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Los Vulpeja de Perchavieja (3) Un virus

en Amor filial

Cuatro días lleva ya Claudia encerrada en su habitación. Es un suplicio estar enferma, y ni siquiera puede entretenerse con su hermana, que para que no se contagie la han mudado a la habitación de su hermano. No hay nada que odie más que padecer fiebre en fechas ya tan calurosas. Su pijama, que apenas consiste de una vieja camiseta y unas gastadas braguitas de algodón, está empapado de sudor.

Son apenas las cinco de la tarde, y el sol pega en la ventana con todo su furor. No lo soporta más, y desoyendo a su madre, aparta la colcha para destaparse. Acerca una mano a su entrepierna y se frota el coño por encima de las viejas braguitas. Hace tantos años que las tiene que le van algo pequeñas. Se lleva la mano a la nariz y respira profundamente. Apesta a una mezcla de orín, flujo vaginal y sudor.

Desde antes de ponerse enferma que no se ha duchado. No ha hecho más que dormir y comer sopas. A decir verdad, es la primera vez en esos cuatro días que se siente tan aburrida, debe ser que se empieza a sentir mejor. Vuelve a acercar la mano ahí abajo y empieza una friega lenta pero ritmada sobre su clítoris. Claudia cae en la cuenta de que tampoco se ha masturbado desde que cayera enferma.

Se levanta y se pone a buscar algo en un cajón. En él encuentra un gran pene de silicona, con unas venas exageradamente marcadas y coronada por un glande de desproporcionadas dimensiones. Se lo puede agradecer a su madre, que personalmente lo escogió para ella en un sex shop de la ciudad. Sin tardar se vuelve a echar en la cama, y quedando con las rodillas levantadas, desliza las braguitas hasta medio muslo.

No le hará falta lubricante, está húmeda de sobra, y sin dificultad guía a su interior el fálico instrumento. Dirige la mano que le queda libre bajo la camiseta hacia un pezón, que acaricia y pellizca con delicadeza. Se deja llevar, cerrando los ojos y abandonándose al placer. Cuánto echa de menos llenar su coño de un buen pedazo de carne, uno de verdad, y no ese sucedáneo que tiene que empujar ella misma hacia su interior.

En esas se encuentra cuando oye la voz de su padre al otro lado de la puerta. Parece que está subiendo las escaleras, quizá dirigiéndose a su habitación. A la joven le viene a la cabeza la imagen del pene de su padre, grande y gordo como el consolador que tiene en ese momento ensartado hasta el fondo de su sexo adolescente. Continúa masturbándose con una sonrisa diabólica en su rostro, anticipando el panorama que se iba encontrar cuando abriera la puerta y la pillara así. Se dice que le pedirá que la ayude a maniobrar el consolador, o incluso que lo sustituya por su propio cipote.

De repente se da cuenta de que su padre no viene solo. Una voz poco familiar lo acompaña, algún desconocido viene con él. En el momento justo en que oye cómo el pomo de la puerta empieza a girar, alcanza la colcha y de un salto se la echa por encima.

El señor Vulpeja entra en la habitación sin llamar, como de costumbre, y encuentra a Claudia acurrucada en la cama, simulando estar medio dormida como si la acabaran de despertar. Bajo el dintel de la puerta se ha quedado Pablo, el hijo del panadero y compañero de clase.

—Claudia, hija mía, mira quién ha venido a verte —anuncia Lolo desbordando alegría.

No es para menos. El negocio de los padres de Pablo está en pleno apogeo. Ya tienen tres panaderías en Perchavieja, y hay rumores de que pronto abrirán una en la ciudad. Lolo está encantado de que su hija entable amistad con alguien de una familia tan adinerada. Sobretodo ahora que está intentando convencer al panadero de que instale sus máquinas de café en sus establecimientos. Según sus cálculos, el señor Vulpeja doblaría sus ventas de la noche a la mañana.

—Hola Pablito, qué tal… ¡cof, cof!—saluda Claudia desde la cama, tosiendo y exagerando su voz engripada.

—Pablo, hija… “Pablo”, que está el chico hecho un hombretón ya, ¿eh…? —corrige Lolo dándole unas sonoras palmas en la espalda, y forzándolo a entrar en la habitación.

Pablo es un chico más bien gordito, con poca personalidad, y nula experiencia con las chicas. Por su aspecto eso es más que palpable, aunque Claudia lo conoce bien dado que comparten clase desde parvulario.

—Hola Claudia… —dice el chaval con un hilo de voz, con el rostro rojo como un tomate.

—Pablo te ha traído los apuntes de estos días, para que te pongas al día —continúa el padre—. ¿No es todo un caballero?

—Si, papá… ¡cof, cof! …gracias Pablito… ¡digo Pablo!.

—¡Oye! ¿Por qué no te quedas un rato y la ayudas a estudiar un poco, eh, Pablo? —suelta Lolo, que ya lo tenía planeado—. Tenéis exámenes la semana que viene ¿verdad? ¿Qué te parece hija?

—¿Ahora, papá? —se queja Claudia.

—¡Claro! ¿Que te vas a alguna parte? —comenta el padre sarcástico.

—No… pero es que estoy en pijama, papá…

—Tranquila hija, no pasa nada… que hay confianza. El chaval ya entiende que estás enferma, ¿verdad?

—Sí, sí… —responde Pablo, muerto de vergüenza.

—Perfecto —sentencia Lolo—. De hecho ya lo he hablado con tu padre, puedes quedarte el tiempo que haga falta, incluso cenar con nosotros si quieres.

En realidad, el padre de Pablo está más que encantado de que su hijo pase la tarde con Claudia. El chico no sale de su casa ni a tiros, se pasa los días matándose a pajas en su habitación. Siente un poco de pena por él. Tímido, un poco lento en todos los sentidos, feo y gordo, el pobre chico la verdad que lo tiene todo. Si no fuera por el dinero y el negocio familiar, poca esperanza tendría para salir adelante.

—Pues lo dicho; ponte cómodo hijo, como en tu propia casa —sigue el señor Vulpeja—. Claudia hija, ven a recibir a nuestro invitado como es debido. Y un par de besos no estarian de más, que el chico se lo merece.

Claudia sigue sintiendo el consolador en el interior su sexo, con sus braguitas a medio camino hacia sus rodillas. La joven se plantea por un momento qué pasaría si simplemente se descubriera delante de ellos. Pero no está segura que sea el momento adecuado.

—No sé papá, que lo voy a contagiar, pobrecito… —se excusa finalmente, mientras empieza a maniobrar discretamente bajo la colcha.

—Qué va, hija… Eso solo será los primeros días creo yo. Ven y dale un achuchón a tu amigo Pablo —dice Lolo con cierta insistencia.

Claudia no puede esconderse más, y apenas le ha dado tiempo a quitarse ese pollón de silicona de su coño, y, con una maniobra magistral, subirse las braguitas al mismo tiempo que va apartando la colcha para levantarse de la cama. Las bragas han quedado un pelín mal colocadas, un poco de lado, y al levantarse los dos visitantes apenas las pueden vislumbrar antes de que la camiseta acabe tapando su pelvis en parte.

Pablo empieza a sudar incluso más al ver a Claudia tan ligerita de ropa. La jovencita se acerca despacio a su compañero de clase, petrificado, con los generosos pechos tambaleando de izquierda a derecha al caminar. Éstos se marcan ceñidos bajo la vieja y desgastada camiseta, y se distingue sin problema el color rosado de sus pezones a través de la tela. Lo primero que piensa Pablo en verla así, es en la foto que Claudia le enviara unos días atrás, luciendo esas tetas delante de la cámara, y no puede evitar la erección dentro de sus pantalones.

Claudia se para delante suyo y le da el par de besos de rigor, permitiendo a Pablo percibir de cerca el olor de su piel sudorosa. Claudia a su turno percibe el inconfundible aroma a pan recién hecho que siempre acompaña a Pablito.

—Qué frialdad, hija mía, como si no hubiera confianza con el chico —se queja Lolo—. Dale un achuchón y un beso como es debido, joder.

Claudia, no sin antes lanzar una mirada sospechosa a su padre, se lanza contra el pecho del chico, sintiendo su figura rechoncha entre sus brazos. Alza la vista hacia el rostro del chaval, que está rojo como un tomate, y acerca los labios hasta entrar en contacto con los suyos, ofreciéndole un breve pero húmedo beso.

Pablo está excitado, descolocado, bloqueado. Se atreve a rodear la cintura de la joven con sus brazos, sintiendo la humedad del sudor en su ropa y el calor que desprende su piel. Nunca ha estado tan cerca de una chica. No entiende muy bien el porqué de lo que está pasando, pero lo recibe con expectación después de los años que lleva secretamente enamorado con Claudia. Bueno, el pobre chaval lleva años secretamente enamorado de todas las chicas habidas y por haber, así de desesperado está.

—Eso está mejor, Claudia —afirma el padre—. Pues oye, os dejo a lo vuestro, ya vendré luego a ver cómo os va.

Lolo desaparece, cerrando la puerta detrás suyo al salir.

Pablo se queda ahí plantado, petrificado, nervioso. No sabe qué hacer o dónde ponerse, y se pregunta por qué Claudia lo mira tan fijamente con esa extraña sonrisa que no sabe descifrar. Finalmente la joven rompe el hielo.

—Bueno, como ves no tengo escritorio, así que tendremos que estudiar en la cama.

Claudia extiende la colcha sobre el colchón, asegurándose de que el consolador quede disimulado bajo un pliegue sin que sobresalga demasiado. Seguidamente se sienta sobre la cama, doblando las piernas una sobre la otra, e invita a Pablito para que la acompañe.

El chico sigue su ejemplo, aunque primero se quita los zapatos, y se coloca justo en frente de ella. Claudia siente como el colchón se menea y se ahueca al recibir el peso de su compañero. Éste empieza a sacar carpetas y libros de la mochila que lleva consigo, y se pone a presentar los apuntes que ha tomado los últimos días en clase.

La verdad que Pablo no es el más brillante de su clase, y rápidamente Claudia se da cuenta de que los apuntes no son muy buenos, además de incompletos. Pero le basta para entender de qué va la cosa. Ella, al contrario que él, sí que es una alumna ejemplar e inteligente, y seguro que podría haberse espabilado ella sola para recuperar el tiempo perdido sin necesidad de que Pablo la ayude.

El hijo del panadero intenta concentrarse lo más que puede en sus apuntes, haciendo un esfuerzo para seguir hablando, algo entrecortadamente, a pesar de estar tan cerca de esa belleza, esa diosa pelirroja. Sus enormes ojos turquesa se clavan en él mientras le escucha, y se siente obligado a apartar la mirada para no ponerse aún más nervioso. Al hacerlo, sus ojos se desvían a menudo hacia sus piernas, y al espacio entre ellas. Poco tarda en descubrir que sus blancas braguitas, apretadas y desgastadas, están muy pegadas al pubis de su amiga. Además, por un lado se le escapan una cierta cantidad de vellos rojizos, y lo que parece ser parte de uno de sus labios mayores.

Cada vez su corazón se acelera más, y goterones de sudor se deslizan por su frente más rápidamente de lo que consigue enjuagarlos. Claudia lo observa divertida, a sabiendas de lo nervioso que está el chico, pero guardando las apariencias y haciendo ver que lo escucha con atención. De vez en cuando, para jugar un poco con él, se lleva la mano a su sexo para rascarlo, como si le picara. Eso hace que la fina tela de las bragas se meta entre su vulva, dejando aparente su forma, y de paso descolocando aún más la prenda dejando al descubierto el lateral que ya estaba bastante expuesto.

A Pablo le es difícil concentrarse delante de Claudia y su exuberante belleza. De vez en cuando ella se inclina hacia él para mirar más de cerca algún bosquejo en sus apuntes, apoyándose sobre una de sus gordas piernas. Al acercarse tanto, ese olor fuerte a sudor, orín y flujo vaginal que la envuelve inunda las cavidades nasales del muchacho, excitándose aún más si cabe.

Al poco rato, la puerta vuelve a abrirse sin aviso previo, haciendo que el chico se sobresalte de la sorpresa. La señora Vulpeja, en un ligero vestido de verano, entra en la habitación portando una bandejita con un vaso de agua, unas pastillas y un termómetro de mercurio.

—¡Oh! ¡Pablito! ¡Qué sorpresa, no sabía que estabas aquí!

—Hola, señora Vulpeja… —saluda nervioso el chico.

—Llámame Patri, Pablito, no me hagas sentir vieja… —dice ella acompañando con un coqueto movimiento de caderas—. Hija, es hora de la pastilla.

La madre posa la bandeja en la mesita de noche y procede a atender las necesidades de su hija enferma.

—No te he traído nada, cariño —dice Patri dirigiéndose a Pablo—. ¿Quieres un zumo o algo?

—Agua ya va bien, gracias…

—Bueno, ahora te lo traigo. Claudia, hija, la temperatura, venga.

—¿Ahora, mamá? —se queja la joven.

—Sí, ala, ponte bien.

Claudia, que se sabe la rutina, se gira y se pone a cuatro patas sobre la cama. Pablo, que no se ha movido, la observa colocarse en esa posición, dejando su culo en pompa un par de palmos de distancia. La se sube un poco la camiseta y, sin vacilar hace descender sus braguitas por sus muslos hacia sus rodillas. Al muchacho casi le da un infarto, todo está ahí delante suyo al descubierto. La vulva adolescente de Claudia, con unos abultados e inflamados labios mayores, está cubierta de una fina capa de vello pelirrojo. Parte de sus labios menores sobresalen en el centro, y el chico puede apreciar su humedad.

Pablo observa entonces como la madre aparta bien los glúteos de su compañera y procede a introducir el termómetro en su ano.

—Voy a por tu agua, cariño. ¿Seguro que no quieres nada más? —pregunta la madre con toda naturalidad.

—No, no… —balbucea Pablo.

El chico contempla ese pletórico trasero de color pálido, abierto de par en par y al alcance de su mano. Desde la proximidad, también percibe el aroma que desprende. El termómetro está clavado hasta la mitad en el recto de Claudia, y observa cómo la joven, por instinto, contrae intermitentemente el esfínter haciendo que el pequeño instrumento se mueva ligeramente.

—Perdona que te tengas que esperar… es un palo estar enferma… —dice la chica girando la cabeza, sonriente.

—No, no… si no… no pasa nada… —contesta el chico con apenas voz.

Claudia, sintiéndose juguetona, arquea un poco la espalda para que su culo abierto quede lo más expuesto posible ante el muchacho. Desde su posición, lo observa desafiante, con esa mirada de diablilla que pone cuando se le ocurre alguna guarrada.

—Toma, Pablito, tu agua —dice Patri, que acaba de entrar de nuevo en la habitación.

El chico se la bebe como si le fuera la vida. Tiene la garganta seca de la excitación, y de tanto sudar parece que se esté volviendo flaco por momentos. La madre extrae finalmente el termómetro del esfínter de su hija y se lo acerca a la cara para leerlo.

—Treinta y ocho y medio… va mejorando.

Claudia mientras tanto se ha vuelto a acomodar las braguitas y se sienta delante de Pablo en la misma posición de antes.

—Bueno, os dejo seguir estudiando. Pero no la aprietes demasiado, Pablito, que todavía está enfermita, ¿de acuerdo? —dice Patri con un tono maternal.

La mamá acaba de recoger las cosas, y con la bandejita en mano se dispone a salir nuevamente de la habitación.

Pablo, esquivando la mirada de la joven, empieza a rebuscar en sus apuntes, intentando recordar dónde lo habían dejado antes de que la señora Vulpeja los interrumpiera. Claudia, que observa al tímido gordito con cierta compasión, ya no tiene ganas de estudiar más.

—¿Te gustó la foto? —pregunta entonces.

Pablo se queda petrificado. Sabe muy bien a qué se refiere, pero no sabe qué responder.

—No me has hablado casi nada desde ese día —insiste Claudia, buscándolo con la mirada—. ¿No te gustó la foto que te envié?

—No… yo… sí que me gustó… es que… —balbucea el chico.

—¿En serio? ¿Te gustó? —persiste la joven, con un falso tono inocente.

—Ahá…

—¿Te has hecho alguna paja con ella?

Al muchacho le da un salto el corazón al oír una pregunta tan directa.

—Yo… bueno…

—No pasa nada, dime, ¿te masturbas mirándome en la foto?

—A veces… —responde débilmente el chico después de un momento de silencio, sin atreverse a mirarla a los ojos.

Claudia, enternecida por la timidez del chico, se acerca un poco más a él. Se apoya a cuatro patas sobre sus manos, haciendo que sus brazos estrujen naturalmente sus grandes pechos a un palmo de la cara del muchacho.

—¿La tienes aquí? ¿La puedo ver?

El chico, dudoso, busca su teléfono dentro de un bolsillo. Desbloquea el móvil y sin ninguna dificultad encuentra la foto que Claudia le envió, etiquetada entre favoritos. Allí aparece la jovencita, acostada sobre el sofá vistiendo tan solo unas braguitas, exhibiendo sus pechos y con esa mirada de zorra en celo que ya se sabe de memoria.

—Salió bastante bien, ¿no crees? —pregunta la chica.

—Sí, mucho…

—¿Cuantas pajas te has hecho con mi foto, Pablito? —insiste Claudia, tan cerca de él que el muchacho puede sentir su aliento.

—No sé… —responde nervioso—. Dos o tres…

—¿Dos o tres? ¿¡Solo dos o tres!? —suelta Clauda apartándose, casi ofendida.

—Al día… —prosigue Pablo por lo bajini.

—Aaaah… ¡dos o tres al día!

—A veces más…

—¡Ala…! Eso son muchas pajas, Pablito… —dice ella cariñosamente— ¡Si que te ha dado de sí la foto!

El chico está hecho un lío, entre excitado y avergonzado. Está sudando tanto que se ven dos grandes ronchas bajo sus axilas, y alrededor de su cuello.

—Oye… ¿Puedes enseñarme como te las haces? —pregunta entonces Claudia provocativa.

—¿Cómo…? —balbucea el chico de nuevo, tembloroso.

—Venga, tranquilo, que hay confianza… enséñame cómo te pajeas con mi foto.

—Es que yo…

—Que no se lo voy a contar a nadie, Pablito, solo quiero ver como lo haces…—insiste ella, ahora llevando una mano hacia el paquete del chico, justo debajo del gran michelín que forma su bajo vientre.

—Yo es que…

—Va… solo un poquito, por curiosidad —dice mientras acaricia el bulto del muchacho.

Justo en ese momento aparece Lolo por la puerta, interrumpiendo una vez más.

—¿Cómo va, chavales?

—Bién, papá, ya casi terminando —responde Claudia risueña, apartando la mano y volviéndose a sentar delante de Pablo—. ¿Sabes qué? Dice Pablo que se hace tres pajas al día mirando mi foto, ¿sabes?, la del otro dia.

—¿Tres al día? ¿Con la misma foto? —pregunta el padre sorprendido, ante el asombro del chico que no sabe ya qué cara poner.

—Sí, papá…

—Eso debe ser algún tipo de récord digo yo.

—¡Jajaja! —se ríe inocente Claudia.

—Oye, pues se me ocurre una idea, hija mía. Para agradecer a Pablo la tarde que se ha pasado aquí contigo a estudiar, ¿qué te parece si te sacamos unas cuantas fotos más para que se lleve a casa?

—¡Qué buena idea, papá! ¿Como hacemos? —pregunta Claudia, denotando su excitación.

—A ver… déjame tu móvil, Pablo, que yo saco las fotos. Y tú, Claudia, ponte aquí sobre la cama de tu hermana.

Pablo, temblando, tiende la mano ofreciendo su teléfono al señor Vulpeja. Éste se sienta a su lado sobre la cama, en el espacio que ha dejado Claudia, ahora tendida sobre la cama de su hermana Paula en el lado opuesto de la habitación.

—Bueno, a ver. ¿Qué te parece si empezamos donde lo dejamos la última vez, eh Pablo?

Pablo responde con una mirada de estupefacción. Acto seguido la chica se deshace de su camiseta, quedando en braguitas como en la famosa foto del WhatsApp.

Su padre procede a hacerle cambiar de poses, luciendo su fantástico y juvenil cuerpo. Su piel pálida y recubierta de pequitas doradas se ve reluciente por el sudor provocado por el calor y el sofoco. Al cabo de unas cuantas fotos, que el señor Vulpeja saca moviéndose de un lado al otro de la habitación, se para pensativo.

—Creo yo que Pablo ya te ha visto bastante en braguitas, hija mía. ¿Qué te parece si te las sacas?

—Vale, papá, buena idea.

Claudia se levanta y, sin apartar la mirada de Pablito, que la vigila con estupor, desliza la prenda piernas abajo, dejándola caer a sus pies.

—Muy bien, hija, muy bien… —dice Lolo, que ya empieza a sacar fotos—. Pásame las braguitas, no las dejes tiradas en el suelo.

La jovencita se agacha y acatando el pedido de su padre le lanza las braguitas, que éste atrapa sin dificultad. El padre se las lleva las a la nariz y respira profundamente.

—¡Joder! Qué olor, hija… —se sorprende Lolo.

—Es que hace cuatro días que no me ducho…

—Ya se nota, ya… —entonces, ofreciendo las braguitas al muchacho—. Mira cómo huelen, Pablo, mira qué guarra está la niña…

Sin decir ni mú el chico se lleva ese manjar al rostro, e inspira tan fuerte como le es posible. Está a punto de explorar de tanta excitación.

—¿A que huele a marísco? ¿Eh chaval? Jajaja…

—¡Papá…! —se queja Claudia.

—Bueno va, ahora siéntate en la cama y ábrete de piernas, cariño —sigue Lolo.

—¿Así? —dice Claudia sumisa, bien abierta y con los pies apoyados sobre la cama.

Pablo mantiene las braguitas de Claudia en su cara, mientras al mismo tiempo la observa haciendo posturitas delante suyo, a las órdenes de su padre que sigue echando fotos a discreción.

—Muy bien, muy bien… Vaya tetas tan magníficas que tienes, hija mía —sigue Lolo—. Ahora ábrete el chochete con las manos, hija, que se vea bien —entonces dirigiéndose a Pablo—. ¿Qué te parece si le sacamos unas de cerca, eh?

Lolo se acerca a su hija para sacarle unos cuantos primeros planos de su sexo, a lo que Claudia colabora abriendo los labios mayores con un par de dedos. Pablo, ese feo y gordito hijo del panadero queda inmóvil, observando desde su posición.

—Acércate, hombre, acércate —invita el padre.

El chico, aún incrédulo, como si se tratara de algún sueño extraordinariamente real del que se tiene que despertar inevitablemente, asiste de primera mano a la improvisada sesión fotográfica.

—Fantástico, fantástico… —comenta Lolo mientras revisa algunas de las últimas fotos en el móvil de Pablo—. Bueno, chaval, creo que con esto te harás bastantes pajas, ¿eh?

El señor Vulpeja y su hija se ríen abiertamente por el comentario, ante el pobre Pablo que está rojo como un tomate.

—¿Ya está, papá? —pregunta entonces Claudia, algo decepcionada.

—No sé, hija. ¿Qué te parece, Pablo? ¿Tienes suficiente?

El muchacho no sabe responder, simplemente está ahí, valorando la erección bajo su pantalón, e intentando no correrse por accidente después del espectáculo que acaba de presenciar.

—Oye, se me ocurre otra idea —dice de repente el padre—. ¿Qué os parece si os algo algunas juntos? ¿Eh?

—¡Qué buena idea, papa! —suelta Claudia, alegre.

Pablo, al borde de un paro cardíaco, es acompañado a sentarse en la cama por el señor Vulpeja, justo al lado de la jovencita.

—Bueno, a ver. Empezemos con unos besitos, ¿os parece?

Claudia, sin dudarlo un segundo, se abraza a las carnes de su compañero, y acerca sus labios hacia su rostro. El chico no se atreve a moverse, pero siente como su amiga empieza a comerle la boca. Poco a poco, Pablo se va soltando y abre un poco los morros, facilitando la operación. Nunca a besado a una chica, aunque en verdad, tampoco lo está haciendo ahora; es Claudia la que le está besando a él, humedeciendo su cara con su saliva, y ayudada por su lengua. Ésta recorre el rechoncho rostro del chaval, y con descaro intenta adentrarse entre sus labios, buscando el contacto con su lengua.

Mientras tanto, Lolo no ha dejado de hacerles fotos, comentando lo bien que están actuando.

—Vamos a hacer algo, hija mía. Ponte encima de Pablo como si os lo estuvierais montando de verdad.

Claudia empuja a Pablo hasta recostarlo sobre su espalda encima de la cama. La joven entonces se coloca encima suyo, a horcajadas, apoyando su torso sobre la generosa panza del chaval. Vuelve a atacarlo con sus labios, mientras el chico empieza a soltar incontrolables gemidos de excitación.

—No está mal… —comenta el padre—. ¿Pero sabes qué? Es un poco raro que Pablo esté vestido, no se entiende muy bien. ¿Porqué no le sacas la ropa también?

—¡Sí! —grita Claudia emocionada.

Enseguida la chica empieza a desvestir al joven, empezando por los pantalones. Le deshace los botones y estira la prenda hacia abajo por las patas. Con el peso del chico, no es tarea fácil, pero acaban saliendo. Entonces va a por la camiseta, un polo de marca talla XXL, que con algo de dificultad acaba saliendo también.

—Creo que así ya está bien —dice el padre—. Si te pones encima de él tapando sus calzoncillos con el culo, creo que bastará para parezca que follais en la foto.

—Vale, papá, voy a probar.

La chica se vuelve a sentar encima de Pablo. Esta vez tan solo los calzoncillos del chico entre medio. Su húmedo sexo entra en contacto con el bulto que, rígido y húmedo a su vez, se marca apretando la fina tela hasta su límite. El chaval suelta un gruñido de placer al sentir los acolchados labios de la vulva de Claudia hacer presión sobre su pene,

—¿Así? ¿Qué tal se ve? —pregunta la joven, que con un pequeño vaivén se acomoda en la posición deseada.

—Muy bién, a ver qué tal salen las fotos.

Lolo se pone a inmortalizar el momento otra vez. Claudia vuelve a echarse sobre Pablo para besarlo, esta vez directamente apoyando sus pechos sobre el lampiño torso del chico, que nota como unos endurecidos pezones se clavan en su piel.

—¿Sabes que pasa? —dice entonces el padre, al poco rato— Al moverte encima suyo, dejas que se vean los calzoncillos, y ya no parece que sea real…

—Vaya… lo siento… —dice Claudia—. ¿Quizá mejor sacarlos, no?

—Sí… creo que sí —sentencia el señor Vulpeja.

Claudia tarda una fracción de segundo en agarrar los calzoncillos de Pablo por los extremos y empezar a empujar hacia abajo. De nuevo, por el peso del chico, le cuesta un poco pero acaban saliendo. Pablo se queda sobre la cama avergonzado, nunca nadie le ha visto desnudo; no quiere que nadie vea sus michelines, o su pene, pequeño según él. Pero de hecho Claudia está fascinada, y le agrada contemplar esa polla que sabe está así de dura por sus artes. No le parece pequeña. Quizá sí en comparación a otras que ha probado, pero la considera de tamaño aceptable.

—Mmm… Pablito…qué bonito… —comenta la chica provocativa—. ¿Y si hacemos alguna haciendo ver que le como la polla, papá?

—Bueno, prueba a ver como sale.

Claudia agarra el pene de Pablito y acerca el rostro hacia él. Posando para la cámara, saca la lengua y acaricia el glande suavemente con ella. El chico soporta como puede un placer nuevo para él, y observa como la chica se introduce con facilidad su modesto mástil hasta la garganta.

—¿Qué tal las fotos, papá? —pregunta la chica justo después de unos pocos movimientos.

—No están mal, hija, buena idea. Pero ahora volvamos a lo de antes, venga, que se nos hace la hora de cenar —indica Lolo, severo.

—Vaale…

La jovencita vuelve a posarse sobre el chico, aún inmóvil, y rojo apunto de explotar. La polla del chico queda atrapada entre su propio pubis y el de la chica. Como antes, Claudia se acomoda sobre él con un vaivén, y sigue besándolo con zorrería.

—Sí… eso es… ahora sí parece que os lo estáis montando de verdad… —comenta el padre excitado, sin parar de echar fotos.

Con el frote, Claudia está masturbando al chico, dejando que su pene roze sus partes más íntimas una y otra vez. Poco a poco la temperatura de sus cuerpos alcanza máximos, y el sudor se escurre por su piel.

—Bueno, ya tengo bastantes fotos así —dice Lolo—. ¿Qué os parece si cambiamos?

Entre Claudia y Lolo, ayudan a Pablo a levantarse un poco, y le dejan recuperarse del sofoco.

—Ahora tú abajo, hija… —indica el padre.

La chica se acuesta otra vez sobre la cama, abriendo sus piernas al máximo a la espera que Pablo se eche encima suyo. Lolo no deja de documentarlo todo con el móvil del afortunado estudiante.

—A qué esperas, chaval, ponte encima de mi hija.

Poco a poco Pablo obedece, poniéndose de rodillas en frente de Claudia, despatarrada.

—¿Por qué no empiezas por comerle las tetas? Seguro que te mueres de ganas, ¿eh Pablo? —insinúa Lolo—. No me dirás que nunca has pensado en comerte ese par de balones, ya he visto como te quedas embobado mirándolas… Jajaja…

El joven obedece, y se abalanza a saborear esos pezones. Los lame y succiona como si esperara que algo fuera a salir de ellos.

—Bién, bién… —interrumpe el señor Vulpeja—. Ahora ponte encima suya como si te la follaras, hijo.

Pablo sigue las instrucciones, apoyando sus michelines sobre la chica, y dejando su pene a la altura de su ombligo. Claudia lo abraza y lo atrae hacia ella, empezando a besarlo como antes. Se dejan llevar, y el chico se mueve sobre ella por instinto, aunque está bastante lejos de la diana, demasiado arriba a la altura del bajo vientre de la chica. Lolo se percata.

—Mira, ¿sabes qué? No está mal… pero es que no acaba de convencer, no parece que te la estes follando de verdad.

Los dos jóvenes interrumpen su actuación y observan a Lolo, revisando alguna de las últimas fotos.

—Creo que es mejor si bajas un poco y se la metes en el coño… Así quedará más realista. ¿Qué te parece hija?

—Me parece bien, si piensas que las fotos quedarán mejor…

—Sí, sí… creo que sí.

—Vale, Pablito, métela entonces… —pide Claudia.

El chico, un manojo de nervios, se desliza piel abajo hacia el preciado destino. El sexo adolescente de la chica se ve empapado. Con nula experiencia, posa su pene sobre la vulva, pero no atina del todo al centro.

—Venga, hombre, que no tenemos todo el día… —insiste el señor Vulpeja.

El chico se apoya en esa posición, presionando sobre el coño de Claudia, aunque su pene resbala hacia el exterior. Lolo va echando fotos. Al final la jovencita se decide a ayudar a su compañero, y con un movimiento de cadera y un empujón en la buena dirección, el glande de Pablo está en posición justo al centro de su sexo.

—Como si te la follaras, nene, haz como si te la follaras —indica el padre.

Pablo empuja, y esta vez su polla se adentra en el preciado agujero. Un escalofrío se esparce por su cuerpo al sentir la cálida humedad del coño de su amiga envolviéndolo.

—Venga, dale, ahora sí que sale bien la foto… —comenta Lolo.

Apenas unos pocos mete y sacas llega a performar el pobre chico, momentos antes de esparcir su simiente en el fondo de ese pozo de felicidad. La jovencita arquea su espalda al sentir su matriz inundada por su compañero de estudios. Mañana le tendrá que pedir a su madre que le traiga una pastilla del día después de la farmacia, por si las moscas. Pero de momento goza de ese pequeño momento de placer. Echaba tanto de menos sentir una polla de verdad en su interior.

—¡Fantástico! Las fotos han quedado de miedo, chaval. Con esto tendrás con qué entretenerte… jejeje…

No sabe cómo responder, pero de momento el chico se levanta, buscando recomponer sus vestimentas. Claudia sigue en la cama, examinando el líquido que brota de su chocho, empañando sus pelitos pelirrojos al salir.

—Pues ya sabes, Pablo. Cuando necesites cualquier cosa aquí estamos, ¿eh? —comenta Lolo devolviéndole el teléfono, objeto de adoración del chico a partir de ahora—. Y le das saludos a tu padre. Si le puedes recordar lo del negocio que le comenté el otro día, te lo agradecería, hijo. Él ya sabe de qué va…

Pablo, terminando de recoger sus cosas, se dirige hacia la puerta.

—Gracias por todo… Claudia —dice con un hilillo de voz.

—Gracias a tí, Pablito. Gracias por ayudarme a estudiar… —dice Claudia con esa mirada.

El señor Vulpeja lo acompaña a la salida, y Pablo pronto se dirige corriendo hacia su casa. Cuando revisa su móvil al llegar a su habitación, descubre más de cien fotos documentando lo acontecido.