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La era de las mujeres

en Sadomaso

En un futuro no muy lejano, la sociedad machista y patriarcal colapso con el estallido de la tercera guerra mundial, que dejó el planeta arrasado, sin tecnologías ni infraestructuras. Después de estos hechos, un colectivo se levantó en rebeldía contra los responsables de las guerras y la desgracia de la raza humana. Los responsables no eran otros que los hombres, incapaces de dialogar y con la costumbre de resolver los conflictos con violencia. El colectivo en rebeldía lo constituían un amplio grupo de mujeres, decididas a relegar a los machos en la toma de decisiones.

Poco a poco se fueron uniendo más mujeres a este movimiento y los hombres, lejos de admitir sus errores, se negaron a perder el poder. Al final, el conflicto desembocó en una nueva guerra, esta vez una guerra de sexos.

En menos de un año la mayoría de hombres opositores al levantamiento femenino habían sido asesinados, encarcelados o castrados y conversitos en sirvientes. El batallón más icónico que les quedaba era de apenas unos cien hombres, que se refugiaban en una desconocida ciudad amurallada, preparando un nuevo ataque desesperado. Ya no eran tan numerosos ni tan fieros como al inicio de la guerra, pero su sola presencia motivaba y daba esperanzas a los demás hombres.

No es de extrañar que todas las mujeres quisieran encontrar ese ejército perdido y tener el honor de darle la puntilla a los hombres. Quien por fin dio con su paradero fue Karla, que comandaba un pequeño pelotón de una treintena de bravas mujeres.

La noche era cerrada, pero los muros de la cuidad estaban bien vigilados por parejas de guardias en ciertos puntos, aunque Karla tenía un plan para poder infiltrarse sin que dieran la alarma. Lo primero que hizo fue localizar un punto alejado, en el que las parejas de guardias estén más separadas.

En ese punto, dos hombres vigilaban sin mucho entusiasmo ni concentración, cuando uno de ellos divisó algo acercándose a la muralla.

-          ¡Es una mujer! – dijo uno dispuesto a dar la señal de alarma.

-          Espera. – le dijo su compañero. – fíjate bien, está sola y asustada… y desnuda.

-          ¿Qué quieres decir? Tenemos órdenes de avisar ante cualquier presencia femenina.

-          ¡Sabes el tiempo que llevo sin tocar a una mujer? Tengo los huevos que me van a reventar.

Su compañero, que estaba en su misma situación, se quedó pensativo. Tras unos segundos de desconcierto, le lanzaron una escalinata para que subiera. La chica, que se llamaba Diana, subió a duras penas y cuando estuvo ante los hombres, les pidió agua con una débil voz.

Los hombres miraron a la asustada y desnuda chica, de unos dieciocho años aproximadamente, y no pudieron controlar sendas erecciones. Después de tanto tiempo de abstinencia, tenían ante sí una preciosa chica de cabello oscuro, el cual contrastaba con su piel y ojos claros. Sus erizados pezones destacaban en unas no muy grandes, pero sí redonditas y bien formadas tetas.

-          Agua no tenemos, pero en la torre tengo bastante leche para que bebas la que quieras. – le dijo uno de los hombres cogiéndola de la mano y llevándola a una pequeña fortificación que había en la muralla. Su compañero se quedó fuera vigilando y esperando su turno con impaciencia.

-          Por favor no me hagas daño. – dijo la chica al entrar.

-          Tranquila, si te portas bien seré bueno contigo. Pero si quieres agua antes tendrás que darme algo a cambio. – dijo el hombre quitándose la especie de taparrabos de cuero que portaba como única prenda.

La chica entendió el mensaje y se arrodilló ante él. El guardia no podía disimular el placer extremo cuando las suaves manos de la joven sujetaron su falo. Un leve gemido se le escapó cuando Diana hizo retroceder el prepucio y descubrió el glande. Exhaló un gemido que llegó a escuchar su compañero cuando la chica introdujo el pene en su boca y lamió lentamente su frenillo, para luego rodear el glande y volver al mismo.

Sacó el pene y comenzó a besarlo, desde la punta hasta la base, para luego descender hacia el escroto, que colgaba pesadamente lleno de semen dispuesto a salir. Diana introdujo los testículos en su boca, lamiéndolos por toda su ovalada superficie. Al hombre le temblaban las piernas de placer

A continuación, Diana sujetó las manos del hombre, que se dejó llevar por el placentero trabajo de la chica. Sus gemidos eran cada vez más intensos. Pero antes de que se corriera, Diana apretó los dientes con todas sus fuerzas y sujetó firmemente las manos del hombre, que aulló ante el inesperado giro de los acontecimientos.

El otro tipo lo oyó, pero pensó que se trataba del orgasmo de su compañero. Acudió cuando escuchó una leve llamada de auxilio, pero para entonces Diana había tenido unos largos segundos para masticar a placer los indefensos testículos.

-          ¿Dónde está? – preguntó el otro hombre al entrar y solo encontrar a su compañero tirado en el suelo en estado de shock.

El hombre sacó su espada y la sostuvo frente ante él con ambas manos, girando sobre sí mismo en busca de la aparentemente inofensiva chica. Antes de localizarla, sintió el potente pie de Diana aplastándole las pelotas desde atrás. Al momento cayó de rodillas y tuvo que llevar una mano a sus testículos, haciendo un gran esfuerzo por seguir blandiendo la espada con la otra.

De poco sirvieron sus esfuerzos, porque Diana le arrebató la espada con facilidad y se postró ante él, retándolo a una lucha cuerpo a cuerpo.

El arrodillado hombre quiso complacerla, pero un paralizante dolor subía desde sus testículos hasta el estómago. En vez de levantarse, se vio obligado a agarrar sus partes con ambas manos e inclinar poco a poco el tronco hasta tocar el suelo con la cara y, finalmente, caer a un lado en posición fetal.

-          Lo que imaginaba, rendido por una patada en los huevos. – dijo Diana con decepción.

Luego se tumbó sobre él y le rodeó el cuello con sus piernas. El hombre de por sí ya tenía poco aire por la patada, pero cuando Diana apretó sus muslos la asfixia fue total. En menos de un minuto la luz se apagó para él. Antes de morir apenas tuvo tiempo para lamentar haber subestimado a esa indefensa chica y, sobre todo, preguntarse cómo los había derrotado a ambos sin un rasguño.

En el denso bosque a las afueras de la muralla, aguardaba Karla con el resto de mujeres, esperando la señal de Diana. Esta no tardó en llegar: desde la torre, una flecha voló hasta clavarse en un árbol cerca de Karla.

-          Es la señal. – dijo una mujer.

-          En marcha. – ordenó Karla, haciendo que sus treinta guerreras se pusieran en movimiento sin esperar un segundo.

La líder del escuadrón se acercó con paso firme al árbol donde estaba la flecha, para recogerla. Cuán grata fue su sorpresa cuando vio que, ensartados en la flecha, había un par de escrotos. Karla no pudo evitar sopesar y palpar uno con cada mano. Ambos contenían sus testículos, pero no tardó en darse cuenta de que los de uno estaban totalmente destrozados, machacados por los dientes de Diana y con claras marcas de dientes en la fina piel.

-          Esta chica… nunca dejará de sorprenderme. – dijo Karla arrancando ambos escrotos y guardándolos como un trofeo.

Las sigilosas mujeres penetraron la muralla dispuestas a atacar por sorpresa a los hombres, que dormían plácidamente.

-          Los degollamos antes de que puedan hacer nada, no? – preguntó una de las mujeres.

-          No, castradlos y dejad que se desangren. Quiero que sus gritos despierten al resto. Con los que se levanten haced lo que queráis, pero dejadme a su líder a mí. – ordenó Karla.

Así pues, las mujeres entraron en los aposentos de cada hombre, acecharon su cama y, prácticamente todas al mismo tiempo, se hicieron con los genitales de los varones y los cortaron de raíz. La mayoría despertaron al notar al agarrón, pero no tuvieron opción de salvar su virilidad.

De esta forma cayeron unos treinta hombres de un plumazo, que gritaban desesperadamente mientras se desangraban ante sus desnudas ejecutoras. Los setenta restantes al menos tuvieron una oportunidad, aunque caían con tanta facilidad y brutalidad ante las bravas mujeres, que cuando apenas quedaban unos veinte se rindieron pidiendo clemencia.

Entre ellos estaba su líder, el cual se hacía llamar Thor.

-          Ese dejádmelo para el final. – dijo Karla.

-          ¿Qué hacemos con los demás? – preguntó Diana.

-          Ya tenemos eunucos de sobra, colgadlos a todos. – ordenó la superior.

-          ¡No por favor, no quiero morir ahorcado! – suplicó uno de los hombres

-          ¿Quién ha dicho que os vayamos a colgar del cuello? – dijo Diana haciendo reír a sus compañeras.

Thor observó impotente como sus bravos soldados eran apaleados hasta que dejaron de resistirse, para finalmente ser colgados de los testículos por esas mujeres, con burlas y chistes constantes hacía la anatomía masculina.

Los desgarradores gritos de dolor eran música para los oídos de las chicas.

-          Acabad conmigo de una vez. – dijo Thor con frialdad.

-          Tranquilo, tu hora todavía no ha llegado. Sería una pena desperdiciar un ejemplar tan bien dotado. – dijo Karla desnudándolo y acariciando el paquete del macho, que respondió con una poderosa erección, pues como sus hombres, llevaba meses sin follar.

Karla le apretó los huevos y lo arrastró hasta una casa cercana. Thor apenas podía caminar, pero sabía que la brava mujer no se detendría y si él lo hacía probablemente acabaría castrado en un abrir y cerrar de ojos.

Karla lo tiró de espaldas sobre una cama y se colocó sobre su pecho. Acercó su sexo al rostro del hombre y no le hizo falta decir nada para que este empezara a lamer. Al mismo tiempo echó una mano hacia atrás para juguetear con la polla del macho.

Thor le comía el coño encantado, pues, si debía morir ese día, lo haría con buen sabor de boca. Karla estaba deseando meterse la enorme polla del macho y no tardó mucho en hacerlo. Subía y bajaba sobre él con bravura mientras este disfrutaba de la vista de sus pechos botando, a los que no dudó en echarles mano. La poderosa mujer estaba disfrutando como hacía tiempo que no hacía, pero Thor, que como sus hombres llevaba bastante tiempo rodeado de machos, pronto experimentó un placentero orgasmo con el que inundó el interior de la mujer con su cálida leche.

Karla no podía creer que la haya dejado a medias.

-          Vaya mierda de semental. No servís para nada.

Se sacó el cada vez menos duro pene y, de muy mal humor, le agarró los testículos para darle su merecido. El cambio físico en las gónadas era evidente tras haber “descargado”, pues ahora el escroto estaba totalmente relajado.

-          Despídete de tus cojones. – le dijo mirando al todavía extasiado macho.

Pero entonces Thor reaccionó y se irguió con potencia para levantar a Karla y caer al suelo sobre ella. Llevó las manos al cuello de Karla.

-          Cuando tus putas me encuentren ya estarás muerta. – dijo el hombre estrangulándola con fuerza.

La primera reacción de Karla fue pedir ayuda, pero no tenía absolutamente nada de aire. Por suerte para ella, la caía no le había hecho soltar el escroto, así que solo le quedaba apretar con la esperanza de que su tráquea resista más que los genitales masculinos.

Cerró su mano con la fuerza que el estrangulamiento le permitía. Thor gruñó, aunque más bien por enfado que por dolor. Él esperaba que la mujer se desvaneciera en segundos, pero la presión testicular no disminuía. Intentó apretar el cuello de la mujer aún con más fuerza, aunque ya estaba dando todo de sí.

Su enfadó se tornó en preocupación cuando el rostro de Karla comenzó a esbozar una pequeña sonrisa, a la que siguió una serie de giros de muñeca que retorcieron sus huevos sin piedad. Ahora si expresaba su dolor y eso le dio fuerzas a Karla, que a pesar de su ataque sentía que la cabeza le iba a explotar y estaba a punto de desmayarse.

La salvó que Thor se desesperó y tuvo que apartar una de las manos del cuello para intentar apartar la de la mujer, o al menos detener esos giros infernales que estaban acabando con él. Esto le sirvió más a Karla que a él, pues aunque pudo detener las retorcidas, el agarre le sería imposible y con una mano su estrangulación no era nada efectiva.

Cada vez más desesperado, optó por golpear a la mujer en la cara con sus puños, pero Karla los encajaba con entereza y por supuesto, no cesaba su ataque. Un tirón lo hizo erguirse clamando al cielo. Ya estaba perdido. Pronto Karla reunió las fuerzas para apartarlo e intercambiar posición colocándose sobre él.

-          Te felicito, has dado guerra hasta el final, pero una vez más tus pelotas te han condenado. – dijo Karla apretando, girando y tirando una y otra vez de los testículos del derrotado hombre.

Thor gemía agónicamente sin posibilidad de hacer nada. Mantuvo su dignidad sin llorar ni suplicar hasta estar a punto de perder el conocimiento, pero antes de que esto pasara Karla detuvo hasta que Thor se recuperó un poco y luego volvió a apretar. Repitió el procedimiento varias veces.

Thor deseaba desmayarse e incluso perecer de una vez, pero tuvo que sentir un poco más lo que significa ser hombre en la nueva era. Las lagrimas brotaban en abundancia de sus ojos y de su boca salieron varios balbuceos con los que intentaba pedir que acabara de una vez, pero Karla siguió apretando retorciendo y tirando y luego parando una y otra vez.

Finalmente, Thor no se desmayó, sino que su cuerpo no lo soportó más y colapsó. Su corazón se detuvo y por fin pudo dejar de sentir el inaguantable dolor.

Karla salió de la tienda y ordenó saquear la cuidad. En la búsqueda encontraron a un niño de tres años escondido, apenas sabía hablar y estaba muy asustado. Las mujeres discutieron sobre qué hacer con él, Diana era partidaria de deshacerse del pequeño, pero finalmente Karla se lo llevó y lo adoptó como un hijo, pues tenía ciertos planes en la cabeza para él.

A su regreso, con el cadáver de Thor como prueba, las chicas fueron aclamadas por sus hermanas y Karla se convirtió en una de las líderes del nuevo gobierno feminista.

Nueve meses más tarde, Karla dio a luz a una niña, producto de la eyaculación precoz de Thor. La niña fue bautizada como Iris y crecería junto a su hermano mayor, al que Karla llamó Hoden.

Los hombres eran tan pocos y tan desorganizados que dejaron de ser una amenaza real para las mujeres. De vez en cuando había un pequeño ataque de los hombres, pero estos eran derrotados con facilidad por las cada vez más entrenadas mujeres, que posteriormente los castraban en público. A los que sobrevivían los convertían en eunucos que servirían como esclavos de las mujeres.

CONTINUARÁ…