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El Diario de Laura 6

en Dominación

  • CAPITULO 6

23 de Octubre

Como Ernesto sigue de viaje hasta el lunes, Damián decidió el domingo por la tarde que quería verme y me llamó nada más comer. Me dijo que estuviera en la casa de Paula a las seis. Le pregunté por las niñas y me dijo que Paula les había dado dinero para que fueran al cine y a merendar y que no volvieran hasta las diez. Le confirmé que iría y colgué.

Rubén, el padre de Lucía y marido de Paula, me abrió la puerta. Así que él era uno de los amigos de Damián que había disfrutado de mi cuerpo –pensé mirándole con detenimiento-. Me hizo pasar al salón donde estaban Damián y Paula sentados en los sillones. Tomaban una copa y charlaban, aunque lo que me sorprendió fue que Paula estaba desnuda. Bueno, no totalmente, pero casi. Llevaba un sujetador sin copas que dejaba la mayor parte de sus grandes pechos al aire incluidos los pezones, atravesados ambos por una barrita dorada con bolas en los extremos, y unas bragas que en realidad no eran más que una cinta de encaje alrededor de las caderas de la que colgaba en el centro una especie de collar de perlas que se adentraba en su sexo, recorría la raja de su culo y terminaba de nuevo en la cinta de encaje. No solo no tapaba nada sino que excitaba solo el verlo.

Ella se acercó a mí y me dio dos besos en las mejillas. Yo me quedé quieta, sorprendida de su desnudez y su naturalidad con la que se movía. Paula se rió viendo lo azorada que me había quedado y me explicó que no pasaba nada. A ella también le daba mucha vergüenza al principio, pero que ya se había acostumbrado y ahora hasta lo prefería.

Me contó que Rubén es el mejor amigo de Damián desde la infancia. Rubén no tiene el poder de Damián pero comparten el secreto y lo disfrutan ampliamente. Me contó que ella al principio de casarse tenía muy poco interés en el sexo. Aquello les ocasionó muchas discusiones y graves problemas de pareja. Pero como se querían mucho siguieron adelante a pesar de aquello.

Siguió contando que fue hacía poco más de tres años que Damián se dio cuenta del poder que tenía. No saben el por qué, ni el cómo, solo que le sucede, solo con mujeres y tan solo con algunas mujeres, no con todas. Dijo que al principio era algo muy tosco e imperfecto. Mirando a Damián para tener su autorización, continuó diciendo que él lo había intentado con bastantes mujeres pero no sabían por qué solo había funcionado con cuatro, contándome a mí. Procuraba ser cuidadoso al probar pues temía lo que podría suceder si se supiera.

Me confirmó lo que yo pensaba, que ella es una sobre las que tiene poder y más aún, es la primera de todas. La primera con la que descubrió que tenía el poder. Las otras dos son la hermana de Damián, que ahora vive en Canadá, y una prostituta que contrataron para una sesión “de cartas”, pero desgraciadamente murió en un accidente de tráfico, al parecer.

Me contó que lo habían descubierto por casualidad una tarde que estaban los tres en ese mismo salón. Al principio se asustaron mucho, pero luego aprendieron entre los tres a manejarlo. Paula al principio lo pasó muy mal, pero descubrió que, como yo, le excita el sentirse dominada, por ahí llegó a disfrutar del sexo y a arreglar su matrimonio. Ahora se puede decir que más que una pareja son un trío, pues comparten cama con Damián con mucha frecuencia. También había participado un par de veces en los “viernes de cartas”, pero no le gustaba mucho. Prefería estar a solas con sus dos machos.

Seguimos conversando y me enteré, entre otras cosas, que Lucía también es sensible a los poderes de Damián, pero que no los han empleado con la niña. Probó y logró dejar sin habla a Lucía, pero solo un instante y la chica no supo lo que le había pasado. No lo había intentado aún con Marta (¡Dios mío, que no lo haga!), pero no creía que fuera a ser inmune… Rápidamente les dije que no era necesario que probara y todos se rieron.

Paula se acercó, me hizo poner en pie y comenzó a desnudarme. Esa fue otra gran prueba para mi pudor. Me iba a exhibir en el salón de una casa extraña ante Damián y Rubén, que aunque ya me habían visto desnuda en la “fiesta” yo no era consciente de ello, y también ante Paula. Sé que soy rara, pero me da mucha más vergüenza aún el desnudarme ante una mujer. Siempre he preferido que mi ginecólogo sea hombre, tal vez por eso. Ahora no solo estaría desnuda frente a ella, sino que era ella la que recorría mi cuerpo desnudándome…

En cuanto estuve en cueros, Damián me pidió/ordenó que me agachara para que pudiera ver si mis orificios tenían algún daño o ya se habían recuperado. Se me hizo muy duro estar desnuda inclinada, con las piernas abiertas, separándome los cachetes del culo para que ambos hombres pudieran observar a plena satisfacción mi intimidad. Noté sus dedos introduciéndose en ambas cavidades y sus comentarios de que todo había vuelto a la normalidad.

Al incorporarme de nuevo, descubrí que Paula se disponía a ponerme sus digamos “bragas”. Me quedé parada un instante. ¿Quería que me pusiera esa fila de bolas que acababa de abandonar su sexo? ¡Eso era asqueroso!

-          Venga, vamos, póntelas, no te de asco. Con todo lo que he visto que te metieron ahí el viernes, jajaja. Además dentro de poco vamos a ser “íntimas”, jajaja –dijo ella tocando mi muslo para que levantara la pierna y pudiera ponérmelas ella misma-.

“Íntimas”, eso quería decir que… ¿que pensaba hacerlo conmigo? Yo no sé si ella es lesbiana, pero desde luego yo no lo soy. Si me da cosa ver a una o que una mujer me vea desnuda, no tengo la menor intención de comerle o que me coma el coño una mujer. ¡No, no y no!

Me puso las “bragas”. Me las subió bien para que se incrustaran del todo en ambas rajas, colocando las dos filas de bolitas a ambos lados de mi clítoris. Me sentía rara con eso puesto, más desnuda que cuando estaba sin nada. Me hicieron caminar alrededor de la sala. Sí que eran agradables. Con el movimiento, las dos filas rozaban mi clítoris y me daban escalofríos de placer. Paula me informó que ella las llevaba casi siempre puestas. Le encantaba dar largos paseos con su marido Rubén y solía tenerse que agarrar con fuerza de su brazo para no caerse cuando le llegaban los orgasmos. Me dijo que me sentaban muy bien y que me las regalaba.

Me senté en el sillón y acaricié mi sexo. Era muy raro notarlo rodeado de las filas de bolitas. Paula se sentó junto a Damián, le cogió la mano y él me dijo:

-          Paula te ha hecho un bonito regalo. Estaría muy bien que tú le correspondieras. Sí, ya sé que no has traído nada, pero podrías hacer el amor con ella. ¿No te parece?

Es lo que me temía. Era como una especie de encerrona. Bueno, en realidad seguía estando en sus manos… Les dije lo que me pasaba, que yo no era lesbiana, que me daba mucha vergüenza ver a una mujer desnuda y que mucho menos podía tocar o lamer su sexo. Les dije que no era una desagradecida, que valoraba su amabilidad pero que no…

No pude continuar. Mis cuerdas vocales dejaron de emitir palabras. Damián me dijo que tenía que aprender a no decir que no y que me castigaría en su momento. Me recordó que todo lo que me había hecho me había terminado gustando (bueno, eso no es del todo cierto porque lo de meterme su mano entera en mi vagina no me gustó, pero en líneas generales reconozco que era cierto) y me dijo que me tranquilizara y lo disfrutara.

Me sorprendí viendo el control que Damián podía ejercer. Yo estaba totalmente bloqueada, salvo los brazos que colgaban flácidos. Entre Damián y Rubén me colocaron de rodillas frente al sillón donde Paula estaba sentada. Ella se despatarró colocando una pierna sobre cada brazo de su asiento Me inclinaron y mi cara quedó a unos treinta centímetros de su sexo.

Nunca había visto un sexo femenino tan de cerca en vivo. Claro que había visto mi sexo, por supuesto, incluso con detenimiento con la ayuda de un espejo. También los había visto en fotos y películas, pero en vivo nunca había visto uno. Soy muy pudorosa y casi más con las mujeres. Siempre he evitado en lo posible los vestuarios, saunas y lugares similares. Me da tanto pudor que me vean como verlo, por lo que si alguna vez he estado en presencia de una mujer desnuda he procurado no mirar.

Ahora estaba siendo obligada sin remedio a mirar uno y desde muy cerca, mucho más de lo que yo quisiera. Un sexo bonito, depilado de la misma forma que el mío. Damián tomó mi mano derecha y, a modo de puntero, comenzó a recorrer y mostrar cada una de las partes del sexo de Paula, como si mi sexo no fuera igual a ese otro. Al mismo tiempo, Rubén tomó mi mano izquierda y la utilizó para acariciar los pechos, cintura y muslos de su mujer. Paula sonreía suavemente, con los ojos entrecerrados y gimiendo levemente. Parecía que le gustaba.

Damián introdujo dos de mis dedos en la vagina de Paula y comenzó a frotar con ellos su punto G. Dos o tres veces llevó mis dedos impregnados en sus jugos vaginales a mi nariz y a mi lengua “para que me acostumbre a su olor y sabor”, dijo. La verdad es que no era un olor desagradable y lo mismo puedo decir de su sabor. No es que me encante, pero reconozco que Paula sabe bien.

Tras esta parte “olfativa/gustativa”, Damián me devolvió el control, pero solo de mi cabeza y brazos. De hombros para abajo estaba bloqueada indicándome que ahora que ya sabía que su coño “no mordía” era el momento de que le diera placer. Yo le dije que no, que no quería, que me daba mucho asco y le rogué que no me obligara.

-          Parece que te gusta siempre el camino más duro –aseveró-. Pues que así sea.

Ambos levantaron mis caderas para que quedaran en el aire, y mi cabeza quedó tocando con el estómago de Paula, quien quedó acariciando mi cabeza y mi pelo. Instantes después un fuerte correazo, seguramente dado con todas sus fuerzas, golpeó mis nalgas arrancándome un grito de dolor. Me llevé las manos atrás, para proteger la zona lastimada… y cayeron inertes a ambos lados de mis piernas. ¡Damián los había dejado flácidos para que no interfirieran! Maldito cabrón. ¡Qué dolor! Era inhumano, salvaje.

Otros cinco correazos golpearon duramente mis nalgas haciéndome ver las estrellas. Habría aullado de dolor si Damián me hubiera permitido disponer de mi voz, lo que no era así. No bien había acabado de caer el último correazo sobre mi cuerpo, un pene, duro como la roca, se abrió paso de golpe a través de mi ano. Sin dilatar y sin lubricar, el dolor que me ocasionó fue incluso mayor que el producido por los correazos. Era un dolor que me traspasaba, que llenaba todo mi cuerpo, era atroz.

Gracias a Dios que solo buscaba darme un aviso, mostrarme de lo que eran capaces de hacerme si no obedecía, y en un par de minutos salió de mi interior, dejándome muy dolorida.

-          ¿Tienes claro lo que te pasará si no obedeces, Laura? –resonó la voz atronadora de Damián en mis oídos, pues lo gritaba a escasos centímetros de mi cabeza-. ¿Tienes alguna duda de lo que soy capaz? –continuó-. Vas a hacer todo lo que te diga inmediatamente, sin dudar y con buena cara. Puedo colmarte de placer como antes de ayer o reventarte de dolor como ahora. Tú eliges. Ya sabes las alternativas. Ahora cumple mi orden: ¡cómele el coño a Paula! Y esmérate, quiero oírla gritar de placer en menos de un minuto. ¡Vamos!

Al instante recuperé el control de todo mi cuerpo y me lancé a la entrepierna de Paula. Todo el asco y la repugnancia que me daba la idea de lamer la vagina de una mujer no eran nada comparados con el terror que me provocaba que Damián se enfadara.

Paula se recostó aún más en el sillón y me facilitó el acceso a su sexo y me lancé a devorarlo. El olor y el saber eran iguales aunque más intensos a los que probé a través de mis dedos. Nunca lo había hecho, pero me puse a lamer como loca toda la zona. Entonces recordé lo que había sentido las pocas veces que mi Ernesto me había dado sexo oral. Redoblé mis caricias en las zonas que más me habían gustado a mí cuando me lo hizo y comprobé que ahí era donde debía esforzarme pues los gemidos de placer de Paula me indicaron que había acertado. Mi lengua, al principio torpemente y con mayor agilidad después, rozó, acarició y golpeó suavemente su clítoris. Mis labios lo succionaron y hasta mi nariz lo acarició cuando introduje mi lengua en su vagina.

Reconozco que no era tan desagradable como yo pensaba y hasta me sentía gratificada por los gemidos de placer de Paula que me alentaban a continuar.

-          Mano izquierda, índice y corazón, con la yema hacia ti, adentro… ¡Ya! –ordenó como si de una misión militar se tratara-.

Así lo hice y los gemidos de Paula aumentaron en intensidad. Su respiración se aceleró.

-          Muévelos, acaricia el interior… Vamos –ordenó de nuevo Damián-.

En cuanto lo hice, los gemidos de Paula se convirtieron en casi gritos y noté como su vagina se contraía convulsivamente apretando mis dedos. Paula se había corrido, lo logré. Me había comido un coño, y algo me dice que no será el último que me coma.

Me puse en pie mientras Paula disfrutaba de su orgasmo y trataba de recuperarse. Me esperaba unas palabras de ánimo y/o gratitud, pues acababa de vencer a mi asco y de proporcionarle un gran orgasmo a ella. Pensé que eso sería así cuando Rubén se acercó a mí y me dio un profundo beso con lengua. Al finalizar presionó mis hombros para que me pusiera de rodillas. Estaba claro lo que quería que hiciera, por lo que procedí a desabrochar sus pantalones, sacar su muy enhiesto pene y metérmelo en la boca.

Tal vez tenía que hacer méritos también con el marido y me decidí a darle la mejor mamada de su vida. Su pene es ligeramente más grueso que el de Damián y bastante menos largo. Tras salivarlo bien y lamerlo en toda su extensión procedí a meterlo en la boca, jugar con mi lengua con su glande y luego tragármelo entero. No pude. Las arcadas me lo impedían una y otra vez.

-          Relaja la garganta –ordenó la voz todavía seria de Damián- solo así conseguirás meterte toda la polla.

Lo intenté. Procuré calmar mi nerviosismo provocado por mi deseo de agradar, tomé aire, intenté relajar la garganta… nuevo intento…y el pene entró casi entero. Sonrisa de satisfacción de Rubén y la voz de Damián que me ordenaba hacerlo mejor.

Había conseguido meter una porción sensiblemente mayor del pene en mi garganta. Con esfuerzo, sí, pero lo había conseguido. Ahora había que lograr la totalidad.

Respiré, tomé aire, relajé la garganta… ¡y mis labios chocaron con la tripa de Rubén! ¡Lo había logrado! Permanecí dos o tres segundos más con el pene alojado en mi garganta antes de sacarlo. Rubén tenía los ojos cerrados de placer y la voz de Damián confirmaba que estaba satisfecho.

-          Te dije que podías hacerlo –afirmó-. Solo tenías que relajar los músculos y entraría del todo. Ahora tienes que lograr mantener la relajación todo el rato y podrá follarte la garganta como si de tu coño se tratase.

Le aseguré que así lo haría, pero que necesitaría práctica, a lo que me dijo que no me preocupara porque tanto Rubén con él mismo iban a correrse dos veces en mi boca. Le dije que no estaba acostumbrada, que me dolería la mandíbula pues tenía que abrirla mucho.

-          ¿Otra vez poniendo pegas? ¿Es que no has aprendido? –dijo Damián elevando algo su tono de voz-.

-          No, claro que no, perdóname. Es tan solo que…

-          Pues lo planteas mal –interrumpió mi dominador-. Tenías que haber dicho “necesitaré tu ayuda para relajar la mandíbula lo suficiente para que no me duela” o “¿podrías ayudarme relajando mi mandíbula hasta que me acostumbre?”. Esa es una actitud positiva y adecuada. Por esta vez te lo pasaré, pero será la última.

Tocó un instante mi mejilla y me ordenó continuar. Así lo hice y fui alternando el juego de mi lengua en el glande de Rubén con profundas, repetidas y largas intrusiones en mi relajada garganta. Las manos de Rubén se colocaron en mis sienes impidiendo que mi cabeza se moviera y fue su pelvis la que comenzó a moverse. Realmente me estaba follando. Para él era como si tuviera su pene en mi vagina y sus manos en mis caderas, pero para mí significaba tener que hacer esfuerzos tanto en relajar la garganta para permitir su intrusión como para aguantar las arcadas que algunas profundas penetraciones me provocaban. Muy poco después su pelvis se detuvo tan pegada a mi cara que me costaba respirar y su semen se derramó directamente en mi esófago.

Me costaba respirar por el esfuerzo realizado. Mientras me recuperaba Damián (ya totalmente desnudo) se colocaba en el lugar de Rubén. Cuando me disponía a comenzar a trabajar su pene, vi la cabeza de Paula asomar entre mis piernas. Paula se disponía a darme placer oral y su cara de ilusión, el ceño fruncido de Damián y mi miedo a que me castigara no me dejaron más alternativa que separarlas un poco más para que cupiera cómodamente.

Un nuevo reto tenía ante mí: debía satisfacer el largo pene de mi “¿amo?” con mi garganta (lo que no es fácil) mientras recibía placer de la boca de Paula (lo que me distraería) y aguantar la idea de que una mujer estaba lamiendo mi sexo. Debía compaginar el esfuerzo con el placer que sentiría y el placer con mi rechazo al contacto femenino. No, nada fácil.

Comenzamos con nuestras tareas. Me esforcé en agradar a Damián a través de su pene. Notaba las caricias de Paula en mi entrepierna y la imagen de su cara trataba de llenar mi mente. Yo la apartaba concentrándome en el ocupante de mi boca. Poco a poco lo lograba pues mis esfuerzos en tragarme entero aquél sable iban consiguiendo su objetivo gracias en parte al placer que iba notando en mi húmeda vagina. Paula se había comido muchas “almejas”, eso estaba claro por la maestría que mostraba con la mía.

El truco de concentrarme en dar placer a Damián funcionaba. Había conseguido apartar la imagen de ella entre mis piernas y solo las oleadas de placer que me proporcionaba su lengua competían en mi cabeza.

Logré meterme todo el pene completo. No era agradable pero me llenaba de orgullo conseguirlo. Al igual que su amigo, me tomó de la cabeza y comenzó a follarme violentamente la cabeza. Mentalmente se lo agradecí porque ya no podía más…la boca de Paula me llevaba inexorablemente a un orgasmo que me golpeó profundamente. Por su poder, Damián notó mi orgasmo y a su vez se corrió, aunque esta vez fue en un vaso que previamente había preparado y tenía a mano. Puso una buena cantidad en su interior.

Yo estaba agotada y me dejé caer sobre la alfombra junto a mi amante Paula. Ya no siento la menor repulsión ante el hecho de que una mujer me toque. La experiencia ha sido increíble y me ha encantado. Paula ha sabido lograr que obtuviera mucho más placer del que ningún hombre me había dado nunca, y eso que mi Ernesto se esfuerza mucho. Ella sabe dónde, cómo y en qué momento tocar cada parte de mi sexo para llevarme al éxtasis. Ha sido fantástico.

Cuando me repuse un poco, me acerqué a ella y, tumbada como aún estaba, tomé su cara entre mis manos y le di uno de los más apasionados besos que nunca he dado. Le agradecí sinceramente sus atenciones tan delicadas y aproveché para prometer que estaré a sus órdenes y siempre le daré todo el placer que me pida, de la forma que quiera y en el lugar que desee. Y lo mismo me dijo ella. Nos habíamos convertido en amantes. Qué ironía si pensamos en lo que opinaba sobre que una mujer me tocara un rato antes.

Rápidamente Paula se movió colocándose sobre mí en la clásica postura del 69. Nos disponíamos a darnos placer cuando las voces de los hombres nos recordaron que no estábamos solas y que teníamos que atenderles

Nos pusieron en la misma posición pero sobre una robusta mesa baja. Al poco de colocar Paula su sexo sobre mi cara, vi el pene de Rubén introducirse poco a poco en el ano de mi amiga. Parece que estaba bien lubricado el pene pues la penetró sin detenerse y sin que ella protestara lo más mínimo. Era muy raro ver en un tan primer plano un pene entrando y saliendo de un culo mientras mi lengua lamía su clítoris. Una escena similar se desarrollaba en el otro extremo, pues notaba la lengua de ella en mi clítoris al mismo tiempo que un dedo untado en lubricante se colaba en mi orificio trasero.

Damián se ocupaba en lubricarlo y dilatarlo lentamente para así tener tiempo de recuperar la dureza de su pene que acababa de correrse hacía poco en el vaso gracias a los esfuerzos de mi boca.

Me gustaba la situación. Era agradable lamer el clítoris con el espectáculo de la sodomización a pocos centímetros de mis ojos. Además el pene de Damián ya estaba lo suficientemente duro como para penetrar mi ano. Me molestaba aún un poco, pero lo prefería al esfuerzo continuo para tragarme entero su pene una y otra vez. Mejor así. Además las caricias que Paula me prodigaba me estaban llevando a la gloria.

Uno a uno fuimos llegando a nuestros orgasmos, salvo Damián al que le costaba. Damián le pidió a mi amiga que me dejara ponerme boca abajo con las piernas en el suelo y que ella se tumbara de la misma forma a mi lado. Así lo hizo de inmediato y entonces el pene de Damián se repartió entre ambos culos. Se alternaba cada 20 o 30 segundos más o menos de un culo a otro. Nosotras aprovechábamos para besarnos hasta que se corrió en mi culo, que era donde en ese momento estaba.

Todos nos reímos y le vitoreamos. Cuando se salió de mi ano, comprobé con asombro que tenía puesto un preservativo…tal vez por eso había tardado más en correrse. Se lo quitó y lo vació en otro pequeño vasito como en el que había depositado su semen antes. Rubén trajo ambos vasos y nos los entregó a nosotras, diciendo que teníamos que brindar. Sí que me he tragado antes corridas y he saboreado el semen, pero siempre directamente de la “fuente”, nunca en un vaso. No es lo mismo tragarse una corrida que te ha echado en la boca (y eso a mí me da mucho asco) que además tenerla en un vaso. Lo tienes en tu mano… lo miras… su color blancuzco… su olor… el pensar que tienes que bebértelo como si de un licor se tratara… No es nada fácil.

Ella elevó su vaso. Me costó decidirme a hacer lo mismo… pero lo hice, no quería enfadar a Damián. Chocamos nuestros vasos y, sin pensarlo más, vertí su contenido en mi boca y directamente tragué. El sabor del semen de Damián es algo más dulce que el de mi Ernesto. No me desagradó. Nos besamos todos muy contentos del grado de compenetración que hemos alcanzado.

Decidieron dar por terminada la sesión pues las chicas volverían pronto y no era cuestión que nos pillaran allí, en cueros y follando. Me vestí poniéndome las “bragas” que me había regalado. Por supuesto Damián se quedó con las mías… para su colección, supongo.

Acabo de pasar una nueva barrera… he estado con una mujer. Siempre me había horrorizado el simple pensamiento. Lo veía como algo antinatural, sucio y vicioso. Ahora sé que no lo es en absoluto. Me ha gustado mucho sentir como se excitaba con mis caricias hasta llegar al orgasmo. Es muy gratificante notar como disfruta. Y también me ha gustado sentir sus caricias. La verdad es que no podía estar más equivocada y ahora estoy dispuesta a hacerlo con ella siempre que me lo pida.

Noto un cambio en mí. Hasta ahora, el sexo era algo que formaba parte del matrimonio, que estaba bien, pero que no me atraía especialmente. Lo hago con Ernesto de vez en cuando y está bien, pero nada más. Ahora he descubierto que el sexo me gusta. Me excita sentirme forzada… y eso hace que llegue mucho más fácilmente al orgasmo. Estoy sorprendida porque nunca pude imaginar que lo haría con cinco hombres a la vez y mucho menos que me gustaría.

El gran sentimiento de pudor que tengo también ha sido y es una barrera. Tal vez no sea solo el sentirme forzada lo que me excita, y el sentirme expuesta, el mostrarme desnuda frente a extraños también me excite… No lo sé, tengo que pensar sobre ello.

Lo que sí está claro es que ahora disfruto mucho más con el sexo, sea por lo que sea, y me gusta que sea así. Por supuesto que sigo estando bajo el poder de Damián, que no tengo pruebas para denunciarle y hacer que lo encierren y que mi principal justificación moral es proteger a Marta y a mi matrimonio, eso está claro. Lo que me preocupa es que poco a poco voy pensando más en el placer que en el miedo y que me van motivando más las situaciones morbosas y arriesgadas que el afán de proteger a los míos. Eso sigue siendo lo más importante, pero lo otro va ganando puestos. No creo que nunca me pueda convertir en lo que llaman una ninfómana, pero con el tiempo tal vez en una mujer que no desperdicie una oportunidad de disfrutar del sexo.

(CONTINUARÁ)