miprimita.com

El yerno y las cosas de la vida - capitulo 1

en Sexo con maduras

KIPLING, RUDYARD

(1856 – 1936)

- ESCRITOR INGLES –

‘’LA INTUICIÓN DE UNA MUJER ES MÁS EXACTA QUE LA CERTEZA DE UN HOMBRE’’

 

EL YERNO Y LAS COSAS DE LA VIDA

(Capítulo 1)

 

 

            Desde aquel inolvidable día de playa, que Doña Hortensia no había vuelto a ver a su yerno. No sabía si estaba disgustado por algo, o quizá avergonzado por lo que pasó. Desde aquel día, que en sus pensamientos y sueños este aparecia continuamente. Doña Hortensia no tenía otro remedio que poner sus deditos allí hasta que le llegaba un orgasmo. Mientras, esperaría a que este volviese a verla.

        Ella dudaba de que aquel día de calentura le hubiese olvidado.

        Por una vecina supo que a pocos kilómetros había una vidente, que lo adivinaba todo. Aunque dudase de estas historias, tomó la decisión de hacerle una visita. Quizá esto fuese como el horóscopo – pensó ella – que a veces hasta acertaba.

        Cuando estuvo delante de aquella extraña mujer tuvo la sensación de que esta le leía los pensamientos. Que para ella era como un libro abierto. Esta con rostro inexpresivo le dijo que la persona que esperaba llegaría a su casa al día siguiente.

        Cuando dejó atrás aquella misteriosa mujer su corazón latía mucho más deprisa. Al llegar a casa lo primero que hizo fue ponerse delante del gran espejo del armario y mirarse en él, su exuberante culo con la falda arremangada. Ilusionada como una novia después se desnudó y se puso una bellísima combinación de marca parisién, con sus correspondientes ligueros. No satisfecha, se quitó los minúsculos sostenes que no los cubrían porque sin estos se sentía más bella y deseable enseñando sus voluminosos pechos de piel blanquísima con unos pezones oscuros y grandes, que invitaban a ser besados y succionados, más de una vez.

                Doña Hortensia, sabia, que los hombres que se cruzaban con ella por la calle aún la desnudaban con la vista. Lo único que le faltaba era que viniese su querido yerno con su delicioso instrumento y después de chupárselo bien, se lo metiese en el chocho, eso sí, más de una y dos veces. Solo de pensar en tenerlo entre sus piernas se volvió a masturbar.

        Aquella noche, para la ilusionada señora Hortensia, fue más que larga, larguísima. Durante horas y horas lo fue soñando con extrañísimos sueños:

                ‘’En aquella inmensa llanura con andar cansino y soportando un inclemente sol el yerno de Doña Hortensia, transitaba a lomos de rocinante. La armadura que llevaba aún lo hacía sudar más, y su larga y pesada lanza hacia que se le durmiese el brazo. En el horizonte, como si fuese un planeta deshabitado no se veía nada. Solo un endeble árbol que apenas daba sombra. Cuando al cabo de más de media hora rocinante y su jinete pudieron cobijarse bajo su sombra, el yerno de Doña Hortensia levantando sus ojos al cielo dio las gracias por haberlo mantenido en pie en su largo camino – El yerno de Doña Hortensia – o sea el ‘’Don Quijote’’ – había recorrido grandes distancias por caminos y senderos llenos de polvo, siempre buscando enderezar entuertos allá donde fuese, para ello tuvo que pasar de todo y nada bueno, y como ahora un terrible calor que asaba hasta las pocas piedras que encontraba. Pero él, seguía adelante sin desmayo, siempre confiando en los Designios Divinos. El hombre de la mancha sabia que la fe movía montañas aunque por aquellas partes no se vislumbrase ninguna.

        Desde que unos facinerosos le robaron a su Dulcinea – en este caso a su Hortensia – su vida convirtiose en un mar de angustias. Incluso hubo momentos que perdió la fe. Pero él, después de breves descansos seguía y seguía adelante en busca, de ella. El hidalgo caballero de la mancha no se daría por vencido, hasta que encontrase a su amada, dando su merecido a aquellos desalmados. Sin piedad los traspasaría con su larga lanza. Del hombre de la mancha no se reirían, como tampoco se rieron, los molinos de viento cuando lanza en ristre los embistió sin piedad.

        Cuando la claridad del día borraba la oscuridad de la noche creyó ver no lejos de donde estaba un molino de viento encima, de una pequeña colina. Don Quijote dirigió a Rocinante hasta allí. Tal como iba acercándose logró ver a dos cabalgaduras atadas al lado de la puerta. El corazón del incansable hombre de la mancha se aceleró. Aquellas dos bestias tenían que ser las de los facinerosos, que le robaron a su Dulcinea. Este, descabalgando del incansable Rocinante se acercó a la vieja puerta sin hacer ruido y por una rendija pudo ver a su amada en una extraña posición, y con su falda encima de la cabeza. Aquellos rufianes la tenían a cuatro patas encima, de un camastro, y uno de ellos le tenía clavado en el culo su grueso PRÍAPO. El hombre de la mancha se extraño muchísimo de que su amada no se quejase, más bien al que la enculaba ella le repetía una y otra vez que la traspasase totalmente.

        Cuando este la llevó, el compinche reemprendió la labor y como este tenía un carajo aún más grande el hombre de la mancha creyó que ahora sí que se quejaría. Pero no. Ella dio a entender como si aquel enorme falo la hiciese gozar más. El hombre de la mancha, ya no pudo aguantarse, él sabía que a su amada la tenían que haber obligado a beber un pellejo de vino, y esta ya no era consciente de nada.

        Fue entonces cuando dando una patada a la vieja puerta entro lanza en ristre, y aquellos desalmados se quedaron con la boca abierta por la gran sorpresa. Con ella los ensartó sin piedad, como si fuesen dos pollos para cocerlos en la hoguera.

Y de un fuerte golpe los clavó a ambos en la pared, como si fuesen un calendario, uno de ellos con su PRÍAPO colgando. ¡Aquí estoy amada, mía, para salvaros de todos los males! – le dijo un embravecido Don Quijote.

        Ella que no entendía nada de estos supuestos males le dijo más bien cabreada; ¿y no podías llegar unos días más tarde?

        ‘’Cuando Doña Hortensia despertó de aquel extrañísimo sueño de Quijotes, Rocinantes, y molinos de viento inútilmente intentó que aquel sueño no acabase. A ella le hubiese gustado que el segundo facineroso que la enculó hubiese estado muchísimo más tiempo haciéndolo con aquella voluminosa herramienta.

        Aún no eran las 9 de la mañana cuando Doña Hortensia hoyó que llamaban a la puerta. Era su amado yerno. Por esta vez, aquella vidente si dio en el clavo. Al cerrarla, esta le echó los brazos al cuello y lo besó como solo saben hacerlo las suegras enamoradas. En la oscuridad de la habitación y como dos almas perdidas en el paraíso Doña Hortensia fue recibiendo por todas sus cuevas la majestuosa polla de aquel yerno al que quería con locura. Ella no recordaba cuando en su vida había vivido tanto amor y tantos goces como le proporcionaba este. Posiblemente nunca. Aquel yerno era el reverso de la moneda del hombre con que se casó hacia ya más de cuarenta años.

        Mientras, en su lugar de la mancha el espíritu del caballero de la triste figura continuaba su eterno caminar por aquellas planicies, pero esta vez ya en compañía de su escudero y servidor Don Sancho montado en un flaco borrico, al que las moscas daban tormento.

Cuando ambos se acercaron a un molino de viento que tenia atados al lado de la puerta dos cabalgaduras al ir a abrir la puerta de este a sus narices les llegó un fuerte olor a putrefacción y el caballero de la triste figura le dijo a Don Sancho, que mejor sería pasar de largo. ¡Vámonos Don Sancho, que aquí los entuertos ya alguien los arregló!

Bajo un sol de justicia ambos continuaron andando por polvorientos caminos que nunca terminaban.