieron. No estoy acostumbrada. ¡Temía que en cualquier momento terminara todo eso!

            —No tiene porqué terminar —aseguré tomando su cabeza entre mis manos.

            Me humedecí los labios y besé su frente con intensidad. Sentí el calor hormonal que me invade cuando me transformo de mujer a Diosa Sexual.

            —Además, tampoco estoy acostumbrada a esta prenda íntima —añadió ella.

            Imaginé bajo su falda el tanga que yo había elegido. Temía correrme en seco, en medio de la calle y sin haberme tocado.

            —Acostúmbrate, “Tía Buena” —solicité—. Vamos a quemar todos los calzones de anciana que hayas traído. Tu nueva vida merece ser vivida con estilo y los tangas son lo de hoy.

            —Gracias, “Mi Amor” —suspiró—. Pero es que también me depilaron el, bueno, tú sabes.

            —¡Te “deforestaron el monte”? —pregunté en broma—. ¡Excelente! Se hace por higiene y por comodidad. Yo tengo la depilación láser, si te gusta tu nueva imagen podemos pensar en hacértela también a ti.

            —¿Ya no te crece vello púbico? —preguntó—. ¿No te gustaba depilarte?

            —Fue por mi pigmentación —informé olfateando mis feromonas combinadas con las suyas—. Soy rubia platino, mi vagina parecía el “felpudo” de una anciana encanecida. Nunca me gustó.

            —Yo ni siquiera me he mirado atentamente. No sé si se verá bien.

            Mi pelvis se adelantó e hizo contacto con la suya. Vientre contra vientre nos miramos a los ojos.

            —Si quieres, puedes verme a mí también —aventuré sintiéndome muy caliente—. En casa podemos comparar resultados y puede que te animes.

            Mis últimas palabras dejaban una doble intención en el aire. Me abrazó por el talle y enredé mis manos entre los cabellos de su nuca. Nuestras narices se encontraron y nuestros vientres se frotaron instintivamente.

            Estábamos en la calle. Aunque se supone que existe la tolerancia, los viandantes volteaban a mirarnos idiotizados. Los compadecí, pues seguramente no sabían lo que era vivir con amor.

            —Muero de hambre —corté—. Conozco un bonito lugar donde podemos comer, escuchar música y compartir un rato muy agradable.

            Xio había sufrido un matrimonio donde imperaba aquello que algunas mujeres buscan, la dominación bajo el yugo de un amo (con minúscula) tiránico. Me propuse destruir las cadenas que habían sujetado su vida, su libertad de ser y sentir y su individualidad.

            Fuimos al Astrea, un pequeño hotel en la Colonia Del Valle donde nadie fruncía el ceño cuando aparecían parejas con orientaciones sexuales minoritarias. El lugar era muy agradable, con una fuente en el centro del patio rodeada de mesillas. Se comía muy bien, sin hablar del uso que se le daba a las habitaciones.

            Mientras comíamos solicité discretamente al camarero un Cuarto Cupido. Pedí Absolut, servicio de tónicas y todo para pasarlo bien. Al entregarme la cuenta, el empleado me entregó con disimulo la tarjeta llave de la habitación.

            —¡Te gusta este lugar, “Tía Buena”? —pregunté tomando una mano de Xio.

            —¡“Mi Amor”, es precioso! —respondió en tono cándido—. ¿Crees que las habitaciones sean así de agradables?

            —Sí, son muy bonitas. No me mires sí, he venido antes aquí.

            Entrelazó sus dedos con los míos. Yo necesitaba correr a algún lugar privado, arrancarme el tanga y jugar conmigo misma un buen rato.

            —Debe ser un chico muy afortunado —suspiró.

            —Chicas. No una, sino varias —informé—. No es extraño que, entre amigas, a veces nos reunamos y disfrutemos de este lugar.

            Nos levantamos y la abracé. Besé su mejilla, muy cerca de la comisura de los labios. Ya no podía resistirme; mis instintos me gritaban que siguiera adelante y mi sexo exigía guerra femenina. Quienes hemos practicado el salto en paracaídas sabemos del “momento umbral”, que es ese instante místico donde se entiende que debajo está el abismo y que el futuro depende de que todo funcione correctamente.

            —Tenemos una habitación aquí —salté al vacío—. Ven conmigo y disfrutémosla.

            No esperé su respuesta, tiré de ella y la conduje entre pasillos hasta la puerta que nos esperaba.

            —En mis tiempos no se usaba que las amigas hicieran esto —comentó con voz temblorosa.

            —Desde el origen de la humanidad se acostumbra —abusé del doble sentido—, pero no todos lo han sabido.

            Entramos a la habitación. Los altavoces emitían “La dama negra”, de Mago De Oz. Era la canción que mejor me representaba y lo consideré una señal para seguir adelante con esto.

            Me puse las manos en la nuca y contoneé mi cuerpo ante tía Xio al ritmo del coro de voces. Cuando la canción llegó al “outro” alcé y bajé la cabeza siguiendo el compás, invitándola a unirse a mí.

            Nos tomamos de las manos y reímos como niñas.

            Terminada la canción nos sentamos en la cama. Los empleados habían dispuesto lo que solicité, de modo que pude preparar los combinados y brindar con mi tía por un futuro lleno de sueños por cumplir.

            Bebimos y charlamos disfrutando e la música, la iluminación indirecta y el decorado de la habitación. Tuve que acudir al sanitario para tocar mi vagina, no me masturbaba pues quería reservar todas mis energías para compartirlas con Xio. Mi tanga estaba tan empapado que opté por quitármelo y arrojarlo a la papelera, aproveché para refrescarme en el bidet y volví con mi acompañante.

            El sistema de sonido emitió los primeros acordes de “Acaríciame”, una vieja pieza de María Conchita Alonso. Tomé las manos de tía Xio y la hice levantar. Nos abrazamos y bailamos muy juntas.

            —Desde niña conozco esa canción, pero hasta ahora entiendo la letra —susurró en mi oído.

            Estreché su cintura y friccioné mi pelvis sobre la suya. Quiso revolverse y callé sus objeciones con un profundo beso en la boca. Hurgué con mi lengua y succioné delicadamente para “beber su aliento”. Ronroneó apasionada mientras frotaba sus senos sobre los míos. No me sorprendió que me sujetara por la nuca para prolongar la caricia.

            Nos mordimos y chupamos los labios en medio del beso, mitad lascivo, mitad amoroso, completamente pasional.

            —¡Quiero besarte toda! —susurré cuando pude separarme de ella.

            —La que da los besos decide dónde los pone —respondió gimiendo mientras yo acomodaba un muslo en medio de los suyos.

            —Puedes cerrar los ojos y, no sé, imaginar que soy otra persona —sugerí.

            Tenía miedo de que se asustara; temía que el hecho de que mis genitales y los suyos eran de la misma morfología la hiciera arrepentirse.

            —¡Con los ojos abiertos! —declaró—. Siento lástima por quienes prefieren cegarse y negar lo que sienten.

            Le quité la torera y acaricié su espalda por debajo del top. Ella tiró de mi falda hacia arriba para acariciar mis muslos.

            —¡Te quitaste el tanga! —exclamó sorprendida.

            —Está empapado. Prefiero dejarlo como propina para el camarero.

            —Nunca he hecho esto y hace mucho tiempo que no estoy con nadie —confesó.

            —Déjate llevar —supliqué—. Es más fácil de lo que parece y mucho más hermoso de lo que puedo describir.

            Empujé a Xio sobre la cama y retiré su top para contemplar sus senos.

            —¡“Tía Buena”! —exclamé, con toda la carga del doble sentido.

            Volví a besarla en la boca mientras ella se dejaba hacer. Estaba receptiva, sopesando las reacciones de su cuerpo. Mi primera vez lésbica y mi primera vez hetero fueron experiencias maravillosas, llenas de magia y placer; era justo que yo proporcionara el mismo deleite a la mujer que me estaba compartiendo su cuerpo. Esa es la diferencia entre nosotras y los hombres, en circunstancias de igualdad y amor somos más propensas a retribuir las cosas buenas que recibimos.

            Acaricié sus pechos delicadamente. Me lancé a por todo al ver que no oponía resistencia. Amasé, primero el seno derecho, desde el costado al canalillo del escote, desde arriba hacia abajo, mientras succionaba el pezón. Ella misma se desabrochó la falda y bregó por quitársela para quedar sólo en tanga. Me quité el top y tía Xio me quitó la falda casi con desesperación.

            —Se ve muy bien sin vello púbico —reconoció mientras yo pasaba a amasar su seno izquierdo.

            Mi sexo era una destilería de flujos vaginales trabajando a pleno rendimiento. Retiré el tanga de mi tía para dejarla sólo con las medias de liguero. Me acomodé sobre su cuerpo y separé sus piernas para ubicar mi intimidad sobre la suya. Xio gimió por el contacto de nuestros genitales.

            —La que da los besos decide dónde los pone —repetí sus palabras—. Ansiaba que mi vagina besara a la tuya.

            Embestí con calculados golpes de cadera, tal como lo haría un hombre que la penetrara. Nuestros labios vaginales se unían para combinar los fluidos en un excitante cóctel de néctares femeninos. Su clítoris y el mío se encontraban con ansias y se separaban momentáneamente para repetir el anhelado impacto.

            —¡“Mi Amor”, me pasa algo raro! —Gritó Xio en un alarido.

            —¡Es un orgasmo, “Tía Buena”! —deduje— ¡Te estás viniendo! ¡Vívelo! ¡Siéntelo! ¡Es tuyo!

            Yo gritaba para incentivarla. Entendí que, después de años de matrimonio y de haber tenido dos hijos, mi tía no había experimentado el clímax. Arrecié en mis movimientos para brindarle el máximo placer posible y ella convulsionó retorciéndose bajo mi cuerpo. El sexo de Xio manó riachuelos de flujo que empaparon nuestros muslos. Sus gritos se volvieron gemidos y suspiros.

            —¡No sé porqué me pasó esto! —exclamó con cierto corte.

           

            —Es natural, y no significa lo que estás pensando —la tranquilicé—. ¡Acabas de tener un orgasmo húmedo!

            —¿Siempre es así?

            —A veces. Ahora, “Tía Buena”, también yo quiero sentirlo.

            Volví a besarla en la boca y pronto quedamos acostadas una frente a la otra, ella sobre el costado izquierdo y yo sobre el derecho. Besó mi cuello y fue descendiendo hasta lamer mi pezón izquierdo. Succionó como una niña pequeña mientras yo acariciaba su cabello rojizo.

            Alcé la pierna para atrapar sus caderas. La atraje hacia mí y nuestros sexos volvieron a quedar frente a frente. Esta vez fue Xio quien tomó la iniciativa.

            Mi tía friccionó su vagina sobre la mía; entendí que carecía de la experiencia de mis amantes femeninas anteriores, pero contaba con el encanto de la novicia que descubre las nuevas alternativas de placer que ofrece el sexo lésbico.

            Nos besamos en la boca repetidas veces, combinando alientos y salivas mientras nuestros senos se restregaban. Mi tía me acarició desde el hombro hasta la nalga izquierda. Me clavó las uñas delicadamente y palpó la firmeza de mi carne.

            Los líquidos del anterior orgasmo de Xio se entremezclaban con el flujo vaginal que manaba de mi sexo. Nuestras caderas se movían alternadamente en una cadencia que me hizo vibrar. Sentí una corriente de energía que ascendía desde mi clítoris a mi cerebro y aceleré para estimularme más. Tensé mi pierna sobre las caderas de mi tía buscando incrementar nuestro contacto. Alcancé el orgasmo en medio de jadeos y gritos de placer. La descarga de líquidos que emergió de mi vagina empapó nuestros Montes De Venus. Supongo que esto fue lo que provocó que Xio volviera a correrse, casi al mismo tiempo que yo.

            —¡Amor, ha sido espectacular! —reconoció mi tía poniéndose boca arriba.

            —Apenas es el principio —sonreí.

            Me senté y preparé nuevas bebidas. Mi tía permaneció tumbada, con las piernas separadas. Su vagina empapada seguía presentando los signos de la excitación sexual. Nos hubiera venido bien contar con un buen consolador para penetrarla.

            —¡Quiero más, no me canso de ti! —exclamé recostándome sobre su cuerpo.

            —Todo esto me gusta mucho, pero me siento confundida —admitió Xio—. ¿Es malo lo que estamos haciendo? ¡Mucha gente opina que sí!

            —”Tía Buena”, si tu cuerpo lo está disfrutando, significa que esto es bueno para ti —pontifiqué—. Yo te quiero mucho y, a partir de ahora, podemos hacer el amor siempre que lo deseemos.

            Miré sus ojos verdes y no pude resistir la tentación de besar su boca. Lamí sus mejillas y su cuello, en camino descendente hacia los senos. Chupé su pezón izquierdo y le arranqué un suspiro de pasión mientras ella enredaba sus dedos entre mis cabellos. Cambié de pezón y seguí chupando; me gustaba ver que sus aureolas eran similares a las mías.

            Repté sobre ella lamiendo su vientre. Cuando llegué al ombligo lo invadí con la lengua para hacerla gritar. Xio pataleó de placer al sentir cómo succionaba y retenía la presión para después liberarla rematando con profundos lametones.

            Instintivamente, ella empujaba mi cabeza hacia abajo. Me acomodé entre sus muslos para contemplar su sexo empapado por nuestros efluvios. El tacto de sus medias me hacía delirar; era la constatación sensorial de que me encontraba haciendo el amor con otra mujer.

            Hundí mi rostro entre sus piernas. Lamí desde su entrada vaginal hacia arriba, en dirección al botón de placer. Xio gritó algo que no entendí. Moví la cabeza de arriba abajo para que mi lengua explorara la totalidad de sus labios vaginales. En el sabor del flujo de Xio identifiqué un regusto similar al mío. Besé apasionadamente su entrada, abrí y cerré la boca expulsando aire tibio para estimularla; ella se retorcía de placer.

            Besé palmo a palmo el sexo de mi tía hasta encontrar lo que buscaba. Envolví con mis labios su clítoris para succionarlo y tirar ligeramente de él. Deseaba penetrarla con mis dedos, pero decidí esperar a un cambio de postura. Alterné las succiones con caricias de mis nudillos en su entrada vaginal. Establecí una secuencia de succión, giro de muñeca, liberación y opresión del dorso de la mano sobre su vulva. Miré hacia arriba y noté que ella se masajeaba los senos correspondiendo a mis acciones.

            Xio gritaba y sacudía la cabeza. Yo aceleré mi labor y finalmente conseguí llevarla a un nuevo clímax. Me sentía excitada y necesitaba volver a experimentar un orgasmo, pero quise ser prudente y no presionar demasiado, aquella era la tarde de iniciación de mi tía. Si todo marchaba bien, en días futuros podría desquitarme.

            Me puse en pie sobre la cama, con el cuerpo de Xio entre mis piernas. Mi sexo chorreaba abundante flujo. Sus ojos se encontraron con los míos y leí en ellos la expresión del deseo. Flexioné las rodillas para acomodarme sobre mi tía, en la misma postura que un hombre adoptaría para hacerse una cubana.

            Amasé sus senos entre mis muslos mientras mi flujo vaginal escurría desde mi sexo hasta su vientre. Después me puse de lado para llevar su enhiesto pezón derecho a mi entrada vaginal. Con mis manos guiaba la protuberancia frotando mis labios, colocándola en la abertura y, finalmente, friccionando mi clítoris. Deseaba montar mi vagina sobre su rostro y recibir un cunnilingus completo, pero me contuve para no asustarla. Quizá la presencia de mi femineidad sobre su boca la hubiera hecho arrepentirse de lo que estaba pasando.

           

            Necesitaba un orgasmo más. Volví a incorporarme y tiré de las piernas de Xio para acomodar su cuerpo al filo de la cama. La coloqué en cuatro puntos, al borde del colchón. Acaricié su espalda y sus nalgas. Me fascinó la visión de su cuerpo dispuesto, como esperando la penetración posterior. Entendí porqué a los hombres les gustaba verme en esa postura.

            Me situé detrás de ella. Dejé el pie derecho sobre el piso y flexioné la rodilla izquierda para apoyar el otro pie sobre la cama. Introduje en su vagina los dedos índice, medio y anular de la mano derecha. Estaba apretada, pero la lubricación era inmejorable. Acaricié mi vagina con la mano libre.

            —¿Sabes contraer tus músculos internos? —pregunté estimulando su sexo con mis dedos.

            —¿Cómo se hace? —inquirió.

            —Aprieta como cuando quieres retener la orina.

            Obedeció y sentí que su sexo ofrecía más presión a mis dedos.

            —Si sabes dominar esto, podrás darle mucho placer a los hombres cuando te penetren.

            Inicié un movimiento de entrada y salida de mis dedos en su vagina. A cada penetración le pedía que ofreciera resistencia, al llegar al límite liberaba la presión y volvía a apretar para acompañar el movimiento de salida. Necesitábamos ensayarlo más hasta que tía Xio controlara completamente la técnica, pero ya poseía los fundamentos.

            Xio gemía con gusto. Yo estaba muy excitada y consideré que llegaba el momento de disfrutar también. Retiré mis dedos de su vagina para invertir la posición de mi mano y volver a metérselos, esta vez con la palma hacia abajo. Di unos ligeros toques de tanteo, directamente sobre su “Punto G”. El grito de gusto no se hizo esperar.

            —¿Qué me haces? —preguntó sorprendida.

            —Destruyo tus ataduras —filosofé.

            Pasé mi zurda bajo mi muslo izquierdo aún levantado. Introduje el índice, medio y anular dentro de mi vagina. Al flexionar los dedos encontré mi propio “Punto G”. Acerqué mi vientre al trasero de mi tía y acomodé el dorso de mi mano izquierda sobre el de la derecha. Empujé la pelvis y mis dedos avanzaron dentro de nuestros sexos.

            Inicié una secuencia de rotación de caderas. Cuando embestía, los dedos de ambas manos exploraban nuestras intimidades. Al retroceder, flexionaba las falanges para acariciar al mismo tiempo ambos “Puntos G”. Xio gritaba extasiada coreando mis alaridos de placer. Su intimidad correspondía con opresiones de los músculos internos, que mi vagina repetía.

            Nuestros cuerpos chocaban y se separaban para volver a encontrarse. Los senos de mi tía se balanceaban y los míos botaban en respuesta a nuestras arremetidas. Sus caderas acudían puntualmente al encuentro de mis dedos mientras las secuencias de opresiones y la fricción en las zonas más sensibles de nuestros organismos hacían estragos en las dos. Perdimos el control, ensordecidas por nuestros propios gritos de éxtasis. Juntas llegamos al orgasmo en medio de lágrimas de dicha.

            Xio se dejó caer sobre la cama y yo me acosté sobre ella. Saqué mis dedos de su vagina y lamí el néctar pasional que acababa de regalarme. Le di a probar mi flujo en los dedos que habían hurgado mi intimidad. Ella aceptó con una sonrisa de complacencia.

            Me sentí dichosa. Acababa de iniciar una relación con mi propia tía, me había saciado las ganas de cubrir la parte lésbica de mi sexualidad y teníamos por delante un futuro lleno de placeres extremos.

            El resto de la tarde lo dedicamos a seguir amándonos y explorándonos. Para el viernes siguiente, tía Xio ya había adquirido la experiencia que ambas deseábamos para ella, pero nada de lo que vivimos en esa semana nos preparó para lo que sucedió cuando llamé a Saúl y le pedí que nos acompañara en nuestro lecho. Vale, ese será el tema del próximo relato, titulado “Liberándote II, Él destruye tus ataduras”, en la categoría de Tríos.

            ¡Besos y evolución!

            Edith

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            Nota de la autora

            Para quienes no han leído mis anteriores relatos, repito que sí se puede escribir erotismo sin utilizar palabras malsonantes. No me asusta decir “culo”, “coño”, o “verga”, pero en esta saga quiero mantener un estilo tipo editorial. También tengo derecho a ser contradictoria. Ustedes díganme si les agrada más el lenguaje limpio o sucio.

            Ya están listas las dos siguientes partes de la trilogía “Liberándote”. La próxima entrega, titulada “Él destruye tus ataduras” agrega nuevos ingredientes a la historia. Búsquenla en la categoría de “Tríos”. El episodio final, “Liberándote III, Tú destruyes tus ataduras”, corresponde a la sección de “Amor Filial”. Pueden acceder a ellas en sus sitios correspondientes o directamente en mi perfil de TodoRelatos.

            De paso, lean lo que pongo ahí y díganme qué opinión les merece.

            No he subido todo junto en la misma categoría, porque no quiero que pase lo de la trilogía anterior, “Gemelas ninfómanas”, escrita en colaboración con mi hermana y amante femenina Naty (Natjaz Vasidra). Publicamos las tres partes al mismo tiempo en “Amor Filial” y la primera recibió varios comentarios, la segunda sólo uno y en la tercera se acumularon los insultos de tres relatos.

            A ti, lector/a que aún no has comentado en ninguno de mis relatos, te invito a hacerlo. En verdad me interesa tu opinión, así que no te cortes.

            Para aquellos que aún no han leído mi tutorial “Mejora tus relatos eróticos”, los invito a mirar en mi perfil de TodoRelatos.

            Es muy importante que mejoremos la calidad de nuestros textos. Es por la Web y por nosotros mismos.

            A propósito del tema, Longino comentaba sobre las dudas respecto a la creación de estructuras en oraciones y párrafos narrativos. Marco Atham señaló que era imprescindible extendernos sobre los temas de ortografía y tipografía; por su parte, Gata Colorada mencionó la calidad en el tipo de lecturas que acostumbramos. Estoy de acuerdo con todos ellos y quiero que profundicemos en esos tópicos.

            He analizado la manera de desarrollar los tutoriales que necesitamos. Prometo esmerarme en ello, pero les pido paciencia; es mucho lo que tenemos que abarcar y necesito un poco de tiempo.

            Estoy preparándome para un examen trascendental, acudo a la Facu por las mañanas y a mis prácticas profesionales por la noche. Deséenme suerte, ya les contaré.