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Inspirándome

en Fantasías Eróticas

No dices nada pero me miras como a un bicho raro y en verdad no te falta parte de razón. Te prometo que enseguida comenzaré a moverme y tú aceptas resignada. No importa si no me entiendes, es algo que tengo que hacer. Por eso me quedo aquí quieto, con la cabeza apoyada entre tus muslos, ajeno a los riesgos, al tiempo tarifado, sintiendo este aroma y este tacto. Inspiro de tu sexo y siento que todo se reduce a esto, que en cada inspiración me lleno de vida, de fuerza, que hay miles de matices, de recuerdos, de retrogustos, como en un vino caro aunque no me pueda permitir más que este sexo de garrafón.

Poco a poco la gravedad y las ganas hunden mi cara entre tus piernas. Tú las separas mínimamente; esto lo entiendes mejor, es puramente físico. ¿Cómo explicártelo? El olor a coño embriagará mi cerebro durante un tiempo, me inspirará para escribir estas locuras, me permitirá sobrellevar las ausencias, la falta de amor. Haciendo un esfuerzo seguro que podrías llegar a entenderme, pero te resulta más fácil emitir un ligero gemido cuando mi lengua comienza a aletear en tus labios. Siento calor y tus manos posándose en mi cabeza. Tu cuerpo trata de acomodarse sobre el colchón buscando ofrecerme una mejor postura. Tus piernas forman un puente sobre mis hombros, tu pubis ciega mi vista. Quieres jalearme, apremiarme, te comprendo, es la costumbre, pero te he pedido que no lo hagas; los billetes sobre la mesilla recuerdan que esto es una mera transacción económica y el camino más corto para encontrar lo que buscaba.

Mis manos tiran de tus piernas, levantándolas. Mi boca se ha quedado seca. Cuando acerco un par de dedos, tu sexo los acoge presto. No sé si la humedad que encuentro es la que ha dejado mi saliva o son tus flujos los que corren ya por mi garganta. Mis dedos dibujan arabescos en tu vagina; te exploro, me hundo. Podría seguir empujando, clavarme entero en ti, tu sexo amplio lo permite, pero eso no es lo pactado y yo ya estoy listo. Me incorporo. Tratas mi polla con una delicadeza que no te he conocido; creo que confundes los conceptos, pero no te lo digo. Contemplo como terminas de colocarme el preservativo. Me ofreces tu cuerpo y yo me ajusto a él. Compruebo dónde estoy y comienzo a moverme. Sé que no aguantaré mucho, estoy desentrenado y a ti te sobra práctica. Casi te diría que me da lo mismo, que yo ya creo haber hallado lo que necesitaba, pero ya puestos, continúo.

Tus manos se agarran a mis hombros y tus piernas se enroscan a las mías. Tiras de mí; además de práctica te sobra malicia. Un suspiro escapa de tus labios entre mis respiraciones pesadas, y parece real. Dejo que manejes mi cara, siempre me dejo, al menos tú ahora te conformas con manejar mi cara; haces que mis labios resbalen por tu cuello, que mis dientes y mi lengua encuentren tus pechos. Mi instinto y tu sexo siguen chocando un poco más abajo. No controlo ni el tiempo ni las ganas, ya lo haces tú por los dos. Decides que ya vale, que de acuerdo, no soy desagradable, un poco raro tal vez, pero bueno, soportable, cosas peores te encuentras a todas horas, pero decides que debo terminar. Aprietas tu cuerpo, sabes cómo hacerlo, y yo como un idiota caigo en la trampa. Empujo con más fuerza, hasta que compruebo que ya no hay marcha atrás. Entonces me retiro torpe, tú te recuestas rápido, haces volar el condón. Mi mano desaloja la tuya, me masturbo con rabia, apenas unos segundos, un poco más y me retiene el látex. Hemos estado ágiles y es tu pecho el que encuentra como lienzo mi semen caliente. Aprieto los dientes, mis ojos se achinan, y todavía emerge del glande una furtiva gota cuando restriegas mi polla sobre tus labios resecos. Observando cómo lo haces me pregunto si tú también encuentras en su sabor, en el tacto, algo que te inspira.