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El novio substituto (Capítulo 7: El autobús)

en Hetero: General

Esa mañana me levanté alegre y lleno de energia. Lo primero que hice fue recuperar de mi mesita de noche las braguitas que María me regaló unos días atrás. Seguían oliendo a su sexo.

 

Su sexo. El sexo que ahora conocía como la palma de mi mano. Lo había admirado, palpado y besado. Lo había explorado con mi lengua, lo había rozado con mi pene, mi glande se había adentrado en su interior e incluso me había corrido sobre él.

 

Fue una larga mañana, contando las horas que quedaban hasta volver a ver a mi amiga. Habíamos quedado justo después de comer, en su portal, y de allí iriamos juntos hasta casa de su amiga Tania; esa pequeña rubia descarada con falsa mirada inocente.

Me acordé de ella, de esa noche que pasamos en Las Alamedas. Me acordé de cómo cabalgaba a su novio con vicio, incitándome a mirarla. Y también me acordé de su vulva lampiña, bien afeitada, que sin vergüenza alguna dejó a mi vista para que la observara.

Después de comer solo en casa, ya que mi família se encotraba trabajando, me eché en el sofá cinco minutos y luego me preparé para irme. Era ya casi la hora.

 

Pronto llegué al portal de María para esperarla, como muchas otras veces. Excepto que ahora era diferente; sabía que en el momento que mi amiga apareciera por esa puerta la iba a besar, saborerar su lengua una vez más.

 

Así pasó. María descendió corriendo las escaleras vistiendo un cortito y ligero vestido de verano, y al atravesar la puerta acristalada de su edificio se topó conmigo y con mis labios. La cogí por sorpresa, pero se dejó hacer. Nuestras lenguas se enlazaron y mis manos se asentaron sobre su cintura.

 

¡Ey! ¿De qué vas? —dijo cuando terminé de besarla.
—¿Qué pasa? ¿No eres mi novia? —me aventuré a preguntar.
—Bueno, se puede decir que de momento sí. Pero no te olvides de tu amigo Ramón. Será un imbécil y un mamón por haberme dejado tirada, pero aún está coladito por mí y tengo que respetarlo —dijo ella con sorprendente convicción.
—¿Te ha llamado acaso algún día desde que se fué? –pregunté.
—Pues sí, hablé con él ayer por la noche. Está en la playa con la família de su madre. Le expliqué que tú me estabas haciendo compañía mientras está fuera. Eso lo alegró, y también me dijo que me echa de menos —concluyó.

 

¡Pues yo no! —dije en tono de broma, y le agarré el culo a mi amiga por debajo del vestido.

 

¡Oyeee! —exclamó María riéndose— ¡Pero qué lanzado que has venido hoy! Baja las manitas, amigo, ya te diré yo cuando tocar o no tocar —y devolviéndome la broma me agarró el paquete por encima de mi pantalón de deporte.
 
Su amiga vivía en otra parte de la ciudad y quedaba a media hora o algo menos si tomábamos el autobús. Era una zona "bien", rica, todo eran casitas residenciales con piscina. Al parecer la madre de Tania era doctora y su padre dentista y se lo podían permitir.

Por el camino apenas hablamos de lo ocurrido el día anterior en su casa, aunque estaba claro que eramos algo más que amigos. María aceptó con agrado mi nueva actitud más atrevida y muchas de las bromas que nos hacíamos iban cargadas de morbo.

—¿Te atreves a tocarme el coño aquí en el autobús? —dijo ella.
¡Claro que sí, te follo si quieres! —repliqué.
¡No seas idiota! —contestó riéndome la gracia—. En serio, tócame el chocho, nunca lo he echo en un bus —y abrió ligeramente las piernas.

 

Me costó poco viso lo cortito que era su vestido. Sus braguitas estaban ya muy húmedas y su clítoris destacaba endurecido en el centro de su sexo. Me dediqué un buen rato a acariciarla con discreción, nadie pareció darse cuenta. Al principio María reía y hacía comentarios porque le hizo gracia la situación. Pero pasado el rato, mientras yo metía y sacaba dos dedos en su sexo, se quedó más bien seria. Se puso roja de excitación, y sabia que luchaba por no gemir delante de los otros pasajeros del autobús.

—Para, para... —terminó diciendo cuando no pudo resistirlo más—.  Vas a hacer que me corra delante de todo el mundo y nos van a echar.

—Vaya, siento que...

Mi amiga no dejó terminar la frase, simplemente me besó con extrema pasión. Yo me quedé parado, nunca me había sabido igual un beso suyo. Nos quedamos sin hablar un buen rato hasta que ya casi llegamos a casa de su amiga.

—Oye, ya sabes, en casa de Tania tú eres Ramón —dijo María bastante seca.

 

Si no la conociera mejor habría dicho que estaba enfadada conmigo. Creo que nuestro trato de novio substituto la estaba afectando más de lo que ella había imaginado. Quise creer que se estaba enamorando de mí y le daba algo de miedo.

 

—¿Quieres que "Ramón" termine lo que ha dejado a medias en el autobús antes de que llegemos? —dije.

 

Estábamos en la calle. Esa zona residencial era muy tranquila y fácilmente nos podríamos haber escondido en algún rincón. Tomé a María con una mano y con la otra me adentré bajo su vestido hacia su sexo.

 

¡Imbécil! ¡No te pases! —María me gritó deshaciéndose de mí y claramente enfadada.

 

—¿Qué pasa? ¿No era nuestro trato? —pregunté, lo primero que se me ocurrió.

 

—Sólo cuando estemos en casa de Tania, luego ya veremos —contestó, y continuó caminando.

 

La veía triste y enfadada. Ese cambio drástico de actitud reafirmó mi hipótesis. Ese beso, todo había cambiado después de ese beso. No fué un beso como los otros. No fué sólo puro morbo y vicio como los otros, fué algo más. Decidí dejarla tranquila un tiempo. No quise forzar la situación.

Cuando llegamos en frente de casa de su amiga Tania me excusé:

—Perdona, creo que me he pasado —dije en tono grave.
—No, no te preocupes, es mi culpa —contestó ella—. Venga, novio, vamos a pasarlo bien un rato.
 
(Continuará)