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El Diario de Laura 7

en Dominación

  • CAPITULO 7

25 de Octubre

Ayer por fin ha regresado Ernesto. Me he sentido muy rara ante él. No podía dejar de pensar en que en su ausencia he estado como varios hombres… y hasta una mujer. Me siento culpable y me siento como si yo fuera de cristal y pudiera ver en mi interior. Como si pudiera ver cómo estoy cambiando. Ya sé que no, pero me siento insegura.

Ha venido muy ilusionado. Le han propuesto ser el subdirector de la delegación en Buenos Aires. Es un gran ascenso pues desde allí se controla y organiza toda Sudamérica. Tiene que contestar en tres días y la incorporación será inmediata.

Lo hemos estado hablando largo rato. Laboralmente es  la gran oportunidad que lleva años esperando. También significará ganar mucho más dinero. El problema es si nos trasladamos o no con él. Para mí significaría salir de las garras de Damián, pero también irme lejos de mis padres, de mi hermana… y les quiero mucho. Les echaría demasiado de menos y las videoconferencias no serían suficiente.

La que no quiere ni oír hablar de irse es Marta. Pone de excusa los estudios, pero yo sé que hay algo más. Está muy reservada, muy rara. Yo creo que debe de haber algún chico que le gusta. Por las frases sueltas que he conseguido oír cuando habla por teléfono con su amiga Lucía, creo que ambas deben de estar tonteando. La idea de dejar sus amigas, a ese chico e irse a miles de kilómetros, cruzando el mar a un país que desconoce… Se ha mostrado intransigente, dice que no se va y que se queda en casa de su tía Patricia.

No sé qué hacer con ella. Cargar a mi hermana con Marta teniendo en cuenta que ya se tiene que ocupar de sus dos hijas me parece excesivo. No puedo pedírselo. Además si no me veo con fuerzas para separarme de mi familia, mucho menos para separarme de mi adorada hija. Y menos en un momento tan importante y crítico de su vida de adolescente. No, esa no es solución.

No hemos tomado ninguna decisión, pero creo que Ernesto se va a ir solo, al menos de momento. Luego es posible que nos reunamos con él allí en Argentina.

Después de todo esto y con la excitación de las noticias, se ha puesto a acariciarme con la intención de hacer el amor. Cuando su mano llegó a mi sexo, comenzó a acariciarlo mientras me besaba. Pasaba su mano una y otra vez por toda la zona como si no la reconociera. Entonces se apartó para mirarme allí, quedándose sorprendido al ver mi sexo depilado.

-          Oh, qué bonito, me encanta –dijo-. ¿Cómo es que te lo has hecho? –preguntó-.

Le dije que había leído que era mucho más higiénico tenerlo así y que además estaba de moda, pero que si no le gustaba me lo dejaría volver a crecer. Ernesto respondió inmediatamente que no, que le parecía más sexy y que quería que me lo dejara siempre así. Se ofreció a ayudarme a afeitarlo si yo lo quería.

Para mí no era fácil hacer el amor con él. Tenía muy presente lo sucedido en estos días… pero Ernesto es mi marido, le quiero y además quería “compensarle” por los cuernos que le he puesto.

Por eso se ha mostrado extrañado cuando en medio de los juegos preliminares le he dicho que fuera al cuarto de baño a por la vaselina. Se ha quedado parado pues no pensaba para qué… hasta que le he dicho que le iba a dejar que me sodomizara. Se le han abierto los ojos como platos y eufórico ha saltado de la cama a por el bote en cuestión.

He intentado mostrarme pudorosa y “virginal” y le he dicho que me untara bien el ano con la vaselina y que me lo dilatara bastante con sus dedos. Estaba tan sorprendido y nervioso por mi ofrecimiento de algo que le había negado en múltiples ocasiones que apenas atinaba a hacerlo correctamente. Para tranquilizarle me puse a chuparle el pene un poco. Cuando se relajó por el placer, le dije que volviera a meterme los dedos en el culo. Así lo hizo y cuando no sentí la menor molestia ante la intrusión, le dije que se pusiera un poco en la punta de su pene y que comenzara, pero lentamente.

Se puso detrás de mí estando yo a cuatro patas y colocó su pene en mi entrada trasera. Le volví a pedir que fuera despacio y que parara cuando se lo dijera. Me lo aseguró, me agarró por las caderas y comenzó a introducirlo. Debo reconocer que o fue muy cuidadoso, o me había lubricado muy bien o eran mis anteriores amantes los que me lo habían dilatado adecuadamente, pero Ernesto continuó metiendo su pene lentamente pero sin pausa hasta que sus caderas chocaron con mi culo.

Se quedó quieto un instante hasta que le dije que comenzara a follarme y así lo hizo. Empezó despacio y poco a poco aumentó el ritmo hasta que su puso a follarme como si de la vagina se tratase. En pocos minutos se corrió sin mucho ruido pues Marta estaba en casa y podría oírnos.

Me dijo que había sido mejor aún de lo que él pensaba y se mostró muy agradecido. Me preguntó si me había dolido mucho y le dije que no, que había estado bien. Me preguntó con miedo si le dejaría volver a darme por el culo y yo, muy socarrona, le dije que lo pensaría, que es posible, pero que tendrá que ganárselo. ¡Ni se lo creía! No solo me había sodomizado sino que había sido yo quien se lo ofreciera y le dejaba la puerta abierta a repetirlo. Estaba alucinado.

Intentó darme sexo oral, pero le dije que no, que era su día de suerte, y que me tocaba a mí. Le limpié su pene con unas toallitas húmedas y me lo metí en la boca. Estaba flácido pero pronto comenzó a recuperarse y a crecer. No es tan largo como el de Damián, pero es un poco más grueso que el de Rubén. Me propuse poner en práctica todo lo que había aprendido desde la última vez.

Tras lamer y ensalivar bien toda la longitud de su pene, tomé aire y traté de relajar la garganta. En menos de diez intentos logré que mis labios tocaran la piel de su vientre. Ernesto estaba alucinado tenía los ojos cerrados disfrutando de la mamado y en ocasiones los abría y levantaba la cabeza para comprobar que no estaba soñando y que yo le estaba haciendo la mamada de su vida. También me la sacaba por completo y lamía los huevos, pues sé que le encanta ya que siempre me lo pide. Yo intento evitarlo pues no me gusta sentir los pelos en mi boca ya que siempre se queda alguno en su interior, pero esta vez no ha tenido que pedírmelo.

Seguí y seguí lamiendo y tragándome todo su pene hasta que me dijo que tuviera cuidado, que le faltaba poco para llegar. En ese momento redoblé mis esfuerzos haciendo más largas y profundas las intrusiones en mi garganta y, cuando noté que empezaba a correrse, hundí mi cara en su cuerpo a pesar de que él intentaba quitarme de encima. Se corrió en mi boca… y yo me lo tragué.

Cuando se repuso un poco, me dijo que había intentado no correrse en mi boca pero que yo no paraba y… me pedía perdón. Le dije que no, que no pasabas nada y que me había encantado. Que yo quería celebrar la noticia de su ascenso y que hoy todo el placer era para él. Me miró incrédulo y me hizo la pregunta en broma de que quién era yo y qué había hecho con su esposa. Nos reímos con ganas de la broma. Le dije que había practicado con un pequeño calabacín que había pelado y usado hasta lograrlo. Se lo creyó, o eso espero, y me dijo que había sido inmejorable, que ni en las películas porno lo hacían mejor. Me puse internamente triste… Si él supiera…

Hoy a media mañana mientras hacía las tareas de la casa he recibido una llamada de Damián. Me ha dicho que me desnudara de inmediato. Le pregunté que para qué, que no podía verme ni nada. Me dijo que obedeciera y así lo hice. Me ordenó que me pusiera las “bragas de perlas” si no las llevaba puestas. Le dije que no pero que iba a por ellas de inmediato y así lo hice.

Cuando le aseguré que lo había hecho me dijo que escuchara sin interrumpirle. Me dijo que en 20 minutos llamarían a la puerta y que cumpliera exactamente sus instrucciones. Debía un favor a una persona y yo era la encargada de devolverlo en su nombre. Debía abrir la puerta sin demorarme y tal como estaba ahora, desnuda con las perlas puestas. Sin dejar de mirarle a los ojos en ningún momento, debía bajar la cremallera de sus pantalones, tomarlo del pene y llevarlo hasta mi habitación, donde me subiría a la cama a cuatro patas dándole la espalda y pondría mi cara contra las sábanas. A partir de ahí solo tenía que obedecer sus instrucciones y hacer lo que él me pidiera. Me reiteró que era muy importante todo el ritual hasta llegar al dormitorio y que no le hablara si él no hablaba primero. Terminó diciendo que esperaba que no le defraudara y que le dejara en buen lugar con su amigo.

Tras pedirle permiso para hablar le dije que por favor no lo hiciera, que yo soy una mujer decente y que qué pensarían los vecinos si veían entrar a un hombre en mi casa. Me dijo que no le viniera con pamplinas, que no era para tanto, que solo tenía que atender a uno y que si quería me enviaba copia del vídeo de la orgía con sus amigos. Me dijo que su amigo llevaría el uniforme de los instaladores de la compañía del gas, así nadie sospecharía y por último me dijo que más tarde tenía que dar clase al grupo de Marta y “que si quería algo para ella”. La amenaza velada terminó por vencer mi reticencia y le dije que no, que su amigo se marcharía contento y me colgó la llamada.

Recogí las cosas que podía haber por el medio, arreglé la cama y exactamente a la hora que me había dicho Damián tocaron al timbre de la puerta. Abrí inmediatamente y mirándole a los ojos le arrastré por su pene, que mi mano había encontrado dentro de sus pantalones, hasta el dormitorio.

Se trataba de un hombre de una edad similar a la mía, unos cuarenta años, no muy alto, moreno y bastante feo. No me acerqué mucho, pero parecía que al menos no olí mal. Ni podía elegir ni tenía muchas alternativas, por lo que hice lo que me había ordenado. Me coloqué tal como me indicó y esperé. Oí caer sus ropas y al poco noté que se subía a la cama detrás de mí. Sin ningún preámbulo, apartó las bolitas de mi sexo y me penetró de golpe. Menos mal que había sido previsora y me había puesto un poco de lubricante. De no haberlo hecho me habría dolido bastante, seguro.

Comenzó a follarme variando de ritmo. Tan pronto me follaba con violencia como paraba y lo hacía lentamente. Puso una de sus manos en mi clítoris y comenzó a masajearlo mientras me follaba. Mentalmente le pedí que no lo hiciera pues sus dedos estaban secos y sus movimientos eran un poco bruscos por lo que me hacía más daño que placer. Afortunadamente en corrió en pocos minutos. Lo hizo copiosamente pues nada más salir de mi interior noté como su semen escurría por mis piernas. Cogí el paquete de las toallitas húmedas para limpiarme y me detuvo un azote en mi culo.

-          ¿Quién te ha dicho que te muevas? –dijo con voz ronca-. Déjalo, me gusta así. Ahora chúpamela –ordenó-.

Su pene tenía el sabor también de los jugos mi vagina. Comencé a chupar tal como me había ordenado.

-          Vamos. Me han dicho que sabes hacerlo mejor, anímate –ordenó aunque con una leve sonrisa-.

Parecía que mi garganta empezaba a ser famosa. No sin esfuerzo conseguí tragármela toda. Al poco de estar en esa tarea me indicó que parara. Se tumbó sobre la cama y me dijo que le cabalgara. Lo he hecho en otras ocasiones con mi Ernesto, pero no es una postura que me guste mucho. Me canso pronto y las piernas se me agarrotan. Tal vez no lo haga bien. Me puse tal como me indicó y comencé a moverme. Luego me dijo que cambiara de postura y le cabalgara de nuevo pero dándole la espalda. Lo hice así y comencé a oír sus gemidos de placer e instantes después se corría de nuevo en mi vagina.

Me incorporé y la nueva corrida se juntó con la primera, ya reseca. Me dijo que quería ducharse conmigo y nos fuimos a la ducha. Le enjaboné y él hizo lo mismo conmigo. Creo que nunca he tenido mis orificios tan limpios por la cantidad de tiempo y esfuerzo que puso en limpiarme ambos. Llegué a pensar que iba a meterme todo el puño como ya hizo Damián en su momento.

Le sequé y le vestí, tal como me ordenó. Yo todavía estaba desnuda cuando me dijo que se lo había pasado muy bien y que le había gustado mucho el detalle de las bragas con las filas de bolitas, que me las pusiera de nuevo y que me sentara en el sofá con las piernas abiertas que quería ver cómo son para regalarle unas a su esposa. Con gran vacilación me las puse, pero al sentarme en el sofá me tapé con las manos y le dije que me daba mucha vergüenza y le rogaba que no me obligara. Le ofrecí chupársela de nuevo, pero que no me obligara a mostrarle si sexo.

Se echó a reír y se encaminó a la puerta para irse, sacó su cartera y me dejó sobre el mueble un billete, “por las molestias” dijo y se marchó guiñándome un ojo.

Sé que es una tontería, pero el hecho de dejarme ese dinero hacía que me sintiera una puta. Si no lo hubiera hecho y se hubiera limitado a irse, yo no sería más que una mujer a la que su (no sé cómo llamarle “amo,…violador”) le ha obligado a hacer algo despreciable, pero nada más. Ahora esa propina, ese billete me convertía en una puta a la que pagan por sus “atenciones”. Me sentí muy sucia y lloré… lloré mucho rato.

Por la tarde me volvió a llamar Damián. Su amigo había quedado muy satisfecho y él estaba contento por ello, aunque le había hablado del incidente en el sofá. Su amigo no le había dado ninguna importancia pero para él sí que la tiene. Me ha dicho que esto se tiene que acabar y que mañana me espera en el centro comercial. Quiere que vaya con una falda por encima de la rodilla, con el tanga de bolitas y el sujetador sin copas que deja mis pezones a la vista. ¿Qué oscura perversión estará tramando? Me espero lo peor. Hasta ahora siempre nos hemos visto en lugares más o menos privados, pero mañana será en uno muy público…y eso me preocupa.

Pero lo que más me preocupa es que pueda convertirme en prostituta… digamos que con dedicación exclusiva. Si ha enviado a su “amigo” puede enviar a otros. Las cotillas de mis vecinas seguro que se terminarían enterando, menudas son. O podría hacerme ir a una casa de esas… o a un club como los que se ven en las carreteras.

Pero eso solo tendría sentido si lo que buscara fuera tan solo destruirme. Eso no casa mucho con lo que me dijo que se ocuparía de que yo disfrutase. Allí no disfrutaría… bueno hoy tampoco he disfrutado nada, la verdad. Pero el domingo sí, y mucho… No sé, estoy hecha un lío, no sé qué pensar. Mejor no darle vueltas.

A lo que sí le doy vueltas es al trabajo de mi marido. ¿Me voy con él o me quedo con Marta? Esto es aún más complicado. Al menos creo que le he compensado un poco por los cuernos que le he puesto… o que me han obligado a ponerle. Bueno, me han obligado a ponérselos, pero también se los he puesto, porque la verdad es que sí que me ha gustado. Pero tengo que ser más comedida. Dejarle que me sodomice y al mismo tiempo chupársela hasta la garganta y tragarme su corrida… Creo que me he pasado un poco. Podría terminar sospechando de mis nuevas habilidades.

Mejor dejo la escritura y las preocupaciones para mañana. Me gusta el sexo pero no soy una puta ni debo dejarle que me convierta en una. Atenderé a mi Ernesto para que esté contento pero sin pasarme y aguantaré lo que mañana me haga hacer en el centro comercial.

26 de Octubre.

El maldito cabrón no deja de sorprenderme. Por mucha imaginación que use nunca soy capaz de adivinar ni remotamente lo que tiene preparado. Es un enfermo.

A la hora indicada acudí al centro comercial. Fui puntual y él ya me esperaba en la puerta de entrada. Estuvimos paseando mientras hablábamos. Me preguntó que qué tal el tanga de las bolitas y le dije que no muy bien, que es una prenda muy bonita y sexy pero que es muy incómoda para tenerla puesta mucho tiempo. Cuando se anda con ella puesta, el roce de las bolitas con el clítoris puede ser molesto. Además cuando te sientas y te levantas se producen molestias con la vagina donde se ha incrustado.

Llegamos a un banco de madera que quedaba frente a la rampa de subida del aparcamiento. Nos sentamos mirando hacia la rampa, me dio un libro que llevaba en la mano y me dijo que lo abriera. Nada más abrirlo noté que me había bloqueado de nuevo. Todo mi cuerpo estaba rígido, salvo mi cabeza. Las manos mantenían el libro abierto frente a mí y parecía que lo estaba leyendo. No entendía lo que pretendía hasta que con su pie separó los míos, sus manos separaron mis rodillas y continuaron levantando ligeramente mi falda. ¡Todo el que subiera por la rampa podría ver mi sexo depilado! Además el brillo de las perlas haría que miraran y se fijaran aún más si cabe.

En voz baja le pedí, le rogué, le supliqué que no me pusiera en esa situación. Le dije que haría con agrado cualquier cosa que quisiera por retorcida que fuera con tal de que no me dejara en esa situación. Le imploré casi con lágrimas que no lo hiciera… y él tan solo abrió mi bolso sacando y poniéndome mis gafas de sol y limitándose a decirme que me relajara y que disfrutara de la experiencia. Me dijo que él notaba mi situación anímica, que si no me relajaba me iba a dar un infarto y que me tendría allí en esa postura hasta que mi nerviosismo cesara. Que no me preocupara que al estar bloqueada mis manos aguantarían el libro sin cansarse y sin agujetas durante horas.

-          Vas a estar ahí hasta que dejes de darle importancia a que alguien pueda ver tu coño de mujer de cuarenta años –afirmó-. Tu coño es muy bonito y lo tienes muy bien depilado. Deberías de estar orgullosa de que lo vean y lo admiren. Cada 15 minutos voy a dejarte recuperar levemente el movimiento. Si cierras las piernas, volveré a bloquearte durante otros 15 minutos y tendrás un castigo. Cuantas más veces las cierres más grande será el castigo, y así hasta que aprendas. Ya sabes… de ti depende. Ahora te voy a dejar sola pero estaré por aquí cerca –dijo levantándose y saliendo de mi campo de visión. Sin voz era imposible seguirle rogando.

Giré mi cabeza pero debía de estar justo detrás, por lo que era tontería seguirlo intentando. Estaba sola, aparentando que leía un libro y todos los que subían por la rampa mecánica podían ver mi sexo desnudo si miraban atentamente.

Estaba histérica. A las mujeres no nos gusta el exhibicionismo y a mí menos que a ninguna. Estaba segura que las mujeres pensarán que soy una guarra, una puta, la vergüenza de las mujeres. Me lanzarían maldiciones, seguro. Los hombres también pensarían que soy una puta y se preguntarían si debían acercarse a preguntarme el precio. Esperé que nadie lo hiciera porque me moriría de la vergüenza.

Todavía era temprano por la mañana y además día laboral, por lo que no había demasiada gente. Intenté concentrarme en el libro, pero me era imposible. Vi como una mujer se daba cuenta de mi situación y cómo se giraba inmediatamente para no mirar. Al poco subieron dos hombres jóvenes. Tenían el uniforme de una de las tiendas. Debían de ser trabajadores del centro. Uno se dio cuenta y en seguida les dio codazos a los otros señalando con la cabeza hacia mí. Yo me escondí detrás del libro pero estaba claro que habían disfrutado del espectáculo.

Subió una mujer empujando un carrito de bebé y con otro niño de la mano. El pequeño señaló en mi dirección, pero debía de tratarse de otra cosa porque protestó cuando su madre le dijo que no y siguió su camino.

Muchas de las personas que subían no se percataban de mi posición y seguían su camino. Otras miraban y comentaban entre ellas o se callaban y no compartían el descubrimiento. Había mujeres que se ofendían y miraban para otro lado muy airadas y otras se recreaban en la visión. Hubo alguna que me guiñó el ojo o que me tiró un beso.

Los hombres se daban cuenta casi todos de la situación. Es como si tuvieran un radar que les avisara de cuando una mujer está desprotegida. Es como si algo les avisara de que alguna tenemos las rodillas separadas. Hubo incluso un grupo de chicos de unos 15 o 16 años que volvieron a bajar y subir para verme a conciencia mientras comentaban entre ellos. 

Así estaba cuando de repente el libro casi se me cae de las manos. Debían de haber pasado los 15 minutos y me había devuelto el control. Instintivamente cerré las piernas e hice como si me concentrara en el libro pasando hojas. En ese momento vi a Damián de nuevo. Estaba frente a mí a unos doce metros junto a un escaparate.

Me hizo una seña con el dedo diciendo que no. Juntó y separó las manos indicándome que abriera las piernas de nuevo y que volviera a levantar el libro. Pudo leer en mis labios las palabras “por favor”, negó con la cabeza y me ordenó con un gesto que obedeciera. Así lo hice y volví a la situación inicial.

Me sentí desfallecer. La tensión nerviosa que me producía el que muchas personas vieran mi intimidad me estaba dejando agotada. Tenía que hacer algo porque mis fuerzas se agotaban. Él parecía dispuesto a cumplir su amenaza de mantener mi sexo a la vista de todos hasta que dejara de tratar de ocultarlo… y cada minuto que pasaba la situación iba a empeorar. Todavía era relativamente pronto pero cada vez llegaba más gente. Más gente que me vería. Y muchas de mis amigas vienen a este centro comercial… ¿Y si alguna aparece por aquí y me ve en esta situación? Tenía que evitarlo a toda costa, ¿pero cómo? Había sido un acto reflejo, recuperar el control y cerrar las rodillas. Debía hablar con Damián.

Miré de nuevo hacia Damián. Seguía en el mismo sitio, controlando. Le hice una seña con la cabeza con actitud humilde mientras mis labios le decían “ven”. Dudó un momento pero luego vino dando un largo rodeo. Le habría abofeteado si hubiera podido… yo queriendo hablar con él rápidamente y él dando un paseo… Debía tranquilizarme porque si no lo podría todo peor aún.

Por fin se sentó a mi lado aunque sin mirarme, como si no me conociera.

-          Sigue mirando al libro… ¿qué quieres? –preguntó-.

-          Por favor, Damián, perdóname. Cerré las piernas sin querer –afirmé con voz baja y temblorosa-. Ha sido un acto reflejo… yo no quería, te lo aseguro… No me dejes de nuevo en esta situación, dame otra oportunidad, por favor te lo suplico –le imploré-.

-          No sé si creerte, eres siempre muy desobediente…

-          No, no, te lo aseguro. No te desobedeceré, ya lo verás –dije con algo de esperanza en convencerle-.

-          Como me falles te voy a dejar aquí sola totalmente desnuda, ¿está claro? –amenazó-.

-          Claro, claro, lo que quieras, haré lo que quieras –le aseguré-.

-          Bien, vamos a ver si es cierto. Vas a hacer lo que te diga, exactamente como te diga y sin dudar en absoluto. En cuanto me hayas demostrado que es así nos vamos a casa. Empezamos… ¿Ves a esos dos ancianos que están apoyados en la barandilla del hueco de la rampa mecánica que no te quitan ojo? Pues haz lo que te digo… sujeta el libro con la mano izquierda, con la derecha súbete más la falda y juega con las bolitas del tanga… ¡Vamos! ¿A qué esperas?

-          Si, perdona… es que no me esperaba…-dije atropelladamente subiendo mi falda y comenzando a tocarme.

-          Mejor, mucho mejor… Ahora chúpate el dedo con el que te tocabas… Bien, muy bien… Vuelve a tocarte… Uf, si a mí me estás poniendo así a los viejos les va a dar un infarto. Vale déjalo, colócate la falda de nuevo pero no cierres las rodillas –ordenó-.

Me sentía muy rara, muy excitada. Pero excitada de deseo, no excitada de vergüenza… bueno, un poco también, pero más de deseo sexual. Tal vez sería porque volvía a estar forzada, o porque no controlaba la situación, o por haber sido capaz de derribar otra barrera… No sé, pero estaba muy excitada.

Me dijo que nos íbamos de compras y se puso en pie. Caminamos por el centro comercial hasta una gran tienda de ropa de mujer. Estuvo mirando por todas partes y nada parecía gustarle. Hasta que finalmente se paró frente a un perchero con unos pocos vestidos ligeros como de verano. Ya estábamos a finales de Octubre y, aunque el tiempo todavía era agradable, la ropa en los comercios era de otoño-invierno, bastante gruesa. Me preguntó mi talla y seleccionó dos, uno de color rosa muy claro y otro con flores. Me cogió del brazo y nos fuimos a los probadores.

Entró conmigo y me dijo que me los pusiera. No me gustaba la idea de desnudarme frente a él, pero el ejercicio del día era vencer el pudor… así que me desnudé. Me probé el de flores. Era muy bonito aunque un poco largo para mi gusto. Me hizo dar varias vueltas para verme bien e incluso salir del probador para poder verme a un par de metros de distancia.

Después me hizo ponerme el rosa. Era muy sencillo de corte y el tejido era como gasa, muy vaporoso. Tenía un segundo vestido interior que lo hacía más oErnesto y evitaba que se viera nada. Me hizo mostrárselo de la misma forma que el primero. Decidió que nos llevábamos ese.

Volví a ponerme mi ropa, pagamos el vestido y salimos de la tienda. Fuimos, con el vestido en la bolsa, a una cafetería del mismo lugar que a esa hora estaba casi desierta. Pedimos dos cafés y le preguntó a la camarera si le podía prestar unas tijeras. La camarera trajo los cafés y las tijeras y volvió a su trabajo.

Damián sacó el vestido y comenzó a descoser la parte interior que hace las funciones de forro. Le dije que no lo hiciera, que le estaba estropeando. Muy serio pero educado me dijo que precisamente lo que hacía era arreglarlo, y con mucho cuidado siguió descosiéndolo hasta que los separó del todo.

Lo guardó en la bolsa y me la entregó diciéndome que fuera a los servicios de la cafetería y que me lo pusiera. Titubeé un instante pues no entendía lo que pretendía, pero lo cogí y me encaminé a los servicios. Saqué el vestido de la bolsa y puse en su interior mi ropa. Al ponérmelo y verme en el espejo creí que me moría. Sin el forro, el vestido era totalmente transparente. Tanto el sujetador sin copas como la ancha cinta de encaje de la cintura del tanga son de color negro. Resaltaban muchísimo a través del tejido de gasa rosa muy claro del vestido. Además las aureolas de mis pezones no son grandes pero sí oscuras, y tanto ellas como el mechón de mi vello púbico se veían perfectamente.

Me sentí peor que desnuda, pues el color negro de la poca ropa interior hacía que la mirada se dirigiera hacia esas zonas donde sin remedio la vista se detenía en los pezones y el vello púbico. ¿Qué podía hacer? No podía salir así, estaba claro. TO-DO-EL-MUN-DO me miraría y vería mi intimidad. La gente se escandalizaría… y tal vez hasta llamaran a la policía para que me detuviera por escándalo público. ¿Qué podía hacer?

Me asomé a la puerta de los servicios. Afortunadamente la mesa estaba lejos pero se veía perfectamente. Damián miraba esperando verme aparecer así “desvestida”… Le hice señas para que se acercara a mí. Se quedó mirando sin hacer ni decir nada. Volví a hacerle una seña de que se acercara… y negó con la cabeza, señalando al suelo junto a él. Quería que yo fuera a la mesa… pero no podía ir así. ¿Es que no se daba cuenta?

Volvió a señalar al suelo y a su reloj. Me daba a entender que le estaba desobedeciendo. Y yo sabía que eso me traería consecuencias, malas consecuencias.

Me armé de valor, tomé la bolsa con la ropa y me acerqué con paso rápido a la mesa y me senté de golpe.

-          ¿Quién te ha dicho que te sientes? Ponte de pie –ordenó-.

-          Pe…pero…se me ve todo…estoy desnuda –le dije en voz baja-.

-          Que-te-pongas-en-pie –dijo en voz también baja pero muy firme, por lo que le obedecí pero lentamente-.

Me situé junto a él. Me hizo dar una vuelta y me dijo que me sentara.

-          Te queda muy bien, estás muy guapa –me dijo-. Yo pensaba que el vestido sería más transparente. Se nota menos de lo que yo quería la ropa interior pero creo que valdrá. Lo importante es la sensación que produce en ti y a juzgar por tu reacción es perfecto –afirmó-.

-          Vamos a hacer lo siguiente. Vamos a pasear por el centro comercial. Al principio puedes cogerte a mi brazo si quieres, ponerte las gafas de sol, hacer como que miras escaparates… todas las tonterías que quieras, menos ponerte detrás de mí. Estaremos paseando hasta que logres comportarte tal como te has comportado hasta ahora, hasta que seas capaz de andar mirando al frente y a la cara de las personas con las que te cruces.

-          Pero Damián… no puedo, estoy desnuda –balbuceé-. Se ven perfectamente mis pechos y mi sexo. Voy a dar un escándalo… Por favor, no me obligues. ¡Haré lo que sea, lo que sea!

-          Eso ya me lo dijiste antes, ¿recuerdas? Pues esto es “lo que sea”. Y no hay más que hablar –dijo levantándose y acercándose con la bolsa de mi ropa en la mano hacia la camarera a pagar los cafés-.

Pagó y salió de la cafetería, quedándose un instante en la puerta esperando mi reacción. Junté mis manos en una súplica muda… e inútil pues me indicó con señas que tomara aire y que saliera al centro comercial junto a él.

No tenía salida pues, además, se había llevado la bolsa con mi ropa. Tenía que ser fuerte y hacer lo que me obligaba…. Así que intenté no pensar, tomé aire, me levanté y me encaminé hacia la salida. Al pasar junto a la camarera me miró de arriba abajo y me despidió con un frío “buenos días” y un gesto serio.

-          Una fresca y una impúdica es lo que pensará que soy –me dije mentalmente a mi misma sobre la actitud de la camarera-. Laura, sé fuerte, seguro que no pasa nada. Además él ha dicho que lo quería más transparente… Tal vez no esté tan mal y sea cosa de la luz del cuarto de aseo.

Llegué a la altura de Damián y me cogí a su brazo al comenzar a andar en silencio. No me atrevía a esconderme detrás de él ya que me lo había avisado explícitamente, pero sí que andaba un poco girada hacia él. Damián se detuvo frente a un escaparate de una tienda de bolsos nada más salir de la cafetería. Vi mi imagen reflejada en el cristal. Podía decir lo que quisiera, pero yo sí que me veía desnuda. Mis pezones eran visibles y algo menos, aunque también lo era, el vello púbico. Muchísimo más lo era la escasa ropa interior.

En voz baja le dije que no podía ser, que se me veía todo, que era un escándalo… No me dejó decir nada más pues se puso de nuevo en marcha conmigo del brazo mientras yo veía la mueca de sorpresa que se marcaba en la cara de la dependienta de la tienda.

Ya veía expresiones de sorpresa en la mayoría de las caras. Los hombres todos se quedaban mirando y la mayoría miraban descaradamente y con expresiones de deseo. Creía sentir que si pudieran me violarían allí en medio. En las mujeres predominaban las miradas de asco y repulsión. Dejaban de hablar entre ellas y me miraban como si les fuera a arrebatar a sus maridos. Las madres con niños cambiaban de dirección para que los pequeños no me vieran y así evitar situaciones y preguntas complicadas de responder. Miradas de odio, asco, lascivia… Nadie se quedaba indiferente ante mi visión. A muy pocos les pasaba desapercibida e íbamos causando un cierto revuelo.

-          ¿Ves cómo nadie te dice nada? –dijo Damián-. Llevas un vestido muy bonito y vas del brazo de tu hombre. ¿Qué hay de malo en eso? Nada. Que se transparenta un poco el vestido… pues a otras también y no pasa nada. Que ellas tienen la ropa interior más recatada, más “normal”… pues todos tenemos derecho a llevar la ropa interior que nos gusta.

-          Tienes un cuerpo precioso –continuó-.  Estás muy bien para tus… algo menos de cuarenta años ¿no?... Sí, pues estás genial. Si no me gustaras no habría intentado bloquearte, ¿no? Y mira las caras de ellos…te comen con la mirada. Y a ellas en el fondo les das envidia. Todas las mujeres os sentís amenazadas frente a otra que muestra sus encantos y se muestra “accesible”. Todas tenéis un falso pudor que os impide mostrar el deseo de sentir las miradas sobre vuestro cuerpo, el deseo de sentiros poseídas hasta la extenuación. ¿Es verdad o no? Responde –me apremió-.

-          Bueno…sí…no sé…supongo que en el fondo tienes razón –respondí-.

-          Claro que la tengo. Si lo piensas, ahora tienes una oportunidad única de experimentar el poder absoluto. Me explico: ahora te miran y puedes sentir sus miradas de deseo. Miradas que son más intensas porque tu actitud es de miedo ante ellos. Pero estás conmigo, yo te protejo de los demás hombres y nada te pueden hacer. Si cambias tu actitud y pones una postura de descaro, de seguridad en ti misma, las miradas de todos cambiarán. Ellas se sentirán desafiadas y, al no poder hacer lo mismo que tú, dejarán de mirarte de frente e intentarán ignorarte. Pero lo mejor es que ellos se sentirán en inferioridad ante ti. Todos los hombres sabemos que el sexo fuerte en realidad es el femenino. Nos ponemos gallitos cuando vosotras os mostráis tímidas, pero la mayoría se acojona cuando se enfrenta a una mujer decidida y que se sabe superior.

Esta conversación la estábamos manteniendo de pie en uno de los recodos del centro comercial. Yo estaba junto a la pared y el cuerpo de Damián me ocultaba a las miradas del público.

Lo que decía tenía sentido, pero me ponía nerviosa. Siempre he sido tímida ante los hombres. Incluso soy poco mandona con mi Ernesto. Tal vez por eso soy tan pudorosa, porque me siento inferior y las miradas de los hombres me intimidan.

-          Lo que quiero es exactamente que cambies de actitud –me dijo-. Hasta ahora has estado huyendo de sus miradas, te has sentido inferior y lo has pasado mal…. Ahora quiero que te muestres segura de ti misma. No estás haciendo nada malo y eres preciosa. Quiero que camines con paso firme, seguro, rotundo… que eches  los hombros para atrás y les mires a la cara. Tienes que estar desafiante. Ya verás cómo cambian todos ante la nueva Laura.

Tragué saliva. Su arenga había hecho efecto en mí. Sí, tal vez si yo me mostraba diferente, segura, todos se comportarían distinto… Tal vez fuera posible… En cualquier caso estaba claro que no nos marcharíamos hasta que no lo hubiera hecho. Vale, ¡lo haría! Y así se lo dije. Enderezó mi postura, echó mis hombros hacia atrás, mirada al frente,  tomar aire… y adelante.

Le tomé del brazo y comencé a caminar tal como me había dicho. Al cruzar las primeras miradas titubeé… pero en seguida me di cuenta que la cosa funcionaba… ¡bajaban los ojos! Las medias sonrisas burlonas de ellos desaparecían… miraban mi cuerpo pero ya no abiertamente. Ahora los hombres me miraban furtivamente. Las mujeres procuraban no mirarme, al menos no hasta que las había dejado atrás, pues notaba sus miradas de odio en la espalda. Aunque sí que hubo una que estuvo a punto de encararse y decirme algo, pero Damián lo evitó no sé bien cómo.

¡Lo había logrado! Estaba casi desnuda en el centro comercial y apenas nadie me mantenía la mirada. Me sentía poderosa, guapa, deseada, y ese sentimiento aumentaba mi autoestima. Tenía un subidón enorme y empezaba a mostrarme descarada. Mi pudor no existía y no me importaba que todos pudieran verme casi en pelotas. La vedad es que no me reconocía.

Todas esas sensaciones y sentimientos cruzados me tenían como en una nube, y tanto era así que me sorprendió que Damián cambiara de repente el rumbo de nuestro paseo y bajáramos con cierta rapidez la rampa mecánica hacia el aparcamiento. Le pregunté extrañada que por qué nos íbamos así, tan deprisa. Me dijo mientras apretaba el paso que había visto a dos vigilantes del centro comercial que venían a nuestro encuentro y que había decidido que nos fuéramos antes de que nos dijeran nada.

Nos metimos en mi coche y, tras respirar un poco, estallamos en carcajadas. Habíamos estado cerca del escándalo que yo tanto temía. Cuando nos recuperamos de las emociones, me pasé al asiento de atrás para vestirme y mientras nos pusimos a hablar de la experiencia vivida. Le reconocí que tenía razón en sus afirmaciones, que había sido maravillosa la sensación de poder que experimenté, que estaba cachonda como una perra en celo, que se pasase al asiento de atrás antes de que terminara de vestirme porque tenía que follarme.

Afortunadamente el coche estaba aparcado algo apartado y Damián me echó un señor polvo. No sé si fue un orgasmo muy largo o fueron varios muy juntos, pero me dejó muy a gusto.

Ya vestida estuvimos charlando un rato, más como amigos que como “amo” y “dominada”. Le conté lo del ascenso de mi Ernesto y no se sorprendió en absoluto. Me dijo que eso era cosa de su amigo Luis, el ejecutivo de la empresa de mi marido. El puesto en Buenos Aires había quedado disponible y él se las había arreglado para que se lo ofrecieran a mi Ernesto en lugar de otro candidato más preparado que él.

No me lo podía creer. Así que el ascenso de mi Ernesto no era tanto por su valía sino para quitarle de en medio y así tenerme más fácilmente a su disposición. Me sentía al mismo tiempo furiosa con ellos por su egoísmo, halagada ya que yo soy tan importante para ellos como para tomarse el esfuerzo de maniobrar en la empresa, y cabreada conmigo por notar que estaba húmeda solo de pensar en volver a estar con Damián y sus secuaces.

Sí, definitivamente el lunes Ernesto se irá solo a la Argentina, está claro.

(Continuará)