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Como aman los dioses (V) - Flama conoce gasolina.

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Como aman los dioses (Capítulo V) - Flama conoce gasolina.

[Evan]

     El roció cubría la mañana, y el tímido sol jugueteaba entre las nubes del jardín celeste. A través de los vidrios polarizados podía ver un desfile de mansiones, erguidas a la apacible costa. Una vista deliciosa, que al parecer solo podía ser disfrutada por los ricos de los suburbios donde vivía Seymour. Donde ahora vivía yo. Eran aproximadamente las seis y treinta de la mañana, Arthur me llevaba a mi primer día de trabajo, y Seymour no nos acompañaba. Le había intentado despertar para que fuera al instituto, pero sin mucho éxito, por lo que tuve que dejarle allí.

     Él estaba profundamente dormido desde ayer, desde que su amiga le trajo borracho. Ella me caía bien, me inspiraba confianza a pesar del bochornoso accidente en el baño. Es decir, se notaba que le quiere y lo cuida, casi como una hermana. Eso lo percibí en la expresión deshecha de preocupación que traía ayer. No parecía la clase de persona que le haría bromas pesadas, como dejarlo desnudo en plena ciudad, por ejemplo. Lo que sin duda me hacía pensar que el ocultaba algo, respecto a la peculiar situación en la que nos habíamos conocido. Cuando ellos se fueron anoche, él aún seguía dormitando. Noqueado como típico borracho, aunque no oliese a alcohol. Algo que era bastante confuso y extraño ahora que lo pensaba.

     Preparé mi famosa receta anti resacas y subí de nuevo a su habitación. Intenté levantarlo para que la bebiese, pero lo único que conseguía era hacerlo balbucear entre sueños y un nido de sabanas. Apestaba a vómito, por lo que tuve que sentarme en la cama a su lado, y limpiarlo con agua tibia y un pañuelo. Era lo poco que podía hacer. Sin duda alguna darle una ducha no era una opción, si ni siquiera le había logrado despertar. Cuando ya me había dado por rendido e iba a retirarme sentí como se aferró a mi muñeca. Sus ojos azules destellaron entre la oscuridad de la habitación y con desconcierto preguntó.

— ¿Dónde estoy?—

—En casa—conteste afable.

— ¿Y el idiota de Mike?, ¿Dónde está?, no le permitas que se acerque a mí—me pedía frenético, entre balbuceos, fuera de sí— ¡El solo quiere aprovecharse de mí!—

— ¡Tranquilo!, solo estamos tú y yo en casa, estás a salvo. No hay nadie más aquí—le aseguré, mientras en mi cabeza me preguntaba quién era el tal Mike, y por qué le tenía tanto miedo.

— ¡No me dejes solo!, duerme conmigo—me pidió, en un tono camuflado que sonó sospechosamente consciente—Tengo miedo de que venga a hacerme daño—suplico somnoliento, como niño pequeño, mientras se aferraba a mi torso.

     Eso me había dejado descolocado, y no sabía qué hacer. Me sentía incomodo, con ganas de regresar a mi habitación. Tenía sus cansados e impacientes ojos suplicándome. Imaginé que eso era obra del alcohol. Intenté replicarle, pero solo conseguía que se abrazara más fuerte a mí. El Seymour que conocía no era ese. Sus ojos amenazaron con desbordarse, por lo que terminé accediendo. Subí a la enorme cama y me coloqué del otro lado. Construí una brecha con sábanas y almohadas, ambos caímos rendidos. Brecha que descubrí violada esta mañana, al despertar con sus piernas irrumpiendo en mi espacio personal las retiré con delicadeza.

     Descubrí la excusa perfecta para retirarme de allí cuando oí el timbre. Resultó ser el calvo chofer, que me recibió con cara de perro al abrirle la puerta, preguntándome si ya estaba listo para llevarme al trabajo. Esto lo dijo con fingida amabilidad, intentado tragarse la dignidad con sus palabras, como si estas le irritaran la garganta. De seguro que Seymour tenía algo que ver con este repentino cambio de actitud. Le pedí que pasara, mientras me vestía y preparaba unos sándwiches para desayunar en el camino. Y allí me encontraba, de camino a la empresa. Nervioso y asustado, deseando no cagarla en mi primer día.

     Era un alivio comenzar siendo asistente. Siempre me he adaptado bien a los trabajos que consigo, pero en este caso era perfecto comenzar desde la base, ya que no conocía mucho sobre la energía eólica, que era a lo que se dedicaba esta empresa. Caché a través del retrovisor a mi amargado conductor, saboreando con el olfato el delicioso aroma que despedían mis sándwiches. Era mi oportunidad para conseguir entablar una relación con él, en la que ya no me sentiría como rata de la calle.

— ¿Quieres uno?—pregunté con amabilidad— ¡Están deliciosos!, ¡Yo mismo los preparé!—le dije acercándome a él, con el sándwich en la mano, cual satán incitando a Jesús.

— ¡No muchas gracias!—respondió con dignidad, fingiendo desinterés y mirando siempre al frente.

—Que no te de pena, además, ¡Están deliciosos!—afirmé risueño, mordiendo uno.

     Bajando lentamente sus gafas oscuras observó la pieza de pan, dejando entrever el deseo contenido en sus ojos café.

— ¡Esta bien!, ¡Pero solo uno!—dijo finalmente, rindiéndose ante los encantos del trigo.

— ¿Llevas mucho tiempo trabajando para Seymour?—pregunté aprovechando la tregua momentánea, mientras le pasaba uno de los bocadillos.

—Más de lo que se podrías imaginar…Pero yo realmente trabajo para su padre. Él me pidió cuidarlo. Imponerle límites, cuando vea que se va a descarrilar—

—Entonces le conoces desde hace mucho—reiteré curioso.

—Desde que era muy pequeño como para recordar—

— ¿Y su papá por qué no vive con él?—inquirí.

—Esas ya son cosas que no estoy autorizado a contarle, absténgase con lo que le he contado—espetó con seriedad. Volviendo a su habitual estado cortante, retomando la lúgubre aura de misterio que le caracterizaba— ¿Y el joven Astraios por qué no estaba levantado?—preguntó.

—Al parecer anoche se pasó de copas, pero ya se pondrá bien ¡Le dejé una infalible bebida familiar contra la resaca!—dije con orgullo de mi receta, a lo que él solo respondió agitando la cabeza a los lados, en señal de desaprobación.

     Finalmente me dejó frente al enorme e intimidante edificio, no sin antes recalcarme que si no estaba allí afuera a las doce en punto tendría que buscar la forma de irme por mis propios medios. Y así, cortante como siempre se retiró. Tomé aire, e intenté disipar los nervios que agredían mi confianza. Allí me encontraba, con un traje tan ceñido que rozaba y marcaba partes de mi cuerpo que no deberían, fruto de la insistencia de Seymour a que “debía resaltar mis muchos atributos” según él. Me repetía a mi mismo que esto no sería tan diferente a lavar trastes, pero la gente que entraba y salía por la corrediza puerta de cristal me desconcentró. Mi mantra personal era una mierda.

     Lo haría por el borrachín que dejé durmiendo en casa. No le quería decepcionar, deseaba ganarme el pan como era debido y dejar de sentirme como un refugiado. Además sería difícil encontrar a otra persona tan cálida en esta ciudad tan fría. ¿Huir de otro trabajo?, ¿De qué me serviría eso? Entré y me acerqué a la chica de la recepción.

— ¡Oh!, ¿Si te contrataron?—dijo sorprendida, cuando al fin me vio. No sabía si eso era una afirmación o una pregunta.

—Pues, ¡Sí!—respondí igual de confuso.

— ¡Felicidades! Y disculpa si eso te pareció grosero, es que aquí no acostumbran a contratar gente tan joven—

— ¡Gracias!, aunque si me lo permites, tú te ves de veinte—

— ¡Oh! Que amable por el cumplido—dijo riendo nerviosa—Imagino que no sabes a dónde dirigirte, ¿Cierto?—preguntó.

—Así mismo—asentí con algo de vergüenza.

—Espera unos segundos—dijo mientras revisaba su ordenador.

     Aproveché mientras ella tecleaba y detallé con cuidado todo el recibidor. Era amplio y alto, excesivamente limpio, casi clínico. El piso parecía un enorme espejo, las paredes estaban hechas de enormes ventanales azulados. Había también unos enormes sillones blancos muy elegantes, además de plantas enormes en sus macetas e incluso dos ascensores al fondo.

—Debes ir hasta el piso veinte, oficina número siete. Cuando el ascensor te deje allí puedes pedirle al vigilante de piso que te indique la oficina—me indicó con total eficiencia—Como dato extraoficial y aquí entre nos, serás asistente de Armund Voltier, el feje inmediato de esta sede. Ten mucho cuidado de no molestarlo, es muy temperamental y tiene fama de volver paranoicos a sus asistentes—dijo esto último susurrándome.

— ¿Sede?—pregunté consternado.

—Sí, sede, ¿Qué pasa, ocurre algo malo?—inquirió confundida.

—No tenía idea de que esta empresa tuviese más sucursales—

— ¿No sabías?, esta es una de las empresas más grandes de la nación. Pionera en energía renovable, tiene sucursales y sedes en el resto del país, esta tan solo es una pequeña extensión—

—Pequeña… No la describiría así precisamente, pero muchísimas gracias por el consejo y por su ayuda señorita—

     Ella me sonrió y dijo que cualquier cosa no dudara en acudir a su ayuda, que no sería ninguna molestia para ella. Seguido a esto me tendió un papelito con su número anotado en el. No sé si eso ultimo se interpretaría como algo más, pero como yo no era un prodigio en eso de las artes del coqueteo decidí no darle mucha importancia. De allí me dirigí al ascensor y marque el piso veinte, al cabo de un par de segundos las puertas se abrieron. Frente a mí se desplegó un amplio pasillo, lleno de cubículos con estresados trabajadores en ellos. Caminé entre estos buscando la oficina siete y ni se inmutaron. Se notaba que estaban inmersos en sus asuntos.

     A la final no necesité la ayuda del vigilante, porque encontré la oficina. En la puerta de cristal y debajo del siete se leía <Lic. Armund Voltier, Director regional>. Estaba nervioso, después de lo que me había dicho la recepcionista de este tipo esperaba lo peor. Me armé de valor y toqué la puerta, esperé unos segundos y una voz al otro lado me concedió la entrada. Frente a mí y al entrar se alzó una majestuosa vista, donde al otro lado se veían las imponentes edificaciones resplandeciendo al sol y a un cielo completamente azul.

—Siéntate por favor—me indicó el hombre, al que sin querer había ignorado por unos segundos.

     El lucía de unos treinta. Complexión normal, ni muy gordo ni muy delgado. Vestía traje y corbata, con una cara común y corriente. Un tipo simple, promedio, ni muy feo ni muy bonito.

—Buenos días—recité volviendo a pisar tierra, recordando la situación en la que me encontraba.

—Veo que estas un poco distraído… Si deseas durar en este empleo es algo que debes evitar y si te es posible, eliminar de tu sistema—dijo mientras encendía un cigarrillo.

—Claro, ¡Discúlpeme! Me llamo Evan Hyacinthus—le dije, extendiéndole mi mano, recordando mis modales.

—Sí, sí, el nuevo asistente…Y yo soy Satán, o eso es lo que se dice de mi entre los internos—dijo en burla, dejándome con la mano al aire mientras calaba el humo de su cigarrillo—Ya veremos cuanto te dura el empleo, te ves muy jovencito para resistir esto, ¿Qué edad tienes joven asistente?—preguntó con saña.

—18—

— ¡Lo sospeché!, leí que eres Griego, ¿Es cierto eso?—preguntó con el seño fruncido.

—Sí—me limité a responder.

—Interesante… Nunca me había tocado un lacayo extranjero. Ahora dime, ¿Qué te hace creer que tienes lo suficiente?, porque también leí en tu expediente que no has terminado la secundaria. Al parecer alguien con peso movió los hilos por ti, pero no creas que eso me impediría degradarte a personal de limpieza. ¡Si deseas mantener tu puesto mejor que pongas a trabajar tu culo extranjero!—

— ¡Sí señor!—fue lo único que consideré apropiado responderle.

     Juró que si no fuera por Seymour, ya le hubiese escupido en la cara desde hace rato a este cerdo racista con complejos de superioridad. Tuve que contar hasta diez internamente para no cagarla. No era el primer jefe difícil que me tocaba, pero siempre había tenido la opción de renunciar y buscar otro modo de ganarme el pan. Pero esta era la primera vez que me recomendaban a un trabajo tan importante. No quería defraudar, era mi forma de retribuir el voto de confianza que había depositado en mí.

—Hoy por ser tu primer día la tendrás fácil, será tu primera y única ventaja conmigo. Yo tengo que entrar a una junta dentro de una hora, y aun no he podido probar bocado y supongo que los demás ejecutivos que vienen tampoco. Por eso quiero que vayas al piso veintisiete, te dirijas a la máquina de cafés y al bufet, y prepares todas las órdenes que están en esta lista—dijo con una elocuencia casi militar y me tendió la lista—Está de más decir que debes llevar todo a la hora acordada a la sala de conferencias al final de este pasillo—me espetó.

—Está bien, ¿Pero que tiene esto que ver con ser su asistente?—

— ¿Acaso creíste qué ser mi asistente iba a ser solo tomar notas y papeleo? ¡Ja’! Estás equivocado si tu respuesta era un “Sí”. Ser mi asistente es asistirme. ¡Y si no puedes con todo esto, mejor regrésate por donde viniste!—me dijo sobresaltado.

—Puedo con esto y más…—mascullé.

—Eso no se demuestra con palabras, ¡Se demuestra con hechos niño tonto! ¡Ahora retírate y comienza! Si no quieres terminar limpiando pisos—dijo agitándome las manos como si fuera un perro para que saliese de su oficina.

—Como usted desee señor Voltier—le respondí con la mayor paciencia del mundo, para proceder a retirarme de su oficina.

— ¡Ah, y asistente!—dijo deteniéndome antes de salir de su oficina—Sí recibimos la comida fría, mejor ve preguntando donde están los trapeadores y el desinfectante… Eso es todo, ¡Retírate!—me ordenó, encendiendo otro cigarrillo.

    ¡Desgraciado egocentrista!, seguro no le dieron como quería en su casa anoche. Salí de ahí a regañadientes y me dirigí al ascensor. Por lo menos hoy la tendría fácil, solo preparar unos café y unos cuantos… — ¡Ese hijo de Pu…!—grite dentro del solitario ascensor, cuando leí el pedido. En el papel había unos quince tipos de desayunos diferentes, con sus respectivos cafés personalizados. Pulsé el botón veintisiete y esperé otro par de segundos. En ese piso había una especie de cafetería tipo bufet, con una cantidad moderada de comensales. Examiné con la vista y al parecer cada quien servía su propia comida a placer.

     Había decidido preparar primero los alimentos y luego los cafés, para que estos no se enfriaran tan rápido. Había pasado cerca de media hora y tenía todo listo. Se me había complicado bastante, ya que cada orden era específica además de personalizada. Que si uno quería un sándwich de pavo, el otro un croissants y así con el resto… ¡Un verdadero caos! Primero decidí llevar los alimentos y luego a por los cafés, porque no cabría todo en las bandejas. Con las manos completamente ocupadas, hice malabares en el ya conocido ascensor. Crucé el pasillo de cubículos, mirando hacía todos lados buscando algún tipo de mesa u estante para dejar eso mientras volvía por las bebidas.

     Por supuesto no podía dejar eso en la sala de conferencias y disculparme para llevarles las bebidas luego, mientras estos se atoraban con la comida seca. Busqué donde dejar los desayunos, pero a mis espaldas oí risas de burla. Imaginé que eran los internos, y por el rabillo del ojo comprobé como cuchicheaban a entre sí. Eran unos patanes mal educados. Finalmente conseguí un pequeño mueble a un rincón del pasillo y dejé allí las bandejas. Cuando volteé las risas callaron, les miré con mala cara y ellos correspondieron con miradas de superioridad. Simplemente les ignoré y volví a subir por los cafés.

     Una vez más repetí el proceso, subí por los cafés, que para mi suerte aún seguían calientes. Miré el reloj en la pared, me quedaban unos cuantos minutos de sobra antes de que comenzara la junta. Me apresuré, bajé de nuevo en la cajita mecánica, en la que venían otras dos mujeres. Me sentía feliz, había pasado mi primera tarea, no había sido tan difícil a la final. Cruzaba el pasillo victorioso, en dirección a la sala de conferencias, pero sentí que algo tropezó con mis zapatos, era un pie. Rápidamente sentí como me abandonó el equilibrio, pude ver como los cafés humeantes saltaron de sus bandejas. Intenté aferrarlos a mí, pero en esa milésima de segundo vacilé. O eran las bebidas calientes o era yo con futuras quemaduras por doquier.

     ¡A la mierda los cafés! Con la palma de mis manos, evité estampar la cara contra el piso, pero el negro elixir quedó esparcido por doquier, en el suelo impoluto. Se desató tras de mí una lluvia de carcajadas y burlas. Incluso algunos gritaban “Nuevo” despectivamente. En las caras de superioridad de los internos pude probar al fin, el amargo sabor de ser inmigrante. Me sentí estúpido, fuera del lugar, añoré Grecia. Yo no pertenecía aquí. Una mano me sacó de mi oscuridad, una arrugada mano amiga, provenía de una mujer. Ella portaba un vestido de cortes elegantes color carmesí, decorada con alhajas doradas.

     Era una mujer de edad, pasada de los cincuenta, de piel blanquísima y arrugada, pero con una genuina sonrisa humilde. Vi compasión en su mirada, por lo que accedí a tomar su mano. Me ayudó a levantarme y de sopetón las risas callaron, dominadas gracias a su altiva presencia. Les fulminó con la mirada.

— ¡A trabajar!—les ordenó con imponente voz, a lo que los internos obedecieron asustados—Sígueme—me pidió con amabilidad.

     Me guió hasta una puerta de ese piso, nos siguió una chica joven que cargaba con sigo un montón de carpetas, que no permitían detallarla bien. Sacó una llave y abrió lo que parecía otra oficina. No era tan lujosa como la de mi feje, pero daba la talla.

—Siéntate por favor cielo—señaló una silla frente al escritorio—Alice, trae el botiquín de primeros auxilios por favor—le pidió a la chica— ¿A dónde ibas tan a prisa, con esos peligrosos cafés jovencito?—preguntó preocupada, mientras tomaba el botiquín y procedía a limpiar raspones que me hice al caer.

—A la sala de conferencias—le dije aun conmocionado, por todo lo que había pasado. Fijé mi vista en el reloj de la oficina y vi que solo quedaban minutos para la hora acordada—Señora no me tome por grosero, ¡De verdad aprecio su cálido gesto!, pero la verdad es que aun llevo prisa, ¡Si no llevo todo lo que derramé y más a la sala de conferencias, perderé mi trabajo en unos minutos!—

— ¿Eres nuevo?, ¿No?—preguntó.

— ¡Sí!, hoy es mi primer día—dije levantándome de la silla.

— ¿Y para quien estas trabajando específicamente?—inquirió con el seño fruncido.

— ¡Para el señor Voltier!—respondí, arreglando mi ropa rápidamente, para volver a salir.

— ¿ARMUND VOLTIER?, ¡Válgame Dios!, solo él sabrá que pecado estarás pagando…—me dijo sorprendida—Déjame adivinar, ¿Tienes que llevar el desayuno a la junta de esta mañana, verdad?—inquirió.

— ¡Sí! Comenzará en tan solo unos cuantos minutos, y a juzgar porque tiré todas las bebidas, dudo mucho que conserve mi puesto si no me doy prisa—dije derrotado.

—Eso es tan típico de él…Pero tú no estés triste, te aseguro que por lo menos hoy no perderás tu empleo—me dijo con una sonrisa de confianza en su rostro—Alice, por favor ayuda al joven a lograr el pedido y entregarlo a tiempo—

— ¡Con gusto!—respondió la chica.

     A toda prisa salimos y nos dirigimos a la cafetería. Ella preguntó cuales eran las órdenes y yo le tendí la lista. Con mirada de águila las leyó en un par de segundos y se puso en marcha con la máquina de café. Trabajaba con una pulcritud y agilidad que sin duda solo se conseguía con la práctica. Sacaba los cafés a una velocidad muy eficiente y sabía que botones presionar en el momento justo para ahorrar tiempo, se conocía la maquina muy bien. Francamente no sabía ni en que ayudarle, ya que ella había tomado todo el control. Tan solo me pidió que los fuera etiquetando para identificarlos y ordenarlos en la bandeja.

     En menos de lo que canta un gallo teníamos todos los cafés listos. Salimos casi trotando de allí hasta que llegamos a nuestro piso. Le indiqué donde estaba el resto del desayuno, ella palpo un poco la comida y dijo que estaba muy fría. Tomó la bandeja y se dirigió a los cubículos, allí se encontraba una de las trabajadoras calentado algo en un microondas que estaba algo oculto a la vista.

— ¡Apártate!—le ordenó a la otra mujer en un tono intimidante.

     Ella obedeció y canceló lo que estaba calentando, le cedió el microondas a Alice. La chica salió rápidamente de allí, visiblemente intimidada. Alice metió la comida en el electrodoméstico y le pulso un minuto. Precisamente el reloj de la habitación indicaba que faltaba un minuto y medio para iniciar la junta. Ella observó mi impaciencia. Contaba con desesperación los segundos que le faltaban al microondas… Cinco, cuatro, tres, dos y uno. Saqué con prisa los desayunos, corríamos frenéticos por los pasillos hasta la puerta de la sala de conferencias.

—No mires a los ejecutivos a la cara. Deja en la mesa contigua de madera todos los desayunos con su respectivo cafés. Colócalos en fila cuidando la simetría y el orden, sírveles agua en las copas de cristal y retírate como si fueras un fantasma—me dijo al oído, colocando bien las bandejas en mis brazos y acomodando mi corbata mientras caminábamos hacia la puerta—¡Oye!—me detuvo antes de entrar— ¡Suerte!—me dijo dándome ánimos.

Finalmente abrí la ornamentada e inmensa puerta de madera, entré.

[…]

     Cuando al fin salí de ese frio recinto, me senté en uno de los muebles que estaba en el solitario pasillo, exhalé con fuerza. Gracias al cielo todo había salido a la perfección. Tal como Alice me había indicado, serví los platillos en la mesa de madera, siempre con la cabeza gacha, evitando las gélidas miradas de ese montón de viejos estirados. Antes de retirarme de ese tenso ambiente, miré a mi jefe y este me miró a mí. No supe interpretar si era impresión o un profundo vació lo que yacía en esa mirada. Me indico que me retirara con su mano y salí de allí. Como no recibí más ordenes de él, consideré que lo más sensato sería sentarme allí a esperarlo.

— ¿Qué haces allí sentado cielo? —preguntó la señora de la oficina al verme. Había pasado ya más de una hora sentado allí, solo y aburrido. Contándole las hojas a una planta.

—Esperando que salga mi feje de su junta—respondí con pesadez.

—Se tardaran bastante… ¿Por qué no entras a mi oficina a esperarlo?, así no te quedas solo aquí, además, como te habrás dado cuenta los internos no son muy agradables con los nuevos—me aseguró con preocupación.

—Está bien—repuse siguiéndola hasta la oficina.

— ¡Adelante, adelante!, siéntate—me pidió mientras organizaba algunas carpetas—Y cuéntanos ¿Cómo te fue en ese nido de víboras?—me dijo por encima de sus gafas para leer.

—Todo salió perfecto, tenía miedo por meter la pata con algo tan sencillo como eso, ya que no conozco el edificio, y él me puso contra reloj—

—A Voltier le encanta torturar a sus asistentes, así que prepárate, esto es solo un abreboca—dijo Alice tecleando sobre un ordenador.

—Me comentaron algo de eso… ¿Tan malo es?—

— ¡Es el diablo! Alice, antes era su asistente. Es un hombre bastante cruel, que no tiene con que llenar su vida vacía—dijo la señora.

—Creo que comenzaré a comprar crucifijos entonces. Por cierto, aun no les he agradecido por sacarme de ese apuro ¿Señora…? —

—Lorena cielo, ¡Lorena Gaviria! Soy la Jefa de piso mi cielo, para servirte—dijo extendiéndome la mano, la cual estreché con efusividad— ¡Ha! Y esta es mi querida asistente, Alice Bonnateli—dijo señalándola.

—Es un verdadero placer ¿…?—repuso esta última en pregunta.

—Evan Hyacinthus—afirmé—Y el placer es completamente mío. De verdad estoy completamente agradecido por su ayuda—

— ¡No te preocupes!, lo hago con gusto. Porque cuando yo llegué aquí, hubiese estado encantada de conocer a alguien que me tendiese la mano con el demonio en traje—afirmó Alice.

—Tú no eres de por aquí, ¿Cierto?—preguntó Lorena.

—Tiene razón—afirmé—Este bronceado no es muy común aquí, jajaja… Soy griego—

—Se nota mi cielo… ¿Lo que sí me parece extraño es que te hayan contratado?, te ves bastante joven—aseguró algo confundida.

—Es la segunda vez que me lo dicen hoy—dije con gracia por la situación.

— ¿Cómo hiciste para que te contrataran?—preguntó Alice.

— ¡Oh!, fue gracias a un amigo—respondí. A lo que ambas se miraron muy confundidas. Se acercaron un poco más a mí. Eso me puso incómodo.

— ¿Cómo se llama tu amigo?—inquirió Lorena—A lo mejor lo conozco—aseveró con confianza de sí misma.

—Seymour Astraios—contesté.

     Sus caras inevitablemente, no pudieron ocultar una enorme expresión de sorpresa, era como si les hubiese contado el secreto de la juventud. Con curiosidad se acercaron más a mí. Me sentí como un conejo entre tigres, listo para ser devorado.

— ¡No-lo-puedo-creer!—deletreó pedazo por pedazo y con una sonrisa de cotilleo, la joven Alice— ¡Es increíble!, ¿De dónde se conocen?, ¿Por qué te consiguió trabajo?—me bombardeó a preguntas, perdiendo la serenidad que hasta hace unos segundos la caracterizaba.

— ¡Alice!, ¡No seas maleducada con el joven Evan por favor!—aprendió la señora Lorena a Alice.

— ¡Discúlpame por mi falta de modales! Es que ese chico es todo un misterio…—

— ¿Lo conocen?—pregunté confundido.

— ¿Conocerlo?, ¡Pero si es el hijo del feje de fejes!, ¿Cómo no lo vamos a conocer?—afirmó ella, evidentemente emocionada por mi amigo. Sí, eso era, mi amigo.

— ¡Alice!—repuso con una mirada amenazante la señora Lorena, reprendiendo a la curiosa chica.

—No, está bien, ¡No me molesta en lo absoluto!—les aseguré—A él lo conozco por coincidencias de la vida. Y me ayudó a conseguir el trabajo, porque estoy recién llegado a este país. Es decir, me está echando una mano para estabilizar mi situación económica—les expliqué.

     Y ahora que recordaba, ella había dicho algo sobre “ser el hijo de un feje de fejes”. En mi cabeza intentaba unir el rompecabezas. ¿Qué relación tendrá mí amigo con esta enorme compañía? Si bien sé que es de familia acaudalada, no entendía como hizo para conseguirme una entrevista de un día para otro, y aún más raro, ¿Conseguir mis papeles en un parpadear? Eso sí que era aún más inusual. ¿Debería aceptar todo sin preguntar de dónde viene?, ¿O tener el conocimiento, para asegurarme de que todo venga de procedencia limpia?, ¿Era eso ser chismoso? Mi cabeza era un hervidero de moral versus curiosidad.

     También se hacía presente el hecho de que no era muy creíble eso de que lo hayan encerrado en la cárcel por andar en pelotas. Si tenía los medios suficientes para hacer que una oficina de migración diese saltos por conseguir mis papeles de un momento para otro. Debería haber tenido la misma influencia para no ser arrestado por algo tan banal. Pero todas estas conspiraciones mías no eran más que inventos. Producto de la desconfianza y fruto de haber crecido valiéndome por mi mismo, de haber desarrollado malicia con la gente en la calle. Finalmente la curiosidad lanzó una estocada fatal a la moral.

—Oh, ¿Dicen que lo conocen?—pregunté con disimulo— ¿Qué saben de Seymour?—

—Pues para comenzar es el caprichoso hijo de nuestro jefe. Del tuyo y del mío, hasta el de la señora Lorena—señaló a esta, que nos observaba con paciencia—Es el hijo del dueño y fundador de esta compañía—

— ¿El hijo?—inquirí.

— ¡Sí!, su único hijo… Tu deberías saberlo, ¿No?, ¡Tú eres su amigo!—respondió ella.

—Claro, claro…—disimulé—Lo que sucede es que Seymour es muy cerrado. No me cuenta mucho de su vida familiar a pesar de que es mi amigo—repuse.

—En efecto, él tiene fama de ser muy misterioso y selectivo, cosa que es totalmente contraria al hecho de que use y deseche a chicos buenísimos como cambiar de ropa interior—aseveró— ¡Chicos como tú!, ¡Hermosos!—me dijo con coquetería e insinuando que mi amistad con él era algo más. Eso hizo que se me subiera la sangre a las mejillas.

— ¡Alice basta!, ¡No seas mal educada con el chico!—dijo la señora Lorena.

— ¡No se preocupe!, de hecho está bastante interesante la conversación. No me molesta en lo absoluto. Por supuesto todo lo que conversemos aquí, aquí se quedará, tiene mi palabra—aseguré bajo la intermitente desconfianza de Lorena.

—Como te comentaba Evan… Él casi no tiene amigos, por eso nos sorprende tanto que seas parte de ese grupo tan hermético. ¡Lo bueno es que tú de seguro tendrás ayuda desde arriba, desde el señor Astraios, y de seguro Voltier no te hará la vida miserable si lo sabe!—me dijo con una sonrisa.

—De hecho no se casi nada del papá de Seymour… Solo que no vive con su hijo, y que su esposa murió—

—El señor Astraios es un completo misterio no solo para ti—intervino Lorena—Es una persona excesivamente misteriosa, que en mis treinta y cinco años en esta compañía, solo he visto una sola vez, y fue después de la fundación. En los primeros años de esta empresa. Era yo aún una joven señorita—sonrió rememorando—Él señor Astraios era un hombre de apariencia joven, casi parecía un adolescente. Alto y delgado, con mucha presencia. De tés blanca como leche, cabellos rizados y largos color castaño. Era de verdad una persona peculiar, de un carácter cambiante. Nunca llegué a conocer a la mamá de Seymour, pero me han contado que era una mujer maravillosa, que murió en condiciones dudosas, después de darlo a luz—

— ¡Wow cuénteme más por favor!—le interrumpí.

— ¡Recuerda que esto se queda entre nosotros!—yo asentí y continuó—Esa es la única vez que le vi en persona. En treinta y cinco años nunca le he visto caminar por los pasillos de este edificio o siquiera cruzar la puerta. Los negocios y los asuntos de su empresa los maneja a través de terceros, y son muy contados los pocos ejecutivos que le conocen en persona. Incluso se rumorea que vive en otro país, algunos exagerados aseguran que está muerto, pero eso es falso. De ser así la empresa pasaría a manos de tu joven amigo—dijo picándome en ojo—

— ¡Buena teoría!—dijo Alice pensativa.

—Lo que si no debe ser un secreto para ti es que también es distante con el joven Astraios, y que este también tiene años sin verle, que le da todo el dinero del mundo para mantenerlo feliz a costa de sus caprichos y que dejó el chofer como su niñera—

— ¿El pelón de Arthur?—pregunté.

— ¡Ese mismo! Le dejó con el cuándo aún estaba muy pequeño y eso es casi todo lo que sabemos… Por eso nos sorprendimos tanto cuando nos dijiste que el té había conseguido el empleo, el joven Astraios nunca había hecho eso… ¿Seguro que no son más que amigos?—inquirió la señora Lorena.

     Volví a sentir el vital fluido subir a mis cachetes. Ellas me miraban con una insistencia que para mí, rozaba la perversión. Pero fui salvado por la campana al escuchar el marchar de unos hombres en traje por el pasillo. La junta había culminado. Les volví a agradecer a ambas por su ayuda y les dije que las vería luego. Salí huyendo de sus preguntas hasta llegar a la oficina de mi feje.

—Nada mal asistente extranjero…—exclamó despectivamente, frente a mí. Supongo que a eso se le llamaría felicitación, pero que ni esperara que le agradeciera por ese acido comentario racista. Conté hasta diez dentro de mí.

—Supongo que aun eres mi asistente. Ya veremos cuanto te dura el numerito, eso es todo por hoy. Mañana puntual a las siete, puedes irte…—me indico agitando la mano de nuevo, como si fuese un perro.

     Salí de esa oficina recitando maldiciones entre murmullos. No entendía como una persona tan racista, engreída y con trastornos de superioridad podía ostentar un puesto tan alto. Sería interesante saber cómo una persona tan mala, escalaba tanto. Me pregunto si sería a costas del dinero. Y eso que había sido el primer día solamente, tendría que encomendarme a alguna fuerza divina para soportarlo. Salí de los pisos y caminé hasta la recepción, a esperar que se hiciese la hora y me viniese a buscar el chofer. Hoy había obtenido mucha información que debía procesar.

     En conclusión el padre de Seymour es básicamente como un fantasma, un misterio hasta para su hijo. Me preguntaba qué clase de vida llevaría, ¿Si tendría otra familia e hijos, y por eso se ocultaba de su heredero? Y lo otro, mi amigo tiene un voraz apetito por los muchachos. Eso debí haberlo visto venir. ¿Qué intenciones se traerá conmigo? Agradezco que anoche no haya intentado nada, aunque por un momento confundí sus intenciones cuando me pidió que lo acompañara. Ahora no estoy completamente seguro si fue obra del alcohol, que nunca olí por cierto. Él siempre me ha tratado con respeto, mientras todo se mantenga así, estaré bien.

     No siento si no gratitud, y un profundo sentimiento, de que debo retribuirle todo lo que ha hecho por mí. Hoy vi la otra cara de la moneda, ya no era ni siquiera un vagabundo, ahora era un inmigrante. Espero que el trabajo me ayude a librarme de ese horrible sentimiento que produce el ser dependiente. Ahora me planteaba quedarme en este país, si me era posible. Solo necesitaba estabilidad económica. Algo dentro de mí me impulsa a quedarme aquí, como un instinto, siento que el destino me pide que me quede, pero ya veremos.

[Jordan]

     ¿No entendía en qué momento se salieron las cosas de control?, es decir. La relación con Mike y Fiamma nunca había sido buena, pero era hasta cierto punto tolerable. Pero esto ya rayaba lo bizarro, lo que ocurrió anoche nunca lo llegamos a imaginar. Nuestros días siempre habían sido tranquilos, desde que todos nos conocimos nos volvimos inseparables, era como si fuésemos los cinco mosqueteros del instituto, resistiéndonos a ser absorbidos por el sistema monárquico que habían impuesto Fiamma y Mike. Cada uno de nosotros le agregaba algo especial al grupo.

     Hailan se creía el faro de la moral y las buenas costumbres. Junto a Jyrki, el bufón de nuestra corte, que no era precisamente un erudito de la sabiduría, pero aun así le queremos. Por otro lado esta Elodie, de fuertes convicciones. A todos nos irrita el hecho de que casi siempre tenga la razón. Lucha por las causas que le parecen justas, pero a veces nos gustaría que no se tomase lo de “luchar” tan enserio, sin embargo, eso le agrega un toque picoso al asunto. Seymour… El para nada inocente niño rico, con cara de que no rompe un plato. Aunque todos sepamos que es como un atentado terrorista a la fábrica de vajillas. Es tan descuidado y si se relajase más, seguro moriría dormido o algo así.

—Seymour…—exhalé con pesadez a mi silenciosa habitación.

     Estaba solo en la casa. Los gemelos seguían en la escuela, no sabía a donde se había ido mi madre, y mi padre seguro estaría trabajando. Eran las doce cincuenta pm, ya tenía el uniforme del instituto puesto, para la clase de la tarde. Estaba acostado en mi cama, observando la ventana. Veía como esta permitía entrar las partículas de polvo que flotaban en el aire, iluminadas por el centellante sol. No había almorzado porque no tenía apetito, tampoco tenía ganas de hacerlo yo solo. No dejaba de darle vueltas a lo que había sucedido ayer. Lo inesperado y falso que lucía todo el numerito que hizo el desgraciado de Mike.

     Todos teníamos claro que no era una persona amable y cálida, pero no sabíamos que podía llegar hasta esos límites para hacerle daño a Seymour. Si bien este último es el más frágil y susceptible de nosotros, no se le debe quitar el mérito al pendejo más crédulo del año. Me pregunto qué tendría en la cabeza cuando le acepto la propuesta. Me alegra que mis instintos no me hayan fallado. Si no hubiese sido por mí, quien sabe que hubiese sido del descuidado Seymour. ¿Drogarlo?, ¿Para qué? si todo lo que le había dicho de gustarle no se lo creía ni el mismo, solo era labia barata.

     La cabeza comenzaba a dolerme de darle tantas vueltas al asunto, aunque no se comparaba al dolor que se extendía a todo mi cuerpo. Sentía como si me hubiese pasado una competencia de ciclismo por encima. Ese cabrón pegaba duro. Cuando llegué anoche a la casa también tuve que soportar la lluvia de dardos envenenados de mi mamá. Fue la cereza del pastel cuando me gritó histérica “porque no me había quedado a cuidar a los gemelos, y ella no pudo salir”, ya que tenía planes importantes. Eso sin agregar que dijo “que no le importaba donde me metiera, siempre y cuando cuidara de ellos cuando ella fuese a salir”. Pero lo que más me dolió fue que me vio golpeado, lleno de sangre y ni se inmutó por eso… Como si no le importara.

     Apenas pude pegar ojo en toda la noche. El dolor físico, la rabia y la decepción se habían ensañado contra mí, creo que incluso se me escaparon algunas lágrimas silenciosas. Al despertar mi mamá ya no estaba, tuve que llevar a los gemelos a su escuela. Eso no me molestaba en lo absoluto, ya se había vuelto una costumbre que los dejara a mi merced. Adoraba a esos niños. Tuve que decirles que tropecé por una escalera y me había hecho todos esos golpes, pero ellos no se conformaron con esa historia e incluso insinuaron que me había peleado. Esos niños eran muy inteligentes para sus cinco años.

     Cuando les deje en su escuela ya se me había hecho muy tarde, así que decidí no ir a clases en la mañana. No soportaba mi cuerpo, e incluso tenía unas cortadas que amenazaban con abrirse, necesitaba sutura, así que fui al hospital. Allí, después de una ronda de preguntas exhaustiva, por parte de una desconfiada enfermera (que supongo eran para ver si no se trataba de un criminal), me atendieron, desinfectaron las heridas y les tomaron un par de puntos.

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     La alarma me sacó de mis pensamientos. Ya era mejor que me fuese al instituto, hoy no vendría Elodie por mí, por obvias razones y me tocaba tomar el transporte público. No me agradaba mucho la idea de ir a la par de gente rara y sudorosa. Pero tampoco le pediría perdón a Elodie por reaccionar como reaccioné. Lo que dije de que Seymour me daba igual no era cierto, si no me preocupara tanto no hubiese hecho lo que hice, eso lo dije por el calor del momento. Lo que si no aceptaría es que se me tratara de homosexual solo por defender a mi amigo. ¿Celos?, ¡Ja’!, allí sí que no tenía razón la sabelotodo.

     ¿Desde cuándo defender el honor y la integridad de tus mejores amigos eran celos? Tampoco sé porque me pongo así cada vez que nombran al fulano “Evan”, es otro que me da mala espina, y que no sé por qué, pero me cae extremadamente mal. Me irrita saber que Seymour admita a un extraño así como así en su casa. Sí, es su casa… Puede hacer lo que sea con ella, pero sus amigos tenemos el oficial derecho de cuestionar sus acciones. Es decir, en teoría somos su familia. El calvo de Arthur al parecer no le puso objeción a Seymour, cosa que me resulta extraña, eso me cede el derecho de ser la voz de la razón esta vez.

     Ya vimos lo que pasó por darle confianza a quien no debía dársela. Pero vivir ambos en una casa son palabras mayores. ¡Sí! Esa era mi posición frente a todo esto. Anoche cuando discutí con Elodie me sentí confundido, ¡Dolido!, no tenía muy claros mis pensamientos. Pero ahora, con la cabeza fría sabía que yo tenía la razón.

[…]

     Ya iba en el transporte público, rumbo al instituto. Había aire acondicionado en el desgastado autobús, pero ni eso lograba aplacar el olor a rayos que provenía de un montón de hippies psudo hípsters que venían detrás de mí. Por un momento me sentí como esos viejos veteranos de la guerra, que detestaban a la generación “amor y paz” de los sesenta. Para mis desgracias, ni siquiera la música de Scorpions en mis auriculares podía distraerme del olor. ¿Por qué coño el conductor les dejaba subir? “The goods die young”, decía la canción. Con gusto me moriría joven, para ser inmortal como un Kurt Cobain.

     Pero probablemente los gemelos terminarían en un orfanato. Me reí por lo bajo de la graciosa idea. De que los niños de mis ojos, probablemente huirían de un lugar así para buscarme y reclamarme porque los dejé en un lugar tan feo donde no tienen videojuegos. Luego de lo que me pareció un eterno recorrido hasta el lejano instituto, me bajé frente a este. Me llenaba de orgullo asistir a un lugar tan prestigioso, exceptuando el montón de niños fresa que también eran alumnos de aquí. Bueno, más de la mitad de los estudiantes eran de familias adineradas. Lo que pocos sabían, era que uno de los más ricos y poderosos, si no el más. Era Seymour Astraios, mi amigo.

     Allí estaba ese edificio de ladrillos, y ventanales parecidos a espejos. De diseño elegante e imponente, no me sorprendería si ahora alguien me dijese que es obra del mismísimo Frank Lloyd Wright. Sus puertas me invitaron a pasar. Era raro entrar por allí. Siempre solía hacerlo por el estacionamiento, en la camioneta de Elodie. No pude evitar sentir un sentimiento de tristeza, extrañaba a mi amiga. ¡Sí!, menos de un día y ya sentía unas ganas terribles de salir a pedirle disculpas por lo que pasó, cosa que sorprendería por mi apariencia de rockero rebelde. Pero, ¿Disculpas de qué? ¡Eso precisamente!, ¡Yo no fui el que metió la pata!

     Debía mantener mi posición, por más que quisiese salir corriendo a hacer las paces. Entré evitando tropezar a la tropa de zombis con teléfonos inteligentes, busque el salón que correspondía. ¡Matemática! Mal necesario… Y el profesor que la dictaba estaba a unos pasos de la tumba, ese pobre señor merecía su jubilación. Abrí la puerta del salón y la clase ya había comenzado.

— ¡Llega tarde señor Smith!—me dijo el profesor antes de lograr escabullirme a un pupitre.

— ¡Sí! Y disculpe la falta profesor, permiso para entrar a su clase—me excusé.

— ¿Y se puede saber porque llega retrasado?—preguntó.

—Es que tuve dificultades…—dije apenado y sin más que agregar.

     El me miró de arriba abajo. Supongo que observando mi magullada apariencia, ya que colocó una expresión de impresión entre las arrugas de su rostro.

—Dificultades… Ya veo… Porfavor pasé y siéntese. ¡Procure que no se repita!—dijo cediéndome la entrada, a modo de regaño.

     No pude evitar sentir las miradas de mis compañeros clavándose en mí. ¿Tan mal me veía? Me dirigí al pupitre más lejano disponible. En esas, levanté la mirada y busqué a mis amigos. Vi a Hailan y a Jyrki, estaba sentados juntos y me miraban con tristeza. Elodie estaba sentada muy lejos de ellos, eso era muy inusual. Esta me evitaba la mirada, indiferente, como si yo no estuviese allí. Eso me dolió. A Seymour no le vi por ningún lado. Seguro se había quedado en casa a causa de la resaca. Finalmente me senté y el profesor continuó la clase. Todo transcurrió con normalidad, aunque tras de mí, noté la mirada de Elodie en varias ocasiones.

     Luego de drenarnos el cerebro a punta de ecuaciones y números, sonó la campana. Debíamos esperar aproximadamente media hora de receso para entrar a deportes, materia con la que me llevaba bastante bien. Aunque ya vería si mi cuerpo la soportaba. Si no, bastaría con mostrar los puntos que me habían suturado, para que el entrenador me dejara en paz. Salí del aula y vi como Elodie se perdía entre los pasillos, seguro me estaba evitando. A Hailan y a Jyrki si los perdí completamente de vista, no entendía porque no andaban junto a ella. De esta, entiendo que me evite porque discutimos, pero ella no les había hecho nada a ellos.

     De Seymour ni que hablar, a estas alturas era obvio que no vendría. Fui a la cafetería por un refresco y de paso hice de ojitos a una de las cocineras, conseguí que me pasara un poco de hielo para algunas de las heridas que tenía inflamadas. No sabía ni para que había asistido a clases en este estado. Supongo que no podía engañarme a mí mismo, quería ver a mis amigos después de lo de ayer, estar en casa solo me haría darle más vueltas al asunto. Aquí igual lo hacía, pero por lo menos tenía con que entretener mi mente. Vi como los chicos iban a entrar a la cafetería, pero cuando me vieron dieron media vuelta, como si no me hubiesen visto.

— ¡OIGAN USTEDES DOS!—grité, para a continuación pegar una carrera detrás de ellos— ¿Díganme porque andan solos?, ¿Y Elodie?, ¿Por qué no andan con ella?—les pregunté cuando al fin los alcancé.

— ¡No queremos estar de un lado o del otro!—dijo Jyrki—Preferimos estar neutrales…Que tomar partida por un lado—

— ¡Pero esto es entre ella y yo!, Acepto que me eviten por lo que pasó anoche, también admito que mi actitud no fue la mejor… Pero ella no les hizo nada a ustedes ¿Por qué la dejan sola?—pregunté.

—Escucha… Actuaste como un completo idiota anoche, no nos explicamos porque reaccionaste así y antes de que lo digas ¡No le intentes echar la culpa al alcohol! A pesar de eso tampoco apoyamos la forma en la que actuó Elodie, fue muy desconsiderada por decirte ese montón de cosas—expuso Hailan.

—En resumen ¡Los dos están igual de tarados!, no tienen remedio alguno—aseveró Jyrki.

—Entonces… Cuando ambos resuelvan sus diferencias nos avisan y nosotros haremos como si nada hubiese pasado. Ustedes crearon su propio problema, ¡Ustedes resuélvanlo!—dijo Hailan.

— ¡PERO NO FUE MI CULPA!—dije alterado—El que tiene el cuerpo hecho mierda ¡Soy yo!, ¿Y aun así ella me hace quedar como el malo de la historia? Ustedes saben que si no hubiese sido por mí y mis supuestos “celos” Mike le hubiese hecho algo malo—

—Igual no tomaremos partida—dijo Jyrki.

     Y así me dejaron parado y solo en el pasillo. Decidí caminar un rato por la escuela con los audífonos puestos, escuchando rock. Los ácidos alaridos de las guitarras y las voces excesivamente guturales eran como bálsamo para mi carne adolorida. Lo que me faltaba, ahora caminando solo en el instituto, con amigos… Pero solo. Por un rato estuve con la vista altiva, buscando, a ver si podía ver a Elodie por algún lado. A veces me odiaba por ser tan débil, pero definitivamente odiaba aún más sentirme solo. Me disculparía por mi actitud, pero tan solo eso. Allá ella si también se disculpaba conmigo. Si no, igual seguiría haciéndome del rogar. De vez en cuando uno debe demostrarles a los demás que tiene orgullo.

     Estaba en eso, hasta que una escena que vi me cabreó. Ahí estaba la pelirroja más popular del instituto, la abeja reina. Sentada en la fuente, junto a sus dos mejores amigas, o lacayas. La verdad que ni sabía cuál era el término correcto para esas dos que la seguían a todos lados. La fuente estaba en la plaza central del instituto. Un sitio del dominio monárquico, de esta y de su sequito. Pero lo que realmente me cabreó, es que estaba riendo a escandalosas carcajadas junto a ellas. No sé porque, pero por un momento se me pasó por la cabeza la imagen de que estuviesen burlándose de Seymour, o riéndose por lo que había hecho Mike.

     Sé que esto era un poco paranoico de mi parte, pero al verla, lo primero que se me cruzaba en la cabeza era el desgraciado de su novio. No podía evitar enlazarlos, después de todo ella tenía la reputación de ser incluso peor que él. También recordé la información que nos había suministrado Jyrki anoche. “Ella solía manipularlo”. A pesar de que todo lo que Mike dijo nos sonaba a falsedades, eso en particular, tenía bastante sentido. Ella reunía todas las cualidades necesarias para manipularlo. Independientemente de si eso fue otra mentira de él o no, sentí la imperiosa necesidad de pedirle a ella que lo mantuviera a raya. 

     Sabía que esa decisión no era la más sensata. Pero como siempre, mi cuerpo obedeció a la corazonada que tenía. Esta me decía que mi plan realmente podía funcionar. Después de todo, ella y yo nunca habíamos tenido problemas directamente. Casi nunca habíamos cruzado palabra en realidad. Tenía la esperanza de que ella comprendiera de alguna forma, y de que frenara lo que podía convertirse en un problema aún mayor. Por el bien de nosotros y el de ellos mismos. Me acerqué lentamente, pero con paso seguro, hasta que me detuve frente a ella.

—Necesito hablar contigo—dije con seguridad, mirándola fijamente.

     Ella cortó su risa cuando escuchó mi voz. Volteó a verme y me examinó de arriba abajo con un semblante totalmente serio. Sus ojos de azul intenso helaban a su paso, a donde sea que se posaran. Tomó sus rojos y largos mechones entre sus manos y los acomodó elegantemente detrás de su oreja, apartándolos de su cara. Sonrió con seguridad, mostrando su perfecta dentadura. Sin duda alguna era un gallardo espécimen de mujer. Confiada, hermosa y segura de sí misma. Por un momento me sentí intimidado ante ella y vacilé. Pero sacudí esa inseguridad y me fui a por todo.

—Dije que necesito hablar contigo Fiamma Blair—repetí con más seguridad.

—Ya lo estás haciendo…—pronunció lentamente, a través de sus labios rojo carmín.

— ¡Me refiero a hablar en privado!—

—Tú y yo no tenemos nada que hablar—dijo serena—De hecho, si estoy en lo correcto tu y yo nunca habíamos cruzado palabra—prosiguió segura de sí misma— ¿Estoy en lo correcto Victoria?—preguntó a la más tétrica de sus dos amigas. Esta asintió con una risa burlona.

—Insisto—contesté.

—Si tanto te urge hablar conmigo dilo aquí, ¡Y ya no me hagas perder mi tiempo!—espetó con indiferencia.

—En realidad vengo a pedirte que le pongas la correa al perro faldero de tu novio. Aunque ya no sé si pueda usar eso de que anda atrás de faldas—exclamé molesto.

—No logro comprender a que te refieres—dijo altiva y volteó a mirar con incredulidad a Victoria— ¡Que rarito es este tipo!—le dijo a esta última entre asco y burla, mancillándome. A lo que ambas estallaron en risas, burlándose en mi propia cara.

— ¡Escucha!, ¡Es enserio!, tu noviecito se te está escapando de las manos, ¡Anoche intentó drogar a Seymour!—le dije ya sin mucha paciencia.

— ¿Quién es Seymour?—preguntó confundida.

— ¡Seymour es mi amigo! Es el delgado con pelos rizados.

— ¡Ah aclaro el mariquita! Mira, no sé de qué estás hablando, probablemente esa música ruidosa y extraña que escuchas te quemó el cerebro. ¡Además!, mi novio anoche estuvo en el centro con un amigo…—exclamó con altanería—Ve a joder a otro con tus historias ficticias y estúpidas ¡Ah! y deja las drogas, o lo que sea que la gente como tu consuman—

— ¡NO ESTOY INVENTANDO NADA!, vine a hablar contigo porque ayer tu novio lo invitó al partido de Futbol, y de allí se lo llevo a un restaurant donde intentó drogarlo—intentaba explicarle con la poca paciencia que tenía.

— ¿Estas completamente seguro de que no andas drogado justo ahora?—dijo ridiculizándome.

— ¡QUE NO JODER!, ¿ERES SORDA ACASO? Si quieres, incluso puedes ir a al restaurant y preguntar para que veas que es cierto—

—Enserio eres muy gracioso y todo eso. Pero esto ya no es divertido… Ya mi hora de hacer caridad terminó y no tengo tiempo para seguir con pacientes psiquiátricos como tu ¿ASI QUE POR QUE NO NOS HACES UN FAVOR Y TE LARGAS DE AQUÍ LOCO DE MIERDA?—me respondió ya bastante alterada.

— ¿POR QUÉ MIERDAS CREES QUE VENDRÍA A INTENTAR HABLAR CONTIGO SI NO FUERA CIERTO?—le grité exasperado—Eres la niña más repelente de todo el instituto, ciertamente no estoy aquí por gusto. ¡ES MÁS!, no necesitas irte tan lejos para que veas que es cierto, ¡Mira mi cuerpo! Esto lo hizo el desgraciado de tu novio—le dije aflojándome la corbata y el cuello de la camisa, para que observara los hematomas, e incluso tomé una de sus manos y la forcé a sentir mi piel inflamada.

—¡SUELTAME DEGENERADO!—gritó soltándose de mi agarre— ¡ERES UN MALDITO ENFERMO!—dijo soltándome una cachetada que me hizo ver el infierno.

     Por el rabillo del ojos pude observar que nuestro escandalo había llamado la atención de los demás estudiantes, y habían formado una multitud que nos rodeaba. Veían el inusual espectáculo, mientras murmullaban entre sí, incluso algunos comenzaban a mirarme feo. Ella me estaba haciendo quedar como un loco.

— ¡ESTA BIEN!, ¡DISCULPA NO QUERÍA HACER ESO! —le dije reconsiderando mi actitud— Pero de verdad necesito que escuches lo que te estoy diciendo. El bastardo de tu novio intentó drogar a Seymour, le dijo que le gustaba y que tú lo obligabas a hacer cosas malas. Incluso peleamos, ¡POR ESO TRAIGO EL CUERPO ASÍ, Y DE SEGURO POR ESO NO VINO HOY A CLASES!—

— ¡YA TE ADVERTÍ QUE TE LARGARAS DROGADICTO DE MIERDA!—me dijo hecha una furia, gritando más y más fuerte para que todos allí escucharan— ¡NO PERMITIRÉ QUE SIGAS INVENTANDO MÁS DISPARATES DE MI NOVIO!—me espetó, para luego ponerse de pie frente a mí— ¡Mi novio no es ningún maricón! Y quiero que eso te quede claro. ¡Además!, ¿Porque te preocuparía que anden atrás del marquita de tu amigo?—dijo con una sonrisa diabólica en su rostro— ¿O acaso él te gusta?, ¿Eres mariquita tú también?—

     Ella literalmente me estaba empujando y conseguía que yo retrocediera. Normalmente no daría marcha atrás ante nadie. Pero esta chica tenía algo que descolocaba en ella. Podía ver como ardía el mismísimo infierno en sus ojos, que ahora no eran tan azules como antes. Con cada empujón sentía como ella cobraba aún más fuerza, ya comenzaba a sentir como mi equilibrio perecía, hasta que logró hacerme caer al suelo. El ambiente se había tornado extrañamente caliente. Sentía mi boca seca, sudaba a chorros y sus manos, estaban excesivamente calientes. Estas seguían golpeando mi maltratado cuerpo. Todas estas cosas extrañas emanaban de ellas, como si su ira se consumara en llamas.

     Sentía la presión de las miradas de todos los que estaban allí. Me invadía una sensación de pánico y humillación insoportable. ¡Me estaba llamando maricón frente a todos! Intentaba hablar, pero los nervios me habían hecho un nudo en la garganta, estaba acorralado…

     De repente se escuchó una cachetada descomunal, ante la que todos se sorprendieron. Era mi amiga, ¡Mi Elodie! Nos había dejado a todos con la boca abierta y a Fiamma con el cachete completamente rojo. Cuando de sopetón se abrió paso entre la multitud y le estampó una cachetada de campeonato que dejó muda a Fiamma.

— ¡DEJA A MI AMIGO EN PAZ MALDITA PSICOPATA!—gritó Elodie a Fiamma. Y ante la incredulidad de todos los espectadores, la empujó con tanta fuerza que la hizo caer dentro de la fuente de agua que tenía tras de sí.

     El estruendo de carcajadas, burlas, e incluso fotos y videos no se hizo esperar. Volvieron de la escena de una Fiamma completamente mojada en la fuente un circo. Mi amiga permanecía allí, de pie, con la expresión sería, sin inmutarse frente al acto barbárico de humillación que había cometido. Todos sabíamos que le tenía rabia a Fiamma, pero nunca le llegamos a creer capaz de algo así.

— ¡MEJOR DEJEN ALLÍ DONDE ESTÁ A ESA ZORRA INMUNDA!—dijo Elodie cuando vio como las amigas de Fiamma iban a ayudar a sacarla de la fuente— ¡ESCÚCHAME BIEN CUCARACHA!—dijo en casi un rugir, con voz poderosa ante todos— ¡QUE CON ESTO TE QUEDE CLARO, Y LE QUEDE CLARO A TODOS LOS PRESENTES! DE QUE CUALQUIERA QUE INTENTE METERSE CON LOS MÍOS LA PAGARA. ¡Ya me escuchaste! Se la clase de basura que eres y ya no pienso jugar contigo desgraciada! —Después de esto, y ante la atónita mirada de Fiamma y sus amigas, me tendió la mano y ayudó a levantarme.

     Salimos de la muchedumbre y ella me condujo a una sección de pasillos donde no había casi nadie, nos sentamos y ella comenzó a revisar mis heridas una por una con sus manos suaves y delicadas. Su semblante había cambiado, la fiera salvaje de hace unos minutos se había ido, y ahora estaba allí mi Elodie, ¡Mi amiga!

—Mira lo que te hizo ese cavernícola—dijo con tristeza, mientras examinaba mis heridas.

—No es para tanto… Además, es una lástima que él no haya venido hoy a clases para ver la paliza que le dejé—dije intentando animarla.

— ¡Sí! Hubiese sido divertido—dijo con los ojos húmedos, apunto de llorar. La abracé— ¿Porque lloras?—le pregunté al sentir su humedad en mi hombro.

— ¡Lamento mucho haber dicho todo lo que dije!—decía con la voz quebrada entre sollozos— ¡Fui una mala amiga al acusarte de estar celoso!, sé que dijiste todo eso porque solo lo quieres proteger. Y si yo tuviera un cuerpo enorme como el tuyo también hubiese molido a golpes a Mike—dijo apartando su cabeza de mi hombro, para sonreírme con su cara hecha un desastre a causa de las lágrimas.

—Límpiate esos mocos tonta—le dije cariñosamente mientras ella se limpiaba la cara. Aun seguíamos abrazados—Aunque no creo que necesites un cuerpo de gimnasio como el mío, a juzgar por lo que acabas de hacer hace un rato—

—Sí que fue raro eso de que esa desgraciada te empujara al suelo, ¿Le temes?— dijo cuestionando mi fuerza física.

— ¡No fue eso!, pero no sé con qué se alimentará esa chica. Cuando se molestó, de repente saco una fuerza casi inhumana, eso fue muy extraño…—dije pensativo.

— ¡Lo sé! Yo estaba allí, pero tú no me habías visto… Ahora que estamos en eso ¿Tú también sentiste lo caliente que estaba esa loca?, no me tomes a mal, no soy lesbiana. ¡Me refiero a su temperatura corporal! Una persona normal hubiese convulsionado con lo caliente que estaba—

— ¡Sí! ¡Yo también lo sentí! Eso fue completamente extraño, es una chica misteriosa…—Permanecimos unos segundos en silencio meditando el suceso extraño y volví a cortar el silencio— ¿Si sabes en lo que te metiste?—inquirí.

— ¿A qué te refieres?—

—A que ella no se quedará de brazos cruzados frente a lo que le acabas de hacer, ella clamará venganza de nuestra sangre—

— ¡Eso lo sé!, pero no le temo, ¡Que me ataque con lo mejor que tenga!—dijo segura de sí, volviendo a ser la Elodie de siempre.

— ¿Por cierto, que supiste de Seymour?—pregunté.

—Lo que sé, es que cuando le dejé en su casa con Ev…—se cortó ante mi mirada—Que lo único que sé es que le dejé en su casa muy borracho, lo más seguro es que tenga resaca, ya sabes cómo le sientan los tragos—

— ¡Sí! Eso lo sabemos…—contesté con gracia, recordando las garrafales borracheras que se tiraba mi amigo muy de vez en cuando.

 — ¡Y hablando de desaparecidos!—prosiguió ella— ¿Dónde están los idiotas de Hailan y Jyrki? Si mis instintos no me fallan te puedo asegurar que me han estado evitando toda la tarde—

— ¡No!, tus instintos no te fallan. Me dijeron “que no tomarían partida de ninguno de nuestros bandos”—

— ¡Par de estúpidos!—

— ¡Lo sé!—le respondí con fastidio—De hecho tenemos que buscarles para anunciarles que ya no estamos peleados… ¿O lo estamos?—pregunté con inseguridad.

— ¡No!, ¡No lo estamos!—respondió ella con una sonrisa sincera.

[Nota del Autor]

     Ante todo me disculpo por la demora con la que entrego este quinto capítulo. He estado enfermo últimamente, de allí mi retraso con el mismo. Celebro la efusividad con la que me hacen sus comentarios, valoraciones e Emails, que me hacen feliz. Creo que es la misma clase de emoción con la que leen, la que obtengo cuando veo un nuevo correo en mi bandeja de entrada. Escríbanme sus impresiones, opiniones y críticas para poder seguirles entregando una historia de mejor calidad (no muerdo). La próxima semana (y si mi sistema inmune me lo permite), les entregare uno o más capítulos de esta saga. ¡Como aman los dioses! ¡Contra viento y marea!

Siempre vuestro, Klisman.