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Corriendo en San Fermín (Relato corto)

en Sadomaso

Faltaban pocos minutos para que diera comienzo el encierro cuando nuestro protagonista vio a la mujer. ¡Cómo para no verla! Era alta, esbelta y su apretaba ropa deportiva dejaba ver una perfecta silueta llena de curvas. Llevaba un sujetador deportivo tan escotado que el hombre dudaba de que fuera realmente para hacer deporte, pues parecía que en cualquier momento se le saldrían los voluminosos pechos.

-          Esto es demasiado peligroso para una chica tan bonita. Yo que tú lo vería desde detrás de la valla. – le dijo.

-          ¿Qué pasa, que es obligatorio tener huevos para participar? – preguntó ella, cortante.

-          Claro, y bien gordos. – respondió él agarrándose el paquete.

-          Pues ten cuidado que deben ser una carga en la carrera.

-          Uhh la gatita tiene carácter, eso me gusta. Búscame cuando acabe el encierro, si no te cornean el coño lo pasaremos bien. – dijo el tipo guiñándole un ojo.

-          Intenta tocarme y verás que hay cosas más peligrosas que los toros. – amenazó la mujer.

-          Tú solo avísame si se te sale una teta en la carrera, no querría perdérmelo. – dijo él después de soltar una carcajada ante la amenaza.

Entonces escucharon el cohete que daba comienzo al encierro, por lo que tuvieron que posponer la conversación.

 El tipo corría a toda velocidad delante de los cabestros, cuando miró atrás por un momento y la vio a ella. Iba justo detrás de él y no pudo evitar fijarse en sus grandes pechos, botando con cada zancada, a punto de quedar a la vista de todos. Ese momento de despiste mirando a la chica fue suficiente para tropezara con algo o alguien, no habría sabido decirlo. Cayó de espaldas maldiciendo su fortuna.

Ella iba tan cerca de él que no pudo esquivarlo y lo pisó, con tan mala suerte de que lo hizo justo entre las piernas. La mujer se alegró por un instante de pisarle los huevos a ese desgraciado, aunque poco pudo celebrar cuando cayó sobre él debido a la inestabilidad de lo que pisaba. Se quedó sobre él esperando que pasara la manada, con las grandes tetas sobre su cara, pero los sentidos del hombre estaban puestos totalmente en la rodilla de la mujer, con la que había caído justo en pisoteados testículos.

Cuando la mujer se levantó, lo miró a los ojos y sonrió con una mirada de superioridad al ver la cara de miedo y dolor del hombre. El dolor era considerable y quería con toda su alma agarrar sus genitales y encogerse sobre los adoquines, pero era orgulloso y, teniendo la certeza de que las televisiones lo estaban grabando, hizo de tripas corazón y se puso en pie, ayudado por la adrenalina que aún recorría su cuerpo. Aún con eso le costaba erguirse del todo, y vio como la bella mujer se reía y le guiñaba un ojo.

Entonces oyó un grito: ¡Cuidado!

Miró hacia atrás y vio a un enorme toro que se había quedado atrás, corriendo hacia ellos con sus brutales astas. La chica corrió y se refugió tras una valla, ágil y grácil. Él la siguió, pero el dolor no le permitió ser tan rápido como ella, y durante el sprint se encorvó más y más. Sus huevos fueron una carga tal y como la chica había dicho en su breve conversación. Cuando la chica ya se había girado para mirar tras la valla, el hombre notó el asta del toro. ¡NO!, pensó. ¡En cualquier parte menos ahí! Pero nadie atendió sus plegarias.

La afilada asta perforó la parte trasera del fino escroto como si fuera papel. Tampoco ofreció demasiada resistencia su testículo izquierdo, que fue atravesado como una aceituna en un palillo. Un poco más de suerte tuvo el testículo derecho, que “solo” fue aplastado entre el asta y el propio cuerpo del hombre mientras este era levantado por los aires.

Por suerte el toro siguió su camino y no se ensañó, pero el daño ya estaba hecho. Estaba sentado en el suelo y tenía miedo de mirar abajo, y no debió hacerlo porque cuando lo hizo entró en pánico al ver aquello: del boquete que había en su pantalón salía un flácido pene que por suerte estaba intacto, ya que todo el daño estaba un pelín más abajo. De su escroto, tan rajado como su pantalón, colgaba su testículo derecho, con el que el asustado hombre no supo qué hacer, pues era una situación para la que ningún hombre está preparado.

Entonces vio a la chica acercarse a él. Ella, la cual era responsable indirecta de toda aquella desgracia y que seguía sin un rasguño mientras a él le habían corneado las pelotas. El colmo llegó con las palabras de la mujer:

-          ¿Esto es tuyo? -  preguntó enseñándole lo que llevaba en la mano, algo que hasta hace poco había sido un testículo.

El shock del hombre solo le permitió mirarla con la boca abierta, con cara de pavor mientras varias mujeres del servicio médico del evento lo subían a una camilla, estupefactas al ver el daño en los genitales del hombre.

-          Creo que vamos a tener que cancelar nuestra cita, querido. Al final no se me salió una teta, pero veo que a ti se te han salido los huevos. – concluyó la joven antes de que se llevaran al desgraciado.