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El novio substituto I: Remastered

en Hetero: Infidelidad

Capítulo 1: Introducción

A María la conocía desde pequeño, vivíamos en la misma calle. Íbamos a escuelas diferentes pero habíamos crecido juntos con el mismo grupo de niños del barrio. Ella siempre ha sido así como es; muy alegre, abierta, directa y parlanchina, contándome cualquier cosa que le pasaba por la cabeza. Supongo que por eso siempre le he caído especialmente bien, ya que yo soy más bien callado, reservado y me gusta escuchar.

María también se distinguía por ser muy guapa; nariz pequeña y afilada, ojos verdes y claros, y una sonrisa grande e inocente dibujada por unos labios intensamente rosáceos y carnosos. Además la adolescencia la trató de maravilla; los pechos le crecieron pronto pero no en exceso, sus caderas se ensancharon dejando florecer una sinuosa y ligera figura, y su culito, rellenito y respingón, era el centro de las miradas de todos los hombres del barrio. Todo ello enmarcado por sus largos y sedosos cabellos castaños.

Lo habrán adivinado, a mí me tenía enamorado, pero ella andaba siempre tan ocupada contándome su vida, que no creo que se diera demasiado cuenta. Aún así crecimos juntos llegando a ser como mejores amigos; aunque para ser más preciso, yo era simplemente su confidente preferido.

Realmente María no tenía límites en la clase de cosas que me contaba, ella era feliz así; pura transparencia. Muchas de esas cosas eran normales de la edad; los chicos que le gustaban en su colegio, sus cantantes favoritos, etc. Pero también me contaba sus cosas íntimas sin ningún pudor; como por ejemplo que le había visto el pene a su hermano mayor, y me lo describió con todo lujo de detalle, o que había descubierto que le daba gusto frotarse la cuquita mientras se duchaba, cosa que demostró frotando por encima de sus leggings para mostrarme la zona donde le daba más gustito.

Otro ejemplo fue cuando le bajó la primera regla, no sólo fue el único tema del que me habló toda esa tarde, sino que también insistió en enseñar las nuevas compresas con alas que llevaba en sus braguitas, y demostrar cómo funcionaba. Levantó su falda a la altura de su barriga con una mano y con la otra separó sus braguitas hacia adelante para que pudiera ver que, efectivamente, llevaba una compresa.

—El líquido me sale por aquí, pero no llega a manchar mis braguitas, ¿vés? —me dijo, señalando la parte de la compresa que se veía un poco oscura.

Claro que al mismo tiempo también pude apreciar brevemente los escasos y dispersos pelos castaños que apenas cubrían su sexo por ese entonces. Os haréis la idea, creo yo, del nivel de desvergüenza e impudicia con el cual María actuaba conmigo.

El tiempo pasó. Yo deseaba que llegara el verano para pasar más tiempo con ella, ya que durante el curso, estando los dos más ocupados, a veces pasaban semanas enteras sin vernos.

Me acuerdo muy bien cuando ella empezó a tontear con chicos de su escuela. Por supuesto que a mí me lo contaba todo; sus primeros besos, más adelante los primeros morreos con lengua, e incluso cuando se dejaba sobar sus pequeños senos por encima del sostén.

Escuchar todo eso me hacia retorcer de celos, pero al mismo tiempo me excitaba sobremanera. Devoraba esas imágenes mentales que ella me facilitaba y las dejaba trabajar en mi imaginación por las noches, durante mis fantasías masturbatorias.

Muchas veces, después de revelarme algo íntimo con todo lujo de detalles, terminaba con alguna pregunta para mí, como:

—Seguro que tú también le habrás tocado las tetas a alguna chica de tu instituto, ¿verdad? Eres muy callado y no me lo cuentas, pero apuesto lo que quieras a que sí. ¡Más de un corazón debes haber roto, pillín! —y dibujaba una gran sonrisa.

Yo no la contradecía, y puede que fuera su manera de justificarse, asumiendo que yo a mi vez tenía una vida sentimental igual de ajetreada. Día tras día me fui enterando de todas sus primeras veces, hasta que finalmente llegó el día en que me dijo:

—No se lo cuentes a nadie, pero ayer después de clase, Martín y yo lo hicimos, ¡de verdad! —me contó excitadísima—. Él sí que me la metió entera, no como el tonto de Javier, que sólo supo meterla a medias y se corrió enseguida… Martín me la metió muchas veces hasta el fondo y luego se corrió aquí en mi pierna, mira… —terminó diciendo, señalando al mismo tiempo su muslo derecho, que quedaba a la vista por los shorts vaqueros que llevaba puestos.

Mis nocturnas prácticas onanistas iban exponencialmente en aumento, acorde con las aventuras sexuales de mi amiga, que se volvía más atrevida y desenvuelta por momentos, y de las cuales yo participaba en mi cabeza gracias a sus relatos.

Ese mismo verano por fín yo tuve un rollo con una chica nueva de mi instituto. Se llamaba Irene, una chica guapa y simpática, y si no fuera por mis amigos que me empujaron a hacerlo, no se si me habría animado a pedirle de salir. Seguro que en otras circunstancias yo la habría tenido en mayor consideración, pero la verdad es que sólo me sirvió para desahogarme de mis frustraciones con mi amiga, la cual no podía sacar de mi cabeza.

Cuando María se enteró de que tenía novia se volvió incluso más entusiasta y directa, llegando a un nuevo nivel de brutal honestidad. Supongo que la confirmación de saber que tenía yo también pareja, nos situaba en una situación de igualdad de la cual quería aprovechar para comparar nuestras experiencias sexuales. Aunque nada más lejos de la realidad; Irene y yo no éramos tan precoces, y apenas pasábamos de roces y tocamientos por encima de nuestra ropa interior.

Una fin de semana, mientras acompañaba a María a su casa, me preguntó:

—Oye, dime, ¿Irene te chupa la polla?

—Bueno María… Ella no… —respondí yo muy cortado, buscando la manera de evadir una respuesta demasiado honesta—. La verdad es que Irene y yo no… Vaya que sólo hacemos lo clásico…

—Ah, pues bueno que pena… —me dijo algo decepcionada—. Quería saber cómo te lo hacia ella… Ya sabes, por curiosidad, por si me daba ideas. Estoy practicando mucho con Joaquín últimamente, ya sabes.

Pero no, Irene nunca me chupó la polla. Lo más fuerte que hice con ella fue una tarde en su casa cuando sus padres no estaban. Los dos quedamos en ropa interior dándonos el lote y toqueteándonos, como otras veces habíamos hecho. Pero esa tarde Irene se montó sobre mí, restregando su entrepierna sobre mi pene, lo que provocó que me corriera con el movimiento. Nunca hasta entonces me había corrido si no era por el resultado mis propias pajas.

Los dos terminamos con nuestros calzones empapados, cosa que calentó a Irene muchísimo, y ante mi asombro se masturbó en frente mío. No se quitó ni el sujetador ni las braguitas, pero al tocarse, en varias ocasiones desplazó las prendas de su sitio, permitiéndome ver sus pezones y su sexo repetidamente.

A pesar de hacer esos pinitos por mi cuenta en el tema sexual, no ayudó a quitarme de la cabeza a María. Para ser sincero, mucha de las veces que me enrollaba con Irene, fantaseaba con mi amiga del alma. Era un caso perdido para mí.

Unos meses más tarde lo de Irene terminó para mí, cosa que fue mejor para los dos, ya que yo no la quería. Por ese entonces María empezó a verse con un tal Ramón, que daba la casualidad que asistía a mi instituto. Yo lo conocía muy poco, sólo habíamos coincidido en una o dos clases. Aún así, más de una vez salimos los tres juntos, algo a lo que yo no estaba acostumbrado.

Normalmente mi amiga no me presentaba a sus novios, formaba parte de su vida paralela de la que yo no era partícipe. Sólo en muy raras ocasiones había llegado a ver en persona a los chicos con los que salía, por pura casualidad. Al fin y al cabo ella asistía a otro instituto y tenía su propio grupo de amigos y amigas que yo no conocía.

Y la verdad que lo agradecía, no sólo por evitarme los celos de verla con otros tíos, sino también porque me habría sentido muy incómodo con ellos, dado que María compartía conmigo sus más íntimos detalles. Tamaños y formas, por no decir más.

Así que con Ramón fue diferente, ya que ella a menudo tomaba el bus hasta nuestro instituto después de clase, y de ahí nos íbamos a algún parque a pasar el rato los tres juntos. Siendo ella como es, no se cortaba un pelo para mostrar su afecto por el chico en todo momento aunque estuviera yo presente.

Aún y los celos, disfrutaba observando a mi amiga morrearse con el chaval, era sumamente excitante verla en acción. Además se tocaban sin pudicia; María sobando la polla de Ramón por encima del pantalón, y dejando que las manos del chaval desaparecieran debajo de su falda o palpando su busto por encima de la ropa. Todo ello sin importarles que yo les viera. Por eso solamente me quedaba un rato con ellos, y si la cosa subía mucho de tono, me despedía y los dejaba a su rollo.

De todas maneras sabía que María me llamaría luego por teléfono, y me contaría todos los detalles:

—Hoy le he dejado que meta sus dedos en mi coño, pero el pobre es un poco patoso. Está impaciente por follar, pero quiero hacerlo esperar un poco más. No sé… ¿Es un poco bruto, no crees?

Yo la escuchaba, por la enésima vez, imaginándome a mi bella y joven amiga dejándose tocar los bajos.

—Bueno un poco básico si que es el chico, pero es buena gente —respondí, defendiendo con poco entusiasmo a mi medio amigo.

—Si, es verdad; es majo. Pero sobretodo tiene un buen paquete… Le he prometido una paja si se porta bien este finde. ¡Pero la verdad es que ya me muero de ganas de probarla! ¡Quizá le dé unos besitos también!

—Aja… —La verdad no sabia que decir, la escuchaba al otro lado del teléfono y usaba una mano para taparme el bulto, para que mi madre no me viera.

—Bueno, te dejo que vuelvas a lo tuyo. ¡Eres un sol! —concluyó.

—De nada María, ya sabes que aquí estoy cuando me necesites.

—¡Besitos!

—Adiós, adiós… —me despedí, y después de colgar… a mi habitación y a por otra paja: esa era mi rutina.

Pocas semanas después ya me tuvo informado de cuándo y en qué posición follaban. Jodido cabrón afortunado ese Ramón, pensaba. Y lo que más me fastidiaba era que, según ella, no era el chico que más le gustaba, pero ya se acercaba otro verano y no quería pasarlo soltera.

—¡Una tiene sus necesidades! —solía decir—. Y más vale pájaro en mano… ¡o pajarón!, si me entiendes bien…

Una de esas noches me llamó por teléfono:

—¿Te bajas un momento a mi portal? Te tengo que contar algo en persona.

Como un rayo me presenté y allí nos sentamos en un rincón del rellano de su edificio, nuestro lugar habitual.

—Joder, ¡no te lo vas a creer! Estaba con Ramón en Las Alamedas follando, y... ¡se ha corrido dentro!

—¿Dentro de qué? —pregunté ingenuo. Ella se echó a reír.

—¿De qué va a ser? ¡Dentro de mi chocho idiota! —gritó divertida.

—¿¡Qué!? ¿No te vas a quedar embarazada? —respondí asombrado.

—¡Que va! Como me bajó la regla ayer, no hay riesgo de embarazo. Me contó mi amiga Tania que ella lo hace y no ha tenido nunca problemas. ¡Me moría de ganas de probarlo! —y continuó—. Es un poco guarro porque tengo restos de mi flujo, pero ha molado mucho.

—Eh… —no sabía qué decir, estaba consternado y sobreexcitado — ¿Pero estás segura? ¿No es peligroso? —pregunté sin salir de mi asombro—.

—¡No! ¡En serio! ¡Tania dice que se puede hacer sin arriesgarse! —insistió—. Ha estado genial, con todo el líquido calentito dentro... Aún me queda un poco aquí; mira, te lo puedo enseñar —y sin demora se levantó el vestido completamente, quedando hecho una bola sobre su barriga.

No llevaba ropa interior. Sus labios mayores eran gruesos y estaban hinchados y rojizos, naturalmente por la reciente sesión de sexo adolescente. Pude comprobar que sus vellos ahora cubrían la mayor parte de su pubis, muy diferente a la última vez que se lo había visto, aunque se notaba que los mantenía arreglados para llevar bikini.

—Las braguitas se las he dado de recuerdo —continuó diciendo—. Me he limpiado con ellas, pero aún tengo restos de semen en mi coñito; mira. —Y sentada como estaba, abriendo bien sus piernas, empezó a contraer su sexo hasta que, efectivamente, una viscosidad blanquecina empezó a brotar de su vulva, aunque se mezclaba con algo más transparente y rosáceo, que imaginé debían ser sus propios jugos.

—¿Lo ves? —me dijo tomando un poco de ese líquido entre sus dedos y acercándolos a mí; percibí un leve aroma.

Después se volvió a tapar, pero antes se limpió los dedos restregándolos por la cara interna de sus muslos. La escena dudo que durará más de un minuto, pero la saboreé con tal intensidad que me pareció una eternidad.

—¿Y sabes qué es lo más fuerte? —continuó María—. Justo después de follar, el imbécil me ha anunciado que se va de vacaciones a la playa con su familia, ¡dos meses! No vuelve hasta finales de agosto. ¿Te lo puedes creer el muy capullo? ¡Qué desagradecido!

—Bueno si su familia se va, tampoco tiene él la culpa… —respondí yo vagamente, que aún me estaba reponiendo de lo ocurrido.

—No, si eso ya lo entiendo, pero joder…¡dos meses! ¡Y vaya momento eligió para decírmelo!

—Si, eso es verdad… —respondí.

—¡Pero él se lo pierde! —exclamó enfadada, y añadió—: Había pensado dejar que se corriera dentro de mi coño otra vez mañana, pero ya se habrá largado.

—¿Mañana se va ya? ¡Se va a perder las fiestas del barrio! —fué lo primero que se me ocurrió, no sé por qué.

—¿¡Que se va a perder las fiestas del barrio!? —me preguntó ella estallando de risa—. ¿Pero tú me has estado escuchando?

—No, digo sí, claro… lo de correrse dentro… bueno… lo de tu coño… ¡Perdón! Bueno eso… ya lo entiendo… —dije bastante avergonzado, mientras ella se tronchaba de la risa.

Poco después nos despedimos, y por descontado tan pronto como llegué a mi habitación, me encerré y me masturbé con la imagen mental del sexo húmedo de mi amiga, tan reciente que aún la retenía en mis retinas.

Pasaron un par de días, y entonces María me llamó por teléfono:

—Hola ¿qué tal? —dijo su dulce voz—. Había pensado que como Ramón ya se ha ido, si te apetece venirte conmigo a la feria. Ma da palo ir yo sola.

—Claro que sí, sólo faltaría —respondí contento.

—¡Genial! ¿Nos vemos a las seis? —dijo ella con su típica alegría.

—De acuerdo. ¡Hasta luego! —grité.

—¡Hasta luego!

Fué así cómo empezó el verano más excitante de mi vida.

Capítulo 2: La feria

No pude dormir ni la siesta. Siempre que sabía que iba a salir con María, me mantenía animado y despierto. Un rato antes de las seis me duché, me lavé los dientes y me peiné para ir a la feria con mi amiga. Las fiestas del barrio duraban solamente una semana, pero la feria se instalaba unos días antes para aprovechar y hacer caja con chavales como nosotros, que estábamos ya de vacaciones del instituto.

Llamé a su piso desde el portal y al poco rato la vi bajar saltando por las escaleras. Llevaba una camiseta de tirantes bastante ajustada que delineaba su fino vientre y dejaba en evidencia sus lindos pechos. Más abajo una cortita minifalda tejana se apretujaba contra sus muslos. Nos saludamos con un par de besos, lo que me permitió oler el frescor de su piel; sin duda también se acababa de duchar. Al comenzar a andar juntos pude apreciar por el movimiento de sus senos que no llevaba sostén, como era bastante habitual en ella, particularmente en verano.

—¡Que bien que vengas conmigo! Hacía tiempo que no salíamos solo tú y yo juntos… —me dijo alegremente.

—Sí, tienes razón. Seguramente desde antes que empezaras a verte con Ramón —respondí.

—¡Ay! ¡No me hables de ese mamón! Aún no me puedo creer que me haya dejado aquí tirada todo el verano, y ni siquiera se ha molestado en llamarme desde que se fue —dijo algo enojada.

—Bueno mujer, ya te llamará, a penas acaba de irse —dije percatándome de que no pasaban por su mejor momento.

Al llegar al descampado donde la feria se había instalado, vimos que la mayoría de los chavales del barrio ya estaban ahí, listos a gastarse sus pagas semanales en banales atracciones y chucherías. Cuando nos acercamos a la entrada vimos a un grupo de cuatro o cinco chicos, algo más mayores que nosotros, que al ver llegar a María se pusieron a mirarla, sonreír y murmurar entre ellos.

—¡Mierda! —exclamó María—. Esos son amigos de mi hermano. Son unos pesados; siempre me acosan con idioteces y obscenidades… — dijo, entonces me cogió del brazo y me arrastró con ella hacia ellos—. Ven conmigo, ¡y sígueme la corriente!

—¿Qué pasa María? ¿Te vienes a jugar con los mayores un rato? —dijo uno de los chicos, ignorándome a mí por completo.

—¡Dejadme en paz! —respondió ella—. Estoy con mi novio, así que cortaros un poco.

—¿Éste es tu novio? —dijo otro—. Pensaba que era el pijo ese larguirucho de las afueras —refiriéndose a Ramón.

—Ahora estoy con él —contestó María, y entonces me estampó un pico en la boca con el que me sorprendió.

Yo intenté actuar con naturalidad lo mejor que pude. Era la primera vez en la vida que María me besaba, y me dejó descolocado. Me esforcé al máximo para guardar la calma.

—Vaya María, cambias de novio como de abrigo —dijo un tercero—. ¿Ya sabe tu hermano lo putita que eres?

—¡Eh! —grité yo casi inconscientemente.

Fué casi instintivo, me pareció que tenía que intervenir, pero os aseguro que dos segundos más tarde temí por mi integridad física. Aunque yo me cuidaba bien y estaba fuerte, esos chicos eran más numerosos, más altos y más mayores que yo.

—Tranquilo chaval, que hay confianza con María —replicó el primero, con una risa reprimida—. María, dile que no hay problema; que somos amigos.

—Tranquilo cielo, que estos siempre están de guasa —dijo María dirigiéndose a mí, aunque sus ojos mostraban lo que realmente pensaba de esos pervertidos.

Entonces, abrazándome, me plantó otro beso en los labios. Ésta vez fue un poco más húmedo, abriendo ligeramente sus labios al rozarme. La verdad que ella empezaba a actuar conmigo tal y como yo la había visto actuar muchas veces con Ramón; cariñosa y juguetona. Simplemente era así como ella trataba a sus novios, y yo, aunque sólo fuera durante un instante y para sacarla de un apuro, recibí el mismo trato que el resto.

Pero a mí esos besos y la forma en la que me tocó al abrazarme, hicieron que me excitara y notaba mi bulto comprimido bajo mis pantalones. Me reprimí lo mejor que pude para no quedar en evidencia y estropearle la coartada a mi amiga.

—Bueno, nos vemos por ahí que nosotros estamos ocupados —dijo María despidiéndose y arrastrándome lejos del grupo de chicos.

Cuando estuvimos a cierta distancia me agarró un brazo y saltando de alegría me dijo:

—¡Gracias, gracias, gracias! Esos idiotas siempre andan molestándome. Realmente los odio, y odio a mi hermano por permitírselo. Pero estando tú aquí conmigo se tendrán que cortar un poco y dejarme tranquila.

—Pues mejor —comenté algo cortado.

—Perdona que te asaltara así de improvisto, pero es que he tenido que improvisar —me dijo ella sonrojándose ligeramente.

—Nada mujer, si no pasa nada —mentí—. Me alegra poder ayudar. Solo espero que Ramón lo entienda, si se entera…

—¡Y dale con Ramón! ¡Es él quien me ha dejado aquí tirada! ¡Todo el verano! —dijo otra vez enojada como antes—. En todo caso él te lo debería agradecer a tí, por protegerme de semejantes energúmenos. Además, a Ramón ya le dejaré yo saber lo que necesite saber. ¡Tú ni pío!

—Pues lo que tú mandes, María, no te llevaré la contra —admití aliviado.

—¡Si es que eres un cielo! —me dijo, y tal como estaba, aún agarrada a mi brazo, me volteó y me estampó otro beso. Esta vez era innecesario, pero me besó igual. Puede que le apeteciera jugar un poco.

Pasamos un rato disparando balines a unos globos, y al acabar vimos a ese mismo grupo de chicos muy cerca, haciendo cola en los autos de choque. Nos estaban observando.

—Ahí están esos brutos otra vez. ¡Mirándome el culo, como siempre! —dijo María fastidiada—. Ven conmigo, a ver si nos dejan en paz. —Y tomándome del brazo me llevó con ella rápidamente hacia otra de las atracciones, justo al lado de ellos.

Nos pusimos a hacer cola, y, asegurándose de quedar bien a la vista de esos idiotas, María se giró hacia mí y empezó a besarme con ganas. Yo tardé en reaccionar; no me lo creía, la verdad. Al poco tiempo ella estaba con una mano en el bolsillo trasero de mis pantalones y me comía la cara con sus labios carnosos. Empezaba a ser un morreo en toda regla. Yo me fui animando poco a poco y le acariciaba el pelo mientras abría mi boca para recibir su lengua, que ella forzaba dentro de mí.

Esta niña sabía lo que hacía. Todas esas íntimas experiencias que durante años ella me había confiado, la habían convertido en una chica fogosa y experta con los chicos. Sabía cómo calentarme y despertar en mí mis más bajos instintos. Me sentía en otro planeta, sus tiernos labios eran una delicia y el corazón me iba a cien por hora, por fín realizando el sueño de besar a mi amor platónico.

Entonces como un rayo me atravesó la imagen de Ramón, y lo que me diría si se enterara de esto. Un ligero sentimiento de culpa me invadió, pero ella, siguiendo con su muy convincente farsa para ahuyentar a sus acosadores, hizo que se desvaneciera rápidamente. Total, sólo eran unos pocos besos y roces, no era para tanto.

María iba vigilando a los amigos de su hermano de reojo, que seguían observando y cotilleando entre ellos. Se les veía disgustados, pero hasta cierto punto creo que disfrutaban mirando a María enrollarse conmigo, reforzando aún más la idea que tenían de ella de que era una cría fácil y calientapollas. No andaban del todo equivocados.

Pronto nos llegó el turno de montar en la atracción; era una de esas con tacitas que van girando. Al sentarnos María me dijo:

—¡Gracias otra vez! No habrá otra manera de que me dejen en paz. Creo que lo mejor será seguir actuando como novios todo el rato, para que no sospechen y nos dejen tranquilos. ¿No te importa?

—Claro, claro… No hay problema —respondí con forzada calma, reprimiendo mi euforia.

—¡Gracias! ¡Me salvas la vida! Oye y además pues… tú aprovéchate un poco, que será divertido. Favor por favor —y me sonrió guiñando un ojo.

La atracción se puso en marcha y María se agarraba a mí sin discreción. Yo la rodee con mi brazo derecho y me decidí a disfrutar del momento. Aunque fuera sólo por unas horas, María iba a ser mi novia.

Así pasamos la tarde, como una pareja cualquiera. De vez en cuando volvíamos a toparnos con ese grupo de energúmenos, pero para mí eso significaba que María se pusiera incluso más cariñosa, así que bienvenido era. Sus besos eran muy ardientes e intensos; su cálida lengua me sabía a gloria y ella me la ofrecía con facilidad.

En un momento dado, cansados de las atracciones y ya casi sin monedas que gastarnos, nos sentamos en la hierba de un parque contiguo, algo más apartado. Vimos al grupo de amigos vigilarnos desde un puesto de caramelos cerca del perímetro de la feria.

—Ven, quiero que les quede bien claro a esos brutos que no estoy disponible para sus flirteos —dijo entonces María.

Se sentó frente a mí, poniendo su culo sobre mis piernas, y acomodando las suyas alrededor de mi cintura. Al hacer esa maniobra, me ofreció al mismo tiempo una buena vista del interior de su faldita. Llevaba unas finas braguitas de algodón de color amarillo que se apretaban firmemente a su sexo. Se podía reconocer ligeramente el contorno y forma de su vulva, haciéndome recordar las imágenes de la otra noche cuando me la mostró sin pudor en el rellano.

—No sabía que besaras tan bien —añadió, y al instante me ofreció su boca una vez más.

Sentados como estábamos, se apoyaba con sus manos en mi pecho, acariciándome por encima de la camiseta. Bajé una mano sobre su muslo y fui subiendo hasta rozar su minifalda. La otra mano la tenía sobre su espalda, con la que la acariciaba de arriba a abajo, y en un par de ocasiones la llevé hasta pasar brevemente sobre su culo. Ella lo aceptaba con normalidad, como si realmente fuéramos amantes desde hace tiempo, y esa no fuera la primera vez que yo le tocara el culo.

A mí esa intimidad con María me estaba llevando a un éxtasis de placer que nunca había experimentado; era la chica de mis sueños, y ahí la tenía enteramente a mi disposición. Y lo más fuerte es que ella se dejaba hacer todo sin tapujos. Me dije que si me hubiera atrevido, me la habría tirado allí mismo y ella no me habría dicho ni mú.

Estaba tan excitado que temí correrme bajo mi pantalón, sobretodo cuando ella, agarrándome por la espalda, empezó un vaivén sobre mis piernas, apretando sus senos contra mí. Parecía casi como si a su vez ella me estuviera provocando adrede, comprobando hasta qué punto sería yo capaz de seguirle el juego.

Pero la cosa no pasó a más. Había gente pasando alrededor y el numerito que dábamos empezaba a atraer un poco la atención. Al levantarnos ya no vimos a los amigos de su hermano mayor, y asumimos que ya se habían ido. Empezaba a hacerse tarde y nosotros también decidimos irnos para casa.

Por el camino María continuó agarrada a mí, su novio por esa tarde, hasta llegar a su portal. Allí nos sentamos un momento en el lugar habitual, donde me dijo:

—¿Nos hemos divertido verdad? Gracias por hacerme de novio substituto, no sé lo que habría hecho si no hubieras estado ahí —sentenció sonriente.

—Bueno ya sabes, lo que necesites, hay confianza… —dije mientras ella se acercaba y me daba el último beso de la noche, y en ese momento pensé que probablemente el último de mi vida.

—Te lo agradezco –Y entonces añadió con toda naturalidad, fiel a su estilo—. Oye, he notado que tenías la polla dura toda la tarde. ¡Espero que no te duelan mucho los huevos! ¿Te harás una buena paja pensando en mí?

Me quedé helado. ¿Cómo se responde a algo así? Además, y yo que pensaba que había disimulado bastante bien…

—Bueno… es que… claro… –empecé a balbucear.

—¡No te preocupes, hombre! —me cortó, partiendose de risa—. ¡Has aguantado más de lo que pensaba! Cuando me senté encima tuyo creí que te ibas a correr. Me esforcé a frotarme bien contra tí, pero no, aguantaste. ¡Debes estar que revientas!

—Sí, bueno la verdad…—musité en voz baja, aún en estado de shock.

—Mira, te voy a dar algo que espero que te ayude; es lo mínimo que puedo hacer después de lo mucho que me has ayudado tú a mí —comentó.

Y entonces María, tomando mi mano, la llevó por debajo de su camiseta hasta sus pechos.

—Tócalas bién —dijo—, y luego vete a tu casa y piensa en esto mientras te haces una buena paja. Ya me contarás qué tal te ha ido —terminó sonriente y guiñando un ojo.

Seguí sus instrucciones al pié de la letra, sin duda. Palpé bién sus pechos desnudos bajo la camiseta durante un rato, y jugué con sus pezones. María me miraba complaciente, y de forma coqueta se se abría de piernas para mostrarme esas braguitas amarillas que llevaba. Fué espectacular. Pero todo tiene un final, y poco después nos separamos.

Yéndose ella hacia su escalera se giró y me dijo:

—¡Ah! ¡Casi se me olvida! Voy a la piscina mañana por la mañana. ¿Te apuntas? Quizá necesite que me hagas de novio otra vez —dijo riendo—.  Quién sabe, ese lugar siempre está lleno de idiotas intentando ligar conmigo —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Si, claro, no hay problema! —exclamé, lleno de excitación y de alegría en mi interior.

—¡Genial! ¡Hasta mañana! —Y María desapareció subiendo por las escaleras, y observé su culo balancearse de un lado al otro al hacerlo.

Al llegar a mi casa crucé el salón ignorando por completo a mis padres, que me miraron con cierto desdén. Pero era algo a lo que me tenían acostumbrado desde que entré de lleno en la difícil fase de mi adolescencia. Me dirigí frenéticamente a mi habitación, encerrándome con el pestillo. La corrida fue monumental.

Me acosté repasando en mi mente todo lo acontecido ese día, pero sobretodo con una tremenda excitación; la experiencia iba a durar al menos un día más.

Capítulo 3: La piscina

Me despertó mi madre gritándome desde la sala de estar:

—¡María al teléfono! ¡Sal ya de la cama y contesta!

Me había quedado dormido. De un salto me fui al salón y me afané en responder.

—¿Hola, María? —dije nada más tomar el mango del viejo teléfono de baquelita.

—¡Hola! ¿Qué tal? ¿Te quedaste bien descansado ayer? —preguntó alegremente.

Mi madre todavía rondaba cerca y recé para que no se diera cuenta de que me había puesto rojo como un tomate.

—Si… Bueno, ya sabes… Gracias —balbuceé avergonzado, mientras mi madre me miraba con cierto aire compasivo, sopesando mi dificultad para hablar con las chicas.

—¡Me alegro! —dijo María sin más—. Espero que estés listo para ir a la piscina. ¿Te vienes?

—Vaya… De hecho me acabo de despertar. Necesito un ratito para prepararme —respondí.

—Vale no pasa nada —dijo con indulgencia—. Entonces yo ya me voy para allá y te espero dentro.

—Vale gracias, hasta ahora —me despedí.

Me preparé tan rápido como pude y quince minutos más tarde ya me encontraba corriendo por la calle de camino a la piscina. Eran unas instalaciones bastante nuevas y modernas en una zona residencial en pleno desarrollo, cortesía de la burbuja inmobiliaria. Contaban con una zona de piscinas grandes con agua a diferentes temperaturas, tipo ‘Spa’, y también una zona lúdica al aire libre con varios toboganes y sitio para tomar el sol.

Cuando llegué me fuí directo al exterior, y tras buscar un poco encontré a María, estirada sobre su toalla en una zona grande de césped. Tenía a su lado dos de los chicos del día anterior hablando con ella.

—¡Hola! —saludé al llegar.

María tenía cara de circunstancias. Parecía que esos dos caraduras, al verla a ella sola, se aprovecharon para pegarse a ella como lapas y empezaron a molestarla.

—¡Hola! ¡Por fin has llegado, cariño! —dijo María, saltando como un resorte para recibirme—. ¿Veis? Ya os he dicho que le estaba esperando —dijo dirigiéndose a los otros—. ¡Cuánto has tardado cariño! Ven ponte a mi lado, ¿le hacéis un hueco a mi novio, verdad chicos?

Los dos chavales, que no me dijeron ni hola, se apartaron a regañadientes y dejaron un sitio al lado de María. Les había aguado la fiesta.

—Necesito que me pongas crema por atrás —dijo, y echándome una mirada que lo decía todo, continuó—, los amigos de mi hermano han insistido mucho en ayudarme… pero ya les he dicho que estabas a punto de llegar.

La verdad que María estaba espectacular. Llevaba un bikini verde manzana muy llamativo y hacía juego con sus ojos. La braguita era sensacional, quedando bastante abajo en sus caderas y muy ajustadita a su piel. Se ataba con unos lazitos a los lados dejando expuestas gran parte de sus nalgas. El top consistía en dos pequeños triángulos que también iban atados con unos lazitos en la espalda y el cuello. Pude apreciar el bultito donde sus pezones se marcaban en la tela. Era un espectáculo verla.

Se estiró boca abajo sobre su toalla y me preparé para untarle la crema solar. Eso no podía empezar mejor, era el tipo de situación excitante que había esperado encontrarme al acompañarla a la piscina. Pero una vez más, el fantasma de Ramón se apareció fugazmente por mi cabeza, juzgándome mientras yo me deleitaba acariciando la piel de su novia medio desnuda.

—Ahora más abajo cielo —me dijo María, colaborando así a borrar la culpa de mi consciencia, y lo acompañó levantando un poquito su culito para indicarme dónde quería la crema.

A la mierda con Ramón, pensé, no se hubiera ido. Y me regalé magreando las piernas de su chica desde los pies hasta el culo, que yo acariciaba sin pudor ahí donde la braguita no tapaba. Me empecé a relajar y a disfrutarlo de verdad. Ya ni siquiera me molesté por esos dos idiotas que seguían a nuestro lado, observando la escena con envidia y mordiéndose los dientes.

Cuando terminé, después de explayarme con gusto, María se giró y me lo agradeció con un cálido beso, e introduciendo su dulce lengua en mi boca jugó con la mía por unos segundos. Todo ello para hacer el numerito delante de esos dos capullos, dichosa mi suerte.

—Ahora te doy yo, cariño —dijo.

Me estiré en la toalla, aprovechando para ocultar el bulto que empezaba a crecer bajo mi bañador. María se sentó en mi trasero y empezó a extender la crema solar sobre mi espalda. Me masajeaba de maravilla, recreándonse en cada rincón de mi piel. Creo que, sobretodo, su objetivo era acabar de incomodar a esos dos tipos que seguían plantados a nuestro lado.

—Bueno nosotros nos vamos a bañar un rato… —dijo finalmente uno de los energúmenos, claramente fastidiado.

—¡Vale, adiós! —dijo María sin tan solo dignarse a mirarlos.

Los chavales se fueron a bañar murmurando algo que no entendí mientras se alejaban. Cuando nos quedamos solos, mi amiga me dijo:

—Uf… Menos mal que has llegado rápido. No tenía ni idea de que iban a estar aquí… ¡Qué pesados! Insistían en ponerme crema y no dejaban de bromear con que me quitara el top del bikini para tomar el sol —se quejó—. En serio, le enseño mis tetas a cualquiera sin problema, pero no a esos imbéciles. Són unos gilipollas pervertidos… Ya le he dicho a mi hermano que me dejen en paz, pero dice que soy una mojigata y que exagero. ¡Es igual de capullo que ellos!

—Bueno, pues aquí estoy yo para salvar el día —le dije sonriendo.

—Sí —contestó con una sonrisa—, pero ves con cuidado amigo mío, que el bañador no te tapa nada. Se te ve la polla dura. —Y riéndose me señalo el paquete, el cual rozó con su dedo índice.

Me enrojecí. La verdad que después de la sesión de masajes mutuos ya la llevaba a media asta, y a ella no le había pasado por desapercibido.

Al poco rato los dos amigos de su hermano volvieron y se sentaron otra vez a nuestro lado. María, con cara de agobio, ni siquiera quiso darles pie a que nos dijeran nada. Así tal cual empezó a enrollarse conmigo, tal como hiciera el día anterior. Era increíble volver a sentir la calidez de sus labios y el sabor de su aliento.

Me besaba de una forma tan caliente, que mi polla empezó a doler de lo dura que estaba. Como estábamos sentados me era imposible disimularlo, y en un momento estábamos haciendo un numerito allí en frente de todos. María también se percató de ello y rápidamente, para no dejarme en evidencia, me empujó hacia atrás tirándome sobre la toalla y se sentó sobre mi paquete.

Continuamos besándonos. Era evidente que ella sentía mi pene bien firme entre sus piernas, y ese pensamiento aún me excitaba más. Creo que ella también se fue excitando porque sus mejillas estaban más sonrosadas de lo habitual. Ella, igual que en la feria, no se cortaba y daba rienda suelta a su sensualidad.

La escena fue demasiado para los dos amigos de su hermano, claramente contrariados, y mi querida amiga para rematarlo, paró un segundo y se dirigió a ellos diciendo:

—Oíd chicos, me gustaría estar un rato a solas con mi novio. ¿No os importa iros a otra parte?

—Será calientapollas, la puta… —empezó a decir uno en voz baja mordiéndose los dientes, pero el otro rápidamente le cortó la palabra, probablemente sopesando las consecuencias de insultar a la hermana menor de su amigo.

—Vale María —dijo—, cuídate y saludos a Manuel cuando lo veas —y empujando al otro, que estaba muy cabreado, se fueron a otro lado de la piscina a tomar el sol.

—Ya era hora… —dijo María—. Pero continuemos un rato más, que seguro que nos vigilarán igual que ayer.

Y así, mi novia por un día continuó besándome ardientemente. Tomó mi mano izquierda y directamente la condujo hacia sus nalgas. Con su permiso, acaricié su culo por encima y por debajo de sus braguitas sin reservas. Ella, claramente excitada, empezó un pequeño vaivén sobre mis genitales. Sentía el roce entre nuestros sexos a través de los bañadores y supe que María lo disfrutaba ya que gemía sutilmente mientras nos besábamos. Por suerte para mí, era aún relativamente pronto y no había mucha gente en la piscina, lo que debía ayudar a que ella estuviera más desinhibida.

Durante unos cortos pero gloriosos minutos no existió nada más, pero entonces los gritos de unos niños que, jugando a pelota, pasaron corriendo cerca de nosotros, nos hizo ser conscientes de dónde nos encontrábamos. Así que un poco sofocados nos separamos y nos estiramos cada uno sobre su toalla. Yo lo hice boca abajo por obvias razones.

—Tienes una buena polla, al menos lo parece. Te lo tenías guardado. ¿Cómo es que no te la he visto antes? —me dijo en voz baja después de unos largos segundos de silencio.

—Bueno, normal, no sé… —respondí un poco incómodo, aunque halagado por el comentario.

—Oye, me he dejado llevar un poco, no me he podido retener —dijo entonces.

—Si ya lo he notado… —contesté tímidamente.

—Es que me lo estoy pasando muy bien, espero que no te moleste —añadió ella.

—No, claro que no, yo también me lo paso bien —respondí rápidamente.

—¡Gracias! Bueno, y tú ya sabes, aprovecha también y no te preocupes, favor por favor —siguió, justificando sus acciones—. Ah, y luego te ayudo a solucionar lo tuyo, igual que ayer. ¿Te hiciste una buena paja después de tocarme las tetas? —preguntó guiñando un ojo.

—Bueno María… pues la verdad que sí —dije encogiendome de hombros.

—Jeje… —dijo con malicia— Bueno, pues luego te doy algo que te va a gustar más —continuó, dejándome a la vez inmensamente excitado e intrigado.

El resto del tiempo que pasamos en la piscina lo hicimos como si fuéramos novios de todo derecho. La excusa seguía siendo que los amigotes de su hermano andaban cerca y en cualquier momento podían sospechar de nosotros si cambiábamos la forma de actuar.

Seguía pensando en Ramón de vez en cuando. A pesar de que no era para mí un amigo muy cercano, me sentía en el fondo algo culpable por aprovechar tanto de la situación. Pero al fin y al cabo, María era la tía más desinhibida y cachonda que había conocido jamás, además de guapa y sexy. Ramón tenía que saber que era un riesgo muy grande irse por tanto tiempo y dejarla aquí sola.

Con la confianza que yo iba ganando me fui atreviendo a tocarla un poco más intrépidamente, cosa que ella aceptaba con naturalidad. Lo flipante es que era ella misma la que me animaba a aprovechar más, como si todo fuera parte de un juego, un simple entretenimiento para pasar el rato.

—¿Ya que nos encontramos en ésta situación, por qué no sacarle partido? —fué su argumento— ¿A caso no te lo estás pasando bien?

La segunda vez que le apliqué la crema solar, me pidió que le diera por delante y por detrás. Acaricié con clínica precisión cada rincón de su piel, presionando ligeramente sus carnes y delineando cada curva de su perfecto cuerpo. Toqué sus pechos prácticamente expuestos por esos mínimos triangulitos de tela. Bajé por su vientre hasta acariciar la parte superior de su pubis, sus ingles, la cara interna de sus muslos, sus nalgas… todo aquello que quedara expuesto al sol. María me dejaba hacer, relajada, semidormida y disfrutando del masaje.

Ella también se ofreció a ponerme crema, e igual que yo, también se regaló en palpar mi cuerpo y comprobar el estado de mis músculos. No es que yo sea ningún adonis, pero practico deporte regularmente y supongo que por los estándares de nuestra sociedad actual, no estoy del todo mal. Quise pensar que en cierto nivel María estaba descubriendo en mí que podía ser un amante adecuado para ella, y dejara de verme sólamente como su confidente amigo de infancia.

Mientras seguía con su masaje bromeó una vez más con el tamaño de mi pene, y no dudó en rozarlo discretamente a través del bañador. Luego, al estar yo boca abajo, me puso crema por los muslos y fué subiendo hasta pasar sus manos por debajo de mis shorts, llegando hasta el culo, el cual sobó sin recato.

—¡Ups! Supongo que no te vas a quemar ahí —dijo coqueta.

También pasamos bastante tiempo jugando en el agua. Lo típico, ahogadillas y saltar desde el trampolín. Por supuesto que aprovechamos para rozarnos lo más que pudimos bajo el agua con cualquier excusa. Yo estaba en el paraíso, jamás María me había tratado de aquella manera.

Pasado el mediodía el calor era ya insoportable, y la piscina estaba ya muy abarrotada para nuestro gusto. María examinó la multitud, para ver si los amigos de su hermano todavía andaban por ahí. Hacía rato que los habíamos perdido de vista y ya no los vimos por ninguna parte, cosa que la tranquilizó.

—Bueno. ¿Qué te parece si nos vamos ya? Empiezo a tener hambre —dijo María.

—Sí, yo también. Y me agobia tanta gente —añadí.

Recogimos y nos fuimos hacia los vestuarios. Esas piscinas tenían espacios de duchas separados para hombres y mujeres, obviamente, pero después se accedía a una zona común para las taquillas. Al final, cerca de la salida, había otra zona común pero con cabinas privadas para cambiarse. Estaba hecho así para facilitar el acceso a padres con niños que podían así estar juntos para cambiarse.

Justo antes de separarnos en la zona de duchas María me dijo:

—Espérame al otro lado, ¿vale?

Y así lo hice. Me duché rápidamente sin quitarme el bañador, sólo para deshacerme del cloro, y la esperé a la salida de la ducha, justo antes de las taquillas. Mi amiga salió envuelta en su toalla y con el bikini en la mano. Recogimos nuestra ropa y nos dirigimos juntos hacia la zona de vestuarios. Había varias cabinas libres y lógicamente me encaminé hacia una de las pequeñas, yo solo. Pero entonces María me paró cogiéndome del brazo.

—¡Entra conmigo! —dijo, y me arrastró con ella dentro de otra cabina más grande—. Es que no me gusta encerrarme aquí yo sola —sentenció sonriente.

Una vez dentro y con la puerta bien cerrada se giró hacia mí y, con un gesto sexy y elegante, se deshizo de su toalla. Sí, María quedó completamente desnuda delante mío. Me miraba desafiante, mostrándose a mí al natural sin ningún pudor.

Yo me quedé completamente embobado mirándola. Verla así desnuda al completo era espectacular, mejor que en la mayor de mis fantasías. Cierto, había podido apreciar su cuerpo casi desnudo con anterioridad, incluso había podido observar su sexo con detalle, pero era la primera vez que la veía en cueros íntegramente.

Sus piernas, sus caderas, su cintura, sus pechos… todo formaba una armonía de curvas y formas que rozaba la perfección. A esa belleza se sumaban sus pezones, que eran grandes pero no en exceso, en justo equilibrio con el tamaño de sus pechos. Y su sexo era una delicia, con unos labios mayores abultados y recubiertos de una fina capa de vello castaño claro.

—¿Te vas a quedar ahí parado? Venga, quítate el bañador —me dijo tranquila pero descaradamente.

Me quedé parado un momento, no me esperaba eso. Le hice caso, aunque con bastante lentitud por la vergüenza que me daba. Fui deslizando el calzón hacia abajo hasta que finalmente apareció delante suyo mi pene, demostrando una muy decente erección.

—Mmmm… Sí, como me imaginaba, la tienes muy dura —añadió ella—. Estás que revientas, creo que vas a necesitar un poco de ayuda.

Y sin más se me acercó, y de pie, tal como estábamos, me agarró el pene con las dos manos y empezó a hacerme una paja suavemente.

—Oye, gracias otra vez, me has ayudado mucho… —dijo sin parar de masturbarme—. Esto es parte de nuestro trato, ¿no? Te haces pasar por mi novio y yo me aseguro de que lo disfrutes.

—Aha… –dije con un hilo de voz, sumamente excitado, mientras ella iba aumentando el ritmo de la paja.

—Venga, tócame las tetas no te cortes, que para eso están —me dijo, y seguía acelerando el ritmo.

Yo estaba en éxtasis. Me iba a correr en cualquier momento. Sus cálidas manos hacían maravillas, y yo, siguiendo su recomendación, le iba magreando a placer los pechos y pellizcándole los pezones.

Cuando ya no pude aguantar más la avisé:

—María, que me corro…

Pero ella continuó masturbándome sin apartarse. Es más, con un pequeño movimiento de cadera levantó su culito, acercando su pubis hacia mis genitales, y haciendo que el glande rozara su vello púbico.

Me corrí en ese momento. Mi esperma salió disparado directamente sobre el monte de Venus de María. Ella se apartó un poco, y numerosas descargas de mi semen se aferraron a su piel desde su bajo vientre hasta sus muslos.

—¡Joder! ¡Cuánto te sale! ­—exclamó ella sin dejar de sacudir mi polla con una mano. Cuando saqué la última gota me dijo—: Siéntate un momento, seguro que te hace falta.

Me senté en el banquillo del vestuario como me aconsejó, medio aturdido, y me quedé observándola. Ví esos grandes charcos de mi semen que empezaron a escurrirse por su piel. Una buena cantidad se había pegado a su vellos púbicos, y sus manos brillaban, completamente húmedas con flujos acumulados entre la paja y la corrida.

María se mantuvo allí de pie unos instantes, como evaluando la situación, y examinando todo el semen que la había salpicado. Se acercó las manos a la cara para olerlas y dejó ir un suspiro de satisfacción. También la ví sacar la puntita de la lengua para comprobar el sabor y consistencia de ese líquido. Por su cara me pareció que le agradó.

Seguidamente y ante mi asombro, empezó a vestirse, sin antes limpiarse. No hizo ademán alguno de alcanzar una toalla para lavar los restos de mi corrida de su cuerpo. Me quedé parado contemplando la escena. A medida que se iba vistiendo, iba manchando la ropa de semen.

Se puso unas braguitas de algodón color naranja y al subirlas y entrar en contacto de los restos de mi corrida, se mojaron por delante, oscureciendo un poco el color de la tela. Lo mismo hizo con su vestido de verano, que al deslizarlo por su torso se fue manchando, dejando unos grandes lamparones húmedos sobre su vientre. Bajo la falda del vestido, apareció un goterón de mi esperma que se escurría pierna abajo.

No me lo creía, iba a salir así tal cual a la calle, con mi semen en contacto con su piel, incluso dentro de sus braguitas, justo encima de su coño.

—Espabila que no tenemos todo el día —me dijo entonces, sacándome de mis pensamientos.

Me vestí rápidamente y pronto estuvimos los dos listos y en la calle. Como de costumbre caminamos juntos hacia su casa. Al llegar a su portal me dio otro beso con lengua para despedirse.

—Espero que te lo hayas pasado bien —dijo alegre, como si nada.

—Sí, mucho —respondí con voz ronca, aún bastante excitado, viendo las manchas que habían quedado en su vestido.

Entonces María pronunció las palabras que, sin saberlo, más deseaba escuchar en ese momento:

—Oye, tenía plan de salir con unas amigas del instituto ésta noche. Iba a decirles que no podía salir, ya sabes, porque no quería ir yo sola. Pero si te va bien, podemos ir tú y yo juntos. ¿Qué te parece?

—Bueno claro… —empecé a balbucear, sin poder creer mi suerte.

—Es que es una cita con novios… ya sabes, ellas estarán ahí con ellos y no quiero estar yo aguantado velas… —argumentó.

—Vale María, lo que necesites —contesté, aunque admito que apenas podía contener mi entusiasmo.

—Eres un cielo. ¡Hasta luego entonces! —celebró sonriente.

La observé mientras desaparecía detrás de la puerta acristalada de su portal. Sus pezones se notaban endurecidos y se marcaban sobre la tela de su vestido. Su culito respingón bailaba de un lado al otro de forma coqueta, con un vaivén hipnótico,

Me fuí para mi casa otra vez más con la esperanza de alargar esa experiencia un poco más. Ya en mi habitación, me hice otra monumental paja, repasando en mi cabeza todo lo ocurrido en la piscina. Luego me eché una siesta, soñando con María.

Capítulo 4: La cita

Después de cenar me presenté de nuevo en el portal de mi amiga, que no se hizo de esperar. María llevaba un vestido diferente al de esa mañana. Era blanco con un estampado y bastante más corto, lo que casi parecía imposible. Era apenas una minifalda, que resaltaba de una forma muy sexy su culito.

Nos saludamos y nos dirigimos juntos hacia el lugar donde se había citado con sus amigas.

—¿Te has hecho otra paja en tu casa? —me preguntó ella sin cortarse un pelo.

—Yo… bueno. Sí, la verdad —respondí avergonzado.

Me sonrió con malicia.

—¿Te has corrido pensando en mí, o pensabas en otra? ¿O estabas mirando porno o algo? —preguntó con toda naturalidad.

—No, bueno… estaba pensando en tí, con lo de la piscina —contesté, viéndome obligado a ser honesto con ella.

—¿A sí? —exclamó con falsa sorpresa—. ¡Qué halago! Pues mira… yo la verdad que también me he masturbado ésta tarde —continuó—. Después de tocarte la polla en la piscina me he quedado bastante caliente. Al llegar a casa mis braguitas estaban empapadas, y no sólo por la cantidad de lefa que me echaste…

Se echó a reír mientras me recordaba lo guarra que la había puesto y la cantidad de semen que le había echado encima. Entonces me agarró de un brazo, haciendo que paráramos en un lado de la acera y me dijo:

—¡Mira! ¡Me he dejado las bragas puestas! —Y ahí, en medio de la calle, se levantó el vestido y pude comprobar que llevaba las mismas braguitas naranjas de esa mañana.

Aún se podían ver trazos de la mancha de mi semen en ellas pero además, al acercar su pubis hacia delante para mostrármelas, pude apreciar que la zona que cubría su sexo seguía teniendo una gran mancha de humedad.

—Toca, mira que mojada voy —dijo al mismo tiempo que agarró mi mano y se la llevó justo sobre su coño.

Pude palpar esa humedad brevemente, pero paré para no llamar demasiado la atención de otra gente que se paseaba por la calle. Me quedé flipado, estaba empapada, y al acercar mi mano para olerla inhalé el aroma del que me había impregnado. Yo ya estaba muy cachondo y apenas acabamos de empezar la noche.

Ella siguió caminando divertida, disfrutando con su pequeña tortura sexual. Cuando ya casi estábamos llegando a la plaza donde nos esperaban sus amigas, María me dijo:

—Oye, una cosa; mis amigas se piensan que vengo con mi novio. De hecho, como nunca lo han visto, se pensarán que eres tú. Será mejor que les sigamos el rollo y te hagas pasar por Ramón. Así no la liamos. ¿Te importa?

A mí la verdad que eso me fastidió mucho; un frenazo mayúsculo. Estaba empezando a sentirme realmente cómodo en mi rol de “novio” de María, disfrutando de ella más de lo que nunca había soñado. Y ya me costaba suficiente suprimir de mi cabeza el hecho de que yo no era más que un substituto, para que me lo tuvieran que estar recordando toda la noche.

—Claro, como quieras… —le respondí a regañadientes, sin poder ocultar mi decepción.

—¡Gracias! ¡Eres el mejor! —exlamó con entusiasmo. Luego, tomando en consideración mis sentimientos, añadió—: No te lo tomes a mal si te llamo Ramón, es sólo para hacer el paripé sin que ellas sospechen. ¿Vale?

Entonces me agarró y me dió un largo y cálido beso que me hizo olvidar los celos al instante.

—Oye… y quizá te lo agradeceré el doble —me dijo casi susurrando al terminar de besarme.

Llegamos finalmente y ahí estaban sus dos amigas con los respectivos novios. Nos saludamos y nos presentamos todos. Me sorprendió un poco, pero efectivamente parecía ser la primera vez que María les presentaba su nuevo “novio”. Pero quién sabe, al ser Ramón de mi instituto y ellas de otro, puede que no hubiera encontrado aún la oportunidad de hacerlo. Al fin y al cabo las vacaciones acababan de empezar.

—¿Así que tú eres Ramón? —dijo una de ellas, una tal Raquel— Me alegro de conocerte finalmente.

—Sí, un placer. María nos ha hablado mucho de ti… —añadió la otra amiga con algo de picardía.

Ésta última se llamaba Tania, y enseguida noté que era la que llevaba la voz cantante del grupo. Se la veía muy extrovertida y con mucho desparpajo, y no dudó en darme un buen magreo en el torso cuando se acercó a darme un par de besos. Entonces me acordé de lo que María me contó unos pocos días atrás, cuando dejó a Ramón correrse dentro de ella. Deduje que se trataba de la misma Tania, lo cual me encajó con el personaje.

A pesar de ser la más lanzada y atrevida de las tres amigas, en contraste Tania tenía un aire inocente, casi infantil, lo que acentuaban sus ojos claros y sus cabellos cortos y rubios. Además era bajita de estatura, pero muy bien proporcionada y atractiva. Raquel era bastante alta, morena y de piel muy blanca. Era guapa, pero demasiado delgada para mi gusto. Ellas también vestían cortos vestidos de verano, e iban acompañadas de sus respectivos novios; dos chicos fuertes y altos, que eran claramente mayores en edad que el resto de nosotros.

La verdad que entre los chicos no hablamos mucho; ellas llevaban su conversación y nosotros íbamos siguiendo, asintiendo de vez en cuando. Después de pasear un rato, nos sentamos en un banco y uno de los chicos sacó de una bolsa una botella de calimocho, que empezamos a compartir pasándola de uno a otro.

Las chicas hacían broma con la bebida, y antes de pasarla a alguno de los chicos se ponían a lamer descaradamente la boca de la botella. Los chicos nos se arrugaban, y haciendo que les daba igual se ponían a lamer ellos mismos las babas que habían dejado, sin importarles de quien fueran. Las chicas se partían de la risa, pero a mí me costaba entrar en el juego.

Entonces Tania hizo algo que nos sorprendió; antes de pasarme la botella, ya que era mi turno, se la llevó a su entrepierna. Abriendo bien las piernas y apartando a un lado las braguitas en frente de todos, se introdujo el cuello de la botella unos centímetros. Entró tan fácilmente que imaginé debía estar bastante mojada, y lo pude comprobar cuando me pasó la botella un momento después, completamente empapada con un fluido blanquecino.

Las chicas se partían de la risa y los chicos creo que estaban tan alucinados como yo. Me puse completamente rojo, medio excitado y medio avergonzado, pero acabé por llevarme la botella a la boca, provocando risas y aplausos de las chicas. María no dudó en imitarla y repitió la escena, esta vez antes de pasar la botella al novio de Tania, que completamente impávido se deleitó limpiando con la lengua los flujos de mi amiga.

Era una dinámica bastante particular la que llevaban estas amigas, y no me sorprendió cuando al cabo de un rato, Tania propuso ir a Las Alamedas y tirarnos un rato en la hierba a ver las estrellas.

Las Alamedas era un bosquecito en los límites del barrio, como una especie de parque. Había varios lugares donde hacer barbacoas y picnics, y mucha gente solía pasar los domingos ahí en familia. Pero por las noches era más conocido como un picadero, donde muchos jóvenes y adolescentes sin mejor lugar donde esconderse habían perdido su virginidad.

Estaba claro, las chicas querían aprovechar la ocasión para enrollarse con sus novios, y lo que se terciara. María me miró un poco con cara de circunstancias, sin saber muy bien cómo me lo tomaría, pero les seguí la corriente para no levantar sospechas. María me sonrió agradecida, si me hubiera negado habría quedado mal delante de sus amigas.

Al llegar al lugar encontramos un descampado solitario y nos estiramos en la hierba. Allí charlamos un poco más, o más bien dicho, los chicos escuchamos como las tres chiquillas cotilleaban sobre yo-qué-sé-qué y criticaban vé-a-saber-quién. Pero sin más era una noche agradable de verano, y se observaban muy bien las luces de la ciudad y las estrellas.

A medida que pasaba el rato, las chicas empezaban a ponerse más cariñosas con sus respectivos. María, para no quedarse atrás, también me acariciaba, me besaba y presumía de novio delante de sus amigas. Pero rápidamente la cosa fue subiendo de tono, y en poco rato nos estábamos enrollando cada pareja por su lado. Yo sucumbí a la irresistible sensualidad de María y me dejé llevar, acariciando sus piernas debajo de su vestido.

Minutos después ya se había hecho completo silencio, nada más se oían pequeños gemidos que venían del lado de Tania, y el ruido particular que hacían los morreos y las ropas al rozarse. Me fijé en que Raquel y su novio habían desaparecido, probablemente buscando privacidad en algún rincón.

A tan sólo un par de metros de nosotros pude ver a Tania acostada sobre su chico, quien posaba las manos en su redondo trasero por debajo del vestido. En ese momento, mientras los observaba, Tania también dirigió su mirada hacia María y yo. Me regaló una sonrisa con cierto aire perverso, y fijó sus ojos en mí mientras agarraba las manos de su novio animándolo a achucharle sus cachas. Estaba claro que se lo iban a montar ahí mismo a nuestra vista y ella esperaba poder vernos a nosotros también.

En ese momento María, siguiendo los pasos de su amiga, se acostó sobre mí. Posó su entrepierna sobre mi paquete, mostrando bajo su vestido las famosas braguitas naranjas. Entonces seguimos besándonos, pero yo con el rabillo del ojo vigilaba a Tania, ya que me ponía algo nervioso el hecho de que estuviera tan cerca observándonos.

Ellos por su lado se iban animando más; su novio le había bajado los tirantes del vestido y le estaba comiendo las tetas sin mesura. Esa chica de cara inocente parecía poseída por el placer, y se restregaba sobre su chico muy sensualmente. La escena contribuía igualmente a mi excitación, que era máxima teniendo en cuenta que yo por mi parte también tenía a María montada sobre mí, rozando su sexo contra el mío a través de la ropa.

Tania y su novio realmente iban muy lanzados y me tenían hipnotizado. Al poco rato la jovencita se levantó y se sacó las braguitas, y con maestra destreza, se deshizo también de los pantalones y calzones de su hombre. Con su vestido convertido en un amasijo de tela enrollado a su cintura, bajó sobre el pene de su amado y empezó a cabalgar frenéticamente. Pude apreciar que llevaba su sexo completamente depilado, y con la humedad, le brillaba de una manera particular bajo la luz de las estrellas.

María, viendo que nos íbamos quedando un poco atrás, pasó al siguiente nivel:

—Quítate los pantalones —me dijo mientras me ayudaba a desabrochar el cinturón. Instantes después mis jeans estaban fuera.

Entonces, levantándose aún más el vestido, se volvió a posar sobre mí quedando su sexo en contacto con mi pene erecto solamente a través de la fina tela de nuestra ropa interior. Al estar los dos ya empapados y sudorosos, la sensación fue muy real, casi como si no lleváramos nada.

Ella empezó a moverse sobre mí con más ímpetu, y noté como los labios de su vulva se abrían y acogían entre sí mi miembro a través de sus braguitas mojadas.

—¡Tócame! —dijo María, ya casi gimiendo.

Sin dudarlo puse una mano sobre uno de sus pechos. No llevaba sostén, y lo aproveché para adentrarme dentro de su escote y volver a disfrutar de sus pezones. La otra mano la dirigí a su culo, y directamente la llevé por debajo de su vestido y sus braguitas. Pasé un rato alternando sus pechos y su culo, disfrutando con cada vaivén de María sobre mi polla.

Me recreé en sus nalgas con firmeza, y poco a poco me aventuré incluso un poco más lejos, alargando mi brazo tanto como podía. Acariciaba su tierno y blanco trasero, yendo desde sus nalgas hasta introducirme ligeramente en su raja. Estirando un poco más el brazo, llevé mis dedos más profundamente llegando a tocar su ano. Tenía el esfínter apretadito y era muy suave al tacto. Con mi dedo índice lo toqué repetidamente y fui apretando hasta que cedió un poco, dejando mi uña entrar a dentro. Ella no oponía resistencia alguna y a mí me estaba poniendo al límite. Mi dedo se adentraba un poquito y lo volvía a sacar, repitiendo la acción unas pocas veces.

María gemía de gusto, al compás de mi intrusión anal, y eso fue el detonante para que yo me corriera. Debí sacar al menos medio litro. Notaba mis calzoncillos completamente llenos, y la humedad era tal que traspasaba más allá de la ropa interior. En ese estado, María reposó un minuto sobre mí.

Giré mi cabeza una vez más para mirar a Tania; a cuatro patas recibía la polla de su novio clavándosela a toda máquina. Desde mi perspectiva veía la cara de la chica y sus tetas balanceándose con cada embestida. Levantó la cabeza y me aguantó la mirada. Su expresión era de total goce y vicio, y estaba sonrojada y sudorosa.

—Oye, no me dejes tirada ahora. ¡Tienes que aguantar un poco más! —dijo María distrayéndome.

Acto seguido se bajó los tirantes del vestido y dejó expuestos sus jóvenes senos. Eso ayudó, y mi polla empezó a ponerse morcillona otra vez. Tomó mis manos y las puso sobre sus pechos, acariciándose con ellas.

—¡Vaya! ¡Cómo nos has puesto! —dijo, refiriéndose a mi corrida que seguía extendiéndose más allá de mis calzoncillos sobre nuestra piel.

Entonces, levantándose ligeramente, me agarró el slip por un lado y me desprendió de él, lanzándolo a un lado. Se volvió a sentar sobre mí, ésta vez directamente sobre mi pene, que inmediatamente reaccionó al sentir el contacto directo con sus mojadas braguitas. Pude sentir una vez más lo abultado que tenía el coño que, como si fuera un guante, envolvió mi polla con fantástica facilidad.

Poco a poco María fue retomando un ritmo de vaivén sobre mí. Yo por esas alturas ya estaba a tope de nuevo. Ella, a medida que sentía mi polla crecer bajo su vulva, acentuaba sus movimientos y se tornaban más fuertes, más intensos, favoreciendo al máximo el contacto entre nuestros sexos.

Mi amiga estaba completamente entregada al placer, y comenzó a gemir un poco más fuerte, llamando la atención de Tania y su novio, que pararon para observar. Probablemente desde su perspectiva simplemente parecía que María me estaba follando con pasión.

—¡Jooderrr, qué gusto! —gimió con rabia.

Yo también lo disfrutaba al máximo. Los labios de su sexo se abrían para recibir mi miembro a través de sus calzones y, dada la extrema humedad, casi podía imaginar que follábamos de verdad. Al cabo de unos minutos María lanzó un gemido diferente, como mudo, y tensando su cuerpo sobre mí se corrió intensamente.

Mi pene estaba a reventar, pero también lo noté algo dolorido después de tanto roce con la tela de sus braguitas. Yo quería continuar, pero el orgasmo había dejado a mi amiga como en trance, y aunque retomó con cierta pereza el movimiento casi molestaba más que otra cosa.

De repente, como si hubiera adivinado mis pensamientos, María se levantó y se colocó encima mío en posición de sesenta y nueve. Me agarró el pene con una mano y empezó a lamerlo suavemente con su lengua y apresarlo con sus labios. La suavidad de su boca me sentó como un bálsamo. Me acariciaba y lengüeteaba con delicadeza, desde el glande hasta la base y sin olvidarse de mis testículos. Todo ello lo acompañaba con una exquisita paja que proporcionaba al compás del movimiento de su boca.

A escasos centímetros de mi cara quedó la entrepierna de mi amiga. Los olores que emanaban de sus braguitas eran sobrecogedores. Empecé a tocar con vicio, a magrearle el trasero y el bulto de su vulva por encima de la tela. Luego aparté a un lado la braguita y me afané en explorar su sexo con mis dedos y mi lengua. Me sabía a néctar sagrado.

Gocé de cada minuto, era el paraíso, e inevitablemente el propio placer me traicionó y me volví a correr, aunque esta vez dentro de su boca. Al parecer a mi amiga no le gustaba desperdiciar nada.

Cuando volví a la realidad, ví que a nuestro lado Tania ya había terminado y su novio se estaba vistiendo. Pero ella había estado observando sentada en la hierba aún desnuda y con una mano en su sexo. Decidí empezar a vestirme también, recuperando los calzoncillos y el pantalón que habían quedado tirados a mis pies. María se levantó y rápidamente pudo recomponerse el vestido y la ropa interior.

Aparentemente a nuestra amiga Tania no le corría prisa vestirse. Me pareció que hacía todo lo posible para alargarlo, asegurándose de que me diera tiempo a verla bien por cada rincón. Se puso el cortito vestido por encima estirando bien su cuerpo, y al ponerse las braguitas, se inclinó hacia delante sin doblar las rodillas, dándome una visión perfecta de sus nalgas abiertas y su lampiño coño, todo ello tomándose su tiempo. ‘Vaya con la niña’, pensé, ahora entendía dónde aprendió María a ser tan descarada.

Cuando terminamos de vestirnos aparecieron de nuevo Raquel y su novio. Ella tenía el pelo hecho un amasijo de nudos y su vestido también medio descompuesto. Sin duda también debieron pasar un buen rato escondidos detrás de algún árbol.

Ahí mismo nos separamos de los amigos de María; era bastante tarde.

—Ha sido un placer, Ramón, espero poder volver a verte pronto —dijo Tania con cierta picardía mientras nos despedimos con dos besos.

—Igualmente —dije mordiéndome la lengua, intentando esconder mi malestar por volver a ser llamado “Ramón”.

Al final nos despedimos todos y cada pareja se fue por su lado. En el camino de vuelta María estuvo bastante callada. Eso me inquietó un poco, y empecé a llenarme de dudas y remordimientos. Quizá ella no se esperaba que la cosa llegara tan lejos y estaba arrepentida.

¿Qué pensaría Ramón de todo esto? Lo que habíamos hecho iba mucho más lejos que los simples besos y roces del primer día. Incluso una paja sería justificable dadas ciertas circunstancias, pero lo sucedido esa noche eran ya unos cuernos mayores. Puede que estuviera considerando poner un fin a nuestro trato.

Al llegar a su portal estuve a punto de empezar a hablar de lo ocurrido y soltar una disculpa que me había ido preparando por el camino. Me pareció correcto dar el primer paso para acabar con todo esto. Pero ella se me adelantó:

—Joder… menuda corrida. ¡Estoy en las nubes! Hacía tiempo que no me quedaba tan a gusto. Muchas gracias, me lo he pasado de puta madre —finalizó, y me plantó un ardiente beso introduciendo su lengua hasta mi paladar.

Yo me quedé parado, desconcertado. No era la reacción que me esperaba en ese momento después de haber estado callada tanto rato. Yo ya me había montado toda una película en mi cabeza pensando que mi amiga estaba afectada, pero estaba confundido. No tenía idea de lo que significaba todo esto.

—¡Ah! ¡Casi se me olvida! —continuó María—. Toma, hoy te has ganado un recuerdo —y levantándose el vestido se quitó sus braguitas naranjas delante mio, y me las ofreció como regalo.

Las tomé entre mis manos; aún estaban empapadas. Yo estaba desconcertado, excitado, asombrado… No pude más que balbucear un tímido “gracias”.

—Estás siendo un novio de repuesto maravilloso —dijo guiñando un ojo—. ¡Tendré que darte un aumento! Aunque creo que hoy no te hace falta descargar más los huevos —añadió, riendo con picardía y rozando mi paquete por encima del pantalón.

La verdad que las dos corridas que me había propiciado María en Las Alamedas me habían vaciado por completo, incluso notaba mis genitales algo doloridos con tanto trote.

—¡Oh! Una cosa más —añadió mi amiga—; vente mañana a mi casa. ¿Vale? Mis padres están trabajando y mi hermano se ha ido de acampada con sus amigos. Me da palo quedarme aburrida yo sola. Podemos mirar una peli o lo que sea. ¿Qué te parece?

—Claro… allí estaré —respondí, aún algo perturbado, sopesando la trascendencia de lo ocurrido esa noche.

—¡Hasta mañana! —me dijo ya desde el portal—. Y gracias otra vez por hacer ver que eres mi novio. Nadie ha sospechado nada, y además me lo he pasado muy bien. ¡Buenas noches! —y desapareció riendo detrás de la puerta acristalada.

De camino a casa fui pensando. Parecía que para María todo era de lo más normal, puede que ella no le diera la mayor importancia al sexo, como si fuera algo tan natural como comer o beber. Además, ella siempre tenía un novio detrás de otro; formaba parte de su forma de ser. Esa semana me usaba a mí para satisfacer sus necesitabas, y la anterior era Ramón, y la anterior otro idiota afortunado, etc.

Pero para mí esos días habían puesto mi vida de patas arriba. Llevaba enamorado de ella desde antes de tener pelos en la cara, y ese era un sueño hecho realidad. Mi amor platónico, mi fantasía desde mi tierna infancia. Era ella, y me estaba proporcionando las experiencias más eróticas y morbosas de mi corta vida.

Llegué a casa. Mis padres ya dormían y, a oscuras y sin hacer ruido, me dirigí a mi habitación. Guardé las preciadas braguitas en una bolsita que deposité con discreción en el cajón de mi mesita de noche. Esa noche dormí como un tronco, sin conocer lo que me deparaba el día siguiente en casa de mi amiga.

Capítulo 5: En su casa

Me desperté pronto, no podía esperar más para ir a casa de María. Lo primero que hice fue buscar las braguitas que me había regalado la noche anterior. Las saqué un momento de la bolsita donde las había guardado; aún estaban húmedas. Las olí; respirando profundamente me impregné de los potentes aromas emanados del sexo de mi amiga. Eso, conjuntado con mi erección matutina, me puso ya en un estado de excitación increíble. Luego me duché con agua fría y me vestí rápidamente. Desayuné algo y me despedí de mi madre, informándole de que salía a pasar el día con unos amigos y que no sabía cuando volvería.

María la verdad casi nunca me invitaba a ir a su casa. Normalmente preferíamos pasar el rato en su rellano. Su familia siempre me había ignorado por completo, especialmente su hermano, que era un capullo de campeonato. La verdad que me daba igual, incluso me alegraba.

No sabía qué esperar de la jornada. En los días anteriores María me había tratado como su novio porque necesitaba salir de algún apuro, o aparentar. Pero ésta vez me había simplemente invitado a su casa para pasar el rato. No existía ninguna excusa, no había necesidad de pretender nada.

Quizá realmente no quisiera nada más que mirar una peli, o escuchar música; matar un poco de tiempo para no aburrirse sola en su casa, tal como dijo. Puede que con la misma naturalidad que había empezado todo, pasando de ser sólo amigos a actuar como amantes en cuestión de segundos, de tal manera podíamos volver a ser simplemente amigos otra vez, como si no tuviera la más mínima importancia. No sería de extrañar que todo lo ocurrido entre nosotros fuera nada más que algo circunstancial. María siempre había sido igual de impulsiva y descarada, no me sorprendería tanto.

¿Pero y si había algo más? ¿Y si cabía la esperanza de que María se liase conmigo y rompiera con Ramón? Total, no parecía sentirse para nada culpable de sus actos, al contrario, lo estaba disfrutando. Y ese cornudo no había dudado ni un instante en dejar a su novia abandonada todo el verano, razón suficiente para cortar. Pensándolo bien, era todo su culpa, por pardillo. Incluso puede que a él le diera igual; quizá él mismo se estuviera liando con alguna prima lejana suya en su pueblo, quién sabe.

Con ese debate en mi sesera pronto llegué a su bloque. Tardó un par de minutos en abrirme y cuando llegué a su puerta me recibió todavía en camisón de dormir.

—¡Hola! Perdona, he dormido más de la cuenta. Pasa, pasa… —dijo adormilada—. ¿Quieres desayunar algo?

—Bueno… la verdad que ya he desayunado, gracias. Me he levantado pronto, me he duchado y todo… —respondí—. Pero oye, tú no te preocupes que no hay prisa.

—¡Vaya! ¡Que madrugón! Con lo tarde que se nos hizo ayer… —me dijo mientras la acompañaba por el recibidor hasta el salón.

Al llegar ahí, siendo una pieza mucho más luminosa, pude apreciar mejor su vestimenta. El camisón que llevaba era más bien una camiseta que le iba grande, y que era suficientemente larga para cubrir medio muslo.

—Pues si no te importa voy a desayunar, que tengo hambre —me dijo.

Pronto volvió de la cocina con unas tostadas con mantequilla y un par de vasos de zumo, de los cuales me ofreció uno. Nos sentamos juntos a la mesa y charlamos mientras comía.

—Estuvo bien ayer —comentó con la boca llena—. Gracias otra vez, creo que hicimos un buen papel delante de mis amigas; no sospecharon en ningún momento que no fuéramos novios.

—Ya… sí. Fue bastante convincente creo… —comenté algo sonrojado recordando los hechos.

—Les caíste bien a mis amigas, especialmente a Tania; no paraba de preguntarme sobre tí —dijo sonriente.

La observaba mientras devoraba sus tostadas. Estaba sentada justo al frente, y me iba deleitando con sus gráciles movimientos al comer. Me hablaba otra vez como mi amiga de toda la vida, haciéndome pensar que efectivamente lo pasado no significaba nada especial para ella.

—Éste trato nuestro está resultando ser muy gratificante —continuó entonces—. Oye, no hay nada de malo en aprovecharse un poco de la situación y disfrutarlo al mismo tiempo ¿no te parece? —concluyó sonriente con la boca medio llena.

—No, supongo que no… es verdad —asentí sin demasiado convencimiento.

—Me alegro de que lo disfrutes también. Ya te lo dije, aprovéchate tanto como te apetezca, que para eso somos amigos —me dijo con toda la naturalidad del mundo.

—Bueno… pero… ¿no crees que Ramón se va a molestar si se entera? —me atreví a preguntar.

—¡Ese imbécil perdió el derecho a estar celoso cuando se largó de vacaciones y me dejó aquí tirada! —contestó notablemente molesta—. ¡Yo tengo mis necesidades, y él no tiene ningún derecho a privarme de ellas! —dijo casi gritando.

Me sorprendió esa reacción tan fuerte, pero a cierto nivel me alegró, alimentando mi teoría de que iban a cortar pronto. Pero enseguida me sentí algo culpable por ello. Después de una pequeña pausa y algo más calmada, María se levantó y se acercó hacia mí.

—Dame tu mano —dijo, tomándola al mismo tiempo.

Empezó a doblar mis dedos uno a uno, dejando solamente el dedo corazón erguido. Entonces apoyó mi mano sobre mi rodilla derecha con el dedo apuntando hacia arriba. Se acercó más a mí, dirigiendo su pubis hacia la pierna donde ella seguía sujetando el dedo bien erguido. Fue bajando sobre mí y sentí como se fue introduciendo en su interior.

Así descubrí que no llevaba absolutamente nada debajo de esa camiseta. María quedó completamente sentada en mi rodilla, pero sobre mi mano, y con mi dedo medio enteramente dentro de su húmedo sexo. Pude sentir su abultada vulva sobre la palma de mi mano, mojada y viscosa. Mi amiga me miró fijamente, luego cerró los ojos y empezó a subir y bajar sobre mí.

No podía ver lo que pasaba, esa dichosa camiseta me tapaba la vista, pero podía sentirlo. Era sumamente excitante. Me limité a observar cómo ella sola se masturbaba conmigo, y me concentré disfrutando del tacto de su sexo, sintiendo cada textura, cada rasgo en el interior de su vagina.

Poco a poco ella fue acelerando el ritmo, y fue alternando entre movimientos verticales y en círculo, maximizando así el contacto de mi dedo corazón con sus paredes vaginales. Estaba empapada, entraba y salía con facilidad, e iba impregnando con su flujo la palma de mi mano, donde su peludito pubis impactaba acompasadamente.

Cabalgando sobre mi dedo, de vez en cuando apretaba con fuerza contra mí, frotando su clítoris contra mi mano. Fue aumentando el ritmo hasta que por fín acabó corriéndose, depositando un poco de cálido flujo en mi mano. Sentí su sexo contraerse y ella, siempre con sus ojos cerrados, tensó su espalda hacia atrás y dejó ir un gemido intenso. Después se relajó y se apoyó a mí sin sacar mi dedo de su coño, pasando sus brazos alrededor de mis hombros.

—¿Lo ves? Esto es exactamente lo que te decía —dijo con cierta dificultad mientras recuperaba su aliento—. Ramón quiso privarme de éste placer al dejarme aquí tirada. Es muy egoísta por su parte. Pero no voy a dejar que se salga con la suya.

Entonces se levantó y empezó a recoger los restos del desayuno como si nada. Yo me quedé sentado en silencio un momento, reflexionando sobre lo que me acababa de decir e intentando reponerme un poco. Mi erección era monumental, casi dolorosa. Acerqué a mi nariz el dedo que había estado dentro de mi amiga, el dedo que le había dado placer. Reconocí ese potente olor, que empezaba a ser un perfume muy familiar.

—Ven, acompáñame —dijo cuando terminó en la cocina—, me voy a dar una ducha.

Me levanté como un resorte y la seguí por el pasillo, admirando su culito menearse bajo esa vieja camiseta. Llegamos a su habitación y con cierta prudencia aguardé en la puerta sin atreverme a entrar. Ella, completamente a lo suyo, desapareció detrás de su armario. Buscaba, imaginé, la ropa que iba a usar después de la ducha. Vi su camiseta volar por los aires y aterrizar sobre la cama y acto seguido reapareció ante mí completamente desnuda. Sujetaba en la mano una camiseta de tirantes a juego con unos pequeños shorts.

—¿Qué haces ahí parado? Ven hombre que no muerdo… de momento —dijo riendo al mismo tiempo.

Entré lentamente en la pieza y me senté al borde de su cama, que, aunque no estaba hecha, era el único sitio que estaba suficientemente despejado. La verdad que su habitación era un desastre, con ropa tirada por todas partes, y con libros, carpetas y papeles esparcidos por el suelo.

—Bien, espérame aquí —dijo dejando las prendas que había escogido sobre la cama.

Su habitación tenía su propio baño, que aún y siendo muy pequeño, me pareció un lujo considerando el tamaño de su piso. Desde donde yo estaba, veía un pequeño lavabo y una bandeja de ducha, en la que María se dispuso a lavarse. Entró sin cerrar la puerta del baño, pero si cerró la mampara de la ducha. La pude observar mientras se lavaba hasta que el vaho se fue acumulando en el cristal y solo se apreciaba vagamente su silueta.

Continué observando desde mi posición, aunque no me hizo esperar mucho. Pronto salió y se envolvió rápidamente en su toalla, secándose con ella. Verla así me hizo recordar la escena en los vestuarios de la piscina el día anterior, y sentí mi pene palpitar bajo mis shorts. Me acordé de cómo me masturbó y cómo mi semen se derramó sobre su piel. María seguía secándose con la toalla y yo la observaba con la mirada perdida, reviviendo en mi cabeza esos maravillosos momentos.

Su voz me hizo recobrar conciencia:

—¡Eh! Estás embobado, ¿en qué estabas pensando?

Ella estaba frente a mí, completamente desnuda, con la toalla a sus pies. Su pelo aún mojado dejaba caer gotas desde sus largos mechones hacia el suelo, dejando un rastro húmedo sobre su piel en el trayecto.

—¿Qué pasa? ¿Estás empalmado? —preguntó mi amiga, fiel a ella misma —¿Ya estás cachondo? Apenas me has visto en pelotas un par de minutos…

Me observó un instante. Entonces se acercó un poco más a mí, y poniendo las manos en sus caderas, empezó un baile sensual. Quería provocarme aún más.

—¿Te gusta lo que ves? ¿Te la pongo dura? ¿Te pongo cachondo? —decía mientras se mostraba a mí con descaro.

La tenía tan cerca que podía oler el frescor de su piel recién lavada. Llevando sus manos sobre su vulva se abrió los labios mayores, mostrándome el interior de su sexo que se veía húmedo e hinchado.

—Mira mi coñito… ¿te gusta? ¿Te gusta mi vulvita? —continuó—. ¿Te gustaría meter tu polla en mi coñito?

Me estaba poniendo a mil, y yo no era capaz de articular palabra. El sudor se escurría por mi frente y el corazón parecía que iba a salirse de mi pecho.

—Mmm… ¿Quizás te gustaría más meterla en mi culito? —dijo.

Entonces se giró de espaldas a mí, inclinándose hacia delante y separando sus nalgas. Pude ver expuesto su ano, que lucía como la joya de una corona sobre su sexo bien abierto

—Venga, no seas tímido; ¡Sácatela y hazte una paja! —continuó— Y tócame el culito, anda, mira qué blandito es —siguió María, dándose una palmada en una nalga.

Volteó su cabeza para ver lo que hacía. Al verme ahí sentado sin reaccionar, se irguió de nuevo y me dijo en un tono mucho más normal:

—Lo digo en serio, hazte una paja. ¡No querrás quedarte así empalmado todo el día!

Entendí entonces que sí, iba en serio. Era la oportunidad que mi amiga me brindaba para descargar la tensión acumulada. Siguiendo su consejo me quité todo de cintura para abajo y posé una mano sobre mi polla y la otra sobre su culo. María sonrió complacida y continuó con su show.

—Mira que culito más estrechito… —decía pícaramente—. ¿Piensas que tu polla me entraría en el anito? Mira, a ver qué te parece…

Empezó a frotarse el esfínter con un par de dedos; primero los mojaba en su lubricada vulva y luego los dirigía hacia su ano. Poco a poco éste cedió dejando entrar la punta de sus dos dedos a la vez. Yo me animé e imité sus movimientos, yendo desde su vulva hasta su ano, y facilmente conseguí insertar en su recto medio dedo índice.

Continué tocando, alternando entre su coño y su ano. Mi polla estaba a punto de estallar, y tuve que decelerar la paja que me estaba haciendo para no terminar. Entonces María cambió de posición, volviéndose a poner de cara a mí y continuando con su bailecito sexy. Lo hacía de una manera que sus caderas apuntaban hacia mí, haciendo resaltar su coño para que dejarme apreciarlo bien. Mientrastanto, mi amiga se acariciaba los senos.

—¿Te gustan mis tetas? Tócalas, tócalas bien —ordenó, y yo acaté—. ¿Quieres correrte en mis tetas? ¿Si? ¡Ven, acércate! ¡Córrete en mis tetas! —gritó.

Se puso de rodillas justo delante mío. Yo seguía sentado en el borde de su cama, pero me acerqué a ella tanto como pude. María apretaba sus pechos alrededor de mi pene, que se posaba ahora justo en su canalillo. El contacto de mi glande con su piel fue todo lo que me hizo falta para descargar sobre ella.

Fue colosal. Mi semen cubrió su busto, que ella no apartó en ningún momento. Al contrario, parecía que lo quería atrapar todo, y ayudándome sacudió mi polla hasta sacarme la última gota y rozando sus pezones con mi glande. Cuando terminé, ví el viscoso y blanquecino líquido escurriéndose por su piel rápidamente, de tetas para abajo.

—¡Joder! ¡Me has duchado otra vez! —dijo a carcajadas—. Eso sí, ¡ésto es mejor que el jabón! —y seguía riendo.

Se levantó del suelo y, tomando la misma camiseta que usaba de pijama, la usó para limpiarse un poco. Sin llegar a quitar todo el semen de sus tetas, volvió a tirar la prenda sobre la cama. Era muy probable que volviera a usarla esa misma noche.

Después se puso el short y la camiseta que había escogido antes de ducharse, vistiéndose lentamente ante mi vista. No se puso ni sujetador ni braguitas.

—Bueno, espabílate —dijo—, ¿listo para ver una peli?

Me repuse los calzoncillos y los shorts y seguí a María hacia el salón. Por mi cabeza pasaban todo tipo de pensamientos; por una parte seguía esa maldita culpa y remordimiento, sabía que estaba colaborando a ponerle los cuernos a Ramón; pero por otra también cada vez estaba más hambriento por mi amiga.

Esa mezcla explosiva de sentimientos se intensificaba mientras contemplaba a María caminando delante mío. Sus glúteos rebotaban como gelatina al trotar por el pasillo, y asomaban tímidamente bajo sus pequeñísimos shorts de algodón. Al llegar cerca del televisor, María se inclinó hacia delante abriendo un cajón lleno de DVDs. Pude ver como un labio de su vulva se escapaba por un lado de la tela, abultadito y peludito.

En esa posición mi amiga giró su cabeza y preguntó:

—¿Que te apetece ver?

Sí, definitivamente; iba a enviar a la mierda la culpa y los remordimientos. Quería disfrutar de María lo máximo posible, y saber cuan lejos podría llegar.

Capítulo 6: La película

—¿Una de Brad Pitt? —dijo María con un DVD en la mano, y sacándome de mi trance—. Ésta no la he visto.

Seguía inclinada delante del televisor ofreciéndome una visión parcial de su sexo, que quedaba expuesto al escaparse por la abertura de sus pequeñísimos shorts de algodón.

—Por mí vale, lo que te apetezca —respondí simplemente, la verdad que me importaba un pimiento y tan solo clavaba mi mirada en su trasero, cosa que sin duda ella debió notar.

Sin inquietarse puso el DVD en marcha y poco después nos encontrábamos sentados en el sofá, dispuestos a participar de la invasión de Troya de la mano del buen señor Pitt y compañía.

Durante un rato miramos la película, sin más, aunque poco me interesaba en ese momento. En mi mente seguía repasando lo ocurrido, recordando con todo tipo de detalle la anatomía más íntima de mi querida amiga. María no parecía para nada estar afectada por lo acontecido en su habitación; volvía a ser la de siempre, y me ofreció un refresco con una naturalidad inquietante. Pero yo le miraba las tetas a través de su apretada camiseta y no podía evitar acordarme de cómo me las había ofrecido para correrme en ellas hacía apenas unos minutos.

Inevitablemente volví a excitarme, y el bulto que se formó en mis calzoncillos fue haciéndose aparente bajo mis finos pantalones de deporte. María, atenta a la película, pareció no darse cuenta. Intenté distraerme y pensar en cualquier otra cosa para bajar la erección, pero ella en ese momento decidió cambiar de postura, cruzando las piernas como si estuviera meditando. Eso hizo que su vello púbico asomara otra vez entre sus piernas gracias a ese bendito pantaloncito.

María era tan deliciosamente sexy que desistí en intentar calmar mi erección, y a cambio decidí pasar a la acción. Después de todo era ella misma la que siempre me animaba a ello, por una vez tomaría yo mismo la iniciativa.

Estando ella sentada a mi lado, no podía ver con entera claridad su entrepierna, pero la abertura era suficientemente grande para poder apreciar parte de su monte de Venus. Me planteé encontrar cualquier excusa para levantarme y mirarla de frente, y descubrir cuánto coño había quedado expuesto. Pero decidí cambiar de estrategia.

Apoyé un brazo sobre sus hombros, acercándome un poco más a ella al mismo tiempo. María me miró algo sorprendida por un segundo, pero entonces me ofreció una sonrisa y volvió a concentrarse en la película, dejando vía libre a mis intenciones. Seguí con una suave caricia sobre su hombro y poco a poco fui agrandando el área de alcance de mi mano. Fui acariciando parte de su brazo, luego su cuello, y al cabo de un rato la parte superior de su busto que quedaba expuesta sobre la camiseta.

Mi amiga no pareció molestarse y me dejó hacer, como si no fuera con ella, aunque a esas alturas yo tenía el pene tan erguido que dudo que no se hubiera dado cuenta. El siguiente paso fue acariciarle un pecho por encima de la camiseta. Su pezón sobresalía como un botón sobre la tela, y empecé a jugar con él poquito a poco con cada uno de mis dedos. Estuve así unos minutos y al final María reaccionó:

—Oye, ya sabes, aprovecha si quieres; es parte de nuestro trato. Pero mira cómo te estás poniendo otra vez. Vas a conseguir que te revienten los huevos si sigues así —dijo tranquilamente.

La verdad que tenía razón. En los últimos días mis testículos habían trabajado horas extras, noche y día. Casi pasaba más tiempo empalmado que en reposo, gracias a mi amiga, y ya empezaba a perder la cuenta de cuántas veces me había corrido en tan poco tiempo. Pero qué cojones, bendita juventud, y si el soldadito aún se levantaba para el servicio bienvenido era.

—Bueno no pasa nada... —balbuceé.

—Como tú veas —me dijo—. Pero oye, no me magrees por encima de la camiseta, que me irritas el pezón con el roce —y entonces se agarró la camiseta por los lados y en un santiamén se la quitó.

Sin más volvió a prestar atención a la película, vestida solamente con ese minúsculo short. Con su bendición, me animé a tocarle las tetas con las dos manos. Intenté ser delicado, yendo despacio y disfrutando del momento. Sus pezones estaban endurecidos y supuse que ella también lo debía estar disfrutando, porque frío no hacía ese verano, estaba claro.

Mi pene por su parte luchaba por escaparse de su contención; el elástico de mis calzoncillos apenas podía retenerlo. Así que, sorprendiéndome a mí mismo, me oí decir en voz alta:

—María, tócame un poco por favor.

Mi amiga me miró. No parecía escandalizada por mi osada petición, simplemente lo pensó un par de segundos y entonces buscó mi pene metiendo su mano bajo mi ropa. Lo encontró con facilidad y, sacándolo afuera, lo agarró con firmeza en su base.

—¡Joder! ¡Si es que tienes la polla como un garrote otra vez! —exclamó riendo al mismo tiempo—. ¿Pero tú cuántas pajas te tienes que hacer al día?

—Bueno... es que contigo María... —respondí tímidamente.

—Ya, ya... todos los tíos sois iguales —afirmó con una sonrisa y un guiño malicioso—. Bueno... qué le vamos a hacer.

Entonces, volviendo a prestar atención a su película, empezó a masturbarme suave y pausadamente con una mano.

Pasaron unos minutos; yo jugando con sus senos y ella pajeándome despacio. Mis líquidos pre-seminales brotaban abundantemente, y su mano, empapada con ellos, se deslizaba sobre mi pene cada vez con más facilidad. Subía y bajaba desde la base hasta envolver con toda la palma de su mano mi glande, y provocándome corrientes de placer en cada movimiento. Todo ello mientras seguía atenta al televisor, sin inmutarse.

No temía correrme demasiado rápido, la verdad que me sentía con bastante fuerza después de la tremenda descarga en su habitación. Me veía capaz de seguir disfrutando con mi amiga un buen rato más, y decidí ir un poco más lejos. Bajando una mano por su barriga, llegué a sus shorts. La acaricié por encima de la prenda, sin presionar demasiado y como esperando su reacción. Pero nada; la película capturaba toda su atención en ese momento. Animado por ello llevé mis dedos hacia su ingles y acaricié uno de sus labios mayores que quedaba expuesto por la abertura de su pantaloncito.

Poco a poco fui adentrándome en ese suave y cálido espacio bajo la tela de sus shorts, tocando su vulva a placer. Me recreé con cada centímetro de vello y piel, hasta llegar al centro de su sexo. La abertura estaba húmeda, más bien mojada. Mi dedo se introdujo con facilidad, provocando que María reaccionara.

—No pierdes el tiempo, ya veo —dijo con una pequeña sonrisa.

Empezó a masturbarme más rápido, y yo correspondí metiendo y sacando repetidamente el dedo en su vagina. Se la notaba cada vez más sonrojada, y los aromas que su coño desprendían comenzaron a inundar el salón.

—¿Te corres ya pronto? —preguntó con cierta urgencia en su voz.

No dije nada, simplemente negué con mi cabeza.

—¿Ah no…? —y girándose más hacia mí, añadió una segunda mano a su paja—. ¿…seguro que no? —añadió con una mirada viciosamente tierna.

Volví a negarme con un simple movimiento de cabeza.

—Hmm... vaya, ésto se pone interesante… —continuó diciendo sonriente—. Me lo tendré que trabajar…

Por fín María se desentendió de la película; el juego había captado finalmente su interés. Se levantó del sofá y se deshizo de los shorts, quedando otra vez desnuda. Con un par de rápidos movimientos me ayudó a desnudarme también. Luego se puso de rodillas delante mío, con sus pechos cerca de mi pene.

—Poco te ha durado la paja de antes… ¿eh, vicioso? —dijo María, que se agarraba una teta y acariciaba mi polla con el pezón—. Pero voy a hacer que te corras en un momentito, ya verás...

Se metió mi glande en la boca y empezó a jugar con él con su lengua, y con las manos me acariciaba las ingles y los testículos. Era electrizante, en verdad empezaba a dudar de mi capacidad de aguantar. Poco a poco fue ampliando su felación e iba tragando mi pene tan profundamente como podía. Era intenso, pero conseguía soportarlo de momento.

Viendo que me resistía, subió el listón; localizando mi esfínter con un dedo, empezó a apretar hasta que la punta desapareció en el interior. Era una sensación brutal, la combinación de masajes era increíble y la maestría con la que María lo ejecutaba era sublime. Comencé a pensar en qualquier cosa para desviar mi atención, y conseguí aguantar el tiempo suficiente para que mi amiga finalmente decidiera cambiar de estrategia.

—Bueno... veo que no va a ser fácil —dijo mientras se limpiaba con el brazo la mezcla de saliva y líquido pre-seminal que sobresalía de su boca—. Te vas a enterar… —amenazó.

Sonriendo maliciosamente se levantó y se sentó sobre mis piernas, quedando su pubis muy cerca de mi pene. Con una mano me agarró el miembro, y apoyando la otra mano sobre mi hombro, levantó ligeramente sus caderas hasta rozar su sexo contra el mío. Comenzó a masturbarme aplastando mi pene contra su vagina, acompañando con un movimiento de cadera.

Igual que la noche anterior, sus labios mayores se abrían para acoger mi polla, solo que ésta vez no había ropa interior por el medio. Eran sus genitales contra los míos directa y crudamente, y estábamos tan mojados que todo resbalaba deliciosamente. Sus hábiles movimientos hacían que nuestros sexos se frotaran sin dar paso a la penetración. Aunque sí me permitían percibir levemente con mi glande su duro clítoris y la entrada de su sexo.

Tanto María como yo gemiamos de gusto. Mi pene parecía que podría adentrarse en el sexo de mi amiga en cualquier momento, pero acababa resbalando y saliendo al exterior resbalando entre sus labios.

Otra vez temí correrme muy pronto. Entonces María, como si lo supiera, cambió de postura. Atrapando mi pene fuertemente, y evitando que me corriera, empezó a darse golpecitos sobre el clítoris con él y a restregar el glande por toda su vulva. Me pareció que se dedicaba más a masturbarse ella misma que a ocuparse de mí, como si mi polla fuera un simple consolador. Mantenía sus ojos cerrados y gemía lamiéndose los labios al mismo tiempo.

Con mucha pericia guió mi glande hacia su interior, entrando quizá dos o tres centímetros, pero rápidamente lo sacó. Eso casi provocó que me corriera, y ahora ya dedicaba todas mis fuerzas a no hacerlo. Continuó con ese juego, y ví cómo mi glande desaparecía completamente dentro de su vulva en un par de ocasiones más. Pero cada vez lo volvía a sacar rápidamente hasta que, finalmente, no lo hizo y lo dejó en el interior sin moverse.

Sin soltar mi pene, apresando la carne entre sus dedos, solamente mi glande y poco más cabían en su interior. En esa posición empezó a mover sus caderas, sacando y metiendo esa pequeña parte de mi polla repetidamente en su coño. Yo iba a explotar, era tremendamente placentero. Notaba esa penetración, aún y siendo incompleta, sintiendo como su vagina se abría para acoger la punta de mi falo, y a la vez la comprimía en su interior.

Era formidable, aunque al mismo tiempo sentía que faltaba algo, faltaba sentir mi pene enteramente en su interior, sentía la necesidad de penetrarla completamente. Era una mezcla de placer y frustración que me volvía loco. Ella guardaba el control sobre mi polla en todo momento, agarrándola firmemente y controlando el movimiento. Mi pene entraba quizás tres o cuatro centímetros en su interior, nada más, y de vez en cuando lo sacaba completamente para volver a acariciarse el clítoris con él.

Fueron unos escasos pero gloriosos minutos, y al final el cúmulo de sensaciones fue más fuerte que mi voluntad. En una de esas penetraciones no aguanté más y me corrí intensamente. No pude avisar, pero ella lo sintió, y sacando el pene afuera dejó que me corriera sobre su pubis. Sus vellos quedaron bañados por el caliente y blanquecino líquido.

Me quedé más relajado que nunca. Me pareció que María también quedó satisfecha, y apoyando su cabeza sobre mi pecho, suspiraba con fuerza. Sus cabellos olían frescos y limpios. En esa posición descansamos un rato, mientras la película seguía de fondo; una violenta lucha mano a mano parecía ser.

Finalmente mi amiga se incorporó y me dijo con una gran sonrisa:

—Has visto, he hecho que te corras otra vez. ¡Soy una experta! —y guiñó un ojo.

—Si, gracias, ha estado muy bien... —balbuceé casi de forma inaudible.

—¿Qué te parece si terminamos la película, ahora sin distracciones? —dijo sonriente.

Tal cual desnudos como estábamos seguimos con la película. Yo la verdad no me enteré de nada, aún estaba en el limbo después de aquello. Nada más al final decidimos vestirnos, y juntos preparamos unos sándwiches para comer.

Por un largo rato estuvimos jugando y hablando como muchas otras tardes de inocente amistad. Me fascinaba la capacidad de mi amiga por cambiar tan fácilmente de registro. Lo único que me salvó fue que después de esas dos tremendas corridas, necesité bastante tiempo para reponerme. Porque evidentemente que María, con su inocente despreocupación, no desaprovechó ninguna oportunidad para mostrarse a mí con impudicia.

Nos sentamos en el suelo para jugar con la Super Nintendo de su hermano, y como no, ella lo hizo con las piernas bien abiertas dejando asomar su vulva una vez más.

—Se te ve el chocho otra vez —la desafié entonces.

—Ya lo sé, y tú no paras de mirarlo —respondió—. ¿Acaso quieres que me tape?

—No, pero luego no te quejes si se me vuelve a empinar —contesté airoso.

—Yo no te obligo a mirar… —respondió coqueta.

Entonces me sacó la lengua, y abriendo aún más las piernas me desafió frotándose el coño, y abriéndolo para que pudiera verlo bien. Mi pene reaccionó, pero quise demostrar que no era tan fácil de provocar y contra natura me giré hacia la tele. A ella le hizo reír y continuamos jugando a Mario Kart sin volver al tema.

Cuando nos aburrimos de eso, María decidió hacerme un pase de modelos. Tenía algo de ropa nueva y quería que le diera mi opinión de cómo combinaba con lo que ya tenía. Sabía que se había propuesto provocarme de nuevo, era su juego preferido, y no dudó en desnudarse de nuevo sin vergüenza alguna.

Empezó a probarse diferentes combinaciones de camisetas, pantalones, bikinis y braguitas, acompañando cada modelito con un movimiento sexy para ver mi reacción. En más de una ocasión, combinaba prendas tan ajustadas a su piel que le marcaba todo, tanto las tetas como el coño. Una de esas prendas eran unos shorts de lycra color blanco que se probó sin braguitas. Se pegaban tanto a su sexo que se distinguía sin ningún problema bajo la tela.

—Mmm… veo que estos shorts te gustan —dijo divertida viendo mi reacción, y se lo dejó puesto un buen rato, combinándolo con diferentes tops.

Yo estaba otra vez muy excitado, y ella lo sabía. Para terminar su juego, y estando ella completamente en cueros, sacó unas braguitas del fondo de un cajón, inclinándose para alcanzarlas, y una vez las obtuvo deslizó la prenda por sus piernas.

—¿Qué te parecen estas braguitas? —dijo mientras terminaba de colocarlas—. Son muy viejas, las tengo desde hace años…

Se acercó a mí para mostrarlas bien. Se veían muy usadas, y tenían un estampado mucho más infantil que otras braguitas que le había visto. Sin duda eran antiguas, y me hizo recordar el día en que me mostró su cuquita por primera vez, el día que le bajó su primera regla. Seguro serían tan viejas como las que le ví ese día. Se dió la vuelta, y pude ver que con el uso se habían formado varios agujeros en la tela, especialmente en la entrepierna, y por atrás dejaban ver parte de su culo. Se inclinó hacia delante, y por uno de esos agujeros, perfectamente situado, pude ver su ano.

—¿Crees que debería tirarlas ya…? —dijo María con coquetería.

—No… Aún puedes usarlas creo yo…  —dije yo sumamente excitado, acercando mi mano para tocar la tela de su pequeña prenda íntima.

—Pero… con esos agujeros ¿se me ve algo? —continuó ella.

—Se te ve todo María… —contesté.

Con ímpetu, tiré de la tela con dos dedos para hacer el agujero más grande. Ahora también se veía parte de su coño. Sin avisarla me lancé a lamerla a través de esa apertura, dejando mi lengua jugar con sus preciados orificios.

María empezó a gimotear. Animado por ello, añadí un par de dedos a mi masturbación, alternando entre sus dos hoyitos y haciendo que se abrieran cada vez más. Mi amiga me animaba a continuar con sus quejidos, y para estar más cómodos se arrodilló delante de su cama, apoyando su cuerpo en ella y dejando su culo en pompa.

Me puse de rodillas detrás de ella y seguí masturbándola, pero antes también me deshice de mis pantalones para poder pajearme al mismo tiempo. Continué jugando con mi lengua, metiéndola dentro de su coño lo más profundamente posible y subiendo hasta su ano, que también cedía a la presión. Creo que María se corrió al menos una vez, y yo también estaba a puntito pero no quería terminar sin probar algo nuevo.

Acerqué mi polla a su agujero trasero, y apreté el glande contra él haciendo que entrara parcialmente. María gritó de placer, y llegó de nuevo al orgasmo, haciendo que su esfínter se contrajera sobre mi polla. Eso fue el detonante para mí, y no pude evitar empezar a descargar inmediatamente. Al menos un chorro se coló dentro del recto de mi amiga, pero luego deslicé el glande hacia afuera y terminé corriéndome sobre su culo, dejando esas viejas braguitas completamente empapadas.

Cuando nos repusimos, era casi la hora de cenar, y María y me dijo que mejor me fuera antes de que sus padres llegaran a casa. Ella se vistió dejándose puestas esas braguitas agujereadas y por encima la camiseta que usaba de pijama con la que me recibió por la mañana.

—Gracias, me lo he pasado muy bien hoy —me dijo despidiéndose de mí ya en la puerta de su piso.

—Gracias a tí, yo también lo he pasado muy bien —repliqué yo.

—Si te va bien, podemos salir también mañana —dijo entonces—. Por la tarde voy a casa de Tania; si quieres me puedes acompañar. Creo que su novio también estará allí, y así no me quedo yo aguantando velas…. ¿Qué te parece?

—Claro, sin problema —respondí.

—¡Yupi! —saltó de alegría— Eres un buen amigo. ¡Hasta mañana!

Y acabando de despedirnos me fui hacia mi casa, sintiéndome en las nubes por todo lo acontecido. Por el camino me quedé pensando en su propuesta; Tania, esa chica que, sin apenas conocerla, ya se había exhibido desnuda frente a mí. Esa chica tan descarada que, si cabe, era incluso más fresca que María.

Fantaseé con qué íbamos a hacer en su casa. Y después de la experiencia de la otra noche, toda clase de perversidades empezaron a brotar en mi cabeza. Puede que no fuera nada de eso, y tan solo íbamos a compartir unas bebidas y escuchar algo de música, que es lo que normalmente debería ser. Pero después del día que acababa de vivir, me creía el protagonista de algún tipo de peli porno, y no podía pensar en nada más que en sexo.

Ya en mi cama saqué de su escondite las braguitas que María me había regalado; aún olían a su coño. Envolví mi nariz con ellas y dormí como un bébé toda la noche soñando con mi querida amiga.

Capítulo 7: El autobús

Esa mañana me levanté alegre y lleno de energía. Encontré a mi lado las braguitas que María me regaló, que retenían el fuerte aroma de su sexo. Su sexo; sexo que ahora conocía como la palma de mi mano. Lo había admirado, palpado y besado. Lo había explorado con mi lengua, lo había rozado con mi pene, mi glande se había adentrado en su interior e incluso me había corrido sobre él.

Fue una larga mañana, contando las horas que quedaban hasta volver a ver a mi amiga. Habíamos quedado justo después de comer. La recogería delante de su portal y de allí iríamos juntos hasta casa de su amiga Tania; esa pequeña rubia descarada con falsa mirada inocente. Me acordé de ella, de la noche que pasamos en Las Alamedas. Me acordé de cómo cabalgaba a su novio con vicio, y cómo me incitaba a mirarla. También me acordé de su vulva lampiña, bien afeitada, que sin vergüenza alguna dejó a mi vista para que la observara.

Comí yo solo en casa, ya que mi família se encontraba trabajando. Me eché una corta siesta en el sofá y luego me preparé para irme. Pronto llegué al portal de María para esperarla, como muchas otras veces. Pero era diferente; sabía que en el momento que mi amiga apareciera por esa puerta la iba a besar, saborear su lengua una vez más.

Así pasó. María descendió corriendo las escaleras y al atravesar la puerta acristalada de su edificio se topó conmigo y con mis labios. La cogí por sorpresa, pero se dejó hacer. Nuestras lenguas se enlazaron y mis manos se asentaron sobre su cintura.

—¡Ey! ¿De qué vas? —dijo cuando terminé de besarla.

—¿Qué pasa? ¿No eres mi novia? —me aventuré a preguntar.

—Bueno, se puede decir que de momento sí. Pero solo mientras Ramón está fuera, no te olvides. Será un imbécil y un mamón por haberme dejado tirada, pero aún es oficialmente mi novio. Además el pobre está coladito por mí y tengo que respetarlo —dijo ella con sorprendente convicción.

—¿Acaso te ha llamado desde que se fué? –pregunté, aún alucinado por sus palabras.

—Pues sí, hablé con él ayer por la noche. Está en la playa con la família de su madre. Le expliqué que tú me estabas haciendo compañía mientras está fuera. Eso lo alegró, y también me dijo que me echa de menos —concluyó.

—¡Pues yo no le echo de menos! —dije en tono de broma, y le agarré el culo a mi amiga por encima de los shorts que llevaba.

—¡Oyeee! —exclamó María riéndose— ¡Pero qué lanzado vas hoy! Baja las manitas, amigo, ya te diré yo cuando tocar o no tocar —y devolviéndome la broma me agarró el paquete por encima de mi pantalón de deporte.

Me fijé en cómo iba vestida. Mi amada, demostrando lo putita que podía llegar a ser, se había puesto esos shorts blancos de lycra que había lucido para mí el día anterior. Su culo y su coño se marcaban con tanta claridad que adiviné que no llevaba ropa interior bajo ellos. Sólo la salvaba que por encima llevaba una camiseta algo holgada, y tirando un poco de ella hacia abajo podía taparse si quería.

Estaba claro que María se había puesto esos shorts para provocarme, y aún así tenía el valor de decirme que tenía que respetar a Ramón… La verdad me dolió, y por un momento pensé en pasar de ella. Pero viéndola tan sexy, decidí una vez más seguirle el juego y sacar el máximo partido posible.

Su amiga vivía en otra parte de la ciudad que quedaba a una media hora tomando el autobús. Era un barrio en el linde de la ciudad donde vivía la gente más adinerada; una bonita zona residencial llena de casitas individuales con piscina. Al parecer la madre de Tania era doctora y su padre dentista, así que se lo podían permitir. Después de esperar poco rato en la parada subimos al autobús que nos llevaba hacia allí, y encontramos un par de asientos libres donde nos instalamos.

Por el camino no hablamos de lo ocurrido el día anterior en su casa; ni ella ni yo sacamos el tema. Aunque estaba claro que éramos algo más que amigos, y habíamos cruzado suficientes límites para tratarnos con más confianza. Yo conseguí dejar de lado mi habitual prudencia y timidez, y me sentía cómodo a su lado. María aceptó con agrado mi nueva actitud, más atrevida, y muchas de las bromas que nos hacíamos iban cargadas de morbo.

Sabía que María estaba jugando conmigo, y no me gustaba el doble juego que se llevaba manteniendo que aún quería a Ramón y yo solo era un novio substituto. Pero me hacía ilusiones de que, con el tiempo, acabaría dejándolo a él y quedándose conmigo.

—¿Por qué te has puesto éstos shorts? —me atreví a preguntar.

—Porque sé que gustan —admitió sin arrugarse, levantando la camiseta par dejarme verlos bien.

—No es que me gusten; me ponen malo —dije sin dejar de clavar la mirada en los abultados labios de su sexo, que claramente se apreciaban a través de la tela.

—¿Te atreves a tocarme el coño aquí en el autobús? —dijo ella.

—¡Claro que sí, te follaría si quisieras! —repliqué.

—¡Ala! No seas idiota… —contestó riendo, pero vigilando alrededor por si alguien me había oído.

Había poca gente en el autobús a esas horas. La mayor parte de gente estaba trabajando o echándose la siesta, lo que jugó a nuestro favor.

—En serio, tócame el chocho, nunca lo he hecho en un autobús —continuó, y abrió ligeramente las piernas para completar su invitación.

Acerqué mi mano y la acaricié por encima de la fina tela. Noté la calidez y la humedad enseguida, y hurgando un poco con mis dedos sentí su clítoris, que destacaba endurecido en el centro de su sexo. Me dediqué un buen rato a acariciarla con discreción, nadie pareció darse cuenta. Al principio a María se la veía relajada y reía, ya que encontraba la situación muy divertida. Pero al ir pasando el rato, mientras yo intensificaba mis caricias, se fue quedando más callada y seria.

Gracias a la elasticidad de la tela, forzaba los dedos dentro de su sexo a través del short, haciendo que el tejido se empapara. Una mancha de humedad se fue formando, cada vez más grande, y sus shorts blancos se volvieron casi transparentes, haciendo aún más aparente su peludita vulva. María estaba roja de excitación, y sabía que luchaba para no gemir delante de los otros pasajeros del autobús, lo que nos habría delatado.

—Para, para... —terminó diciendo cuando no pudo resistirlo más—. Vas a hacer que me corra delante de todo el mundo y nos van a echar…

Apenas terminó la frase, se abalanzó sobre mí y me besó con pasión. Yo me quedé parado, nunca me había sabido igual un beso suyo. Sentí una corriente eléctrica descender desde mis labios hasta mis piernas, y me dejó completamente paralizado. No había sido un beso normal, y seguro que ella debía de haber sentido algo también. Fué algo diferente; no fue un simple impulso carnal, estaba cargado de afecto y ternura.

Nos quedamos sin hablar un buen rato. Llegamos a la parada y descendimos sin decirnos nada. No sabía qué pensar. Yo estaba descolocado por ese beso. Nunca mis sentimientos por María habían sido tan fuertes como en ese momento. Mi amiga por su parte también parecía algo perturbada, y no sabía qué le pasaba por la cabeza.

En pocos minutos llegamos a la calle donde vivía su amiga, una zona muy tranquila y solitaria.

—Oye, ya sabes, en casa de Tania tú eres Ramón —dijo entonces María bastante seca.

Si no la conociera mejor habría dicho que estaba enfadada conmigo. Creo que estaba más afectada de lo que había supuesto. Puede que nuestro trato de “novio sustituto” hubiera llegado demasiado lejos, incluso para ella. Nuestros sentimientos empezaban a entrometerse en nuestro “inocente juego”, y quise creer que María se estaba enamorando de mí, cosa que la asustaba.

—¿Quieres que “Ramón” termine lo que ha dejado a medias en el autobús antes de que lleguemos? —dije desafiante, en un amago de seducción por mi parte.

Vi que había un rincón aislado entre dos casas, y tomando a María por el brazo la llevé hacia allí. Una vez a cubierto la besé de nuevo e introduje una mano dentro de sus shorts, acariciando sus nalgas.

—¡Imbécil! ¡No te pases! —gritó María deshaciéndose de mí.

Estaba muy enfadada y me golpeaba en el pecho. Obviamente la dejé tranquila y me aparté, aunque no entendía por qué de repente actuaba de forma tan diferente. Me dolió mucho, y quise llegar al fondo de la cuestión.

—¿Qué pasa? ¿No era nuestro trato; ”aprovecha tanto como quieras”? —pregunté molesto.

—Sólo cuando finjas ser mi novio, luego ya veremos… —contestó, y saliendo de allí reanudó la marcha.

Su cambio drástico de actitud reafirmó mi hipótesis. Ese beso, todo había cambiado después de ese beso. No fué un beso como los otros; significó algo importante, algo que ella aún no estaba preparada a admitir. Decidí dejarla tranquila un rato y no forzar la situación.

Al llegar a la puerta de la casa me excusé:

—Perdona, quizá me he pasado —dije en tono grave.

—No… no te preocupes, soy yo, es mi culpa —contestó ella ya mucho más tranquila—. Venga, “novio”, vamos a divertirnos un rato.

Con una mínima sonrisa se aferró a mi brazo y llamó al timbre. La otra mano la pasó detrás de mi espalda y la puso sobre mi trasero, agarrándolo firmemente.

Capítulo 8: Esa niña

Tania nos recibió muy contenta y agitada. Entramos en su jardín y directamente, contorneando la casa, nos llevó hasta la parte trasera donde descubrí una piscina medianamente grande. Estaba genial, nunca había estado en una vivienda así, era un lujo. Además el patio estaba bien aislado y protegido de posibles miradas indiscretas de los vecinos.

Cerca de la piscina estaba su novio, tomando el sol en calzoncillos sobre una de las tumbonas. Tania se quitó la camiseta que se había puesto para recibirnos. Debajo llevaba un pequeño bikini rosa que le quedaba muy sexy.

—¿Os habéis traído bañador? —nos preguntó entonces.

—¿Para qué? ¡Si nunca me lo pongo! —respondió María riéndose.

—Jajaja… —rió Tania, y continuó—. No, si ya lo sé... pero bueno, como es la primera vez que viene Ramón, pues no sabía yo si...

—No te preocupes, él ya nos conoce, no le va a dar ningún infarto… Jajaja… —siguió María, riendo con su amiga.

Entonces María en un santiamén se deshizo de la camiseta y se quedó con esos shorts nada más. Aún estaban algo húmedos, y no sólo se marcaba su coño a través de ellos si no que se adivinaban los pelos castaños que lo cubrían. Me fijé en el novio de Tania y en cómo no le quitaba el ojo a mi amiga. Ésta, sin reparo, también se deshizo de sus pantaloncitos exhibiéndose completamente desnuda delante de todos.

Tania, animada por María, se quitó la parte de arriba dejando al aire sus no tan grandes pero bien puestos senos. Puso las manos en los laterales de la la braguita del bikini, y vi que dudó en sacarla también, bajándola unos centímetros y mostrando su lampiño pubis. Quizás algo coaccionada por mi presencia, retrocedió y decidió dejarla puesta por el momento. Yo no tuve más remedio que seguir la corriente, aunque me quedé en calzoncillos como el novio de Tania, e intentando disimular mi miembro que ya se marcaba algo hinchado bajo la tela.

Tania y María se tumbaron una al lado de la otra para tomar el sol, y empezaron a chismear a una velocidad que ponía a prueba mi capacidad de concentración. Me estiré en una de las tumbonas libres y las observé mientras despotricaban contra no sé qué pobre chica de su instituto.

El novio de Tania parecía ignorarnos con solemne desidia, leyendo algún tipo de revista, pero observé cómo no le quitaba el ojo a María disimuladamente por encima de sus gafas de sol. Hacía un tiempo muy agradable, y la verdad casi me duermo relajándome tranquilamente al borde de la piscina. Cada uno a lo suyo, nos tostamos al sol como media hora, con Tania y María de fondo a modo de banda sonora. Al final, el amigo de Tania se levantó diciendo:

—Cariño, me doy un último chapuzón y me voy, que me esperan el bar.

Con majestuosa parsimonia se quitó los calzoncillos delante nuestro, exponiendo su virilidad delante de las chicas, y se dirigió hacia la piscina para darse ese último baño. La otra noche no había podido verlo con claridad, pero a la luz del sol pude ver que su pene era insultantemente grande y se balanceaba de un lado al otro al andar. Además tenía mucho vello por todas partes; se le veía un hombre hecho y derecho, acabado y atlético.

Me acomplejó un poco, más bien bastante, y toda la confianza con la que me había despertado ese día se desvaneció como un suspiro. Yo parecía una cerilla a su lado. Miré a María y su amiga; las dos observaron con aprobación esa exhibición, y algo murmuraban entre ellas que les hizo reír pícaramente.

Al poco rato el chico salió del agua, y de mala manera se secó con una camiseta que estaba ahí tirada. Luego se la puso, solamente la camiseta, y se acercó a las chicas, que no se perdieron ningún detalle de la escena desde sus tumbonas.

—Cuando acabe mi turno te llamo, chochito mío —le dijo a Tania, besándola después.

La chica le respondió con una caricia sobre su verga desnuda, gruesa y medio hinchada. Luego se acercó a María y también le dió un par de besos para despedirse. Al inclinarse sobre mi amiga, pude ver su polla colgando entre sus piernas. Era tan larga que, con el gesto, el pene se apoyó sobre el cuerpo de ella, posándose sobre la parte baja de su vientre mientras le daba los dos besos.

Me quedé helado observando el momento. El miembro de ese chico estaba aún mojado por el remojón que se acaba de dar, y dejó un trazo de humedad sobre la piel de María al rozarla repetidamente mientras le daba el par de besos. Mi amiga poco hizo por apartarse, y si cabe, me pareció que se acomodó sobre su tumbona para sentir mejor el contacto, aunque sólo fuera por unos segundos. Finalizadas las despedidas, el novio de Tania se acabó de vestir y dirigiéndose a mí al fín me saludó brevemente.

—¡Nos vemos! —dijo, y se largó.

No es que yo estuviera acomplejado con mi físico ni el tamaño de mi pene, para nada, pero lo de ese tío era algo sobrenatural, y me cortó bastante el rollo. Las chicas siguieron cuchicheando entre ellas, soltando risitas nerviosas, probablemente comentando la escena que acababan de vivir.

—Acércate Ramón, no te margines —dijo entonces Tania, invitándome a acercar mi tumbona a las suyas.

Acepté, y me situé al lado de María, aunque aproveché también para acercar una de las sombrillas; tanto sol me estaba poniendo malo.

—Oye, si tienes calor, vamos a refrescarnos en la piscina un rato—dijo Tania.

—¡Sí! Vamos al agua, que yo también necesito un chapuzón —añadió María, y sin dudar se levantó y se tiró al agua.

Tania entonces hizo ademán de bajarse la parte baja del bikini, pero paró un momento y me dijo:

—¿No te importa que me quite las braguitas, verdad? Es que siempre voy en bolas por mi casa… —sentenció.

—No, no... claro —respondí.

—¡Y tú no te hagas el tímido! —gritó María desde el agua—. ¡Quítate esos calzoncillos!

Tania acabó de quitarse el bikini, dejando expuesta ante mí esa deliciosa vulva completamente rasurada. Ésa rubia tenía mucho morbo; su pequeña estatura y su mirada casi infantil le daban un aire de falsa inocencia que me excitaba bastante. Observé cómo rebotaban sus nalgas al correr antes de lanzarse al agua.

—¡Venga! ¡Saca tu polla a relucir, que ya toca! —insistió María una vez más.

Siendo el único que estaba vestido, decidí hacerle caso, sin importarme el hecho de tenerla ya algo inflada. Los tres en pelotas disfrutamos del agua fresca, jugando como niños. La verdad, no me sobrepasé con ellas en ningún momento, y eran ellas las que aprovechaban cualquier tontería para agarrarse a mí, rozando nuestros cuerpos sin pudor. Estaba claro que ambas disfrutaban de la compañía de un chico, aunque fuera yo, y en especial María que volvía a simular con normalidad ser mi novia.

En uno de esos roces, Tania saltó sobre mí por detrás intentando hacerme una ahogadilla, aunque no consiguió hundirme en el agua. Pero al forcejear con ella, la aprisioné entre mis brazos agarrando sus pechos, lo que ella aprovechó para rozar mi pene con su culo. Para deshacerse de mí, llevó su mano bajo el agua detrás de su trasero y estrujó mi polla para obligarme a soltarla.

—Oye María, tiene una buena polla tu novio —dijo entonces Tania riendo.

—¡Mira quién habla, vaya pollón tiene el tuyo! —exclamó María—. ¡Te debe dejar destrozada!

—¡Y que lo digas! Tengo el coño escocido; me ha estado follando toda el día —respondió Tania.

—Joder que suerte, ya me gustaría probarla a mí también… a ver si la compartes algún día, ¡avariciosa! —comentó María, y las dos se rieron con descaro.

Yo estaba ya completamente empalmado, debido a los roces y la conversación que mantenían. Y entonces pasó algo que me desconcertó aún más; por la puerta del salón apareció otra chica, adiviné que un par de años más joven, y se acercaba a nosotros con notable mal humor.

—¡Joder, qué alboroto hacéis, no me dejáis hacer la siesta! —gritó.

—¡Vete a tu habitación mocosa, ya te he dicho que venían mis amigos! —replicó Tania.

—¡Y una mierda! —respondió la criatura— ¡Me tienes marginada en la casa! ¡Esta piscina también es mía, joder!

—¡Te aguantas! —gritó Tania desde el agua—¡Vete y déjanos en paz!

—¡No! —contestó la jovencita— Me dejas quedarme o le contaré a mamá lo que haces con tu novio cuando viene a verte.

—¿¡Y tú qué sabrás mocosa!? —gritó Tania, que se sintió amenazada.

—¿Qué te crees? ¿Que las ventanas son de piedra? —dijo la chiquilla— ¡He visto como follábais toda la mañana en ésa tumbona! ¡Un poco de discreción, joder, que soy menor que tú!

María no pudo resistirlo y se echó a reír tan fuerte que que casi se ahoga. Me acerqué a ella y la aguanté bajo el agua; ella se abrazó a mí para sostenerse mientras las escena continuaba.

—¿Y éste quién es? —preguntó entonces la chica.

—Es mi novio —contestó María como pudo, que aún se desternillaba, y dirigiéndose a mí me dijo—, ésta es Lidia, la hermana de Tania.

Pronto me di cuenta de que si Tania era una pequeña descarada, su hermana lo era al cuadrado. Se comportaba con total desvergüenza, y me incomodó un poco su presencia, sobretodo dado mi estado de excitación y mis expectaciones de que pasara algo con Tania y María. Pero la chiquilla no se cortaba un pelo, e imaginé que era la típica niña mimada que estaba acostumbrada a mangonear a la gente a su voluntad. Al final no tuvimos más remedio que dejarla unirse a nuestra fiesta.

Físicamente la chica se parecía mucho a su hermana mayor, aunque naturalmente estaba ligeramente menos desarrollada, y sus curvas no eran tan pronunciadas como las de Tania. Tan sólo vestía una camiseta sin mangas algo apretada y unas braguitas, ambas prendas de color blanco. Desprendía el mismo aire inocente que Tania, pero con sus gestos y su forma de moverse desvelaba una poderosa sensualidad.

Tania y María no tardaron en salir de la piscina y se tumbaron otra vez bajo el sol. Estaban acostumbradas a andar desnudas por su jardín, y no les importó lo más mínimo la presencia de Lidia. Pero yo no me atrevía a salir del agua y exponerme a la jovencita. Me quedé sin saber qué hacer.

—¿Te vas a quedar ahí en remojo? —preguntó María.

—No... Sólo es que… bueno... —balbuceé mirando a Lidia.

—¿Te da vergüenza porque está mi hermana? —dijo Tania—. Pues que no te dé; ésta guarrilla ya ha visto de todo.

—Bueno no sé... —dije aún dubitativo.

—¿Qué pasa, te da vergüenza enseñarla? ¿La tienes como un cacahuete o qué? —dijo Lídia burlándose de mí.

—¡Cállate mocosa! —replicó Tania, y otra vez dirigiéndose a mí dijo—. En serio, no te preocupes, ésta zorrilla ha visto a mi novio en pelotas un millón de veces, no la vas a asustar; está acostumbrada.

Me quedé algo perturbado con todo eso, pero al final cedí y me dispuse a salir del agua. A la vista de todos, con mi polla morcillona, avancé hacia mi tumbona y me dispuse a secarme bajo el sol. Noté cómo Lídia no me quitaba el ojo, e intenté no mirar a mis amigas desnudas para evitar excitarme aún más y dar el espectáculo.

La tentación era grande. Esos magníficos cuerpos adolescentes, aún húmedos y brillantes, secándose al sol. Observé sus pechos firmes y respingones, desafiando la gravedad, y coronados por unos pezones rosados, apuntando firmemente hacia el cielo. El fino vello púbico de María recubria unos labios mayores gruesos y tiernos. En el caso de Tania, éstos quedaban completamente expuestos sin vello alguno, haciendo de su rajita un atrayente manjar.

Intenté no pensar en ello, aunque casi dolía evitar mirarlas. Las chicas seguían con su sesión de cotilleo, ignorándome por completo, pero Lidia por el contrario se sentó a mi lado y empezó a preguntarme cosas.

—¿Cuánto hace que sales con María? —empezó.

—Cuatro días... ¡Cuatro meses, quise decir…! —respondí, casi metiendo la pata.

—¡Cuatro meses! Es mucho tiempo… ¿Y follais mucho? —preguntó la chiquilla sin cortarse.

—¿Cómo? Eh... claro que… ¿Cómo…? —empecé a decir, vigilando a María por si hubiera oído algo, que no fué el caso—. ¿No eres muy joven para hablar de esto? —continué.

—¡Qué dices! Empiezo el instituto éste año —respondió orgullosa—. Y además ya tengo experiencia…

—¿Quieres decir que tu ya has...? —pregunté timidamente.

—¿Follado? Bueno... no exactamente, pero he hecho otras cosas —dijo—. Es que no tengo novio… pero hay muchos tíos de mi clase siempre dispuestos. Además, me gano algo a cambio; me hacen los deberes, y otras cosillas, claro. Jajaja…

Esa conversación me estaba incomodando mucho, y la verdad me empezaba a excitar un poco. Resulta que esta Lidia era tan libertina como mis amigas, y además con cierta tendencia al puterío que me dejó algo desconcertado. Intenté cambiar de postura para que mi pene erecto no quedara demasiado expuesto a su vista. Tania y María seguían a lo suyo, y me sentí solo ante la situación.

—A mí lo que me gusta más es chupar pollas —continuó explicando la chiquilla.

—Ahá… —balbuceé.

—¿A tí te gusta que te chupen la polla? —dijo ella desafiante.

—Como a todos supongo… —respondí, echando balones fuera.

—Bueno... a algunos chicos les gusta más que a otros, lo sé por experiencia —siguió Lidia—. A veces también les dejo que me chupen a mí, pero muy pocos saben hacerlo bien…

No sabía dónde meterme. La chica me estaba poniendo malo con su conversación, y empezaba a imaginarla en todas esas situaciones que me describía, con su aire de falsa castidad. Estaba ya con la polla tan tiesa que me era imposible esconderlo, y evidentemente que ella lo notó.

—Tienes una polla muy bonita —comentó exhibiendo una maléfica sonrisa— Me gustaría chuparla un poco, ¿puedo?

Apenas pude decir nada que la niña se abalanzó sobre mí, pero sin dar tiempo a que Lidia me tocara, Tania nos interrumpió. Se había levantado y se dirigía hacia nosotros.

—Oye mocosa, ves a buscarnos unas Coca-Colas frías —ordenó a su hermana menor.

—¡Ves tú, capulla, no te jode! —respondió la joven.

—¡Eh! ¡Le diré a mamá el lenguaje que gastas! —replicó Tania—. ¡Ves o te encierro en tu habitación hasta que lleguen! Y sabes que puedo...

—Joder… vale... me cago en... —y así, refunfuñando, Lídia se dirigió hacia la casa, vencida por su hermana.

Yo estaba ahí tumbado, desnudo, tapando mi erección disimuladamente con un brazo. Me sentí algo avergonzado, y no quería que Tania me viera. Pensé que sería una buena idea retirarme al cuarto de baño hasta que se me bajara un poco.

—¿Puedo usar el baño? —pregunté.

—Sí claro. Está pasada la cocina, segunda a mano derecha —respondió Tania.

Sin demora me dirigí al interior de la casa. Pasé delante de la cocina, y pude ver a Lídia subida a un taburete intentando alcanzar los refrescos en lo más alto del frigorífico. Parecía necesitar ayuda pero preferí no intervenir. Pasé de largo y algo más lejos en el pasillo, tal como me habían indicado, encontré el baño.

Me senté en el retrete, no tenía ganas de mear, sólo necesitaba un respiro y relajarme un poco. ¿Qué me estaba pasando? ¿En qué tipo realidad alternativa me había metido? Nunca en mi vida había visto tantas chicas en pelotas; y por descontado no había tenido tanta actividad sexual. En pocos días mi vida se había transformado completamente; estaba enrollado con mi amor platónico, llegando a hacer todo tipo de cosas con ella; y ahora me encontraba en una piscina privada con esas dos bellezas desnudas tan cerca de mí, y una tercera que apuntaba maneras.

Estando yo sumergido en mis pensamientos no me percaté de que la puerta, que era corredera y no tenía pestillo, se estaba abriendo despacio.

—¿Qué haces? —preguntó Lídia, que asomaba la cabeza desde la puerta.

—¿Pero, qué haces tú? —exclamé yo, intentando tapar mis vergüenzas sentado en el water— ¡Estoy meando!

—No hace falta que te tapes, ya te he visto todo —dijo Lídia riéndose de mí.

La chiquilla entró en el baño y volvió a cerrar la puerta detrás suyo. Se acercó a mí de forma insinuante y, sin decir ni una palabra se agachó sobre mi regazo agarrando mi pene con una mano. Sus largos cabellos rubios se deslizaron sobre mi regazo, acariciando suavemente mi bajo vientre.

—¿Pero qué te crées que haces? —pregunté asustado.

—Pues lo que te he dicho que iba a hacer—dijo mirándome con la falsa inocencia que le venía de familia.

—Pero yo no... —empecé a balbucear, mientras sentía su aliento sobre mi glande, que Lidia había dejado expuesto con su delicada mano.

Sin poder evitarlo mi pene reaccionó a las caricias que la joven empezó a proporcionarme. Sin más tardar acarició la punta con su húmeda lengua, y mi glande terminó invadiendo su boca. No intenté decir nada más, y me rendí a lo inevitable; en pocos instantes la chica me estaba haciendo una mamada de campeonato.

Introducía la mitad de mi miembro el interior de su cálida boca y lo rozaba con su lengua al mismo tiempo. Al sacarlo, dicha lengua se entretenía a jugar con el glande y luego lo besaba con sus labios. Se notaba que sabía lo que hacía, sin duda comprobé que lo había hecho muchas veces.

Esa niña tenía tanto vicio como su hermana o más, y su fachada de criatura angelical no era más que eso, una fachada. Me acordé de su hermana Tania, follando a su novio como una profesional delante mío, y como luego me mostró su coño empapado sin vergüenza alguna. Ese pensamiento me liberó bastante; eran dos pequeñas viciosas y no lo escondían, así que no me lo hice difícil y sin más sucumbí al placer del momento.

Me acomodé mejor sobre la taza del retrete para facilitar la tarea a Lídia, que recibió el gesto con agrado. Paró un momento y me obsequió una sonrisa. Sin dejar de mirarme, se sacó la estrecha camiseta para mi deleite. Sus pechos no llegaban a ser tan grandes como los de su hermana mayor, pero tenían una bonita forma. Los pezones eran más bien pequeños, con una aureola de color rosa pastel.

Lídia volvió a la tarea sin decir una palabra, repitiendo las mismas maniobras que antes, pero ahora de vez en cuando sacaba enteramente mi polla de su boca para rozarla contra sus duros pezones. Era increíble, su habilidad con la lengua me proporcionaba corrientes de placer como no había sentido antes. O tenía un talento natural, o esta chiquilla había practicado mucho; aunque probablemente eran las dos.

Cuando no pude soportarlo más y estuve a punto de terminar, la agarré por el pelo y la avisé. Me miró un instante, sus mejillas blanquecinas estaban ahora sonrojadas, llena de excitación. No se movió, me aguantó la mirada manteniendo su boquita abierta alrededor de mí falo, soportando el glande sobre su lengua. Con otra caricia de sus delicados dedos no pude resistir más y estallé dentro de su boca. Lidia recibió todo sin desperdiciarlo.

Necesité unos segundos para reponerme. Había sido sin duda la mejor mamada de mi vida, y me quedé embobado mirando la carita de la muchacha que me la había proporcionado. Al cabo de un momento nos levantamos y nos limpiamos con papel higiénico, que desechamos por el retrete.

—¿Te ha gustado? —preguntó con una sonrisa enorme que casi se escapaba de su cara.

—Joder... muchísimo —respondí honestamente.

—¿Lo hago mejor que María? —continuó ella.

—Mucho mejor —sentencié sin dudar.

La chiquilla saltó de alegría, pareciendo otra vez la niña inocente que quería aparentar, y me abrazó excitada por mi sincera respuesta. Ceñí su frágil cuerpo hacia mí, sintiendo sus duros pezones sobre mi pecho y la suavidad de su espalda con mis ásperas manos.

—Bueno, voy a por las Coca-Colas —terminó diciendo cuando la solté.

Salió del baño trotando alegremente, dejándome completamente paralizado. Ví la camiseta que había tirado al suelo; la agarré y la olí. Percibí una embriagante mezcla de detergente y sudor. La escondí detrás de un mueble, por si acaso, y me dirigí de vuelta al jardín. Allí las dos hermanas estaban discutiendo otra vez, y María las observaba entretenida.

—¿Por qué has tardado tanto, mocosa? ¿Y dónde vas sin camiseta no ves que hay visitas? —recriminó Tania a su hermana.

—¡A tí que te importa! Además, tú estás en pelotas, hipócrita de mierda… —contestó Lidia.

—Pero yo no soy una renacuaja como tú, capulla —insistió Tania.

—¡Vete a la mierda! ¡Ya no soy una cría! —replicó Lidia.

Ésta, al verme llegar, dejó de gritar a su hermana.

—Tóma, ésta es para tí —dijo ofreciéndome uno de los refrescos.

—Gracias… muchas gracias —dije algo tímidamente.

La chica me sonrió con picardía y me invitó a sentarme otra vez sobre la tumbona. Tania y María también se tumbaron bajo el sol. Ésta vez no intenté nada para tapar mi desnudez. Observé a mi alrededor; dos chicas espectaculares completamente desnudas a mi izquierda, y a mi derecha una jovencita perversa que me devoraba con la mirada.

¿Qué podía ir mal? La tarde sólo acababa de empezar.

Capítulo 9: La venganza

Nos relajamos todos un rato mientras disfrutamos de las Coca-Colas frías. Me pregunté una vez más qué me estaba pasando. Esa mañana me había despertado con la confianza y convicción de conquistar a María, y en lugar de eso me había encontrado con un rotundo rechazo. Y de allí pasé a intimar con una chiquilla a quien ni siquiera conocía, con la que acabé disfrutando de la mejor felación de mi vida.

Estaba descolocado, no tenía ningún control sobre lo que me pasaba, y después de todo lo ocurrido tuve que afrontar la realidad de que mi atisbo de determinación en llevar las riendas de mi vida sexual había resultado en un completo fracaso.

Era un día de verano muy placentero, caluroso y húmedo, y era altamente reconfortante reposar en el jardín de la amiga de María, junto a su bonita piscina. Miré a mi izquierda, donde Tania y mi amiga tomaban el sol desnudas, posadas sobre sus antebrazos y dejando sus espaldas y traseros broncearse lentamente. Me deleité en la perfecta redondez de sus jóvenes culos.

A mi derecha estaba sentada Lídia, que miraba con cierta envidia esos mismos cuerpos adolescentes. Su núbil figura era prometedora y pensé que muy pronto sobrepasaría a la de su hermana mayor en prominencia y hermosura, pero me parecía percibir en ella una cierta rabia, fruto de una competición constante y feroz entre ellas.

Se la veía impaciente, no dejaba de moverse. Después de lo ocurrido en el baño unos minutos antes, yo no sabía cómo comportarme con ella y evitaba cruzar su mirada. Yo seguía desnudo, y ya sin ningún interés a intentar cubrir mis genitales; a las alturas de lo acontecido ya no tenía ningún sentido. La joven de vez en cuando fijaba su mirada ahí, con casi una actitud científica, mirando desde todos los ángulos posibles sin importarle ni un pelo la indiscreción que suponía.

—Bueno, voy a tomar el sol un rato yo también —dijo Lídia levantándose a mi lado.

Sin vacilación ninguna arrastró sus braguitas blancas de algodón hasta los pies, y las dejó sobre la tumbona antes de acomodarse en ella completamente desnuda, igual que las otras chicas. Fué un movimiento rápido, pero percibí claramente sus labios vaginales.

Al tumbarse, su abultado monte de Venus sobresalía majestuoso sobre su entrepierna. Su sexo estaba cubierto por una fina capa de vello dorado, a juego con el resto de su cuerpo, y a diferencia de mis amigas, dudo que hiciera ningún tipo de mantenimiento estético con ellos; eran unos vellos finos y cortos, pero se veían en estado salvaje y natural. Además, su piel era blanquita en esa zona. Era evidente que no estaba acostumbrada a tomar el sol desnuda, al contrario que su hermana, porque la diferencia de color en la piel era muy contrastada.

—¿Qué haces mocosa? —gritó Tania desde su posición al percatarse de la osadía de su hermana menor—. ¿No ves que hay un invitado? ¿Qué clase de putón eres renacuaja?

—¡Si estáis todos en bolas, imbécil! —respondió furiosa Lídia— ¡Métete en tus asuntos y déjame en paz!

—¡Nosotros somos mayores que tú, gilipollas! —contestó Tania—. Tu aún te comes los mocos. Vete a jugar con tus Barbies o le cuento a mamá lo de los condones que confisqué el otro día en tu habitación. ¡Te la vas a cargar!

—¡Me los dieron en el cole, imbécil! ¡Seguro que los has gastado todos con tu novio, puta! —gritó Lídia—. ¿Y tú dónde los escondes, eh? En el cajón de los calcetines, seguro, ¡como los porros que te regala tu novio!

—¿¡Y tú cómo sabes eso!? —dijo Tania enfurecida—. ¿De qué vas, fisgoneando en mi habitación, imbécil?

—Te voy a confiscar yo los cigarrillos esos… —dijo aireada Lidia—. En realidad te hago un favor, así mamá no los encontrará en tu habitación —y Lídia desapareció riendo detrás de la puerta acristalada del salón, en dirección a la habitación de su hermana.

—¡Ven aquí zorra, dónde te crees que vas! —gritó Tania, que fue detrás de su hermana menor—. ¡Ni se te ocurra entrar en mi habitación! —se la oyó gritar ya desde dentro de la casa.

Ver a ese par de hermanas pelearse, completamente desnudas como iban, me dió cierta excitación en el momento. Aunque también en parte me ponía triste ver como se insultaban y despreciaban. Pero también se me ocurrió que mejor era eso, que tener una relación distante y completamente indiferente, como la que yo tenía con mi hermano. Seguro a pesar de todo,  debían tener de vez en cuando sus buenos momentos, ya se sabe, del amor al odio…

Por su parte María observaba la escena con mucha pasividad. Estaba claro que le era familiar, y sabía que las hermanas se daban la vara constantemente. Ya cuando estuvimos solos volvió su atención hacia mí. Apenas habíamos estado juntos desde que llegamos a casa de Tania y, después de todo, se suponía que éramos novios.

Su mirada me pareció distinta, pensativa, y definitivamente algo había cambiado. Pero en un instante se transformó, como saliendo de un extraño trance, y se levantó acercándose a mí con su habitual determinación. Esa diosa desnuda me miraba fijamente, tapandome de la luz del sol, y con una extraña sonrisa en su delicada cara.

—Me sorprende que no estés empalmado, después de tanto rato —dijo con su tono habitual—. No es a lo que me tienes acostumbrada; ayer a esta hora ya me habías hecho hacerte dos pajas —sentenció con una carcajada.

Si hubiera estado más atenta, habría observado que no era verdad, pero obviamente yo no iba a confesar los actos acontecidos, y menos con la hermana menor de su amiga.

—¿Es ésta actitud nueva que tienes, más lanzado? —preguntó—. ¿O es que has venido pajeado de casa?

Entonces se puso sobre mis piernas, acomodando su trasero a escasos centímetros de mi miembro. Su mirada era una vez más la que había aprendido a conocer esos últimos días; juguetona, sexy, provocadora, intimidante…

—Nos tienes aquí a todas desnudas. Si te conozco bien, eso es razón suficiente para que se te ponga el mástil duro como un tronco —continuó mi amiga, ahora atrapando mi pene con sus manos—. ¿Qué pasa, ya no te ponen mis tetas?

María empezó a pajearme con una mano y con la otra se acariciaba los senos. Empecé a ponerme muy nervioso, temía que las dos hermanas volvieran en cualquier momento y nos pillaran en esa situación. Miraba hacia la puerta, vigilando que no llegaran.

—No te preocupes, las conozco, tardarán un rato —afirmó María que adivinó mi inquietud.

Entonces, cambiando de estrategia para provocar, cogió las braguitas que había dejado Lídia en la tumbona de al lado y las estampó en mi cara.

—Mira las braguitas de esa zorrita, ¿te gusta como huelen? —dijo viciosamente—. Te has pasado mucho rato hablando con ella… ¿Te gustaría follarte a esa cría? Quizá te deje, es muy putita…

Las braguitas de Lídia olían a sexo, algo diferente al olor que conocía de María, pero era un olor de coño, y con un ligero aroma a fresa, reminiscencia de alguna crema o perfume que usaba la chica. Con todo eso mi miembro había reaccionado del todo y estaba ya completamente erecto. No le pasó por desapercibido a María.

—¡Ahá! ¡Aquí está nuestro amiguete! —continuó—. Mmm… aún estás vivo, menos mal.

Empecé a dejarme llevar por la situación, aunque guardaba un ojo atento a la puerta por si las hermanas volvieran en cualquier momento. En esos momentos María había dejado de lado las braguitas de Lídia y me acariciaba los genitales con ambas manos. Se acercó un poco más, como hiciera el día anterior en su casa, dejando su vagina rozando mi miembro. Me masturbaba frotando el glande contra su mojado sexo y hacía que se introdujera ligeramente en el interior.

—¿Quieres terminar lo de antes? ¿Te gustaría, eh? ¿Quieres follarme? —continuó María—. ¿¡Que se joda Ramón, verdad!? ¡Fóllame, métela entera en mi coño! ¡Al cuerno con mi novio! —gritó entonces, pareciendo completamente fuera de control.

Comenzó a moverse encima mío, atrapando mi pene en la entrada de su sexo, sin dejar que entrara más que un par de centímetros en él. Pero finalmente, apartando sus manos, se dejó caer completamente hasta que sus blandas nalgas se posaron sobre mis ingles. Toda mi polla estaba dentro suyo, la penetración era completa. María estaba quieta sobre mí en esa posición y me miraba con firmeza.

—¿Lo ves? Mmm… mira, toda tu polla dentro de mi coñito, sí… qué grande y qué apretadito se siente… —siguió coqueta, llevándome al éxtasis— ¿Quieres follarme…?

Diciendo eso empezó a levantarse, y al casi salirse mi pene de su interior volvió a dejarse caer sobre mí. Me salió de lo más profundo un suspiro que debió oírse en todo el barrio. No me lo podía creer; María, mi amor platónico, mi amiga de toda la vida; por fín, por fín estaba pasando.

Fueron tres, cuatro, cinco embestidas brutales, subiendo y bajando sobre mi verga con fuerza. Su coñito se envolvía a la perfección alrededor de mi polla, y mi amiga estaba tan húmeda que resbalaba con extrema facilidad. La emoción era sobrecogedora, y las sensaciones se extendían como una corriente eléctrica por todo mi cuerpo, de pies a cabeza.

Seis, siete y ocho veces mi polla penetró a María, con ella cabalgando sobre mí y gimiendo con pasión al hacerlo.

—Sí, fóllame… fóllame… —decía.

Cuando conté la décima empalada, mi amiga paró, con mi polla ensartada hasta lo más hondo, y me miró fijamente. Entonces su expresión cambió totalmente, para mi sorpresa, como si estuviera enfadada conmigo.

—A ver cómo te sales de ésta… —dijo entonces, sonriendo con cierta malicia.

Todo ocurrió en un instante. María se levantó y se tumbó como si nada sobre su tumbona, tomando entre sus manos una revista que había por ahí tirada. Oí por detrás a las hermanas; por primera vez desde que yo llegara no peleaban, parecían reírse de algo juntas. Sólo unos instantes antes estaba follando con mi amiga del alma, pero María lo había orquestado perfectamente para salirse a tiempo y que ellas no se percataron de lo ocurrido.

Llegaron justo delante nuestro y callaron de golpe al verme. Allí me encontraron, completamente acostado, con mis manos agarrando con fuerza la tumbona por los lados, como si se fuera a desmontar si no lo hacía, y con mi pene erguido en todo su esplendor, húmedo y brillante.

Contemplé el rostro de Tania; sorprendida y con la boca abierta. Lídia por su parte me miraba divertida, sonrojada, y sonriendo maliciosamente.

Capítulo 10: El final

—¿Interrumpimos algo? —preguntó Tania con su rostro descolocado.

Ahí estaba yo, empalmado y vulnerable ante esas diosas de la juventud, desnudas y apetecibles. Me pilló por sorpresa la jugada de María, y la verdad que en esos instantes sólo pensaba en follar, acabar lo que mi amiga había empezado. No se me ocurrió absolutamente nada que decir, ninguna genialidad para salir del apuro. Sólo pensaba en ese coño húmedo y caliente que hacía unos instantes se deslizaba arriba y abajo sobre mi mástil.

María por su parte se reía por los bajos escondiéndose detrás de la primera revista que encontró por su paso. Incluso la sostenía del revés, lo que la delataba; estaba claro que poco le interesaban a los trucos de Jennifer López para sentirse guapa ése verano. Pero eso no la detuvo e intentó rematar la jugada.

—Creo que el guarrete de mi novio se estaba dando un homenaje en vuestro honor —dijo, mintiendo para intentar avergonzarme más.

A Lidia se le escapó una carcajada, y parecía que también Tania se aguantaba la risa.

—No, yo… estaba… —balbucée, completamente descolocado.

—Oye, me halaga —dijo Tania con sorna—, pero aquí delante de tu novia… Al menos te podrías haber ido al baño a hacerlo, como antes. Jajaja…

—Estaba follando… María me estaba follando —dije así de claro y franco, casi como si me estuviera recordando a mi mismo que eso en realidad había pasado y no era fruto de mi imaginación.

La cara de María cambió completamente, no era la reacción que esperaba. Ahora estaba sonrojada, y volvía a esconderse detrás de la revista.

—Ahhh… Pues oye, no os cortéis —dijo Tania algo más relajada—. Podéis usar el sofá del salón o incluso mi habitación si quereis, no os vamos a cortar el rollo.

—¡No! No… —replicó María—. Es el salido de mi novio, que os ha visto en pelotas y se le ha puesto dura al sinvergüenza —contestó María, intentando reconducir la situación en su interés.

—¡Faltaría más! Pero por eso no lo atormentes al chaval —continuó Tania medio riendo—. ¿Acaso te crees que mi novio no es igual? ¡Se pone cachondo con verle medio pezón a mi hermana! El idiota me folla como un gorila después de haber visto a mi hermana medio desnuda.

—A veces Tania me pide que me pasee en bolas por la casa, para que me vea, así se pone más cachondo… Jajaja —continuó contando Lidia.

—Todos lo hombres son iguales, mujer, igual de previsibles —sentenció finalmente Tania—. ¡Venga, dale al mozo una buena montada, o al menos sácale de su suplicio con una chupadita!

María se miraba a su amiga con frustración; le había salido el tiro por la culata y no veía cómo escaparse de la situación. Mientras tanto, Lídia se había acercado un poco más a mi para observar mi erección. Se relamía los labios como si se tratara de un rico helado de vainilla que quisiera degustar.

—Ya se le bajará no te preocupes, aquí en tu casa no se yo… si tus padres llegan… —siguió excusándose María que se había quedado sin argumentos.

—¡Que va! —replicó Tania—. Si mis padres van a tardar horas en llegar, y a la mojigata de mi hermana la encerramos en su cuarto y ya está. Jajaja…

—¡Eh! —exclamó Lídia—. ¡Y una mierda!

—En serio, ir donde queráis, podéis hacerlo en el rincón que más os guste —insistió Tania, a la que ya la notaba algo excitada.

—No, no… si no hace falta… —dijo María, que ya no sabía qué decir.

La verdad que me empezó a molestar un poco tanta reticencia, pero me divertía ver que su plan le había fallado por no tener en cuenta lo promiscuas que eran esas dos hermanas.

—¿Pero a tí qué te pasa? —dijo entonces Lídia dirigiéndose a María—. Folla con tu novio si quieres, tia, nos da igual. ¡Parece que estés buscando excusas! Yo a una polla así no le hacía ascos; me lo follaba aquí ahora mismo aunque estuviéramos en medio de una comunión —terminó diciendo.

—Pero serás puta… ¡Vas más salida que un mono! Ve a sacarte un moco o algo y déjalos en paz… —la reprimió Tania.

Pero la verdad que la chiquilla no lo podría haber dejado más claro. María estaba quedando en evidencia poniendo tantos obstáculos al asunto. Al final se levantó, y acercándose a mí completamente resignada me tendió una mano.

—Ala, vamos a echar un polvo en el salón —dijo María fingiendo tanta naturalidad como le fue posible.

La seguí hacia la mentada pieza no sin antes echarles una buena mirada a las dos hermanas, que nos observaron entrar por las puertas acristaladas de la casa con una sonrisa perversa en sus rostros.

Ya en el interior, María corrió las cortinas para crear algo de intimidad.

—No te hagas ilusiones —dijo—. Lo de antes ha sido una broma. No vamos a follar; te hago una paja y con eso te apañas.

Me dió algo de pena. María había cambiado mucho en pocas horas. El día anterior lo habíamos pasado genial, disfrutando de una forma desenfadada de nuestra sexualidad, sin que eso dañara de una forma aparente nuestra amistad. Pero ahora parecía que sus sentimientos estaban evolucionando en algo más serio, y el miedo que eso le pudiera generar se estaba interponiendo entre nosotros.

—Lo que tu quieras María —dije débilmente—. Ya sabes, nos divertimos un poco, pero sólo si tu quieres. Yo no te voy a forzar a nada. Y tampoco me voy a interponer entre tú y Ramón, ya lo sabes, yo no soy así. Pero no me lo tomes en cuenta; es que estos días contigo han sido los mejores de mi vida. No sabes cuánto tiempo hace que te deseo. Aunque sospecho que siempre lo has sabido. Te amo, María, desde que éramos unos renacuajos.

No me lo podía creer. Me acababa de declarar, sin comerlo ni beberlo. María me miraba con cierta pasividad, pero no pareció sorprenderle mi confesión. Me sentí algo ridículo, dada la situación, los dos en cueros y yo confesando mi amor.

—Te deseo —continué, armado de valor—. Sueño contigo, con tu cuerpo, con tu sexo; te necesito cerca de mí. Por eso no me vale con ser sólo un substituto; yo te quiero para siempre. Y creo que tú también me quieres. Quizá no lo supieras antes de empezar nuestro inocente trato, pero presiento que algo ha cambiado en tí, y tienes dudas.

María seguía sin reaccionar, aunque la expresión de su cara me dió a entender que había dado en el clavo.

—¿Por qué tienes miedo María? —proseguí—. ¿Dime, no crees que merezco yo más la pena que esos bobos como Ramón, que sólo te quieren para follar? Yo te amo por todo lo que tu eres. Te conozco. Sé lo que te hace reír, lo que te preocupa, lo que anhelas. No hay nada más importante para mí que verte feliz, y si me lo permites, intentaré probarte que puedo hacerte más feliz de lo que piensas. ¿Qué me dices, María? ¿Me darás una oportunidad?

María no contestó. Estuvimos en silencio un par de minutos que me parecieron una eternidad. ¿Por qué no había quedado calladito como siempre? No se que bicho me picó. En primera instancia, simplemente pensaba en intentar arreglarlo todo un poco y devolver las cosas a como estaban. Pero cuando las palabras empezaron a fluir de mi boca fue como una reacción en cadena en la dirección directamente opuesta.

Ella me observaba como a un metro de distancia delante de mí, y no movió ni un músculo. Su rostro temblaba y sus ojos brillaban. Yo, empezando a asimilar la situación, empecé a amedrentarme y reconsiderar todo lo que acababa de decir. Un sudor frío se apoderó de mí. Temía la reacción de mi amiga del alma. Todo colgaba de un hilo; ¿la había perdido para siempre, o por fin cumpliría mi sueño?

En todo caso, cualquiera que fuera el desenlace, una consecuencia segura era que nuestros juegos se terminaban ahí. Imposible que pudiéramos seguir con nuestro trato después de haber expuesto mis sentimientos. Era el final de la semana más increíble, morbosa y erótica que nunca tuve.

—María oye… es que… —empecé a balbucear, no pudiendo soportar más ese silencio sepulcral.

Pero en ese mismo instante, sin darme tiempo a mediar una palabra más, Tania asomó la cabeza entre las cortinas.

—Hola, perdonad si os molesto, solo os interrumpo un momentito —dijo algo inquieta, y continuó—. Una pregunta. Me podéis decir que no, si quereis, solo os pregunto por si acaso. Es que…si no os molesta… esto… ¿Os importa que me siente aquí en un rinconcito y mire?

Su cara era de chiste, llena de inocencia como si nos estuviera pidiendo que le diéramos una piruleta o algo por el estilo. María no había apartado su mirada sobre mí, y la verdad que ni se inmutó por la intromisión de su amiga. Parecía inmersa en sus propios pensamientos, y yo esperaba con ansiedad su resolución. ¿Qué iba a ser? ¿Sí? ¿No? ¿Iba a perder una amiga o iba a ganar una novia?

Tania nos observó un momento. Tampoco ella estaba recibiendo ninguna respuesta, y nos contemplaba divertida, completamente ajena a la realidad del momento.

—Si queréis me voy, os dejo a vuestro rollo, no pasa nada… —insistió, e hizo una pausa, mirándonos a los dos buscando con la mirada alguna señal cómplice que la autorizara en sus intenciones voyeur-masturbatorias.

En ese momento, para mi asombro, María se lanzó sobre mí y empezó a besarme con extrema intensidad. Me tomó desprevenido, y la verdad, el nervio con el que me besó no me gustó en un principio. Era más dureza que pasión, vigor sin fulgor, arrebato sin ternura. Me estaba comiendo la boca sin compasión, y empujándome me hizo caer sobre el sofá. Agradecido por la pausa, me toqué los labios que sentía ya algo doloridos. Ella se colocó encima mío, y sin piedad volvió a atacar mis morros.

¿Qué quería decir eso? ¿Puede que fuera un sí? La verdad no estaba seguro. Me trataba con poco cariño, más bien parecía enfadada. Pero su nervio desenfrenado poco a poco fue dando paso a una sesión de sexo animal de alta tensión. Intenté dejar al lado mis sentimientos y empecé a concentrarme en el asunto.

Tania, que acató la falta de respuesta como un sí, ya se había instalado en uno de los sillones reclinables que se encontraba cerca del sofá, abierta de piernas y frotando su lampiño coño en frente nuestro sin vergüenza alguna. María, sin sacar su lengua de mi boca, se colocó encima mío de manera que su sexo, chorreando, aplastaba mi pene contra mi bajo vientre. Un par de rápidas manipulaciones más y lo guió hacia su interior.

Otra vez pude sentir la suavidad de su vagina apretando mi miembro. Sin mucha dilación, empezó a cabalgarme con furia. Me miraba a los ojos, pero no dijo nada en ningún momento. Su mirada era extraña otra vez, no había duda, algo había cambiado en ella y estaba claro que ya no me veía como un simple amigo.

Pero aún así, la dureza y falta de ternura con la que me follaba, me hacía dudar sobre la naturaleza de sus sentimientos. Aunque yo por mi parte, me estaba desahogando. María era mi amor platónico, y fuera de la forma que fuera, me convencí en aprovechar y disfrutar de ese momento lo mejor posible. Le agarraba las nalgas y la besaba tan apasionadamente como me salía. Devoraba sus pechos, jugando con sus pezones con la punta de mi lengua y deslizándolos entre mis labios.

Al rato agarré a María por el culto y la levanté, y luego la coloqué a cuatro patas sobre el sofá. La penetré con fuerza desde atrás, tomándola por las caderas y luego magreándole el culo con las palmas de mis manos. En ese punto tanto María como yo gemiamos de placer ruidosamente, sin importarnos que Tania estuviera allí. Dirigí mi mirada hacia ella. Se masturbaba y se retorcía sobre el sillón y cuando sus ojos se encontraron con los míos me encontré con una mirada viciosa y un rostro desfigurado por el placer.

Volví a centrarme en María, observé como mi polla la penetraba y como su abultada vulva se abría para recibirla una y otra vez. Le miré el ano, blanquito y cerradito. Me excité aún más si cabe, y empecé a jugar con el codiciado agujerito con un dedo. Su anito se abría fácilmente y pude sin ningún problema introducir la mitad del dedo índice en él. Eso me puso tan a cien que sentí que me iba a correr en cualquier momento.

Para intentar bajar mi excitación un poco, fijé mi vista a otra parte, a un rincón vacío del salón. Empecé a escanear la pieza con mi mirada hasta que llegué a la puerta de la cocina, y allí vi algo muy interesante. Lídia estaba allí, de pie, observando bajo el dintel de la puerta, sin perderse nada de lo que estábamos haciendo. Frotaba sus finas y jóvenes piernas la una contra la otra, con una mano puesta sobre su sexo.

Eso era demasiado, estaba como una moto. El coño de María apretaba mi pene dándome un placer increíble, mientras las perversas y viciosas Tania y Lídia no miraban, masturbándose. Veía a mi amiga y sus redondas nalgas rebotar contra mi polla una y otra vez, gimiendo de placer.

Me iba a correr, era inevitable, así que antes de que fuera demasiado tarde, decidí sacar el pene del interior de ese coñito. En su lugar me arrodillé y acerqué mi cara hacia sus abiertas nalgas. ¡Qué olores! Con mi lengua comencé a lamer su vulva de abajo hacia arriba, continuando hasta su anito, al que forzaba mi lengua en el interior.

Todo me sabía a ese néctar único que mi amiga desprendía, embriagador, un manjar delicioso que mi paladar degustaba ávidamente. Me deleité lamiendo y chupando, dando un respiro a mi pene. María, que no se quejó, seguía gimiendo de la misma forma. Cuando tuve suficiente y me sentí dispuesto a seguir penetrándola, me erguí detrás suyo. Entonces oí algo:

—Por el culo, dále por el culo —dijo Tania, también gimiendo.

María no reaccionó a esas palabras, simplemente seguía a cuatro patas, ofreciéndome sus agujeros desde esa posición. No había duda de que había oído lo mismo que yo, y no hizo ademán alguno para oponerse. Al contrario, a los pocos segundos viendo que yo no hacía nada se echó para atrás hasta que su culo abierto entró en contacto contra mi miembro, y empezó a sobarme de esa manera invitándome a seguir.

Ayudándome con una mano, apunté mi polla hacia el pequeño agujero trasero. Al aplicar presión cedió un poco, llegando a entrar como la mitad de mi glande y sintiendo la fuerte tensión del esfínter sobre él. Necesitaba un poco más de lubricación, y la solución se encontraba allí mismo, a escasos centímetros.

Comencé a alternar coño y ano, repetidamente. Embestía mi polla hasta lo más profundo de su sexo, y volvía a sacarla. Luego apuntaba a su otra entrada y presionaba hasta donde cediera sin forzar demasiado. Al cabo de unas cuantas repeticiones, mi pene consiguió entrar algo más allá de mi glande en su retaguardia, y a partir de ese punto fue todo más fácil.

Seguí penetrándola únicamente por el culo. Era muy estrechito y suave al mismo tiempo, y tardé un poco en adaptarme a esas nuevas sensaciones. Fui variando distintas velocidades, a veces suavecito y despacio, a veces fuerte y rápido.

Después de un rato, haciendo pausas de vez en cuando y volviendo a penetrar su sexo unas pocas veces más, llegué otra vez a un estado de éxtasis difícil de controlar. Esa vez no iba a poder conseguir parar. María gemía salvajemente y su esfínter me apretaba más fuerte que nunca. No pude más, noté el semen empezar a fluir por mi interior, y lancé un grito que me salió de lo más hondo del alma. Inundé sus entrañas generosamente. Creí que mi semen no iba a parar de brotar; tanta cantidad me salió que se escapaba fuera de su recto.

Me encontraba en la gloria, en un estado de trance, flotando de placer. Todo parecía haberse calmado, nadie gemía, nadie se movía. María se dejó caer sobre el sofá, dejando su trasero apuntando hacia arriba. Respiraba fuerte y profundamente. Acabé retirando mi pene de su interior, y nada más sacarlo, aún más de esa espesa viscosidad blanca brotaron de su agujerito y rápidamente se escurrieron sobre su vulva y luego sus muslos.

Me senté en el sofá, y mirando a Tania, vi que se mordía los labios y clavaba su mirada sobre mí. Su cara de aire inocente, aunque llena de perversidad, la encontré tierna y amable en esos momentos, contrastando con la de María. Ésta se acababa de levantar, y sin dirigirme una palabra se fué al baño. Me miró de reojo al hacerlo, parecía a la vez avergonzada y enfadada, aunque no contra mí sino contra sí misma.

Lídia seguía mirándonos desde la puerta de la cocina, sofocada y respirando fuerte por su masturbación. Se la veía preciosa, como un ángel, y me sonreía con satisfacción, como si fuera ella la que hubiera recibido mi trozo de carne entre sus piernas. Sobre sus muslos percibí como rastros de un brillante líquido transparente a se escurría hasta sus rodillas. Me pregunté si se había corrido, o si simplemente estaba tan húmeda que sus jugos se escapaban piernas abajo.

Al cabo de unos pocos minutos ví a María salir del baño y sin pasar por el salón se dirigió directamente al exterior para darse un chapuzón en la piscina. Qué buena idea. Tania rápidamente se levantó para acompañarla. Yo aproveché para ir también al baño y asearme un poco. Pero antes Lídia me paró en el pasillo:

—Mmm… Me he puesto a mil… me ha gustado mucho verte follar con María —dijo sensualmente—. Esto no se acaba aquí, me debes una. Ya sabes, por la mamada que te he hecho antes. Me has puesto muy cachonda y me la vas a devolver. Pero no te preocupes, ya me lo cobraré cuando y como yo quiera.

Entonces se acercó y me besó en los labios. Sin darme oportunidad de decir nada, desapareció escaleras arriba y ya no la ví más esa tarde, ni por bastante tiempo para decir la verdad.

Al terminar de asearme, volví a fuera donde estaban María y Tania. María se había vuelto a vestir y parecía lista para marcharse. Tania seguía desnuda. Admiré su precioso cuerpo un poco más y ella me devolvió la osadía mirándome el pene tan descaradamente como se podía hacer.

—Qué suerte tienes María, vaya pollón que tiene Ramón, y qué bien que sabe usarlo —comentó con desparpajo, y rozó mi miembro discretamente con una mano a escondidas de mi amiga.

—Sí, Ramón sabe cómo me gusta —contestó María con desánimo.

¿Era eso ironía? No me paré demasiado a pensar sobre lo que significaba, y viendo que el plan era volver para casa, fui recogiendo y vistiéndome también. Fue una corta despedida, un par de besos aquí y allá, y al poco rato ya estábamos María y yo de camino de vuelta. No me dirigió la palabra. En un par de ocasiones volví a preguntar, qué había significado todo, si tenía alguna respuesta para mí. ¿Acaso iba a darme una oportunidad?

Pero no me respondió y esa fue la última vez que despedí a María en su portal. Nunca me contestó con palabras, pero estaba claro, aún sin saber con seguridad cuál eran sus verdaderos sentimientos, que nuestra amistad se había terminado.

Epílogo

Me dolió tanto que no salí de mi habitación en una semana. Pero pronto intenté reconducir un poco las cosas y empecé a verlo todo con otros ojos. Nadie me iba a quitar esa semana vivida con María. Fue corta, sin duda, pero había sido sin duda la mejor de mi vida. Y no había duda que María había sido ella misma, sincera todo el tiempo y lo vivido fue intenso y auténtico.

Supe que María y Ramón rompieron a las pocas semanas. Al parecer, el capullo se había estado beneficiando a una prima segunda suya durante las vacaciones. No supe si María se enteró, pero lo sé porque Ramón mismo me lo contó meses después. Le confesé lo que había pasado con María mientras él no estaba y se me echó a reír el muy cabrón; le daba absolutamente igual.

A María la fui viendo por la calle ése verano, desde la distancia, siempre con sus vestiditos cortos y enseñando piel. Pero sobretodo siempre andaba con algún chaval nuevo al que calentaba. A veces al verme se hacía la coqueta, para darme celos, pero a mí me empezó a dar igual; si eso es lo que realmente la hacía feliz, era libre de hacerlo.

Yo por mi parte pasé el verano rememorando las escenas protagonizadas con mi amiga, y me satisfacía reviviéndolas en mi cabeza. Sacaba las braguitas que me había ganado como recuerdo, y me corría oliendo los deliciosos aromas de su sexo, que sabía de memoria. En una ocasión volví a la piscina, y encontré el vestuario exacto donde me hizo esa primera paja. Allí mismo le hice otro homenaje.

Os seré sinceros, no fue tan fácil dejar atrás mis verdaderos sentimientos hacia ella. Muchas noches me encontré llorando con desespero sin poder dormir. Pero fue de más a menos, y hacia el final del verano ya no lloraba por ella, apenas me entristecía por ello. Dejé atrás mis fantasías platónicas que ahora sabía seguro que nunca llevarían a nada, y las reemplacé con los recuerdos del sexo que gozamos juntos.

Un día, a media mañana, me desperté y decidí bajar al súper para comprarme unos donuts. En la caja de al lado la ví, con una minifalda que poco la cubría y coqueteando con el cajero que se quedó alucinado mirándola. No le culpé por ello. Al poco rato ella se percató de mi presencia, y echó una mirada que me costó descifrar.

La saludé vagamente desde la distancia, y sin más la ignoré y continué a mi rollo. Sin tan solo mirarla acabé de pagar y me dirigí al exterior de la tienda. Sentí que me alguien me agarraba del brazo.

—Hola, ¿qué tal el verano? —dijo María, sin mirarme a los ojos y con cierta inquietud.

—De puta madre —dije encogiendome de hombros, casi ignorándola.

—Me alegro —continuó—. Corté con Ramón.

—Sí, ya me lo dijo —dije sin más.

María parecía nerviosa, sin saber qué decir, pero seguía plantada delante mío sin moverse. Al cabo de un par de minutos, me quedé sin paciencia.

—Bueno, me tengo que ir que tengo planes —mentí—. Nos vemos.

Y con ésa breve despedida la dejé atrás. No sé qué pretendía, si realmente parecía querer acercarse a mí otra vez en plan amiga, o si buscaba sacar el tema de lo acontecido, pero no quise darle pie a nada y guardar el control de la situación. Tardé mucho tiempo para sacármela de la cabeza, y no tenía ninguna intención de dar marcha atrás.

Me pasé el día dándole vueltas, y concluí que lo mejor sería actuar con normalidad. Era inevitable volver a toparme con María, éramos prácticamente vecinos, pero no iba a caer en mis viejas rutinas. Quizá con el tiempo conseguiríamos restaurar cierta normalidad, pero no iba a enamorarme de ella otra vez, eso lo tuve claro.

La mañana siguiente me despertó el timbre de la puerta. Me había quedado hasta muy tarde jugando a videojuegos y me había dormido. Abrí apenas los ojos, vi como el sol luchaba por entrar a mi habitación, filtrándose por los mínimos espacios que dejaba mi persiana. Miré el despertador, eran las diez y cuarto. Mi família ya estaba trabajando, seguro; me había perdido el desayuno.

El timbre volvió a sonar. Como pude me levanté de la cama y arrastrando los pies me dirigí hacia la puerta. A medio camino me di cuenta que iba en puros boxers, no podía recibir a nadie así. Me encontré con una camiseta sucia en el suelo, de camino al recibidor, y me la puse.

Con apenas despegar mis párpados, me dispuse a abrir la puerta. Me costó focalizar la mirada en la persona que esperaba detrás de ésta, un haz de luz del exterior me nubló la vista por unos instantes. Cuando pude recobrar la visión, la ví, era ella. Estaba ahí, de forma inesperada, aunque sin saberlo la había estado esperando desde siempre.

La jovencita, con sus cabellos sedosos y rubios, me miraba divertida desde el rellano. Su graciosa y núbil figura estaba perfectamente cubierta por un sencillo y ajustado vestido veraniego de un color blanco puro. Sin vacilar, y con un gesto a la vez grácil y sensual, llevó sus manos bajo la prenda y, tomando sus braguitas, las deslizó dejándolas caer sobre sus pies que estaban apenas cubiertos por unas sandalias de color rojo.

—¿Me dejas pasar? —dijo ella con una amplia sonrisa en su lindo rostro, y fijando sus grandes ojos en mí—. Supongo que no te has olvidado; me debes una, y me la voy a cobrar aquí y ahora.

Fin.