Después de cenar me presenté en el portal de casa de María y ella bajó rápidamente, llevando un vestido diferente al de esa mañana. Era blanco con un estampado, y era más cortito, llegándole apenas a medio muslo.
Nos saludamos y fuimos juntos hacia el lugar de su cita. Mientras íbamos charlando por el camino:
— ¿Te has hecho otra paja en tu casa? –me preguntó ella sin cortarse un pelo.
— Yo... Sí, la verdad. – respondí tímidamente. Ella me sonrió.
— ¿Te has corrido pensando en mí, o fantaseando con otra?
— Pues... bueno... pensando en ti – respondí, viéndome forzado a ser honesto con ella.
— ¿A sí? – me preguntó como si le sorprendiera – ¡Qué halago! Yo la verdad que también me he masturbado ésta tarde. – me dijo – Después de tocarte la poya en la piscina me he quedado bastante caliente. Al llegar a casa mis braguitas estaban empapadas. Mira, ¡me las he dejado puestas! – y ahí en medio de la calle donde estábamos se levantó el vestido y pude comprobar que llevaba las mismas braguitas naranjas de la mañana; aún se podían ver restos de la mancha de semen que yo había dejado en ellas.
Yo ya estaba muy cachondo con esa conversación, y apenas acabamos de empezar la noche...
— Mis amigas aún no han conocido a Ramón, y se pensarán que eres tú. Quizá que les sigamos el rollo y te hagas pasar por él, así no sospecharán nada raro, ¿te importa?
A mi la verdad que eso me fastidió un poco, me había acostumbrado a disfrutar de María, olvidándome de su novio, y eso me recordó que yo sólo era un substituto y que en algún momento eso se acabaría.
— Bueno, claro, como quieras... –le respondí algo triste.
— ¡Gracias! ¡Eres el mejor! Entonces no te ofendas si te llamo Ramón, es sólo para hacer el paripé sin que ellas sospechen. No te lo tomes a mal, ¿vale? –y me dió un cálido beso que me hizo olvidar mis celos al instante. – oye... y te lo agradeceré el doble. – me dijo casi susurrando.
Llegamos al lugar y ahí estaban sus dos amigas con los respectivos novios. Nos saludamos y presentamos todos.
— ¿Así que éste es Ramón? –dijo una de ellas, una tal Raquel – Me alegro de conocerte finalmente.
— Sí, un placer, María nos ha hablado mucho de ti – dijo la otra, con algo de picardía. Ésta se llamaba Tania. Deduje que se trataba de la misma amiga que había sugerido a María la idea de dejar a su novio correrse adentro un par de días atrás.
Raquel era morenita, alta, guapita pero casi demasiado delgada para mi gusto. Tania era pequeña, rubita, muy guapa y con un aire inocente, casi infantil. Pero era la más lanzada y atrevida de las tres, incluso más que María, quizá para compensar su estatura. Ambas vestían cortos vestidos de verano, e iban acompañadas de sus respectivos novios, unos chicos aparentemente de mayor edad que el resto de nosotros. La verdad que los chicos no hablamos mucho; ellas llevaban su conversación y nosotros íbamos siguiendo, asintiendo de vez en cuando. Al cabo de una hora más o menos, Tania, que iba pegada como una lapa a su novio, propuso ir a las Alamedas y tirarnos un rato en la hierba a ver las estrellas.
Las Alamedas era un bosquecito en los límites del barrio, como una especie de parque. Había varios lugares donde hacer barbacoas y picnics, y normalmente la gente iba a pasar los domingos ahí en familia. Por las noches era más conocido como un picadero, donde muchos jóvenes y adolescentes sin mejor lugar donde esconderse habían perdido su virginidad.
Estaba claro, las chicas querían aprovechar la ocasión para enrollarse con sus novios, y lo que se terciara. María me miró un poco con cara de circunstancias, sin saber muy bien cómo yo me lo tomaría, pero yo les seguí la corriente para no levantar sospechas. María me sonrió agradecida. No quería quedar mal delante de sus amigas.
Al llegar al lugar nos estiramos todos en la hierba charlando por un rato y observando las luces de la cuidad y las estrellas. Pasando el rato las chicas empezaban a ponerse más cariñosas con sus respectivos. María, para no quedarse atrás, también me acariciaba, me besaba y presumía de novio delante de sus amigas.
En ese momento María, como incitada por su amiga, se acostó sobre mí, posando su entrepierna sobre mi paquete. Al hacerlo se le subió el vestido, mostrándome de nuevo las famosas braguitas naranjas. Seguimos besándonos y con el rabillo del ojo yo vigilaba a Tania, ya que me ponía algo nervioso el hecho de que nos observara. Al poco tiempo su novio le había bajado los tirantes del vestido y le estaba comiendo las tetas sin mesura. A esa chica de cara inocente se la veía poseída por el placer, y se restregaba sobre su chico muy sensualmente. La escena contribuía igualmente a mi excitación, que era ya considerable teniendo en cuenta que yo tenía a María también montada sobre mí, aunque no tan lanzada.
Tania y su novio iban muy avanzados. Al poco rato pude apreciar que ella no llevaba braguitas y su vestido era un amasijo de tela enrollado a su cintura. Su chico tampoco llevaba pantalones. María, viendo que nosotros nos íbamos como quedando atrás, pasó al siguiente nivel.
— Quítate los pantalones– me dijo, mientras me ayudaba a desabrochar el cinturón. A los pocos instantes mis jeans estaban fuera.
—Tócame– me dijo María, ya casi gimiendo. Y sin dudar puse una mano sobre sus pechos. No llevaba sostén, y lo aproveché para llevar una mano dentro de su escote y volver a disfrutar de sus pezones. La otra mano la dirigí a su culo, que directamente pasé por debajo de su vestido y sus braguitas. Con ésta me aventuré incluso un poco más lejos, y alargando mi brazo tanto como pude llegué hasta la raja entre sus nalgas. Acaricié un buen rato su culo yendo desde sus nalgas hasta la raja varias veces.
Debí sacar al menos medio litro. Llené mis calzoncillos completamente y la humedad traspasaba hacia las braguitas y las piernas de María, que durante un momento dejó de moverse.
— Oye, no me dejes tirada ahora, tienes que aguantar un poco más – me susurró María.
Acto seguido se bajó los tirantes del vestido dejando expuestos sus senos para mí.
Eso ayudó enseguida y mi poya empezó a ponerse morcillona poco a poco. Me tomó las manos y las puso sobre sus pechos, acariciándoselos con ellas. Retomó el movimiento sobre mí.
— ¡Vaya!, cómo nos has puesto– dijo, refiriéndose a mi corrida, y levantándose ligeramente me quitó los calzoncillos. Se volvió a sentar sobre mí e inmediatamente mi pene reaccionó al sentir el contacto directo con sus mojadas braguitas. Otra vez pude sentir lo abultado que tenía el coño, y cómo envolvía mi poya como si fuera un guante. Siguió moviéndose sobre mí.
Al poco rato yo volvía a estar a tope. Ella lo sintió y empezó a moverse más fuerte para favorecer al máximo el contacto entre nuestros sexos. A María se la veía completamente entregada al placer, y gemía bastante fuerte. Tania y su novio se giraron para observarla.
— ¡Jooderr, qué gusto! - gimió con rabia. Sus movimientos eran intensos y sus braguitas estaban tan mojadas que casi ni siquiera se notaban al rozarnos.
Al cabo de unos minutos lanzó un gemido como mudo. Y tensando su cuerpo sobre mí se corrió intensamente. Se paró unos instantes. Poco a poco recobró un poco el movimiento. Mi pene estaba a reventar y casi adolorido después de tanto roce.