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Como aman los dioses (XVIII) – Céfiro victus.

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Como aman los dioses (Capítulo XVIII) – Céfiro victus.

[Evan]

—¿Cómo carajos se te ocurre hacer esa clase de shows en tu primer día de clases Evan?, ¿ACASO TE VOLVISTE LOCO?—escupía Seymour con una mueca ácida de rabia, los ojos azul gélido, cual lagos congelados se habían ya consumido, la frialdad cedía paso a lava que buscaba arrasar todo a su paso, un fenómeno climático peculiar que amenazaba con acabar mi paciencia.

—¿Sabes lo que Beatriz me dijo?, ¿TIENES IDEA DE LO QUE ME DIJO?—repetía una y otra vez intentando atraparme en su tornado de palabras, haciéndome girar y girar, invocando, o más bien ¡exigiendo! la aparición de las furias en mi semblante plano y silente. Yo no quería pelear, no tenía culpa de nada de lo que sucedió en ese patio apestoso a hormonas, yo solo era la victima de los halagos de un muchacho dorado como el trigo, de los amenazantes girasoles que me obsequio y de una turba furiosa que exigió lapidar a los maricones que amenazaban la frágil heterosexualidad de la institución.

—¿Tienes una puta idea de lo que me dijo?—repitió una vez más, en un necio intento por despertar la violencia en mi espíritu rehabilitado…

—¿A ver?, ¿Que te dijo Beatriz?—respondí irritado intentando seguirle el juego para hacerle feliz.

—¡Me dijo que nadar en piscinas de billetes no me daba el derecho a traer manzanas podridas a su institución, que si pretendía comprarlo todo en la vida que por lo menos también te comprase decencia y sentido común!—

—¿Enserioooo?—dije fingiendo interés sin verle a la cara, jugando con la brisa entre mis dedos que soplaba por fuera de la carroza fúnebre.

—¡SI!, ¡ES ENSERIO!, ¿Y sabes que es lo peor?—

—¿Qué es lo peor Seymour?—dije con cansancio dándole la espalda. Viendo pasar a los transeúntes por la ventana.

—¡Qué ni siquiera puedo reclamarle algo por llamarme mimado ricachón sobórnalo todo!, porque técnicamente ella tiene toda la razón, ¿sabes?, yo fui el de la idea de meterte a estudiar allí, yo di fe de ti, de que eras una persona decente—

—¿Y no lo soy?—respondí sarcásticamente, volteando a verle al fin. Ahora si tenía mi atención, para su desgracia.

—¡PUES TU…!—dijo molesto, pero se detuvo inseguro de lo que quería decir y luego continuo decidido, sin una pizca de miedo en su mirada—NO LO SÉ… ¿LO ERES?, ¿LO QUE HICISTE ES DECENTE?—inquirió con toda la intención de lastimarme, yo solo pude reír incrédulo ante el monstruo que suplía al Seymour de siempre, francamente no entendía a que estaba jugando conmigo.

—¿Para ti que es decente Seymour Astraios?, depende de que consideres decente… ¿Crees que sea una persona decente si me conociste en prisión?—

—No estamos hablando de eso, no me cambies el tema—dijo molesto.

—No, pero estamos hablando de ser decente, de ser una persona DE-CEN-TE, porque si opinas que no lo soy solo por eso, pues el de los problemas mentales aquí eres tú, por invitar a vivir a tu casa a el vagabundo de una celda, ahora, si lo dices por el escándalo que ocurrió ahora, pues ya te dije que no fue mi culpa, Magnus me sorprendió en los bebederos con las flores y lo demás pues también se me escapa de las manos—  

—Sí, claro, pobre Evan, tus eres la víctima y todo el mundo es el culpable—decía mofándose, yo perdía la paciencia poco a poco, le quería, pero me quería mucho más a mí mismo.

     No llevaba la cuenta de cuánto tiempo había pasado desde que Arthur nos fue a recoger para llevarnos a casa, lo cierto es que el camino a través de la ciudad se me estaba haciendo un infierno entre interminables embotellamientos y Seymour con su histeria, histeria que olía a celos de aquí a China, yo estaba intentando contenerme y meditar, aguantar su berrinche para llegar y encerrarme en mi habitación, miraba los girasoles que me había regalado Magnus a través de la boca abierta de mi mochila.

—NO TE HAGAS EL IDIOTA EVAN, ¡Yo vi como mirabas a ese putito!, y tu totalmente regalado ante él, tan solo mira como abrazas esas flores, tan idiotizado, francamente creo que se tienen merecido lo que sucedió…—dijo riendo amargamente.

     La gota que rebasó el mar entero. Levanté el seguro de la fúnebre puerta, la abrí, tome mi mochila, bajé del vehículo y cerré de un portazo sin siquiera mirarle, fue por su bien y por el mío.

—¡Evan vuelve aquí!, ¿para donde coño crees que vas? ¡CON UN CARAJO!, QUE VUELVAS PARA ACÁ TE DIGO EVAN HYACINTHUS, ES UNA PUTA ORDEN…—

     Yo solo seguía marchando sin siquiera voltear, él gritaba histérico desde el auto, pero yo solo hice caso omiso y le mostré el dedo corazón por todo lo alto dándole la espalda, seguí caminando por un callejón para perder el sonido de su voz, que se desvaneció por completo ante el rugir de la metrópolis, yo preferí hacer eso, dejarle atrás hasta que se calmara antes de partirle la puta nariz, “es una puta orden”, ¿quién carajos se creía ese pendejo?, ¿en qué momento pasé a ser parte de sus propiedades?, ¿quién era ese monstruo de celos y que había hecho con el Seymour del domingo?

     Podría jurar que me prometió que podíamos ser solo amigos, que se daba por rendido y que respetaría mis decisiones de ahora en adelante, sin celos, sin estupideces y luego esta cagada de escena que hace Pufff… No le entendía, claro, por una parte podía comprender que se molestara por el jalón de orejas que le hizo la directora, era perfectamente comprensible que le molestara que en mi primer día haya tenido problemas, pero no le podía justificar que me maltratara e insultara por algo que no fue mi culpa, y más aún sin siquiera darme chance a contarle mi versión de la historia, pero allá él…

     Humo, embotellamientos, ruido por todos lados, cientos y cientos de transeúntes zombies que hacían vida en la jungla de cemento en forma de ríos humanos, recuerdo lo chocante que fue mi primera vez al pisar este país, no es que fuera un provinciano, pero sí que estaba acostumbrado a la vida tranquila, casi pueblerina de mi bonita Grecia, cuanto la añoraba… Pero si quería aspirar a más no debía temer a expandir mis horizontes, abrir mis alas y volar, es lo que hubiesen querido mis dos viejitos. Y ahora estaba en un dilema, el que hacer ahora, literalmente ahora, me había salido de puta madre mi escena dramática y rebelde, Seymour estaba claro ahora de que yo no bailo por el dinero, pero ¿y ahora?, ¿a donde ir a desaparecer por lo menos hasta que anocheciera?, ya luego vería como llegar a casa, peores las había tenido.

     Deambulé bastante bajo un cielo de nubes grises que competían por ver cuál era la más veloz, entre rascacielos, que quitaban la comezón al firmamento, literalmente. La brisa mordaz batía a su merced el saco de mi uniforme escolar, miles de establecimientos y desconocidos por conocer, luego vi un bar, quizás era alcohol lo que necesitaba para adormecer mi cabeza de huevo revuelto. Entré y me senté en la barra, el lugar era sobrio, pero elegante aunque un tanto descuidado, el típico bar con mesas de billar y viejos verdes.

—Sí, dígame ¿qué le puedo servir?—dijo el hombre detrás de la barra con expresión severa.

—Mmmm… Pues—

—¿Si?—inquirió impaciente arqueando una ceja y yo volteaba a los lados nervioso.

—Sí… Quiero uno de esos—dije señalando torpemente un vaso que estaba a mi lado sobre la barra, tenía un líquido marrón parecido al refresco de cola, unos hielitos felices sumergidos y un limón partido dentro.

—¿Eres mayor de edad?—preguntó retante, yo esculque en mi mochila y puse sobre la barra mi identificación junto a un par de billetes, él recogió estos últimos, me miró de arriba abajo confirmando que fuera el de la foto, con un resoplido de fastidio y sin más se retiró a preparar mi bebida.

     Mientras el tipo del bar mezclaba el contenido de varias botellas yo ojeaba el lugar, de fondo sonaba Knockin' on Heaven's Door, pero la original, la de Bob Dylan, porque lo que muchos no saben es que la de Guns N’ Roses es solo un vil cover. A unos metros de mí, tipos que fumaban y jugaban al billar, alguno que otro borracho dormido por el lugar y un viejo verde que al hacer contacto visual conmigo sonrió y me picó su ojo, claro que yo le corté el contacto visual asqueado y retuve mi mirada en el vaso de al lado, en ese momento reparé en su dueño, o mejor dicho, dueña y fue cuando caí en cuenta de que era el mismo uniforme de mi instituto, y luego esa cabeza roja peinada a la perfección, el tipo de la barra dejó mi trago frente a mí y las monedas del cambio bailaron ruidosas al caer en la barra de mármol, le agradecí y centré mi atención en la chica.

—Disculpa, ¿Tú eres del instituto?, ¿No?—ella volteo su rostro hacía mí, se sorprendió al verme y de inmediato endureció su bellos y afilados rasgos.

—¡Oh, vamos, que esto tiene que ser un chiste de los Dioses!, ¿tu otra vez?, ¿Me estas siguiendo?, ¿acaso te lo ha pedido tu noviecito?—

—¿Qué?, ¿cómo?, no entiendo…—dije desconcertado.

—No andarás con él por aquí, ¿verdad?—inquirió desconfiada y nerviosa, levantándose ligeramente de la silla con ganas de irse.

—¿Con quién?—pregunté antes de dar el primer sorbo a mi bebida, que consiguió amargar mi cara por su espantoso sabor.

—Con él idiota… Con tu noviecito, el de cabellos dorados y físico perfecto, tu sabes de quien te hablo idiota, de Apol—dijo cortando en seco y ante mi expresión de desconcierto—¿O cómo te dijo él que se llamaba?—

—Oye enserio no sé de quién me hablas…—

—Vamos, que no puede ser posible que tengas memoria de frijol… Te hablo de hace unas horas, daaaah… En el patio central, con los girasoles, con el montón de orangutanes a punto de madrearlos y luego en la dirección con Marcanty y la directora…—dijo arqueando la ceja como si yo fuera retrasado.

—Ohh… Ya, tú eres la Flama—dije riendo al recordarla.

—¿LA QUE?—dijo molesta.

—Disculpa, ¡Disculpa!, quise decir… Fiamma, ¿no?—corregí—Disculpa, es que no se me da muy bien lo de los nombres—

—Sí, Fiamma, pero te estoy preguntando por el ricitos de oro—dijo exasperada.

—Ah… Magnus dices, ¿no…? Él no anda conmigo, ¿Por qué?—le respondí, ella se tranquilizó, volvió a su banca y tomó otro trago de su bebida, aunque no arrugo la cara al beberla.

—Son novios, ¿No?—

—¡NO!, jajajaja—reí nervioso, sintiendo como se calentaban mis orejas—Para nada, ¿Porque dices eso?—

—Por el espectáculo que hicieron en el patio ahora, ¿Te suena?, ¿No?, o eso tampoco lo recuerdas—dijo con sarcasmo.

—Sí pero no—

—¿Ahhh?—dijo ella con cara de “WTF?”.

—Ósea, que si me acuerdo de eso, pero no somos nada él y yo, es decir, apenas hoy lo conocí, en realidad por cómico y extraño que suene ambos somos nuevos y ambos entramos a estudiar hoy en el instituto—dije riendo más para mí que para ella.

—Ósea que no son nada, ni se conocen, ¿Pero se te hace muy normal que te haya traído un ramo de flores precisamente hoy específicamente para ti?—

—Sabes… Ahora que lo dices…—respondí dudoso.

—Disculpa—dijo interrumpiéndome—No oí tu nombre, ¿Cómo dijiste que te llamabas?—inquirió con mucho interés.

—No lo dije jejeje, pero me llamo Evan Hyacinthus—dije con una sonrisa estúpida extendiéndole mi mano, ella me miró sorprendida y luego de un par de segundos suspendida en el aire la tomó y estrechó.

—Fiamma Blair… ¿Con que Jacinto eh?—dijo con una sonrisa graciosa.

—Sí, ¿por?—

—Esto tiene que ser una broma pesada de las Moiras—

—¿Disculpa?, ¿Las quiénes?—

—Un mal chiste de que de todas las escuelas de la ciudad y del mundo en general me los venga a topar yo justo en el instituto a ricitos de oro y a su flor—dijo incrédula.

—Disculpa, pero no entiendo nada de lo que dices…—dije confundido.

—Créeme—dijo mientras daba un último sorbo a su bebida y dejaba unos billetes sobre la barra—pronto lo entenderás todo—ella se levantó de su asiento, bebí el resto de mi bebida de un Shot y le seguí hasta la entrada del bar.

—Te acompaño—le dije.

—No hace falta—respondió pasando su mochila a su espalda.

—EVAAAN—escuché de repente como gritaron desde la calle, esa voz solo podía ser de…—Evan sube ahora mismo—dijo Seymour desde la limousine, yo volteé los ojos con cansancio, me había encontrado, ahora no tenía escapatoria, por lo menos ahora lucia más calmado que antes.

—¿Segura que no quieres que te acompañe?—volví a preguntarle a Fiamma en un último intento para escapar de Seymour.

—No, enserio yo puedo cuidarme sola Jacinto—

—¿FIAMMA BLAIR?... EVAN ALEJATE DE ESA MALDITA PSICÓPATA Y SUBE AHORA MISMO—gritaba Seymour desde la urna con ruedas llamando la atención de todo el que pasaba por allí.

—Pues parece que ya me tengo que ir—dije despidiéndome de ella—Discúlpalo, que pena con lo que te acaba de decir—

—Descuida… Son pequeñeces, personas como él me tienen sin cuidado, apenas si noto que existen—dijo ella lanzando rayos y centellas a Seymour—¿Sabes Jacinto?, lo único que te diré es que me mantendré muy alejada de ti y de ricitos de oro de ahora en adelante, así que es muy probable que nunca más nos dirijamos la palabra, por ello te daré un consejo: del mundo del que vengo, el amor vuelve a criaturas caprichosas aún más caprichosas de lo que suelen ser, yo misma huí de ese mundo porque nunca iba a ser feliz allí, solo… Ten cuidado—dijo con una expresión de algo que describiría como “empatía” y luego se fue sin más, destilando chispas sobre una pasarela gris, haciendo que voltearan cabezas como en el exorcista desde todas las regiones de la calle con su vaivén de cintura, era hermosa.

[...]

     Pues de algo había servido mi acto de rebeldía, si bien no había conseguido callar del todo a Seymour durante el trayecto, pero por lo menos si desviar el contenido de su discurso, ya no usaba ese tono de regaño, ni siguió comportándose de forma ofensiva conmigo o sobre Magnus. Casi no le presté atención a lo que decía hasta que llegamos a casa, lo poco que le entendí es que debía ser más consiente de mis actos, evitar a toda costa los problemas en el instituto, que era una gran honor tener la oportunidad de que me hubiesen admitido en el instituto y… Blah, blah blah…

     Francamente una zarpada de idioteces moralistas que me tenían sin cuidado, ya yo estaba bien grandecito para sermones y no sabía cuántos años habían pasado ya desde que había perdido a mis padres y aprendido a vivir por mi propia cuenta. Claro, mientras viviese bajo su techo Seymour se sentiría con el derecho a cuidarme de todo lo que no le gustara, pero ya me iba a poner manos a la obra para cambiar eso… Justo ahora estaba recostado sobre uno de los sillones en la sala de la casa, esta parecía el recibidor de un palacio, a cualquiera le hubiese gustado vivir allí, era hermoso, cualquiera quedaría hechizado por cada detalle de esta mansión, yo mismo había quedado prendado la primera vez que la había visto, pero ahora…

     No era más que una jaula para mí, ciertamente era un canario. Miré a ambos lados a ver si Seymour estaba a la vista… No estaba, de seguro había subido hasta su habitación a cambiarse… Y es que justo acabábamos de llegar a la casa y Arthur se había marchado, ahora estábamos solos de nuevo en la jaula él y yo. Ni siquiera me había cambiado el uniforme del instituto, permanecía con la vista al techo sin hacer absolutamente nada, que perezoso era y pensaba “Si la casa era una jaula y yo un canario, Seymour era un gato que quería comerme, y Arthur era tal vez un… Mmm… Un Zamuro, ¡Si, eso era Arthur!, siempre de negro y desagradablemente ácido”.

     Eché otro vistazo por si acaso y salí disparado de un brinco a por mí mochila en uno de los sillones y allí estaban dentro aún, era increíble que no estuviesen ni un poco magullados, que flores tan raras los girasoles, me los acerqué a la nariz, no olían a nada en particular, pero vaya que eran bonitos… Suspiré… Esa Fiamma tenía razón, ¿Quién carajos era el ricitos de oro y de donde me conocía?, la gente no anda por la vida regalando girasoles a desconocidos porque sí, eso era un buen punto.

     Aunque si tenía certeza de algo en particular era que su cara me sonaba, era jodidamente hermosa, aunque conocida, en alguna parte de mi cabeza mi memoria gritaba desde su oscura madriguera que lo conocíamos ella y yo, pero si hubiese conocido a alguien así de hermoso de seguro lo recordaría, ¿No?, a la gente bonita no se le olvida tan fácil. Que hombre más confianzudo aquel, su embriagadora forma de expresarse, como un poemario abierto, tan sereno en su forma de ser, daba la impresión de que era de esa clase de chicos descuidados a los que nada les preocupa, y luego esos ojos, ¡Wow!, ¡Y su puto cabello!, era algo intimidante tener a alguien como él frente a mí, pero aun así me obsequió su sonrisa, tan tierna y humilde, cálida como los primeros rayos de sol del amanecer… Ese tonto parecía no ser consciente de su propia belleza.

     De repente escuché pisadas que bajaban por las escaleras, ¡Era Seymour!, ¡Que no me atrapara apendejado con las flores!, lo último que quería es que siguiese con su cantaleta hablando pestes de Magnus, las metí a toda prisa y sin compasión de nuevo a su escondite dentro de mi mochila y me disculpe con ellas por el mal trato, deslicé el cierre y me lancé al sillón a hacerme el tonto.

—Voy a hacer almuerzo, ¿Tienes hambre?—preguntó antes de pasar a la zona de la cocina y yo le dije que no tenía, de allí a un par de minutos entretenido con un juego en mi teléfono escuché como se rompieron escandalosamente unos platos desde la cocina y al instante un grito que reconocí de inmediato, era Seymour. Mi cuerpo se tensó y entro en modo alarma, no sé aquí, pero en Grecia pensaría primero en ladrones, así que por si las moscas vacíe un jarrón de flores que estaba sobre una chimenea y me lo lleve como arma, me desprendí de mis zapatos a toda prisa para no hacer ruido y me fui a hurtadillas hasta llegar casi a la cocina pasando varios pasillos y escondiéndome detrás de la pared.  

     Me asomé ligeramente y vi a un hombre en traje de espaldas a mí dirección, se veía más o menos de la misma contextura de Seymour, pero un poco más delgado y frente a él y a mí, Seymour aterrorizado y con la cara pálida, con los ojos llenos de lágrimas. ¡Oh por Dios!, de seguro era más bien un matón o algo así… ¡Sí!, yo no confió mucho en la gente con dinero, siempre están metidos en cosas turbias y de seguro ese sería un asesino a sueldo que venía por Seymour. Me armé de valor y me erguí, Seymour ni espabiló al verme, creo que ni siquiera reparó en mí, ciertamente estaba en shock. El hombre aún no se había percatado de mi presencia, así que me acerqué para estamparle un golpe en la cabeza con el jarrón y en cuanto estuve a la distancia adecuada el tipo volteó hacía mí.

     Era muy, muy parecido a Seymour y eso me sorprendió, le calculé de inmediato unos veinte años o algo así, lucia casi como un adolescente y era tan parecido a Seymour que de inmediato pensé que eran familia, aunque yo sabía que Seymour no tenía conocimiento de familiares vivos excepto claro, su padre. Este chico no tenía los ojos azules de Seymour, sino más bien de color avellana con mirada altiva y perspicaz, llevaba el cabello castaño largo hasta los hombros, ondulado, brillante y de apariencia sedosa, su tez pálida, casi sonrosada se apreciaba tersa y muy delicada, casi como la porcelana. No vi atisbo alguno de barba y sus cejas era muy tupidas, en general eran muy parecidos, aunque los rasgos de este chico eran más aniñados que los de Seymour, en conclusión era bastante guapo.

     El tipo endureció su semblante al ver el jarrón en mis manos y de pronto fue como si mi cuerpo no quisiese reaccionar y simplemente se rindió ante aquel extraño, él me arrebató el jarrón sin oposición alguna de mi parte. Seymour aún no reaccionaba y sus lágrimas se dedicaban a escurrir por su cara hasta caer en el impoluto piso blanco de la cocina. Él tipo dejó el jarrón sobre la isla de la cocina con firmeza y volvió a posar su mirada sobre mí, pero esta vez con más interés, algo en mi cara provocó desconcierto y su semblante paso de duro a curioso y luego caminó a mi alrededor, como estudiándome y yo simplemente no pude mover un musculo de mi cuerpo, me sentía como congelado.

     En mi mente el pánico hacía estragos y solo esperaba el momento para ver como sacaría una pistola y nos dispararía en la cabeza a ambos y moriríamos así sin más, como un par de idiotas inútiles… Pero eso no fue lo que pasó. Tras completar una vuelta y estudiarme, se volvió a parar frente a mí el joven desconocido, me miró con seriedad directamente a los ojos por unos segundos y luego dejo escapar una sonrisa de satisfacción que no se me antojó para nada peligrosa o sádica en lo absoluto, más bien fue como de felicidad y de pronto el tipo habló al fin. 

—Vaya hijo, no sabía que estabas viviendo con alguien aquí—dijo con una voz masculina que no pegaba para nada con su apariencia delicada.

     ¿Hijo?, esperen… ¿Dijo hijo?, yo no comprendía muy bien lo que estaba sucediendo, ¿No se suponía que este tipo venía a matarnos? Yo aún no podía moverme, ¿Qué diablos me pasaba?, sentía los músculos rígidos e inmóviles, sentía como si mis brazos y piernas pesaran muchísimo y cayeran a merced de la gravedad. De pronto el tipo se me quitó de en frente y se acercó a Seymour y ¿Lo abrazó?, ¿Qué carajos? Allí noté la diferencia de altura, ese tipo era mucho más alto que nosotros dos, que ya estábamos de por sí fuera de la estatura promedio. El tipo rodeó a Seymour con sus brazos y posó su cabeza sobre la de él en una especie de abrazo de consolación, al sentir el contacto Seymour comenzó a sollozar aún más fuerte y cerró los ojos permitiendo que estos desbordaran aún más lágrimas, el tipo acaricio con ternura los rizos de Seymour tranquilizándole.

—Tranquilo hijo, no llores más, tu papá está aquí, ya no te dejaré solo otra vez, ahora me tienes para protegerte de todo en este mundo—y tras decirle eso me miró fijamente a mí, con una sonrisa que no supe interpretar. ¿Ese tipo era su pa-.

[Giselle]

     Mis lágrimas no dejaban de escurrir, que puto ardor “¿Por qué el mundo era tan cruel?, ¿Por qué las cebollas no podían ser amables con uno?”. Sí, estaba cortando cebollas tras un desfile herbáceo de ajíes, cilantro, papás, pollos cruelmente despellejados y así para una rica sopa. Debía ser valiente, solo una cebollita más y a hervir… Yo hacía como si las miradas no recayeran sobre mí, se paseaban con sus hábitos monocromáticos por toda la cocina del convento, juzgándome con sus ojitos santificados, la ironía era una vieja amiga, traicionera y burlona, la situación no podía estar más de cabeza.

     Y es que como yo no había experimentado la histeria de haber padecido lo que les hizo Artemisa, aun me conservaba tranquila y pacífica, por otro lado ellas no paraban de hacer maratones de rosarios como si se tratara del teletón y todas esas mamadas a las que se dedican las monjas, todo en un intento de purgar a Satanás del convento. Era cómico, incluso cuando yo era la que estaba cuerda y tenía la razón seguía siendo el bicho raro del convento.

     Claro, no podía ponerme en plan “Oigan… ¿Sabían que todos esos cuentecitos que nos dejaron los griegos son verdad y hay seres supernaturales que son bien cretinos y hacen lo que les place con quien les dé la gana?, si bueno… Aquí es donde viene la parte divertida de la historia jajajaja, sé que les hará gracia y es que Artemisa, la diosa de la luna y el bosque, si claro, ustedes saben quién… Anda en plan hermana protectora y me tomó a mí como lacaya y me convierte en toda clase de bichos del bosque para espiar a un buenorro para que se enamore de otro buenorro y así cuidar a su hermano mayor de las carnes deliciosas e indignas de la mortalidad… Pues por eso habían perdido los sentidos por un rato, porque ella es loca y le gusta eso del teatro, pero no se crean esas mamadas del diablo, él si no existe, si quieren pregúntenle a ella, a Artemisa”.

     Fue como un orgasmo mental el imaginar eso, a veces quisiera tener el valor de decirles cosas como esas en la cara y claro, sé que habría consecuencias por mis actos, primero que nada nos echarían del convento y yo vendería el auto que compré con el dinero de Artemisa para poner un techo sobre nosotras, aunque igual mi tía se deprimiría por separarse de sus horribles amigas monjas y por supuesto que mi Diosa favorita montaría una cacería para reclamar mi cabeza como trofeo personal y la colgaría en la pared de su casa, claro y eso en caso de que ella tenga una… Y todo eso sucedería por haber revelado el secreto de su existencia… ¡No!, mejor me dejaba de tonterías…  

—¡TÍA!, ABRÁME, ES GISELLE…—le dije mientras hacía cantar a la madera con mis nudillos…

—VOY HIJA, VOY…—

—¡TÍA APURESE QUE ESTO QUEMA!—y así era, la sopa no se conformaba con la carne del pollo, también reclamaba la mía propia.

     Y finalmente abrió, entré dando saltitos porque se me estaba quemando la mano, creo que debí haberla llevado sobre una bandeja pero ya que… Luego le pedí que se sentara y arreglé la pequeña mesa de madera de su habitación para que quedara cómoda y pudiese comer a gusto sentada desde su cama.

—Bien tía… Espero que le guste la sopa de pollo—

—¿Pero hija?, yo no le pedí que hiciera ninguna sopa—

     No sabía si reír o llorar por su alzhéimer, después de que me había taladrado los oídos obligándome a hacerle la sopa ahora ya ni lo recordaba.

—Claro que sí tía, mire le puse papas y cilantro tal como usted lo pidió—

—Ay hija, creo que vamos a tener que llevarla al doctor para que me le mande unas pastillas para la memoria y la concentración, creo que se confundió y además que yo a estas horas ni si quiera tengo hambre—dijo mirando con reproche la sopa humeante sobre la mesa, yo estaba que me arrancaba los pelos de la cabeza pero pasó algo que la delató… Un par de gruñidos estrambóticos de parte de su estómago, que al parecer y para mí fortuna no tenía alzhéimer y si recordaba que pidió una sopa.

—Ve que sí tiene hambre tía, confié en mí que yo no la voy a envenenar con una sopa de pollo—le dije con reproche.

—Pues ya que hija, ya que la hizo y todo me la voy a tener que comer, pero para la próxima consúlteme antes de ponerse a cocinar, que la comida no nos cae del cielo—

     Yo solo pude reír y rendirme a sus encantos, esa bella viejecilla de cabellos plateados era mi mundo y mi mundo cada vez perdía aún más la memoria, me preguntaba qué sería de nosotras dos el día que ella olvide quien soy… Las personas con alzhéimer pueden sacarnos fácilmente de sus vidas, pero, ¿Cómo podríamos hacer nosotros sus seres amados para olvidarnos de ellos?, ojalá el mundo fuese justo y ambas partes lo padeciesen, así sería más llevadero y ninguno sufriría el olvidar a quienes ama.

     El romanticismo del momento se cortó al sentir un cosquilleo incomodo pero muy conocido en mi vejiga.

—Bueno tía, buen provecho y que la disfrute, si necesita algo llámeme con el Walkie-talkie que le compré para mantenernos comunicadas, recuerde darle al botón que le indiqué antes de hablar, yo voy a bajar a regar las flores—

—Está bien hija, baje tranquila, la sopa le quedó muy gustosa y pues aun no estoy muy convencida de cómo hacer funcionar este aparatito, pero cualquier cosa le pido a una de las hermanas que me ayude—

     Y así después de despedirme de ella bajé las escaleras como loca cruzando los laberínticos pasillos hasta llegar al baño del piso inferior, bajé mi falda junto a mi ropa interior y sentí la gloria mientras oía cascadas fluir, vacié mi mente y cerré los ojos mientras vaciaba mi cuerpo y todo bien hasta allí pero luego noté algo inusual, por la rendija inferior de la puerta una luz fuerte resplandeció y se coló en el baño hasta dejarme ligeramente cegada… Pero, los pasillos eran muy oscuros y las luces apenas si hacían cosquillas a la oscuridad, tampoco había escuchado ningún ruido anormal ¿No sería que…? Y después de limpiarme y poner mi ropa en su lugar salí apresurada y esquivando pingüinos religiosos hasta la zona del patio que da a las colinas, miré a ver si no había alguna monja merodeando por allí y corrí el portón, al salir me topé frente a una naturaleza salvaje y verde que iniciaba a escasos metros de mí como una mata espesa de bosque que llegaba a colonizar incluso las curvas sensuales de las colinas, algo dentro de mí me dijo que entrara a la arboleada y al hacerlo no me equivoqué, pero que sorpresa más desagradable…

—¿Y tú qué haces aquí?, ¿Qué quieres?—le pregunté con desagrado.

—La señora Artemisa solicita que vayas a casa del humano a espiarlo, dice que has tenido suficiente descanso y que es hora de que vuelvas manos a la obra a tu trabajo—dijo la ninfa con su voz puntiaguda y fastidiosa mientras permanecía sentada en los brazos de un árbol. Ella estaba prácticamente desnuda con una ligera túnica blanca cubriendo su sexo y los tenues rayos del sol de la tarde producían salpicaduras de color tornasol en su cabello platinado, era hermosa, pero tenía la cabeza hueca… Como las demás ninfas, no era más que un títere de un ser superior.

—Ok, está bien, iré en la noche—le dije con fastidio y volteé en dirección al convento, no la soportaba.

—No humana, ¡Ella quiere que vayas ya! y si yo estuviese en tu posición yo no la haría enojar—

—Pufff…—y resoplé con desgana. Ya no sabía ni qué le diría a mi tía después cuando retornara al convento, eso sí aun recordaba que la había dejado para ir solo al baño—Que más da…—

—Ten, come esto—dijo la ninfa extendiéndome una rama de ¿Romero o algo así?, yo la tomé con desconfianza—¿Y ahora en que me transformará?, ¿En un zorrillo?—dije con sarcasmo más para mí que para ella.

—No lo creo humana—dijo con una sonrisa burlesca—Ya tu piel es negra—

—¡Maldita racista!, ¡MEJOR LARGATE DE AQUÍ!—grité enfadada y la ninfa saltó del árbol y salió disparada, se perdió en el bosque corriendo a una velocidad sobre humana dejando un despliegue de colores tras de sí.

—Estúpida racista—gruñí y mordí con cara de asco la ramilla verde, luego me mareé un poco y de pronto el mundo se volvió más y más chico, mi ropa ahora inmensa resbaló de mi cuerpo, los arboles crecieron, las nubes se volvieron inmensas y las plantas se tornaron un bosque en miniatura, sentí la brisa soplando entre mis plumas y me acerqué saltando en dos patas hasta un pequeño charco de agua, miré mi reflejo y ¡Wow!, ¡Un halcón!, esta vez sí se había lucido, no me podía quejar, aleteé poderosamente levantando el polvo de la tierra y conquisté el cielo.

 [Seymour]

     Era él, no podía creerlo, quería correr, llorar, gritar, ¿Que era esta horrible sensación en mi pecho?, quería meter mi mano allí y arrancar todo lo que estaba dentro para quedarme bien vacío, para dejar de sentir… Mi corazón, mis pulmones, todo; quería vomitar mi ansiedad, pero eso solo funcionaba con el alcohol, quería meter mis manos en el fuego si era necesario, si el ardor lograse despertarme valdría todo el dolor y la pena, pero no… Él era real, mi p… Mi pa… Ni siquiera podía pronunciarlo en voz alta, como si el mero hecho de hacerlo lo fuese a materializar, pero eso era precisamente lo que había pasado, se había materializado justo frente a mí.

     Tal vez estaba aburrido de su libertad y decidió que ya era hora de recordar que tenía un hijo, así, de un momento a otro… No me resultaría raro viniendo de él, y lo peor es que tiene todo el dinero del mundo a su disposición para hacer sus locuras, aunque no era tanto la impresión de ver a mi papá después de tantos años, era eso… Su físico, su apariencia, es decir ¡Era ridículo el hecho de que Evan o yo luciésemos mucho más viejos que él!, era tal como lo recordaba, el tiempo no se había atrevido a decirle que los humanos envejecemos todos sin excepción, tal vez también logró sobornar al mismísimo tiempo para que no le envejeciera, era simplemente ridículo, por Dios, ¿Cómo podía lucir una persona de treinta y tantos como un adolescente común y corriente?

—Oh chicos, ¿Dónde están mis modales?—dijo soltando el incómodo abrazo que me propinó—Él es Ferdinand, mi asistente personal—

     Evan pegó un salto del susto, pues de la nada apareció tras su espalda un coloso de unos dos metros de alto, corpulento, de piel oscura, con el cabello al ras de la cabeza y lentes oscuros, se veía intimidante, levantó la mano en señal de saludo sin pronunciar una palabra, o siquiera alterar un poco la seriedad de su cara, tras ello se retiró de la cocina dejándonos a los tres, Evan me miraba como pidiéndome alguna explicación de lo que sucedía, pero la verdad es que yo estaba igual o más confundido que él.

—Bueno chicos el viaje hasta aquí fue agotador y por lo que veo ustedes también han tenido un día ocupado así que me retiraré hasta mi habitación a terminar de instalarme, cualquier cosa que necesiten estaré allí arriba, les dejo—

     Y así, sin más salió de la cocina y nos dejó a Evan y a mí en silencio con caras de idiotas, yo arrastré hacia mí una silla alta y apoyé mi cuerpo con desanimo sobre la isla de la cocina.

—Seymour—

—Ujumm…—respondí sin ánimos.

—Ese es tu…—

—Sí—le corté en seco.

—¿Y que hace aquí?—

—No lo sé—dije hundiendo mi cara entre mis manos y di un largo suspiro, ya ni siquiera me importaba el asunto de Evan, Magnus, la directora y todos ellos…

—¿No se ve muy…?—me dijo arrastrando las palabras, incomodo de preguntar.

—¿Joven para ser mi padre?—le respondí completando lo que quería decir—Esta tal cual como cuando me dejo solo y se fue al otro lado del charco a hacer una vida nueva… Y eso fue cuando aún yo era un niño pequeño… No preguntes el por qué, porque se tanto como tú—

—¿Por cuánto tiempo crees que se quede?—inquirió como si no hubiese escuchado que no quería más preguntas, puse mala cara y ya le iba a decir algo pedante pero razoné mejor su pregunta.

—La verdad… Es que él nunca había vuelto, así que no sé, quizás sea permanente, o a lo mejor retomará de lleno sus negocios en este país, si de algo estoy seguro es que el motivo de su retorno no fui yo… Nunca le he importado mucho o tan siquiera lo suficiente como para merecer eso—

—Vamos, no seas tan pesimista Seymour—y me abrazó, mi piel se erizó de un tirón, fue como meter un cubierto en una toma de corriente eléctrica—A lo mejor quiere recuperar el tiempo contigo… Quizás ahora si quiere hacer el papel de padre, a lo mejor ya maduro Seymour—

—Pufff… Lo dudo mucho—

     Y así era, el simple hecho de que llegue a mi casa… Bueno, técnicamente si lo es, aunque yo la haya comprado con su dinero, pero volviendo a lo otro, el simple hecho de que haya regresado sin avisar, saludándome como si nada, eso era tal como su sonrisa siempre campante, esa sonrisa que siempre se ha visto vacía, artificial y muy fría, como si no le importara nada de lo que yo pudiese estar sintiendo en estos momentos, tan solo eso me bastaba para saber que no ha cambiado nada en lo absoluto y yo… Yo no sé qué hacer, por un lado quiero correr a llorar en sus brazos y por otro quiero tomar sus maletas, lanzarlas por el balcón a la calle y sacarlo de mi casa con una patada en el culo, me sentía dividido, fragmentado.

—Bueno… No creo que sea el momento de discutir esto, límpiate esas lágrimas, date una ducha con agua caliente y descansa, deja esas cosas, si quieres yo termino de cocinar y te la llevo hasta tu recamara—

—Que amable, pero no… Necesito entretener mi cabeza en algo—me dispuse a pararme para seguir cocinando, pero Evan me tomo de la mano y me arrastró sin mucha oposición hasta las escaleras principales, su mano se sentía cálida, suave, y tras unos empujoncitos logro que subiese el primer escalón, yo le miré no muy convencido.

—Anda, sube tonto, yo me encargo de todo, además yo cocino mucho mejor que tu jajaja—me decía con su enorme sonrisa blanca, sus ojos rasgados centellaban de calidez—Vamos ¡Shu!, ¡Shu!, a descansar que ha sido un día largo y estas muy agotado emocionalmente—

     Y así subí las escaleras, luego quitándome los calcetines en mi habitación, mis parpados pesaban, vacié mi mente y caí rendido intentando desaparecer de la realidad por un par de horas.

[Giselle]

     El viento se estaba volviendo más frío y húmedo de lo común, ráfagas potentes soplaban desde el oeste, nubes vestidas de negro cubrían solo la zona donde vivían los chicos, mis alas de halcón eran potentes, no había necesidad de agitarlas tanto, tan solo un par de aleteos conseguían mantenerme suspendida en la nada, rasgando el cielo, sentía a este como un mar medio vacío y yo, ahora en forma de un ave imponente era el capitán del Titanic, esperaba que la brisa turbulenta no me hundiera.

     Aterricé cuidadosamente en el patio trasero de la mansión, en la zona de la piscina, no había moros en la costa y solo se escuchaba el ruido del viento arrastrando las hojas secas de los arbustos sobre el cemento. Ahora ya desde el suelo podía apreciar el extraño fenómeno natural que solo cubría esta zona de la ciudad, nubes sumamente oscuras se apelotonaban formando un clima de penumbra, a simple vista cualquiera pensaría que se trataba de una tormenta por la brisa fuerte y la oscuridad, pero yo tenía mis ligeras sospechas de que esto no era natural, pues fuera de este pedazo de penumbra el sol seguía reinando, dorado y ofreciéndonos su mejor trabajo antes de ponerse, los rayos de este literalmente cortaban un perímetro bien delimitado entre las nubes y la penumbra con el resto de la tarde dorada, peculiar.

     La puerta trasera, corrediza y de cristal estaba medio abierta, bastante conveniente puesto a que de otra forma no sabía cómo hubiese entrado a la casa, definitivamente no cambiaría un par de buenas manos por uno de alas y plumas. Mi plan era simplemente buscar un rinconcito donde meterme y escucharlo todo sin que notaran mi presencia, estaba a punto de entrar cuando sentí un fuerte golpe directo a mí cara, lo siguiente que supe es que estaba tirada lejos de la puerta. Había sido algo duro, fue tan fuerte y salió tan de repente que no me dio tiempo a reaccionar, mandó mi cuerpo a volar a un par de metros y caí sobre el duro pavimento, al aterrizar me golpeé aún más y permanecí allí tirada un par de segundos sin poder moverme, fue tan fuerte el choque no sentía muy bien el dolor, la cabeza me palpitaba y no lograba enfocar muy bien.

—¡Pero miren lo que nos ha traído el destino a la puerta!—

     Era una voz masculina que se aproximaba junto a las pisadas de unos zapatos, tenía mucho miedo, intenté incorporarme rápidamente del suelo.

—¡UN LINDO PAJARRACO!, pero no eres solamente un pajarito, ¿Verdad?—Su voz era gruesa, segura e intimidaba, yo apenas lograba pararme en dos patas—¿Qué hace un humano transmutado a Halcón merodeando esta casa?—

     Ya cuando logré ponerme de pie vi que se trataba de un muchacho alto, blanco de pelo largo y ondulado, vestía un traje a corbata y su cara era muy parecida a la de Seymour aunque no tenía ojos azules y su voz se oía muy madura para su cuerpo. Sin duda alguna me estaba hablando a mí, vi su zapato de estilo casual, estaba manchado de sangre en la punta, esa sangre era ¿Mia?, no había notado que estaba sangrando…. ¡Era eso!, él me había pateado antes de entrar a la casa, pero esto estaba demasiado extraño, ¡Debía salir de allí!, él me conocía, sabía que yo no era un ave común y corriente. Comencé a batir mis alas y me elevé poco a poco, con mucha dificultad y dolor, vi su cara por encima de él, parecía ¿Divertido?, ¿Quién carajos era él?… ¡No!, debía salir de allí…

     Estaba tomando vuelo, estaba a punto de escapar, pero lo que vi hizo que se me helara la sangre, él sonreía divertido y comenzó a mover el dedo índice de su mano izquierda en forma de círculos, la brisa pareció obedecerle y comenzó a girar furiosa a mí alrededor, parecía que estaba atrapada en el ojo del huracán, sentía como me faltaba el oxígeno, me estaba asfixiando, me sentía desesperada, cada segundo que pasaba me costaba más el aletear, todo fue empeorando hasta que sentí que mi cuerpo dejó de responder por la asfixia y simplemente me dejé caer, mi mente alucinaba, quizás por la falta de oxígeno y caí… Pero sentí como me atraparon unas manos frías, casi heladas y estas me aplastaron lentamente, casi podría decir que pude escuchar como crujían mis huesos, pero no lo sé, quizás fue mi imaginación, no podía ordenar bien mis ideas, solo sentía dolor y miedo. Perdí la conciencia.

[…]

     Desperté y lo primero que vi fue un cielo oscuro a través de una ventana y a través de unos barrotes de metal dorado, esta vez sí era de noche, me di cuenta por la luna. Sin duda alguna estaba atrapada dentro de una jaula, apenas si podía moverme dentro de ella, era para canarios seguro, no para halcones. Si esa era una ventana quería decir que estaba dentro de la casa, pero ¿Qué carajos había pasado?, lo último que recordaba es como era aplastada en las manos de ese maniático de manos mágicas, miré alrededor, él no estaba a la vista, pero si logré ver a Seymour, él parecía ignorar mi presencia, estaba sentado en el sofá, ¿Leyendo?, o quizás haciendo los deberes del instituto, parecía concentrado ¿Y si quizás…?

—AYUDAAAAA…—

—¡AUXILIOOOO!—

—¡SAQUENME DE AQUÍ!—y con mi escandalo logré llamar la atención de Seymour, ¡SI!, se puso de pie pero…

—¿A DONDE VAS?, ¡SACAME DE AQUÍ!—pero me ignoró y se fue de allí, ¡Maldita sea!, pasaron unos minutos y ya tenía sed y el hambre se hacía un lugar dentro de mí, mi mente hiperactiva comenzó a imaginar los peores escenarios posibles y de un momento a otro vi como Seymour volvía.

—¡SI!, ¡SEYMOUR!, ¡POR AQUÍ!, ¡SALVAME!, AUXILIOOOOO—

     Pero Seymour no venía solo, detrás de él venía el tipo loco que me atrapó, entré en pánico, podía hacerle daño a Seymour y…

—Lo ves papá, no se calla y no me deja estudiar tu mascota… Lo único que hace es cacarear y cacarear como loco—

     Pues le faltaba estudiar más a Seymour, los Halcones no cacarean, eso lo hacen los pollos pero… Espera, ¿le dijo papá?, ¿Ese tipo era su PAPÁ?, que carajos estaba pasando aquí.

—Está bien hijo, me lo llevaré para que ya no te estorbe más, de seguro ha de estar hambriento el pajarito—decía el tipo o… Su papá con una sonrisa que se me hacía muy plástica se acercó a mí y tomó la jaula, yo comencé a aletear como loca, pero no me servía de nada, al final él nos sacó de la casa y nos llevó al patio trasero.

—Bien, pues parece que ya despertaste, ahora si me dirás que hacías aquí pajarraco—

—¿Y este tipo es loco?, ¿Como pretende que le diga algo?, por Dios, ¡Soy un puto Halcón!—dije para mis adentros.

—En realidad puedo entenderte a la perfección—me contestó, pero de sus labios no salió ni una sola palabra, ¿Podía leer mi mente?, como Artemisa…—¿Quién carajos eres y porque no me dejas libre?—le pregunté.

—Creo que esa es la pregunta que yo le hice señorita, no puede responder una pregunta con otra pregunta, eso es inapropiado—

—¡Yo le respondo si usted me dice quién es!, Además usted es el que me tiene cautiva, por alguna razón habrá de ser…—

—Oh perdón—me dijo mientras me sacaba de la jaula, yo intenté aletear para hacer resistencia pero no sirvió de mucho, igual me atrapó entre sus manos frías—Mi nombre es Céfiro Astraios, soy el padre de Seymour—

—Oh vamos… No me refería a eso, ya eso lo sé, me refiero a quien es realmente, ¿Por qué puede hablar conmigo?, ¿Y por qué puede controlar el viento a su antojo?—

—Haces muchas preguntas—dijo exprimiéndome entre sus dedos, me dolía demasiado el cuerpo, ¡Ese maldito de seguro me había rompido algún hueso!—Ahora me dirás quién eres y que hacías aquí, o si no tu dime, un pájaro lastimado no es que tenga muchas oportunidades de sobrevivir en la naturaleza—

     Tragué saliva, nada de lo que me diera Artemisa valía por mi vida—Está bien, le diré… Mi nombre es Giselle—

—Muy bien Giselle, un placer, parece que ahora si nos entenderemos, ahora dime… ¿Qué hacías merodeando esta casa?, ¿Acaso me vigilabas?—

—Si… Bueno, ¡No!—

—¿Cómo?—y volvió a apretar, mi cuerpo volvió a crujir, intenté hacerme la valiente, pero no lo soporté, grité del dolor.

—¡SI!, ¡SI ESTABA ESPIANDO!, PERO… AHGR, ¡NO A USTED!, A SEYMOUR, ¡ESPIABA A SEYMOUR Y A EVAN!, ¡PARE POR FAVOR, YA NO ME LASTIME!—

—Interesante…—dijo aflojando un poco el agarre—¿Quién te envió?—

—…—

—Vamos, no quieres perder otro hueso, ¿O sí?—preguntó él, sonriendo de forma fría.

—¿Y si mejor le llevo con quien me envió?—pregunté no muy segura de lo que tenía en mente, pero quizás mi plan podría funcionar, ¿Qué era lo peor que podía pasar?, ¿Morir?

—Está bien, llévame, pero si es alguna trampa, te pido que ceses cualquier intento de engañarme, no funcionará y te advierto que acabarás muerta…—dijo con mucha serenidad, tanta que puse en duda por un momento mi plan, pero era apostarlo todo o nada. Él me colocó con suavidad sobre el suelo.

—Vamos, vuela pajarilla, llévame con tu amo—yo intenté batir las alas, pero el dolor no me lo permitía siquiera, así no llegaríamos a ninguna parte.

—Tendrás que llevarnos tú a los dos, me rompiste las alas…—

—Eso no es problema—dijo él y seguido a eso infló sus mejillas con aire de forma sobre humana y sopló sobre mí, una ráfaga de viento me aturdió de frente y tras un par de segundos resistiendo de pie sentí como poco a poco se disipaba el dolor en mi cuerpo… Al final dejó de soplar y el dolor desapareció por completo—¡Vuela!—me ordenó.

     Y mágicamente volé, los huesos rotos ahora estaban reparados, ¿Quién era él?, ¿Quién era el papá de Seymour realmente? No me atreví a escapar lejos de él, claramente tenía el control de la situación y yo debía apegarme a mi plan si es que quería salir con vida de esta.

—¿Y tú como piensas seguirme el paso?—le pregunté, era algo obvio, él no tenía alas, yo sí.

—Tú no te preocupes, solo vuela hacia tu amo, yo te seguiré y aunque no me veas sabré si intentas escapar—

     Suspiré y emprendí el vuelo, no sabía muy bien a que se refería, pero a estas alturas y después de todo lo que había pasado ya todo me daba igual, me dirigí hacia la cueva portal que conduce al santuario de Artemisa, su hogar y surqué rápidamente los cielos nocturnos, Céfiro tenía razón, no podía verlo por ningún lado, pero sentía su presencia en el viento, una ráfaga potente de aire me seguía de cerca, me vigilaba.

     Tras volar por casi una hora llegué al claro donde se encontraba la boca de la cueva, siempre mística, llena de musgo y de plantas, la atravesé sin dudar y al salir del otro lado me topé con ese mágico mundo sobrenatural que a pesar de que ya lo conocía no dejaba de impresionarme como la primera vez que lo visité. El cielo estrellado y la luna pequeña sujeta por una cuerda y suspendida sobre esa mini isla boscosa, todo era tan irreal y hermoso. Desde las alturas de mi vuelo y a varios metros vi como salía la Diosa Artemisa desde el boscoso islote, con su piel blanca brillante casi plateada, con las ropas vaporosas y su halo de luz divina, ella fijó la vista hacia mí y dibujó una mueca de molestia, tras eso colocó sus brazos en posición, como si sostuviese un arco y flecha, estos aparecieron de la nada, parecían hecho de luz y cristal, ella tensó el arco tirando de la flecha mágica con su codo hacia atrás y apuntó la flecha ¿Hacia mí?

     De inmediato me invadió el pánico, e intente volar torpemente del lugar para evitar ser alcanzada por la flecha, pero su precisión divina no lo permitió, en un ligero y grácil movimiento soltó la flecha, esta salió disparada furiosa a una velocidad impresionante dejando tras de sí una estela de chispas y luz, tras su paso ahuyentó los peces que nadaban en el océano invisible, la flecha pasó a unos escasos milímetros de mí, falló, tras pasarme seguí su trayecto, la flecha se estampó y quedó firmemente clavada a un árbol justo detrás de mí, aun clavada en la madera seguía rugiendo entre rayos de luz y chispas.

—Trajiste contigo a un intruso humana—dijo ella con voz molesta y chasqueó los dedos, de golpe me transformé en humana otra vez, pero como aún estaba en vuelo caí dentro del océano invisible tras gritar como loca, era sumamente extraño escuchar el sonido de olas y también sentir el agua sin poder verla, que imaginación más grande tuvo el que creó aquel lugar.

—¿Intruso?—pregunté impresionada tras dar un largo respiro al salir a la superficie.

—Obsérvalo con tus propios ojos—

     Miré hacia donde se había clavado la flecha, esta seguía emitiendo su fulgor, al pasar unos segundo lo que había permanecido invisible durante todo el viaje hasta allí se reveló, era Céfiro y había sido atrapado por la flecha, aun vestía su traje elegante, aunque sin rastro alguno de sangre colgaba atrapado al árbol, él se quejó de dolor.

—¡AGH!, ¡MALDITA SEA!, ¿A DONDE DEMONIOS ME TRAJISTE NIÑA?, ¿POR QUÉ NO ME DIJISTE ANTES PARA QUIEN TRABAJAS?—me preguntó Céfiro.

—Humana, quiero una explicación y más vale que sea buena—sentenció Artemisa desde la pequeña isla boscosa.

—Mi señora, yo fui a cumplir lo que usted me había pedido, pero al llegar a la casa de Seymour fui golpeada y atrapada por ese tipo y…—

—Suficiente—me calló—Y pensaste que si conseguías traerlo aquí yo te protegería, ¿Cierto?—

—Mi señora… Él iba a matarme y me pidió que le dijera que para quien trabaja y yo…—

—Está bien, entiendo—me interrumpió—No hace falta que expliques más… Veamos que quiere conmigo el señor de los vientos del oeste—

     Y tras eso la flecha desapareció del pecho de Céfiro, pensé que él también iba a caer pero nunca lo hizo, en su lugar permaneció suspendido en el aire, ese tipo estaba volando sin alas.

—Mi señora Artemisa—dijo él descendiendo lentamente hacia el islote donde estaba ella, yo observaba atónita la escena, no entendía cómo es que una flecha de Artemisa no lo mató, ¿Señor de los vientos del Oeste?, ¿Céfiro también era una deidad?, comencé a nadar hacia la orilla del islote, estaba desnuda y cuando el agua salada de ese océano tocó mi rostro fue que me percaté que la flecha si me hirió, me toqué la mejilla, me ardía y me estaba saliendo poca sangre. Vaya precisión, disparó de tal forma que la flecha solo me cortó levemente y le dio a su objetivo, supongo que era mi castigo por llegar sin permiso.

—Muestra tu verdadera forma Céfiro… Dios de los vientos del oeste—pronunció cuando él llegó ante ella.

     Su traje y corbata se desvanecieron por completo hasta quedar casi desnudo, era bastante delgado aunque su cuerpo era muy armonioso, también le crecieron un par de enormes alas parecidas a las de los ángeles detrás de su espalda y apareció una túnica vaporosa de color perla que le cubría sus partes, su piel comenzó a hacerse más brillante, aunque no tanto como la de Artemisa, su cabello ondulado y castaño se elevó en contra de las fuerzas de la gravedad, como si estuviese sumergido en agua completamente, todo el conjunto transmitía divinidad. Él se puso de rodillas ante la Diosa en señal de obediencia.

—¿Dime por qué el viento del oeste se encuentra interfiriendo en los asuntos de una de mis siervas?—preguntó ella enojada, él se puso cabizbajo asustado.

—Yo no hubiese interferido si hubiese sabido que ella trabajaba para usted mi señora—

—¿Si sabías que ese Halcón era una humana por que no la dejaste en paz?, tú sabes que solo los doces olímpicos tienen permitido transmutar seres vivos—dijo ella con serenidad.

—Es que ella estaba espiando en mi casa mi señora—

—¿En su casa?—me preguntó Artemisa consternada.

—Él dice ser el padre de Seymour Astraios mi señora—respondí.

—Debí haberlo previsto—dijo Artemisa pensativa.

—¿El muchacho es nieto de Astreo, el Titán?—preguntó ella a Céfiro.

—Si señora, es nieto de mi padre, de allí el apellido humano—

—Entiendo…—dijo pensativa—¿Tiene el muchacho alguna potestad semidivina por su sangre?—

—No mi señora, no posee ningún rasgo divino… Si me permite preguntar, ¿Por qué envió una cierva a mi casa?—

     Artemisa meditó por un par de segundos en los que él pareció impaciente y nervioso, se notaba que le temía y la respetaba.

—Creo que dados los acontecimientos en el pasado entre tú y mi hermano puedo contarte mis planes… Aunque si salen de tu boca juro por Zeus que te enviaré al rincón más recóndito del Tártaro—amenazó ella levantando la voz de forma amenazante, él volvió a ponerse cabizbajo y desde mi lugar podría jurar que le escuché tragar saliva; ella prosiguió.

—Bien sabes que desde la era mitológica mi hermano mellizo ha estado perdidamente enamorado de ese mortal, no hace falta que te expliqué la historia ya que tú fuiste uno de los protagonistas en ella—Céfiro asintió y yo me pregunté a que se referían con que él fue protagonista—Ese mortal ha reencarnado al fin y mi hermano está dispuesto a enamorarlo una vez más, ese asqueroso humano no es digno de él, es una aberración y yo pienso hacer todo lo que esté en mis manos para evitar que eso pase, aunque tenga que hacerlo desde las sombras para que mi hermano no se entere, sabes muy bien que él no es alguien al que se le pueda retar, ni aunque yo sea una de los olímpicos—sentenció ella y allí fue cuando lo noté, Artemisa le temía a su hermano, es decir, con la demostración de poder que dio la primera vez que vine a este lugar… ¿Quién no iba a temer a ese ser?

     Céfiro levanto la mirada ante Artemisa con lo que a mí me pareció un pequeño deje de alegría al escuchar eso último.

—Mi señora… ¿Ese mortal… ¿Ya reencarnó?—preguntó él con timidez.

—¿No me digas que después de tantos milenios tú sigues enamorado de él también?, que asco me das…—dijo ella poniendo una mueca de desprecio.

—Mi señora yo…—pero no continuó, algo en la cabeza de Céfiro hizo conexión—Si tú estabas espiando en mi casa…—dijo señalándome a mí—¿Eso quiere decir que ese muchacho?, ¿Evan Hyacinthus?, ¿Él?—preguntó sorprendido sin siquiera poder terminar la frase de la emoción, Artemisa y yo asentimos al mismo tiempo, la cara de céfiro no daba cabida a la sorpresa.

—Mi señora…—dijo él de nuevo cabizbajo—Permítame servirle, permítame cumplir sus deseos, apartar al muchacho del alcance de su hermano—Artemisa miraba asqueada a Céfiro meditando una respuesta.

—Está bien, quédate tú con el mortal, pero no me falles, mi hermano es de temer, pero yo soy precisamente su hermana, nacida del mismo útero y te aseguro que no quieres molestarme a mí, viento del oeste—dijo altiva e imponente.

—Será pan comido mi señora—

—Está bien… Ahora ambos, ¡RETIRENSE!—y ella volvió a transformarme en Halcón, céfiro volvió a convertirse en viento, por eso es que antes pude sentir su presencia pero no verlo, ambos salimos de la cueva. Ahora entendía, al parecer en ese mundo incluso los dioses tenían jerarquía, a Artemisa le daba asco y repulsión imaginar a su hermano con un mortal, tanto que incluso prefería ver que Céfiro se quedara con Evan antes que ver a su hermano con un humano. Esto se estaba poniendo interesante, peligroso, pero muy interesante.

[Nota del Autor]

     Criaturillas de la creación, ya es aburrido eso de disculparme tantas veces por mi ausencia, lo único que les diré es que he estado muy ocupado, pero eso ya no importa, volví mis manos al servicio de esta historia de fantasía, así que… ¿Qué les pareció el capítulo?, imagino que ya muchos a estas alturas sabrán en que mito griego está envuelta esta historia y si no, pues investiguen y dejen la pereza jajaja, déjenme sus comentarios y votos, recuerden que tienen mi correo a su disposición para escribirme al privado, amo que me escriban, no muerdo, les quiero mucho.

Correo: klismanbracamonte@gmail.com

Siempre vuestro, Klisman.