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El arabe y su amuleto

en Fantasías Eróticas

BALZAC, HONORÉ DE

(1799-1899)

NOVELISTA FRANCÉS

 

“EL AMOR ES LA ETERNA HISTORIA DEL JUGUETE QUE LOS HOMBRES CREEN RECIBIR Y EL TESORO QUE LAS MUJERES CREEN DAR”

 

 

EL ÁRABE Y SU AMULETO

Cuando NAPOLEÓN invadió la península ibérica con lo mejor de sus ejércitos, su querida y bella esposa también era invadida aunque no fuese con lo mejor de sus ejércitos que quedaron en el país. Ella que entendía de invasiones, le era igual que fuesen oficiales, como  sub-oficiales e incluso tropa de a pie. Para la adorable Josefina, lo importante era que manejasen bien sus arcabuces, y que los utilizasen, como más tiempo mejor sin que se les acabase la pólvora. Lo suyo no era de batallas cortas. Una cosa muy importante para ella, era lo del tamaño. Aquello si importaba.

Mientras su marido pasaba el tiempo mirando mapas y preparando estrategias para doblegar a sus enemigos, ella raro era el día en que en su principesca cama no tuviese alguno de aquellos intrépidos soldados para que le enseñasen como manejaban sus arcabuces. La inefable Josefina sabía más de soldados que su marido. Si este hubiese sido aún más inteligente a ella tenía que haberla investido de general. Quizá los de la Península Ibérica, no les hubiesen derrotado. Pero las cosas eran como eran. La dama sabía, que como este, su marido, más tiempo dedicase a las artes de la guerra, ella podría continuar entrenando entre sus deliciosas piernas a aquellos infatigables soldados, que generalmente entregaban su vida por la Patria.

Los que sobrevivieron en los campos de batalla habiendo pasado antes por su cama, en cuando terminaban sus guerras y al volver a los pueblos de donde eran hijos, bien podían contar estas aventuras entre unos vecinos que los hacían repetir una y otra vez aquellas heroicidades.

Cuando ya los críos de la casa dormían, estos entonces les contaban lo que era el estar entre las piernas de la famosa gozadora esposa del general más laureado de la nación. Con ella, según decían, todos acababan enamorándose. Además de bella, le ponía tanta pasión a la cuestión, que aquello era para recordarlo mientras viviesen. Lo que nunca nadie supo, fue, que un árabe muy aguerrido y con un arcabuz como el cañon de barco pirata, al que tuvo en su cama, a ella le emborrachó de placer y lujuria, tanto, que se hubiese ido con este a cualquier punto del planeta, dejando atrás al general más laureado de la nación con sus inacabables guerras.         

Aquel soldado árabe se llamaba Hassan Benbaré.

Cuando este volvía a su país natal, después de años y años guerreando bajo  el  mando de Napoleón, por el camino lo asaltaron unos fascinerosos, dejándolo sin un céntimo. La única cosa que se le quedó en un bolsillo fueron unos calzones que le dio como recuerdo de sus proezas amatorias la primera dama del gran general. El infeliz Hassan, en su largo peregrinar para llegar a su casa no había día en que no aspirase el olor de estas, y con ello lograba apaciguar el hambre que tenia. Para él aquella prenda sedosa y cálida con las iníciales bordadas de aquella infatigable dama, enmarcadas con una corona de reina, era un talismán. Con ella en su poder, se sentía protegido ante las adversidades en que se enfrentaba.  

El que la adorable Josefina le hiciera aquel tan íntimo regalo, no fue ni más ni menos por qué cosa que ningún otro amante llegó a atreverse a hacerle fue, que en un momento de desbocada lujuria este le metió por su adorable culo aquel arcabuz de medidas excepcionales que tan violenta le entro que se lo rompió haciéndola sangrar. Todo y chillando como una coneja, este no dio marcha atrás hasta que dentro de él soltó toda su carga que la llenó de felicidad. Después, el médico de Palacio estuvo varias semanas poniéndole unos ungüentos que lograron que la adorable, entrada de su cueva se restableciese totalmente. Tanto placer le dio, que ella siempre lo recordó con devoción.

También el bueno de Hassan, al acostarse en donde fuese y mientras le entraba el sueño aspiraba aquel suave olor del sexo de su amada que lo transportaba hasta los cielos. Muchas, muchísimas noches lo soñaba, lo besaba con devoción, y en los sueños, evocaba cada centímetro de aquella finísima piel – aquella entrada de su cueva que lo hicieron gozar locamente como nunca había gozado.

El día que el bueno de Hassan dejó atrás aquel país y su ejército, y como no, su adorada Josefina, lloró desconsoladamente. En su mente estaban las palabras que pronunció la madre del árabe BOABDIL al entregar las llaves de granada a los que vencieron – ‘’Llora… llora como un niño, ya que no has sabido defenderla como un hombre’’. Hassan, tenía que habérsela llevado consigo hasta algún oasis del desierto para gozarla ininterrumpidamente. Ella, así se lo pidió. Pero Hassan tuvo miedo de llevársela con él, siendo la esposa del Emperador de aquel gran país, ya que este todo lo que tenia de cortas sus piernas tenia largos sus brazos para encontrarlos.

La fiesta de la boda duró más de tres días. Durante estos, Hassan recién llegado del ejército napoleónico, estuvo de invitado en tal fausto acontecimiento que fue el casamiento, de un primo suyo al estilo de los árabes de pro. Aquello parecía una representación de las ‘’Mil y unas noches’’ – Durante estos, se bebió, comió, sin interrupciones, mientras las hermosas y sensuales bailarinas de la danza del vientre, revoloteaban dando vida a sus culos, tan bellos como un amanecer en el desierto. Hassan que ya llevaba muchas chupadas a la pipa del hachís, salió del salón en donde se celebraba la gran fiesta y detrás de unos matorrales en el linde de aquel hermoso jardín se dispuso a hacer una siesta para recuperar fuerzas después de varias noches sin dormir. Ya tumbado encima de la yerba  creyó oír unos extraños ruidos, y curioso cómo era, arrastrándose como en sus mejores tiempos en el ejército se acercó a donde creyó oírlos. En un pequeñísimo claro del matorral pudo admirar a dos de aquellas bailarinas de la danza del vientre y totalmente desnudas entregadas a darse placer mutuamente. Hassan, sabiendo que ellas por la cuenta que les traía no abrirían el pico – Lo del lesbianismo estaba castigado – Se presentó de improviso, con su PRIAPO inhiesto como un cañón.

Ellas inteligentes como eran, y a cambio de su silencio, le ofrecieron sus hermosos culos en señal de vasallaje. Hassan volvió a gozar de aquellas frondosas y lubricadas cuevas, casi tanto como con la de su amada Josefina. Estas, a diferencia de aquella gran Dama que cuando se la metía chillaba como una coneja, estas, tanto o más lujuriosas que aquella, gruñían y decían palabrotas en alguno de aquellos dialectos que se empleaban cerca de las fronteras argelinas. Una de ellas, la del culo muy grande, tanto gozaba con aquella estaca dentro de su culo que no pudo evitar se le escapase un pedo más bien parecido a un trueno y de un olor a pescado descompuesto que hacía arrugar la nariz a quien lo respirase.