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El Castillo de la Condesa

en Trios

Mi esposa y yo nos debíamos un fin de semana sin presiones y tuvimos la oportunidad para salir a disfrutar de un pueblo encantador no muy lejos de Madrid, con alojamiento en un parador medieval que era una pasada. Emprendimos el viaje entusiasmados y con ganas de pasarlo bien.

Mi mujer estaba radiante, muy bien arreglada como suele vestir ella, tiene cuarenta años, llevados de manera estupenda. Su cabello negro, largo y sus ojos verdes son indudablemente atractivos, su cuerpo cuidado, de pechos suaves y firmes y su trasero apretado, hacían que toda ella fuese una belleza armónica.

Yo con mis casi cincuenta, intento cuidarme y mantenerme lo mejor posible, desde luego que donde voy con ella, provoco la envidia de cualquier hombre.

Después de un par de horas en coche divisamos a lo lejos la silueta del castillo que desde lo alto de un cerro dominaba todo el valle. Cuando llegamos al parking nuestras expectativas se vieron totalmente recompensadas. La fachada arquitectónica con esos grabados en la piedra, el amplio hall central custodiado por esculturas y heráldicas, los pasillos con sus pinturas y decoraciones, todo era maravilloso y nos hacía transportar a una época lejana, llena de romanticismo.

La habitación no era menos; era sumamente cómoda y tenía unas vistas espectaculares que nos permitía una panorámica espléndida de los alrededores.

-Cariño esto es increíble, me fascina el lugar- Me dijo mientras comenzaba a desempacar las cosas.

-Es verdad, no hay nada que objetar, cada detalle está muy cuidado-

Habíamos elegido ese lugar porque, no solo era bonito, sino que estaba lleno de historias sobre caballeros y princesas, asedios y batallas de tiempos remotos. Además contaba con una leyenda sobre cierta duquesa casada con un hombre que supo tener mucho poder en dominios de todo calibre, excepto en su virilidad, aparentemente diezmada por un accidente sufrido durante una cabalgata. Se dice que el Duque encerró a su mujer para evitar que ella, cuyos variados apetitos carnales eran de conocimiento público, le fuera infiel.

Después de años de cautiverio, ella enviudó y finalmente pudo recuperar su libertad. A partir de entonces se dedicó a honrar la memoria del Duque organizando todo tipo de reuniones y festejos que terminaban invariablemente dando rienda suelta a los deseos sexuales forzosamente reprimidos durante tanto tiempo. La viuda dedicó los años que le quedaron, entregándose a amoríos de toda clase; noches y días de ardiente frenesí, incluyendo orgías que se perdían en las estancias del lugar. Según esa historia, cada rincón del castillo ha sido testigo de aquellos días intensos y un halo sexual le acompaña desde entonces.

La historia era pintoresca y sea esta cierta o una simple leyenda, la verdad es que el lugar resulta estimulante y con un poco de imaginación se siente un halo que mezcla el romance, con la sensualidad y erotismo.

En cualquier caso nosotros ya veníamos un poco calentitos, así que de vez en cuando cruzábamos algunos comentarios con promesas de un buen polvo esa noche.

Entretanto aprovechamos el día para pasear por los alrededores del pueblo y más tarde recorrer el castillo por los diferentes ambientes, donde imaginábamos algún que otro encuentro ardiente.

En eso estábamos hasta que llegamos a uno de los salones más acogedores del lugar, donde entre las varias pinturas distribuidas en sus paredes, se encontraba el de la famosa Duquesa. Había cuatro personas en el interior, un par sentadas en los enormes sillones y otras recorriendo los detalles ornamentales. El retrato de la susodicha era sencillo, más bien pequeño, que la mostraba en clásica pose de medio perfil.

-Si el cuadro es fiel a ella…muy guapa no era- Argumentó mi esposa.

-Pero cara de viciosa no le falta- Respondí y ambos reímos.

En ese instante otro hombre que compartía la visión se acercó resuelto.

-Nada como una historia con morbo para que sobreviva al paso del tiempo-

-Sin dudas- respondí –haya sucedido o no, una vez que se instala en el anecdotario de la gente la cosa suele ir a mayores y no a la inversa-

-Seguramente historias como la de esta señora se han magnificado para dar más soga a la imaginación popular- Su voz era pausada y profunda.

Nos presentamos mutuamente, Yolanda mi esposa y yo mismo, Alberto. Al cabo de un rato estábamos charlando animadamente. 

Gerardo, así se llamaba el susodicho, nos invitó unas copas y no tardamos en intercambiar opiniones sobre temas diversos.

Era un hombre alto y delgado, de profundos ojos grises, el pelo lacio poblado de canas se extendía libremente a los lados de su rostro. Su edad era indefinida pero podría decir que tenía una madurez resplandeciente. Era locuaz y se notaba una elegante actitud en cada gesto que hacía, e iba sobrado de un aire seductor.

Conversamos sobre temas variados, pero ciertamente la historia y cultura en general era lo que más disfrutábamos.  Alargamos la velada entretenidos y cuando nos llegó la hora nos despedimos con la promesa de compartir una cena la noche siguiente.

Ya a solas mientras íbamos de camino a nuestra habitación intercambiamos pareceres respecto del encuentro que habíamos tenido y ambos coincidimos que Gerardo era un tío interesante y agradable.

-Tiene buena planta- Comentó ella – La verdad es que es una persona interesante e inteligente…y tiene un cierto aire de misterio-.

-Parece que te dejó buena impresión. Tiene es rollo de intelectual que tira los tejos sin que parezca evidente- Respondí coincidiendo con mi mujer.

Entramos a la habitación y de inmediato nos besamos con pasión. Mis manos volaron sobre su cuerpo y la desvistieron por completo.

Allí de pie apreté mis manos sobre los glúteos de su trasero mientras comenzaba a chuparle los pezones que se endurecieron de inmediato.

Las manos de mi esposa fueron al bulto de mi entrepierna donde el miembro erecto aguardaba apretado bajo la tela del pantalón.

La senté en la cama; sin pausa ella bajó mi cremallera y extrajo la herramienta que deseaba sus caricias. Mi pene mojado y duro quedó a merced de sus manos y su boca, preparada para sentir su calor, chuparlo y recorrerlo con fruición. Su boca lo tragó hasta el final, mientras las manos comenzaron a masajearme el culo y los testículos. La erección creció a medida que sus labios carnosos se volcaron con las caricias. Me hizo una mamada profunda, haciendo que mis gemidos de placer sonaran en la habitación, poniéndola muy cachonda.

Desnuda la tumbé sobre la cama abriendo las piernas que dejando su sexo depilado y húmedo a mi entera disposición.

Lentamente comencé a recorrer sus muslos, jugando con el deseo creciente de mi mujer, haciendo que mordiese sus labios en un intento por controlar la excitación de la piel.

Percibía el latido de su entrepierna esperando que el calor de mi boca se hiciera con ella; me acerqué, rodeándola, saboreando las mieles que su vulva prometía.

Hasta que con un sutil movimiento, el extremo de mi  lengua rozó su clítoris en llamas…

-Ayyyyyyy…- Exclamó ardiente, esperando por más.

Comencé a comérselo de todas las formas posibles, acompañando con el masaje de mis dedos sobre su sexo. Boca y dedos entregados a su placer, alternando con lujuria. Cuando estaba a punto de estallar, hice un movimiento rápido e introduje de un golpe la llama encendida de mi polla dura, abriendo las paredes del sexo de mi esposa que se expandían ante la embestida.

-Ohhh como me gusta...- Gritó envuelta en placer.

Mi palo la clavó hasta el fondo y comencé a sacudirla frenéticamente como si fuera una muñeca. Una y otra vez arremetí con el miembro duro, haciendo que la vulva se lubricara por completo. Los jugos calientes de ambos quemaban como una lava, sus manos se contrajeron sobre las sábanas para sostener el orgasmo que estaba a punto de estallar.

-Ahhhh…ohhhh siiii!!!- Exclamó gritando su potente orgasmo.

Continué acariciándola y mientras estaba metiendo los dedos en su coño una vez más, mordisqueaba los pezones duros de excitación.

- Lo tienes empapado…te lo estoy preparando para clavarte otra vez- Al mismo tiempo me masturbaba sutilmente.

-Cariño Imagina que Gerardo te va a comer el coño…- Dije encendiendo el morboso juego

-Ufff…no me digas eso…-

-¿Te gustaría sentir su lengua palpitando en los pliegues de su sexo?-

-Ayyy me pone mucho…- Mi mujer comenzó a retorcerse abriendo las piernas, fantaseando con la idea.

-Te sujeta las piernas…lame un poco tus muslos…- Mientras lo decía iba ejecutando los movimientos. –Asi…lentamente hasta llegar al centro de tu sexo-

-Uhhhh…- Ella cerraba los ojos como imaginando la escena y la excitación se hizo dominante en todo su cuerpo.

Mi lengua entre sus piernas la hacía gozar con cada movimiento de caricias profundas, hasta que el grito de placer acudió a su garganta y el orgasmo retumbó en la habitación.

-Ahhhhhh siiiiiii!!!-

De inmediato mi pene duro y fuerte abrasó su interior y comenzó una sucesión de orgasmos, hasta que yo no pude aguantar más y estallé soltando mi leche en ella.

Imaginarla con Gerardo fue un toque de fantasía con mucho morbo y ambos disfrutamos del excitante juego.

Con la tranquilidad retornada al cuerpo y la libido más satisfecha, nos quedamos quietos retozando hasta que el sueño nos arrastró al descanso.

El día siguiente fue entretenido, paseamos por la mañana y follamos por la tarde, así que lo aprovechamos a tope.

Por la noche, habíamos quedado en encontrarnos con Gerardo en el restaurante del parador y tomar algunas copas antes de la cena. Ella se puso un bonito vestido oscuro ceñido al cuerpo que le hacía una figura estupenda y unos zapatos de tacón con los que no podía andar muy lejos, pero hacían su figura aún más atractiva.

-Cariño estás de infarto, ese vestido te queda pintado y te hace unas curvas en el trasero para comerte – Dije al verla.

-¿Me queda bien verdad?, me agrada que te guste. Eso sí, para que me sentara así de estupendo lo llevo sin nada debajo, es la manera que no deja marcas que lo afean…salgamos que es la hora- Y con las mismas abrió la puerta de la habitación mientras yo la seguía con la mirada alucinada clavada en su cuerpo.

-Pues a ver cómo te mira nuestro amigo- Respondí con sorna.

Con estilo casual y elegante, cuando llegamos al salón él ya se encontraba de pie en la barra. Nos recibió sonriente y lo primero que hizo fue alabar el vestido de mi esposa.

-Qué bien luces con ese vestido, parece que te lo hubieran diseñado exclusivo para ti- Aduló cortésmente.

Ella se sentía evidentemente halagada y muy subida de ánimo, la velada prometía ser agradable y estábamos dispuestos a pasarlo bien.

Al cabo de un rato nos sentamos a la mesa y paladeamos la excelente comida del lugar.

Sentados en cómodos sillones continuamos nuestra velada entre diálogos de variada índole. Gerardo conocía bastante bien la historia del castillo y supo ilustrarnos acerca de sus días más belicosos y la importancia que tuvo en la región. Por supuesto, después volvimos sobre la leyenda de la duquesa que resultaba más divertida y llena de sensualidad.

Alli sentados y distendidos fuimos entretejiendo la noche. Gerardo proponía una mirada y aire de seductor que imponía bastante, un poco con misterio y otro poco con extroversión. A medida que pasábamos el tiempo observé que buscaba con frecuencia los ojos de mi esposa, quizás con mayor intensidad y dedicación; no era que dijese nada en particular pero lo hacía sentir. Ella también imponía su perfil más femenino, animada por el placer de la compañía.

No soy celoso pero debo reconocer que la situación me generaba estímulos contradictorios.

En un momento determinado ella se levantó para ir al servicio y al regresar estaba más impactante si cabía.

-Espero que no estéis aprovechando mi ausencia para hablar de mujeres-

-Pues más o menos- Respondí. –En realidad hablábamos de ti y coincidimos en lo guapa que estás esta noche- Ambos levantaron la copa sonriendo.

-Qué mujer no se sentiría halagada con semejantes hombres piropeando, vais a hacer que me derrita – Respondió con cierto gesto de picardía.

Nos divertimos un buen rato y bebimos bastante, hasta que Gerardo sugirió invitarnos la última copa de vino que tenía en la habitación. Aceptamos de buen grado semejante oferta, entonados por el alcohol y con ganas de disfrutar más una buena cosecha de tinto.

La habitación era muy grande, una categoría que incluía una mesa pequeña con un par de sillones alrededor. Mi esposa fue directa a sentarse en uno de ellos, se echó hacia atrás cruzando sus piernas. Recordé que no llevaba ropa interior y un golpe de excitación me sacudió.  Me senté a su lado sobre el apoya-brazos, así dejamos libre el otro sillón para el anfitrión.

Allí pausadamente, comenzamos a servir las copas con el excelente vino que Gerardo tenía para disfrutar. Su buen gusto para la bebida era indudable y era una excelente ocasión de apreciarlo.

Nuestra charla era confortable, quizás algo desdibujada por el vino pero estábamos completamente a gusto. Entonados por el alcohol pasábamos de una conversación filosófica a otra que nos hacía estallar de risa.

Poco a poco el calor se adueñaba de la atmósfera de la habitación, sentía la piel de mi mujer sensibilizada ante el roce de mi brazo pegado a ella, con mis manos tocaba sutilmente su pierna como si estuviera despertando un deseo creciente.

-Qué calor está haciendo- Comentó ella después de vaciar su copa. Se levantó y salió hacia la pequeña terraza, atravesando el ventanal, buscando un poco de aire veraniego. Las vistas nocturnas del pueblo con sus pequeñas luces recortando la oscuridad hacían una imagen idílica.

Su silueta quedó recortada en la noche, apoyada en la barandilla de madera, estaba tentadora y sensual. Me acerqué a ella y la tomé por la cintura, el impulso inmediato fue besarnos. Soltamos nuestras bocas y apretamos los cuerpos. El calor del suyo contra el mío hizo que volcara toda la pasión de mi lengua en su boca. No pude evitar que mis manos bajaran desde su cintura hasta el trasero para empezar a acariciarlo. Sentía la fina tela cubriendo brevemente la piel desnuda. Para entonces ya me había olvidado que no estábamos a solas. Nos metimos mano mutuamente durante unos instantes sin importar nada más.

-Uff cariño, que cachonda me has puesto-

-Pues anda que yo no lo estoy menos…que ganas de follarte-Le susurré excitado.

Gerardo estaba en la penumbra de la habitación cuya luz estaba al mínimo; sosteniendo su copa permanecía sentado en el sillón, lejano a nuestras caricias y susurros, pero no indiferente.

-Tranquilos, disfrutad de vuestro momento como si estuvieseis en absoluta intimidad. No hay nada como expresarnos libremente- Dijo cuando le miramos desde fuera, como si pidiésemos permiso.

Aprovechamos unos instantes más, pero estábamos tan excitados que no nos habría importado follar allí mismo.

Volvimos al interior con el calor ardiendo en la piel.

-Ufff…será el alcohol- Dijo mi mujer excusando nuestra abierta expresión amorosa.

-O será el espíritu de la Condesa que se apodera de ti- Contesté mientras sujetaba su cintura, a lo que Gerardo asintió con una sonrisa.

-Ninguna duda, creo que una mujer como tú merece una noche de pasión en un sitio como este. No hay explicaciones que dar sino momentos para desatar los deseos, dejar que ellos nos conduzcan-

Su voz pausada y sensual fue como si nos hubieran soltado las amarras; yo volví a buscar la boca de mi esposa con el deseo vivo en la piel, sintiendo mi entrepierna endurecida.

Mis manos fueron directas debajo de su falda hasta que mis dedos alcanzaron la brasa húmeda del sexo de mi esposa. Mi respiración se disparó entrecortada y vacilante, buscando bocanadas de aliento, ahogada por sus labios y su lengua.

Un buen rato estuvimos allí de pie, poniendo de manifiesto nuestros deseos sin cortarnos un pelo.

Con su mano apretó mi bulto endurecido por encima del pantalón mientras yo no dejaba de jugar con su clítoris mojado. Deseaba atravesarla por dentro, clavarla con firmeza, y hacerla gozar.

Nos apartamos un momento, y fuimos hacia el sillón; Gerardo permanecía sentado en silencio, morbosamente cómplice.

Ella se tumbó en el sillón, receptiva y sensual. Sin sudarlo comencé a desabrocharme el pantalón y de inmediato extraje mi pene mojado y rígido, apuntando hacia su rostro. Sin vacilar ella posó sus manos sobre él, acariciando la cabeza rosada henchida de pasión y lo metió en la boca tragándolo golosamente, llena de lujuria. Empezó a chuparlo con fruición provocando mis gemidos. Estimuló con la punta de su lengua cada zona del glande que prometía estallar y lo chupó con verdadera excitación.

-Ohhh…asii…cómemela toda!- Apenas podía expresarme ante las caricias de su lengua. Cuánto más lo decía más dedicaba su boca a recorrer mi falo desde su extremo hasta mis testículos.

Mis manos acariciaban sus pechos aun ocultos bajo la suave tela del vestido haciendo que los pezones respondieran de inmediato poniéndose duros. Ambos estábamos tremendamente excitados.

Luego saqué la polla de su boca y le hice girar; sus rodillas subidas sobre el sillón, las manos de ella apoyadas en el respaldo, curvando sus cintura, esperando sentirme...

Levanté la falda del vestido y mis manos acariciaron ligeramente su vulva carnosa, el cuerpo de mi mujer se estremeció; apretó el respaldo clavando las uñas en él. Coloqué mi pene duro entre los pliegues de su sexo húmedo y la ensarté de un golpe.

-Ahhhh…que duro…!- Mi esposa estaba entregada por completo presa de la excitación.

La follé duro, aferrándola por la cadera y empujándola con mi pene una y otra vez.

En ese momento giré mi cabeza y observé a Gerardo a un lado de la habitación que comenzaba a quitarse la camisa. Sin prisa desabrochaba cada uno de sus botones, de arriba hacia abajo. Se descalzó y con la misma lentitud soltó la hebilla del cinturón. Dejó caer el pantalón y quedó solo con el slip que ocultaba un bulto enorme.

Mi mujer no apartaba la vista de su cuerpo. Nunca habíamos estado en semejante situación, pero estábamos envueltos en una atmósfera que era difícil de parar y el morbo lo envolvía todo.

Mi esposa volvió a estallar con un orgasmo tremendo, hacía tiempo que no la sentía de ese modo.

-Asiiiii…ohhh- Gritaba mientras su cabeza se sacudía contra el sillón.

Yo seguía con mis embates, deslizando el pene, que resbalaba dentro de ella, lubricado por nuestros fluidos.

Gerardo se acercó hacia nosotros. Parecía aún más alto, tenía un cuerpo fibroso, depilado, y muy atractivo. En ese instante se quitó la última prenda que le quedaba, revelando su miembro erecto y enorme, notablemente ancho, con una cabeza que sobresalía de forma imponente. Se mantuvo a un lado, claramente excitado y comenzó a masturbarse. Mi esposa no apartaba la mirada de él, con evidente deseo.

Aceleré los movimientos y estallé dentro, mi leche ardió copiosamente en su vulva, apreté mis manos sobre sus hombros estrujándola firmemente.

Luego la besé y le desabroché el vestido que se dejó caer quedando completamente desnuda. Fuimos hacia la cama y la tumbé sobre ella, mientras yo terminaba de quitarme la ropa.

Gerardo se puso a un lado; mi esposa  estaba muy caliente mirando su tremendo aparato, yo me quedé a un lado observando la escena. En ese momento, él abrió un cajón y sacó una cuerda, tomó la mano de mi esposa y le hizo un nudo en la muñeca. Ella se dejaba llevar por la situación. El otro extremo de la cuerda lo ató al cabecero de la cama e hizo lo mismo con el otro brazo. Todo lo hacía con lentitud, lo que generaba una situación de mayor provocación y dominio. Ambas manos de ella quedaron sujetas por encima de su cabeza. Me excitaba muchísimo verla de ese modo.

El ritmo de su respiración se incrementaba, se notaba su sexo chorreando caliente, estaba entregada a su voluntad. Jamás había visto a mi mujer en una actitud semejante y eso me ponía muy cachondo.

Gerardo también se mostraba muy caliente, pues su miembro se mantenía duro como una piedra; yo no sabía cuál era el siguiente paso pero no podía apartar la vista de la escena morbosa que protagonizaba con mi esposa. Preparaba el terreno para abrir su apetito y deseo sexual hasta que ella no pudiera aguantar.

Sus manos comenzaron a tocar suavemente su piel, desde los muslos hasta el pecho, rodeando las aureolas de los pezones sin tocarlos.

El cuerpo de mi esposa se retorció tensando las cuerdas que la sujetaban como si pugnara por soltarse.

Su miembro mojado y duro como una viga, estaba siendo toda una tentación para ella, que para entonces necesitaba sentir. Cada movimiento de Gerardo hacía que su piel temblara, y con la mirada parecía decirle “fóllame…fóllame” pero sus manos prisioneras no podían ni tocarlo.

La ví tan caliente que me acerqué para besarla; volvía a tener mi pene preparado y mientras metía mi lengua en su boca, la clavé una vez más hasta el fondo. Ella gritó de placer al sentirme en su interior, con mi herramienta rozando sus paredes empapadas de fluidos. Fue empezar a recorrerla y su cuerpo se estremeció nuevamente, soltando un orgasmo brutal que venía aguantando.

Parecía mareada con el último éxtasis, pero seguía completamente excitada y era evidente que quería sentir más.

Me recosté a un lado, besando sus pezones erectos y sus labios sensuales; en ese momento Gerardo alcanzó con su lengua el sexo de mi esposa…parecía que ella volvería a correrse de inmediato.

-Uhhhhhh!!!- Su exclamación retumbó en las paredes de la habitación.

La boca de Gerardo comenzó a trabajar en su sexo de una manera increíble, comiéndolo sin pausa, dentro y fuera, lento y rápido. Mi esposa tenía contorsiones felinas como respuesta de su cuerpo ante semejante calor.

Continué besando sus pechos; las bocas de ambos estaban dedicadas a la piel de ella, cada uno alternados entre el sexo y la boca, la estábamos volviendo loca de placer.

Gerardo buscó entonces un pequeño bote con crema, se untó los dedos con ella y luego los pasó despacio, tanteando la abertura del sexo de mi esposa, preparándolo…sus manos tiraban de las cuerdas con esa doble sensación de estar atrapada y ser sometida. El clítoris estaba duro, palpitante y ardiente ante el masaje de sus dedos.

Levantó la cabeza para ver la tremenda polla que estaba por abrirla…la mano de Gerardo la sostenía como un sable a punto de ensartar, estaba enorme.

Su glande rozó los pliegues de la vulva…jugó con ellos y comenzó a penetrarla, la abrió con los primeros movimientos, parecía que apenas le cabía; las paredes de su coño cedían ante su paso impetuoso. Se mordía los labios, aceptando el deseo de ser penetrada.

En unos instantes fue avanzando como un coloso dentro de ella y cuando creía que la había penetrado por completo, empujó una vez más y por fin la clavó hasta el fondo. Lanzó un grito de excitación ante semejante palo dentro.

-Ufff que pedazo…- Rugió presa del placer que sentía.

Comenzó a follarla con ritmo creciente, parecía que la partía por el medio, pero el sexo de mi mujer se ajustó a él apretándolo ante cada estacada. Yo alternaba la mirada de la escena con mordisqueos  en sus pezones.  

La polla de Gerardo dominaba su cuerpo a voluntad; se notaba que ella no podía aguantar más y tuvo otro orgasmo bestial mientras él no dejaba de clavarla.

Sin dejar pausa, hice girar a mi mujer poniéndole a cuatro patas; abrí sus nalgas y comencé a lamerle el culo, lubricando su orificio al tiempo que le metía un dedo para dilatarlo.

Gerardo se apartó un instante y acercó su tremenda polla a la boca de mi esposa. Ella se desesperaba por tratar de alcanzarla, hasta que él sació su tentación poniendo la gruesa cabeza sobre sus labios. Mi mujer comenzó a lamer con la punta de su lengua, que se llevaba parte del fluido que la polla de Gerardo no dejaba de derramar.

Él se acomodó entonces debajo de su cuerpo, tumbándose debajo de ella. Su pene como un garrote buscó su sexo y mi esposa se acomodó encima, desesperada por ser follada.

Se sentó literalmente en su falo enorme, vertical…comenzó a follarlo despacio hasta que lo hizo desaparecer dentro de su sexo que se había dilatado de manera increíble. Exclamaba gemidos y gritos entrecortados. Cabalgó como una posesa sobre el poste de Gerardo; yo estaba hipnotizado por la escena y caliente como nunca, entonces apoyé mi pene pugnando por su orificio anal. Con dureza inicié mi penetración en su culo caliente y abierto, hasta clavarla por completo. Ella estaba tan receptiva que no me costó llegar al fondo.

Sus manos tiraban de las cuerdas, movidas por la excitación y el morbo de ser follada por dos hombres al mismo tiempo. El culo y el sexo de mi esposa, por primera vez eran poseídos por dos pollas que se desataban arremetiendo en su cuerpo.

Continuó cabalgando desenfrenada sobre el mástil de Gerardo, mientras su trasero cedía por completo a mi polla. Nos entregamos envueltos en la lujuria y el éxtasis hasta que uno a uno fueron cayendo los orgasmos descontrolados, en medio de gritos y gemidos brutales.

Quedamos exhaustos, tumbados y con los cuerpos temblando un buen rato.

Cuando nos repusimos, nos despedimos para ir a nuestra habitación y dormimos hasta las tantas.

Al día siguiente preparamos de inmediato nuestras cosas para marcharnos. Teníamos casi todo listo y estábamos por salir, cuando notamos un papel debajo de la puerta.

“Anoche hicimos de la noche un placer. Tal vez podríamos ir por más, si os apetece…”

Gerardo

Sonreímos, nos miramos con intriga y salimos…