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Los Vulpeja de Perchavieja (2) Una ducha

en Amor filial

Claudia disfruta de una relajante ducha antes de irse a dormir. El agua candente se desliza por su piel, cubriéndola por completo de una líquida lámina transparente. Su mente repasa algunos de los momentos destacados del día, particularmente la clase de educación física de esa tarde.

Eduardo, su profesor y tío bueno oficial del instituto, llevaba una camiseta tan apretada que marcaba con todo detalle el relieve de su escultural torso. Sus enormes bíceps estaban a punto de reventar las mangas de la tensa prenda, y sus pectorales infligían tal presión sobre la misma que parecía que iba a estallar en cualquier momento. La muchacha empieza a masajearse el clítoris recordando cómo se le marcaba el paquete bajo los shorts al admirado semental.

Embriagada por esas imágenes mentales, se deja llevar y pronto se descubre introduciendo el tubo de champú tan a dentro como su coño adolescente lo permite. Empieza a auto-penetrarse rítmicamente, mientras fantasea con Eduardo endiñándole su gran cipote hasta lo más fondo de su ser.

En esas se encuentra cuando su padre irrumpe en el baño para desahogar in extremis cierta necesidad de carácter urológico.

—¡Joder papá! ¡Me has asustado! —grita la joven.

—Lo siento hija, pero me estoy meando y no aguanto más —se disculpa Lolo ya con la bragueta abierta.

El padre saca la verga afuera para empezar a descargar ruidosamente en la taza del water un chorro de un caudal bastante importante. La hija lo observa exasperada.

—¿Por qué no te vas a mear a tu baño? ¿No ves que me estoy duchando? —protesta al fín.

—Me queda más lejos, hija —se excusa Lolo—. Y hija, por lo que estoy viendo, no sé si yo le diría a eso ducharse. No creo que esa sea la manera correcta de usar el jabón.

Efectivamente la mampara de la ducha es acristalada y enteramente transparente, dejando a Claudia completamente expuesta en su interior. La posición de la chica, con una pierna apoyada en un banquillo que sirve de apoyo, deja todo a la vista del inesperado intruso. A éste no le pasa por desapercibido el improvisado consolador marca Pantene que sobresale parcialmente del sexo de su hija.

—Tienes que ir con cuidado hija, no puede ser bueno eso de meterte lo que te salga del coño por el ídem —comenta jocoso Lolo mientras sigue meando.

—Pues me dirás tú lo que me tengo que meter… —responde Claudia denotando su frustración.

—Pues un pollón como es debido, hija mía, que para eso están.

—Ya me gustaría papá… pero con lo liada que voy con los exámenes finales a la vista, no me da para buscarme una verga que meterme —explica la chica con cierta pena.

—¿Qué pasó con el chico ese, Alberto, ya no vais juntos?

Naaa… ahora sale con Silvia. Y no hay manera de sacarlo de ahí… créeme ya lo he intentado.

Claudia observa como Lolo se acaba de sacudir las últimas gotas que brotan de su pene, que luce medio morcillón y bien brillante. Cachonda y necesitada como está, se lo empieza a mirar con deseo.

—Tampoco me importaría saciarme con lo que tienes ahí, papá.… —comenta insinuante.

—¿Con este viejo trabuco? —dice Lolo blandieno su herramienta delante de su hija—. Lo siento hija, tendrás que encontrarte otra, que ésta ya se la ha pedido tu madre. Justo ahora la tengo en el sofá despatarrada, esperando a que se la endiñe.

—Zorra con suerte… —susurra la joven casi inaudible.

—Mira, le voy a decir a tu madre que mañana te compre una de esas pollas de plástico que vibran y todo. Es más sanitario que los chismes que usas, hija mía. Y de paso que le compre uno a tu hermana, pa que se le pasen esas tonterías de ser lesbiana.

—Bueno vale, gracias papá… —agradece la chica con cierta resignación.

—A mandar —sentencia él justo antes de desaparecer por la puerta.

Claudia de momento se consuela con el bote de champú, mientras intenta rescatar de su imaginación al profesor de educación física y su armamento viril. Casi ha conseguido recuperar esa imagen cuando vuelve a ser distraída.

—¿Puedo pasar un momento? —pide Paulita con un hilo de voz, asomando la cabeza por la puerta.

—Sí, claro, claro… —responde resignada la frustrada onanista, arrepintiéndose de no haberle puesto el pestillo a esa maldita puerta antes de entrar a ducharse.

—Gracias… Perdona que te moleste pero es que estaba pensando, sabes, que quizá, no sé… puedas ayudarme con una cosilla… Bueno ya sabes, que yo no sé muy bien si… quiero decir… que creo que soy lesbiana, pero igual… no sé… —dice la chiquilla hecha un lío.

—¿Qué quieres que haga yo, Pauli? Eso si no lo sabes tú, no veo cómo yo puedo aclarártelo —comenta la hermana mayor, algo molesta por las constantes intrusiones.

De hecho, desistiendo de su frustrada masturbación, Claudia extrae el bote de champú de su interior y se prepara a destaparlo con intención de hacerle un uso más convencional. Paula, que la observa, parece estar inquieta, pensando qué decir.

—Bueno… he pensado que igual, me puedes ayudar un poco…

—¿Yo? —dice Claudia sorprendida—. Si a mi no me va eso, Paulita…

—Bueno, no tienes que hacer nada… he pensado que a lo mejor si te miro a tí desnuda… como estás así tan buena, pues… veo a ver qué pasa… si me excito pues… no sé, que igual alguna pista me dará… —continúa la joven con una timidez poco común en ella.

—Como quieras… pero no se si te va ayudar en algo. Lo mejor sería que experimentaras con alguna amiga tuya, Paulita.

—Sí, ya lo sé… pero ninguna de mis amigas quiere probar. Me encanta verlas desnudas cuando nos duchamos después de gimnasia, pero ahí no me siento cómoda… Me pica ahí abajo cuando las miro pero no puedo tocarme delante de ellas, les cortaría el rollo.

Claudia mira a su hermanita con indulgencia, a sabiendas que la pobre estaba realmente confundida y deseosa de tener una experiencia sexual para aclararlo todo.

—Bueno… —acaba resolviendo Claudia—. Mírame mientras me ducho si quieres…

—¡Gracias! —salta de alegria Paula.

Claudia se está enjabonando la larga y rojiza cabellera mientras su hermana menor, que se ha acomodado sobre la tapa del retrete, empieza a acariciarse con libertad y sin miedo a sentirse avergonzada. A Paula le encanta observar a su hermana mayor en todo lo que hace. Siempre ha sentido admiración por su cuerpo y su exuberante belleza.

Muchas veces ha deseado ser como ella, pelirroja, con esos ojazos azules que embrujan a todos sus amantes, y con esa constelación de pecas azafranadas que adornan sus sonrosadas mejillas. Ahora contempla cómo Claudia, con la ayuda de una esponja de malla, esparce espuma sobre sus generosos pechos. Otra concentración de pequeños lunares anaranjados se esparcen a través de su piel, blanca como la leche, y descienden por su espalda hasta perderse entre sus perfectas nalgas.

Claudia se para un momento, viendo como su hermana la mira fijamente con una mano dentro de los pequeños pantaloncillos de algodón que le sirven de pijama. De repente algo le cruza la mente, y su mirada, enmarcada por unas frondosas cejas rojizas, manifiestan que se trata de algún tipo de diablura.

—Mira, no sé yo si eso te va a servir de nada —dice finalmente—. Yo creo que si quieres saber si eres tortillera o no, tienes que comerte un coño.

—Ya lo he pensado… pero no sé cómo…

—¿No tienes alguna amiga que le vaya el mismo rollo? —insiste Claudia.

—No, creo que no… más o menos… no sé… muchas tienen novio…

—Bueno, a ver, vamos a hacer una cosa… acércate —dice Claudia con autoridad.

La más joven se aproxima parándose junto a la ducha, con su hermana al otro lado del cristal. La mayor abre la mampara corrediza para facilitar lo que iba a venir.

—Ayúdame con el jabón —ordena Claudia—. Ponte un poco en la mano y lávame bien entre las piernas, ¿quieres?

—Ok… –asiente Paula con cierto nerviosismo.

Pronto la muchacha se encuentra tocando por primera vez un sexo femenino, otro que el suyo propio. Con la mano llena de espuma, empieza a enjabonar a su hermana mayor desde la mata de pelo que adorna su pubis, hasta la raja del culo, adentrando su antebrazo entre sus piernas. La jovencita siente un cosquilleo en su vientre al hacerlo, y mientras va avanzando va sintiendo una necesidad irrefrenable de frotarse entre sus piernas. Empieza a rozar un muslo contra el otro, intentando apaciguar un picor que va aumentando a la misma velocidad con la que va encharcando su pantaloncito de punto.

Claudia empieza a relajarse, habiendo decidido sacarle el máximo partido a la experiencia. Siente la punta de los dedos de su hermanita introducirse ligeramente dentro de su vagina al rozarla, y la hace estremecer. Sin parar de moverse, Paulita se aventura más allá, arrastrando su índice por el perineo para llegar a presionar su esfínter con delicadeza. Con la facilidad que provee el jabón, el dedo desaparece sin esfuerzo dentro del oscuro agujero. Esto vuelve loca a la mayor, es uno de sus punto débiles. Sin quererlo se da cuenta que está a punto de correrse al sentir como Paula insiste con esa intromisión anal.

—Muy bien… ya vale… —dice Claudia con su respiración acelerada, a la vez que sostiene firmemente el brazo de su hermanita para inmovilizarlo.

La muchacha se toma un momento para recuperar la compostura, y aprovecha la pausa para enjuagar bien el jabón entre sus piernas con el mango de la ducha. Claudia arrastra el banquillo desde la esquina y se posiciona justo en frente de su hermana menor con las piernas bien abiertas.

—Ahora con la boca, Paulita —suplica.

La chiquilla, impaciente, se lanza a probar ese coño con su lengua, besando unos labios mayores hinchados y enrojecidos por la excitación. Poco tarda en descubrir que tiene un talento natural para ello, y su lengua juguetona empieza a explorar cada rincón de la anatomía vaginal de su hermana con increíble destreza. Sin olvidar de atacar el clítoris de forma intermitente, indaga en cada pliegue, cada hendidura y cada sobresaliente que forma el sexo de su hermana. Ésta está a punto de estallar, y aunque no es la primera vez que alguien le come el coño, nunca se lo habían hecho tan hábilmente.

Paula no se conforma con eso, y vuelve a acercar un dedo al culo de Claudia, encontrando de nuevo el camino hacia su interior. La joven primogénita no puede resistirlo más, las manipulaciones de su hermanita la están llevando al éxtasis, y muy a pesar suyo no puede frenarlo más. Acaba explotando en un millón de sensaciones que viajan por sus nervios, encrespándole los pelos y erizándole los dedos de los pies. Se deja caer sobre el banquillo, sintiendo cómo esas sensaciones se van disipando a través de su piel.

—Bueno… Paulita, muy bien… —suspira, intentando recuperar la respiración.

Claudia se toma un momento para reponerse, que Paula aprovecha para llevar una mano a su empapada entrepierna y palparse por encima del pijama.

—¿Cómo te has sentido? —pregunta al fin la mayor, ya repuesta.

—Mmm… —gime Paula excitada—, muy bien… pero tengo muchas ganas de hacerme el dedo…

—Bien, vale… parece ser una buena pista.

—Creo que sí…

—Pero ahora, para comprobarlo de verdad, tienes que comparar con un hombre, a ver qué sientes —afirma Claudia—. ¿Has mamado una polla alguna vez?

—No… —responde Paula algo avergonzada—. Casi lo hago un par de veces con unos chavales de clase, pero me dió un poco de asco al final y no lo hice…

—Bueno, la primera vez impone un poco. Pero si no lo pruebas, nunca vas a saberlo.

—¿Pero cómo vamos a hacerlo? —pregunta Paula inocente—. A estas horas no podemos llamar a nadie de mi clase, me van a tomar por loca…

—¡¡¡Aaadriiii!!! —grita entonces Claudia

Adrián, el hermano mediano, está tirado en su cama jugando con su móvil. A decir verdad, está intercambiando mensajes y fotos eróticas con su nueva novia. Como a esas alturas del año ya empieza a hacer calor por las noches, nada mas que viste un bóxer para dormir, lo que facilita la paja que se está proporcionando con la última foto que Noelia le ha enviado. En ella su chica aparece de espaldas frente a un espejo, con un tanga rosa bajado hasta el bajo de sus nalgas, y mostrándole con picardía ese culo gordito que a él tanto le pone.

Al oír su hermana mayor llamarle desde el baño, resopla una serie improperios que habrían provocado un paro cardíaco a las almas más sensibles. Se pregunta qué narices quería de él a esas horas, y por qué no le dejan nunca en paz en esa casa. Ante los insistentes gritos de su hermana, se levanta con parsimonia y se dirige a ver qué narices necesita.

—¿Qué cojones quieres a estas horas? —pregunta al abrir la puerta.

—Un pequeño favor, hermanito… —responde Claudia.

Adrián entra en el baño y se encuentra a sus dos hermanas, la mayor sentada desnuda y abierta de piernas bajo la ducha, y la menor de rodillas frente a ella, con una expresión en la cara difícil de descifrar.

—¿Qué coj…? ¿Qué tipo de favor…? —pregunta el chaval algo desconfiado.

—Necesitamos que nos prestes tu polla un rato —dice Claudia tajante.

Adrián se para un momento reflexionando en lo que acaba de oír, sin saber muy bien cómo reaccionar. Su pene se encuentra ya bastante hinchado por lo que venía de estar haciendo en su habitación, pero siente un hormigueo bajo su vientre al ir asimilando las palabras de su hermana.

—A qué esperas, sácate el rabo que Paula te lo va a chupar —insiste Claudia sin tapujos.

—¿Pero qué dices…? ¿Lo dices en serio? —dice Adrián perplejo.

—Sí, lo digo en serio. Paula quiere saber si es lesbiana o no, y necesita mamar una polla para comprobarlo. Así que venga, no te hagas de rogar.

El joven se lo piensa un segundo, no fuera caso que se trate de alguna jugarreta. Observa a su hermanas detalladamente, y no encuentra razón para dudarlo.

—Pues si insistís… —resuelve al final Adrián encogiéndose de hombros.

Poco tarda en hacer volar el bóxer al otro lado del cuarto de baño, y se acerca a su hermana menor intimidándola con su instrumento, grande y rígido. Claudia, que no es la primera vez que lo ve, no lo encuentra tan impresionante como el de su progenitor. Aún así lo contempla con agrado.

—Muy bien, Paulita. Ahora tómala con una mano y ves moviéndola arriba y abajo, despacito —empieza a dirigir la mayor.

—¿Así…? —pregunta la más joven, acercando con un poco de temor una mano al pene de su hermano, y empezando a ejecutar la tarea asignada.

—Sí, sí… así… —responde Adrián, que agradece las caricias, y empieza a disfrutarlo.

Paula poco a poco va perdiendo el miedo, y le va cogieno el tranquillo a la cosa, a placer de su hermano mayor. El chico se va relajando, y, con permiso de Claudia, se sienta sobre el bidet para estar más cómodo. La jovencita se posiciona de rodillas frente a él, apoyándose en sus musculosas piernas cubiertas de una espesa capa de vello oscuro. Claudia los va guiando desde su posición, sentada en ese banquillo a apenas un metro de ellos.

—Muy bien, Paulita, ahora sácate la camiseta y te pones la polla entre las tetas.

La chica sigue las instrucciones al pie de la letra, y sirviéndose de sus dos manos estruja entre sus tetas la verga de su hermano. No son tan grandes como las de su hermana, pero son más respingonas y sus pezones algo más pequeños y afilados. Poco a poco, el viscoso líquido preseminal que emana desde el glande se va esparciendo entre sus tetas, haciendo que se deslice cada vez con más facilidad.

Mientras Paula se va acostumbrando a la situación, su aprehensión inicial por el pene de su hermano se va desvaneciendo, y descubre que los cosquilleos por su bajo vientre continúan. Poco a poco se va desinhibiendo, y sin saber exactamente cuándo sucede, se da cuenta de que le gusta el contacto con la polla de su hermano. Siente un deseo irrefrenable de ponérsela en la boca, y sin esperar a que su hermana se lo indique, baja la cabeza para que la punta entre en contacto con sus labios al bajar. Éstos a su vez se mojan con el líquido que emana de la verga de su hermano, y quiere sacar un poco la lengua afuera para intentar percibir su sabor. A la vez, baja lo máximo que puede sobre Adrián, y acaba provocando que el glande se introduzca completamente en su interior. Un electrizante pulso en su sexo la hace estremecer cuando siente esa polla con su boca.

—Chúpasela entera… —le indica Claudia, que lo sigue todo de cerca.

La jovencita no espera ni un segundo. Ayudándose con una mano, dirige ese mástil a su boca, y empieza a saborearlo sin discreción. Paula descubre de nuevo que posee un talento innato para ello, usando su lengua con maestría al mismo tiempo que intenta atrapar la totalidad del miembro dentro de su boca.

Adrián empieza a respirar entrecortadamente, intentando gestionar el placer abrumador con el que su hermana le está gratificando. Observa cómo desaparece su pene en su boca, a veces casi entero, y la muchacha de vez en cuando le lanza una sonrisa cómplice que le vuelve loco. Paula, como suele hacer cuando va por casa, lleva sus cabellos color miel recogidos en dos coletas, lo que le da un aire más inocente si cabe. Adrián se deshace de placer, entrando en un trance que le nubla esa divina visión.

Con la mano que le queda libre, la chiquilla se masturba bajo su pantaloncito, que a estas alturas está inundado en sus propios flujos. Paula se pregunta cómo se sentiría con esa polla dentro de su vagina, hasta ahora sólo penetrada por sus propios dedos y por algún que otro vegetal e instrumentos caseros varios.

—Coño, Paulita, ni mi novia no me la mama tan bien… Hmmmm… Joderrrr… —gime Adrián.

—Ves acelerando y desacelerando —sugiere Claudia—, y puedes ir cambiando y hacerlo con la mano solamente, de vez en cuando, eso también les gusta.

Paula acata, y va alternando entre su mano y su boca. De vez en cuando, se la mete tan adentro que Adrián siente como su glande choca contra la garganta de su hermanita, y se tiene que concentrar para no descargarle toda su hombría sin aviso.

—Joder, joder… no aguanto más, Paulita… —se queja desesperado Adrián.

—Deja que se corra dentro —manda Claudia.

Paula se vuelve a clavar la polla hasta el fondo, de manera que su cara queda muy pegada al pubis depilado de su hermano mayor. Éste no se resiste más y empieza a correrse. Es tal la cantidad que despide que la chiquilla empieza a atragantarse, y sacándose al fin el miembro de la boca, empieza a toser mientras unas lagrimillas le saltan de los ojos.

Adrián cae agotado hacia atrás, apoyándose contra la pared. Claudia los observa fascinada, mientras Paula acaba de recuperar la normalidad, tragando todo el semen que su hermano le ha descargado en su boca, y estudiando el sabor que le ha quedado. En pocos minutos, la joven ha conseguido que tanto su hermano como hermana se corran gracias a sus hábiles manipulaciones, y se siente orgullosa de ello.

—Bueno, ¿qué te ha parecido entonces? ¿te ha gustado? —pregunta finalmente la mayor.

—Ahá… ¡un montón! —admite Paula—. Entonces… ¿qué quiere decir? ¿no soy lesbiana?

—Creo que eres bi… —comenta Claudia después de pensarlo un momento.

—¿Que soy qué? —pregunta confundida la chica.

—Bisexual. Te van igual los tíos como las tías —añade Adrián, que se va despertando de su trance.

—Aaah… —exhala Paula, es un momento revelador.

De repente la puerta del baño se abre cuando Patri, la mamá, entra alborotada. Está totalmente desnuda de cintura para abajo, aunque va tapando su sexo con una mano.

—¿Qué está pasando aquí? —dice al ver el panorama, pero rápidamente se precipita hacia el bidet, apartando a Adrián del camino—. Apártate hijo, que voy chorreando la leche de tu padre y dejándolo todo perdido.

Al sentarse en el bidet y apartar la mano que lo retenía, sus hijos pueden contemplar una abundante cantidad de semen brotar del coño de su madre.

—Vuestro padre se la estaba guardando, menuda corrida me echado el cabrón… —continúa—. Paula, bonita, ¿te importa ir a coger un paño y limpiar un poco ahí fuera? He dejado un reguero desde aquí hasta el sofá…

—¡Mamá, mamá! ¡No soy lesbiana, soy bisexual! —grita en respuesta Paula, emocionada.

—¿Qué me dices, hija? —responde la madre, un poco confundida— ¿Es esto lo que estabais haciendo aquí?

—¡Sí…! Claudia y Adrián me han ayudado a aclararlo, ahora sé que me gustan igual los coños y las pollas —explica Paula con orgullo.

—¿Y cómo ha sido eso? —pregunta la madre.

—Primero le he comido el chocho a Claudia, y luego le he chupado la polla a Adrián —comenta la chiquilla con toda normalidad—. Me ha gustado un montón…

—Bueno, bueno, hija, me alegro por tí. Ya era hora de que lo aclararas.

—¡Sí…!

—Tu padre estará contento, últimamente está obsesionado con esto —dice Patri, denotando cierto alivio.

—¡Ahora mismo voy a contárselo!

Paula sale dando saltos del cuarto de baño, haciendo que sus tetas reboten al compás.

—¡No te olvides de limpiar, hija! —grita la madre.

—¡Vaaaleee…! —se oye a Paula gritar desde el pasillo.

Mientras se va enjuagando en el bidet, Patri examina inquisitivamente a sus dos hijos. Claudia alcanza una toalla saliendo de la ducha, mientras que Adrián busca por el suelo a ver dónde han caído sus boxers.

—¿Así que dándole una lección de sexo a Paulita, eh? —se pronuncia al fin la madre.

—Lo ha pedido ella, mamá… —se excusa Claudia mientras se va secando.

—Sí, ha sido todo ella —secunda Adrián mientras se acaba de poner los calzoncillos.

—Bueno… no pasa nada. Ya sabéis lo que pienso… —comenta la madre tranquilizadora—. ¿La has penetrado, hijo?

—No, no… solo ha sido una mamada —dice Adrián.

—Bueno… y la follada entre las tetas —añade Claudia.

—Aaah… muy bien —dice Patri—. La próxima vez me avisais, ¿de acuerdo? Lo de Paulita lo manejo yo a partir de ahora, ¿entendido?

—Ok mamá… —responden los dos al unísono.

—Pues ala chicos, a dormir, que mañana hay clase.

Claudia y Adrián le dan un piquillo de buenas noches a su madre y se retiran a sus habitaciones. Doña Vulpeja termina de secarse la entrepierna con la toalla de mano. Antes de salir por la puerta, se gira contemplando el baño e intenta imaginarse cómo se han desarrollado lo hechos. Una sonrisa se dibuja en su rostro justo antes de apagar la luz, dejando el escenario del “crimen” a oscuras.