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Sandra Erótica (5). El toro y el sexo

en No Consentido

5.        

Me quedo viendo la puerta por donde Pedro ha salido. Mis ojos recrean la escena una y otra vez.  Pude haber sido yo el que salía por esa puerta.  La diferencia entre Pedro y yo son las circunstancias.  Yo estoy parado aquí porque tengo la suerte de no venir con mi novia. Y tengo la suerte de no venir con mi novia porque tuvo esa terrible infección en los riñones.  Pedro está amarrado de pies y manos con una correa llamada Laura y yo me había soltado esa cadena hace menos de dos días con la promesa de siempre, No te preocupes mi amor, vamos en bola… no va a pasar nada… 

-Que rico coges cabrón – me dice Sandra unos segundos después – Uf… De haber sabido…

Sandra me toma por sorpresa, esta de pié a mí lado y volteándose empieza a sobarme el bulto de la entrepierna.  ¿Qué, ésta mujer no tiene llenadera? Mi verga reacciona al instante y sin autorización.  La sonrisa de Sandra vuelve a ser abierta, perfecta y juguetona (¿feliz?) pero esta vez me parece tortuosa.  Contrasta con el ambiente enrarecido que ha dejado Pedro tras de sí. La miro por un momento y pienso: Ésta mujer está loca. Sin embargo su mano sobando mi blanda erección a través de la bermuda logra su cometido.  Sigo mirando hacia la puerta pero instintivamente le agarro la nalga y empiezo a estrujarla con fuerza.

-De haber sabido qué… ¿me hubieras cogido antes? – y mi voz suena más enfadada de lo que estoy en realidad. 

-Tal vez – me dice juguetona. 

Mi cara refleja la seriedad del momento, o eso creo.  En contraste ella cierra el episodio tal como lo empezó y ríe juguetona. Es como si para ella todo fuera parte del mismo juego y el incidente apenas vivido con Pedro solo hubiera sido una interrupción mínima, sin importancia. Mi verga opina lo mismo.  Pinche verga sin conciencia…

-Qué rica la tienes papito – dice metiendo la mano bajo mi bermuda y sacándomela al aire. Instantes después se arrodilla frente a mí.  Juguetona y cachonda observa la verga que tiene frente a su nariz y se la mete en la boca. Me la chupa y lo hace muy bien.  ¡En unos segundos es la mejor mamada que me han dado en la vida!

Y mi enojo se va a la verga (literalmente) y Pedro y la pudibunda de su novia se van a la verga (metafóricamente). Y mi voluntad y mis pensamientos todos todos se van al mismo sitio… (Y todos literalmente).  Empiezo a respirar con fuerza. Y sin saber cómo mi mano la agarra del pelo, la coloco de tal forma que pueda verle la cara mientras me la chupa. 

-¿Me he portado mal? – Dice con voz de niña regañada - ¿Crees que merezco un castigo?

Y yo, intentando no venirme en su boca le digo – Estás bien loca – Mis ojos están a punto de salirse de sus órbitas de la excitación, trato de tragarme los gemidos.  Estoy sorprendido, me acabo de venir hace cuatro minutos y estoy a punto de hacerlo de nuevo… Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho diesiseis… Mercurio Venus Tierra Marte Jupiter Saturno Urano Neptuno y Plutón… Ella entre chupada y chupada me vuelve a decir:

-¿Soy mala? ¿Me vas a castigar?...

Una fuerza imparable toma forma en mi cuerpo, no sé porqué, tal vez sea por su voz chillona de niña tonta o porque en con su mirada me pide que realmente me enoje, o tal vez ya estoy hasta la madre de ella, de todo, de mí… Realmente me enojo. Un toro salvaje, una bestia negra, grande y enfurecida toma mi lugar.

-Si hija de la chingada… te vas a cagar – y diciendo esto la jalo del pelo, la levanto y la cargo de costal por encima de mis hombros, ella comienza a quejarse pero no dice nada.  Un toro llamado Furia toma el control de todo. Camino a la primera recámara que veo y la aviento con fuerza sobre la cama.

Me dice que no la lastime, pero con una mirada ya fuera de sus órbitas, absolutamente enloquecida me invita a hacerlo. Le grito que se quite la tanga y que se calle. Ella lo hace en un solo movimiento.

-Abre las piernas pendeja… – Ella lo hace de inmediato y meto toda mi boca, toda mi nariz y toda mi cara en su vagina. Estoy furioso, quiero comérselo todo y llegar hasta sus riñones, quiero hacerle daño.  Mi dedo empieza a buscar el hoyo de su ano y, una vez localizado se lo meto sin piedad.  Ella, entre jadeos grita. – ¡No!... ¡No me lastimes! – y por primera vez, en su voz noto un dejo de estremecimiento.  Ahora sí está asustada. Y esto, en lugar de detenerme me prende aún más. Quiero hacerle daño. Ya no puedo parar. Quiero de verdad que le duela. Estoy furioso y loco. Ella me ha tenido comiendo de su mano dos días y todo ha sido a su real y perverso antojo.  Ahora me toca a mí.  Empieza a forcejear pero tengo mi cabeza entre sus piernas, una mano sosteniendo su cadera y mi dedo sigue dentro de su culo penetrándola aún más.  Pronto siento su culo húmedo y cada vez más abierto.  La perra está disfrutando.  Me quito la bermuda y el calzón como puedo. Me monto sobre ella y forcejeamos. Ya es una lucha, pero por extraño que parezca también es una danza.  Es un encierro de lidia donde a ella se le ha caído el capote, y el toro ahora sí puede y quiere embestirla. Le muerdo los pechos y ella me rasga la espalda. La fuerzo a cerrar las piernas, la tomo de los hombros y la giro con violencia.  Tomo sus brazos por encima de su cabeza con una mano y ella, sabiendo que se la voy a meter por el culo, empieza a gritar: ¡No¡ ¡No! ¡No!... Pero eso sólo consigue enardecerme.  Forcejea y sin darse cuenta, me coloca las nalgas a modo.  Con mi mano libre guío mi verga hasta su ano y, con algo de esfuerzo, se la meto. Ella suelta un grito gutural, animal.  Su rostro está contra la almohada de la cama pero alcanzo a ver su expresión de dolor.  Ahora es realmente mía y se lo hago saber.  El toro  arremete.  

Una mano mía le detiene las manos por encima de su cabeza, otra le presiona la espalda hacia abajo para que deje de moverse.  Sigo penetrándola y lo hago con más fuerza.  Le muestro con cada movimiento que aquí el que manda soy yo, que se acabaron los jueguitos conmigo, que de ahora en adelante va a tener a un hombre toro que se la coge cuando quiere y por donde se le antoja.  Le estoy diciendo que ella me pertenece.  Ella sigue jadeando pero en algún momento deja de luchar y todo su cuerpo se acopla a las embestidas.

-Eres un animal – me dice entre jadeos. 

Y el animal que ahora se la está cogiendo se acerca a su oído y le dice en un susurro:

-Eres mía pendeja…

Ella responde con un gemido. Su lengua empieza a lamer las sábanas.  Las embestidas ya no duelen y noto como ahora mi verga resbala con más facilidad en las paredes de su culo. Suelto sus brazos pues ya no tengo que detenerla, ha dejado de pelear. Levanta las nalgas y meto mi mano en su vagina. Ella me alcanza y comienza a masturbarse con una mano. – Si, así papi, así –. Todo su cuerpo comienza a temblar y noto en mi verga que todo el ambiente se humedece. Estoy a punto de terminar. Ella jadea, grita como un animal en agonía. Cuando por fin me vengo siento como todo a mi alrededor se humedece. De mi verga no sale simplemente semen, salen escalofríos, salen complejos, salen animales corriendo en la selva, sale un león cogiéndose a la leona, sale toda la furia y toda la violencia que he tenido guardada durante años y que sólo ahora puedo ver.  Sus manos estrujan las sábanas mientras con su boca muerde una almohada. Todo su cuerpo se agita con jadeos eléctricos. De mi verga siguen saliendo pedazos de mí, pedazos de todo.

-No te muevas, no te muevas, por favor, ya no te muevas… - Me pide gimiendo   

Ella sigue corriéndose. Me quedo quieto, sintiendo, por primera vez en mi vida, como de una mujer sale una lluvia dorada que se esparce por la cama y lo moja todo. Un largo temblor recorre su cuerpo mientras suelta un último y prolongado gemido.

Un minuto después me tiro al lado de ella. Cuando volteo a verla su mirada está perdida y asustada, tiene los ojos grandes como platos y la respiración irregular se entrecorta con estertores.  Quiere decir algo pero no lo consigue.  Miro al techo porque también yo necesito recuperar la respiración.  Poco a poco el animal que se la ha cogido empieza a resoplar y a recostarse para descansar. Una faena noble, el torero está tirado, sangrando a punto de morir. Todo está consumado.  Al poco tiempo el toro se queda dormido y a mí me invade una paz que no conocía: un estado de serenidad tan absoluto, tan claro que me permite entender, por unos segundos que es aquí donde comienza y termina la vida. Me llega a la cabeza la imagen de un letrero que vi en el panteón de mi pueblo: “Aquí comienza el camino de la verdad”, y entonces, apenas ahora, lo entiendo todo. Ya no necesito más, puedo morir ahora que ya todo, la vida, el miedo, el dolor, la angustia, todo, todo ha terminado.

Poco a poco la respiración de Sandra se normaliza. Toma la almohada y hunde su cabeza en ella.

-Eres un cabrón… nunca me habían penetrado por atrás…

Las palabras de Sandra me regresan al momento.  Pero en mi perfecto universo nada me suena a reclamo y hasta creo que es un halago. Sonrío, quiero decirle que yo nunca lo había hecho en una alberca, nunca había hecho un trío, nunca lo había hecho con público y nunca lo había hecho en un baño (y si, mi vida sexual era una mierda…). Tampoco le digo que nunca había penetrado a alguien sin su preciso, seco y explícito consentimiento. No le digo que mi vida ha cambiado, que ahora lo entiendo todo y que la existencia apenas empieza… (y si, mi vida sexual ha dejado de ser una mierda…)

Deja la almohada de lado y por primera vez me mira, como esperando una respuesta.  Yo sigo sonriendo, mirando hacia el techo, entendiéndolo todo…

-¿Quién te dio permiso eh?...

El toro hace un bufido y se mueve. Pero no despierta, lo puedo controlar, lo puedo ver por primera vez en mi vida y decirle duerme chiquito, duerme, aquí todavía no te necesitamos.  Vaya, que me dan ganas de cantarle una canción de cuna pero no me llega ninguna a la cabeza… En vez de eso me siento junto a él y volteo a ver a Sandra mientras le acaricio el lomo. Desde esa imagen le digo sonriente: Ahora estamos empatados. Pero las palabras no llegan a mi boca, apenas alcanza para levantarme una ceja, y eso es todo.

Unos minutos después se mueve, se da por enterada que no le voy a contestar nada.  Intenta levantarse pero hace una mueca de dolor y se queja.

-No mames cabrón, me duele todo…

Yo sigo sin percibir reclamo, de hecho me parece que no lo hay, sólo es una constatación de hechos. En cualquier otro momento hubiera despertados mis culpas y temores, me hubiera enganchado en un alegato de disculpas y perdones en el que me habría convencido a mí mismo y a ella de lo malo que he sido.  Pero hoy no, hoy estoy en paz. “Aquí comienza el camino de la verdad…”

 Se levanta y sale tambaleando de la habitación sin voltearme a ver y oigo desde la cocina ruidos diversos. Regresa con una botella de tequila, se la empina y le da un largo trago.

-¿Sabes que es lo peor cabrón?... – y se contesta sin esperar respuesta – Lo peor es que en mi puta vida había eyaculado… – lo dice señalando a la cama, donde justo a mi lado se puede ver una gran mancha de sábana mojada.

La miro y le sonrío.  Me alarga la botella de tequila mientras murmura, Eres un cabrón…

Me enderezo y me empino la botella, pero el sabor me quema la garganta. No era precisamente lo que hubiera preferido después de esto.   El segundo trago lo siento más ligero y siento cómo va calentando mi cuerpo desde adentro, eso me anima un poco.

-Pues… a mí me parece que te gustó – le digo señalando la mancha con la botella

-Pendejo… - susurra, pero en su mirada veo complicidad, no puede evitar sonreír – Y el dolor quién me lo quita, cabrón – me dice estirando su mano para pedirme la botella.  Se toma otro largo trago y sacude la cabeza para espantarse de una vez el fuerte sabor del tequila y pensamientos que le llegan a la cabeza. Sigue parada en el quicio de la puerta, recargada en el marco.  Yo acomodo una almohada y me recuesto sobre la cabecera. Los dos miramos por la ventana. Durante unos minutos nos quedamos cada quien con nuestras glorias y demonios.

 Nadie dice nada.