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El Diario de Laura 3

en Dominación

El Diario de Laura 3

13 de Octubre

Esta mañana he recibido una llamada y era él. Pensaba que se había olvidado, pero finalmente no.

Quiere que vaya mañana a las nueve y media a su casa. Me ha dado la dirección y no es muy lejos. A pesar de mis ruegos de que me dejara libre y de mis súplicas de que al menos me dijera lo que tendría que hacer, no ha querido decirme nada. Me ha recordado los riesgos que corro si no obedezco y se ha despedido con un fío “hasta mañana”.

Estoy asustadísima. ¿Qué me hará? ¿Me violará de nuevo? Que tonta soy, claro que sí. ¿Si no para qué quiere que vaya? Joder… no lo sé, pero estaré otra vez en sus manos. Seré su juguete de nuevo. No quiero, no quiero, ¡no quiero! Pero no puedo evitarlo. Maldito sea el muy cabrón.

14 de Octubre

Ha sido peor de lo que pensaba. ¡MALDITO CABRÓN!

Me he presentado en su casa a la hora exacta que me ordenó. Estaba muy nerviosa. En realidad, estaba absolutamente acojonada. Las otras dos veces fueron de forma totalmente imprevista. Tanto en su despacho como cuando abrí la puerta de casa, yo no esperaba lo que me iba a suceder. Pero esta vez he tenido un día casi entero para darle vueltas a la cabeza. Saber que vas a ser violada mañana y que no puedes hacer nada ni contárselo a nadie es muy duro. No te lo puedes quitar de la cabeza ni un instante y es agotador. Me ha costado dar una imagen de normalidad con Marta. Menos mal que Paco está de viaje, porque seguro que se habría dado cuenta.

No dormí la anoche. Me la pasé dando vuelta en la cama. Me tomé dos pastillas para dormir, y nada, imposible. Me levanté, me duché y le preparé el desayuno a Marta. Yo no he podido. Nada me entraba. El terror me atenazaba.

Nada más irse Marta me preparé para lo inevitable. Depilé mi sexo tal como me había ordenado. Me costó un poco porque nunca lo había hecho, pero me quedó bien. Me vestí con poco interés (no quería parecerle atractiva), cogí el coche y llegué a su casa.

No sé de dónde saqué las fuerzas y llamé al timbre. Bueno, el pensar en Marta y en mantenerla alejada del monstruo me ayudó.

Me recibió con una sonrisa triunfal y me hizo pasar.

-         Estás muy guapa, Laura –me dijo con falsa educación, que su sonrisa delataba-. Me alegro que hayas venido, así me gusta, que atiendas las peticiones de tu amigo.

¿Amigo? ¿El muy cabrón decía ser amigo mío? ¡Qué cara más dura! Tiene un poder absoluto sobre mi e incluso amenaza a mi hija… ¿y dice que yo “atiendo las peticiones de mi amigo”? Bien sabe que si no estuviera obligada jamás estaría en su casa.

-         Si, verás… es que necesito ayuda con la casa. Estoy muy ocupado con la preparación de las clases y he descuidado un poco la casa. Y como tú eres mi amiga y una buena ama de casa, pensé en pedirte que me eches una mano. Tu casa está limpísima y seguro que puedes hacer lo mismo con la mía. ¿Verdad que no te importa?

Es el mayor sinvergüenza que conozco. Quería que le limpiara la casa… como una buena amiga o-bli-ga-da.

-         Muchas gracias, Laura. Encontrarás todo lo que necesitas en el armario de la izquierda de la cocina. Pero quiero que lo hagas cómoda y que no se ensucie tu ropa, por lo que te pido que lo hagas totalmente desnuda. Te parece bien, ¿verdad?

-         ¿Desnuda?... no, por favor, desnuda no –repuse casi gimoteando. Soy muy pudorosa. Apenas me gusta que mi Paco me vea desnuda. Además estaba segura que así se excitaría más aún-. Te lo pido por favor, vendré todos los días, pero desnuda no, te lo ruego.

-         Laura, Laura… Encima que lo hago para que estés cómoda y no te manches. Parece que te gusta siempre hacerlo difícil.

En ese momento empecé a notar de nuevo las náuseas y el mareo… y a perder el control de mi cuerpo. Me quedé estática, de pie, tal como estaba. Y muy asustada. Como temía, Damián volvía a controlarme.

Se acercó y comenzó a desnudarme, mientras disfrutaba sobándome. Notaba sus manos recorrer mis pechos, mi cintura, mi culo… metiéndose bajo mi falda, sobando mis muslos, metiéndose dentro de mis bragas… y en mi sexo. Oh Dios… otra vez no.

Disfrutó quitando cada botón, soltando los corchetes, bajando las cremalleras… hasta que quedé totalmente desnuda entre sus repugnantes manos. Reconozco que no es un hombre feo, ni sucio, ni malhablado, cosas que no soporto. Lo que me repugna es que viole mi voluntad y mi cuerpo, que me fuerce. Si Paco no existiera y en otras circunstancias, tal vez podría enamorarme de él, pero aquí y ahora lo único que siento es asco y repugnancia.

Una vez que me tenía desnuda, me dijo que estaba preciosa pero que me faltaba algo y me pidió que le esperara. ¡Como si pudiera hacer otra cosa, así petrificada!

Volvió en muy poco tiempo y sin decir nada me puso a cuatro patas sobre el sofá. Noté su dedo dentro de mi ano con una sustancia fría y viscosa y a continuación algo grueso que intentaba introducirse en su interior. Oí su voz que me decía que me tranquilizara, que solo era un pequeño dilatador anal muy bonito que me encantaría. ¡Yo era virgen por ahí! Nunca nada había entrado en mi ano… y él quería meterme un dilatador. ¿Qué narices era eso? ¿Cómo sería de grueso? Estaba segura que eso me iba a doler mucho, pero tras unos instantes noté que se colaba dentro y se quedaba como atascado y algo rozaba mis muslos y pantorrillas. Oí un tintineo y a continuación algo mordía mis pezones. Diosss como dolía. Mis pezones son muy sensibles. El maldito cabrón debía de haberme puesto algún tipo de pinzas en ellos.

Se colocó frente a mí, volvieron las náuseas y noté que recobraba el control de mi cuerpo. Me ordenó levantarme y así lo hice. Efectivamente, tenía unas pinzas en mis pezones de las que colgaban unas pequeñas campanitas doradas. Llevé mi mano al culo y noté algo duro que sobresalía de mi ano y que terminaba en una cola como de caballo. Era larga y rozaba la parte superior de mis pantorrillas.

Le pedí, le imploré de rodillas que me quitara esas cosas, que me dolían mucho (exageré) y que eran muy humillantes. Me dijo que si lo prefería que me lo tomara como un castigo por no querer complacerle de forma voluntaria, pero que no me los quitaría hasta que terminara. Me ordenó arreglar su cuarto, limpiar el baño, barrer y fregar el suelo y limpiar las ventanas. Tenía una hora, por lo que no debía perder el tiempo. Él se quedaría en el salón pues tenía cosas que preparar y no quería dejar de oír las campanitas.

Con los ojos llorosos, comencé de inmediato pues el tiempo era poco. Afortunadamente su casa es pequeña y no estaba muy sucia. Me molestaba mucho el intruso en mi ano. Me escocía y como si me ardiera. Además tenía la sensación de que me estaba cagando. Sé que no era así, pues ese tapón estaba firmemente sujeto en mi ano, pero la sensación era muy molesta.

Mis pezones no estaban mucho mejor. Las pinzas tenían unos pequeños dientes que hacían que se mantuvieran firmemente en su sitio. El peso y sobretodo el bamboleo de las campanitas hacían que fuera peor pues daban pequeños tirones.

Cada vez que estaba en el salón dejaba su trabajo y se quedaba extasiado mirando mi cuerpo desnudo. También comentó lo bien que me quedaban los “adornos” e incluso comprobó que el intruso anal no se movía. Mis ruegos de que lo quitara solo lograron una pequeña carcajada y me ordenó seguir con el trabajo.

Finalmente terminé y me presenté ante él con la cabeza baja por la vergüenza y la humillación. Me felicitó por lo limpio que había quedado todo, pero me dijo que tenía que castigarme por haber tardado cinco minutos más del tiempo por él establecido. Protesté porque estaba convencida que eso no era así, pero me preguntó si lo que quería era empeorar el castigo… y me callé de inmediato, claro. Estaba claro que, tuviera razón o no, me iba a castigar. Era descorazonador, pues hiciera lo que hiciera siempre salía perdiendo, y me pareció un comportamiento muy infantil por su parte. ¿Por qué recurrir a falsas faltas por mi parte si no necesitaba ninguna justificación para hacer lo que quería? Bueno, era su juego y yo su juguete, que jugara como quisiera.

Me llevó hasta su dormitorio, cuya cama acababa yo de hacer. Me dijo que me subiera a la cama a cuatro patas y así lo hice. Noté que hurgaba en mi ano y giré la cabeza. Le veía manipular y notaba que tiraba del “dilatador”, como le había llamado. Me estaba haciendo daño… y entonces salió. Parecía como un huevo plateado que tuviera un pie como si fuera una copa. Esa debía de ser la zona donde se había quedado colocado en mi ano. Terminaba en una larga cola de pelo liso negro.

Cogió un espejo para que pudiera ver el aspecto de mi ano. Estaba rojo y dilatado. Se veía un agujero negro en el centro. Entonces volví a notar unas ligeras náuseas y a quedarme rígida. Me asusté mucho. ¿Qué pensaría hacerme ahora?

Noté que volvía a poner la sustancia fría y pringosa en mi ano, pero debía de ser más de un dedo el que introducía. Al mismo tiempo me decía que iba a perder la virginidad anal, que me tranquilizara, que no me dolería mucho porque ya lo tenía muy dilatado y porque me estaba poniendo más lubricante.

No, por el culo, no. No quería que me la metiera por ahí. Es algo sucio y anti-natural. No se lo había dado a Paco y ahora este malnacido me lo iba a arrebatar. Ojalá se lo hubiera permitido a mi Paco, ahora me sentiría menos mal.

Me colocó con los codos en la cama y la cara también. Podía respirar y parecía que me libraría de ver mi desvirgación anal, pues no parecía haber espejos grandes.

Se colocó detrás de mí, entre mis piernas abiertas, oí la cremallera de sus pantalones y como caían al suelo. Noté algo que rozaba mi ano. No eran sus dedos, por lo que debía de ser su pene. Ajustó la altura de mis caderas a la de su pene… y comenzó a entrar. Lo hizo sin violencia pero sin detenerse ni un instante.

Dolía. Claro que dolía. Dolía mucho. Mi ano estaba irritado por haber tenido aquella cosa toda una hora en su interior, y ahora me acababa de meter su asquerosa polla. Hubiera deseado poder matarle.

Se quedó un instante quieto y al poco empezó un lento mete-saca que fue acelerando hasta cabalgarme a buen ritmo, tal como le placía. Siguió follándome un buen rato, calculo que más de diez minutos. Con sus empujones me cara se hundía en la cama. Al menos podía respirar un poco cuando la sacaba de mi interior. Varios fuertes empujones y el cese del movimiento señalaron la llegada de su orgasmo. Había perdido por completo mi virginidad. Ahora ya ninguna parte de mi cuerpo desconocía lo que es tener un pene en su interior.

Se fue al baño, pues oí correr el agua. En eso estaba cuando noté algo de náuseas y a recobrar la movilidad. Damián volvía cuando empezaba a moverme. Me agradeció que le hubiera dejado desvirgarme (su cinismo es algo que detesto profundamente) y me dijo que no lo olvidaría y que yo tampoco. Se acercó a una pequeña cámara que había sobre un mueble, sacó una pequeña tarjeta que metió en su ordenador y casi al instante me dio otra tarjeta en la que encontraría el vídeo que me acababa de sacar, además de todas las fotos que me hizo en mi casa.

-         Toma, seguro que te gustará recordarlo –afirmó tendiéndome la tarjeta-. Yo tengo copia, no te preocupes –dijo con una gran sonrisa de triunfo.

-         Perdona que te inmovilizara, pero no estaba seguro de tu colaboración, todo lo contrario, y porque además me gusta que mis compañeras no interfieran. Es cierto que hacerlo con una mujer que colabora es muy placentero, pero como es difícil conseguir que colaboren siempre, me he acostumbrado y prefiero hacerlo así. No te importa ¿verdad? –dijo con una falsa sonrisa sin esperar respuesta por mi parte. La verdad es que como cómico no tenía la menor gracia-.

Como ves –continuó- las náuseas van siendo menores. Eso es porque te vas acostumbrando. Llegará el momento en que apenas las notes. ¿A que es una buena noticia?

Buena noticia es que te mueras, no que vaya a sentir menos náuseas cuando me controlas. Me sigues violando e incluso me has quitado la última virginidad que me quedaba, maldito bastardo. ¡Muérete!

Le pedí ir al baño a limpiarme pues su semen empezaba a escurrir por mis piernas. Me dijo que sí, pero que primero me vistiera y así lo notaría un poco más. Traté de vestirme rápidamente y al ir a ponerme las bragas me las arrebató. “Para la colección” dijo y se las guardó. Mientras me miraba como me vestía, me alabó lo bonito que me había dejado la vagina tras la depilación y me hizo una foto con la blusa pero sin la falda y otra por debajo de la falda viéndose mi depilado sexo y los goterones de su semen secándose en mis piernas.

Finalmente me dejó limpiarme un poco con una toalla húmeda y me dejó marchar, no sin recordarme una vez más que debía acudir cuando me llamara, que mantuviera mi sexo depilado y que no quería que llevara nunca pantalones. Me estaría vigilando y, si me descubría con ellos, lo consideraría una falta muy grave que tendría “consecuencias desagradables” para mí.

Le prometí que le obedecería en todo y salí rápidamente a la calle, hacia mi coche y de vuelta a mi casa, mi refugio en mi soledad.

Sigo muy asustada de los retorcidos juegos a los que me obliga. ¿Si quería que le limpiara la casa, por qué ha tenido que ser totalmente desnuda? No me ha dejado ni siquiera la ropa interior, no, ha tenido que ser totalmente en pelotas para que me viera bien a su gusto. Tengo pudor de que me vea mi marido un instante y hoy he tenido que mostrarme de la peor manera posible y en todas las posturas imaginables. ¿Y por qué ha tenido que ponerme esas cosas? ¿Para reírse más aún de mí? Lo del dilatador anal tiene la lógica retorcida de irme dilatando el culo ¿pero por qué la cola de caballo? Eso es solo para humillarme y hacer que me sienta mal…y lo consigue. ¿Y las campanitas? Torturar mis pezones, que todavía me duelen, solo para oírlas todo el rato mientras limpiaba y mientras me follaba. ¡Que ignominia!

Pero lo peor de todo ha sido que me ha desvirgado el culo. Es cierto que nunca lo que he querido hacer por ahí. Me daba miedo y asco, y ahora comprendo que el miedo era justificado. Me ha hecho mucho daño. Tal vez no tanto como temía, pero sí que me ha dolido y aún me duele. Si hubiera sabido que alguna vez me habrían de follar por ahí, habría elegido que fuera mi querido marido el que lo hiciera, en lugar de este ser despreciable. Pero eso ya no tiene remedio. Mi ha “dado por culo”, como se suele decir y se ha llevado mi primera vez. Lo siento, Paco.

También es un mentiroso, pues dijo que siempre se preocuparía de mi placer, y esta vez no he sentido más que vergüenza y dolor. Intentaré echárselo en cara, aunque ello seguramente no me traiga nada bueno.

¿Cuándo terminará todo esto? Parece que nunca. Su poder aumenta, pues ya me domina sin que sienta el mareo ni las náuseas. Solo tengo la esperanza de que se canse de mí y deje de llamarme. Pero eso me lleva a preguntarme si alguna vez se cansará, si soy la única o formo parte de una especie de harén de “juguetes”. ¿Cuándo se canse, me dejará en paz o me regalará a algún amigo? Con la amenaza de hacerle lo mismo a mi preciosa hija conseguiría que hiciera todo lo que quisiera… con él o con cualquier otro….

Debo dejar de pensar en todo esto o me volveré loca. Tengo que pensar en el “ahora”, en soportar sus abusos de la mejor manera posible, en proteger a mi hija y en evitar que mi marido se entere. Los quiero demasiado. Si se llegaran a enterar de lo que estoy haciendo (aunque sea por protegerlos) no podría seguir viviendo.

(Continuará)

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