miprimita.com

¿Quien da más?. Parte (I)

en Intercambios

Ya eran las diez y media de la noche, y mi mujer seguía sin llegar. Otra vez llegaríamos justitos al último pase del cine; otra vez perderíamos una de las pocas opciones de ver la película.

Son las circunstancias de vivir para el trabajo y compaginarlo con los hijos, que nunca tiene uno tiempo para sí mismo. No penséis que soy mal padre pero toda pareja debe tener su momento de relax y diversión.

Por fin llega mi mujer, y para mi sorpresa viene cambiada del trabajo. Uno retoques en su precioso y largo pelo, unas pinceladas de maquillaje que sólo sirven para matizar ya su gran belleza y una nube de perfume que acaricia su suave y morena piel.

Ahora si estoy más tranquilo, los niños con sus abuelos, y de camino a disfrutar de la única noche que tenemos al mes para volver a ser alocados y aventureros.

El camino hacia el cine, se hacía corto. Hablábamos por fin sin tener que estar maquillando las conversaciones y mi mano, ya juguetona, saltaba del volante a la palanca de cambios; de la palanca al muslo y la entrepierna de mi mujer, y de vuelta al cambio.

Todos nuestros planes se vieron truncados cuando tomamos la autopista. Era increíble, a tan sólo unos kilómetros del cine, un accidente había bloqueado los carriles y las colas, eran bastante largas. Ahora sí que podríamos despedirnos de la sesión golfa del cine.

  • ¡Tranquilo cariño, llegaremos!, decía mi mujer intentando que no perdiera la ilusión por aquel fatídico inconveniente.

Y tenía razón, tras unos largos minutos en el coche que aprovechamos para darnos algún que otro beso y comernos con la mirada, llegamos al aparcamiento del cine.

Nos bajamos apresurados y al llegar a la taquilla nos derrumbamos al ver cómo el cristal de la ventanilla estaba ya cerrado.

  • ¡No pasa nada!, dije bastante acalorado del tremendo esprín que nos habíamos dado. Ya que hemos dado el viaje hasta aquí daremos un paseo o iremos a tomar algo.

Mi mujer tenía la voz entrecortada por su agitada respiración. Sus pechos que de por sí son grandes se inflaban y desinflaban pareciendo querer echarse fuera de su generoso escote. ¡Qué bien le quedaba aquel vestido! Como me ponía su silueta marcada por aquel culo respingón y hermoso.

Nos giramos y pudimos ver como otra pareja se acercaba apresurada a la taquilla. Otros que habían pasado seguramente la cola en la autopista, pensé.

  • ¡Disculpa! dijo una dulce voz femenina, ¿saben si aún se pueden sacar las entradas, esto parece ya cerrado?.

  • ¡Uff!, la verdad es que nos ha pasado lo mismo, y ya por hoy era el último pase.

  • ¡Dichosa cola!, a ver que hacemos ahora dijo la chica. ¡Gracias!.

  • Pues sí, es una verdadera pena. Sin pensarlo añadí, ¿cómo no vengan con nosotros a tomar algo?, ya poco podemos hacer.

La pareja se miró durante un instante y sin más aceptaron la invitación.

  • Mi mujer me miró sorprendida y me susurró ¡que loco, sino los conocemos de nada!.

Fuimos a un bar cercano, y nos sentamos en una mesa. Así podríamos vernos las caras y poder hablar más tranquilos. Nos presentamos y empezamos por las preguntas típicas, ¿Nombre?, ¿De dónde éramos?, ¿De qué trabajábamos?, ¿Si teníamos hijos?, ¿Cuánto llevábamos juntos?, etc.

Poco a poco nos íbamos conociendo, o al menos rompiendo el hielo, y fue entonces cuando me fijé que Laura, que así se llamaba ella, estaba como un queso. Era una chica con curvas, no de las típicas que suelen estar muy delgadas, y a pesar de no ser precisamente mi tipo tenía una mirada y una cara angelical, pero que dejaba ver que en su intimidad las mataba callando. Pedro su novio, era el típico chico que solía gustar a las chicas, y aunque estaba rapado, seguramente ocultado algo de alopecia, marcaba músculos y se mantenía bastante conservado. Tenían 35 ella y 41 él. No nos llevaban mucho ya que María mi mujer tenía 33 y yo 34.

Aproveché a mirar a mi mujer y pude ver como entre bromas y risas, le echaba el ojo a Pedro, cuando éste se levantó al baño. No sé porque algo me decía que no tardaría mucho en hacerme algún comentario del tipo, ¡Qué bueno está! o ¡Está macizo!.  A Pedro lo había ya pillado varias veces colgado del escote de mi mujer, y la verdad no se lo reprochaba, porque también me pasada lo mismo a mí.

Las horas pasaron como segundos, y después de tomarnos la arrancadilla, nos despedimos no sin antes darnos los teléfonos, ya que nos habíamos causado una muy buena primera impresión. Nos despedimos y cada uno cogió su camino.

Aún no habíamos llegado a casa y el móvil de mi mujer sonó. Ya Laura la había agregado al chat, y no paraban de hablarse entre ellas, se veía que había buenas migas.

Cuando llegamos a casa le pregunté, que tal le habían parecido y la casualidad de que estuvieran en una circunstancia igual que la nuestra; trabajo, hijos, etc.

María no tardó en sacar a la luz, como se había recreado la vista, algo ya esperado por mí. Me reí y le dije abiertamente que aunque Laura no era exactamente el tipo de chica que me gustaba, sí me habían atraído ciertas partes de su cuerpo como los ojos, la boca y sus grandes pechos.

  •  ¿Y su culo?, dijo mi mujer bastante interesada.

  • ¿La verdad?, me gustan algo más llenitos, pero bueno no está mal.

Esa noche, si terminó como lo habíamos planificado, echando un pedazo de polvo sin tener que contenernos con los ruidos y pudiendo deambular por la casa a nuestras anchas.

Los días pasaron y poco a poco, ambas parejas, nos fuimos conociendo por el chat, tanto que terminamos haciendo un grupo para hablar todos juntos. Las conversaciones fueron pasando de vacilones, y vivencias de cada pareja a matices más picantes y provocadores. Siempre hablábamos de volver a quedar, pero por nuestros horarios casi parecía inviable. A pesar de hablar por el grupo, Laura y yo, manteníamos nuestra propia conversación privada, cosa que estaba seguro que María y Pedro, también lo hacían.

Ya en privado, las conversaciones pasaban de ser meras bromas o piques a confesiones y preguntas directas de que nos gustaba en la cama o que fantasías teníamos.  Tanto Laura y Pedro, como María y yo, jamás habíamos experimentado fuera de la relación con otras personas, pero sí eran fantasías recurrentes con las que solíamos soñar. Nos abrimos a todo tabú o miedo por contar nuestras perversiones, y un día hablando de juguetes eróticos, coincidimos en que ambos chicos, habíamos regalado por el aniversario de boda un vibrador con mando a distancia. Nos reímos mucho de la coincidencia, y vimos como el juguete había sido un éxito los primeros días pero había caído en el olvido tras varias sesiones de comprobación de su fiabilidad.  A fin de cuentas sólo la pareja sabía que jugaba y aunque en ocasiones era algo placentera para ellas, nosotros perdíamos pronto el interés al no ver evolución en el juguete, así que quedó aparcado en el cajón de los futuros rescatables.

Vacilamos tanto con el tema, que insinuamos la posibilidad de rescatarlo en algún momento.

Los días pasaron y un día que María estaba sacando unas fotos de la niña que había cumplido años, me cedió su móvil para sacarle una foto con ella. Mi intención una vez sacada la foto era mandármela a mi propio móvil, pero si sorpresa fue abrir la carpeta de envíos y ver como entre las fotos, aparecía un selfi de Pedro sin camiseta en una postura bastante insinuante.

Cuando la gente se fue de la celebración, y los niños dormían, me senté en la cama a su lado y le dije:

  • ¿Vemos las fotos del cumple juntos?.

  • Sí claro, dijo ella sin saber nada de mi hallazgo.

Pasamos las fotos una a una, hasta que de repente apareció la foto de Pedro.

  • ¡Qué curioso!, recuerdo a ver invitado a Pedro y Laura al cumple, pero no que hubieran venido, dije sarcásticamente.

  • ¡Uy, yo había eliminado esa foto!, dijo nerviosamente, ella.

  • ¡Tranquila!, sonreí. Ya sabía que ambos hablaban en privado, y suponía que juego entre ambos existía, sólo quería que me lo confesaras tú y oye por mí siempre que sea juego y no vayas por detrás, no me importa.

  • ¿Y Laura y tú?, dijo intentando descubrir si por nuestro lado pasaba lo mismo y así no sentir culpa.

  • Pues, la verdad, hablamos de todo un poco, hemos tocado temas íntimos pero no ha pasado de simples confesiones de experiencias y fantasías. Pero ahora que veo que tú también lo pasas bien,… ¡no estaría mal que jugáramos algo!, dije riéndome.

  • ¡Qué gracioso eres eh! Haz lo que quieras pero esa foto me la envió Pedro y le dije que estaba loco, que yo no quería ninguna foto y menos así, de hecho pensé haberla borrado.

  • Si da igual, contesté. Sé que te atrae y oiga es un juego no pasa nada, confío en ti y espero que tú en mí. Juega si quieres, pero eso sí, luego me cuentas ¡eh!.

  • ¡Salido! Susurró mirándome con su carita de niña buena que jamás ha roto un plato.

    Pronto vendría un puente, y milagrosamente coincidíamos en horario María y yo. Tras hablar con los chicos, ellos no cuadraban exactamente, Laura descansaba pero Pedro, trabajaba de mañana el sábado y no entraba hasta el domingo por la noche de nuevo.

  • ¿Salimos? ¿Noche de adultos?, dije por el grupo.

  • ¡Siiii!, contesto Laura.

  • ¡Claroooo!, dijo María.

  • Esta vez disco ¿no?, añadió Pedro.

Acordamos irnos de cena y luego salir a alguna disco o bar para escuchar música y bailar.

A mi mente vino aquel juguete olvidado que tanto habíamos nombrado y se me ocurrió una idea. Abrí un privado a Pedro:

  • ¡Ei chaval!, ¿Cómo estás?.

  • ¿Qué te duele?, dijo Pedro riéndose.

  • Se me ha ocurrido una idea. Hablando hace tiempo con Laura, me contó que le habías regalado un vibrador con mando en un aniversario.

  • ¡Que zorra! ¿De qué habláis ustedes cuando yo no estoy?.

  • Pues por lo que he comprobado de menos cosas interesantes de las que María y tú se envían. Ya podría Laura mandarme alguna fotito así, sonreí.

Pedro no paraba de reírse, o al menos es lo que escribía en el chat.

  • ¡Buenoooo…!, es que tu mujer está muy bien la verdad, sonrió.

  • Venga no me cuentes lo que ya no sé; entonces ¿te va el plan?.

  • ¿Qué plan?, dijo.

  • La idea es jugar con ella, yo a María también le regalé uno hace tiempo y lo usa poco, si tu convences a Laura y yo a María podríamos jugar los dos en la cena y así verles las caras.

  • ¡Buena idea!, dijo Pedro.

Las chicas ajenas a nuestro plan, se prepararon a conciencia para aquella segunda noche en común de escape infantil y laboral.

Al llegar al italiano donde habíamos quedado, miré a Pedro buscando su confirmación de que había logrado que Laura llevara el juguete puesto de casa, y tras confirmar que así era, sonreímos preparando nuestro juego.

Pedimos, unas ensaladas y unas pechugas de pavo con setas y beicon, y descubrimos pronto como las manos de las chicas temblaban al intentar llevarse algo a la boca. Poco a poco se fueron enrojeciendo sus cachetes e intentaban disimular el efecto de aquel  masaje vaginal, ajenas a que frente a ellas pasaba lo mismo.

Reíamos y hablábamos de muchos temas, comíamos y los chicos jugábamos sin parar.

  • ¿De qué se ríen tanto ustedes?, decía Laura al vernos tan contentos.

  • Será el vino que está peleón, dije disimulando.

  • Si, si el vino, añadió Pedro.

  • Bueno, y contentos que nos alegráis la vista, que han venido las dos muy pero que muy guapas, matice.

  • ¡Cómo se lucran la vista!, comentó María.

  • ¡Uy! ¿Te encuentras bien María, te noto destemplada?, preguntó Pedro.

  • Si, estoy bien, la comida que está rica. ¿Por?.

  • No es que te noto que estás algo acalorada, dijo Pedro, mientras contenía yo la risa.

  • ¿Qué pasa con María?, dijo Laura, esta guapísima esta noche déjenla en paz panda de pervertidos.

  • Oye que me da que debe ser algo contagioso Laura, tú también tienes los colores. Sonreí.

  • ¿Qué estarán tramando estos dos?, dijo María.

La cena transcurrió muy animada y las chicas hasta perdían la voz en algunas ocasiones, se notaba que estaban ya con muchas ganas de terminar el juego, por lo que decidimos dejarlas descansar.

Cuando fuimos a pagar, le dije a Pedro que se me había ocurrido otra idea, nos intercambiaríamos los mandos y en la discoteca nos divertiríamos jugando ambos y acepto sin pensarlo.

Ya en la discoteca decidimos tomar unas copas, las chicas fueron al baño y quizás eso aguaría nuestra fiesta.

  • Pedro, al volver las chicas asegúrate que Laura no se lo haya quitado, y si alguna se lo quitó, hay que intentar que se lo pongan de nuevo, ¿vale?.

  • Entendido, dijo Pedro.

Y así fue, al regresar María me confesó que ya se había quitado a su amigo de encima, argumentando que total llevaba rato sin notar nada, en cambio Laura sí lo mantenía. Le pedí a María que por favor se lo pusiera de nuevo y aunque le costó por eso de la poca higiene que suele haber en los baños, y de la dificultad para volver a llevarlo a su lugar, le pase una botella de agua para que lo lavase y logré que volviera al baño a recolocarlo.

Al volver me sonrió y me dijo, ¿Contento?.

Le hice un gesto a Pedro disimuladamente y este tocó el botón, comprobando ambos que si lo llevaba ya que dio un pequeño saltito al no esperarlo. Claro está ajena a que fue Pedro el que le dio las descarga y no yo.

Fuimos a la pista y cada uno bailaba con su pareja. Sin ponernos de acuerdo, tocábamos el botón de la otra chica, y notábamos como se retorcían y se pegaba a nosotros.

  • Como sigas así me corro aquí mismo, dijo María.

  • Esa es la intensión cariño, conteste.

Por otro lado, se veía como Laura se retorcía y aferraba a Pedro, pero Pedro no paraba de buscar mi mirada.

  • Se ha corrido toda, me susurró cuando logramos acercarnos. ¿Se lo digo?, añadió.

  • No, se paciente.

 

Unos minutos después fue María la que al pegarse a mi paquete ya muy erecto me susurró:

  • ¡Me corroooo…! Joder se van a dar cuenta pero que gusto, gimió levemente.

  • ¿Te has ido bien preciosa?, dije.

  • No sabes como, añadió.

  • ¿Sabes que yo no tengo tu mando no?, le confesé.

  • No seas bobo, Juan y ¿Quién lo va a tener entonces?, dijo sarcásticamente.

  • Pues, lo tiene Pedro.

  • Si claro, no seas bobo, dijo. Dame el mando que ya por hoy te has divertido mucho.

Al sacar el mando de mi bolsillo y dárselo se percató que no era el suyo. Pulsó el botón y comprobó que Laura le daba un golpecito a Pedro en el hombro pidiéndole que parara ya el juego.

  • ¡Qué zorros son los dos!, ¿entonces Pedro ha estado toda la noche jugando con mi coño, sin yo saberlo?, preguntó queriendo enfadarse pero claramente no podía, ya que el morbo le brotaba en sus ojos.

  • No, él ha sido el que te corrieras en el tiempo que hemos estado en la discoteca, en el restaurante era yo.

  • Se lo contaré a Laura, dijo.

 

Antes de que confesara nuestro delito, la solté y cogí a Laura de la mano y la lleve al centro de la pista.

  • ¿Bailamos?, le dije.

Pedro que comprendió lo sucedido, sujeto a María y la sacó a bailar. De lejos se le veía la cara avergonzada pero muy cachonda, hablaban y Pedro reía. Seguramente echándome la culpa de lo sucedido pero muy contento del resultado del juego.

  • ¡Qué raros están los dos hoy!, dijo Laura.

  • ¿Estás bien? Te noto agotada, dije.

  • Me duelen los pies, dijo disimulando que no hacía mucho que se había corrido y tendrías las tangas, que se le marcaban en el vestido, completamente empapadas. ¿Qué le pasa a María?.

  • Nada los efectos de desempolvar antiguos amigos del cajón, comenté riéndome pícaramente.

Me miró y sonrió.

  • No me puedo creer que ustedes también hayan traído el juguete hoy. Pedro me convenció a ponérmelo, añadió.

  • Lo sé, se lo pedí yo.

  • ¿Cómo?, dijo titubeando.

  • Sí, es más en el bar, se notó que bien lo pasaban las dos mientras nosotros jugábamos cada uno con su pareja, pero …

  • ¿Pero qué?, insistió Laura.

  • Bueno... le dije a Pedro que cambiáramos los mandos, y tu orgasmo a sido fruto de mi dedo que no paraba de jugar con tu coñito caliente.

  • ¿Qué? No me lo creo, dijo ella sonrojada.

Poco a poco me acerqué a los chicos, y al pasar por María, le dije.

  • Amor, ¿me devuelves el mando?, sonreí.

  • ¿Cuál, éste?, enseño el mando y tocó el botón dando una descarga a Laura, que dio un saltito. Laura se lo quité del bolsillo a mi marido, y tu marido me ha confesado que ha estado jugando conmigo.

  • Eres un pervertido Juan, que fuerte que hayas cumplido tu fantasía y sin saberlo nosotras, la próxima ya podrían pedirnos permiso, añadió.

  • Si les pido permiso perdería su gracia, aunque también tendría su juego lo admito.

  • Nos vengaremos Laura, dijo María.

  • Vamos que si nos vengaremos amiga, ya verás.

 

La noche ya llegaba a su fin, y las chicas después de correrse no estaban ya por la labor de bailar mucho más, así que nos fuimos al coche y nos despedimos por esa noche. No, sin pasar el camino del vuelta al coche recordando nuestra gesta y el triunfo de los chicos.

Nos despedimos, María se acercó una vez más a Pedro sonrojada a darle un beso de despedida y yo me acerqué a Laura con el mismo pretexto de darle un beso en la mejilla. Al llegar mi cara a su cachete su mano derecha encontró la mía izquierda y me pasó lo que parecía una tela, nunca pensé que fuera a hacer eso, pero mi sorpresa y muy grata fue cuando tras besarnos me susurró al oído.

  • Aquí tienes tu premio, las tanguitas chorreantes fruto del orgasmo que me has dado hoy, espero que las guardes con cariño, y las sepas usar, dijo pícaramente.

  • Gracias, dije en voz baja apartándonos los dos.

Vamos que si las guarde con cariño, y si las usé en mis recuerdos de aquella noche y de nuevas fantasías que surgieron en mis momentos de autosatisfacción.

Ya con mi trofeo a buen recaudo, arrancamos el coche y regresamos a casa.

  • ¿Te ha gustado cariño?, dije sonriendo.

  • Eres un zorro, Juan.

  • Pero,… ¿te ha gustado o no?, insistí.

  • Me ha encantado, pero has abierto la caja de pandora, ahora pagarán ustedes las consecuencias.

Y que polvo echamos esa noche al llegar a casa.